Confinamiento y otras dificultades

Qué actitudes y conductas nos van a mantener en un buen estado emocional para afrontar situaciones difíciles.

Aceptación vs Conformidad

Las sugerencias que listo a continuación son válidas y útiles para cualquier situación difícil, en donde se produce un cambio drástico, una enfermedad sobrevenida o una catástrofe natural.

Más que nunca, en este tipo de circunstancias, conviene empezar por aceptar la contrariedad, la incertidumbre y los problemas que surgen, para adaptarnos a las exigencias de una crisis de este calibre. La aceptación, no significa que nos conformemos con la situación, significa que no luchamos contra nuestros sentimientos ni contra lo inevitable, y nos orientamos a buscar soluciones, recursos, reacomodos y aprendizaje, echando mano de nuestras habilidades (cognitivas, emocionales, sociales…).

Por otra parte, hemos de ser conscientes que en nuestras decisiones y conductas están las soluciones, así como la rapidez en alcanzarlas.

En situaciones de cambio drástico, todos cambiamos nuestras rutinas y, sobre todo, los primeros días nos podemos sentir desubicados y quizás con una cierta ansiedad y temor.

Estos sentimientos en una medida baja son lógicos, y conviene gestionarlos con serenidad para que resulten útiles. Un poco de incertidumbre, desasosiego y temor, son razonables y nos pueden ayudar a enfocar nuestra atención hacia la búsqueda de conductas preventivas saludables y actividades de entretenimiento y productivas que tan necesarias pueden ser con el confinamiento.

Actitudes para afrontar

Sin embargo, cuando los sentimientos que en cierta medida son razonables y eficaces traspasan ese nivel y se incrementan o agudizan, se pueden convertir en nuestros principales enemigos. Para mantenerlos en un nivel razonable y sano, es necesario adoptar las actitudes y conductas adecuadas. Me permito sugeriros cuales pueden ser más eficaces:

  1. Habituarnos a las medidas preventivas. Dedicar todo el tiempo necesario a adquirir estos hábitos, pensarlos, dotarlos de sentido y aplicarlos con plena conciencia de lo que estamos haciendo. Adquirir hábitos lleva un tiempo, una intencionalidad y una dedicación.
  2. Convertir la preocupación en ocupación. Las medidas preventivas y otras actitudes (leer, escribir, coser, cocinar, limpiar, bricolaje, ayudar, ordenar, jugar…) nos hacen ocuparnos con responsabilidad de la situación y, por lo tanto, evitan que nos preocupemos innecesariamente. Las preocupaciones las vamos resolviendo con eficacia y sin dejar que se acumulen en nuestra cabeza. Dedicamos un tiempo a cada cosa.
  3. Auto instrucciones. Mientras lo hacemos, nos damos mensajes de confianza: “Lograré resolverlo”, “Aprenderé a hacerlo”, “Esto es otro paso más en mi evolución”, “He aprendido de otras situaciones, también de esta”, “Me he adaptado en otras ocasiones y he superado otros problemas, esta vez también”, etc. Estas auto instrucciones pueden ser en voz alta o en nuestro dialogo silencioso.
  4. Buen ánimo. Las auto instrucciones de confianza y las conductas proactivas saludables me sirven para frenar los miedos irracionales y también para colocar mi estado de ánimo en un buen nivel de energía y esperanza, dos actitudes que favorecerán mi salud, sin duda.
  5. Auto reconocimiento. Sentirnos satisfechos por llevar a cabo lo que son conductas de salud y es nuestra responsabilidad individual. Reconocernos esas buenas actitudes. El auto reconocimiento nos ayuda a tomar conciencia de nuestro papel positivo y del valor de nuestros actos. Con ello, nos provocamos estar contentos y alegres. Nos generamos buen ánimo.
  6. Visualizar.  Todos los días y varias veces, pararnos en silencio y ver en nuestra imaginación cómo esta situación dentro de un tiempo habrá pasado entre otras razones porque habremos aprendido a afrontarla. Visualizar que nuestra conducta y actitud van a contribuir a ello de forma muy notable e imprescindible. Visualizar que saldremos más reforzados de ella, que habremos aprendido cosas importantes y que el mundo, probablemente, también aprenderá.
  7. Desmontar el estrés y la ansiedad. La confianza en nuestros recursos y capacidades, entrenada todos los días y varias veces al día, nos dará serenidad, calma, seguridad y paz. Estos ingredientes son necesarios para evitar el estrés, la ansiedad y, por lo tanto, mantener nuestro sistema inmune en buenas condiciones de respuesta ante las amenazas del virus.
  8. Parar. Comprender que esta es una oportunidad para calmarnos, serenarnos y ‘parar’ un poco esta vida ajetreada, reduciendo la velocidad y tomando decisiones pequeñas o grandes con la confianza en nuestros recursos. En este blog podéis encontrar otras reflexiones que quizás os resulten de utilidad estos días.
  9. Ejercicio ‘dentro de casa’. Hacer ejercicio en casa, pasear cada cierto rato, tomar el sol aunque sea a través de la ventana. Si salimos de forma individual a comprar alimentos o productos de farmacia, aprovechar para disfrutar de ese rato. Valorar todas estas pequeñas cosas y tomar conciencia de lo importantes que son cuando nos faltan, pero que siempre hay alguna cosa para disfrutar que podemos valorar.
  10. Comida saludable. Aprovechad que estamos más tiempo en casa para cocinar cosas ricas o para aprender a cocinar. Puede ser entretenido, divertido y muy saludable.
  11. Proyectos. Puede ser una buena ocasión para iniciar algún proyecto para el que no teníamos el tiempo o la tranquilidad necesaria. Quizás disponemos de más horas libres, que antes destinábamos a vida social. Estas horas pueden ser de gran utilidad para emprender unos estudios, para ampliar nuestra formación, para aprender a tocar un instrumento, para iniciar una actividad como la escritura, etc. Iniciar un proyecto que nos interese puede ser muy satisfactorio.
  12. Informarnos lo necesario. No atender a falsas noticias y bulos. Informarnos directamente en las páginas web de la OMS y del Ministerio de Sanidad o de la propia Comunidad Autónoma.
  13. Equilibrio. Procurar reducir el número de horas y veces que vemos las noticias en la TV. Elegir un canal y programa que nos ofrezca información clara y con profesionales sanitarios. Tomar conciencia de que las televisiones viven de la audiencia, pero cada ciudadano ha de cuidar de su salud. Es preferible ser comedidos con las noticias.
  14. Solidaridad. Recordar que cada uno de nosotros tiene un papel en la solución y que sin esa aportación todo es más difícil. Acordarnos de quienes lo están pasando peor: enfermos graves, sanitarios en centros desbordados, familiares de ambos.

Homeostasis Social

Equilibrio y Salud

La naturaleza, la sociedad humana y las personas que la constituimos formamos un sistema en interacción. Ese sistema lo podemos comparar con un edificio, con su estructura, sus cimientos, sus materiales, su superficie, su altura, sus espacios, etc. Para que el edificio se mantenga, funcione y sea estable, es necesario que respete un principio fundamental: el equilibrio. Con los organismos vivos sucede igual, la homeostasis o equilibrio es fundamental para su supervivencia.

El equilibrio de una sociedad también es la mejor garantía para prevenir y defenderse con eficacia de los efectos de cualquier amenaza al colectivo o a sus individuos.

El desequilibrio provoca grietas, desajustes, disfunciones, vulnerabilidad, descontrol, injusticias y situaciones de caos.

La química del cerebro

Básicamente, nuestro cuerpo es química, y el cerebro es su sala de máquinas. El cerebro es una maravilla de la evolución: es química (biológia) + experiencia individual (psicología) + experiencia colectiva (sociedad y cultura). Para que un organismo funcione bien, necesita una homeostasis o equilibrio. Para que un cuerpo y una sociedad funcionen bien, necesitan un equilibrio entre esos tres elementos bio-psico-sociales.

El cerebro humano es producto de esa extraordinaria plasticidad de la química, de los procesos evolutivos, y de la interacción social.

De modo que hoy podemos hablar de cerebro colectivo, ya no somos química, somos una combinación extraordinaria bio-psico-social. Desde una simple palabra hasta una compleja fórmula para producir un medicamento, son producto de la evolución social y del ‘almacenamiento’ cultural que ha generado la humanidad en su conjunto. Ese almacenamiento se actualiza en los cerebros individuales a través de la Educación, la cultura y la socialización.

El cerebro colectivo

Cuanto más equilibrio se produzca en el sistema social, mejor se comparte el legado cultural y más individuos lograran participar de los logros colectivos. Cuantos más individuos accedan al cerebro colectivo, más contribuirán a su sostenibilidad, supervivencia y enriquecimiento.

El cerebro colectivo siempre ha querido comprender y controlar su entorno, para ello genera teorías, religiones, rituales y costumbres, la observación, la contrastación y, por último, el método científico.

El cerebro colectivo, en sus manifestaciones científica, política, académica, solidaria e incluso visionaria, ha hecho posible el avance del conocimiento, la investigación, la filosofía, las leyes, la medicina, los fármacos, la higiene, salud, alimentación, prevención, etc. Todo ello nos ha llevado a prolongar la esperanza de vida hasta duplicarla en cuestión de un siglo.

Ese cerebro colectivo también ha creado instituciones supranacionales de carácter global como la OMS (WHO en sus siglas en inglés); la FAO; Naciones Unidas; OCDE; etc., con el objetivo de crear conocimiento común, colaborando entre todos los países miembros para compartirlo y aplicarlo, persiguiendo una sociedad global más equilibrada en términos de bienestar, salud, rentas, derechos y oportunidades de todos los individuos que comparten el planeta.

La misión de estas organizaciones no es fácil, ni rápida, ni exenta de vaivenes, problemas y esfuerzo. Sin embargo, hasta la fecha, son el proyecto más ‘humanista’ y equitativo.

Una de las mayores dificultades para estas organizaciones y su misión humanista es que el cerebro colectivo no siempre rema en la misma dirección. Hay individuos y grupos que se alimentan de él en una u otra forma, pero boicotean su esencia.

Hoy en día, tenemos suficiente experiencia para ser conscientes de la importancia del equilibrio social y de preservar lo valioso de la cultura humana. Sin embargo, sigue habiendo individuos (disidentes) a quienes este principio no convence. Su visión es individualista, por egoísmo y por ceguera se olvidan de que su posición es debida al esfuerzo colectivo previo y coetáneo.

El equilibrio consiste en conjugar la evolución y cultura colectiva para proteger una evolución controlada, consciente, responsable y sostenible, al tiempo que se potencian y protegen los derechos y el desarrollo de cada persona.

Las divergencias

Las divergencias y disidencias se plasman en las ideologías, en los criterios, en las prioridades, en los valores y en las conductas y decisiones de las personas, de los grupos sociales y de los políticos y los partidos a los que representan.

Hay divergencias que se producen por ignorancia. Muchas personas piensan que la pobreza, la desnutrición, la falta de educación, el hacinamiento y la falta de oportunidades son responsabilidad del individuo, no de la sociedad.

Hay divergencias que se producen por miedos, complejos, prejuicios, cegueras y/o egoísmos. Por ejemplo, algunas personas quieren más privilegios que otros, se inventan un sistema para justificar su derecho a esos privilegios y desarrollan leyes, normas y estructuras sociales que los reproducen. Aunque no los legitimen, viven protegidos por un sistema de vasallos, adláteres y conniventes a los que alimentan.

Hay divergencias que se producen por falta de conciencia y/o ética. Por ejemplo, la utilización de los servicios de prostitución a pesar de que es una lacra social que atenta contra la salud, la dignidad, la igualdad, el desarrollo o la equidad de una gran parte de la humanidad.

Hay divergencias que se producen por sociopatía y/o psicopatía. La trata de seres humanos, la explotación de la mano de obra, las estafas, los timos, la malversación, los abusos de poder, los asesinatos…

Podría extenderme mucho más, pero creo que los ejemplos aportados ilustran con claridad el tipo de discrepancias o divergencias de ese cerebro colectivo.

Las que más me interesan aquí y ahora son el conjunto de las divergencias que se producen por la inercia. Inercia que es consecuencia de una sociedad que atiende al principio del constante movimiento y crecimiento, sin pararse a reflexionar, creando sectores de la sociedad con un inestable entramado social sin un rumbo consciente, que actúa a ciegas, con consignas en cierto grado ajenas, que producen comodidades y resultan adictivas y tóxicas a medio y largo plazo.

Esa inercia es dinámica y toma velocidad, acelera y se convierte en una avalancha. El covid-19 es un virus como tantos otros han existido en la Historia de la Humanidad. Los efectos devastadores no derivan de su propia capacidad, sino del estilo de vida y de esa inercia social. El covid-19 se ceba con los más vulnerables. ¿Quiénes son y por qué son más vulnerables?

Los más vulnerables

Las personas octogenarias que habitan residencias públicas pero de gestión privada, o privadas y públicas sin control, sin dotaciones o sin una gestión adecuada. A saber con qué tipo de alimentación, higiene, cuidados, atención médica, control, ejercicio, actividades de estimulación mental, etc. ¿Toman suficiente leche, verduras frescas, fruta, pescado fresco, carne, legumbres y aceites en buen estado?  ¿Tienen suficiente higiene? ¿Reciben el trato emocional y el respeto necesarios? ¿tienen los controles sanitarios adecuados? ¿Están atendidos como nos gustaría que nos atendieran a nosotros?

Las personas que tienen enfermedades crónicas, causadas en parte por el estilo de vida al que en su mayoría ha contribuido el modelo económico defendido por intereses de sectores privilegiados: fumar, vida sedentaria, horas de televisión, abundante y mala alimentación, colmenas de viviendas sin jardín en zonas con alta densidad de población, contaminación de ruidos y de CO2.

Las personas con enfermedades autoinmunes, en parte provocadas por el propio medio ambiente de las ciudades con la contaminación; también en parte provocadas por la alimentación, y sin duda provocadas por el estrés, la ansiedad y los problemas emocionales que los déficits educacionales (familiares y escolares) generan durante el proceso de socialización.

Son vulnerables los sanitarios en primera línea, que han sufrido los recortes ilimitados de un modelo neoliberal absurdo, deficiente, injusto y a todas luces fracasado, pero al que muchos políticos rinden pleitesía. Estos políticos vasallos de las grupos sociales privilegiados a su vez, son producto de la mediocridad, de la miseria humana, de la existencia de privilegios insostenibles. La consigna durante varias décadas, incluida la última crisis, ha sido ‘Recortes en lo Público’ ‘Facilidades a lo privado’. Los recortes se han materializado en Educación pública, en Investigación, en Sanidad, en Medio Ambiente, en Cultura. Las facilidades han alcanzado cotas de locura como apoyar hasta lo esperpéntico la construcción de un ‘Las Vegas’ Madrid.

Son vulnerables la inmensa mayoría de mujeres que practican la prostitución, expuestas a las demandas y exigencias de sus clientes. Mujeres que en gran parte han accedido a este tipo de actividad porque carecen de estudios y oportunidades y prefieren la explotación de los hombres a ser explotadas por otras mujeres en trabajos mal remunerados, exigentes y poco valorados (trabajadoras del hogar).

Son vulnerables las parejas y familias (hijos, padres, madres…) de todos esos hombres que utilizan la prostitución. Parejas y familias a las que se miente, a quienes no se les informa de esta práctica ni del peligro que comporta, con quienes se ejerce una gran deslealtad, y, por lo tanto, a las que se expone a un peligro constante de contagio del covid-19 o transmisión de enfermedades de todo tipo.

Son vulnerables las sociedades que han dedicado su capital humano, inteligencia, conocimiento y recursos a desarrollar modelos económicos basados fundamentalmente en un solo sector, como por ejemplo el turismo o la construcción y especulación, frenando e incluso boicoteando irracionalmente iniciativas con gran futuro (energía solar), o desestimando la importancia de desarrollar más y mejor industria energética, textil, alimentaria, farmacéutica, investigación, tecnológica… o a desarrollar sectores de ‘reflexión’ potenciando en las distintas etapas educativas asignaturas como la filosofía, la sociología, la psicología… o apoyando sin resquicios la cultura a través de la música, la literatura, el teatro, el cine, la danza, la creatividad, las artes plásticas… Paradójicamente, estas últimas, hoy nos ayudan a sobrellevar el confinamiento.

En otros grupos la droga les impide el auto control, una vida saludable y un buen sistema autoinmune, muchas de estas personas, desarrollan problemas mentales que les impiden tomar decisiones racionales y funcionales. Otros sencillamente se sienten marginados, olvidados de la sociedad, excluidos de las ventajas y privilegios que exhiben muchos de los que les piden la responsabilidad de protegerse y proteger.

También son vulnerables aquellos que no tienen suficientes conocimientos y por lo tanto no disfrutan de una verdadera y suficiente autonomía, ni capacidad para acceder a la información veraz. Estos y otros son marionetas, títeres sin voluntad a los que en estas circunstancias es difícil hacerles llegar mensajes de responsabilidad, solidaridad, prevención de la salud y confinamiento. Son hijos de la publicidad, las redes sociales, el postureo, los cotilleos, la banalidad y el vaciamiento intelectual. No tienen más rumbo que el reconocimiento social. La adicción está presente y les convierte en carne de cañón para las ventas de casi cualquier cosa: tecnología, fitness, dietas, imagen, moda, deporte, alcohol, fiestas, drogas…

Hay más grupos vulnerables, no es mi deseo ser exhaustiva nombrándolos a todos, porque con total seguridad vendrán casos y ejemplos a nuestras mentes.

Todos estos grupos vulnerables, deben su situación a la inercia de una sociedad orientada al desequilibrio, a las desigualdades, al individualismo, a la cobardía, al egoísmo… En definitiva, una inercia de destrucción de la sociedad sostenible. Una inercia que alimenta el desequilibrio y el desajuste, y por lo tanto la disfuncionalidad del sistema social.

Estos son avisos claros de que el desequilibrio genera grietas y puede comprometer las estructuras aparentemente sólidas, llevando al desajuste y al precipicio a sistemas enteros.

Reorientemos, de nuevo, nuestro modelo de sociedad hacia una sociedad equilibrada, para evitar que estos avisos sean cada vez más frecuentes, hasta que sea imposible controlarlos.

Tenemos una oportunidad, de nuevo, para reflexionar y cambiar el rumbo. Hagámoslo entre todos.

A grandes problemas…

Sumar o restar a la solución

Una crisis de grandes dimensiones necesita que cada uno de nosotros contribuya con lo mejor que tiene. Requiere de un gran esfuerzo para mantener la sensatez, la ecuanimidad y los objetivos de unidad y responsabilidad, dejando los egos, las ideologías y los desahogos personales en un segundo plano.

Durante una crisis las personas podemos aportar fuerza, serenidad, confianza, análisis, soluciones, apoyo y esperanza, o podemos socavar las fuerzas de los demás o incluso contribuir a la desinformación y al miedo irracional -poco eficaz e irresponsable- y a la ansiedad o pánico.

Además de seguir escrupulosamente las medidas que recomiendan expertos y responsables, es necesario arrimar el hombro para mantener el estado de ánimo de todo el mundo.

Nuestra contribución puede ser evitar (escribir, apoyar o difundir) aquellos mensajes que tienen el efecto de minar el ánimo, socavar las fuerzas y destruir la racionalidad, la serenidad y la confianza.

Algunos mensajes son infundados e incluso maliciosos. Evitemos su difusión, combatamos sus efectos, contrarrestemos su contaminación. Otros son innecesaria e ineficazmente alarmistas. Hagamos oídos sordos, no los apoyemos, no les bailemos el agua, no nos hagamos eco, frenemos su difusión y su efecto. Otros mensajes son una crítica sesgada y a veces constante de la actuación de los responsables.

Consideremos por un momento cómo de positiva y solidaria es la conducta de la persona que hace la crítica y valoremos si esa actitud crítica es una contribución a la solución o es una actitud que perjudica y menoscaba la fuerza y la confianza. Consideremos si nos merece confianza y autoridad la opinión vertida por alguien que está demostrando poca consideración y ecuanimidad al evaluar el trabajo de los demás.

Antes de apoyar o difundir mensajes de este tipo, pensemos en qué beneficio tendría su difusión para las personas que los van a recibir; valoremos cuál es por nuestra parte el objetivo de apoyar o difundir ese tipo de mensajes; evaluemos cómo podemos contribuir en positivo al objetivo que todos tenemos de superar esta crisis cuanto antes.

Hoy, si cabe, más que nunca, conviene que nos paremos a analizar qué es lo que realmente estamos expresando y por qué lo hacemos de ese modo. Quizás, una explicación a la expresión de tanta crítica destructiva es la dificultad para gestionar de forma eficaz nuestra ansiedad y angustia y esa angustia la proyectamos contra aquel que no se puede defender de nuestras acusaciones.

Creemos que nuestras emociones son racionales y están justificadas, y no nos damos cuenta de que mientras criticamos a otros tal vez estamos descuidando nuestra mayor responsabilidad, que es mirar dentro de nosotros, aplicar la actitud crítica hacia nosotros mismos y buscar soluciones a nuestra propia conducta ‘destructiva’ o ‘desmoralizadora’, que podría ser mucho más eficaz, sana, positiva y estimulante para nuestro entorno. Todo ello desde la bondad.

Por otra parte, no cabe duda que estas actitudes tampoco serían nunca unos rasgos adecuados para liderar equipos destinados a gestionar una crisis de este calado. La transmisión de tanto pesimismo, tanta crítica, tan pocas soluciones realmente viables, imposibles o inútiles, no son de ayuda en situaciones así, y solo servirían para desmoralizar a nuestros equipos.

No quiero extenderme en este post. Solo quiero transmitir lo que desde mi humilde punto de vista podemos hacer cada uno.

1) Guardar las máximas medidas de prevención, sin excusas. Eso reducirá al máximo el número de contagios en las personas más vulnerables, así como su ingreso en UCIs y hospitales, y la saturación de los mismos. La mayor responsabilidad recae en cada uno de nosotros.

2) Desde la serenidad y ecuanimidad, valorar el enorme esfuerzo que se está realizando por parte de los profesionales sanitarios que están en primera línea, dedicar toda nuestra energía a darles ánimos, ayuda y soporte.

3) Desde la ecuanimidad y objetividad valorar y respetar el esfuerzo que se realiza por parte de los responsables. Contribuir con sugerencias y apoyo efectivo desde una posición positiva, proactiva, optimista, de confianza y de colaboración y solidaridad. Podemos ser constructivos en nuestro análisis y realizar una crítica racional, fundamentada (datos, información) y aportar soluciones o sugerencias sin dramatismos, alarmismos y sesgos que solo contribuyen al malestar.

Resumiendo, mantener la serenidad, ecuanimidad, amplitud de miras, creatividad, generosidad y resiliencia. Canalicemos adecuadamente toda nuestra energía y nuestras emociones. Comprender que en estos momentos los errores también son nuestros y nos gustaría que nos ayudaran a superarlos.

Estar confinados es nuestra responsabilidad, pero esta tendrá mucho éxito y mérito si lo acompañamos con nuestra contribución al bienestar de los que nos rodean.

Solo añadir que dentro de la gravedad y deficiencias que existen -y que en gran parte podemos evitar cada uno de nosotros, por favor, seamos conscientes de los privilegios de nuestra sociedad, frente a lo que se les viene encima a millones de personas en India, África y Sudamérica.

Muchos ánimos.

Un abrazo fuerte

Valida las emociones

Revisa los pensamientos

Qué son las emociones

Las emociones son las respuestas psicológicas y físicas a la evaluación que hacemos de las situaciones. Puede ser una evaluación rápida o lenta, consciente o inconsciente.

Cuando nos entristecemos, nos enfadamos, nos enamoramos, idealizamos, sentimos rencor, nos entusiasmamos con algo… estamos expresando emocionalmente lo que nuestra mente ha evaluado previamente. Por lo tanto, si tenemos problemas con nuestras emociones, o con las conductas que derivan de ellas (discuto, juzgo precipitadamente, compro algo que no me sirve, me arriesgo en exceso, etc.), no hemos de cuestionar las emociones que me impulsan, sino la evaluación (pensamientos, criterios, creencias, prejuicios) que las precede y origina.

Emociones controlables

Muchas personas piensan que las emociones son incontrolables porque son una expresión a la que no tenemos acceso. A veces nos arrepentimos de conductas porque nos hemos dejado llevar por alguna emoción que sentimos inevitable. Quién no se ha enfadado y más tarde descubre que no era para tanto o que se había equivocado al evaluar la situación. A veces juzgamos de forma sesgada, dejándonos llevar por la última emoción que nos embarga, sin tener en consideración toda la realidad.

Unas personas dan rienda suelta a ciertas emociones sin considerar los efectos que pueden tener en su entorno y/o en sí mismos (ira, egoísmo, envidia…); otras personas las reprimen porque se culpabilizan de sentir lo que sienten (enamoramiento, deseo, miedo, inseguridad…).

La realidad es que sí podemos regular las emociones. Regular las emociones no consiste en reprimirlas, nada más lejos. Regular las emociones consiste en comprender su origen y el mecanismo que las activa, para actuar sobre ambos.

Pensemos en las emociones como si se tratara del caudal de agua que surge de un grifo que yo manejo. La llave del grifo es el final de un circuito más complejo que está diseñado para darme agua cuando yo decida que la necesito. El agua fluye constantemente gracias a un sistema que no veo y que solo aflora a través del grifo (es visible) cuando yo activo la llave, o bien cuando alguna cañería se rompe. Si el sistema funciona bien, yo puedo controlar la presión, el caudal y las ocasiones.

La mayoría de las veces, la decisión de abrir el grifo no es consciente, ya la he automatizado, por lo tanto no tengo que pararme a decidir, simplemente, si necesito agua, abro el grifo. Eso no significa que no haya una evaluación y una decisión, significa que mi cerebro ha convertido un acto repetitivo en un proceso automático. Mi control será funcional si mi evaluación es correcta y se ajusta a mis necesidades y objetivos. Puede suceder que no evalúe bien las circunstancias, porque esté cansada, porque esté preocupada o porque algo me distraiga, en esa situación, es probable que, por ejemplo, me vaya a atender el teléfono y deje el grifo abierto con el gasto de agua que eso supone.

Valga esta metáfora del agua canalizada y regulada para comprender mejor el sistema y la función de las emociones.

La alegría, por ejemplo, aflora porque ‘evaluamos’ que la situación nos agrada, nos es favorable o es favorable a otros; la valoramos de un modo optimista; la sentimos como placentera y esperanzadora, etc. Si esa evaluación de agrado y favorable es proporcionada y ajustada a la realidad, nuestra emoción también lo será.

Todas las emociones (dolor, temor, enfado, inseguridad, amor, interés, motivación…) conllevan una evaluación y un conjunto de cambios que suceden en nuestro cuerpo y nuestra mente.

Esta evaluación se puede producir en cuestión de segundos o podemos requerir de más tiempo. Con independencia de lo que tardemos en evaluar la situación, el proceso de evaluación (consciente o inconsciente) y la evaluación final son la llave para regular las emociones y producir emociones ajustadas a la realidad y por lo tanto funcionales para lograr bienestar personal y buenas relaciones.

Por todo ello, me gustaría enfocar la reflexión en ese proceso de evaluación y en cómo manejar tanto la evaluación como la emoción que la acompaña.

La función de las emociones

Las emociones cumplen una función muy sana que nos da una información riquísima sobre quienes somos, qué necesitamos y cómo estamos gestionando esas necesidades. Las emociones no hay que reprimirlas ni anularlas o invalidarlas, por el contrario, conviene escucharlas, detenernos sobre ellas y tratar de comprender su origen y función.

Como ya hemos deducido, esta funcionalidad genérica no significa que todas las emociones y su expresión personal sean adecuadas a la situación, o sean funcionales y beneficiosas. Esta adecuación o funcionalidad va a depender de que la evaluación que las origina sea racional, es decir, responda de un modo coherente a mis necesidades, esté ajustada al contexto, a la situación y se integre con mis objetivos personales y de relación (familia, amigos, trabajo, pareja). Por lo tanto, la emoción es como el termómetro que nos dice si el organismo está evaluando y decidiendo correctamente y de forma ‘integral’ o hay algún problema y alguna ‘pieza’ va por libre.

De modo que utilizamos las emociones como una especie de sistema de chequeo de lo que está produciendo nuestra mente. Si las emociones que sentimos nos generan de forma habitual malestar y/o su expresión nos causa dificultades sociales o personales, conviene que activemos los mecanismos de observación, análisis y regulación, que no son otros que ‘parar’ máquinas, observar ‘circuitos’, analizar procesos y modificar lo que no funciona.

Dicho así, no parece difícil, pero quien trabaja o ha trabajado con sistemas complejos sabe que a veces chequear algún fallo en los procesos puede conllevar un tiempo. No nos desanimemos, en este caso, la ventaja es que aunque ‘paremos’ una parte de nuestra actividad, el resto sigue haciendo sus funciones. Lo que paramos es el ‘automatismo’ de nuestra respuesta emocional, para pasarlo a un modo ‘manual’ donde podamos observar, identificar y analizar.

Es decir, el primer paso consiste en comprender y aceptar que puedo trabajar con mis emociones. A partir de este momento, comenzamos por tomar en consideración las emociones, las identificamos y ponemos nombre: tristeza, temor, inquietud, inseguridad, alegría, cariño, ilusión, generosidad, solidaridad, empatía, desafecto, ira…). Etiquetar las emociones con precisión es importante porque a partir de ese nombre, puedo obtener la definición en cualquier diccionario. Si dudo, puedo chequear cuál se parece más a mis reacciones. Con la definición ya empiezo a comprender mejor, en qué consiste mi emoción. He dado el segundo paso.

Como vemos, hasta aquí, hemos aceptado la emoción, no la hemos reprimido. Desde la aceptación, podemos seguir trabajando.

A continuación conviene analizar lo que ha causado esas emociones, qué tipo de evaluación hemos realizado y por qué hemos percibido la situación como agradable, insufrible, amenazante, preocupante o divertida, por poner algunos ejemplos.

Validar la emoción

La emoción, por lo tanto, puede ser disfuncional respecto del contexto, pero sin embargo siempre es válida respecto del proceso interno, porque refleja fielmente nuestra evaluación de la situación. Es la evaluación la que puede no ajustarse a la realidad.

Hay evaluaciones que son disfuncionales porque no son eficaces percibiendo, observando y analizando la realidad; bien porque les falta información, porque han sido precipitadas, porque carecen del rigor necesario, porque son sesgadas o porque están influidas por los prejuicios o por los miedos.

Si la evaluación que hacemos de la situación no se ajusta a la realidad, por cualquier razón, lo lógico es que nuestras respuestas emocionales tampoco se ajusten. En este caso, no sería eficaz que reprimiéramos nuestras emociones y dejáramos intactas nuestras evaluaciones. No sería eficaz ni funcional porque no aprovecharíamos esa experiencia para aprender y mejorar nuestro sistema de evaluación.

Revisar la evaluación

Por esta razón, es conveniente que se validen las emociones de los niños al tiempo que se les ayuda y muestra el modo en que pueden analizar la evaluación que han realizado y el resultado emocional obtenido. Un llanto puede ser o no oportuno (funcional) dependiendo del proceso de evaluación que lo ha originado.

Pongo un ejemplo concreto. Una niña puede llorar mientras juega con una amiga. Lo primero que habría que hacer es validar el sentimiento que tiene la niña. Inmediatamente, le preguntamos qué es lo que la hace llorar, podemos ayudarla proponiéndola opciones razonables al contexto (querías ese juguete y lo está usando tu amiga; te enfadas porque no sabes cómo explicar a tu amiga lo que quieres; te sientes triste porque tu amiga te ha dicho algo que no te gusta, etc.). Acto seguido, le proponemos que busque soluciones a la situación para volver a disfrutar del juego. Una de las soluciones puede ser que elaboren unas reglas, otra solución puede ser que la amiga se disculpe; otra solución puede ser que reevalúe la situación con un poco más de perspectiva, etc.

Si realizamos este ejercicio con los niños, ayudaremos a que crezcan con una mayor conciencia del papel de las emociones y de los procesos que las provocan. Les ayudaremos a que aprendan a ‘parar’ y reflexionar sobre sus evaluaciones y decisiones. Contribuiremos a que confíen más en sus criterios y en sus emociones. También estaremos ayudando a que tengan más asertividad y autoestima.

Como adultos, no siempre nos hemos socializado y hemos desarrollado nuestra personalidad teniendo a nuestra disposición este tipo de ayuda y entrenamiento emocional. Esta carencia significa en muchos casos que vivimos un poco alienados respecto de nuestras emociones y los procesos de evaluación que están detrás. Si ese es nuestro caso, es probable que reprimamos emociones o que tengamos problemas de relación porque provoquemos conflictos en las reacciones. La represión de las emociones me puede conducir a sentirme aislado/a, solo/a o con falta de apoyo social. Puedo pensar que ‘no me comprenden’ que para qué voy a expresarlas si no van a ser entendidas; que ese tipo de emociones no se ‘deben’ expresar en público; que voy a ser vulnerable porque me verán débil, etc.

Es probable que la expresión o falta de expresión de las emociones nos lleven a un mayor malestar. Por ejemplo, en los casos en que la enfermedad amenaza o es una realidad con consecuencias físicas y económicas potencialmente perjudiciales (hoy es un virus, mañana puede ser otra cosa), realizamos una evaluación en función de cómo percibimos la amenaza. Será esa evaluación, junto con la evaluación de los recursos (ver artículo Problema y Oportunidad) la que provoque mis emociones: aceptación, relativización, serenidad, esperanza, optimismo, responsabilidad, competencia, tesón, creatividad, miedo, temor, pánico, ansiedad, aburrimiento, etc.

Conviene que escuche y atienda a esas emociones. Conviene que observe si esas emociones son perfectamente compatibles con la situación y el mantenimiento de la estabilidad y un nivel adaptativo del bienestar, mis actividades y relaciones, así como con las nuevas necesidades que me puedan estar surgiendo debido a los cambios en mi entorno. Si no se produce un desajuste notable, aunque es lógico hacer ciertos ajustes, no es necesario que examine mis propios procesos de un modo especial. No obstante, es interesante y útil observarnos y comprobar que nuestras conductas nos producen bienestar y también lo producen en nuestro entorno.

Si, por el contrario, compruebo que las emociones que estoy sintiendo limitan y deterioran mi estabilidad y/o bienestar psicológico, sacándome de la ecuanimidad y serenidad deseables y, por lo tanto, colocándome en peor disposición de ánimo para tomar decisiones y para llevar a cabo las conductas más eficaces, funcionales y ajustadas a necesidad, entonces, conviene ‘parar’ y dedicar un tiempo a analizar las evaluaciones que estoy realizando.

Aunque creyera evaluar correctamente, lo más probable es que estuviera en un error. Pongo algunos de los cientos de ejemplos que pueden suceder en el proceso de evaluación para hacerme concluir de un modo erróneo, sesgado, disfuncional o poco realista:

  • Quizás no tuve algo en consideración o algo se me pasó por alto
  • Entendí algo mal, quizás no escuché atentamente
  • Quizás mis prejuicios me llevaron a sesgar la información
  • Quizás mi miedo me impidió ser objetiva
  • Tal vez interpreté algo de un modo muy rígido
  • Puede que tuviera un exceso de expectativas sobre algo o la conducta de alguien
  • Quizás no supe manejar la frustración o la contrariedad
  • Quizás no confiaba en mi capacidad y recursos para resolver el tema.
  • Etc., Etc.

De nuevo, incido en que la emoción no es lo que debemos cuestionar, sino el proceso de evaluación que la hace aflorar como respuesta.

Una vez que he reevaluado mi proceso, es posible que desde la honestidad, responsabilidad y compromiso con mi bienestar y el de las personas en el contexto que compartimos, sea capaz de identificar esos errores para rectificarlos y poner en marcha algún plan de actuación para reducirlos.

Aceptación y aprecio

Mientras tanto, también soy responsable de quererme, y eso conlleva la aceptación de quién soy y cómo soy. Por ello, no conviene que me juzgue de forma severa ni rígida, pero si conviene que analice y me responsabilice de mi bienestar y del malestar que puedo provocar en mi entorno. Vivimos en sociedad y nuestro bienestar es tan importante como el bienestar de los demás. Conviene que identifique y acepte mis limitaciones y, desde la bondad, me trate con comprensión, dulzura y apoyo, pero sin duda con el compromiso personal de mejorar. Puedo disfrutar de la vida apoyándome en todos mis aciertos y dándome el derecho a sentir mis emociones, pero también responsabilizándome para mejorar los procesos de evaluación que las originan y las conductas que las suceden.

Disonancias psicológicas

Qué es una disonancia psicológica

Las disonancias psicológicas son discrepancias no resueltas entre dos tendencias, necesidades, creencias o conductas. Por ejemplo, puede haber disonancia entre mi necesidad de cariño, por una parte, y una conducta excesivamente severa con alguien cuando se equivoca en algo, por otra.  Otro ejemplo puede ser mi necesidad de que respeten y escuchen mis ideas, de un lado, y mi actitud de no dejar hablar o de devaluar las ideas de los demás, de otro. Un tercer ejemplo, podría ser, el deseo de que mi trabajo se valore, pero una constante crítica o falta de valoración al trabajo de los demás. Hay miles de ejemplos de disonancias que probablemente todos hemos experimentado en alguna ocasión.

Las disonancias se pueden producir de diversos modos, lo más habitual es una carencia en la toma de conciencia de nuestras actitudes o conductas. Esa carencia produce una visión sesgada con puntos ciegos, donde no soy capaz de verme con suficiente amplitud, objetividad y ecuanimidad, para tener claridad y honestidad con mis conductas y actitudes. Esa ‘ceguera’ o visión sesgada me impide conocerme con plenitud de conciencia, impidiéndome crecer y superar contradicciones o disonancias.

Resolver disonancias

Cuando logramos identificar, afrontar y resolver disonancias, logramos un estado de paz y bienestar muy gratificante. No es necesario lograr la perfección (tarea imposible) para obtener la paz. Podemos obtener un grado muy elevado de paz interior, aunque exista alguna disonancia de pequeña importancia. Conviene atender a las disonancias de mayor relevancia y también a la cantidad de disonancias, para evitar grandes cantidades y grandes conflictos. El bienestar o la paz (sosiego) se logran cuando no hay disonancias relevantes en nuestra conciencia o en nuestros procesos automatizados de conducta (sean ideas, imágenes, pensamientos, actitudes, emociones o respuestas).

El sosiego o la paz no tienen por qué producir ‘felicidad’, ni la necesitamos, pero produce bienestar y correlaciona con la calma, la concentración, la serenidad, la ecuanimidad, etc.

Para eliminar las disonancias es importante practicar la coherencia. Esta coherencia consiste en comprometernos con practicar la congruencia entre nuestras necesidades más importantes (valores, principios, objetivos, relaciones, emociones…) y nuestras conductas para satisfacerlas.

De modo que, por ejemplo, si considero que para mi bienestar es importante que las personas a mi alrededor estén bien, mis conductas estarán orientadas a respetar a los demás, tener en consideración sus propias necesidades, sus puntos de vista, su derecho a exponerlos y defenderlos, así como defender los míos de forma asertiva: con afecto, respeto, sin ofender ni tratar de imponerme.

Un ejemplo muy típico donde necesitamos resolver la disonancia, que puede amenazar nuestra paz, es cuando hay dos puntos de vista o dos intereses contrapuestos ante una situación compartida. Si nos empeñamos en llevar la razón o en que la otra persona reconozca que la llevamos, estaremos defendiendo esa necesidad de “tener razón” por encima de la necesidad de mostrar y recibir respeto.

La importancia que damos a “tener razón” puede convertirse en un sesgo de pensamiento y en una conducta que atenta contra nuestra paz y nuestras relaciones. La disonancia deriva de que, si nos empeñamos en tener razón, estamos negando la oportunidad a otras ideas, así como a la consideración y la ‘cuota’ de razón que la otra persona necesita. Defender nuestra posición no significa generar barricadas, pelear o faltar al respeto. Nuestra posición o nuestras ideas se defienden mejor con una actitud ecuánime, respetuosa y proporcionada a la situación.

La paz protectora de la salud

La paz es un protector de nuestra salud emocional, cognitiva y de nuestra salud física. En el caso de la salud emocional, la paz va acompañada de emociones plácidas, tranquilidad, bondad y calma. En cuanto al bienestar cognitivo, la coherencia entre las distintas áreas de pensamiento nos facilita el ‘silencio’ mental y la ausencia de ‘ruidos’, protegiéndonos del desgaste, de la confusión y del estrés mental, facilitándonos el pensamiento creativo y el razonamiento racional. La paz nos ayuda a generar emociones proporcionadas a las situaciones y contribuye a que tomemos conciencia de todas las situaciones positivas y bondadosas que nos rodean. La paz contribuye a que no adoptemos conductas de riesgo o conductas impulsivas (fumar, beber, velocidad excesiva, ir aturullados, etc.). Físicamente, también nos ayuda a afrontar las situaciones de estrés y a no sentir ansiedad (miedo, pánico) porque centramos nuestra atención y nuestra energía en conductas positivas, efectivas para la convivencia y sanas para nuestro organismo. Sabemos que el estrés o la ansiedad continúas pueden provocar procesos inflamatorios en algunos órganos del cuerpo a través de la producción de hormonas y proteínas que pueden ser tóxicos y a largo plazo pueden provocar el deterioro o la disfunción de esos órganos o sistemas (inmune).

Hay muchas conductas que también ayudan a reducir o eliminar disonancias y conseguir nuestra paz. Compartiré algunas reflexiones sobre ellas en otros escritos. Mientras tanto, empecemos o sigamos trabajando la coherencia entre objetivos y conductas.

Problema y Oportunidad

Una enfermedad

Lo que hace la enfermedad

Una enfermedad altera nuestra homeostasis, y nos provoca dolores, malestar, desajustes, fiebre, tos, dificultades respiratorias, dolor de garganta y otros síntomas o complicaciones mayores, incluso irremediables.

La enfermedad no toma nuestras decisiones ni es responsable de nuestras conductas ni de los problemas económicos o laborales. Estas conductas son el resultado de nuestra personalidad, nuestra forma de razonar, nuestra cultura y nuestra sociedad (valores, normas, costumbres, instituciones, etc.).

La enfermedad solo tiene capacidad para provocar problemas directos en la salud. De las enfermedades, su investigación, tratamiento y cura, se ocupan las autoridades y profesionales de la ciencia (epidemiología, virología, medicina asistencial…, entre los que se encuentran excelentes profesionales).

Lo que hacemos nosotros

Provocamos, sin embargo, efectos indirectos, pero de peores consecuencias que las de un virus, una bacteria, un accidente cardiovascular, etc., como el colapso de los hospitales; la falta de equipos médicos o asistenciales; las dudas en tomar medidas por sus repercusiones; las aglomeraciones en supermercados haciendo acopio innecesario de víveres y otros objetos; la asistencia a eventos multitudinarios a pesar de que tenemos tos o malestar; etc. Todos estos efectos no los provoca un virus o una enfermedad, sino la conducta individual y la conducta social.

Cuando suceden catástrofes naturales, epidemias, accidentes o enfermedades, cada persona, tenemos una gran oportunidad para poner en práctica lo mejor de cada uno y avanzar un paso más hacia una sociedad más equilibrada, sosegada, racional, segura y justa.

Cada uno de nosotros (somos miles de millones de personas) puede contribuir con su propia actitud, decisiones y conductas, tanto para bien como para mal. En las peores situaciones podemos elegir quienes somos y cómo queremos ser, podemos decidir nuestras conductas y las consecuencias que deseamos. El proceso de decisión de cada persona puede entrenarse hacia un modelo racional, sereno, eficaz, resiliente y que produzca bienestar individual y colectivo. La mayoría de nuestras decisiones individuales acertadas o erróneas no pueden justificarse responsabilizando a las autoridades.

Conviene saber que, ante cualquier acontecimiento o suceso que acaece en nuestro entorno (virus, crisis, desempleo, injusticia, terremoto…), potencialmente perjudicial, seguimos un proceso de evaluación que determinará nuestra forma de afrontar el suceso y las decisiones y conductas que adoptemos:

  1. Evaluamos la situación: Podemos evaluarla como una amenaza que pone en peligro nuestra integridad, sin que podamos hacer nada para evitarla; o la podemos ver como un reto que conviene superar y en el que podemos influir de algún modo.
  2. Evaluamos nuestros recursos: Valoramos si disponemos de recursos propios o disponibles para afrontarla. Podemos identificar cuáles son nuestras habilidades y recursos (propios o ajenos) y cómo podemos utilizarlos, o podemos creer que todo lo que tenemos es inútil.
  3. Evaluamos los cambios: Dotamos de significado a los cambios que se producen en nuestra vida como efecto del acontecimiento. Los podemos ver como insufribles o como parte de la vida normal. Los podemos ver como inevitables o como oportunidades para influir sobre ellos.

La confianza se entrena

Si en mi experiencia vital estoy acostumbrado/a a planificar, actuar y resolver, con plena conciencia de que mis decisiones y conductas influyen en mi entorno y en mis propios logros, probablemente veré los problemas como un reto, evaluaré los recursos como una ayuda valiosa y, además, veré los cambios como parte de la vida. Por ello, es probable que mi actitud y razonamientos sean más serenos y adopte decisiones y conductas más sanas, eficaces y equilibradas para la situación concreta.

Si, por el contrario, mi experiencia es de sensación de indefensión y falta de confianza en la posibilidad de influir con mis acciones, entonces es más probable que sienta que la situación amenaza de forma global mi bienestar; evalúe que no tengo recursos suficientes y, además, considere insufrible cualquier cambio en mi vida, lo más probable es que mis opciones pasen por la ansiedad, la tristeza, la desesperanza, la frustración, la ira, peores actitudes y malas decisiones y conductas.

Una situación como la que se está desarrollando alrededor del Covid-19 es un problema y una oportunidad. Oportunidad para tomar conciencia de nuestros procesos de evaluación, así como para modificar aquellos aspectos que no contribuyen a nuestras mejores conductas, ayudándonos a superar la situación. Nos podemos dar la oportunidad de pensar: ¿En qué puedo mejorar mi forma de pensar y evaluar? ¿Cómo puedo influir para mejorar esta circunstancia? ¿Cómo puedo mejorar aquí y ahora mi entorno más cercano? ¿Qué está en mi mano hacer o no hacer en este momento? Se trata de cuestionar y erradicar pensamientos como: ‘No puedo hacer nada’, ‘Por mucho que yo haga, no lograré cambiar la situación’, ‘Da igual lo que yo haga porque otros no lo hacen’, ‘Es terrible que esto ocurra’, etc.

Fortalecer habilidades

Nuestra personalidad y capacidad de resiliencia se verán fortalecidas si elegimos las opciones adecuadas, en cada momento. Solo extraordinariamente se trata de opciones difíciles y complejas, por regla general son opciones muy simples (me lavo las manos, saludo con los pies, limpio bien lo que han tocado otros y he tocado yo, evito las reuniones de varias personas innecesarias, etc.). No obstante, si se diera el caso de una situación difícil y compleja, conviene descomponer el problema en partes y ordenar las prioridades, por ejemplo, la decisión de suspender una manifestación o las Fallas de Valencia. Hemos de procurar que no sea el miedo el que dirija nuestras acciones, sino la racionalidad, la funcionalidad y el mayor beneficio o menor daño a corto, medio y largo plazo.

Ante situaciones críticas, como la que vivimos, conviene hacerse un pequeño plan de actuación personal. Esto puede parecer excesivamente artificial o complejo, pero, en realidad, nos puede simplificar mucho la vida cotidiana. Nos puede ayudar a tener una gran parte de las cosas organizadas y a tener los criterios a mano para evaluar las situaciones sin tener que dedicar mucho tiempo diario a construir criterios continuamente o a dar vueltas a las cosas hasta agotarnos (pensamiento circular y obsesivo).

Podemos comenzar por escoger y escribir aquellos criterios que nos resulten útiles. Suelen tener un carácter general y están destinados a resolver la mayoría de las situaciones cotidianas.

Pongo algunos ejemplos para orientarnos:

  1. Responsabilidad. Cada decisión que tome habrá de ser coherente con mi sistema de valores, con las necesidades (individuales y colectivas), con las leyes y con las recomendaciones de las autoridades (sanitarias y gubernamentales). Por ejemplo, aunque no me prohíban asistir a un mitin, eso no significa que esté obligado a hacerlo, no significa que sea conveniente hacerlo y no significa que deba hacerlo si, además, tengo algún síntoma respiratorio. Será mi ética y mi responsabilidad la que me lleve a decidir si es mucho más prudente y cívico quedarme en casa.
  2. Protección. La protección de las personas, empezando por mí y continuando por el resto, pero dando prioridad a las personas más vulnerables, será mi prioridad. Por lo tanto, toda acción que tome estará dirigida a este objetivo. Ejemplos:
    1. Pensar que soy inmune a todo, es una actitud poco realista e imprudente, provoca riesgos innecesarios para mi y para los demás. Todos estamos expuestos, por lo tanto, conviene tomar medidas de protección.
    2. Si me dan la mano, aunque tema parecer descortés, adoptaré una actitud constante de protección combinándola con una conducta de respeto, consideración, cortesía, amabilidad y asertividad. Por ejemplo, puedo sonreir, pero pongo las manos juntas en actitud de gratitud e indico que prefiero utilizar ese tipo de saludo.
    3. Si voy al supermercado, me lavo las manos antes de salir de casa. Durante todo el tiempo que esté fuera no me toco la cara ni la ropa. Cuando llego a casa, me lavo las manos. Puedo utilizar guantes desechables de un uso.
    4. Ni que decir, si estornudo o toso me tapo con el codo, utilizo un pañuelo desechable y lo tiro.
  3. Información. Elegiré las fuentes de información rigurosa, por ejemplo, la web de la OMS o la del Ministerio de Sanidad, Economía o el Consejo de Europa, Banco Central, la intervención de profesionales de la salud, más que los informativos que solo me aporten datos numéricos o información alarmista e incompleta. No buscaré la morbosidad de las cifras y del catastrofismo, ni tampoco huiré de las noticias o esconderé la cabeza debajo del ala. Conviene estar bien informado para ejercer la responsabilidad con libertad y respeto.
  4. Solidaridad. No adoptaré conductas egoístas. Pensaré si esa conducta puede tener repercusiones negativas para otras personas y en qué medida puedo evitarla o puedo combinarla con otras medidas o acciones complementarias menos radicales o perjudiciales. Por ejemplo, si tengo que permanecer en casa en cuarentena porque he dado positivo o tengo sospechas de que puedo estar contagiado, pero no me han hecho pruebas aún, es razonable que solicite entrega a domicilio de los víveres. No parece muy sensato que vaya constantemente al supermercado. Tampoco parece sensato que compre víveres para un mes si no suelo hacerlo y si, además, con ello, genero aglomeraciones en los supermercados que pueden provocar un mayor contagio.
  5. Rigor y Veracidad. No transmitiré noticias sobre el virus, su prevención, curación o tratamiento, que no sean oficiales, aunque piense que son muy ‘interesantes’.
  6. Amabilidad, ecuanimidad y Bondad. No utilizaré el virus como excusa para ejercer la hostilidad contra alguien o algo o satisfacer mis deseos de crítica contra el gobierno u otras autoridades. La mezquindad que encierra ese tipo de conductas es preferible no ejercerla nunca, pero mucho menos en situaciones como esta. Las conductas mezquinas, solo ponen de manifiesto la actitud de la persona que las practica. La crítica es mezquina cuando es innecesaria, inoportuna e injusta, a sabiendas de que lo que pretendemos es manipular la opinión de alguien, sacando ventaja de la vulnerabilidad de ciertas personas, del rencor y los deseos de venganza de otras, o de la incapacidad para aceptar los resultados de las urnas de otras. La talla moral y humana de las personas se refleja siempre, pero más aún si cabe en estas situaciones.
  7. Visión amplia. El cortoplacismo puede conducirnos a una situación posterior más problemática. Conviene actuar siguiendo los criterios de prioridad que hayamos establecido. No conviene cambiarlos continuamente para adaptarlos a las coyunturas y deseos más inmediatos. La disciplina y el tesón son de gran ayuda en estas circunstancias.
  8. Disfrute. Tengo muchas cosas por las que estar satisfecho y disfrutar y con las que entretenerme: Lectura, juegos, hablar por teléfono con mi familia y amigos, costura, manualidades, bricolaje, escribir, redes sociales, películas, estudio online, etc. Puedo tomar el sol incluso a través de la ventana, en caso de no poder salir al parque o de no disponer de un pequeño patio, jardín o terraza. En la mayoría de los casos, puedo salir a horas en las que no haya casi gente, o puedo ir a lugares donde sé que hay pocas personas y evito el contagio. Si puedo estar con mis hijos, es una ocasión para repasar materias académicas olvidadas y también para ejercitar mi responsabilidad y valorar la función de los docentes. Es una ocasión para jugar plácidamente y para disfrutar de su compañía. Si les transmitimos nervios, estarán nerviosos, si les transmitimos paz, estarán tranquilos. Tomemos un tiempo para plantearnos nuestra actuación.
  9. Paciencia. Aceptar los ritmos y el malestar sin desesperar. Evitar caer en pensamientos del tipo: a ver si esto pasa ya; no puedo soportarlo; esto va a ser una catástrofe; es terrible que me suceda esto a mi… etc. La paciencia no significa inacción, significa aceptar el ritmo de las cosas y aprovechar el tiempo para hacer aquello que sí puedo hacer (ver el epígrafe anterior). La paciencia nos dará bienestar, la impaciencia nos generará más problemas (ansiedad, enfado, frustración, ira, mal humor, falta de energía, abandono, etc.). La paciencia nos ayudará a no actuar llevados por la impulsividad, la inmediatez del deseo, el aburrimiento o el miedo a la pérdida.
  10. Conciencia plena. Aprovechar que el ritmo social se ralentiza debido a las medidas y los cambios (menos desplazamientos, menos prisas, cancelación de eventos…) para dedicar una atención plena a cada cosa que hacemos, pensando en que eso es lo más importante en ese momento: preparar los desayunos, ducharnos, contar un cuento, escuchar a un ser querido, pensar en el menú de hoy… Aprovechar un ritmo social más ‘saludable’ para recrear en casa entornos de silencio, meditación, paz y serenidad. Aprovechar para practicar la relajación (respiración, musculatura, mente). Tomar conciencia, observar y escoger las mejores opciones, nos colocará en posición para avanzar hacia la solución.
  11. Elegir batallas. Dónde queremos pelear y dónde no merece la pena aplicar tiempo, esfuerzo y energía. Plantearnos si necesitamos discutir, debatir o hacer ver nuestra posición o nuestro criterio o es suficiente con nuestro convencimiento interno, dejando el debate para otra ocasión. Escogeremos muy bien a qué damos importancia y a qué cosas no. Evaluaremos qué conductas de los demás nos molestan lo suficiente como para tomar medidas (poner límites, apartarnos u otras medidas) o por el contrario, podemos sobrellevarlas sin mayor problema y con un mínimo coste. En definitiva, elegimos si deseamos desgastar nuestra energía en batallas sin sentido o con poco interés.

En la vida cotidiana, en los pequeños sucesos del día a día, está la aplicación de estos u otros criterios y por lo tanto las respuestas a nuestro bienestar y a la superación de los problemas. Dar importancia al proceso del día a día es más útil y sano que estar ansiosos por salir de la situación. ¿Por qué? Porque la calidad de nuestro día dependerá de las conductas que adoptemos en cada momento, y esa calidad también es un factor importante de salud. Lo importante no es salir a toda costa de la situación, lo importante es vivir lo mejor posible mientras afrontamos este u otros problemas.

Mi papel, mi responsabilidad

Como vemos, cada persona tiene un papel responsable, fundamental, en esta crisis psico-socio-sanitaria. La responsabilidad puede adoptar muchas formas. La irresponsabilidad también. Cada situación cotidiana es un escenario para que adoptemos decisiones ordenadas, justificadas y ajustadas a las condiciones y necesidades del momento/etapa.

La responsabilidad supone hacer lo que está en mi mano para gestionar del mejor modo posible la situación y el momento. La garantía de que se hace lo posible reside en cada uno de nosotros de forma individual. En cada una de nuestras decisiones, minuto a minuto, tanto en las pequeñas oportunidades (que son la mayoría) como en las grandes ocasiones (que son excepcionales) pueden contenerse las mejores actitudes y conductas para afrontar esta crisis.

Por lo que hemos comentado hasta ahora, el bienestar de cada persona depende de tres tipos de factores:

  • Biológicos (el frío, el calor, los virus).
  • Psicológicos (decisiones, razonamientos, emociones, conductas…). Por ejemplo, cuando afronto la situación con serenidad, responsabilidad y el mejor humor posible.
  • Sociales (apoyo familiar, hospitales, trabajo, economía). Por ejemplo, dispongo de un sistema de salud pública que me atiende cuando lo necesito y de un trabajo que me permite cierta flexibilidad.

El malestar o bienestar, depende de estos tres ámbitos que interactúan entre sí. El papel de cada individuo en interacción con el papel del resto de individuos y del conjunto de la sociedad es  fundamental para desarrollar al máximo posible las conductas de salud que protejan o que permitan actuar del modo más eficaz ante un virus o cualquier otra enfermedad o problema.

A excepción de aquellas personas con rasgos sociopáticos (lo cierto es que hay más rasgos de este tipo de los deseables), entre el resto de personas, aquellos individuos que adoptan decisiones y conductas coherentes con sus necesidades, criterios y valores culturales y sociales, desarrollan un mayor sentimiento de satisfacción, plenitud y bienestar. El bienestar psicológico tiene gran incidencia en el bienestar físico y social, y se produce a través de la integración y coherencia de los sistemas cognitivo y emocional. Una decisión coherente y congruente con los valores y necesidades de una persona, produce satisfacción y placidez, elimina la ansiedad y las conductas impulsivas o tóxicas, evitando, por ejemplo, el consumo de alcohol, la compulsividad ante el tabaco o las drogas y otras conductas de riesgo.

Las conductas coherentes, repetidas en el tiempo y que acaban transformándose en hábitos adquiridos, provocan la estabilidad, la resiliencia, el buen humor, la paciencia ante la adversidad, la confianza en un futuro mejor, la proactividad para generar un presente más satisfactorio. No se trata de pretender la perfección, que es imposible, de lo que se trata es de hacer lo que esté en nuestras manos para lograr mayores cotas de bienestar, haya o no haya virus.