La personalidad de cada individuo se forma a partir de unas áreas funcionales básicas: afecto, comunicación, cognición, motivación y autonomía. Cada área cumple una función (es útil) para que esa persona se desenvuelva en su entorno social (familia, amigos, escuela, trabajo...). Para que se dé una plena funcionalidad, ha de existir coordinación e integración entre ellas. Esta actividad integradora podría entenderse como una sexta función, es la conciencia de sí.
Cada una de estas funciones (afecto, cognición...) me permite actuar para lograr mis objetivos (obtener cariño, aprender a leer, comunicar un deseo, etc.). Por ejemplo, para pedir algo que necesito, primero he de tomar conciencia de esa necesidad, después he de elaborar un gesto o una frase que transmita con eficacia mi objetivo, en este caso la función cognitiva y la función comunicativa estarán trabajando e interactuando, junto con el área motivacional y la conciencia, para que yo logre mi objetivo. Sin olvidar que ese objetivo ha de ser coherente con el resto de mis objetivos y necesidades (afectos, autoestima, proyectos, vida social, trabajo, satisfacción...).
El aprendizaje y desarrollo de estas funciones o habilidades básicas varía de una persona a otra, de una familia a otra y de un entorno a otro (cultura, sociedad...). Hay distintas maneras de educar en un mismo entorno, y también hay distintos entornos que requieren distintos conocimientos. Lo que puede ser útil en un entorno puede no serlo en otro. Lo que puede ser suficiente para interactuar y adaptarse a una familia, puede no serlo para interactuar en otra familia o con el resto de la sociedad, etc. Pongamos como ejemplo, una familia en la que los adultos prestan muy poca atención (protección, educación, guía...) a los hijos; estos probablemente crecerán con déficits en áreas de afecto, cognitivas y motivacionales.
Por otra parte, a medida que vamos creciendo, necesitamos habilidades nuevas o necesitamos ampliar las que ya tenemos, porque también cambian nuestros propósitos y necesidades.
La salud mental de cada persona depende de que esas funciones básicas sean las adecuadas para adaptarse a su entorno presente y futuro y a las necesidades que en el se producee, así como de su coherencia e integración. La salud mental depende por lo tanto de que esas funciones sean flexibles, amplias y respondan con eficacia a los requerimientos de la mayoría de los entornos donde nos movemos. En resumen, han de estar bien entrenadas y adaptadas a las necesidades personales y de relación con el entorno social y natural.
A partir de estas seis áreas funcionales (funciones a partir de ahora) la psicología del ser humano ha desarrollado funciones y habilidades más concretas (alertas, lenguaje, memoria, síntesis, humor, evaluación, negociación, etc.). Veamos en qué consisten las funciones básicas.
El afecto es la función que nos permite y facilita el primer contacto con los demás y las relaciones posteriores con otros y con nosostros mismos. El afecto es la raíz de todas las emociones: seguridad, temor, estrés, alegría, tristeza, enfado, tranquilidad, desasosiego, confianza... Un afecto positivo es el que nos permite sentirnos en armonía con el entorno percibiendo que formamos parte de él y nos integramos con facilidad y con fluidez. El afecto positivo nos hace sentir que entre el entorno y nosotros no hay incoherencias, tensiones o graves conflictos. El afecto positivo hacia los demás nos permite generar empatía, comprensión y ser solidarios. El afecto positivo hacia nosotros nos permite 'escuchar' y conocer nuestro cuerpo y nuestra mente, respetar nuestras necesidades, valorar nuestra vida, cuidarnos, protegernos y querernos. Es lo que llamamos sana autoestima. El afecto también puede ser negativo y no por ello ser insano, por ejemplo si siento dolor porque me he he quemado. El dolor en esta situación es un síntoma sano que me alerta de la quemadura y me indica que he de protegerme, curar la quemadura y cuidarme. No obstante, hay muchas situaciones en las que un afecto de los llamados 'negativos', nos están alertando de que algo no funciona, pero no le prestamos atención, o no sabemos cómo actuar porque no comprendemos lo qué significa. Es en estas situaciones cuando puede ser muy conveniente acudir a una consulta de psicología.
La comunicación es la función que nos permite transmitir el afecto, nuestras intenciones, nuestras necesidades, lo que pensamos y lo que sentimos. La comunicación es una actividad compleja (gestos, pensamientos, emociones, gramática, memoria, verbalización, contenidos, eficacia...) que nos acerca o aleja del interlocutor y de los objetivos que teníamos. Una comunicación eficaz es la que logra transmitir del modo más breve, respetuoso y veraz aquello que queremos compartir. La comunicación nos permite poner en común, participar y compartir nuestro mundo interior, así como percibir y acceder a parte del mundo interior de otras personas. La habilidad para comunicarnos se desarrolla a lo largo de nuestra infancia y refleja el sistema personal de experimentar, concebir e interpretar el mundo que nos rodea. Cuando la habilidad de comunicarnos no es funcional, nos puede provocar dificultades en nuestras relaciones: impulsividad; timidez; frustración; falta de asertividad; temores; etc. Nuestras emociones y nuestros pensamientos son inseparables y afectan notablemente nuestra comunicación, de modo que si, por ejemplo, interpreto una situación como desagradable (pienso oque no me agrada), sentiré rechazo (emoción) y trataré de mostrarlo de algún modo a través del gesto, de la palabra o de ambas (comunicación). No obstante, el modo en que lo comunico, va a depender de mi estilo de personalidad (impulsivo, obsesivo, narcisista, dependiente...). Trabajar los estilos de comunicación nos ayuda a trabajar nuestros pensamientos y emociones. El estilo de comunicación forma parte de nuestra conducta, por lo que, transformar nuestra comunicación en una habilidad útil y eficaz nos permite mejorar nuestro estilo de conducta (menos impulsiva, menos agresiva, menos reactiva, más asertiva, más sosegada...)
El conocimiento o cognición, es la función que nos permite observar el entorno y a nosotros mismos interactuando con el, para aprender sobre ambos. El conocimiento del entorno es vital para sobrevivir en él. El conocimiento sobre nosotros mismos también es vital para desarrollar todo nuestro potencial y para alcanzar la mayor autonomía y bienestar como individuos. A pesar de formar parte del conocimiento, hemos querido crear una categoría específica para la función de Autoconciencia, porque entendemos que es una función que ha adquirido gran relevancia para el individuo a medida que las sociedades se han hecho más complejas y la psique del individuo refleja esa complejidad, requiriendo un mayor conocimiento de sí mismo y de los procesos íntimos. El conocimiento utiliza mecanismos como la observación, la percepción, la memoria, el lenguaje, el análisis, la reflexión, la clasificación, las categorías, etc. Todas estas herramientas o mecanismos componen nuestras habilidades cognitivas y sensoriales, la consciencia y la conciencia, forman parte del sistema de conocimiento. Percibimos a través de los sentidos, pero inseparablemente a través de lo que nuestro sistema cognitivo interpreta sobre esos sentidos. En nuestra relación con el mundo, desde que nacemos empezamos a construir los 'andamios' cognitivos para interactuar con el mundo. Construímos al tiempo que interiorizamos esquemas, creencias, estilos de actuar, valores, principios, normas, costumbres, etc. Todos ellos son parte de nuestro conocimiento del entorno y del modo en que lo hemos aprehendido, interiorizado y hecho nuestro, constituyendo gran parte de nuestra personalidad y nuestra psicología. Por ejemplo, imaginemos que hemos nacido en un entorno familiar con discusiones, desafecto y tensión, lo más probable es que hayamos interiorizado modelos y esquemas cognitivos de interacción poco dialogantes, o poco negociadores, incorporando mecanismos de poder y defensa o ataque, incluso conductas explosivas de ira, en vez procedimientos asertivos, respetuosos y de confianza. Es probable también que hayamos desarrollado esquemas de indefensión, inhibición o inactividad. Quizás estos esquemas cognitivos nos hayan hecho un servicio en ese entorno, pero cuando llegamos a la escuela, donde cambian las dinámicas y se requiere una mayor y más democrática y dialogante participación, nos vemos limitados porque nuestros esquemas no son funcionales. Si no recibimos ayuda para ampliar nuestros esquemas cognitivos y/o sustituirlos por otros más funcionales, es probable que lleguemos a la vida adulta y tengamos ciertas dificultades para disfrutar de nuestro entorno y sentir que nos manejamos bien en él.
La Motivación es la energía y el interés para actuar en cualquiera de las infinitas cuestiones y actividades que se nos presentan en la vida cotidiana. Estar motivado/a para hacer algo, es tener la actitud para acerlo y tener las ganas (energía) para realizarlo. La motivación es lo que nos hace levantarnos a cerrar la ventana si hace frio o despertarnos y prepararnos el café por la mañana, ducharnos para ir a trabajar o estudiar, etc. La motivación es el motor que pone en marcha nuestra sistema (mente, cuerpo) para iniciar, mantener y lograr aquello que hemos pensado y valorado como útil, beneficioso, conveniente, agradable, interesante, necesario, etc. De la motivación deriva la esperanza, el tesón, la constancia, el esfuerzo, la resistencia, la superación... La motivación puede ser externa o interna. Esta última es la más sólida porque está originada en mi propio convencimiento y mi propio sistema de intereses, es lo que llamamos automotivación.
La Autonomía es la capacidad de saber hacer las cosas por uno mismo y poder satisfacer sus propias necesidades como individuo. Esta autonomía se puede aplicar a cualquier actividad que realiza el ser humano: pensar, comer, vestirse, trabajar, decidir, tener una ética propia, etc. Por lo tanto, podemos hablar de autonomía intelectual, autonomía emocional, autonomía ética, conductual, etc. La autonomía implica que la persona tiene criterios para hacer y para tomar decisiones y se responsabiliza de sus actos desde el principio hasta el fin. Como vemos, la autonomía es saber hacer y aceptar las consecuencias de los actos. No obstante, la autonomía está en función de las capacidades reales de cada persona. Habrá personas que tengan limitaciones físicas o psiquícas y su máximo grado de autonomía esté condicionado a esas limitaciones. Por otra parte, lógicamente, si, soy un bebé y aún no tengo la capacidad para hablar será imposible que tenga esa autonomía en la comunicación, de momento, y hasta que vaya aprendiendo, dependeré en gran medida de que los adultos se anticipen a mis necesidades. Sin embargo, será saludable que los adultos me permitan y potencian que desarrolle el máximo posible de esa capacidad, porque la necesitaré a medida que vaya creciendo. El ser humano necesita la autonomía para valerse por sí mismo. Es conveniente que el ser humano adquiera el mayor grado posible de autonomía, desde atarse los zapatos, lavarse los dientes, recoger los juguetes, comer con los cubiertos, reflexionar sobre la conducta más adecuada, elegir la carrera a estudiar, etc., etc. Cuanto mayor es la autonomía mayor es la posibilidad de lograr bienestar.
La Conciencia de sí mismo/a o Autoconciencia es la capacidad para vernos desde una perspectiva de observadores 'interiores' objetivos, es decir, para colocarnos en una posición doble de sujetos que observan y de objetos de nuestra propia observación. La autoconciencia permite identificar y conocer las características y funcionamiento (general y puntual) de nuestra actividad cognitiva, emocional y conductual y los procesos y mecanismos que la acompañan; nos permite integrar esas funciones en un sistema coherente y eficaz, o detectar que existen déficits o discrepancias entre ellas. La autoconciencia, por resusmir, nos permite saber qué hacemos, cómo lo hacemos y para qué lo hacemos. Al decir 'hacemos' nos referimos a cualquier actividad psicológica o conductual como pensar, emocionarnos, hablar, callar, desear, rechazar, amar, etc. La Metaconciencia, es un locus psíquico que monitoriza la Autoconciencia, permitiendo identificar la objetividad y eficacia de su funcionamiento, así como las posivilidades y vías de mejora.
Todos los problemas, malestares y trastornos, pasajeros o crónicos se producen en alguno de estos ámbitos. Cualquiera que sea el trastorno o malestar que padezcamos, estará referido a uno o varios de estos seis campos antes expuestos: Afecto, Comunicación, Conocimiento, Motivación, Autonomía y Conciencia.
El funcionamiento de cada una de estas habilidades nos permiten analizar cuáles son los aspectos que dificultan el bienestar e integración de la persona en su entorno social. En general, todas las áreas están presentes en alguna medida, pero en cada problema son más determinantes áreas específicas. Algunos ejemplos serían:
En los pensamientos negativos o los razonamientos sesgados, que son típicos de los problemas y trastornos cognitivos así como del estado de ánimo y ansiedad (depresión, TGA, TOC, TEPT, etc.), se ven implicadas, sobre todo, el área afectiva y de conocimiento, aunque en menor medida también está implicada la autonomía y puede verse afectada la motivación y la comunicación. En este caso, la autoconciencia puede estar implicada por déficit, ya que los automatismos (negativos) pueden escapar a la conciencia.
Otro ejemplo serían las conductas hiperactivas, las adicciones o las conductas explosivas. En ellas, se manifiestan ciertos déficitis de autoregulación y de control de la voluntad, que están relacionados, sobre todo, con al ámbito de las funciones de autoconciencia, autonomía y afecto, aunque también están presentes otras áreas.
Si nos referimos a trastornos de la personalidad (límite, narcisista, evitativa, pasivo agresiva, etc.), dado que los síntomas y características de cada una de estas problemáticas son distintos, en cada caso se verán implicadas áreas concretas en mayor medida que otras o, está implicado el mismo área funcional, pero con habilidades distintas. Por ejemplo, tanto en el trastorno límite como en el narcisista, está implicado el afecto, pero de distinto modo, en el Trastorno Límite existe un temor al abandono o al rechazo, acompañado de conductas explosivas; mientras que en el Narcisista, existe una apreciación
En los trastornos psicóticos (esquizofrenia, esquizotipia, paranoia..) se ven afectados los campos Afectivo, cognitivo, y de la motivación, fundamentalmente.
En cuanto a los trastornos del neurodesarrollo (habla, psicomotricidad, inteligencia, etc.) pueden verse involucrados los cinco campos, dependiendo de qué función se vea afectada.
Pongamos como ejemplo la depresión, que se caracteriza por un estado de anhedonia (ausencia de placer), sentimientos de tristeza, cansancio o falta de energía, desmotivación, sueño o insomnio y un afecto plano. La depresión puede estar acompañada por un estilo cognitivo sesgado, pesimista, preocupado y negativo (área del Conocimiento), que incide en emociones de impotencia, tristeza y desesperanza (area del Afecto), lo que a su vez provoca falta desgana e inacción (área de Motivación), provocando cierta dependencia de otras personas (área de Autonomía), que a su vez confirman los augurios negativos y la confirmación de la desesperanza. El trasfondo de la depresión pueden ser distintas causas. Una muy presente es la gestión ineficaz de la culpabilidad debida a un conflicto entre el deber ser y el ser, es decir, un conflicto entre cómo pensamos que deberíamos actuar y cómo hemos actuado o actuamos en realidad, constatando que lo hemos hecho peor de lo que dictan nuestros principios, pero que no tenemos la motivación o voluntad de cambiar eso, o bien que es pasado y ya no podemos cambiarlo.
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