Emociones: Dolor y disfunciones

Contenidos:

  1. Cada emoción tiene efectos en el cuerpo
  2. Dolores crónicos y causas emocionales
    • Indefensión aprendida
    • Caso de Migraña: Diana
  3. Problemas Sexuales
    • Caso de disfunción eréctil: Luis

1. Cada emoción tiene efectos en el cuerpo

Dependiendo de las emociones, experimentamos sensaciones corporales distintas.

Si nos observamos con calma, cuando sentimos emociones con cierta intensidad podemos notar sensaciones en nuestro cuerpo: placidez, relajación, placer, aceleración cardiaca, respiración entrecortada, calor, frio, hormigueo, sequedad, sudor, acidez, moqueo, salivación, diarrea, tensión muscular, posturas de alerta…etc.. 


Estas sensaciones son los cambios fisiológicos -orgánicos, químicos y eléctricos- con los que reacciona nuestro organismo ante determinadas emociones. Por ejemplo, ante una situación interpreto que hay peligro (lo haya o no); inmediatamente, en mi cerebro se da la señal de alarma; en respuesta a esta señal, otras funciones activan ‘instrucciones automatizadas’ y se desencadenan respuestas autónomas ante los mismos. Todo esto sucede en milésimas de segundo.

Los cambios se producen de forma automática sin que nosotros las ‘decidamos’ de forma voluntaria. Son reacciones de nuestro organismo que están programadas de forma evolutiva. Es decir, ante la misma tipología de emoción, y parecida intensidad y duración de la misma, todas las personas tendrán el mismo tipo de reactividad orgánica.

Pero se puede interpretar la situación de diferente forma (significado no peligroso) y reaccionar con distinta actitud emocional (intensidad, duración, severidad…), e incluso con distintas emociones, ante circunstancias parecidas. El estilo o hábito emocional se aprende a lo largo de la infancia y adolescencia.

Lo que nos diferencia a unas personas de otras son los hábitos emocionales, es decir el estilo emocional aprendido con el que reaccionamos a las mismas o parecidas situaciones.

El estilo emocional es como el surco que una experiencia repetida genera en los circuitos neuronales, del mismo modo que se hace un sendero con el paso continuo de una persona por el mismo lugar.

El estilo emocional es parte de nuestra personalidad. Por ejemplo, hay personas con tendencia a actitudes más ‘preocupadas’ y que están en un estado emocional de hiper alerta, vigilantes y al acecho de cualquier problema. Otras actúan más ‘relajadas’, confían más en su capacidad para resolver los problemas que se presentan y no necesitan estar alerta de forma constante. Este es solo un ejemplo entre los muchos que podemos encontrar en función de la personalidad.

Es obvio que cada una de estas personas va a experimentar distintas reacciones orgánicas en su cuerpo. Los tres sistemas principales del cuerpo (Sistema Nervioso, Sistema Cardio-Vascular y Sistema Endocrino) van a activarse ante las señales que el cerebro de cada persona va a tramitar, elaborar e interpretar, procedentes de la propia mente y de los sentidos.

Por ejemplo, la persona de tipología ‘preocupada’ activará muy constantemente los circuitos y vías neurológicas del estrés y/o la ansiedad, mientras que la ‘relajada’ activará constantemente los circuitos y vías de la tranquilidad, serenidad y relajación. Podemos hacernos una idea de que lo mismo sucede para otras tipologías o perfiles de personalidad: impulsivos, irritables, iracundos, violentos, reflexivos, tristones, fantasiosos, obsesivos, exigentes, rígidos, ciclotímicos, etc…

Como cada sistema, circuito neurológico o vía hormonal tiene efectos distintos sobre el organismo, cuanto más activemos uno de ellos, más efectos de ese estilo tendremos.

De este modo, una tristeza continuada puede producir efectos en los sistemas cerebrales de activación/motivación y el de recompensa, generando pérdida de activación de neurotransmisores monoaminérgicos como la serotonina, la dopamina (cocaína/anfetamina del cerebro) y la norepinefrina; colinérgicos como la acetilcolina (nicotina del propio cerebro) o la histamina (reguladora del sueño);  así como de liberación y recepción de endorfinas, entre ellas la encefalina (morfina/heroína del propio cerebro); anandamida (el cannabis/marihuana del propio cerebro).

Además del efecto que estos neurotransmisores producen en las funciones cognitivas, emocionales y ejecutivas del cerebro (memoria, decisiones, voluntad, ánimo, concentración, cálculo, comprensión, etc.), también está la química que viaja por la sangre y su efecto en el resto de los órganos del cuerpo.  El nuevo cóctel químico que estamos produciendo con un estado de ánimo intenso y persistente va directamente a la sangre. El torrente sanguíneo se encargará de viajar por el cuerpo con el nuevo coctel de ingredientes para alimentar a nuestros órganos.  La alteración de la ‘alimentación’ química de nuestros órganos va a alterar su correcto funcionamiento y a la larga podemos desarrollar enfermedades: alergias, problemas gástricos, disfunciones del intestino o del colón, infecciones, catarros, amigdalitis… etc.   Esa alteración puede llevar a disfunciones y enfermedades crónicas.

Si en vez de tristeza lo que padecemos es estrés, el cuerpo reacciona de otro modo. Nuestros músculos se tensarán, aceleramos el ritmo cardiaco, produciremos adrenalina. Esta tensión continuada puede llevarnos a desarrollar distonías, dolores de cabeza, migrañas, dolor de hombros, agotamiento…

Si sufrimos ansiedad (miedo, temor, pánico, inseguridad, indefensión), las reacciones de nuestro cuerpo serán parálisis motora, falta de riego sanguíneo a nuestras extremidades, descontrol de esfínteres, producción de adrenalina…

Si padecemos enfados continuos, ira, cambios de humor repentinos, dificultad para controlar nuestros impulsos, aumentaremos repentinamente el ritmo cardiaco, dilataremos las venas y produciremos una explosión rápida de hormonas que llegan al torrente sanguíneo, sin dar tiempo al organismo para sintetizar y equilibrar.

Si no nos sentimos queridos; si sentimos que no servimos para nada; si sentimos que no hacemos lo suficiente; si creemos que necesitamos siempre más cosas…. En cada caso vamos a establecer, activar y sobre activar circuitos neurológicos, funcionales, hormonales y orgánicos diferentes con distintas consecuencias.

La relación entre salud y emociones es muy estrecha, uno de los casos más paradigmáticos de esta relación, puede ser la vivencia de la indefensión aprendida y el desarrollo de afecciones en distintos órganos del cuerpo. Me detendré un poco en la explicación de este fenómeno dada su importancia para la vida del adulto.

Indefensión aprendida

La indefensión aprendida es un conflicto psicológico que refleja la impotencia de una persona para enfrentarse a situaciones de peligro, injusticia, abuso, violencia, problemas, conflictos o desagrado. Generalmente, se desarrolla durante la infancia en entornos hostiles donde no se protege la integridad de los pequeños (entorno familiar, escolar…); en entornos de poca atención y cuidados; en entornos con falta de criterio y racionalidad…  Puede perdurar durante la vida adulta de la persona, y si no se pone remedio, puede prolongarse toda la vida, con consecuencias crónicas.

En estos casos, se vive por parte del menor la imposibilidad de afrontar y solucionar el problema de inseguridad, peligro, desprotección, violencia o abuso, incluso de huir, escapar o luchar. Se dan dos circunstancias para sentir esa incapacidad de afrontar satisfactoriamente la situación hostil: 1) falta de atención y/o protección de los adultos; 2) falta de recursos cognitivos y emocionales, debida a la escasa edad y las dificultades para evaluar y gestionar ese tipo de situaciones. Esta vivencia reiterada, provoca la falta de confianza para afrontar este tipo de escenarios y produce la convicción de que no existe la posibilidad de solucionar o escapar de ese problema. Al cabo de un tiempo se convierte en una indefensión aprendida.

Los/las menores que la sufren, desgraciadamente suelen enfrentarse a estas situaciones con frecuencia. En estas condiciones, sus reacciones fisiológicas serán el resultado de las emociones que experimentan.

Las emociones más habituales serán temor, inseguridad, desconfianza, ansiedad, miedo, pánico y preocupación. Las respuestas conductuales psicomotoras serán de evitación o ‘paralización’. Los cambios cognitivos serán: falta de concentración, confusión y déficit en procesamiento de información. Sufrirán fatiga física y cambios en el sueño.

Las reacciones fisiológicas serán múltiples, todas ellas activadas por conexiones entre la amígdala y otros núcleos del cerebro: 

  • La paralización (regulada en parte por conexiones activadas entre la amígdala y la sustancia periacuductal gris (sPAG)).
    • En la expresión del miedo también interviene el sistema endocrino, que producirá exceso de cortisol (regulado por la amígdala y el eje hipotálamo-hipofisosuprarrenal (HHS)). Una prolongada activación del HHs y su excesiva  liberación de cortisol puede tener consecuencias significativas: riesgo de enfermedad arterial o coronaria, diabetes e infarto.
    • Otros cambios producidos durante la respuesta de miedo se manifiestan en la respiración (regulada por la activación amigdalar del núcleo parabraquial (NPR)). Una respiración disfuncional puede llevar a intensificar el asma, sensación de asfixia o una deficiente oxigenación del cerebro y otros órganos del cuerpo.
    • Las respuestas autonómicas del miedo incluyen también aumento de la tasa cardiaca y la tensión arterial (reguladas por activación de las conexiones entre amígdala y nucleo locus coeruleos). Su activación continuada puede provocar riesgo de ateroesclerosis, isquemia cardiaca, infarto y muerte súbita.

Además de las apuntadas antes, hay otras consecuencias que se manifiestan en el cuerpo de un menor: pérdida del control de esfínteres; tos; dolor abdominal; fatiga; problemas de piel (psoriasis, eccema, erupciones); pérdida del apetito; dolores de cabeza; dolores musculares, etc.

Algunas o la mayoría de estas reacciones conductuales y manifestaciones fisiológicas del temor, miedo y la indefensión aprendida pueden hacerse crónicas y permanecer hasta la edad adulta en personas que no han superado la indefensión o que tienen aún alguna dificultad para resolver con asertividad parecidas situaciones.

Para desarrollar la indefensión aprendida no es necesario que la vivencia traumática (de desprotección) del menor sea muy intensa, basta con que sea muy significativa. Por ejemplo, la falta de orientación adecuada por parte de un adulto ante situaciones de conflicto o problemáticas puede generar conductas erróneas con consecuencias no deseadas que lleven al menor a la experiencia de la “indefensión” por falta de recursos y de ayuda.

Esta falta de orientación y ayuda se traduce en la ausencia de asertividad y puede expresarse en dificultad para poner límites; problemas para expresar las emociones; temor a no ser queridos; exceso de auto exigencia; miedo a cometer errores; dificultades para tomar decisiones; miedo a la responsabilidad; inseguridad para asumir compromisos; desconfianza; preocupación constante;  etc.

La evaluación psicológica es una herramienta de elevadísima utilidad para identificar y trabajar estas dinámicas emocionales-fisiológicas-orgánicas que nos producen malestar, desequilibrio, enfermedades y dolores crónicos.

Una correcta evaluación psicológica y un diagnóstico riguroso puede ser el principio para acabar con nuestro malestar y realizar un cambio sustantivo y permanente en nuestra calidad de vida.

2. Dolores crónicos y causas emocionales 

El dolor físico puede ser la consecuencia de un estado emocional intenso. Puede ser un dolor ocasional o puede transformarse en un dolor crónico que no remite con analgésicos u otros fármacos.

Un dolor de cabeza se puede producir como consecuencia de una tensión emocional prolongada o intensa. Un dolor de estómago se puede producir como consecuencia de la ansiedad ante una situación. Un dolor de espalda se puede producir como consecuencia de un estrés intenso o prolongado… Cualquiera de estos dolores puede convertirse en una disfunción constante o periódica que nos impide una vida completamente funcional.

En muchísimos casos, el dolor físico es la expresión sensible del ‘dolor’ emocional. En nuestra cultura somos más conscientes del dolor físico que de nuestro padecer emocional. Hay muchas situaciones que nos provocan respuestas emocionales poco funcionales (desproporcionadas, frecuentes, intensas) debido a una mala gestión de nuestro sistema cognitivo-emocional.

La somatización se define como la transformación de un conflicto psíquico en enfermedad orgánica o síntomas somáticos.

Hay bastantes casos y ejemplos de este proceso (alergias, afecciones cutáneas, irritación de colón, parálisis…).

Algunos estados emocionales en adultos son origen y desencadenantes de un porcentaje elevadísimo de dolores (migrañas, neuralgias, contracturas y tensiones musculares) y de otras afecciones (cardiacas, neurológicas, hormonales, infecciosas) y de su cronificación.

Quiero describir un caso real de dolor en adulto, tratado en mi consulta, para ilustrar esta relación. Por razones obvias de secreto profesional y respeto a la intimidad de estas personas, he cambiado el nombre y algunas de sus características y circunstancias, de modo que sea imposible su identificación.

Caso de Migrañas: Diana

Diana es una mujer de 50 años. Ha sido diagnosticada de Migraña con areola. Las migrañas se presentan como crisis espontáneas -que duran 2 días de media- con dolores de cabeza muy fuertes en un lado de la cabeza; con expresión punzante en el globo y cuenca ocular; fotofobia; hipersensibilidad a los ruidos; secreción mucosa nasal profusa con taponamiento o sin él; cansancio (fatiga) corporal profundo; falta total de energía e incapacidad para realizar cualquier tarea; pérdida de apetito; problemas con el sueño; dificultades de concentración; pérdida de habilidades cognitivas (memoria, cálculo, razonamiento, decisiones…).

Cuando Diana tiene las crisis se ve obligada a faltar al trabajo lo que le preocupa mucho porque se siente culpable de no cumplir con sus compromisos y responsabilidades. Es ingeniera y trabaja por cuenta ajena en un puesto intermedio con mucha responsabilidad. Se considera una persona responsable y rigurosa que disfruta mucho de su trabajo pero con una ambición profesional y económica relativa. Da mucha importancia a desarrollarse de un modo equilibrado en muchos planos de actividad. Le gustan las relaciones sociales, le gusta el deporte, la lectura, el cine, el arte, la naturaleza, la cocina y aprender o profundizar en las cosas. En la actualidad tiene pareja estable desde hace 10 años y no tienen hijos por voluntad de ambos.

Antes de ser diagnosticada de migraña, estuvo 5 años con estos problemas, que iban a más, sin que encontraran solución al problema. Durante ese tiempo le recetaron distintas medicaciones que no tenía el efecto necesario o que perdían su efecto al cabo de unos meses (ibuprofeno, paracetamol, opioides…).

Cada vez estaba más preocupada por no saber el origen de su malestar ni cómo tratarlo. La única solución que le daban era farmacológica.

Diana no se resignaba a vivir dependiente de las pastillas el resto de su vida pero, además, sabía por experiencia que los fármacos no eran la solución porque no eliminaban el problema, con frecuencia ni siquiera lo paliaban.

Leía cosas sobre la alimentación, sobre la fisioterapia, sobre las intervenciones… Nada le aportaba una explicación lógica y eficaz para poner remedio a su malestar, cada vez más incapacitante.  La última médica de cabecera fue la única que escuchó atentamente y supo enfocar un diagnostico inicial de forma sensata y con buen ojo clínico. Le hicieron TAC de las cervicales y detectaron una rectificación de la lordosis cervical. La doctora de cabecera le confirmó que lo más probable era que sus dolores tuvieran origen en una postura disfuncional provocada por tensión emocional mientras trabajaba utilizando el ordenador. Esta explicación fue la llave que dio paso a comprender el verdadero origen de su malestar.

La tensión emocional, provocaba tensión en hombros, cuello y nuca que eran los causantes de que se tensará la musculatura que sujeta la cabeza, la cual a su vez estaba comprimiendo los nervios que inervan parte del cerebro y provocaban esos dolores que la incapacitaban.

A partir de ese momento, Diana se observó con mucha más frecuencia y pudo comprender perfectamente que cuando trabajaba frente al ordenador durante muchas horas,  además, activaba ciertos hábitos emocionales de estrés y también de ansiedad. Cuando fue consciente de cómo estos hábitos de estrés y ansiedad le estaban provocando la adopción de posturas automáticas disfuncionales y cómo estas estaban generando incluso cambios anatómicos con consecuencias tan negativas, decidió poner remedio a través del trabajo emocional. Entonces vino a la consulta.

Lo primero que identificamos a través de la entrevista y de la evaluación fue un temor irracional a equivocarse y una gestión tóxica de su responsabilidad que se convertía en rigidez, obligación y auto exigencia que, a su vez, inmediatamente se traducían en posturas del cuerpo (cuello, hombros, brazos..) tensas y disfuncionales.

En su diálogo interior producía de forma constante mensajes del tipo: “Sería terrible si cometo un fallo”, “No seré capaz de terminar esto”, “Tengo que acabarlo hoy”, “No puedo equivocarme”, “Tiene que salir perfecto”, “No puedo permitirme ni un despiste”, “Tengo que ser capaz de impresionar”, “Tiene que ser el mejor informe…”, “Tengo que demostrar que valgo”, “Tienen que quedarse impactados”, “Debería ser más creativa”, “Debería estudiar más a fondo esto para estar a la última”….

Comprendió rápidamente lo poco funcionales que eran esos diálogos interiores y cómo generaban estados emociones estresantes y de ansiedad, dejando, además un poso de frustración y sensación de malestar.

Trabajamos hábitos de relajación y entrenamiento en diálogos interiores mucho más sanos, racionales y funcionales. Al mismo tiempo, aprendió a identificar los primeros síntomas de las crisis antes de que se produjeran para modificar las actitudes emocionales y las posturas resultantes.

Identificaba pronto los primeros síntomas: secreción nasal, insomnio, leve dolor de cabeza, rigidez, respiración entrecortada…Aprendió a chequear su estado general con una cierta frecuencia para anticiparse y prevenir las actitudes emocionales disfuncionales y sus correlatos fisiológicos y conductuales.

Hoy en día, después de 3 años, la mejoría es notable. Desde hace 1 año no ha vuelto a tener crisis tan graves. Es plenamente consciente del origen de su problema, aunque a veces se olvida y sin querer adopta viejos hábitos, pero en cuanto se da cuenta o a los primeros síntomas de malestar, les pone freno y previene las crisis.

Su calidad de vida ha mejorado de forma sustancial, además, está animada y esperanzada porque se da cuenta de que, si sigue entrenando hábitos emocionales más funcionales, logrará el bienestar pleno algún día. Ha ganado mucha confianza en sí misma y se ve como una persona muy capaz, sin exigencias y con recursos y habilidades para afrontar las situaciones y dificultades que la vida le depare.

3. Problemas Sexuales

Las emociones también condicionan la respuesta sexual: el deseo, el placer, la erección, la lubricación, etc. Para ilustrar las explicaciones posteriores, empezaremos por relatar un segundo caso (con nombre ficticio).

Caso de disfunción eréctil: Luis

Luis es un hombre de 45 años de edad, divorciado con hijos y directivo de una empresa de tecnología. Acude por primera vez a la consulta por un problema sexual. Desde hace años tiene problemas de erección y está perdiendo el deseo sexual, cada día que pasa está más desanimado. Ha pasado por diversos especialistas (urólogo, andrólogo, cardiólogo…) y le detectaron niveles elevados de colesterol en sangre. El diagnóstico, relacionó la posible pérdida de erección y testosterona con este problema cardiovascular. Corrigió ciertos hábitos de consumo (alcohol, grasas, tabaco) poco saludables. Al cabo del tiempo, la analítica general es correcta pero sigue teniendo problemas de erección y el deseo sexual ha disminuido.

Acudió a consulta después de buscar en internet y leer la web donde abordo todos los temas de sexualidad (www.cota5.es). Su lectura le dio algunas claves hasta ese momento ignoradas y le produjo cierta esperanza.

Durante la evaluación de su problema se pusieron de manifiesto algunas actitudes y conductas muy frecuentes durante las relaciones sexuales (también en otros entornos): alto nivel de estrés, hiper vigilante, anticipativo, exigente, controlador, facilidad para frustrarse, baja aceptación del fracaso, etc).

Analizamos la relación entre estas actitudes y ciertas emociones: inseguridad; frustración; desánimo; estrés; ansiedad; preocupación; enfado; ira… También evaluamos la función probable que estas emociones tenían en sus conductas y cómo podían estar bloqueando o dificultando una vivencia satisfactoria de la sexualidad.

Analizamos cómo estas emociones provocaban cambios fisiológicos en su organismo (sistema nervioso, vascular y hormonal) que hacían prácticamente imposible que se produjera la respuesta sexual fisiológica esperada (erección).

Iniciamos una terapia breve para que modificara su concepción de la sexualidad e interiorizara un modelo mucho más sano, funcional y eficaz con actitudes y conductas para el placer y el juego.

Entrenó técnicas cognitivas (ideas racionales; dialogo erótico..) y técnicas conductuales (relajación y concentración). Logró experimentar mucho más placer y erotización; y como consecuencia, recuperó la erección, el deseo sexual, la confianza en sí mismo y las ganas de disfrutar de la intimidad.

De paso, equilibró un poco su actitud ante el trabajo y el logro, dando paso a una conducta mucho menos estresante en todos los escenarios de su vida.

Estos son solo algunos ejemplos de las dificultades que nos puede causar un estilo o actitud emocional inadecuado. De estas reflexiones, creo útil extraer alguna idea a modo de conclusión. La primera es la importancia de observar nuestro cuerpo, detectar nuestras emociones y ver como interactúan ambos. La segunda es que muchas veces nuestros problemas físicos son solo una expresión o un aviso para que tiremos del hilo y encontremos la verdadera causa