Las resistencias se pueden manifestar de distintas maneras. Las más habituales son:
En cualquier caso, la resistencia se puede manifestar a través de inacción, autoengaños, justificaciones, bloqueos, negaciones, enfados, frustración, ansiedad, desasosiego, inquietud, malhumor, desánimo, etc.
La resistencia a ver o a cambiar tiene como función preservar una situación que produce algunos supuestos beneficios: la comodidad de la rutina y lo conocido; la engañosa tranquilidad de controlar nuestro entorno; el apaciguamiento de una mala conciencia para evitar el dolor de la verdad; la evitación de un esfuerzo; el deseo de no renunciar a un placer; el miedo a lo desconocido; la desconfianza en nuestra capacidad para afrontar algo desconocido o incómodo; la evitación de la responsabilidad, etc.
Imaginemos a modo de ejemplo, una casa antigua de madera donde llevamos un tiempo viendo cómo el suelo del piso superior tiene una ligera inclinación. Tendemos a decirnos que es por el asentamiento de los cimientos y eso nos tranquiliza aparentemente. Sin embargo, en el silencio, también escuchamos un ruido que puede ser de carcoma o termitas. Hay una parte de nuestra mente que une ambos hechos, pero conscientemente no deseamos realizar esa asociación porque nos produce temor y porque nos demandaría una intervención que nos provoca pereza, gastos, incomodidades etc. El resultado es que de forma consciente, evitamos pensar que las termitas están comiendo las vigas de soporte y produciendo la inclinación del suelo. Las consecuencias pueden ser que el piso superior se desplome o que pase el tiempo y el arreglo cada vez sea más costoso. Lo sabemos, pero de algún modo preferimos la 'comodidad' falsa del presente ignorante a la incomodidad de asumir y afrontar la realidad.
En psicología, esa resistencia nos indica que no acabamos de aflorar todo el problema y que queda un reducto que es necesario explorar. Hasta que no analizamos y aceptamos nuestras resistencias, nos va a ser más costoso llegar a la solución total. Con frecuencia, esa resistencia puede señalarnos que no tomamos conciencia o no aceptamos un rasgo de nuestra personalidad: La idealización, la culpabilización, la ambivalencia y ciertos conflictos no resueltos pueden ser los causantes de esa resistencia.
En los casos en que nos resistimos a ver y aceptar la raíz del problema, generalmente elaboramos un relato sobre el mismo que nos permite seguir adelante sin afrontar la clave y el fondo del asunto, a pesar de que esa dilación y autoengaño nos producen malestar. Por lo general, el problema no desaparece, el malestar aumenta y nos impide disfrutar de otras áreas de nuestra vida, cada vez con más insidia e intensidad. Cuando consideramos que el malestar es mayor que el beneficio que obtenemos de no afrontarlo, entonces decidimos que hay que tomar cartas en el asunto.
En ocasiones, a pesar de ver con claridad el problema y el camino hacia la solución, sin embargo, hay algo en nosotros que se resiste a cambiarlo, generalmente provocado por el miedo a perder algo (la comodidad, la seguridad, el poder, el afecto de alguien, etc.), pero puede haber otros motivos para la inacción.
Valga como ejemplo una mosca que revolotea a nuestro alrededor, posándose de vez en cuando en nuestra mano. La vemos, la sentimos, somos conscientes de que nos molesta, pero a veces, incluso aunque esa molestia nos impide disfrutar apaciblemente de nuestra lectura o de nuestra siesta, no actuamos de forma eficaz, nos conformamos con dar manotazos infructuosos porque la mosca vuelve al mismo o parecido lugar. Somos conscientes de que esa no es la solución, pero consideramos y evaluamos que el esfuerzo de levantarnos a poner la mosquitera o coger el matamoscas es mayor que la molestia que sufrimos. El resultado es que no hemos disfrutado de nuestra apacible siesta y probablemente nos levantemos de mal humor. Este sería un ejemplo a muy pequeña escala de lo que nos sucede en el plano psicológico con algunos aspectos importantes de nuestra personalidad y conducta.
©LolaSalinas2022