Adicciones

Química y emocional

Las adicciones tienen un componente químico y otro emocional. Ambos componentes están íntimamente relacionados porque, al fin y al cabo, nuestras emociones tienen un sustrato químico. La expresión sensible de ambos componentes la experimentamos con cambios en nuestro cuerpo y en sus órganos: energía, relajación, sudor, inquietud, tensión, desasosiego, etc., según satisfagamos el deseo o nos abstengamos de hacerlo. La expresión psicológica la experimentamos con cambios en nuestro estado de ánimo y en nuestra actividad cognitiva, afectando al humor, la alegría, los proyectos, la constancia, la confianza, la forma de razonar, la capacidad para concentrarnos, los procesos de aprendizaje, etc.

Hay infinidad de adicciones; en la práctica tantas como actividades humanas. El mantenimiento de la adicción está provocado en un cierto porcentaje por la actividad adictiva en sí (juego, tabaco, alcohol, drogas, sexo, porno, trabajo, compras, comida, éxito, aplausos…) y en otro porcentaje por una necesidad esencial no satisfecha (amarnos, aceptarnos, coherencia, integridad, racionalidad, confianza…).

Insatisfacción de fondo

No satisfacemos esa necesidad porque no la conocemos, no logramos identificarla, no sabemos concretarla y definirla o no creemos tener los recursos para hacerlo. La adicción es una canalización equivocada e ineficaz de esa insatisfacción.

La necesidad que no satisfacemos, y que no somos capaces de identificar, nos provoca inquietud, desasosiego y malestar. Este malestar es un estado que nos impulsa hacia un objeto o actividad en búsqueda de alivio. Si lográramos identificar la auténtica necesidad y encontrar la vía para satisfacerla, calmaríamos nuestra inquietud, podríamos centrarnos y evitaríamos conductas adictivas.

Sin embargo, esa inquietud o malestar no identificada es canalizada erróneamente hacia la satisfacción de un deseo (por un objeto o una actividad). Al obtener una satisfacción superficial creemos estar calmando nuestra inquietud profunda, pero lo único que producimos es un placer efímero y adictivo. Es efímero porque no responde a necesidades sustanciales e importantes para nuestro equilibrio y bienestar; es adictivo porque al calmar momentáneamente nuestro malestar nos induce a asociar la calma con la posible solución de la inquietud. Nada más lejos de la realidad.

Necesidades, no deseos

En primer lugar, las necesidades vitales, profundas, esenciales de cada persona, no se resuelven satisfaciendo deseos que no guardan relación con la verdadera necesidad. En segundo lugar, la satisfacción puntual e inmediata de nuestros deseos más simples (comer, beber, jugar, higiene, protección, temperatura, sueño, descanso…) está destinada a mantener nuestro equilibrio fisiológico y si se utiliza de forma compulsiva para paliar otra necesidad de tipo emocional,  estaremos forzando a nuestro organismo en una dirección no saludable: por ejemplo, comeremos más de lo necesario, beberemos alcohol para relajarnos, nos lavaremos las manos 100 veces, etc.

Satisfacer una carencia emocional; aclarar un déficit en nuestra coherencia cognitiva; resolver un conflicto en nuestras relaciones; regular una conducta que no regulamos, etc., pueden ser una necesidad esencial. Aprender a identificarlas, comprender su origen y establecer el procedimiento y dinámicas para satisfacerlas es una tarea que aliviará nuestra inquietud, hasta su total solución. Una vez que hayamos aprendido a resolver esta necesidad, habremos resuelto la raíz de la adicción que poco a poco podremos disolver hasta reorganizar todas nuestras conductas entorno a nuestro equilibrio y bienestar.

En otros artículos, hablaré de adicciones concretas, su procesos, dinámicas, conductas y consecuencias de las distintas actividades y objetos que conforman las adicciones más frecuentes: drogas, comida, pornografía, trabajo, éxito, coleccionismo, higiene, seguridad…

El trasfondo es un mecanismo idéntico para todas ellas. Cambia la dinámica para realizarlas y también las creencias asociadas; la consideración social; el sentimiento de culpabilidad; el placer o displacer asociados, etc. Por otra parte, las consecuencias son distintas según el tipo de adicción, no obstante, hay un denominador común a todas ellas: la pérdida del bienestar debido a la vivencia de descontrol. Sentimos que nuestro deseo conduce nuestra vida, nuestros horarios, nuestras relaciones, nuestro estado de ánimo (humor, energía, alegría), nuestras ilusiones, nuestros proyectos… Sentimos que no es la lógica ni la racionalidad de nuestros objetivos las que dirigen nuestros actos, sino la impulsividad y cierto automatismo.

Este descontrol lo detectamos desde muy temprano, al inicio de la adicción, pero no queremos reconocerlo, nos engañamos o nos negamos a verlo, no queremos ni pensar en ello. Sin embargo, hay una función de nuestra conciencia que nos está alertando de ese peligro. Para acallar la conciencia, nos distraemos, activamos mecanismos de anestesia, hacemos muchas cosas para estar ocupados o… incidimos en la conducta para calmar el malestar de nuestra inconsistencia y contradicción. De modo que insistimos en nuestra adicción o bien, iniciamos otra nueva adicción. Por eso no es extraño encontrarnos con personas que tienen más de una adicción: juego y alcohol; tabaco y porno; comida y compras… Si no somos coherentes, responsables y nos implicamos en la solución del problema de forma consciente, podemos entrar en un círculo muy destructor.

Quién se beneficia de nuestra adicción

Por otra parte, de nuestras adicciones resultan beneficiarios y perjudicados. Los perjudicados somos nosotros mismos, las personas que nos quieren y muchas de las personas con las que nos relacionamos. Los únicos beneficiarios son las personas y organizaciones que comercian con las sustancias, objetos y actividades que nutren nuestra adicción: productores de porno; fabricantes de tabaco; entidades de juego, etc. Conviene tomar conciencia de cómo algunos pueden obtener beneficio de nuestra dificultad para regular nuestras conductas. Hay personas y empresas que obtienen millones en beneficios, gracias a nuestra adicción.

Como conclusión, podríamos decir que, para resolver una adicción, conviene atender al origen de la insatisfacción que generó esa conducta desorientada. No obstante, debido a que hay adicciones con consecuencias graves para la salud (física, psicológica, social) a corto, medio y largo plazo -por ejemplo, la heroína, el juego, el alcohol-, puede ser conveniente tratar farmacológicamente los síntomas para evitar el deterioro más grave. Este tratamiento puede ser metadona, ansiolíticos, etc.

Una evaluación adecuada logrará identificar esas necesidades esenciales que están insatisfechas; explicará la función que está realizando la adicción; señalará los factores que necesitan un cambio y las dinámicas necesarias para realizarlos.

En este proceso resulta eficaz la orientación, apoyo y refuerzo de un/a psicólogo/a que comprenda bien los mecanismos de la adicción y los procesos de fondo que la acompañan y mantienen.