¿Qué espero?

Dar o Recibir

Imaginemos la siguiente conversación entre los dos miembros de una pareja (en este caso hetero, por simplificar el diálogo):

  1. Ella: ¿Por qué no me respondes a los mimos que te hago?
  2. Él: ¿Por qué me haces mimos?
  3. Ella: Hombre… porque me apetece darte cariño y que te sientas querido
  4. Él: Bien, entonces ya has hecho lo que querías. ¿Quieres algo más?
  5. Ella: Si, que tú me respondas.
  6. Él: Ah… ¿entonces tú me haces mimos para que yo te haga mimos?
  7. Ella: No exactamente. A mí me apetecía hacerte mimos pero además me apetece que tú me hagas mimos.
  8. Él: Ah… ¿entonces, en cualquiera de los dos casos has hecho lo que a ti te apetecía?
  9. Ella: Si, claro, me apetece pero lo hago para que tú te sientas bien
  10. Él: Ah… ¿Me has preguntado cómo me siento yo bien?
  11. Ella: Pues no, chico, qué complicado eres… Supongo que te sientes bien como todo el mundo, cuando le hacen mimos.
  12. Él: Creo que confundes lo que a ti te apetece y necesitas con lo que yo necesito y me apetece. No siempre me apetece que me hagan mimos. Hay veces que me apetece muchísimo y no me los hacen… ¿Me conoces lo suficiente como para saber cuando sucede todo eso?
  13. Ella: Pues supongo que sí, después de 15 años juntos…
  14. Él: Entonces ¿por qué no me has observado lo suficiente para darte cuenta de que en estos momentos yo no necesitaba mimos y lo que quería era una escucha atenta al problema que te estaba planteando?
  15. Ella: Pues, no sé, quizás he dado por hecho que preferías un mimo.
  16. Él: ¿Y no será que proyectabas sobre mí lo que tú hubieras deseado en esos momentos?

En realidad cuando ‘damos’ cariño ¿cuál es nuestra intención, darlo o recibirlo? Si yo me acerco a mi pareja mimosa/o, qué objetivo persigo:

  • ¿Qué se sienta bien porque he detectado que necesitaba de mis mimos?
  •  ¿Sentirme yo bien porque necesito o me apetece proximidad?

Creo que en las relaciones afectivas y en las relaciones amorosas es importante saber qué es lo que realmente motiva nuestras acciones. Las consecuencias de desconocerlo son, por ejemplo, que creemos que estamos ‘dando’ y que no recibimos a cambio, cuando en realidad estamos siempre tratando de recibir, aunque no nos demos cuenta de ello.

Esta actitud ‘ciega’ suele  provocar en la otra persona irritación, incomodidad o rechazo. Puede que no sea consciente de lo que está pasando, puede que no lo haya racionalizado pero a nivel intuitivo y sensitivo lo vive como una especie de ‘uso’ indebido de su intimidad.

Esta misma actitud se da en las relaciones sexuales. ¿Cuántas veces nos acercamos a nuestra pareja con ánimo de tener RRSS para satisfacer nuestro propio deseo pero no estamos considerando lo que desea la otra persona ni cómo lo desea?

Un tema para reflexionar

Saludos

Mi diálogo neu-erótico

Hoy me he vuelto a descubrir en un diálogo interior mientras estaba en la intimidad con mi pareja. Cuando me doy cuenta, me paro a escuchar el runrún de mi mente y empiezo a recordar las últimas frases que me estaban bombardeando casi al ritmo del pulso:

  • «Nunca lograré alcanzar el orgasmo, por más que se empeñe»
  • «¿Qué corte, ahora cómo digo que quiero utilizar preservativo?»

Me esfuerzo un poco más y me doy cuenta de que llevo un rato con este tipo de pensamientos mientras se supone que estoy compartiendo (¿?) juegos eróticos con mi pareja. Tiro del hilo y he aquí lo que sale…

  • «Tengo que meter la tripa para disimular mis kilos de más»
  • «No puedo poner esa postura porque con mi torpeza seguro que parezco un pato mareado”
  • «Qué vergüenza, no tengo ni idea de cómo empezar pero tengo que disimularlo si no va a pensar que no tengo experiencia»
  • «Siempre empieza del mismo modo, debería saber que no me gusta nada y tendría que prestar más atención…»
  •  Qué horror, tiene ganas de jugar y yo sin ducharme, ¿No puedo parar ahora para asearme un poco voy a cortar todo el rollo?»

Cada día voy tomando mayor conciencia de estos diálogos que mantengo en silencio y también me doy cuenta de cómo me afectan. Parece mentira que en una situación erótica mi mente esté produciendo discursos neu(e)róticos, como yo les llamo.

Hoy, no sólo es que me hayan distraído como en otras ocasiones, hoy han supuesto que me sienta con inseguridad, sin ganas, sin deseo, que pierda la ilusión por el juego y que me dé vergüenza compartir la intimidad y el erotismo con mi pareja.

Me doy cuenta de que en este diálogo interior estoy negándome la posibilidad de disfrutar y ser yo mismo/a:

  • me maltrato (“Tengo que disimular”…, “con mi torpeza”…) y maltrato mi autoestima 
  • dramatizo (“qué horror”) y desestabilizo mi bienestar 
  • veo la vida como una obligación (“tengo que”, “no puedo” … ) y no me implico verdaderamente
  • creo que mi placer depende de la otra persona (“debería saber”, “tendría que” …) y pienso/siento que no tengo el timón de mi bienestar
  • veo la vida en blanco y negro (“siempre”, “nunca”) y me siento frustrado/a
  • Etc.

He aprendido que soy responsable de mis diálogos, de cómo me afectan y de sus consecuencias en mi vida diaria, en mi estado de ánimo y en mis relaciones.

He aprendido que conviene que los escuche y trate de pararlos, tomando las riendas de mis pensamientos, emociones-sentimientos y conductas

¿Y si vamos un paso más allá y tratamos de cuestionarnos ese tipo de ideas negativas o bloqueantes?

El próximo artículo “Cómo vaciar la papelera” lo dedicaré a este tema.

A grandes problemas…

Sumar o restar a la solución

Una crisis de grandes dimensiones necesita que cada uno de nosotros contribuya con lo mejor que tiene. Requiere de un gran esfuerzo para mantener la sensatez, la ecuanimidad y los objetivos de unidad y responsabilidad, dejando los egos, las ideologías y los desahogos personales en un segundo plano.

Durante una crisis las personas podemos aportar fuerza, serenidad, confianza, análisis, soluciones, apoyo y esperanza, o podemos socavar las fuerzas de los demás o incluso contribuir a la desinformación y al miedo irracional -poco eficaz e irresponsable- y a la ansiedad o pánico.

Además de seguir escrupulosamente las medidas que recomiendan expertos y responsables, es necesario arrimar el hombro para mantener el estado de ánimo de todo el mundo.

Nuestra contribución puede ser evitar (escribir, apoyar o difundir) aquellos mensajes que tienen el efecto de minar el ánimo, socavar las fuerzas y destruir la racionalidad, la serenidad y la confianza.

Algunos mensajes son infundados e incluso maliciosos. Evitemos su difusión, combatamos sus efectos, contrarrestemos su contaminación. Otros son innecesaria e ineficazmente alarmistas. Hagamos oídos sordos, no los apoyemos, no les bailemos el agua, no nos hagamos eco, frenemos su difusión y su efecto. Otros mensajes son una crítica sesgada y a veces constante de la actuación de los responsables.

Consideremos por un momento cómo de positiva y solidaria es la conducta de la persona que hace la crítica y valoremos si esa actitud crítica es una contribución a la solución o es una actitud que perjudica y menoscaba la fuerza y la confianza. Consideremos si nos merece confianza y autoridad la opinión vertida por alguien que está demostrando poca consideración y ecuanimidad al evaluar el trabajo de los demás.

Antes de apoyar o difundir mensajes de este tipo, pensemos en qué beneficio tendría su difusión para las personas que los van a recibir; valoremos cuál es por nuestra parte el objetivo de apoyar o difundir ese tipo de mensajes; evaluemos cómo podemos contribuir en positivo al objetivo que todos tenemos de superar esta crisis cuanto antes.

Hoy, si cabe, más que nunca, conviene que nos paremos a analizar qué es lo que realmente estamos expresando y por qué lo hacemos de ese modo. Quizás, una explicación a la expresión de tanta crítica destructiva es la dificultad para gestionar de forma eficaz nuestra ansiedad y angustia y esa angustia la proyectamos contra aquel que no se puede defender de nuestras acusaciones.

Creemos que nuestras emociones son racionales y están justificadas, y no nos damos cuenta de que mientras criticamos a otros tal vez estamos descuidando nuestra mayor responsabilidad, que es mirar dentro de nosotros, aplicar la actitud crítica hacia nosotros mismos y buscar soluciones a nuestra propia conducta ‘destructiva’ o ‘desmoralizadora’, que podría ser mucho más eficaz, sana, positiva y estimulante para nuestro entorno. Todo ello desde la bondad.

Por otra parte, no cabe duda que estas actitudes tampoco serían nunca unos rasgos adecuados para liderar equipos destinados a gestionar una crisis de este calado. La transmisión de tanto pesimismo, tanta crítica, tan pocas soluciones realmente viables, imposibles o inútiles, no son de ayuda en situaciones así, y solo servirían para desmoralizar a nuestros equipos.

No quiero extenderme en este post. Solo quiero transmitir lo que desde mi humilde punto de vista podemos hacer cada uno.

1) Guardar las máximas medidas de prevención, sin excusas. Eso reducirá al máximo el número de contagios en las personas más vulnerables, así como su ingreso en UCIs y hospitales, y la saturación de los mismos. La mayor responsabilidad recae en cada uno de nosotros.

2) Desde la serenidad y ecuanimidad, valorar el enorme esfuerzo que se está realizando por parte de los profesionales sanitarios que están en primera línea, dedicar toda nuestra energía a darles ánimos, ayuda y soporte.

3) Desde la ecuanimidad y objetividad valorar y respetar el esfuerzo que se realiza por parte de los responsables. Contribuir con sugerencias y apoyo efectivo desde una posición positiva, proactiva, optimista, de confianza y de colaboración y solidaridad. Podemos ser constructivos en nuestro análisis y realizar una crítica racional, fundamentada (datos, información) y aportar soluciones o sugerencias sin dramatismos, alarmismos y sesgos que solo contribuyen al malestar.

Resumiendo, mantener la serenidad, ecuanimidad, amplitud de miras, creatividad, generosidad y resiliencia. Canalicemos adecuadamente toda nuestra energía y nuestras emociones. Comprender que en estos momentos los errores también son nuestros y nos gustaría que nos ayudaran a superarlos.

Estar confinados es nuestra responsabilidad, pero esta tendrá mucho éxito y mérito si lo acompañamos con nuestra contribución al bienestar de los que nos rodean.

Solo añadir que dentro de la gravedad y deficiencias que existen -y que en gran parte podemos evitar cada uno de nosotros, por favor, seamos conscientes de los privilegios de nuestra sociedad, frente a lo que se les viene encima a millones de personas en India, África y Sudamérica.

Muchos ánimos.

Un abrazo fuerte

Problema y Oportunidad

Una enfermedad

Lo que hace la enfermedad

Una enfermedad altera nuestra homeostasis, y nos provoca dolores, malestar, desajustes, fiebre, tos, dificultades respiratorias, dolor de garganta y otros síntomas o complicaciones mayores, incluso irremediables.

La enfermedad no toma nuestras decisiones ni es responsable de nuestras conductas ni de los problemas económicos o laborales. Estas conductas son el resultado de nuestra personalidad, nuestra forma de razonar, nuestra cultura y nuestra sociedad (valores, normas, costumbres, instituciones, etc.).

La enfermedad solo tiene capacidad para provocar problemas directos en la salud. De las enfermedades, su investigación, tratamiento y cura, se ocupan las autoridades y profesionales de la ciencia (epidemiología, virología, medicina asistencial…, entre los que se encuentran excelentes profesionales).

Lo que hacemos nosotros

Provocamos, sin embargo, efectos indirectos, pero de peores consecuencias que las de un virus, una bacteria, un accidente cardiovascular, etc., como el colapso de los hospitales; la falta de equipos médicos o asistenciales; las dudas en tomar medidas por sus repercusiones; las aglomeraciones en supermercados haciendo acopio innecesario de víveres y otros objetos; la asistencia a eventos multitudinarios a pesar de que tenemos tos o malestar; etc. Todos estos efectos no los provoca un virus o una enfermedad, sino la conducta individual y la conducta social.

Cuando suceden catástrofes naturales, epidemias, accidentes o enfermedades, cada persona, tenemos una gran oportunidad para poner en práctica lo mejor de cada uno y avanzar un paso más hacia una sociedad más equilibrada, sosegada, racional, segura y justa.

Cada uno de nosotros (somos miles de millones de personas) puede contribuir con su propia actitud, decisiones y conductas, tanto para bien como para mal. En las peores situaciones podemos elegir quienes somos y cómo queremos ser, podemos decidir nuestras conductas y las consecuencias que deseamos. El proceso de decisión de cada persona puede entrenarse hacia un modelo racional, sereno, eficaz, resiliente y que produzca bienestar individual y colectivo. La mayoría de nuestras decisiones individuales acertadas o erróneas no pueden justificarse responsabilizando a las autoridades.

Conviene saber que, ante cualquier acontecimiento o suceso que acaece en nuestro entorno (virus, crisis, desempleo, injusticia, terremoto…), potencialmente perjudicial, seguimos un proceso de evaluación que determinará nuestra forma de afrontar el suceso y las decisiones y conductas que adoptemos:

  1. Evaluamos la situación: Podemos evaluarla como una amenaza que pone en peligro nuestra integridad, sin que podamos hacer nada para evitarla; o la podemos ver como un reto que conviene superar y en el que podemos influir de algún modo.
  2. Evaluamos nuestros recursos: Valoramos si disponemos de recursos propios o disponibles para afrontarla. Podemos identificar cuáles son nuestras habilidades y recursos (propios o ajenos) y cómo podemos utilizarlos, o podemos creer que todo lo que tenemos es inútil.
  3. Evaluamos los cambios: Dotamos de significado a los cambios que se producen en nuestra vida como efecto del acontecimiento. Los podemos ver como insufribles o como parte de la vida normal. Los podemos ver como inevitables o como oportunidades para influir sobre ellos.

La confianza se entrena

Si en mi experiencia vital estoy acostumbrado/a a planificar, actuar y resolver, con plena conciencia de que mis decisiones y conductas influyen en mi entorno y en mis propios logros, probablemente veré los problemas como un reto, evaluaré los recursos como una ayuda valiosa y, además, veré los cambios como parte de la vida. Por ello, es probable que mi actitud y razonamientos sean más serenos y adopte decisiones y conductas más sanas, eficaces y equilibradas para la situación concreta.

Si, por el contrario, mi experiencia es de sensación de indefensión y falta de confianza en la posibilidad de influir con mis acciones, entonces es más probable que sienta que la situación amenaza de forma global mi bienestar; evalúe que no tengo recursos suficientes y, además, considere insufrible cualquier cambio en mi vida, lo más probable es que mis opciones pasen por la ansiedad, la tristeza, la desesperanza, la frustración, la ira, peores actitudes y malas decisiones y conductas.

Una situación como la que se está desarrollando alrededor del Covid-19 es un problema y una oportunidad. Oportunidad para tomar conciencia de nuestros procesos de evaluación, así como para modificar aquellos aspectos que no contribuyen a nuestras mejores conductas, ayudándonos a superar la situación. Nos podemos dar la oportunidad de pensar: ¿En qué puedo mejorar mi forma de pensar y evaluar? ¿Cómo puedo influir para mejorar esta circunstancia? ¿Cómo puedo mejorar aquí y ahora mi entorno más cercano? ¿Qué está en mi mano hacer o no hacer en este momento? Se trata de cuestionar y erradicar pensamientos como: ‘No puedo hacer nada’, ‘Por mucho que yo haga, no lograré cambiar la situación’, ‘Da igual lo que yo haga porque otros no lo hacen’, ‘Es terrible que esto ocurra’, etc.

Fortalecer habilidades

Nuestra personalidad y capacidad de resiliencia se verán fortalecidas si elegimos las opciones adecuadas, en cada momento. Solo extraordinariamente se trata de opciones difíciles y complejas, por regla general son opciones muy simples (me lavo las manos, saludo con los pies, limpio bien lo que han tocado otros y he tocado yo, evito las reuniones de varias personas innecesarias, etc.). No obstante, si se diera el caso de una situación difícil y compleja, conviene descomponer el problema en partes y ordenar las prioridades, por ejemplo, la decisión de suspender una manifestación o las Fallas de Valencia. Hemos de procurar que no sea el miedo el que dirija nuestras acciones, sino la racionalidad, la funcionalidad y el mayor beneficio o menor daño a corto, medio y largo plazo.

Ante situaciones críticas, como la que vivimos, conviene hacerse un pequeño plan de actuación personal. Esto puede parecer excesivamente artificial o complejo, pero, en realidad, nos puede simplificar mucho la vida cotidiana. Nos puede ayudar a tener una gran parte de las cosas organizadas y a tener los criterios a mano para evaluar las situaciones sin tener que dedicar mucho tiempo diario a construir criterios continuamente o a dar vueltas a las cosas hasta agotarnos (pensamiento circular y obsesivo).

Podemos comenzar por escoger y escribir aquellos criterios que nos resulten útiles. Suelen tener un carácter general y están destinados a resolver la mayoría de las situaciones cotidianas.

Pongo algunos ejemplos para orientarnos:

  1. Responsabilidad. Cada decisión que tome habrá de ser coherente con mi sistema de valores, con las necesidades (individuales y colectivas), con las leyes y con las recomendaciones de las autoridades (sanitarias y gubernamentales). Por ejemplo, aunque no me prohíban asistir a un mitin, eso no significa que esté obligado a hacerlo, no significa que sea conveniente hacerlo y no significa que deba hacerlo si, además, tengo algún síntoma respiratorio. Será mi ética y mi responsabilidad la que me lleve a decidir si es mucho más prudente y cívico quedarme en casa.
  2. Protección. La protección de las personas, empezando por mí y continuando por el resto, pero dando prioridad a las personas más vulnerables, será mi prioridad. Por lo tanto, toda acción que tome estará dirigida a este objetivo. Ejemplos:
    1. Pensar que soy inmune a todo, es una actitud poco realista e imprudente, provoca riesgos innecesarios para mi y para los demás. Todos estamos expuestos, por lo tanto, conviene tomar medidas de protección.
    2. Si me dan la mano, aunque tema parecer descortés, adoptaré una actitud constante de protección combinándola con una conducta de respeto, consideración, cortesía, amabilidad y asertividad. Por ejemplo, puedo sonreir, pero pongo las manos juntas en actitud de gratitud e indico que prefiero utilizar ese tipo de saludo.
    3. Si voy al supermercado, me lavo las manos antes de salir de casa. Durante todo el tiempo que esté fuera no me toco la cara ni la ropa. Cuando llego a casa, me lavo las manos. Puedo utilizar guantes desechables de un uso.
    4. Ni que decir, si estornudo o toso me tapo con el codo, utilizo un pañuelo desechable y lo tiro.
  3. Información. Elegiré las fuentes de información rigurosa, por ejemplo, la web de la OMS o la del Ministerio de Sanidad, Economía o el Consejo de Europa, Banco Central, la intervención de profesionales de la salud, más que los informativos que solo me aporten datos numéricos o información alarmista e incompleta. No buscaré la morbosidad de las cifras y del catastrofismo, ni tampoco huiré de las noticias o esconderé la cabeza debajo del ala. Conviene estar bien informado para ejercer la responsabilidad con libertad y respeto.
  4. Solidaridad. No adoptaré conductas egoístas. Pensaré si esa conducta puede tener repercusiones negativas para otras personas y en qué medida puedo evitarla o puedo combinarla con otras medidas o acciones complementarias menos radicales o perjudiciales. Por ejemplo, si tengo que permanecer en casa en cuarentena porque he dado positivo o tengo sospechas de que puedo estar contagiado, pero no me han hecho pruebas aún, es razonable que solicite entrega a domicilio de los víveres. No parece muy sensato que vaya constantemente al supermercado. Tampoco parece sensato que compre víveres para un mes si no suelo hacerlo y si, además, con ello, genero aglomeraciones en los supermercados que pueden provocar un mayor contagio.
  5. Rigor y Veracidad. No transmitiré noticias sobre el virus, su prevención, curación o tratamiento, que no sean oficiales, aunque piense que son muy ‘interesantes’.
  6. Amabilidad, ecuanimidad y Bondad. No utilizaré el virus como excusa para ejercer la hostilidad contra alguien o algo o satisfacer mis deseos de crítica contra el gobierno u otras autoridades. La mezquindad que encierra ese tipo de conductas es preferible no ejercerla nunca, pero mucho menos en situaciones como esta. Las conductas mezquinas, solo ponen de manifiesto la actitud de la persona que las practica. La crítica es mezquina cuando es innecesaria, inoportuna e injusta, a sabiendas de que lo que pretendemos es manipular la opinión de alguien, sacando ventaja de la vulnerabilidad de ciertas personas, del rencor y los deseos de venganza de otras, o de la incapacidad para aceptar los resultados de las urnas de otras. La talla moral y humana de las personas se refleja siempre, pero más aún si cabe en estas situaciones.
  7. Visión amplia. El cortoplacismo puede conducirnos a una situación posterior más problemática. Conviene actuar siguiendo los criterios de prioridad que hayamos establecido. No conviene cambiarlos continuamente para adaptarlos a las coyunturas y deseos más inmediatos. La disciplina y el tesón son de gran ayuda en estas circunstancias.
  8. Disfrute. Tengo muchas cosas por las que estar satisfecho y disfrutar y con las que entretenerme: Lectura, juegos, hablar por teléfono con mi familia y amigos, costura, manualidades, bricolaje, escribir, redes sociales, películas, estudio online, etc. Puedo tomar el sol incluso a través de la ventana, en caso de no poder salir al parque o de no disponer de un pequeño patio, jardín o terraza. En la mayoría de los casos, puedo salir a horas en las que no haya casi gente, o puedo ir a lugares donde sé que hay pocas personas y evito el contagio. Si puedo estar con mis hijos, es una ocasión para repasar materias académicas olvidadas y también para ejercitar mi responsabilidad y valorar la función de los docentes. Es una ocasión para jugar plácidamente y para disfrutar de su compañía. Si les transmitimos nervios, estarán nerviosos, si les transmitimos paz, estarán tranquilos. Tomemos un tiempo para plantearnos nuestra actuación.
  9. Paciencia. Aceptar los ritmos y el malestar sin desesperar. Evitar caer en pensamientos del tipo: a ver si esto pasa ya; no puedo soportarlo; esto va a ser una catástrofe; es terrible que me suceda esto a mi… etc. La paciencia no significa inacción, significa aceptar el ritmo de las cosas y aprovechar el tiempo para hacer aquello que sí puedo hacer (ver el epígrafe anterior). La paciencia nos dará bienestar, la impaciencia nos generará más problemas (ansiedad, enfado, frustración, ira, mal humor, falta de energía, abandono, etc.). La paciencia nos ayudará a no actuar llevados por la impulsividad, la inmediatez del deseo, el aburrimiento o el miedo a la pérdida.
  10. Conciencia plena. Aprovechar que el ritmo social se ralentiza debido a las medidas y los cambios (menos desplazamientos, menos prisas, cancelación de eventos…) para dedicar una atención plena a cada cosa que hacemos, pensando en que eso es lo más importante en ese momento: preparar los desayunos, ducharnos, contar un cuento, escuchar a un ser querido, pensar en el menú de hoy… Aprovechar un ritmo social más ‘saludable’ para recrear en casa entornos de silencio, meditación, paz y serenidad. Aprovechar para practicar la relajación (respiración, musculatura, mente). Tomar conciencia, observar y escoger las mejores opciones, nos colocará en posición para avanzar hacia la solución.
  11. Elegir batallas. Dónde queremos pelear y dónde no merece la pena aplicar tiempo, esfuerzo y energía. Plantearnos si necesitamos discutir, debatir o hacer ver nuestra posición o nuestro criterio o es suficiente con nuestro convencimiento interno, dejando el debate para otra ocasión. Escogeremos muy bien a qué damos importancia y a qué cosas no. Evaluaremos qué conductas de los demás nos molestan lo suficiente como para tomar medidas (poner límites, apartarnos u otras medidas) o por el contrario, podemos sobrellevarlas sin mayor problema y con un mínimo coste. En definitiva, elegimos si deseamos desgastar nuestra energía en batallas sin sentido o con poco interés.

En la vida cotidiana, en los pequeños sucesos del día a día, está la aplicación de estos u otros criterios y por lo tanto las respuestas a nuestro bienestar y a la superación de los problemas. Dar importancia al proceso del día a día es más útil y sano que estar ansiosos por salir de la situación. ¿Por qué? Porque la calidad de nuestro día dependerá de las conductas que adoptemos en cada momento, y esa calidad también es un factor importante de salud. Lo importante no es salir a toda costa de la situación, lo importante es vivir lo mejor posible mientras afrontamos este u otros problemas.

Mi papel, mi responsabilidad

Como vemos, cada persona tiene un papel responsable, fundamental, en esta crisis psico-socio-sanitaria. La responsabilidad puede adoptar muchas formas. La irresponsabilidad también. Cada situación cotidiana es un escenario para que adoptemos decisiones ordenadas, justificadas y ajustadas a las condiciones y necesidades del momento/etapa.

La responsabilidad supone hacer lo que está en mi mano para gestionar del mejor modo posible la situación y el momento. La garantía de que se hace lo posible reside en cada uno de nosotros de forma individual. En cada una de nuestras decisiones, minuto a minuto, tanto en las pequeñas oportunidades (que son la mayoría) como en las grandes ocasiones (que son excepcionales) pueden contenerse las mejores actitudes y conductas para afrontar esta crisis.

Por lo que hemos comentado hasta ahora, el bienestar de cada persona depende de tres tipos de factores:

  • Biológicos (el frío, el calor, los virus).
  • Psicológicos (decisiones, razonamientos, emociones, conductas…). Por ejemplo, cuando afronto la situación con serenidad, responsabilidad y el mejor humor posible.
  • Sociales (apoyo familiar, hospitales, trabajo, economía). Por ejemplo, dispongo de un sistema de salud pública que me atiende cuando lo necesito y de un trabajo que me permite cierta flexibilidad.

El malestar o bienestar, depende de estos tres ámbitos que interactúan entre sí. El papel de cada individuo en interacción con el papel del resto de individuos y del conjunto de la sociedad es  fundamental para desarrollar al máximo posible las conductas de salud que protejan o que permitan actuar del modo más eficaz ante un virus o cualquier otra enfermedad o problema.

A excepción de aquellas personas con rasgos sociopáticos (lo cierto es que hay más rasgos de este tipo de los deseables), entre el resto de personas, aquellos individuos que adoptan decisiones y conductas coherentes con sus necesidades, criterios y valores culturales y sociales, desarrollan un mayor sentimiento de satisfacción, plenitud y bienestar. El bienestar psicológico tiene gran incidencia en el bienestar físico y social, y se produce a través de la integración y coherencia de los sistemas cognitivo y emocional. Una decisión coherente y congruente con los valores y necesidades de una persona, produce satisfacción y placidez, elimina la ansiedad y las conductas impulsivas o tóxicas, evitando, por ejemplo, el consumo de alcohol, la compulsividad ante el tabaco o las drogas y otras conductas de riesgo.

Las conductas coherentes, repetidas en el tiempo y que acaban transformándose en hábitos adquiridos, provocan la estabilidad, la resiliencia, el buen humor, la paciencia ante la adversidad, la confianza en un futuro mejor, la proactividad para generar un presente más satisfactorio. No se trata de pretender la perfección, que es imposible, de lo que se trata es de hacer lo que esté en nuestras manos para lograr mayores cotas de bienestar, haya o no haya virus.