Conductas Funcionales
La mayoría o una buena parte de nuestras conductas, actitudes, pensamientos y emociones son funcionales y sanos.
Sin embargo, cuando tenemos una dificultad, una crísis o un problema, probablemente nos centramos en nuestros rasgos disfuncionales y, además, tendemos a ver sólo lo que no funciona y ese aspecto de nuestra vida parece inundar el resto de aspectos y experiencias saludables y beneficiosas.
Para realizar los cambios necesarios y corregir las disfunciones, es necesario utilizar todas las habilidades que son funcionales. Por ejemplo, pongamos que mi problema o disfunción es que tiendo a ser muy negativa/o y lo veo todo medio vacio. Para corregir esa tendencia que me entristece y me quita energía innecesariamente, voy a necesitar otras habilidades como: el razonamiento racional; la disciplina; la objetividad; la motivación; el compromiso, etc.
El trabajo en consulta nos facilitará la toma de conciencia de lo disfuncional y de todo lo funcional para que tengamos una visión mucho más objetiva, realista, ecuanime y saludable de nuestra vida y nuestras habilidades.
Esta actitud nos dará energía, buen ánimo y motivación, además, nos servirá de apoyo para empezar a trabajar nuestros aspectos disfuncionales dentro y fuera de la consulta, en nuestra vida cotidiana.
Una emoción, un pensamiento o una conducta son funcionales cuando son útiles para lograr nuestros objetivos y al mismo tiempo nos permiten integrarnos en nuestro entorno social, facilitándonos el rendimiento, la adaptación y el bienestar.
Por ejemplo: Si quiero sentirme tranquila ante situaciones sociales, conviene que confíe en mis habilidades para participar de la reunión y en mis recursos para ser educada cordial y tratar correctamente a los demás. Conviene que tenga unas expectativas realistas de quién soy y qué puedo esperar de ese tipo de reuniones.
Una conducta, un pensamiento o una emoción son disfuncionales cuando no se ajustan a la realidad y son poco eficaces para lograr los objetivos de bienestar que nos hemos marcado. Si convertimos estas disfunciones en hábitos estamos creando un rasgo/s de personalidad que nos puede conducir a tener conflictos con nuestro entorno o a sentirnos infelices.
Por ejemplo: Si quiero llegar a tiempo a coger el tren de las 10.00, sé que me conviene poner el despertador a las 8.00 para ducharme, desayunar y lavarme los dientes. Si me entretengo en alguna tarea o actividad que no había programado y para la que no hay tiempo, como mirar los correos, es muy probable que llegue tarde. Esa conducta es disfuncional, aunque no por ello es un trastorno.
Por otra parte, si mantenemos ese comportamiento a pesar de lo ineficaz que resulta y lo hacemos crónico podemos favorecer la aparición de un trastorno.
Por ejemplo: Si creo que para pasarmelo bien debo ser la más divertida de las reuniones pero no soy una persona "divertida", me sentiré frustrada cada vez que tenga una reunión social. Si ese sentimiento lo refuerzo en todos los encuentros, es posible que acabe padeciendo malestar al anticipar las reuniones. Si como consecuencia de esa anticipación acabo evitandoo todas las reuniones durante mucho tiempo y me encierro en mi casa, estaré provocando un trastorno.
La funcionalidad se aprende, no es un rasgo genético heredado. Es decir, no nacemos con la funcionalidad definida, la aprendemos en nuestro entorno y experiencia cotidiana desde que somos bebes.
Cualquier aspecto de nuestra personalidad (pensamiento, emoción, conducta, actitud, rasgo) puede ser funcional en una situación y disfuncional en otras situaciones.
Lo que no hemos aprendido de pequeños podemos aprenderlo de adultos. Las habilidades de aprendizaje no se pierden con la edad, cambian. En la edad adulta tenemos otros recursos que nos resultan muy útiles para aprender.
Con el entrenamiento de la Psicología Positiva aprendemos a utilizar de forma funcional la mayoría de los rasgos, potenciando nuestros propios recursos.
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©Lola Salinas 2022
La mayoría o una buena parte de nuestras conductas, actitudes, pensamientos y emociones son funcionales y sanos.
Sin embargo, cuando tenemos una dificultad, una crísis o un problema, probablemente nos centramos en nuestros rasgos disfuncionales y, además, tendemos a ver sólo lo que no funciona y ese aspecto de nuestra vida parece inundar el resto de aspectos y experiencias saludables y beneficiosas.
Para realizar los cambios necesarios y corregir las disfunciones, es necesario utilizar todas las habilidades que son funcionales. Por ejemplo, pongamos que mi problema o disfunción es que tiendo a ser muy negativa/o y lo veo todo medio vacio. Para corregir esa tendencia que me entristece y me quita energía innecesariamente, voy a necesitar otras habilidades como: el razonamiento racional; la disciplina; la objetividad; la motivación; el compromiso, etc.
En consulta y fuera de consulta
El trabajo en consulta nos facilitará la toma de conciencia de lo disfuncional y de todo lo funcional para que tengamos una visión mucho más objetiva, realista, ecuanime y saludable de nuestra vida y nuestras habilidades.
Esta actitud nos dará energía, buen ánimo y motivación, además, nos servirá de apoyo para empezar a trabajar nuestros aspectos disfuncionales dentro y fuera de la consulta, en nuestra vida cotidiana.
Una emoción, un pensamiento o una conducta son funcionales cuando son útiles para lograr nuestros objetivos y al mismo tiempo nos permiten integrarnos en nuestro entorno social, facilitándonos el rendimiento, la adaptación y el bienestar.
Por ejemplo: Si quiero sentirme tranquila ante situaciones sociales, conviene que confíe en mis habilidades para participar de la reunión y en mis recursos para ser educada cordial y tratar correctamente a los demás. Conviene que tenga unas expectativas realistas de quién soy y qué puedo esperar de ese tipo de reuniones.
Una conducta, un pensamiento o una emoción son disfuncionales cuando no se ajustan a la realidad y son poco eficaces para lograr los objetivos de bienestar que nos hemos marcado. Si convertimos estas disfunciones en hábitos estamos creando un rasgo/s de personalidad que nos puede conducir a tener conflictos con nuestro entorno o a sentirnos infelices.
Por ejemplo: Si quiero llegar a tiempo a coger el tren de las 10.00, sé que me conviene poner el despertador a las 8.00 para ducharme, desayunar y lavarme los dientes. Si me entretengo en alguna tarea o actividad que no había programado y para la que no hay tiempo, como mirar los correos, es muy probable que llegue tarde. Esa conducta es disfuncional, aunque no por ello es un trastorno.
Por otra parte, si mantenemos ese comportamiento a pesar de lo ineficaz que resulta y lo hacemos crónico podemos favorecer la aparición de un trastorno.
Por ejemplo: Si creo que para pasarmelo bien debo ser la más divertida de las reuniones pero no soy una persona "divertida", me sentiré frustrada cada vez que tenga una reunión social. Si ese sentimiento lo refuerzo en todos los encuentros, es posible que acabe padeciendo malestar al anticipar las reuniones. Si como consecuencia de esa anticipación acabo evitandoo todas las reuniones durante mucho tiempo y me encierro en mi casa, estaré provocando un trastorno.
Entrenamiento funcional
La funcionalidad se aprende, no es un rasgo genético heredado. Es decir, no nacemos con la funcionalidad definida, la aprendemos en nuestro entorno y experiencia cotidiana desde que somos bebes.
Cualquier aspecto de nuestra personalidad (pensamiento, emoción, conducta, actitud, rasgo) puede ser funcional en una situación y disfuncional en otras situaciones.
Lo que no hemos aprendido de pequeños podemos aprenderlo de adultos. Las habilidades de aprendizaje no se pierden con la edad, cambian. En la edad adulta tenemos otros recursos que nos resultan muy útiles para aprender.
Con el entrenamiento de la Psicología Positiva aprendemos a utilizar de forma funcional la mayoría de los rasgos, potenciando nuestros propios recursos.
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©Lola Salinas 2022