Uno de los efectos previsibles de tratar las disfunciones sexuales con medicación -por ejemplo, la disfunción eréctil o la eyaculación precoz- es la dependencia psicológica hacia el mismo. Ya existen estudios sobre este problema, y sobre otros efectos de tomar estos fármacos a largo plazo.
En definitiva, la solución a la gran mayoría de las situaciones en las que no se produce erección o se produce alguna otra disfunción sexual (vaginismo, anorgasmia, falta de deseo, eyaculación precoz, etc.), no está en tomarnos una pastilla, sino en adoptar una actitud mucho más lúdica (no hedonista). La solución pasa por acercarnos a las relaciones sexuales con deseo de placer, pero no con deseo de poder ni con deseo de demostración ni con deseo de superar inseguridades y/o hacer comprobaciones, etc.
El pene, los genitales en conjunto y el corazón tienen mucho más en común de lo que pensamos. El corazón no funciona con instrucciones directas de nuestra voluntad, sino que actúa en función de señales que recibe del sistema nervioso (SN), que a su vez responde a estados psicológicos. Por ejemplo, si decidimos correr para alcanzar el autobús, inmediatamente el corazón acelera su ritmo cardiaco y se facilita la oxigenación y el impulso de la musculatura de las piernas. Yo no necesito dar ninguna instrucción al corazón, la recibe directamente del SN. Yo solo puedo regular el ritmo, cambiando mi actitud, mi necesidad y mi intención. Si no deseo que se acelere, dejo de correr, pienso en dejar pasar ese bus y coger el siguiente y sigo andando con relajación y tranquilidad.
Con la respuesta sexual y los órganos que en ella intervienen, sucede algo similar (vagina, pene, glándula seminal, etc.). Volviendo al ejemplo de la erección (pero es válido para la vagina). Si tengo deseo sexual (a diferenciar del deseo de tener deseo!!!) y mi mente está concentrada en el placer, la sensualidad, las caricias, los besos, las imágenes, los ritmos, etc., mi SN dará la instrucción correcta a la musculatura del pene (o a la lubricación de la vagina), haciendo que se relaje y que penetre la sangre circulante en los cuerpos cavernosos, produciendo la erección, sin que yo pueda voluntariamente realizarlo o impedirlo con ninguna instrucción directa.
Si, por el contrario, aunque sienta deseo sexual, mi mente está concentrada en dar instrucciones al pene para que se ponga erecto, o está concentrada en mis preocupaciones, temores, inseguridades, timideces, etc., mi cerebro entenderá que si estoy preocupado/a no es el momento de ‘jugar’ sino de alertar al cuerpo de algún peligro inminente, y por lo tanto enviará señas de alerta y preparación para la acción (tensión, estrés, etc). De modo que, por mucho que yo desee que mi pene o mi vagina ‘funcione’, mi actitud no es la adecuada.