Impulsividad y Reactividad

¿Qué es una conducta reactiva?

Lo fundamental para identificar una conducta reactiva es la dificultad de la persona para introducir el análisis racional y la auto regulación emocional, entre el estímulo (exterior o propio) y la respuesta que elabora al mismo. Aunque la línea entre una tendencia reactiva y una racional no es absoluta porque se trata de un continuo en el que puede haber actitudes intermedias difíciles de clasificar en una u otra categoría, sin embargo, la tendencia a no utilizar procesos racionales de decisión y auto regulación, definen este tipo de conductas de tipo impulsivo, irracional o reactivo.

Una conducta reactiva, por lo tanto, puede ser el resultado de un impulso nuevo o de un proceso automatizado de impulsividad (hábito irracional de respuesta), ante determinadas situaciones. En cualquiera de los dos casos, la respuesta se produce sin mediar el tiempo suficiente para llevar a cabo una evaluación y análisis racional exprofeso, y como consecuencia, el tiempo para auto regular las emociones.

Por ejemplo: un hijo ante la negativa del padre a su petición de dinero para comprarse unas deportivas, no elabora argumentos razonables y de peso, sino que se enfada y sale de la habitación dando un portazo. En este tipo de respuestas no hay proceso racional (eficaz) de decisión intermedio, no hay mediación cognitiva racional ni tampoco la regulación emocional necesaria para elaborar una conducta pausada y paciente. Se quieren las deportivas (objetivo), probablemente se busca la satisfacción del placer que eso representa (satisfacción inmediata) sin que hayan mediado otro tipo de factores de análisis (conveniencia, pertinencia…). Esta respuesta automática es un hábito adquirido, probablemente desde la infancia. Probablemente no ha aprendido a elaborar los argumentos racionales necesarios para decir que quiere tal o cual cosa, tampoco para evaluar si es conveniente ni para saberlo transmitir y, por último, tampoco para preguntar o escuchar las razones de su padre al negárselo.

Suelen realizar conclusiones muy rápidas y generalmente extremas (de tipo negativo o positivo), que se traducen a su vez en emociones e impulsos reactivos, ya sean negativos o positivos.

Conducta racional

Una conducta racional es aquella en la que entre el estímulo y la respuesta media un proceso racional de análisis: evaluación ecuánime y elaboración de una respuesta coherente con las circunstancias, los valores, principios, necesidades y objetivos, de la persona que emite esa respuesta racional. Este tipo de respuestas también se adquieren a través del hábito.

Estamos hablando de hábitos cognitivos (cómo pensamos); hábitos emocionales (qué emociones provocamos y sentimos); hábitos conductuales (qué conductas mostramos). Los hábitos racionales también se pueden transformar en hábitos automatizados. Lo que sucede en este caso, es que esa automatización del proceso racional nos hace infinitamente más eficaces y ‘sabios’ para interactuar con el entorno y lograr nuestro bienestar.

Como vemos, cualquiera de los dos se adquiere durante la infancia y la adolescencia hasta la edad adulta. Se adquiere a través de los procesos de interacción con los distintos agentes sociales (familia, escuela, amigos, medios…) y los procesos internos de desarrollo cognitivo y emocional.

Rasgos de personalidad

Si durante la infancia-juventud no se adquieren estos procesos racionales de valoración de la situación y elaboración de la respuesta más eficaz, adecuada y coherente, vamos a experimentar dificultades en los distintos escenarios con los que interactuamos. Estas dificultades y las sensaciones que nos van provocando, así como las estrategias que adoptemos, irán conformando nuestros rasgos de personalidad, es decir nuestros hábitos de pensar, sentir y reaccionar.

No obstante, podemos entrenar estos hábitos de adultos. No hay edad para aprender y orientarnos al bienestar. Dicho esto, cuanto más tardemos en abordarlo, probablemente más esfuerzo nos llevará. También es cierto que, a mayor edad, también se madura (más sabiduría) en otros rasgos de personalidad que nos pueden ayudar para compensar las dificultades del enquistamiento debido a los años de malos hábitos. Lo uno por lo otro.

Hay una amplia gama de rasgos que va a depender de cuales sean las estrategias que el niño/adolescente haya ido construyendo y adoptando para relacionarse y adaptarse al entorno con estos déficits de racionalización y regulación emocional. En algunos casos, veremos que la estrategia de una persona puede ser la opuesta a otra con la misma dificultad adquirida.

Algunos de estos rasgos que dificultan las conductas racionales pueden ser:

  • Enfados, peleas o distanciamiento con las personas de nuestro entorno
  • Impulsividad, impaciencia, intolerancia, ansiedad, arrogancia, angustia…
  • Dificultad para elaborar estrategias a medio largo plazo basadas en objetivos y en los recursos, habilidades y esfuerzo personal.
  • Sentimiento íntimo de desconfianza en la capacidad para lograr el tesón y la disciplina necesarios que nos pueden conducir a lograr esos objetivos.
  • Decisiones incorrectas basadas en análisis muy subjetivos, excesivamente rápidos (cuando los hay) y como consecuencia errores que pueden resultar importantes
  • Inseguridad, miedo y temor a equivocarnos, mezclados con obstinación, orgullo y cabezonería que nos lleva a no querer reconocer nuestra falta de evaluación racional.
  • Dificultad para gestionar la incertidumbre, necesidad de señales claras e inequívocas.
  • Rigidez, intransigencia, exceso de simplificación hacia los demás. Estas actitudes se mantienen para justificar el ‘derecho’ a obtener lo que se desea y también para hacer más fácil, cómoda y rápida la respuesta.
  • Por contraste, dificultad para aceptar los límites de ese mismo entorno. No se aceptan ni se evalúan de forma ecuánime y objetiva el derecho y necesidades de los demás si interfieren en nuestros deseos.
  • Inconsistencia, conflictos, falta de criterios sólidos, como resultado de las respuestas no racionales y la necesidad de satisfacer los impulsos o deseos.
  • Aleatoriedad de conductas y emociones, inestabilidad emocional
  • Conductas caprichosas, dificultad para la disciplina, el tesón y el compromiso
  • Desmotivación, apatía, desgana
  • Falta de confianza en uno mismo
  • Baja autoestima, pobre valoración de los logros
  • Fantasías de grandiosidad y poder
  • Dependiendo del grado de auto regulación, la ética y la conciencia, se puede utilizar el maltrato emocional hacia las personas que nos ponen límites o nos contrarían (la venganza, la frialdad, el distanciamiento). En casos más graves, el rencor o la frustración pueden llevar al maltrato físico. En los casos en que además se ejerce algún tipo de autoridad se puede llegar al abuso continuado y la violación de los derechos ajenos.

Estrategias y conductas más habituales

Como decíamos, las estrategias desarrolladas pueden ser variadas. Dependiendo de la combinación, tendremos perfiles de personalidad diferenciados (Personalidad dependiente, narcisista, histriónica, antisocial, límite, evitativa, obsesiva…).

Desde mi punto de vista, y tratando de no hacer uso de etiquetas gnoseológicas, hablaré de conductas sin tratar de clasificarlas en categorías diagnósticas utilizadas por los manuales de psiquiatría. El planteamiento que realizo lo encuentro más útil para que las personas nos podamos identificar de forma libre con unas u otras conductas o actitudes, sin que, la rigidez de los perfiles establecidos nos limiten, coarten o dirijan excesivamente.

Posibles estrategias o conductas:

Culpabilizan al entorno. Generalmente tienen dificultades para aceptar que gran parte del problema está en su falta de racionalidad a la hora de elaborar sus estrategias y conductas. La dificultad suele residir en que no comprenden la relación entre la causa (falta de racionalidad) y el efecto (impulsos, enfados, conflictos, desilusiones, frustraciones…). De modo que al final hacen ‘culpables’ a los demás de su propio malestar y frustración. De ahí que no les resulte difícil encontrar razones de peso para ‘castigar’ a quienes les han contrariado o puesto límites.

Conducta antisocial. Esa culpabilización hacia el entorno les puede provocar rencor, deseos de venganza y justificación para no sentirse comprometidos a cumplir y respetar las normas sociales o los derechos de los demás. Pueden ser deshonestos en beneficio propio.

Dependencia. Les resulta difícil asumir la responsabilidad y temen el dolor y malestar que les puede provocar. Sienten enorme desasosiego ante la posibilidad de reconocer el origen de su problema, de modo que tienden a depender de de alguien para sentirse a salvo de sus problemas.  Pueden temer el abandono o el rechazo ya que tendrían que asumir toda la responsabilidad de su bienestar.

Dramatismo. La necesidad de emociones intensas o de llamar la atención y hacer valer su malestar por encima de cualquier situación le puede llevar a exagerar sus sentimientos y desvirtuar la realidad de sus relaciones o circunstancias.

Atención. Pueden tener conductas provocativas, exageradas, estridentes, peculiares o llamativas tratando de encontrar la atención y reconocimiento constantes de su entorno.

Narcisismo. Su falta de racionalidad para evaluar y aceptar la realidad, así como las contrariedades, la negociación, las necesidades de los otros, los fracasos y decepciones; unido a una necesidad de vivencias intensas y de placer y satisfacción inmediatas, les pueden llevar a la búsqueda de admiración, a una necesidad de sentirse especiales, superiores y a fantasear con el éxito y el poder. Temen la mediocridad, la vulgaridad y la ‘normalidad’. Puede tener fuertes déficits de empatía y tener conductas para manipular a los demás.

Integración. Dificultad para integrarse satisfactoriamente en entornos sociales o laborales donde sea necesario el trabajo en colaboración o interacción con equipos u otras personas.

Conflictos.  Constantes enfados, discusiones , ‘rabietas’ o desilusiones producidas por la frustración de obtener lo que tanto se desea o no obtenerlo ya. Discusiones con la pareja, con amigos o colaboradores. Rencores hacia las personas que ponen límites, cuestionándolas por motivos no contrastados, e incluso realizando contra ellas descalificaciones globales sin ecuanimidad.

Frustración y desánimo. Como consecuencia de los errores y de la falta de un marco propio de evaluación y decisión racional, la persona siente desorientación, confusión, frustración y desánimo. No comprende bien el sistema cultural-social en el que se mueve ni las reglas racionales que lo regulan, organizan y ordenan. No tiene un discurso lógico que le lleve a ver las relaciones entre causa y efecto y sin embargo se mueve en un mundo mágico de correlaciones que interpreta como relaciones de causa-consecuencia. Esto le lleva a no aprender de los errores.

Implicaciones afectivas. Su frustración y desánimo están ligados a sus afectos, siendo muy difícil para estas personas, separar la estima por los demás de las situaciones y conductas que les han producido enfado o contrariedad. Por esta razón, tienden a descalificar a quienes les ponen límites o no les dan lo que piden. Se pueden obstinar y obsesionar. Pueden desarrollar cierta dureza, frialdad e insensibilidad hacia los otros.

Abandono de proyectos. Su frustración, las contrariedades y dificultades que surgen, así como su falta de confianza en sus capacidades o habilidades y recursos, les puede llevar a abandonar proyectos y objetivos que pueden producirles gran satisfacción.

Ciclotimias. Cambios emocionales constantes con subidas y bajadas, pasando de la euforia y la ilusión a la decepción y apatía. Pueden pasar de la ilusión al desánimo con mucha facilidad. Un enfado, una discusión, una decepción a sus deseos les puede provocar un ánimo muy decaído y sentir que se les viene abajo gran parte de su ilusión por las cosas o las relaciones. Suelen cambiar de emociones positivas a emociones negativas con relativa facilidad.

Adicciones. Sustancias, juego, sexo, tv…

Evitación social. Como consecuencia de una auto evaluación poco racional y sesgada, se sienten inadecuados al entorno, pueden ser hipersensibles a la evaluación negativa.

Obsesiones. Se pueden preocupar por muchas cosas. Los déficits en los procesos de racionalización los llevan a desarrollar sistemas de alarmas y alertas innecesarios y poco eficaces. El temor a que pase algo y la dificultad para evaluarlo de forma racional, sumados a una necesidad de seguridad y control, les lleva a desarrollar la meticulosidad, el detalle, los procesos de securización, etc. Se preocupan por los detalles y pueden desarrollar actitudes perfeccionistas que interfieren con su bienestar.

Pautas para trabajar el cambio

  • Entender la causa del malestar, comprender bien los déficits de racionalización en la elaboración de decisiones y conductas. Comprender la relación que estos tienen con las consecuencias personales y en el entorno.
  • Identificar nuestras conductas erróneas, relacionarlas con procesos irracionales concretos.
  • Ponerse objetivos de aprendizaje y entrenamiento del pensamiento racional, concretos, accesibles, fáciles y eficaces con tareas diarias, constantes y a largo plazo.
  • Desarrollar confianza en la capacidad para aprender nuevos hábitos emocionales, cognitivos y conductuales.
  • Desarrollar confianza en las habilidades y recursos propios actuales para afrontar el cambio.
  • Aprender a gestionar el desasosiego y el malestar que provoca el conflicto, la frustración, el miedo o el desánimo.
  • Realizar diariamente escritos donde conste el proceso racional utilizado en cada uno de los objetivos trabajados.
  • Realizar una evaluación diaria, al final del día o al principio del día siguiente, donde conste el grado de eficacia del procedimiento utilizado y los posibles errores o dificultades encontrados. Identificar con claridad dónde se cree que está el error de racionalización (evaluación de la situación o de los recursos, objetivo erróneo, decisión no coherente…)
  • Realizar un reconocimiento diario del esfuerzo utilizado, el tiempo dedicado, los recursos y la actitud proactiva.
  • Eliminar de forma radical la culpabilización del entorno. Entrenar dinámicas en las que, en vez de señalar al otro, nos señalamos a nosotros mismos y logramos identificar alguna conducta que podemos mejorar para sentirnos bien en esa situación. Entrenar para hacernos independientes y autónomos de los demás.
  • Para entender el modelo e iniciar el entrenamiento en hábitos racionales podemos recurrir a libros de autoayuda que podemos buscar en internet o, preferiblemente que estén recomendados por profesionales expertos en la materia. Este tipo de libros, por lo general suelen contener en el título la referencia a conductas disruptivas o impulsivas (el pensamiento racional, guía para una vida racional, entrenar la auto regulación y las conductas eficaces, como aceptar los límites, aprender a aceptar un no, aprender a convivir con las dificultades, aprender a gestionar la contrariedad, etc.).  También podemos recurrir a la consulta de psicología donde nos guiarán y acompañarán con eficacia durante el proceso de cambio.