Problema y Oportunidad

Una enfermedad

Lo que hace la enfermedad

Una enfermedad altera nuestra homeostasis, y nos provoca dolores, malestar, desajustes, fiebre, tos, dificultades respiratorias, dolor de garganta y otros síntomas o complicaciones mayores, incluso irremediables.

La enfermedad no toma nuestras decisiones ni es responsable de nuestras conductas ni de los problemas económicos o laborales. Estas conductas son el resultado de nuestra personalidad, nuestra forma de razonar, nuestra cultura y nuestra sociedad (valores, normas, costumbres, instituciones, etc.).

La enfermedad solo tiene capacidad para provocar problemas directos en la salud. De las enfermedades, su investigación, tratamiento y cura, se ocupan las autoridades y profesionales de la ciencia (epidemiología, virología, medicina asistencial…, entre los que se encuentran excelentes profesionales).

Lo que hacemos nosotros

Provocamos, sin embargo, efectos indirectos, pero de peores consecuencias que las de un virus, una bacteria, un accidente cardiovascular, etc., como el colapso de los hospitales; la falta de equipos médicos o asistenciales; las dudas en tomar medidas por sus repercusiones; las aglomeraciones en supermercados haciendo acopio innecesario de víveres y otros objetos; la asistencia a eventos multitudinarios a pesar de que tenemos tos o malestar; etc. Todos estos efectos no los provoca un virus o una enfermedad, sino la conducta individual y la conducta social.

Cuando suceden catástrofes naturales, epidemias, accidentes o enfermedades, cada persona, tenemos una gran oportunidad para poner en práctica lo mejor de cada uno y avanzar un paso más hacia una sociedad más equilibrada, sosegada, racional, segura y justa.

Cada uno de nosotros (somos miles de millones de personas) puede contribuir con su propia actitud, decisiones y conductas, tanto para bien como para mal. En las peores situaciones podemos elegir quienes somos y cómo queremos ser, podemos decidir nuestras conductas y las consecuencias que deseamos. El proceso de decisión de cada persona puede entrenarse hacia un modelo racional, sereno, eficaz, resiliente y que produzca bienestar individual y colectivo. La mayoría de nuestras decisiones individuales acertadas o erróneas no pueden justificarse responsabilizando a las autoridades.

Conviene saber que, ante cualquier acontecimiento o suceso que acaece en nuestro entorno (virus, crisis, desempleo, injusticia, terremoto…), potencialmente perjudicial, seguimos un proceso de evaluación que determinará nuestra forma de afrontar el suceso y las decisiones y conductas que adoptemos:

  1. Evaluamos la situación: Podemos evaluarla como una amenaza que pone en peligro nuestra integridad, sin que podamos hacer nada para evitarla; o la podemos ver como un reto que conviene superar y en el que podemos influir de algún modo.
  2. Evaluamos nuestros recursos: Valoramos si disponemos de recursos propios o disponibles para afrontarla. Podemos identificar cuáles son nuestras habilidades y recursos (propios o ajenos) y cómo podemos utilizarlos, o podemos creer que todo lo que tenemos es inútil.
  3. Evaluamos los cambios: Dotamos de significado a los cambios que se producen en nuestra vida como efecto del acontecimiento. Los podemos ver como insufribles o como parte de la vida normal. Los podemos ver como inevitables o como oportunidades para influir sobre ellos.

La confianza se entrena

Si en mi experiencia vital estoy acostumbrado/a a planificar, actuar y resolver, con plena conciencia de que mis decisiones y conductas influyen en mi entorno y en mis propios logros, probablemente veré los problemas como un reto, evaluaré los recursos como una ayuda valiosa y, además, veré los cambios como parte de la vida. Por ello, es probable que mi actitud y razonamientos sean más serenos y adopte decisiones y conductas más sanas, eficaces y equilibradas para la situación concreta.

Si, por el contrario, mi experiencia es de sensación de indefensión y falta de confianza en la posibilidad de influir con mis acciones, entonces es más probable que sienta que la situación amenaza de forma global mi bienestar; evalúe que no tengo recursos suficientes y, además, considere insufrible cualquier cambio en mi vida, lo más probable es que mis opciones pasen por la ansiedad, la tristeza, la desesperanza, la frustración, la ira, peores actitudes y malas decisiones y conductas.

Una situación como la que se está desarrollando alrededor del Covid-19 es un problema y una oportunidad. Oportunidad para tomar conciencia de nuestros procesos de evaluación, así como para modificar aquellos aspectos que no contribuyen a nuestras mejores conductas, ayudándonos a superar la situación. Nos podemos dar la oportunidad de pensar: ¿En qué puedo mejorar mi forma de pensar y evaluar? ¿Cómo puedo influir para mejorar esta circunstancia? ¿Cómo puedo mejorar aquí y ahora mi entorno más cercano? ¿Qué está en mi mano hacer o no hacer en este momento? Se trata de cuestionar y erradicar pensamientos como: ‘No puedo hacer nada’, ‘Por mucho que yo haga, no lograré cambiar la situación’, ‘Da igual lo que yo haga porque otros no lo hacen’, ‘Es terrible que esto ocurra’, etc.

Fortalecer habilidades

Nuestra personalidad y capacidad de resiliencia se verán fortalecidas si elegimos las opciones adecuadas, en cada momento. Solo extraordinariamente se trata de opciones difíciles y complejas, por regla general son opciones muy simples (me lavo las manos, saludo con los pies, limpio bien lo que han tocado otros y he tocado yo, evito las reuniones de varias personas innecesarias, etc.). No obstante, si se diera el caso de una situación difícil y compleja, conviene descomponer el problema en partes y ordenar las prioridades, por ejemplo, la decisión de suspender una manifestación o las Fallas de Valencia. Hemos de procurar que no sea el miedo el que dirija nuestras acciones, sino la racionalidad, la funcionalidad y el mayor beneficio o menor daño a corto, medio y largo plazo.

Ante situaciones críticas, como la que vivimos, conviene hacerse un pequeño plan de actuación personal. Esto puede parecer excesivamente artificial o complejo, pero, en realidad, nos puede simplificar mucho la vida cotidiana. Nos puede ayudar a tener una gran parte de las cosas organizadas y a tener los criterios a mano para evaluar las situaciones sin tener que dedicar mucho tiempo diario a construir criterios continuamente o a dar vueltas a las cosas hasta agotarnos (pensamiento circular y obsesivo).

Podemos comenzar por escoger y escribir aquellos criterios que nos resulten útiles. Suelen tener un carácter general y están destinados a resolver la mayoría de las situaciones cotidianas.

Pongo algunos ejemplos para orientarnos:

  1. Responsabilidad. Cada decisión que tome habrá de ser coherente con mi sistema de valores, con las necesidades (individuales y colectivas), con las leyes y con las recomendaciones de las autoridades (sanitarias y gubernamentales). Por ejemplo, aunque no me prohíban asistir a un mitin, eso no significa que esté obligado a hacerlo, no significa que sea conveniente hacerlo y no significa que deba hacerlo si, además, tengo algún síntoma respiratorio. Será mi ética y mi responsabilidad la que me lleve a decidir si es mucho más prudente y cívico quedarme en casa.
  2. Protección. La protección de las personas, empezando por mí y continuando por el resto, pero dando prioridad a las personas más vulnerables, será mi prioridad. Por lo tanto, toda acción que tome estará dirigida a este objetivo. Ejemplos:
    1. Pensar que soy inmune a todo, es una actitud poco realista e imprudente, provoca riesgos innecesarios para mi y para los demás. Todos estamos expuestos, por lo tanto, conviene tomar medidas de protección.
    2. Si me dan la mano, aunque tema parecer descortés, adoptaré una actitud constante de protección combinándola con una conducta de respeto, consideración, cortesía, amabilidad y asertividad. Por ejemplo, puedo sonreir, pero pongo las manos juntas en actitud de gratitud e indico que prefiero utilizar ese tipo de saludo.
    3. Si voy al supermercado, me lavo las manos antes de salir de casa. Durante todo el tiempo que esté fuera no me toco la cara ni la ropa. Cuando llego a casa, me lavo las manos. Puedo utilizar guantes desechables de un uso.
    4. Ni que decir, si estornudo o toso me tapo con el codo, utilizo un pañuelo desechable y lo tiro.
  3. Información. Elegiré las fuentes de información rigurosa, por ejemplo, la web de la OMS o la del Ministerio de Sanidad, Economía o el Consejo de Europa, Banco Central, la intervención de profesionales de la salud, más que los informativos que solo me aporten datos numéricos o información alarmista e incompleta. No buscaré la morbosidad de las cifras y del catastrofismo, ni tampoco huiré de las noticias o esconderé la cabeza debajo del ala. Conviene estar bien informado para ejercer la responsabilidad con libertad y respeto.
  4. Solidaridad. No adoptaré conductas egoístas. Pensaré si esa conducta puede tener repercusiones negativas para otras personas y en qué medida puedo evitarla o puedo combinarla con otras medidas o acciones complementarias menos radicales o perjudiciales. Por ejemplo, si tengo que permanecer en casa en cuarentena porque he dado positivo o tengo sospechas de que puedo estar contagiado, pero no me han hecho pruebas aún, es razonable que solicite entrega a domicilio de los víveres. No parece muy sensato que vaya constantemente al supermercado. Tampoco parece sensato que compre víveres para un mes si no suelo hacerlo y si, además, con ello, genero aglomeraciones en los supermercados que pueden provocar un mayor contagio.
  5. Rigor y Veracidad. No transmitiré noticias sobre el virus, su prevención, curación o tratamiento, que no sean oficiales, aunque piense que son muy ‘interesantes’.
  6. Amabilidad, ecuanimidad y Bondad. No utilizaré el virus como excusa para ejercer la hostilidad contra alguien o algo o satisfacer mis deseos de crítica contra el gobierno u otras autoridades. La mezquindad que encierra ese tipo de conductas es preferible no ejercerla nunca, pero mucho menos en situaciones como esta. Las conductas mezquinas, solo ponen de manifiesto la actitud de la persona que las practica. La crítica es mezquina cuando es innecesaria, inoportuna e injusta, a sabiendas de que lo que pretendemos es manipular la opinión de alguien, sacando ventaja de la vulnerabilidad de ciertas personas, del rencor y los deseos de venganza de otras, o de la incapacidad para aceptar los resultados de las urnas de otras. La talla moral y humana de las personas se refleja siempre, pero más aún si cabe en estas situaciones.
  7. Visión amplia. El cortoplacismo puede conducirnos a una situación posterior más problemática. Conviene actuar siguiendo los criterios de prioridad que hayamos establecido. No conviene cambiarlos continuamente para adaptarlos a las coyunturas y deseos más inmediatos. La disciplina y el tesón son de gran ayuda en estas circunstancias.
  8. Disfrute. Tengo muchas cosas por las que estar satisfecho y disfrutar y con las que entretenerme: Lectura, juegos, hablar por teléfono con mi familia y amigos, costura, manualidades, bricolaje, escribir, redes sociales, películas, estudio online, etc. Puedo tomar el sol incluso a través de la ventana, en caso de no poder salir al parque o de no disponer de un pequeño patio, jardín o terraza. En la mayoría de los casos, puedo salir a horas en las que no haya casi gente, o puedo ir a lugares donde sé que hay pocas personas y evito el contagio. Si puedo estar con mis hijos, es una ocasión para repasar materias académicas olvidadas y también para ejercitar mi responsabilidad y valorar la función de los docentes. Es una ocasión para jugar plácidamente y para disfrutar de su compañía. Si les transmitimos nervios, estarán nerviosos, si les transmitimos paz, estarán tranquilos. Tomemos un tiempo para plantearnos nuestra actuación.
  9. Paciencia. Aceptar los ritmos y el malestar sin desesperar. Evitar caer en pensamientos del tipo: a ver si esto pasa ya; no puedo soportarlo; esto va a ser una catástrofe; es terrible que me suceda esto a mi… etc. La paciencia no significa inacción, significa aceptar el ritmo de las cosas y aprovechar el tiempo para hacer aquello que sí puedo hacer (ver el epígrafe anterior). La paciencia nos dará bienestar, la impaciencia nos generará más problemas (ansiedad, enfado, frustración, ira, mal humor, falta de energía, abandono, etc.). La paciencia nos ayudará a no actuar llevados por la impulsividad, la inmediatez del deseo, el aburrimiento o el miedo a la pérdida.
  10. Conciencia plena. Aprovechar que el ritmo social se ralentiza debido a las medidas y los cambios (menos desplazamientos, menos prisas, cancelación de eventos…) para dedicar una atención plena a cada cosa que hacemos, pensando en que eso es lo más importante en ese momento: preparar los desayunos, ducharnos, contar un cuento, escuchar a un ser querido, pensar en el menú de hoy… Aprovechar un ritmo social más ‘saludable’ para recrear en casa entornos de silencio, meditación, paz y serenidad. Aprovechar para practicar la relajación (respiración, musculatura, mente). Tomar conciencia, observar y escoger las mejores opciones, nos colocará en posición para avanzar hacia la solución.
  11. Elegir batallas. Dónde queremos pelear y dónde no merece la pena aplicar tiempo, esfuerzo y energía. Plantearnos si necesitamos discutir, debatir o hacer ver nuestra posición o nuestro criterio o es suficiente con nuestro convencimiento interno, dejando el debate para otra ocasión. Escogeremos muy bien a qué damos importancia y a qué cosas no. Evaluaremos qué conductas de los demás nos molestan lo suficiente como para tomar medidas (poner límites, apartarnos u otras medidas) o por el contrario, podemos sobrellevarlas sin mayor problema y con un mínimo coste. En definitiva, elegimos si deseamos desgastar nuestra energía en batallas sin sentido o con poco interés.

En la vida cotidiana, en los pequeños sucesos del día a día, está la aplicación de estos u otros criterios y por lo tanto las respuestas a nuestro bienestar y a la superación de los problemas. Dar importancia al proceso del día a día es más útil y sano que estar ansiosos por salir de la situación. ¿Por qué? Porque la calidad de nuestro día dependerá de las conductas que adoptemos en cada momento, y esa calidad también es un factor importante de salud. Lo importante no es salir a toda costa de la situación, lo importante es vivir lo mejor posible mientras afrontamos este u otros problemas.

Mi papel, mi responsabilidad

Como vemos, cada persona tiene un papel responsable, fundamental, en esta crisis psico-socio-sanitaria. La responsabilidad puede adoptar muchas formas. La irresponsabilidad también. Cada situación cotidiana es un escenario para que adoptemos decisiones ordenadas, justificadas y ajustadas a las condiciones y necesidades del momento/etapa.

La responsabilidad supone hacer lo que está en mi mano para gestionar del mejor modo posible la situación y el momento. La garantía de que se hace lo posible reside en cada uno de nosotros de forma individual. En cada una de nuestras decisiones, minuto a minuto, tanto en las pequeñas oportunidades (que son la mayoría) como en las grandes ocasiones (que son excepcionales) pueden contenerse las mejores actitudes y conductas para afrontar esta crisis.

Por lo que hemos comentado hasta ahora, el bienestar de cada persona depende de tres tipos de factores:

  • Biológicos (el frío, el calor, los virus).
  • Psicológicos (decisiones, razonamientos, emociones, conductas…). Por ejemplo, cuando afronto la situación con serenidad, responsabilidad y el mejor humor posible.
  • Sociales (apoyo familiar, hospitales, trabajo, economía). Por ejemplo, dispongo de un sistema de salud pública que me atiende cuando lo necesito y de un trabajo que me permite cierta flexibilidad.

El malestar o bienestar, depende de estos tres ámbitos que interactúan entre sí. El papel de cada individuo en interacción con el papel del resto de individuos y del conjunto de la sociedad es  fundamental para desarrollar al máximo posible las conductas de salud que protejan o que permitan actuar del modo más eficaz ante un virus o cualquier otra enfermedad o problema.

A excepción de aquellas personas con rasgos sociopáticos (lo cierto es que hay más rasgos de este tipo de los deseables), entre el resto de personas, aquellos individuos que adoptan decisiones y conductas coherentes con sus necesidades, criterios y valores culturales y sociales, desarrollan un mayor sentimiento de satisfacción, plenitud y bienestar. El bienestar psicológico tiene gran incidencia en el bienestar físico y social, y se produce a través de la integración y coherencia de los sistemas cognitivo y emocional. Una decisión coherente y congruente con los valores y necesidades de una persona, produce satisfacción y placidez, elimina la ansiedad y las conductas impulsivas o tóxicas, evitando, por ejemplo, el consumo de alcohol, la compulsividad ante el tabaco o las drogas y otras conductas de riesgo.

Las conductas coherentes, repetidas en el tiempo y que acaban transformándose en hábitos adquiridos, provocan la estabilidad, la resiliencia, el buen humor, la paciencia ante la adversidad, la confianza en un futuro mejor, la proactividad para generar un presente más satisfactorio. No se trata de pretender la perfección, que es imposible, de lo que se trata es de hacer lo que esté en nuestras manos para lograr mayores cotas de bienestar, haya o no haya virus.

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