Aceptación vs conformidad

La aceptación ni aprueba ni desaprueba, no da ningún consentimiento, ni implica conformidad. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

La conformidad, por el contrario, sí aprueba el hecho, manifiesta su acuerdo con la propuesta, comparte los presupuestos y da su consentimiento para que se realice y, por lo tanto, para participar de lo que acaece;  implicándose en la acción y en la responsabilidad de lo acaecido, cualquiera que sea la medida de implicación y acción.

La conformidad nos implica como artífices, creadores, mediadores, intermediarios, seguidores, mecenas, desarrolladores… La aceptación nos puede implicar como víctimas.

Creo, por lo tanto, que entre ambos conceptos existen diferencias notables que conviene tener en cuenta cuando tratamos de identificar, definir y juzgar actitudes y conductas en los casos de agresión sexual, violación o abuso.

Ante una situación de auténtico riesgo – donde podemos intuir que nuestra vida corre peligro o percibimos consecuencias graves para nuestra salud e integridad- es muy probable que la actitud realista sea el recurso cognitivo y emocional más sensato y sabio a utilizar. La actitud realista es la aceptación de la situación tal cual es y el afrontamiento con la mejor de nuestras capacidades. Esta aceptación  no implica, ni mucho menos, conformidad.

La aceptación de la realidad nos lleva a valorar y evaluar el peligro, su magnitud, el riesgo que corremos y los recursos que tenemos para escapar con el menor daño posible. Cuantos menos recursos tengamos, más indefensos nos sentiremos. Aún siendo este último el caso, la actitud realista (la aceptación de la realidad y su afrontamiento) nos llevará a identificar y utilizar sensatamente esos recursos de los que podemos echar mano, por muy pequeños e insignificantes que sean.

Con frecuencia, si rápidamente evaluamos que no hay escapatoria posible o probable, y no disponemos de otros recursos para enfrentarnos con éxito ante la agresión, el recurso más eficaz es la mal llamada ‘pasividad’. Esta ‘pasividad’ es  una actitud proactiva consciente (auto regulada), o una conducta instintiva (automática), de bloqueo de cualquier respuesta defensiva. Si intuimos o conocemos que la utilización de una respuesta defensiva-ofensiva puede provocar más agresividad y violencia en quien/es nos agreden, o bien desconocemos y/o no podemos controlar al agresor o agresores, la respuesta de bloqueo y por lo tanto de sometimiento, puede ser el único recurso sensato disponible.

Este recurso es la aceptación, pero en ningún caso es la conformidad. En ningún caso se ha dado el consentimiento explícito, necesario e ineludible, para que se produzca el abuso, la agresión y la violación. No se está de acuerdo con lo que se está produciendo. No se participa ni emocional ni intelectualmente con los hechos que se están llevando a cabo. Sólo se acepta la situación y se afronta con los recursos disponibles.

Esa aceptación implica que somos conscientes del peligro y de nuestras posibilidades ante la misma. Lo que nos lleva a la aceptación y afrontamiento no defensivo en una situación o escenario violento es que intuimos que en esa aceptación está nuestra posibilidad de correr el menor riesgo posible.

La aceptación no es conformidad, si por conformidad entendemos aprobar el hecho, estar de acuerdo, compartirlo, dar nuestro consentimiento y participar de lo que acaece implicándonos en la acción y en la responsabilidad de lo acaecido. Cuando estamos conformes, nos sumamos a una propuesta, principio, acción o situación, mientras que la aceptación  no conlleva aprobación ni conformidad.

La conformidad nos implica como artífices, creadores, mediadores, intermediarios, seguidores, mecenas, desarrolladores… La aceptación solo implica realismo y afrontamiento. En el afrontamiento podemos activar unos u otros recursos, en función de qué consideremos más eficaz (probable, posible, útil..) para gestionar la situación. Nosotros no hemos creado la situación, no la deseamos, no la apoyamos ni la sufragamos.

El afrontamiento tras la aceptación puede conducir a la revolución,  puede llevarnos a la meditación, a convertirnos en eremitas o a implicarnos de lleno en un sistema para cambiarlo desde dentro. La aceptación ni aprueba ni desaprueba, no da ningún consentimiento. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

Lo curioso de nuestras leyes y también de la interpretación (votos particulares) que realizan los/las jueces de ellas, es que demasiadas veces parecen proteger al más fuerte. Si no protestamos y optamos por el sometimiento (como es el caso de la chica en el juicio de ‘la manada’) porque se interpreta en el voto particular que no ha habido agresión puesto que no hay actitud de negativa o defensa visible.

El agresor, el verdugo, el violento y quien lo defiende, juzga  o interpreta, no pueden utilizar la indefensión física de la persona a la que se agrede o juzga  como eximente o como prueba eximente de la conducta de agresión o violación.

En otro artículo hablo de la falta de conocimiento sobre la sexualidad de la mujer que revelan algunas de las afirmaciones vertidas en el voto particular de este juez. A este desconocimiento, también se le suma la falta de comprensión sobre el funcionamiento psicológico en ese tipo de situaciones. Muchos psicólogos y psiquiatras lo hemos aclarado. Espero que se revise esta sentencia en la línea que estamos planteando y que daría lugar a una sentencia de agresión con violación (sea ésta cual sea en la actualidad).

La indefensión que se produce ante la superioridad física y numérica lleva a una agresión directa, implícita, a la integridad psicológica de la persona. No es necesario que ni siquiera exista una agresión física o un abuso físico para que exista esa agresión a la integridad psicológica. Se puede menoscabar la integridad psicológica de la persona por medio de escenarios evocadores, significativos y cargados de connotaciones violentas o de peligro. Cuando la chica entra al portal con ‘la manada’ y empieza a comprender las verdaderas intenciones de los ‘abusadores’, ahí es cuando se produce la intimidación y la agresión a la integridad psicológica. Ahí es cuando el escenario que hasta ese momento era inofensivo, comienza a adquirir significados de peligro y potencial daño, ahí es cuando la chica comienza a aceptar la situación real y a adoptar la actitud de sometimiento.

¿Ha consentido con las verdaderas intenciones de los abusadores? No

¿Ha aprobado la conducta de los abusadores? No

¿Ha creado, participado o contribuido a construir el escenario real que sí tenían previsto los abusadores? No

La indefensión que se produce en el caso de los niños que sufren abuso sexual es también una agresión a su integridad psicológica, además de serlo a su integridad física. Las secuelas para un niño son terribles y gravísimas. Además de la situación en tiempo presente, que puede ser reiterativa, si se sufre este tipo de abusos (agresiones a la integridad psicológica y física) el niño o la niña pueden desarrollar lo que denominamos indefensión aprendida. Este aprendizaje se puede convertir en un hábito aunque se hayan producido muy pocas agresiones/abusos. Sin embargo, liberar al niño/a de ese hábito y de sus secuelas y consecuencias, es muy difícil y laborioso, cuando se logra.

Las penas y responsabilidades de los abusadores de niños tendrían que ser permanentes (en forma de prisión, trabajos para la sociedad, rehabilitación, etc.) No hay nada más grave que atentar, robar y destrozar  la inocencia  de la infancia.

Las posibles respuestas que adoptan las víctimas como medio de afrontamiento nunca pueden ser los fundamentos de la definición del delito. En todo caso serán motivo de estudio en el campo de la psicología, la psiquiatría, la filosofía, la sociología o bien la asistencia social. Las leyes deben proteger a los inocentes. Nunca pueden ser considerados inocentes aquellos que muestran ese tipo de intenciones y conductas reiteradas en las redes sociales.

Con independencia de la respuesta de afrontamiento adoptada, el delito ha de estar fundamentado en la realidad no en la interpretación subjetiva de un juez sin conocimientos sobre el tema. La realidad actual implica las teorías que la ciencia psicológica ha desarrollado a través de la investigación y estudio. Para adoptar una sentencia en este campo, es imprescindible que se disponga de una actualización de las leyes y de los conocimientos de quienes las aplican.

Espejismos

Lo que no es real ni posible es un espejismo.

Un espejismo siempre está en el horizonte.

El espejismo es mental y no forma parte del paisaje de esa realidad en tiempo presente ni como posibilidad.

El espejismo es un fenómeno que se suele producir en terreno  ‘desértico’, como vivencia y como metáfora.

“Lucky” da título a una película[1] hermosa, realista, llena de ternura y sabiduría, que está estos días en cartelera. Tras una lograda sencillez hay una notable reflexión para lograr el bienestar y superar el sufrimiento, la frustración o el enfado: La aceptación de la realidad.

En el caso de Lucky, el protagonista de la película, su realidad es que nota cómo se aproxima a la temida despedida de la vida.

Lucky accederá en su vida cotidiana al significado profundo de los conceptos “realismo” y “realista”.  Partiendo de una nada casual definición extraída del diccionario, el protagonista cae en la cuenta de que el realismo existe, que no es un mero concepto intelectual,  y a partir de esa epifanía, el realismo y la conducta realista se convertirán muy conscientemente en objetivos de su comprensión.

El diccionario parece ser una metáfora de la relación entre los conceptos y la realidad. A veces, comprender bien y en detalle el significado de un concepto, nos hace captar, caer en la cuenta de algo y comprender  la realidad a la que se refiere.  El diccionario parece ser una metáfora de conocimiento, algo así como la entrada a la toma de conciencia, accesible a todos. Parece serlo por el papel que juega en su vida (aficionado a los crucigramas) y también por el lugar físico que ocupa en la estancia.

Ese cambio de perspectiva, debido a esa “iluminación” tan humilde pero trascendente,  dará lugar a que aproveche las ocasiones que le brinda la vida -igual de cotidiana y sencilla que siempre- para escuchar de otro modo, ver con otra mirada, empaparse, entender y profundizar en su comprensión; convirtiendo el realismo y la aceptación en gratos compañeros que le reportaran  sabiduría y paz.

El realismo es un modo de ver e interpretar el mundo basado en hechos y en lo que es posible, en lugar de basarlo en sucesos improbables. Así mismo, ser realista es la habilidad para afrontar y aceptar las cosas tal como son de hecho, tomando decisiones basadas en lo más probable y no en lo improbable. Esta definición es con la que reflexionará y trabajará Lucky.

Cuando el protagonista comprende que la aceptación le permite vivir esa etapa de la vida sin sufrimiento (aunque pueda haber dolor o tristeza), entonces se permite liberar y superar el miedo, así como la frustración y el enfado. Eso le lleva a seguir su vida cotidiana siendo capaz de sonreír mientras toma decisiones que le provocan bienestar y satisfacción, acercándole a un grado máximo de libertad y fidelidad a sus principios, en equilibrio con el respeto y afecto por los demás. Esa aceptación le aleja del conflicto interior y del malestar que las contrariedades le generaban.

La aceptación no es conformidad, si por conformidad entendemos dejar nuestra responsabilidad en manos del destino o de otros. La aceptación incluye seguir activos en construir nuestro presente de forma sana y coherente con nuestros principios y valores. La conformidad podría significar que nos sumamos a una propuesta, principio o situación, mientras que la aceptación  implica realismo y también activar todos los recursos y habilidades para afrontar esa realidad que nos ha tocado vivir. La aceptación de la realidad puede conducir a la revolución,  puede llevarnos a la meditación, a convertirnos en eremitas o a implicarnos de lleno en un sistema para cambiarlo desde dentro. La conformidad, es la aprobación o consentimiento, entendida como acto que da su permiso para que sucedan cosas. La aceptación por sí misma no implica aprobación ni desaprobación, no da ningún consentimiento. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

Volviendo al desierto. Lo que para unos es un desierto, para otros es un hábitat. De nuevo otra metáfora del guionista y del cineasta porque el desierto de Nuevo México es el lugar donde reside nuestro protagonista. En la primera imagen de ese desierto, aparece un galápago cruzando lenta y parsimoniosamente un camino. Otra excelente metáfora que iremos descubriendo a lo largo de la película.

En nuestra vida real, conviene saber cuál es nuestro hábitat, aprender a aceptarlo y convivir con él para afrontar lo que nos depara y también para cambiar lo que no nos guste o queramos mejorar.

¿Cuál es tu hábitat?

Si ves espejismos, trata de identificar qué parte de tu realidad es para ti un desierto

Si has visto muchos espejismos en tu vida, quizás sea el momento de cambiar tu ruta y tu destino

Si has vivido soñando con espejismos, pregúntate si entre sueño y decepción no te has olvidado de regar tu tierra y la has convertido en un desierto.

Soñar y no construir para que se produzca el sueño es tanto como sentarse a esperar que el río cambie su curso para que su caudal riegue nuestra tierra.

Soñar que seremos altos y deshacernos de nuestra ropa, no nos hará altos, nos dejará desnudos

Soñar que seremos atletas y ponernos un dorsal, no nos hará ser más veloces, nos dejará frustrados

Soñar que seremos felices y probar en otros brazos, no nos hará felices, nos dejará insatisfechos

Soñar es sano siempre que al despertar construyamos para lograr ese sueño. Soñar es sano siempre que no sustituyamos la realidad por el sueño. Soñar es sano siempre que sepamos diferenciar entre lo real y lo soñado. Soñar es sano siempre que sepamos ser felices con la realidad que ya tenemos.

No conviene confundir los espejismos con los sueños, las fantasías, la imaginación ni con las utopías.

Un sueño (en el sentido metafórico) es una idea de algo que nos gustaría que sucediera en el futuro y que podemos convertir en un  proyecto. Para hacerlo realidad, hemos de conocer los hechos y recursos, trazar un plan eficaz, trabajar duro y ser muy disciplinados, entre otras cosas. Un sueño no es sentarse a soñar, esperando que las cosas cambian para nosotros.

La utopía es la capacidad de visualizar una realidad mejor, más justa, más equilibrada… Una utopía puede nacer respecto a una idea, una situación, un sistema, una sociedad, etc. Una utopía, por definición, es inalcanzable porque una vez alcanzada deja de ser utopía. Las utopías son muy útiles para evolucionar hacia un mundo mejor.

La fantasía es la recreación de otra realidad con elementos improbables o imposibles. Tiene como función la evasión de la realidad. Puede servir como metáfora y puede servir para diversión o distracción. Sin duda, una de las películas más hermosas, en las que la utilización de la fantasía tiene plena justificación es “La vida es Bella”. El derroche de fantasía del protagonista tiene por objetivo evitar el horror y la crueldad a un menor para impedir que crezca con un trauma emocional  gravísimo, evitándole el sufrimiento del presente y las secuelas del futuro.  El protagonista sabe perfectamente donde está y qué sucede, será su profunda bondad,  dignidad, generosidad  y responsabilidad las que le lleven a construir las fantasías en las que envuelve la realidad a su hijo. Es decir, no vive un espejismo. Es realista, acepta y construye la fantasía para que su hijo afronte la situación con menos secuelas.

La imaginación es la capacidad para visualizar un escenario distinto, que puede ser la misma realidad en la que se han introducido cambios, innovaciones o mejoras. También podemos imaginar escenarios nuevos. La imaginación es una gran herramienta para crear, construir, concebir, mejorar, aprender, innovar… Es la gran compañera de la utopía y de los proyectos basados en sueños.

Los sueños y las utopías son posibles cuando aceptamos y comprendemos la realidad en la que vivimos. Son posibles cuando somos capaces de extraer el máximo de posibilidades de esa realidad. Si en ocasiones no somos capaces (somos humanos y no héroes) de aceptar y afrontar esa realidad, no confundamos las fantasías y los sueños con la realidad, aunque los utilicemos ‘ocasionalmente’ como evasión.

El mejor modo de superar esa incapacidad para aceptar la realidad es con creatividad y confianza. A veces el miedo a no ser capaces de afrontar la realidad nos lleva a anticipar el fracaso y a incrementar ese miedo, dificultando nuestros recursos reales para poder abordar la situación satisfactoriamente. La confianza en nuestros recursos y en la capacidad para aprender habilidades o para desarrollar más las que tenemos es fundamental. Esta confianza nos dará cierta tranquilidad, sosiego y nos ayudará a relativizar. Desde esta actitud podemos concebir escenarios con cambios en donde mejore nuestra posición. La creatividad nos llevará a potenciar y extraer el máximo rendimiento a nuestras capacidades y habilidades.

A veces, el cambio consiste en modificar nuestras expectativas, haciéndolas más posibles, más accesibles o asequibles, o equilibrando nuestra realidad entre el disfrute de lo que tenemos y los sueños y proyectos que nos planteamos. Apostar todo el presente a la felicidad y bienestar de un proyecto futuro es tanto como dejar de vivir ese presente. Parece difícil que escoger esa alternativa , hipotecando  el presente, nos genere la actitud y estado de ánimo necesarios para conseguir bienestar en el futuro.

Los ladrillos del presente son el edificio del futuro. Las emociones y sentimientos de hoy, constituirán la estructura emocional de mañana. Difícil será que la tristeza, la frustración, la envidia, el enfado, la añoranza, el irrealismo, la subjetividad… de hoy, nos conduzcan a una estructura de bienestar mañana.

[1] Fecha de estreno 4 de mayo de 2018 (1h 28min) ; Dirigida por John Carroll Lynch

Reparto Harry Dean Stanton, David Lynch, Ron Livingston más

País EE.UU.

 

La metáfora como terapia, y la utopía como meta.

Este tema de reflexión me ha surgido después de leer por segunda vez un excelente libro que Celín Cebrián, su autor,  tuvo la amabilidad de obsequiarme hace algunos años. Su título es “Viñetas Cloaquenses” (2011).

Me parece muy interesante porque el autor utiliza la metáfora como el principal recurso del protagonista para sobrevivir, caminar, avanzar y poder alcanzar su personal utopía.  Una metáfora en la que cabe todo el realismo social  y que el protagonista quiere (necesita) dejar atrás y superar,  aunque para ello tenga que transitar o andar de puntillas por el rincón más ingrato de esa realidad.

La metáfora es un recurso plenamente establecido en la terapia psicológica, más concretamente en las humanistas de tercera generación (aceptación y compromiso, sistémica, cognitivo-conductual, etc.) y psicodinámicas. La utilización de las metáforas como recurso eficaz en terapia se debe a la fuerza que tienen las historias para trasladarnos al escenario que nos sirva de mejor ejemplo en la visualización de nuestra propia situación, problema y solución.

“Viñetas Cloaquenses” es una gran metáfora y más, bastante más. Desde su primera lectura me produjo sorpresa, curiosidad, interés y admiración. Tiene muchas cualidades que la convierten en una lectura atractiva, creativa, sugerente y singular.

Sintetizando, diría que reúne varias características que provocan al lector -a mí como psicóloga y socióloga, sin duda-y resultan estimulantes, convergiendo en un planteamiento original, ameno e interesante. Desde mi perspectiva,  estas serían las más reseñables:

1) La utilización de la metáfora con ingenio, humor, ironía e imaginación (metáfora terapeútica);

2) Su estilo literario guarda mucha similitud con el diálogo interior de las personas, ese discurso íntimo en el que fluyen los pensamientos aún no expresados o compartidos. Este personal estilo literario es muy interesante porque permite tomar conciencia de cuál es el discurso que producimos cuando nadie nos oye. Todo un ejercicio de autoconciencia;

3) Logra una difícil y atractiva combinación entre la espontaneidad y la depuración. Por un lado, preservando un lenguaje muy personal, libre, franco, directo, fresco, ágil y cultísimo; donde aparece jerga con vocablos de ‘última generación’ , o donde juega (entre la correcta dicción o la españolización) con una expresión en latín, francés o inglés. Por otra parte, su logro radica en una prosa depurada, correctísima y constantemente sugerente y atractiva, creando en conjunto una estructura coherente, estable y congruente, que permiten al lector comprender y seguir el hilo narrativo y los planteamientos nucleares (metáfora, viaje vital, utopía…)

4) El hilo conductor es una especie de tour  metafórico e ingenioso, perspicaz y veloz, por las paradojas,  contradicciones, demandas, incertidumbres y caos relativamente organizado de la vida contemporánea. Un tour amenizado con comentarios, frases, hechos históricos, anécdotas, personajes conocidos y reflexiones muy acertadas, tanto en el significado como en la pertinencia. Es, salvando las distancias,  como si un narrador nos leyera las ‘viñetas’ de un cómic o nos comentara con cierto detenimiento cada imagen de una pantalla. Creo que en este estilo de estructurar la narración se pone de manifiesto un particular modo de aproximarse a la realidad, producto o causa (o ambas) de la pasión de Celín Cebrián  por los ‘enfoques’ en su faceta de cineasta.

5) Como he mencionado al comienzo, interesa la construcción del personaje protagonista, que sabiamente combina la inocencia y el realismo. Un realismo del que se quiere alejar para mantener la ilusión, caminando hacia la utopía, saltando de una viñeta a la siguiente. Un realismo del que se vacuna viviendo la realidad como si de una metáfora se tratara.

6) Una personal visión de la utopía que no es otra cosa que el amor, el amor compartido, presente de forma constante en el principal objetivo de nuestro protagonista y en el motor que le impulsa a través del tiempo y de la ruta. El protagonista realiza el peregrinaje como un recorrido necesario, ineludible, al parecer el único posible para alcanzar su utopía. No es fruto de la casualidad que ese recorrido lo realice el protagonista sin implicarse, sin apenas detenerse, como un viajero en la máquina del tiempo que se sabe (siente) ajeno a ese tiempo y lugares.

7) De nuevo, otra metáfora para hablarnos de una vida que tiene la meta como objetivo y no el propio camino. Su camino no es su vida pero se le presenta como opción imprescindible para lograr alcanzar su meta, esa ilusión, su propia utopía de amor. Una utopía que el autor nos dibuja como alcanzable, humana, accesible. No es una idealización absoluta pero un poco sí porque para lograrla la aísla de la realidad, la convierte en una experiencia fuera del camino, al final de ese camino, al principio de otro camino. De nuevo la metáfora, dentro de la metáfora, Celín Cebrián, utiliza el vagón de un tren abandonado en vía muerta, como destino de su viaje y como punto de partida de la utopía.

Volvamos a la utilización terapéutica de la metáfora.  Una metáfora aplicada en terapia psicológica es una narración (cuento, historia, parábola, anécdota, ejemplo…) que bien estructurada nos presenta una alternativa a la labor directiva del terapeuta (cuando esta última se pretende evitar). Mediante la metáfora la labor del terapeuta pasa a ser la del acompañante que ilustra e ilumina el trayecto para que sea el propio cliente/paciente el que vea con sus ojos, identifique y elija. Con la metáfora planteamos sugerencias, situaciones, tareas y objetivos,  dejando que sea el propio cliente/paciente quién identifique a lo largo de la narración su problema y las opciones de solución. Logramos una mayor implicación y una comprensión mucho más profunda de la situación.

La metáfora terapéutica tiene como objetivo lograr que el cliente/paciente visualice, comprenda, se responsabilice y dirija su propio cambio. Para que esto suceda es necesario que la metáfora reúna algunos requisitos. Estos son los más importantes: 1) Reflejar  muy bien el escenario problema en el que la persona pueda identificar el suyo propio; 2) Presentar con claridad las posibles acciones a tomar, opciones, soluciones y consecuencias. 3) Que forme parte de la vida cotidiana de la persona y por lo tanto sea accesible y comprensible de forma inmediata.

La metáfora utilizada en “Viñetas Cloaquenses” reúne de forma muy eficaz esas características, aunque su objetivo no sea el terapeútico (no lo sabemos, nos lo tendría que aclarar el propio autor). Nos presenta un escenario cuasi universal para los ciudadanos de occidente. Nos presenta una sociedad con características similares para casi todos. Nos muestra el desencanto y desilusión que aqueja a muchas personas que se sienten esclavas, presas o cautivas de una sociedad que no admiran, que les provoca enfado, frustración, tristeza, añoranza o melancolía. Una sociedad que no les ofrece futuro.

La metáfora de Viñetas Cloaquenses también nos muestra un camino posible, la utopía. La utopía como cura para la enfermedad del siglo: la decepción del humanismo en la era del pos modernismo. Superadas las esperanzas puestas en El Renacimiento, en el Romanticismo, la Ilustración y por último, en el Modernismo, ¿qué utopía le queda al individuo? ¿qué le salvará de la total desilusión? Celín Cebrián nos propone el amor.

Nos propone un amor ‘aislado’, que se aleja de la realidad, que construye nuevas vías y nuevas rutas, que se construye a sí mismo. La utopía del amor, que nos propone el autor no está explícitamente descrita ni dibujada, ni siquiera perfilada. Es un concepto que nace del propio empeño que pone el protagonista. Se define a lo largo del camino que recorre Jonás, es decir, se define por descarte con lo que el protagonista va abandonando y dejando atrás. Es un amor que se perfila por el esfuerzo y confianza que ambos invierten. El autor no nos dice cómo ha de ser ese amor, solo nos dice que es casual, espontáneo, aleatorio,  no nos dirige ni nos orienta con consejos, reflexiones o sugerencias. Deja a nuestro propio entender que cada cual encuentre su propia utopía amorosa, o no.

Para terminar, una metáfora:

Una risueña anciana descansa bajo la sombra de un hermoso ciprés. Un joven sediento y sudoroso se para a preguntarla por una fuente. La anciana le invita a sentarse. El joven rehusa por la prisa que tiene.

La anciana le dice que el camino a la fuente se desvela en una historia que le va a contar.

«En este pueblo vivía un joven muy ambicioso que se había marcado un objetivo y un plan para lograrlo. Mientras caminaba siguiendo la ruta trazada, quizás pensaba que lo más importante era ser muy pragmático, eficaz y rápido en pro de su meta o destino. Se decía, «Así llegarás antes y ahorraras tiempo y dinero». Para ello, se propuso seguir las indicaciones del mapa y no desviarse de su rumbo porque lo importante era llegar cuanto antes a su destino. El camino le iba presentando opciones, alternativas, sorpresas, contratiempos, atractivos… que no venían en el mapa, ni estaban contemplados en la ruta trazada. ¿Qué hacer? Todo le entretenía y no tenía tiempo ni interés por explorar esas opciones. Sintió temor, incertidumbre y un poco de ansiedad.

Su decisión podía ser replantearse el camino, con sus opciones y escenarios, como su propia vida o, por el contrario, seguir con su plan y contemplar el destino como su proyecto vital, como el verdadero inicio de su vida, y el camino como un lapsus inevitable».

En este punto, la anciana hizo una pausa y con una sonrisa le dijo al joven: ¿Ves este cementerio detrás de mí? Este es el final del camino para todos. Al final del camino, en ambas opciones nos espera un epitafio en el que se indica todo lo que hemos disfrutado de nuestra vida en tiempo presente. En esa contabilidad no entra el tiempo dedicado a pensar en el futuro ni el dedicado a recordar el pasado; el tiempo dedicado a soñar contabiliza al diez por ciento; el tiempo dedicado a criticar a los demás resta en la contabilidad; el tiempo de arrepentimientos contabiliza solo si aprendemos; el tiempo dedicado a amar contabiliza al cien por cien.

Autonomía emocional

La autonomía emocional se logra cuando nuestro bienestar lo obtenemos fundamentalmente de la propia aprobación y no dependemos de la aprobación de otras personas. Esta aprobación propia no implica que rechacemos la aceptación y aprecio de los demás pero significa que para cada persona solo es imprescindible su propia aprobación o aceptación.

La autonomía emocional es perfectamente compatible con las relaciones sociales, el afecto,  el amor, trabajar en equipo, la amistad, la familia y cualquier relación con los demás. Es más, es la mejor actitud para relacionarnos con los demás. No tiene que ver con el individualismo, tiene que ver con evitar que nos convirtamos en personas dependientes del criterio ajeno y que nuestra conducta y decisiones dependan de la opinión y aceptación de los demás.

La autonomía emocional es la capacidad de sentirnos bien emocionalmente, al tiempo que construimos nuestras decisiones y conductas en función de nuestros propios criterios, objetivos, valores y creencias, sin necesidad de tener que agradar o satisfacer las de otras personas. Se trata, por lo tanto, de identificar aquello que es coherente con mi forma de ver la vida y desarrollar conductas que traten de ser fieles a ese principio de coherencia. La aprobación propia requiere tomar conciencia de cuáles son los criterios que estoy utilizando (propios o ajenos) y definir muy bien si mis decisiones y conductas nacen de mis propios criterios o son el producto de querer agradar a los demás para recibir su aprobación y/o aceptación. Cuando construyo la autonomía emocional también construyo mis propios criterios, consolidar la autonomía emocional me llevará a consolidar los criterios y también a la inversa. Ese proceso me llevará a una conciencia mucho más sólida y coherente.

No se trata de una actitud egoísta y de aislamiento, se trata de una actitud en la que nos hacemos responsables de nuestros sentimientos y de nuestras conductas. La autonomía emocional  nos hace responsables de lo que hacemos, y también nos ayuda a apreciarnos y respetarnos. El hecho de no necesitar la aprobación o aceptación de otras personas no implica que dejemos de ser agradables, educados, considerados o atentos con los demás; tampoco implica que no les escuchemos o tomemos en consideración sus puntos de vista o criterios. Nuestra autonomía emocional nos permite escuchar y considerar a los demás con el máximo respeto, el mismo respeto que aplicamos a nuestro propio criterio.

Desde la autonomía emocional, escuchar y tomar en consideración a los demás  significa que estoy abierto/a a ver otras alternativas y puntos de vista, incluso algunas me pueden interesar y convencerme, cambiando o enriqueciendo alguna idea mía. Sin embargo, esta apertura conviene que esté basada en el deseo de ampliar mi conocimiento, ver otras opciones, mejorar el proceso para tomar decisiones pero no en la necesidad de agradar a otra persona ni de sentirme aprobado por ella.

La autonomía emocional me conduce al bienestar porque me genera la certeza de que mis errores y aciertos son el producto de lo que yo he decidido, no de los criterios ajenos a mí ni de mi dependencia emocional hacia la aprobación de otros. Saber que mis errores y aciertos son mi responsabilidad y el producto de mis propios criterios, me ayudan a madurar y mejorar esos criterios con una base sólida. La dependencia emocional hacia otras personas me conduce a la incertidumbre porque mis decisiones van a variar en función de los criterios de las distintas personas a quienes desee agradar. Esa disparidad de criterios y la sensación de dependencia va a erosionar la confianza en mis propios criterios que siempre se quedarán relegados a un segundo plano.

La autonomía emocional, me llevará a construir un sistema cognitivo, emocional y conductual coherente y sólido que me permita utilizar la asertividad como forma respetuosa y eficaz de relacionarme con los demás sin hacer dejación de mis propios derechos (opinión, espacio, ritmos, creencias, objetivos…).

Desde la autonomía emocional aprenderé a negociar cuando existan discrepancias,  y poder llegar a acuerdos que sean realistas y que satisfagan a ambas partes. La autonomía emocional impedirá que me enfade si la otra persona no acepta mis condiciones, y me ayudará a elaborar argumentos y estrategias eficaces y sanas para lograr mis objetivos de negociación. También impedirá que ceda más allá de los límites que de forma sana y autónoma me he puesto. No cederé debido a las presiones, chantaje emocional, culpabilización, etc.  Solo cederé lo que razonablemente me parezca oportuno y coherente con los principios de la negociación.

La autonomía emocional me conducirá a un camino coherente en el que cada nuevo tramo del mismo será más cómodo, confortable y fácil. Puede que haya situaciones que requieran de un gran esfuerzo, compromiso y dedicación pero el convencimiento de estar haciendo lo más coherente con los propios objetivos y principios, genera una confianza no comparable con ninguna otra fuente de motivación. La estimulación y energía que se produce con la autonomía emocional es suficiente para superar las dificultades o esfuerzos que conllevan a veces determinadas decisiones. Decisiones que quizás no son del agrado de otras personas, decisiones que pueden suponernos una incomodidad a nosotros mismos.

La autonomía emocional es una fuente de salud debido a que nos ahorra muchos esfuerzos y desgaste tratando de que los demás nos quieran. También nos ayuda a querernos más a nosotros mismos. Es decir, contribuye a la propia auto estima.

Enamorarse no es amar

 

Existe una gran confusión entre ambos conceptos y también entre las experiencias que dan lugar a su formulación.

Existe el enamoramiento sin amor y el amor sin enamoramiento. También es bueno saber que hay muchas formas de expresar tanto el enamoramiento como el amor, en función de la personalidad, edad, cultura, tipo de relación…

La mayor diferencia que podemos señalar es que el enamoramiento puede tener bastantes más ingredientes proyectivos, mientras que el amor tiene más dinámicas compartidas o interactivas. Pero hay más diferencias.

En ambos casos puede existir un sano egoísmo. Sin embargo, el egoísmo más insano no se puede dar cuando se ama profundamente pero sí se puede dar durante el enamoramiento.

De hecho, durante el enamoramiento se pueden dar la posesividad, los celos, la desconfianza, la mentira, el rencor…  Cuando se ama profundamente, todos estos sentimientos quedan al margen porque el amor se fundamenta en sentimientos de generosidad, bondad y confianza.

Durante la fase de enamoramiento, por regla general, aún no conocemos lo suficiente a la persona elegida, por lo que nuestro deseo de estar con esa persona y nuestro interés están basados en muchas suposiciones que todavía hay que confirmar. Solo el trato a través del tiempo nos dirá si nuestro interés y afinidad con esa persona estaban fundamentados en la realidad o por el contrario, eran solo ilusiones e imaginación nuestra, llevados por la grata sensación de la atracción, deseo, seducción, curiosidad… El tiempo nos dirá si hemos sido capaces de construir algo con esa ilusión inicial y los mimbres que tenemos.

A pesar de que en la fase de enamoramiento se pueden generar unos sentimientos muy intensos y eso nos hace creer que estamos amando sin embargo, la realidad nos demuestra que, solo cuando hemos avanzado en esa primera etapa del enamoramiento, entonces podemos empezar a amar y profundizar en el amor. En las primeras etapas del enamoramiento, no amamos con profundidad, claridad y amplitud a esa persona porque sin conocer a alguien ampliamente es muy difícil amarla de forma realista.

El enamoramiento es un proceso que tiene principio y por regla general tiene fin. El amor tiene principio pero si es un amor sólido no tiene por qué tener fin aunque cambie su orientación, escenario y contenidos.

El principio del enamoramiento es un estado de activación y reorientación emocional de cierta intensidad, donde la ilusión y expectativas juegan un papel fundamental. Entre el principio y el fin del enamoramiento transcurren fases en las que vamos consolidando o desestimando esos cambios emocionales. El enamoramiento incluye fundamentalmente:

  • ilusión, expectativas, interés, curiosidad,
  • atracción, afinidad, deseo
  •  emotividad, ternura, empatia
  • dudas, incertidumbre, inseguridad, descubrimiento, sorpresa
  • juego, seducción, negociación, adaptación
  • vulnerabilidad, tanteo, exploración, prevención, observación
  • intercambio información, acceso al conocimiento, aprendizaje de significados, interpretación
  • imaginación, proyección, fantasía
  • esperanza, sueño,
  • marketing  para mostrar lo mejor de sí mismos. Esta dinámica puede llegar a la ocultación, mentira y engaño

Quiere esto decir que no se pueda amar desde el primer momento de enamoramiento, no, pero el hecho de estar en un proceso de conocimiento y adaptación mientras se sienten emociones muy intensas -despertadas por el interés, la afinidad, la atracción y la curiosidad- hacen muy difícil que despleguemos simultáneamente nuestra capacidad de amar, con el realismo, el sosiego y la generosidad necesarias.

El fin del enamoramiento puede incluir desde la desilusión total hasta un amor que se va consolidando con más o menos profundidad, compromiso y pasión; entre medias caben muchas fórmulas. Es difícil que una relación mantenga el estado de enamoramiento inicial, por lo general,  las emociones pasan a ser de carácter más profundo y estable (sentimientos sólidos); hay menos factores de ilusión y expectativas y más factores de compromiso y lealtad.

El amor incluye conocimiento, aceptación, reconocimiento y respeto por lo que es cada persona. Sin un conocimiento amplio, es difícil que se dé la aceptación real y profunda de esa persona. Amar incluye, sobre todo, los siguientes factores:

  • aceptar, apreciar, estimar, querer
  • confiar, admirar, creer, disfrutar
  • desear, satisfacer, jugar, seducir, explorar
  • atender, cuidar, ocuparse, dedicarse… a la otra persona
  • comunicarse, compartir, proyectar, construir
  • compromiso, lealtad, honestidad, respeto, tolerancia
  •  apoyo, generosidad, bondad, flexibilidad, negociación, cesión
  •  aprender, crecer, acompañar, observar, escuchar
  • potenciar, reconocer, ayudar, implicarse

Amar es la capacidad de tratar bien a las personas a quienes tratamos. La profundidad y amplitud del amor estarán en consonancia con los contenidos de la relación que mantengamos. Podemos tratar bien (amar) de un modo ocasional a personas con las que apenas tenemos trato, relación o compromiso y podemos tratar bien a personas con las que hemos creado un vínculo muy estrecho de convivencia, afecto, interés y proyecto de vida.  Es decir, ser honestos, respetar, atender o escuchar a un compañero del trabajo, son dinámicas amables que pueden ser el resultado de un afecto, aprecio y actitud hacia el buen trato, aunque no mantengamos ninguna relación amorosa.

El amor, el arte de amar, no es un reducto que solo se exprese en nuestras relaciones más íntimas y comprometidas. De hecho, el respeto y consideración hacia otros semejantes, hace recomendable que practiquemos el arte de cuidar bien a los demás, en cualquier ocasión y circunstancia. Cuanto más lo practiquemos más fácil nos resultará que se manifieste de forma espontánea.

El trato incorrecto o el mal trato hacia los demás, es un síntoma de algún tipo de disfuncionalidad socio-emocional. Es un síntoma de desamor, ya sea por un problema personal puntual o por una trayectoria emocional poco sana. El mal trato indica nuestro propio malestar o nuestra falta de empatía y consideración hacia el otro.

Tratar bien a los demás (amar) nos produce sensación de libertad y de bienestar; nos genera alegría y energía, nos da optimismo y esperanza. Tratar bien a los demás es hacer un ejercicio por el bienestar común, es cuidar el entorno, es cuidarnos a nosotros mismos.

Por lo tanto, cuando nos enamoramos también podemos tratar bien a la persona a quien van destinados nuestros sentimientos, es decir, podemos amarla, pero lo estaremos haciendo sin la amplitud y contenidos del amor profundo que ancla en el conocimiento, la realidad y el compromiso.

De nuevo, menciono la idea inicial que señalaba la posibilidad del enamoramiento sin amor y el amor sin enamoramiento. Creo que es una distinción muy útil cuando iniciamos relaciones ‘amorosas’. También cuando las terminamos!!!

Muchas relaciones terminan con malos sentimientos, discusiones, enfrentamientos, conflictos, desamor, distanciamiento, frialdad, rencor… Muchas personas creen que esto es lo ‘normal’ y que es lógico terminar ‘mal’ una relación porque hay razones para acabarla. Nada más lejos de la realidad. Si aplicamos la idea que venimos trabajando en esta reflexión sobre el buen trato hacia los demás, una separación puede realizarse bajo el paraguas del buen trato, es decir, del amor. Se puede terminar una relación y permitir que el amor continúe presente, de otra forma pero presente. Si esto no es posible, habrá que cuestionarse si de verdad existía amor.

Si el amor ha estado presente en una relación de amor (por algo se llamará así), ¿por qué razón tendría que desaparecer al separarse las personas? Puede que una pareja ya no esté en condiciones de convivir porque sus vidas hayan tomado caminos divergentes; puede que se separen porque alguno de los dos se ha enamorado de otra persona; puede que se separen por muchos otros motivos. Ninguno de estos motivos –si existe el amor- debería implicar el desamor, es decir, el mal trato hacia alguien a quien hemos amado. Implicará un cambio de relación y un cambio de contenidos (convivencia, relaciones sexuales, compartir proyectos, vivienda, etc.); puede implicar distancia durante un tiempo para curar heridas y cicatrizar o para evitar herir sensibilidades (buen trato);  puede implicar divorcio y abogados que lleven las causas; puede implicar separación de bienes; puede implicar negociaciones, etc. Todo ello será mucho más sano si se hace con un trato exquisito, es decir tratando bien a la persona de la que nos separamos.

Una buena relación de amor, después de una separación y sus tiempos razonables de duelo y reajuste, puede derivar en una excelente relación de amigos, ex, familia… o como se quiera etiquetar. Que exista buena relación entre parejas ya separadas es un buen síntoma de que esas dos personas saben quererse, se respetan, tienen cierta madurez y dan prioridad a los buenos sentimientos. Es un excelente indicador para futuras parejas, o debería serlo. Sin embargo, el tipo de creencias  que hemos mencionado antes, llevan a muchas personas a sentir celos o inseguridad y desconfianza cuando se encuentran con personas que mantienen estas excelentes relaciones. Creo que ese error en la interpretación es muy común. La mayor parte de la gente se asombra de que pueda haber cariño después de la separación (¡!!)

La vida, al final, es el resultado de cómo la vivimos tanto o más que el resultado de lo que vivimos. De una vida de respeto, cariño y apoyo a familia, amigos, parejas, compañeros, clientes… obtendremos un saldo emocional y social muy positivo.