Irritabilidad, Hostilidad, Frustración, Insatisfacción, Explosividad, Agresividad...
Dedico especial atención y reflexión a este apartado de la web porque este tipo de problemas afectan a un gran porcentaje de la población, y creo de interés aportar información más detallada.
Un problema de conducta se produce cuando te resulta difícil tener respuestas proporcionadas, coherentes, funcionales o eficaces ante las circunstancias que puedan suponer un obstáculo a tus objetivos, expectativas, deseos, necesidades o intereses.
En el núcleo de estas conductas se halla la irritabilidad, esa actitud que genera hostilidad e impulsividad en la respuesta, sin que aparentemente haya razón o provocación que la cause. Tu irritabilidad y hostilidad se manifiesta en exabruptos, críticas, reproches y juicios frecuentes hacia los demás, que expresas (gestos y conductas) o verbalizas en su presencia o con terceras personas. Esta actitud y conducta afectan a tu entorno y provocan malestar. Puedes provocar discusiones o enfados con los demás, incluso a veces poniendo en peligro tu trabajo, relaciones y bienestar. Estos son algunos ejemplos de conductas disfruptivas.
Pasados esos episodios, puedes tomar conciencia de tu conducta de hostilidad y de sus efectos, entonces, quizás te sientas mal y culpable por tu reactividad. Pedirás disculpas, una y otra vez, no obstante, puede que no encuentres el modo de regularte y superar esas conductas.
Así mismo, es probable que la vergüenza y la dificultad para asumir la responsabilidad de tus conductas te impidan reflexionar y tomar conciencia del proceso que te lleva a tales conductas -incluso de tus conductas, por ello te dificultas la iniciativa para realizar los cambios necesario
Hay ciertos rasgos de personalidad que favorecen la irritabilidad, la hostilidad y las conductas disruptivas. Estos rasgos son: la desconfianza (la falta de confianza en uno mismo o en los demás); la impaciencia; la indecisión; la inhibición; la autoexigencia y la exigencia; el perfeccionismo y el narcisismo. A continuación se ilustran estos rasgos con ejemplos concretos.
Desconfianza. La frustración que sientes cuando anticipas y evalúas con desconfianza tu capacidad y habilidad (disciplina, tesón, etc.) para lograr un objetivo. La desconfianza te puede llevar a inhibir conductas e iniciativas que serían saludables y funcionales. Esta desconfianza te genera problemas de autoconcepto y autoimagen; problemas de estado de ánimo; conflictos con tus propios objetivos y expectativas, o déficit en tus responsabilidades. La frustración mal gestionada o la inhibición de iniciativas, te pueden generar irritabilidad, enojo y enfado contigo y con el mundo.
La impaciencia. Tu propia impaciencia para lograr algo, tus expectativas de inmediatez y tu intolerancia a la gratificación a medio o largo plazo, pueden generarte frustración no tolerada, irritabilidad y hostilidad. En la impaciencia hay un sesgo que limita la visión, reduciendo la satisfacción solo al logro del objetivo. Este sesgo condiciona y dificulta la vivencia satisfactoria de todo el proceso para lograr un objetivo. Al centrarse solo en el logro del objetivo, perdiendo de vista que otros aspectos del proceso le pueden producir satisfacción -incluso de carácter más sólido, la persona genera malestar y puede poner en riesgo su implicación con el proyecto. Algunos aspectos podría ser, por ejemplo, disfrutar de los conocimientos y estrategias para planificar bien el proyecto; disfrutar de las habilidades ejercientes en cada paso del proyecto; concienciar el aprendizaje que se está realizando durante el proceso; comprender el crecimiento personal que supone ese trayecto; las conversaciones o gestiones que hemos de llevar a cabo; etc.
La indecisión para fijarte un objetivo o para elegir entre varias opciones, también te produce frustración e insatisfacción. Muchas veces, la indecisión viene determinada por la actitud de miedo a perder algo si dejamos una opción o si nos equivocamos en nuestros objetivos. Este miedo se acompaña de una idea dramática (exagerada, distorsionada) de lo que significa para nosotros esa pérdida, y, así mismo, una devaluación de lo que obtenemos con la opción elegida. La indecisión es producto directo de la ambivalencia: lo quiero todo, quiero esto y esto otro, no sé prescindir de algo, porque temo que lo que voy a perder si dejo esa opción va a ser terrible comparado con lo que voy a ganar. Esta indecisión nos puede llevar a la inacción y a la insatisfacción. Como resultado final podemos desarrollar irritabilidad y enojo.
El narcisismo es la actitud de creer que nos merecemos ciertos privilegios porque somos superiores a otras personas: más guapos, más listos, más elegantes, más ilustrados, más clase, más simpáticos, más rápidos, etc. Consideramos (consciente o inconscientemetne) que los demás están ahí para satisfacer nuestras necesidades y nuestros deseos, porque nuestra sola presencia ya es suficiente para compensar sus 'servicios' (compañía, halago, favores, cuidados, amistad, reconocimiento, trabajo, atención...). Por otra parte, como la sobervia nacida del narcisismo nos ha impedido pedir ayuda o favores de una forma abierta, honesta y directa, no sabemos hacerlo. Manipulamos a los demás para obtener lo que deseamos. Si esa capacidad de manipulación se ve deteriorada (pérdida de estatus, pérdida de belleza, pérdida de poder, pérdida de influencia, etc.) empezamos a sentir la frustración de no lograr nuestros deseos. Cuando algo frustra nuestra estado de privilegio nos sentimos indignados, irritados y enfadados con el mundo. Comenzamos una campaña de crítica y hostilidad, en parte para manifestar nuestro enfado, en parte para intentar manipular a los demás. La reflexión detrás de este intento de manipular es la siguiente: si hasta ahora mi sola presencia era tan importante para ti, cuando me enfado contigo y te lo hago saber, te vas a sentir 'huerfano' de mi y lograré que hagas lo que yo quiero. Como vemos, esta manipulación entra en el campo del sadismo. El masoquismo será el complemento perfecto de estas conductas: necesito a alguien que dirija mi vida y dé sentido a lo que soy, a pesar de que me maltrate, sin ella no soy nadie.
El perfeccionismo y la exigencia también pueden contener un alto grado de intolerancia a la frustración y, por ende, de irritabilidad y hostilidad. Por ejemplo cuando algo sale mal, cuando no se cumplen mis expectativas de excelencia o de tiempos, cuando las personas y las cosas no funcionan con la exactitud, celeridad, eficacia y precisión que yo espero. El perfeccionismo no es hacer las cosas bien, es no soportar los fallos y valorar más estos que los aciertos y logros. Este perfeccionismo en las relaciones con los demás puede llegar a conductas sádicas en las que la exigencia sobre los demás traspasa los límites del respeto y los derechos, produciéndose un abuso de poder.
El sadismo es la antítesis de la empatia y la consideración del otro como sujeto de pleno derecho. Para el sádico, el otro es un objeto para satisfacer sus necesidades, para el sádico perfeccionista, el otro satisface sus necesidades de perfección, lo domina, lo controla, lo manipula y lo dirige para que haga las cosas como él quiere. El narcisista también puede desarrollar conductas sádicas. En cualquier caso, el sádico, necesita del otro, es dependiente del otro, porque sin el otro, no le es posible alcanzar su objetivo. La frustración de sus deseos y objetivos puede hacerle entrar en cólera, hasta el punto de dañar y perjudicar seriamente a las otras personas.
No es necesario tener un trastorno de conducta (disruptiva) o de personalidad (sadismo, narcisismo...) para tener este tipo de conductas. Obviamente, cuanta mayor sea la frecuencia e intensidad de estas conductas, más definido estará mi estilo de personalidad en ese sentido. (Os invito a que leáis algunos estilos de personalidad en esta web).
Tanto la intolerancia a la frustración como la insatisfacción de nuestras necesidades pueden contribuir a la irritabilidad y hostilidad.
Las diferencias existentes entre frustración e insatisfacción merecen nuestra atención en estas reflexiones. La frustración es una respuesta cognitiva y emocional a aquello que se opone a nuestros deseos y objetivos. La insatisfacción es un sentimiento profundo y establecido que se ha generado por no atender debidamente nuestras necesidades, bien por efecto reiterado de la frustración o bien por inhibición.
Es decir, la frustración tiene un carácter más inmediato (idea y emoción) y se origina como respuesta al obstáculo que se opone a nuestros deseos u objetivos; mientras que la insatisfacción tiene un carácter más continuo (evaluación y sentimiento) y se puede generar por la propia represión o inhibición voluntaria de las conductas y decisiones que cubrirían nuestras necesidades.
Por sintetizar, la frustración es respuesta contra el obstáculo; la insatisfacción es un estado de necesidad no atendida. Cierto es que la frustración puede surgir como emoción cuando tomamos conciencia de un estado de necesidad, es decir de insatisfacción, e identificamos algún obstáculo que se nos opone para superarla. La frustración aquí puede originarse ante la evidencia de que no me siento capaz de tomar cierta decisión o de hacer lo que corresonde para satisfacer esa necesidad o para gestionarla de un modo funcional.
Dependiendo de mi personalidad (hábitos adquiridos, cognitivos, emocionales, conductuales) reaccionaré de distinto modo ante la frustración y ante la insatisfacción.
La aceptación, que no la conformidad, es un primer paso para tolerar la frustración o para gestionar de forma sana la insatisfacción.
La autoregulación es un proceso muy sutil y complejo. Para explicarlo voy a utilizar un símil que es la música, los instrumentos y la orquesta.
Las emociones y los impulsos son como las notas de una pieza musical, todas son en sí mismas válidas o buenas y, además, imprescindibles para que suene la melodía, es decir, en términos de autoregulación de las emociones e impulsos, para que la persona se active, experimente y sienta plenamente, a sí mismo y a su entorno.
Sin embargo, en la música, para que no se produzca la disonancia, es necesario que la composición sea armoniosa y, además, que la persona que toca el instrumento afine al tocarlo, aprenda a leer las cadencias, los silencios, las intensidades, etc. Cualquier otra cosa provocará una desagradable sensación auditiva y una respuesta física de rechazo, a los de oído más fino.
Lo mismo sucede con las emociones o los impulsos, es necesario gestionarlos sabiendo “leer” la partitura - es decir, el guión de ese escenario en el que nosotros interpretamos (Goffman)- escogiendo la respuesta más adecuada; regulando y “afinando” su tono y su presencia para lograr que exista un equilibrio entre las demandas de los estímulos (endógenos o exógenos) y nuestra “inversión” emocional y energética. Creando así un escenario interior, emocional y psicológico de bienestar y equilibrio en la persona, tan parecido a la armonía sinfónica.
Esta sería la autoregulación sin interactuar con los demás, pero sabemos que la gran mayoría de las situaciones están localizadas en escenarios compartidos con otras personas. En este caso, la autoregulación es doble. Necesitamos leer nuestra partitura, afinar nuestro instrumento, tocar y…. acoplarnos al resto de la orquesta, de modo que el conjunto de los instrumentos reproduzca la pieza musical del modo más grato posible.
Es decir, conviene que nos tengamos en cuenta y que tengamos en cuenta a los demás, que evaluemos la situación, que escojamos nuestra respuesta cognitiva, emocional y energética más adecuada para interactuar con los otros y que la modulemos constantemente.
Así, nos gustará formar parte de la orquesta, tendremos una sana autoestima por ser capaces de gestionar bien nuestras habilidades musicales , además, tendremos una función útil en nuestro rol dentro de la orquesta y, por último, seremos apreciados… y eso, aunque no imprescindible, nos gusta.
Lo fundamental para identificar una conducta reactiva es la dificultad de la persona para utilizar un proceso interfaz de análisis racional y auto regulación emocional, entre el estímulo (exterior o propio) y la respuesta que elabora al mismo. Aunque la línea entre una tendencia reactiva y una racional no es absoluta porque se trata de un continuo en el que puede haber actitudes intermedias difíciles de clasificar en una u otra categoría, sin embargo, la tendencia a no utilizar procesos racionales de decisión y auto regulación, definen este tipo de conductas de tipo impulsivo, irracional o reactivo.
Una conducta reactiva, por lo tanto, puede ser el resultado de un impulso (más propio de bebés) o de un proceso automatizado de impulsividad, o hábito irracional de respuesta, ante determinadas situaciones. En cualquiera de los dos casos, la respuesta se produce sin mediar el tiempo suficiente para llevar a cabo una evaluación y análisis racional exprofeso, y como consecuencia, el tiempo para auto regular las emociones.
Por ejemplo: un hijo ante la negativa del padre a su petición de dinero para comprarse unas deportivas, no elabora argumentos razonables y de peso, sino que se enfada y sale de la habitación dando un portazo. En este tipo de respuestas no hay proceso racional (eficaz) de decisión intermedio, no hay mediación cognitiva racional ni tampoco la regulación emocional necesaria para elaborar una conducta pausada y paciente. Se quieren las deportivas (objetivo), probablemente se busca la satisfacción del placer que eso representa (satisfacción inmediata) sin que hayan mediado otro tipo de factores de análisis (conveniencia, pertinencia...).
Esta respuesta automática es un hábito adquirido, probablemente desde la infancia. Probablemente no ha aprendido a elaborar los argumentos racionales necesarios para decir que quiere tal o cual cosa, tampoco para evaluar si es conveniente ni para saberlo transmitir y, por último, tampoco para preguntar o escuchar las razones de su padre al negárselo.
Suelen realizar conclusiones muy rápidas y generalmente extremas (de tipo negativo o positivo), que se traducen a su vez en emociones e impulsos reactivos, ya sean negativos o positivos.
Una conducta racional es aquella en la que entre el estímulo y la respuesta media un proceso racional de análisis: evaluación ecuánime y elaboración de una respuesta coherente con las circunstancias, los valores, principios, necesidades y objetivos, de la persona que emite esa respuesta racional. Este tipo de respuestas también se adquieren a través del hábito.
Estamos hablando de hábitos cognitivos (cómo pensamos); hábitos emocionales (qué emociones provocamos y sentimos); hábitos conductuales (qué conductas mostramos). Los hábitos racionales también se pueden transformar en hábitos automatizados. Lo que sucede en este caso, es que esa automatización del proceso racional nos hace infinitamente más eficaces y ‘sabios’ para interactuar con el entorno y lograr nuestro bienestar.
Como vemos, cualquiera de los dos se adquiere durante la infancia y la adolescencia hasta la edad adulta. Se adquiere a través de los procesos de interacción con los distintos agentes sociales (familia, escuela, amigos, medios…) y los procesos internos de desarrollo cognitivo y emocional.
Si durante la infancia-juventud no se adquieren estos procesos racionales de valoración de la situación y elaboración de la respuesta más eficaz, adecuada y coherente, vamos a experimentar dificultades en los distintos escenarios con los que interactuamos. Estas dificultades y las sensaciones que nos van provocando, así como las estrategias que adoptemos, irán conformando nuestros rasgos de personalidad, es decir nuestros hábitos de pensar, sentir y reaccionar.
No obstante, podemos entrenar estos hábitos de adultos. No hay edad para aprender y orientarnos al bienestar. Dicho esto, cuanto más tardemos en abordarlo, probablemente más esfuerzo nos llevará. También es cierto que, a mayor edad, también se madura (más sabiduría) en otros rasgos de personalidad que nos pueden ayudar para compensar las dificultades del enquistamiento debido a los años de malos hábitos. Lo uno por lo otro.
Hay una amplia gama de rasgos de personalidad, cuya formación va a depender de cuales sean las estrategias que el niño/adolescente haya ido construyendo y adoptando para relacionarse y adaptarse al entorno con estos déficits de racionalización y regulación emocional. En algunos casos, veremos que la estrategia de una persona puede ser la opuesta a otra aunque las dos tengan el mismo factor de vulnerabilidad, es decir la misma dificultad adquirida.
Al inicio de este artículo, hemos descrito algunos rasgos de personalidad, nucleares en las conductas disruptivas.
Dificultad para gestionar la incertidumbre, necesidad de señales claras e inequívocas.
Rigidez, exceso de simplificación. Estas actitudes se mantienen para justificar el ‘derecho’ a obtener lo que se desea y también para hacer más fácil, cómoda y rápida la respuesta.
Dificultad para aceptar los límites que nos pone el entorno. No se aceptan ni se evalúan de forma ecuánime y objetiva el derecho y necesidades de los demás si interfieren en nuestros deseos.
Inconsistencia, conflictos, falta de criterios sólidos, como resultado de las respuestas no racionales y la necesidad de satisfacer los impulsos o deseos.
Inestabilidad emocional. Aleatoriedad de conductas y emociones.
Falsa autoestima. Desmotivación, apatía, desgana
Fantasías de grandiosidad y poder
Como decíamos, las estrategias desarrolladas pueden ser variadas. Dependiendo de la combinación, tendremos perfiles o estilos de personalidad diferenciados (Personalidad dependiente, narcisista, histriónica, antisocial, límite, evitativa, obsesiva...).
Desde mi punto de vista, y tratando de no hacer uso de etiquetas gnoseológicas, hablaré de conductas sin tratar de clasificarlas en categorías diagnósticas utilizadas por los manuales de psiquiatría. El planteamiento que realizo lo encuentro más útil para que las personas nos podamos identificar de forma libre con unas u otras conductas o actitudes, sin que la rigidez de los perfiles establecidos nos limiten, coarten o dirijan excesivamente.
Culpabilizan al entorno. Generalmente tienen dificultades para aceptar que gran parte del problema está en su falta de racionalidad a la hora de elaborar sus estrategias y conductas. La dificultad suele residir en que no comprenden la relación entre la causa (falta de racionalidad) y el efecto (impulsos, enfados, conflictos, desilusiones, frustraciones...). De modo que al final hacen 'culpables' a los demás de su propio malestar y frustración. De ahí que no les resulte difícil encontrar razones de peso para 'castigar' a quienes les han contrariado o puesto límites.
Conducta antisocial. Esa culpabilización hacia el entorno les puede provocar rencor, deseos de venganza y justificación para no sentirse comprometidos a cumplir y respetar las normas sociales o los derechos de los demás. Pueden ser deshonestos en beneficio propio.
Dependencia. Les resulta difícil asumir la responsabilidad y temen el dolor y malestar que les puede provocar. Sienten enorme desasosiego ante la posibilidad de reconocer el origen de su problema, de modo que tienden a depender de de alguien para sentirse a salvo de sus problemas. Pueden temer el abandono o el rechazo ya que tendrían que asumir toda la responsabilidad de su bienestar.
Dramatismo. La necesidad de emociones intensas o de llamar la atención y hacer valer su malestar por encima de cualquier situación le puede llevar a exagerar sus sentimientos y desvirtuar la realidad de sus relaciones o circunstancias.
Atención. Pueden tener conductas provocativas, exageradas, estridentes, peculiares o llamativas tratando de encontrar la atención y reconocimiento constantes de su entorno.
Narcisismo. Su falta de racionalidad para evaluar y aceptar la realidad, así como las contrariedades, la negociación, las necesidades de los otros, los fracasos y decepciones; unido a una necesidad de vivencias intensas y de placer y satisfacción inmediatas, les pueden llevar a la búsqueda de admiración, a una necesidad de sentirse especiales, superiores y a fantasear con el éxito y el poder. Temen la mediocridad, la vulgaridad y la 'normalidad'. Puede tener fuertes déficits de empatia y tener conductas para manipular a los demás.
Integración. Dificultad para integrarse satisfactoriamente en entornos sociales o laborales donde sea necesario el trabajo en colaboración o interacción con equipos u otras personas.
Conflictos. Constantes enfados, discusiones , ‘rabietas’ o desilusiones producidas por la frustración de obtener lo que tanto se desea o no obtenerlo ya. Discusiones con la pareja, con amigos o colaboradores. Rencores hacia las personas que ponen límites, cuestionándolas por motivos no contrastados, e incluso realizando contra ellas descalificaciones globales sin ecuanimidad.
Frustración y desánimo. Como consecuencia de los errores y de la falta de un marco propio de evaluación y decisión racional, la persona siente desorientación, confusión, frustración y desánimo. No comprende bien el sistema cultural-social en el que se mueve ni las reglas racionales que lo regulan, organizan y ordenan. No tiene un discurso lógico que le lleve a ver las relaciones entre causa y efecto y sin embargo se mueve en un mundo mágico de correlaciones que interpreta como relaciones de causa-consecuencia. Esto le lleva a no aprender de los errores.
Implicaciones afectivas. Su frustración y desánimo están ligados a sus afectos, siendo muy difícil para estas personas, separar la estima por los demás de las situaciones y conductas que les han producido enfado o contrariedad. Por esta razón, tienden a descalificar a quienes les ponen límites o no les dan lo que piden. Se pueden obstinar y obsesionar. Pueden desarrollar cierta dureza, frialdad e insensibilidad hacia los otros.
Abandono de proyectos. Su frustración, las contrariedades y dificultades que surgen, así como su falta de confianza en sus capacidades o habilidades y recursos, les puede llevar a abandonar proyectos y objetivos que pueden producirles gran satisfacción.
Ciclotimias. Cambios emocionales constantes con subidas y bajadas, pasando de la euforia y la ilusión a la decepción y apatía. Pueden pasar de la ilusión al desánimo con mucha facilidad. Un enfado, una discusión, una decepción a sus deseos les puede provocar un ánimo muy decaído y sentir que se les viene abajo gran parte de su ilusión por las cosas o las relaciones. Suelen cambiar de emociones positivas a emociones negativas con relativa facilidad.
Adicciones. Comida, drogas, alcohol, tabaco, sustancias, juego, sexo, porno, prostitución, tv...
Evitación social. Como consecuencia de los conflictos y de sus dificultades para afrontarlos, se sienten inadecuados e incomodos en contextos funcionales, donde pueden ser hipersensibles a la evaluación negativa. En estos casos, pueden optar por evitar las relaciones sociales familiares, laborales, institucionales..., limitándose a los entornos afines donde se sienten en 'igualdad' de condiciones.
Obsesiones. Se pueden preocupar por muchas cosas. Los déficits en los procesos de racionalización les llevan a desarrollar sistemas de alarmas y alertas innecesarios y poco eficaces. El temor a que pase algo y la dificultad para evaluarlo de forma racional, sumados a una necesidad de seguridad y control, les lleva a desarrollar la meticulosidad, el detalle, los procesos de securización. etc. Se preocupan por los detalles y pueden desarrollar actitudes perfeccionistas que interfieren con su bienestar.
Entender la causa del malestar, comprender bien los déficit de racionalización en la elaboración de decisiones y conductas. Comprender la relación que estos tienen con las consecuencias personales y en el entorno.
Identificar nuestras conductas erróneas, relacionarlas con procesos irracionales concretos.
Ponerse objetivos de aprendizaje y entrenamiento del pensamiento racional, concretos, accesibles, fáciles y eficaces con tareas diarias, constantes y a largo plazo.
Desarrollar confianza en la capacidad para aprender nuevos hábitos emocionales, cognitivos y conductuales.
Desarrollar confianza en las habilidades y recursos propios actuales para afrontar el cambio.
Aprender a gestionar el desasosiego y el malestar que provoca el conflicto, la frustración, el miedo o el desánimo.
Realizar diariamente escritos donde conste el proceso racional utilizado en cada uno de los objetivos trabajados.
Realizar una evaluación diaria, al final del día o al principio del día siguiente, donde conste el grado de eficacia del procedimiento utilizado y los posibles errores o dificultades encontrados. Identificar con claridad dónde se cree que está el error de racionalización (evaluación de la situación o de los recursos, objetivo erróneo, decisión no coherente…)
Realizar un reconocimiento diario del esfuerzo utilizado, el tiempo dedicado, los recursos y la actitud proactiva.
Eliminar de forma radical la culpabilización del entorno. Entrenar dinámicas en las que en vez de señalar al otro, nos señalamos a nosotros mismos y logramos identificar alguna conducta que podemos mejorar para sentirnos bien en esa situación. Entrenar para hacernos independientes y autónomos de los demás.
Para entender el modelo e iniciar el entrenamiento en hábitos racionales podemos recurrir a libros de autoayuda que podemos buscar en internet o, preferiblemente que estén recomendados por profesionales expertos en la materia. Este tipo de libros, por lo general suelen contener en el título la referencia a conductas disruptivas o impulsivas (el pensamiento racional, guía para una vida racional, entrenar la auto regulación y las conductas eficaces, como aceptar los límites, aprender a aceptar un no, aprender a convivir con las dificultades, aprender a gestionar la contrariedad, etc.). También podemos recurrir a la consulta de psicología donde nos guiarán y acompañaran con eficacia durante el proceso de cambio.
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