Píldoras Antidepresivas

Cuando cae el ánimo

Depresión, estado depresivo, falta de motivación … Todos estos términos se utilizan coloquialmente para etiquetar un ‘estado de ánimo decaído’ que nos produce malestar y que nos impide afrontar la vida con ilusión, placer, satisfacción y energía. Esto puede sucedernos en distinto grado, intensidad, severidad, frecuencia y continuidad en el tiempo.

Con independencia de la cuantificación de estos parámetros, el estado de ánimo decaído se caracteriza por unos síntomas: tristeza, cansancio, falta de energía, hipersomnia o insomnio, desesperanza, visión negativa de la realidad, falta de efusividad en los afectos, falta de ilusión por las cosas, falta de sentido y significado en nuestra vida, irritabilidad, dificultades de concentración, pérdida de memoria, pérdida de interés, dificultades analíticas…

No te maltrates

Nuestro diálogo interior, lo que hablamos en silencio con nosotros mismos, está cargado de mensajes que actúan a modo de ‘instrucciones’ o ‘directivas’ que orientan, dirigen, interpretan y dan significado a nuestras vidas. También afectan a nuestro estado de ánimo. Si el pensamiento que tenemos y las instrucciones o mensajes que nos damos tienen un carácter tóxico, deterioramos nuestra motivación y energía, lenta y progresivamente, hasta un estado que puede ser crítico. Así mismo, lastimamos nuestra autoestima y desenfocamos la visión objetiva de la realidad.

Esta tabla reproduce algunos ejemplos:

Diálogo/mensajes/ Instrucciones

“Debería ser capaz de resolver esto solo/a” “No debo pedir ayuda a nadie” “No debería estar aprendiendo a estas alturas, debería saberlas”

“Tengo que demostrar que soy lo que se espera de mi” “Tengo que satisfacer los deseos de los demás”

“Tengo que ser mejor que los demás”, Tengo que sobresalir”, “Debo destacar”, “Tengo que sacar la mejor calificación”

“No voy a ser capaz de manejar esta situación”, “No puedo soportar esta situación”,

“Es terrible lo que me está sucediendo”; “Es insoportable que las personas se comporten así”; “Es inaguantable lo que está pasando”

“Qué vergüenza el error que he cometido”; “Qué pensaran de mi después de este error”;

Orientación

Exigencia, Culpabilidad, Castigos, Maltratarnos, Ser injustos.

Falta de criterios propios, Depender del reconocimiento externo, No satisfacer nuestras necesidades, Exigirnos sin tener en cuenta nuestras necesidades.

Falta de confianza en mis recursos. Falta de confianza en mi capacidad para vivir el dolor, la frustración y el malestar. Dramatización, exageración

Idealización del mundo: el mundo debería ser… Falta de realismo, falta de ACEPTACIÓN, me empeño en que las cosas sean como yo quiero.

Exageración, Intransigencia, Intolerancia, falta de realismo, Dependencia del criterio externo

Significado

No valoro el aprendizaje como parte de la vida. Hay que ser perfecto y hacerlo todo bien para sentirse satisfecho y ser alguien merecedor de reconocimiento.

Mi bienestar radica en obtener   el reconocimiento de los demás, sin ese reconocimiento voy a sentirme mal.

Lo importante en la vida es el resultado final. Es necesario obtener más que los otros para sentirse admirado y reconocido. Lo que importa es el éxito no el proceso o cómo lo consiga.

Focalizo el problema, no las opciones de solución ni mis recursos y capacidad de aprendizaje. Evalúo de forma poco realista mis habilidades para aprender a gestionar la contrariedad y dificultad.

Me entreno en la evaluación negativa, pesimista y dramática de mi situación, de la vida y de mi capacidad para aprender y superar.

No me entreno en la aceptación, realismo y búsqueda de soluciones.

Evalúo el error como un desastre inaceptable al tiempo que me juzgo según los criterios que me imagino que tienen los otros (se los adjudico, aunque en realidad son míos). .

Todos estos mensajes son una muestra de cómo nos tratamos en nuestro diálogo interior. Como resultado, nos juzgamos, nos castigamos, nos culpabilizamos, nos exigimos, desconfiamos de nuestra capacidad, no nos queremos, no nos cuidamos…: Es decir, nos MALTRATAMOS. Nos relacionamos con nosotros mismos de una forma injusta, intolerante, sesgada, falta de cariño… Ese maltrato, muchas veces inconsciente, otras muy consciente, nos genera un estado de ánimo decaído, nos provoca desesperanza, nos quita energía y nos conduce a la apatía y a la inacción. Es decir, nos produce depresión.

Mensajes ‘realistas’ para el cambio

Puedo cambiar mi diálogo con mensajes mucho más realistas, ecuánimes, sanos, autónomos y eficaces. Por ejemplo:

  • “Puedo lograr muchas cosas que me propongo, otras en realidad no me interesan lo suficiente, aunque socialmente tengan mucho reconocimiento”
  • “Hay información y conocimientos que desconozco y puedo aprender, seguro que me ayudarán a entender mejor el entorno y mis propios sentimientos y conductas” “Tengo todo un mundo por descubrir y una vida para hacerlo”
  • “Tengo derecho a utilizar los recursos que la sociedad pone a mi alcance para mi desarrollo personal” “La vergüenza o los estereotipos no van a ser mis consejeros y no voy a permitir que limiten mi libertad y opciones”
  • “Valoro todo lo que he hecho hasta ahora, lo que soy y lo que hago”
  • “Soy responsable de mi bienestar y por lo tanto soy yo quien decide qué necesito para lograrlo”
  • “Puedo pensar en mis necesidades, qué es lo que realmente me gustaría, al tiempo que respeto las de otras personas, ya encontraré el modo de combinar ambas si es necesario”
  • “Me siento contento/a de haber intentado cosas y de seguir intentándolo”
  • “Voy a disfrutar de lo que hago y también mientras intento algo nuevo”;
  • “Creo que soy capaz de alcanzar objetivos importantes. El camino es más importante que la meta, en el camino aprenderé sobre mí mismo/a”
  • “Voy desarrollando mis criterios, ajustándolos y aprendiendo a vivir”
  • “Habrá situaciones de frustración y seré capaz de aprender a transitar y superar la frustración, el dolor de perder algo o la sensación de impotencia”
  • “Conocerme, estimarme, valorarme como ser humano es un objetivo que conviene no perder de vista nunca”
  • “Confío en mi capacidad de aprender y en mi capacidad de ampliar mis capacidades”
  • “Puedo aprender de los errores, probablemente voy a cometer errores y es bueno que esté abierto/a a verlos y aceptarlos para poder aprender a rectificar”
  • “Me fijaré objetivos y paso a paso aprenderé a ser tenaz, coherente y realista”
  • “No es imprescindible que logre la meta más ambiciosa, lograré objetivos intermedios y disfrutaré de ellos, y aunque no lo logre soy único/a, tengo todo el derecho a quererme y la responsabilidad de estimarme y cuidarme, sin importar lo que logre”
  • “Tengo mucho potencial que puedo desarrollar”
  • “Me mido y comparo conmigo mismo/a, mi referencia soy yo, dónde me hallo y hacia dónde quiero llegar”, “No compito con nadie, esto no es una competencia para sobresalir, es un reto para desarrollar mis habilidades y lograr mis propios objetivos y metas”.
  • “Soy igualmente valioso/a aunque no demuestre nada a nadie, no necesito el reconocimiento de los demás para sentirme bien, solo necesito disfrutar de quién soy, aceptarme, cuidarme y valorar el día a día”
  • “Si no me comparo con los demás, si no compito con ellos, si soy tolerante y respetuoso/a, puedo disfrutar de la compañía de otros; puedo desarrollar vínculos y afectos sólidos y muy satisfactorios”
  • “Puedo buscar consejo, ayuda y apoyo cuando lo crea conveniente, forma parte de mis derechos y de las oportunidades que me quiero dar”

Estos ejemplos de diálogo/instrucciones son mucho más realistas, sanos y eficaces para afrontar la vida cotidiana y orientar nuestra vida. Si entreno este tipo de pensamiento y las conductas asociadas, estaré generando energía, motivación, expectativas positivas, cambio, esperanza, confianza… etc. En definitiva, estaré promoviendo un estado de ánimo energético y proactivo.

Socialización y Aprendizaje

Nuestro diálogo interior es reflejo de las relaciones, los diálogos, expresiones, expectativas, valores y creencias a los que hemos estado expuestos durante la infancia y la adolescencia. Es decir, dependen de factores sociales, tales como el entorno, la cultura (creencias, valores, normas…), la educación, mi posición socio económica, etc.

Hoy ya es evidente para la comunidad científica que hay determinantes sociales promotores de la salud. Esta evidencia rompe por fin con la tradición (tozuda) que defendía como únicos o determinantes los factores causales de carácter genético y biológico, digamos hereditario, o puramente fisiológico.

Superando la vieja dicotomía entre educación vs naturaleza, hoy sabemos qué factores de carácter social son determinantes de la salud (física, mental, emocional, cognitiva, conductual). Hay evidencias de que ciertas condiciones socio económicas determinan el estado de salud de las personas. Por ejemplo, el nivel de ingresos; las condiciones de trabajo; las condiciones de habitacionalidad (vivienda, barrio, asfaltado, agua potable, electricidad, calefacción…); la educación; la red social; la violencia; el abuso; la discriminación; la marginalidad; la situación socio-política (guerras, dictaduras, derechos humanos…); la accesibilidad a drogas; la accesibilidad a delincuencia; etc. Todos estos factores son la causa de que muchas personas estén en desventaja en términos de salud, y por lo tanto puedan desarrollar enfermedades y/o enfrentarse con menos recursos a las dificultades cotidianas y a las enfermedades que surgen.

Si bien estos determinantes sociales son ciertos para todas las sociedades y culturas, sin embargo, cada sociedad tiene sus características específicas con creencias, valores, costumbres, normas, expectativas e instituciones diferentes.

En nuestra sociedad, por poner un ejemplo, los roles y expectativas asociados a hombres y mujeres están cambiando desde principios del siglo pasado pero el reajuste y adaptación del sistema y su interacción con las personas, está causando problemas de salud. También ha cambiado la estructura, modelo y estilo de vida familiar, las actividades de ocio, la imagen pública, las expectativas educativas, académicas y laborales, los sistemas políticos, los derechos laborales, el acceso a la información, los principios y valores, las relaciones en la comunidad… y un larguísimo etc.

Todos estos cambios, originan nuevos retos y ‘presiones’ o condiciones ambientales que requieren conocimientos, habilidades y recursos para poder adaptarse satisfactoriamente. La sociedad no siempre anticipa y analiza los cambios necesarios en los factores y procesos de socialización requeridos para que este reajuste y adaptación sean un logro.

Por esta razón, surgen nuevos retos para la salud pública. Se trata de promover la salud, analizando cuáles son los determinantes sociales que generan salud y cuáles originan la enfermedad.

Factores sociales

Estadísticamente, la depresión es más frecuente en mujeres que en hombres. En los hombres es más habitual la adicción al alcohol y drogas. ¿Qué factores sociales contribuyen a estas diferencias?¿Qué factores sociales promoverían la salud de estas personas? La desigualdad social (clase, género, edad, etnia..) es un factor determinante de la salud/enfermedad.

  • La educación (creencias, valores, actitudes, conocimientos);
  • Las expectativas y estereotipos sociales (valor, riesgo, resistencia física, poder, prestigio… para los chicos; bondad, amabilidad, belleza, generosidad, solidaridad para las chicas) que entran en conflicto con las verdaderas necesidades de cada persona, sus habilidades y sus recursos;
  • Las normas implícitas con sesgo de género: deberes, obligaciones, moral…;
  • La discriminación salarial;
  • Los techos profesionales;
  • Etc.

Si la sociedad promueve creencias, valores y actitudes diferentes respecto a hombres y mujeres, es lógico pensar que las niñas y niños, los interiorizan y construyen ‘estrategias’ inconscientes de afrontamiento para vivir sus experiencias cotidianas.

Por ejemplo:

  1. Un juego con muñecos/as, donde el acento se pone en que las niñas aprendan a cuidar de sus muñecas, no en el juego mismo, nos está enseñando a poner en segundo plano la importancia de ‘disfrutar’ con el juego, haciendo del ‘deber’ y del ‘cuidado’ un mayor protagonismo que el de satisfacer la necesidad de juego, desarrollo y placer de la niña. Lo razonable sería que ambos, disfrute y aprendizaje fueran de la mano para lograr el crecimiento, la autonomía y la satisfacción en la infancia y otras edades.
  2. Educar a las niñas para que sean dóciles y bondadosas, haciéndolas ver que es muy feo que discutan, contradigan o defiendan una idea… puede interiorizarse de distintos modos y generar estrategias distintas de adaptación, pero una de las consecuencias puede ser la ‘inhibición de los propios deseos o pensamientos’ o la ‘indefensión aprendida’. Cualquiera de ellas, puede conducir al desánimo, la falta de confianza en una misma, la desesperanza, la pérdida de ilusión… y la depresión.
  3. Si por el contrario, la sociedad promueve valores asociados a los niños tales como la fuerza física, la necesidad de desapego afectivo, la valentía ante el riesgo, la iniciativa propia, el derecho a pensar en sus necesidades… etc., lo más probable es que en entornos de peligro y con falta de atención y ‘control’ social, estén más expuestos a problemas relacionados con la conducta social, las adicciones, la delincuencia, la criminalidad…

Estos factores sociales, estrechamente vinculados con la educación -juegos, roles, etc.- y desarrollo durante la infancia, pueden determinar que en etapas más adultas las personas se sientan en desventaja para afrontar las demandas de un entorno con reglas diferentes, complejas y exigentes.

Cambios

Siguiendo con los ejemplos anteriores. Las mujeres necesitaran ajustar sus creencias, actitud y conductas ante la necesidad de defender una idea, un proyecto o una estrategia de negocio en el entorno laboral o financiero. Necesitarán poner en cuestión ideas erróneas sobre la imagen que se espera de ellas. Necesitarán aprender nuevas habilidades para poner límites ante los abusos o las injusticias y defender sus derechos. Necesitarán desarrollar nuevos criterios para diseñar sus proyectos y lograr sus objetivos.

En el caso de los chicos, también necesitarán de un reajuste para desarrollar las habilidades necesarias para negociar, dialogar, ponerse en el lugar del otro, respetar, escuchar, comprender sus propias emociones, auto regular conductas, gestionar la frustración y la ira, aprender a posponer gratificaciones, etc. De lo contrario, entrarán en conflicto con el entorno, tendrán problemas para acabar los estudios; les resultará difícil encontrar un trabajo; serán vulnerables a las adicciones más accesibles en su entorno (drogas, alcohol, tabaco, juego, apuestas); abusarán y maltratarán a su entorno (familia, pareja, amigos), etc.

Este aprendizaje necesita del reconocimiento, recursos y apoyo del propio sistema a todos los niveles. De otro modo, la/el joven que se enfrenta al mundo laboral y a las responsabilidades de sus múltiples roles (pareja, familia propia, trabajo, propiedades…) puede sentir que le faltan las herramientas (habilidades, recursos, conocimientos, entrenamiento) adecuadas para afrontar estos retos sin un desgaste, un sufrimiento, frustración y coste excesivo.

Cuando este reconocimiento, recursos y apoyo no se dan -situación muy frecuente-, el temor, la ansiedad, la angustia, la falta de herramientas, la impotencia y la frustración pueden conducir a estados depresivos.

De modo que una sociedad responsable, sana y equitativa, tratará de promover escenarios (entornos, programas, estrategias, acciones, leyes…) que faciliten el desarrollo de la autonomía y el bienestar personal, dotando a todas las personas de un nivel adecuado de socialización a través del acceso pleno y satisfactorio a recursos necesarios como la educación (conocimientos, valores, herramientas), vivienda, trabajo, ingresos, medio ambiente, alimentación…

Impulsividad y Reactividad

¿Qué es una conducta reactiva?

Lo fundamental para identificar una conducta reactiva es la dificultad de la persona para introducir el análisis racional y la auto regulación emocional, entre el estímulo (exterior o propio) y la respuesta que elabora al mismo. Aunque la línea entre una tendencia reactiva y una racional no es absoluta porque se trata de un continuo en el que puede haber actitudes intermedias difíciles de clasificar en una u otra categoría, sin embargo, la tendencia a no utilizar procesos racionales de decisión y auto regulación, definen este tipo de conductas de tipo impulsivo, irracional o reactivo.

Una conducta reactiva, por lo tanto, puede ser el resultado de un impulso nuevo o de un proceso automatizado de impulsividad (hábito irracional de respuesta), ante determinadas situaciones. En cualquiera de los dos casos, la respuesta se produce sin mediar el tiempo suficiente para llevar a cabo una evaluación y análisis racional exprofeso, y como consecuencia, el tiempo para auto regular las emociones.

Por ejemplo: un hijo ante la negativa del padre a su petición de dinero para comprarse unas deportivas, no elabora argumentos razonables y de peso, sino que se enfada y sale de la habitación dando un portazo. En este tipo de respuestas no hay proceso racional (eficaz) de decisión intermedio, no hay mediación cognitiva racional ni tampoco la regulación emocional necesaria para elaborar una conducta pausada y paciente. Se quieren las deportivas (objetivo), probablemente se busca la satisfacción del placer que eso representa (satisfacción inmediata) sin que hayan mediado otro tipo de factores de análisis (conveniencia, pertinencia…). Esta respuesta automática es un hábito adquirido, probablemente desde la infancia. Probablemente no ha aprendido a elaborar los argumentos racionales necesarios para decir que quiere tal o cual cosa, tampoco para evaluar si es conveniente ni para saberlo transmitir y, por último, tampoco para preguntar o escuchar las razones de su padre al negárselo.

Suelen realizar conclusiones muy rápidas y generalmente extremas (de tipo negativo o positivo), que se traducen a su vez en emociones e impulsos reactivos, ya sean negativos o positivos.

Conducta racional

Una conducta racional es aquella en la que entre el estímulo y la respuesta media un proceso racional de análisis: evaluación ecuánime y elaboración de una respuesta coherente con las circunstancias, los valores, principios, necesidades y objetivos, de la persona que emite esa respuesta racional. Este tipo de respuestas también se adquieren a través del hábito.

Estamos hablando de hábitos cognitivos (cómo pensamos); hábitos emocionales (qué emociones provocamos y sentimos); hábitos conductuales (qué conductas mostramos). Los hábitos racionales también se pueden transformar en hábitos automatizados. Lo que sucede en este caso, es que esa automatización del proceso racional nos hace infinitamente más eficaces y ‘sabios’ para interactuar con el entorno y lograr nuestro bienestar.

Como vemos, cualquiera de los dos se adquiere durante la infancia y la adolescencia hasta la edad adulta. Se adquiere a través de los procesos de interacción con los distintos agentes sociales (familia, escuela, amigos, medios…) y los procesos internos de desarrollo cognitivo y emocional.

Rasgos de personalidad

Si durante la infancia-juventud no se adquieren estos procesos racionales de valoración de la situación y elaboración de la respuesta más eficaz, adecuada y coherente, vamos a experimentar dificultades en los distintos escenarios con los que interactuamos. Estas dificultades y las sensaciones que nos van provocando, así como las estrategias que adoptemos, irán conformando nuestros rasgos de personalidad, es decir nuestros hábitos de pensar, sentir y reaccionar.

No obstante, podemos entrenar estos hábitos de adultos. No hay edad para aprender y orientarnos al bienestar. Dicho esto, cuanto más tardemos en abordarlo, probablemente más esfuerzo nos llevará. También es cierto que, a mayor edad, también se madura (más sabiduría) en otros rasgos de personalidad que nos pueden ayudar para compensar las dificultades del enquistamiento debido a los años de malos hábitos. Lo uno por lo otro.

Hay una amplia gama de rasgos que va a depender de cuales sean las estrategias que el niño/adolescente haya ido construyendo y adoptando para relacionarse y adaptarse al entorno con estos déficits de racionalización y regulación emocional. En algunos casos, veremos que la estrategia de una persona puede ser la opuesta a otra con la misma dificultad adquirida.

Algunos de estos rasgos que dificultan las conductas racionales pueden ser:

  • Enfados, peleas o distanciamiento con las personas de nuestro entorno
  • Impulsividad, impaciencia, intolerancia, ansiedad, arrogancia, angustia…
  • Dificultad para elaborar estrategias a medio largo plazo basadas en objetivos y en los recursos, habilidades y esfuerzo personal.
  • Sentimiento íntimo de desconfianza en la capacidad para lograr el tesón y la disciplina necesarios que nos pueden conducir a lograr esos objetivos.
  • Decisiones incorrectas basadas en análisis muy subjetivos, excesivamente rápidos (cuando los hay) y como consecuencia errores que pueden resultar importantes
  • Inseguridad, miedo y temor a equivocarnos, mezclados con obstinación, orgullo y cabezonería que nos lleva a no querer reconocer nuestra falta de evaluación racional.
  • Dificultad para gestionar la incertidumbre, necesidad de señales claras e inequívocas.
  • Rigidez, intransigencia, exceso de simplificación hacia los demás. Estas actitudes se mantienen para justificar el ‘derecho’ a obtener lo que se desea y también para hacer más fácil, cómoda y rápida la respuesta.
  • Por contraste, dificultad para aceptar los límites de ese mismo entorno. No se aceptan ni se evalúan de forma ecuánime y objetiva el derecho y necesidades de los demás si interfieren en nuestros deseos.
  • Inconsistencia, conflictos, falta de criterios sólidos, como resultado de las respuestas no racionales y la necesidad de satisfacer los impulsos o deseos.
  • Aleatoriedad de conductas y emociones, inestabilidad emocional
  • Conductas caprichosas, dificultad para la disciplina, el tesón y el compromiso
  • Desmotivación, apatía, desgana
  • Falta de confianza en uno mismo
  • Baja autoestima, pobre valoración de los logros
  • Fantasías de grandiosidad y poder
  • Dependiendo del grado de auto regulación, la ética y la conciencia, se puede utilizar el maltrato emocional hacia las personas que nos ponen límites o nos contrarían (la venganza, la frialdad, el distanciamiento). En casos más graves, el rencor o la frustración pueden llevar al maltrato físico. En los casos en que además se ejerce algún tipo de autoridad se puede llegar al abuso continuado y la violación de los derechos ajenos.

Estrategias y conductas más habituales

Como decíamos, las estrategias desarrolladas pueden ser variadas. Dependiendo de la combinación, tendremos perfiles de personalidad diferenciados (Personalidad dependiente, narcisista, histriónica, antisocial, límite, evitativa, obsesiva…).

Desde mi punto de vista, y tratando de no hacer uso de etiquetas gnoseológicas, hablaré de conductas sin tratar de clasificarlas en categorías diagnósticas utilizadas por los manuales de psiquiatría. El planteamiento que realizo lo encuentro más útil para que las personas nos podamos identificar de forma libre con unas u otras conductas o actitudes, sin que, la rigidez de los perfiles establecidos nos limiten, coarten o dirijan excesivamente.

Posibles estrategias o conductas:

Culpabilizan al entorno. Generalmente tienen dificultades para aceptar que gran parte del problema está en su falta de racionalidad a la hora de elaborar sus estrategias y conductas. La dificultad suele residir en que no comprenden la relación entre la causa (falta de racionalidad) y el efecto (impulsos, enfados, conflictos, desilusiones, frustraciones…). De modo que al final hacen ‘culpables’ a los demás de su propio malestar y frustración. De ahí que no les resulte difícil encontrar razones de peso para ‘castigar’ a quienes les han contrariado o puesto límites.

Conducta antisocial. Esa culpabilización hacia el entorno les puede provocar rencor, deseos de venganza y justificación para no sentirse comprometidos a cumplir y respetar las normas sociales o los derechos de los demás. Pueden ser deshonestos en beneficio propio.

Dependencia. Les resulta difícil asumir la responsabilidad y temen el dolor y malestar que les puede provocar. Sienten enorme desasosiego ante la posibilidad de reconocer el origen de su problema, de modo que tienden a depender de de alguien para sentirse a salvo de sus problemas.  Pueden temer el abandono o el rechazo ya que tendrían que asumir toda la responsabilidad de su bienestar.

Dramatismo. La necesidad de emociones intensas o de llamar la atención y hacer valer su malestar por encima de cualquier situación le puede llevar a exagerar sus sentimientos y desvirtuar la realidad de sus relaciones o circunstancias.

Atención. Pueden tener conductas provocativas, exageradas, estridentes, peculiares o llamativas tratando de encontrar la atención y reconocimiento constantes de su entorno.

Narcisismo. Su falta de racionalidad para evaluar y aceptar la realidad, así como las contrariedades, la negociación, las necesidades de los otros, los fracasos y decepciones; unido a una necesidad de vivencias intensas y de placer y satisfacción inmediatas, les pueden llevar a la búsqueda de admiración, a una necesidad de sentirse especiales, superiores y a fantasear con el éxito y el poder. Temen la mediocridad, la vulgaridad y la ‘normalidad’. Puede tener fuertes déficits de empatía y tener conductas para manipular a los demás.

Integración. Dificultad para integrarse satisfactoriamente en entornos sociales o laborales donde sea necesario el trabajo en colaboración o interacción con equipos u otras personas.

Conflictos.  Constantes enfados, discusiones , ‘rabietas’ o desilusiones producidas por la frustración de obtener lo que tanto se desea o no obtenerlo ya. Discusiones con la pareja, con amigos o colaboradores. Rencores hacia las personas que ponen límites, cuestionándolas por motivos no contrastados, e incluso realizando contra ellas descalificaciones globales sin ecuanimidad.

Frustración y desánimo. Como consecuencia de los errores y de la falta de un marco propio de evaluación y decisión racional, la persona siente desorientación, confusión, frustración y desánimo. No comprende bien el sistema cultural-social en el que se mueve ni las reglas racionales que lo regulan, organizan y ordenan. No tiene un discurso lógico que le lleve a ver las relaciones entre causa y efecto y sin embargo se mueve en un mundo mágico de correlaciones que interpreta como relaciones de causa-consecuencia. Esto le lleva a no aprender de los errores.

Implicaciones afectivas. Su frustración y desánimo están ligados a sus afectos, siendo muy difícil para estas personas, separar la estima por los demás de las situaciones y conductas que les han producido enfado o contrariedad. Por esta razón, tienden a descalificar a quienes les ponen límites o no les dan lo que piden. Se pueden obstinar y obsesionar. Pueden desarrollar cierta dureza, frialdad e insensibilidad hacia los otros.

Abandono de proyectos. Su frustración, las contrariedades y dificultades que surgen, así como su falta de confianza en sus capacidades o habilidades y recursos, les puede llevar a abandonar proyectos y objetivos que pueden producirles gran satisfacción.

Ciclotimias. Cambios emocionales constantes con subidas y bajadas, pasando de la euforia y la ilusión a la decepción y apatía. Pueden pasar de la ilusión al desánimo con mucha facilidad. Un enfado, una discusión, una decepción a sus deseos les puede provocar un ánimo muy decaído y sentir que se les viene abajo gran parte de su ilusión por las cosas o las relaciones. Suelen cambiar de emociones positivas a emociones negativas con relativa facilidad.

Adicciones. Sustancias, juego, sexo, tv…

Evitación social. Como consecuencia de una auto evaluación poco racional y sesgada, se sienten inadecuados al entorno, pueden ser hipersensibles a la evaluación negativa.

Obsesiones. Se pueden preocupar por muchas cosas. Los déficits en los procesos de racionalización los llevan a desarrollar sistemas de alarmas y alertas innecesarios y poco eficaces. El temor a que pase algo y la dificultad para evaluarlo de forma racional, sumados a una necesidad de seguridad y control, les lleva a desarrollar la meticulosidad, el detalle, los procesos de securización, etc. Se preocupan por los detalles y pueden desarrollar actitudes perfeccionistas que interfieren con su bienestar.

Pautas para trabajar el cambio

  • Entender la causa del malestar, comprender bien los déficits de racionalización en la elaboración de decisiones y conductas. Comprender la relación que estos tienen con las consecuencias personales y en el entorno.
  • Identificar nuestras conductas erróneas, relacionarlas con procesos irracionales concretos.
  • Ponerse objetivos de aprendizaje y entrenamiento del pensamiento racional, concretos, accesibles, fáciles y eficaces con tareas diarias, constantes y a largo plazo.
  • Desarrollar confianza en la capacidad para aprender nuevos hábitos emocionales, cognitivos y conductuales.
  • Desarrollar confianza en las habilidades y recursos propios actuales para afrontar el cambio.
  • Aprender a gestionar el desasosiego y el malestar que provoca el conflicto, la frustración, el miedo o el desánimo.
  • Realizar diariamente escritos donde conste el proceso racional utilizado en cada uno de los objetivos trabajados.
  • Realizar una evaluación diaria, al final del día o al principio del día siguiente, donde conste el grado de eficacia del procedimiento utilizado y los posibles errores o dificultades encontrados. Identificar con claridad dónde se cree que está el error de racionalización (evaluación de la situación o de los recursos, objetivo erróneo, decisión no coherente…)
  • Realizar un reconocimiento diario del esfuerzo utilizado, el tiempo dedicado, los recursos y la actitud proactiva.
  • Eliminar de forma radical la culpabilización del entorno. Entrenar dinámicas en las que, en vez de señalar al otro, nos señalamos a nosotros mismos y logramos identificar alguna conducta que podemos mejorar para sentirnos bien en esa situación. Entrenar para hacernos independientes y autónomos de los demás.
  • Para entender el modelo e iniciar el entrenamiento en hábitos racionales podemos recurrir a libros de autoayuda que podemos buscar en internet o, preferiblemente que estén recomendados por profesionales expertos en la materia. Este tipo de libros, por lo general suelen contener en el título la referencia a conductas disruptivas o impulsivas (el pensamiento racional, guía para una vida racional, entrenar la auto regulación y las conductas eficaces, como aceptar los límites, aprender a aceptar un no, aprender a convivir con las dificultades, aprender a gestionar la contrariedad, etc.).  También podemos recurrir a la consulta de psicología donde nos guiarán y acompañarán con eficacia durante el proceso de cambio.