Píldoras Antidepresivas

Cuando cae el ánimo

Depresión, estado depresivo, falta de motivación … Todos estos términos se utilizan coloquialmente para etiquetar un ‘estado de ánimo decaído’ que nos produce malestar y que nos impide afrontar la vida con ilusión, placer, satisfacción y energía. Esto puede sucedernos en distinto grado, intensidad, severidad, frecuencia y continuidad en el tiempo.

Con independencia de la cuantificación de estos parámetros, el estado de ánimo decaído se caracteriza por unos síntomas: tristeza, cansancio, falta de energía, hipersomnia o insomnio, desesperanza, visión negativa de la realidad, falta de efusividad en los afectos, falta de ilusión por las cosas, falta de sentido y significado en nuestra vida, irritabilidad, dificultades de concentración, pérdida de memoria, pérdida de interés, dificultades analíticas…

No te maltrates

Nuestro diálogo interior, lo que hablamos en silencio con nosotros mismos, está cargado de mensajes que actúan a modo de ‘instrucciones’ o ‘directivas’ que orientan, dirigen, interpretan y dan significado a nuestras vidas. También afectan a nuestro estado de ánimo. Si el pensamiento que tenemos y las instrucciones o mensajes que nos damos tienen un carácter tóxico, deterioramos nuestra motivación y energía, lenta y progresivamente, hasta un estado que puede ser crítico. Así mismo, lastimamos nuestra autoestima y desenfocamos la visión objetiva de la realidad.

Esta tabla reproduce algunos ejemplos:

Diálogo/mensajes/ Instrucciones

“Debería ser capaz de resolver esto solo/a” “No debo pedir ayuda a nadie” “No debería estar aprendiendo a estas alturas, debería saberlas”

“Tengo que demostrar que soy lo que se espera de mi” “Tengo que satisfacer los deseos de los demás”

“Tengo que ser mejor que los demás”, Tengo que sobresalir”, “Debo destacar”, “Tengo que sacar la mejor calificación”

“No voy a ser capaz de manejar esta situación”, “No puedo soportar esta situación”,

“Es terrible lo que me está sucediendo”; “Es insoportable que las personas se comporten así”; “Es inaguantable lo que está pasando”

“Qué vergüenza el error que he cometido”; “Qué pensaran de mi después de este error”;

Orientación

Exigencia, Culpabilidad, Castigos, Maltratarnos, Ser injustos.

Falta de criterios propios, Depender del reconocimiento externo, No satisfacer nuestras necesidades, Exigirnos sin tener en cuenta nuestras necesidades.

Falta de confianza en mis recursos. Falta de confianza en mi capacidad para vivir el dolor, la frustración y el malestar. Dramatización, exageración

Idealización del mundo: el mundo debería ser… Falta de realismo, falta de ACEPTACIÓN, me empeño en que las cosas sean como yo quiero.

Exageración, Intransigencia, Intolerancia, falta de realismo, Dependencia del criterio externo

Significado

No valoro el aprendizaje como parte de la vida. Hay que ser perfecto y hacerlo todo bien para sentirse satisfecho y ser alguien merecedor de reconocimiento.

Mi bienestar radica en obtener   el reconocimiento de los demás, sin ese reconocimiento voy a sentirme mal.

Lo importante en la vida es el resultado final. Es necesario obtener más que los otros para sentirse admirado y reconocido. Lo que importa es el éxito no el proceso o cómo lo consiga.

Focalizo el problema, no las opciones de solución ni mis recursos y capacidad de aprendizaje. Evalúo de forma poco realista mis habilidades para aprender a gestionar la contrariedad y dificultad.

Me entreno en la evaluación negativa, pesimista y dramática de mi situación, de la vida y de mi capacidad para aprender y superar.

No me entreno en la aceptación, realismo y búsqueda de soluciones.

Evalúo el error como un desastre inaceptable al tiempo que me juzgo según los criterios que me imagino que tienen los otros (se los adjudico, aunque en realidad son míos). .

Todos estos mensajes son una muestra de cómo nos tratamos en nuestro diálogo interior. Como resultado, nos juzgamos, nos castigamos, nos culpabilizamos, nos exigimos, desconfiamos de nuestra capacidad, no nos queremos, no nos cuidamos…: Es decir, nos MALTRATAMOS. Nos relacionamos con nosotros mismos de una forma injusta, intolerante, sesgada, falta de cariño… Ese maltrato, muchas veces inconsciente, otras muy consciente, nos genera un estado de ánimo decaído, nos provoca desesperanza, nos quita energía y nos conduce a la apatía y a la inacción. Es decir, nos produce depresión.

Mensajes ‘realistas’ para el cambio

Puedo cambiar mi diálogo con mensajes mucho más realistas, ecuánimes, sanos, autónomos y eficaces. Por ejemplo:

  • “Puedo lograr muchas cosas que me propongo, otras en realidad no me interesan lo suficiente, aunque socialmente tengan mucho reconocimiento”
  • “Hay información y conocimientos que desconozco y puedo aprender, seguro que me ayudarán a entender mejor el entorno y mis propios sentimientos y conductas” “Tengo todo un mundo por descubrir y una vida para hacerlo”
  • “Tengo derecho a utilizar los recursos que la sociedad pone a mi alcance para mi desarrollo personal” “La vergüenza o los estereotipos no van a ser mis consejeros y no voy a permitir que limiten mi libertad y opciones”
  • “Valoro todo lo que he hecho hasta ahora, lo que soy y lo que hago”
  • “Soy responsable de mi bienestar y por lo tanto soy yo quien decide qué necesito para lograrlo”
  • “Puedo pensar en mis necesidades, qué es lo que realmente me gustaría, al tiempo que respeto las de otras personas, ya encontraré el modo de combinar ambas si es necesario”
  • “Me siento contento/a de haber intentado cosas y de seguir intentándolo”
  • “Voy a disfrutar de lo que hago y también mientras intento algo nuevo”;
  • “Creo que soy capaz de alcanzar objetivos importantes. El camino es más importante que la meta, en el camino aprenderé sobre mí mismo/a”
  • “Voy desarrollando mis criterios, ajustándolos y aprendiendo a vivir”
  • “Habrá situaciones de frustración y seré capaz de aprender a transitar y superar la frustración, el dolor de perder algo o la sensación de impotencia”
  • “Conocerme, estimarme, valorarme como ser humano es un objetivo que conviene no perder de vista nunca”
  • “Confío en mi capacidad de aprender y en mi capacidad de ampliar mis capacidades”
  • “Puedo aprender de los errores, probablemente voy a cometer errores y es bueno que esté abierto/a a verlos y aceptarlos para poder aprender a rectificar”
  • “Me fijaré objetivos y paso a paso aprenderé a ser tenaz, coherente y realista”
  • “No es imprescindible que logre la meta más ambiciosa, lograré objetivos intermedios y disfrutaré de ellos, y aunque no lo logre soy único/a, tengo todo el derecho a quererme y la responsabilidad de estimarme y cuidarme, sin importar lo que logre”
  • “Tengo mucho potencial que puedo desarrollar”
  • “Me mido y comparo conmigo mismo/a, mi referencia soy yo, dónde me hallo y hacia dónde quiero llegar”, “No compito con nadie, esto no es una competencia para sobresalir, es un reto para desarrollar mis habilidades y lograr mis propios objetivos y metas”.
  • “Soy igualmente valioso/a aunque no demuestre nada a nadie, no necesito el reconocimiento de los demás para sentirme bien, solo necesito disfrutar de quién soy, aceptarme, cuidarme y valorar el día a día”
  • “Si no me comparo con los demás, si no compito con ellos, si soy tolerante y respetuoso/a, puedo disfrutar de la compañía de otros; puedo desarrollar vínculos y afectos sólidos y muy satisfactorios”
  • “Puedo buscar consejo, ayuda y apoyo cuando lo crea conveniente, forma parte de mis derechos y de las oportunidades que me quiero dar”

Estos ejemplos de diálogo/instrucciones son mucho más realistas, sanos y eficaces para afrontar la vida cotidiana y orientar nuestra vida. Si entreno este tipo de pensamiento y las conductas asociadas, estaré generando energía, motivación, expectativas positivas, cambio, esperanza, confianza… etc. En definitiva, estaré promoviendo un estado de ánimo energético y proactivo.

Socialización y Aprendizaje

Nuestro diálogo interior es reflejo de las relaciones, los diálogos, expresiones, expectativas, valores y creencias a los que hemos estado expuestos durante la infancia y la adolescencia. Es decir, dependen de factores sociales, tales como el entorno, la cultura (creencias, valores, normas…), la educación, mi posición socio económica, etc.

Hoy ya es evidente para la comunidad científica que hay determinantes sociales promotores de la salud. Esta evidencia rompe por fin con la tradición (tozuda) que defendía como únicos o determinantes los factores causales de carácter genético y biológico, digamos hereditario, o puramente fisiológico.

Superando la vieja dicotomía entre educación vs naturaleza, hoy sabemos qué factores de carácter social son determinantes de la salud (física, mental, emocional, cognitiva, conductual). Hay evidencias de que ciertas condiciones socio económicas determinan el estado de salud de las personas. Por ejemplo, el nivel de ingresos; las condiciones de trabajo; las condiciones de habitacionalidad (vivienda, barrio, asfaltado, agua potable, electricidad, calefacción…); la educación; la red social; la violencia; el abuso; la discriminación; la marginalidad; la situación socio-política (guerras, dictaduras, derechos humanos…); la accesibilidad a drogas; la accesibilidad a delincuencia; etc. Todos estos factores son la causa de que muchas personas estén en desventaja en términos de salud, y por lo tanto puedan desarrollar enfermedades y/o enfrentarse con menos recursos a las dificultades cotidianas y a las enfermedades que surgen.

Si bien estos determinantes sociales son ciertos para todas las sociedades y culturas, sin embargo, cada sociedad tiene sus características específicas con creencias, valores, costumbres, normas, expectativas e instituciones diferentes.

En nuestra sociedad, por poner un ejemplo, los roles y expectativas asociados a hombres y mujeres están cambiando desde principios del siglo pasado pero el reajuste y adaptación del sistema y su interacción con las personas, está causando problemas de salud. También ha cambiado la estructura, modelo y estilo de vida familiar, las actividades de ocio, la imagen pública, las expectativas educativas, académicas y laborales, los sistemas políticos, los derechos laborales, el acceso a la información, los principios y valores, las relaciones en la comunidad… y un larguísimo etc.

Todos estos cambios, originan nuevos retos y ‘presiones’ o condiciones ambientales que requieren conocimientos, habilidades y recursos para poder adaptarse satisfactoriamente. La sociedad no siempre anticipa y analiza los cambios necesarios en los factores y procesos de socialización requeridos para que este reajuste y adaptación sean un logro.

Por esta razón, surgen nuevos retos para la salud pública. Se trata de promover la salud, analizando cuáles son los determinantes sociales que generan salud y cuáles originan la enfermedad.

Factores sociales

Estadísticamente, la depresión es más frecuente en mujeres que en hombres. En los hombres es más habitual la adicción al alcohol y drogas. ¿Qué factores sociales contribuyen a estas diferencias?¿Qué factores sociales promoverían la salud de estas personas? La desigualdad social (clase, género, edad, etnia..) es un factor determinante de la salud/enfermedad.

  • La educación (creencias, valores, actitudes, conocimientos);
  • Las expectativas y estereotipos sociales (valor, riesgo, resistencia física, poder, prestigio… para los chicos; bondad, amabilidad, belleza, generosidad, solidaridad para las chicas) que entran en conflicto con las verdaderas necesidades de cada persona, sus habilidades y sus recursos;
  • Las normas implícitas con sesgo de género: deberes, obligaciones, moral…;
  • La discriminación salarial;
  • Los techos profesionales;
  • Etc.

Si la sociedad promueve creencias, valores y actitudes diferentes respecto a hombres y mujeres, es lógico pensar que las niñas y niños, los interiorizan y construyen ‘estrategias’ inconscientes de afrontamiento para vivir sus experiencias cotidianas.

Por ejemplo:

  1. Un juego con muñecos/as, donde el acento se pone en que las niñas aprendan a cuidar de sus muñecas, no en el juego mismo, nos está enseñando a poner en segundo plano la importancia de ‘disfrutar’ con el juego, haciendo del ‘deber’ y del ‘cuidado’ un mayor protagonismo que el de satisfacer la necesidad de juego, desarrollo y placer de la niña. Lo razonable sería que ambos, disfrute y aprendizaje fueran de la mano para lograr el crecimiento, la autonomía y la satisfacción en la infancia y otras edades.
  2. Educar a las niñas para que sean dóciles y bondadosas, haciéndolas ver que es muy feo que discutan, contradigan o defiendan una idea… puede interiorizarse de distintos modos y generar estrategias distintas de adaptación, pero una de las consecuencias puede ser la ‘inhibición de los propios deseos o pensamientos’ o la ‘indefensión aprendida’. Cualquiera de ellas, puede conducir al desánimo, la falta de confianza en una misma, la desesperanza, la pérdida de ilusión… y la depresión.
  3. Si por el contrario, la sociedad promueve valores asociados a los niños tales como la fuerza física, la necesidad de desapego afectivo, la valentía ante el riesgo, la iniciativa propia, el derecho a pensar en sus necesidades… etc., lo más probable es que en entornos de peligro y con falta de atención y ‘control’ social, estén más expuestos a problemas relacionados con la conducta social, las adicciones, la delincuencia, la criminalidad…

Estos factores sociales, estrechamente vinculados con la educación -juegos, roles, etc.- y desarrollo durante la infancia, pueden determinar que en etapas más adultas las personas se sientan en desventaja para afrontar las demandas de un entorno con reglas diferentes, complejas y exigentes.

Cambios

Siguiendo con los ejemplos anteriores. Las mujeres necesitaran ajustar sus creencias, actitud y conductas ante la necesidad de defender una idea, un proyecto o una estrategia de negocio en el entorno laboral o financiero. Necesitarán poner en cuestión ideas erróneas sobre la imagen que se espera de ellas. Necesitarán aprender nuevas habilidades para poner límites ante los abusos o las injusticias y defender sus derechos. Necesitarán desarrollar nuevos criterios para diseñar sus proyectos y lograr sus objetivos.

En el caso de los chicos, también necesitarán de un reajuste para desarrollar las habilidades necesarias para negociar, dialogar, ponerse en el lugar del otro, respetar, escuchar, comprender sus propias emociones, auto regular conductas, gestionar la frustración y la ira, aprender a posponer gratificaciones, etc. De lo contrario, entrarán en conflicto con el entorno, tendrán problemas para acabar los estudios; les resultará difícil encontrar un trabajo; serán vulnerables a las adicciones más accesibles en su entorno (drogas, alcohol, tabaco, juego, apuestas); abusarán y maltratarán a su entorno (familia, pareja, amigos), etc.

Este aprendizaje necesita del reconocimiento, recursos y apoyo del propio sistema a todos los niveles. De otro modo, la/el joven que se enfrenta al mundo laboral y a las responsabilidades de sus múltiples roles (pareja, familia propia, trabajo, propiedades…) puede sentir que le faltan las herramientas (habilidades, recursos, conocimientos, entrenamiento) adecuadas para afrontar estos retos sin un desgaste, un sufrimiento, frustración y coste excesivo.

Cuando este reconocimiento, recursos y apoyo no se dan -situación muy frecuente-, el temor, la ansiedad, la angustia, la falta de herramientas, la impotencia y la frustración pueden conducir a estados depresivos.

De modo que una sociedad responsable, sana y equitativa, tratará de promover escenarios (entornos, programas, estrategias, acciones, leyes…) que faciliten el desarrollo de la autonomía y el bienestar personal, dotando a todas las personas de un nivel adecuado de socialización a través del acceso pleno y satisfactorio a recursos necesarios como la educación (conocimientos, valores, herramientas), vivienda, trabajo, ingresos, medio ambiente, alimentación…

Acompañar en los sentimientos de duelo

Cada persona, un duelo

¿No sientes lo que ‘se espera’?

No cuestiones tus sentimientos cuando pierdes a un ser querido. Acepta lo que sientes, no te impongas ningún patrón.

Tristeza, pena, pérdida, dolor, injusticia, enfado, resignación, aceptación, ira, negación, paz, alivio, serenidad, bloqueo, ausencia, insensibilidad, distanciamiento, comprensión, entendimiento, incertidumbre, inseguridad, miedo, soledad… son algunas, entre otras muchas emociones que podemos sentir cuando muere una persona amada y significativa para nosotros.

Cada una de estas emociones y muy diversos pensamientos e imágenes pueden aflorar cuando fallece alguien querido, cercano o significativo. El duelo puede contener muchas emociones. Salvo el hecho de la pérdida, no hay un patrón universal de sentimientos o pensamientos ante la pérdida de alguien. Tampoco existe un patrón universal para la intensidad y la duración del duelo. Por lo tanto, conviene aceptar lo que cada uno siente, piensa y necesita durante esta vivencia, sin cuestionarse o sorprenderse porque las emociones propias no encajan con algún patrón establecido, o con lo que uno pensaba que ‘debería’ sentir o con lo que suponemos que se espera de nosotros.

Procesos de duelo

Cuando se habla del duelo y de las etapas del duelo, creo que podemos estar simplificando una realidad que es más diversa, compleja y amplia. Damos por hecho que todo el mundo siente de modo parecido ante la muerte de un ser querido y pasa por las mismas etapas. Creo que esta simplificación no abarca la diversidad de todas las personas en esos procesos, y como consecuencia muchas personas no se identifican con esos estereotipos y, en consecuencia, pudieran, sentirse confundidas, raras, ajenas, extrañas, culpables, disfuncionales…

La intensidad de nuestras emociones también puede ser diversa, fluctuante, contradictoria, incomprensible a simple vista. Los sentimientos intensos se pueden producir en unas personas y no en otras, o se pueden producir en la misma persona ante unas circunstancias y no ante otras. Respetemos esa diversidad, aceptemos y tratemos de comprender nuestros sentimientos. No aceptemos como propia la forma de sentir de otros, no nos impongamos estereotipos que no encajan con nuestras necesidades ni con nuestra realidad.

La duración de los sentimientos también difiere de unas personas a otras y en distintas circunstancias. Los sentimientos pueden no manifestarse siempre de forma inmediata y, sin embargo, podemos tener presentes a nuestros seres queridos de forma permanente y dedicarles con el recuerdo muchos momentos de ternura. En otros casos, los sentimientos pueden ser de gran intensidad y dolor, manteniéndose durante un largo tiempo.

Los sentimientos iniciales que acompañan a la muerte de un ser significativo reflejan el modo en que nos afecta su desaparición en ese momento. Pueden reflejar la pérdida, la pena, el desconsuelo, la rabia, el miedo, las contradicciones… Cada persona que fallece significa un vínculo e interés diferente para los allegados y para las personas a las que afecta su muerte. La pérdida de cada ser representa un vacío distinto en nuestra vida, el dolor no puede ser el mismo en todas las circunstancias.

Además, hay personas que son muy conscientes de lo que la pérdida supone en el instante de producirse, otras personas necesitan el día a día de la ausencia para sentir la pérdida. La pueden sentir durante años, sin que eso les dificulte una vida saludable.

En muchos casos, la pérdida no nos produce un dolor agudo o difícil de soportar, es una pérdida que podemos asumir con emociones tenues. No obstante, esa aceptación va acompañada de tristeza y pena porque amábamos a esa persona y nos apena saber que ese ser querido ya no va a disfrutar de la vida, eso nos duele, nos duele también no poder compartir muchas cosas que habrían sido motivo de su alegría y de la nuestra. En estos casos, el dolor se puede experimentar al inicio, cuando nos despedimos, y con el tiempo se transforma en añoranza, cuando nos acordamos de ella. Sin embargo, es un sentimiento propio, porque la persona fallecida ya no siente, sentimos por ella, nos apena pensar que ella no puede siente. De alguna forma, queremos dar continuidad a su existencia a través de nuestros recuerdos y nuestros sentimientos y, ciertamente, creo que lo hacemos.

En otros casos, la pérdida de un ser querido significa un profundo y amplio desgarro para nuestra vida, produciendo un profundo vacío en nuestra vida cotidiana, en nuestro proyecto vital, en nuestra comunicación diaria, en nuestra necesidad de amar y ser amados, en nuestras ilusiones, en nuestro futuro. Los sentimientos serán consistentes con esa pérdida y se expresarán según la personalidad de cada uno. De ningún modo hemos de establecer cuáles han de ser esos sentimientos y cómo hemos de sentirlos.

Hay personas que se ven incapaces de vivir la intensidad de sus emociones de pérdida, y esa sensación de incapacidad les produce miedo. Como respuesta al miedo, bloquean las emociones para evitar la ansiedad. Hemos de respetar ese miedo y, si nos piden ayuda, acompañarlas a que descubran su capacidad y desarrollen esa capacidad para transitar los sentimientos, aceptando las emociones perturbadoras y diluyendo el miedo a sentirlas.

A veces el duelo comienza anticipadamente, cuando ingresamos a una persona muy enferma o cuando la distancia se ha instalado en nuestras vidas. El duelo anticipado consciente es también parte de un proceso de aceptación, cuando tomamos conciencia de que la pérdida se va a producir en un plazo delimitado. En muchos casos, el sufrimiento y el deterioro de la persona hace que el duelo por la pérdida se anticipe y también se transite al tiempo que el alivio por el descanso en paz. Aún en el caso de un duelo anticipado, es posible que quede espacio para un cierto duelo. Sin embargo, en estos casos puede ser habitual que los sentimientos de su fallecimiento no sean muy intensos porque el proceso haya sido paulatino.

Muchas veces, el temor, la angustia y el desasosiego derivan de sentimientos que reflejan algún conflicto interior o pensamientos que nos generan inquietud, o inseguridad porque no alcanzamos a entenderlos. Si queremos alcanzar la paz y la serenidad es necesario nuestra plena aceptación. Para aceptarnos, conviene tomar plena conciencia de lo que sentimos y pensamos. Quizás en estas circunstancias podamos ayudarnos de psicólogos/as que nos acompañen en este proceso que puede resultarnos perturbador y/o difícil.

El día a día que vivimos después de la pérdida nos puede traer vacíos, gestos hacia el ser querido, pensamientos de lo que vamos a hacer con esa persona, que se van a agotar en cuanto tomamos conciencia, sueños despiertos y dormidos. Aunque ninguno de ellos va a obtener respuesta todo ellos siguen llenos de sentido porque son la manifestación de nuestro vínculo con esa persona. Lejos de luchar contra esos gestos, es bueno que los aceptemos con ternura y sin miedo ni angustia.

Los estereotipos sobre el duelo

Sin embargo, a pesar de la importancia de respetar la autenticidad y la gran diversidad de sentimientos, hay estereotipos sobre el duelo. Los estereotipos son imágenes rígidas y reducidas de cómo deben ser las cosas. A través de esos estereotipos la sociedad nos indica qué hemos de sentir en esos momentos, de ese modo nos clasifica y nos etiqueta, señalándonos qué ‘debemos’ sentir y cómo ‘debemos’ comportarnos como ‘viudos’, ‘huérfanos’, ‘afligidos’, etc. Esa clasificación genera reglas, normas, costumbres y facilita un comportamiento homogéneo, ‘controlable’ hacia los que despiden a un ser querido. También facilita el comportamiento del resto de la sociedad, simplificando la conducta que puede manifestar con las personas directamente afectadas.

Los estereotipos sobre el duelo además de simplificar e incluso confundir las necesidades de las personas directamente afectadas, tienen como función proteger o cuidar al resto de la sociedad. La excesiva simplificación que a veces se produce durante un velatorio o un entierro, protege los intereses de una sociedad que mediante una o dos ceremonias ‘cumple’ con sus ‘deberes’ de compasión. Por esa razón, demasiadas veces, los afectados no hallan consuelo en esas ceremonias.

Otras veces esas ceremonias sí se ajustan a las necesidades de los afectados directamente. La función de las ceremonias con la asistencia de muchas personas puede ser la de acompañar y ayudar a que los afectados por la pérdida puedan compartir sus sentimientos. Esas horas iniciales, de acompañamiento pueden significar que las personas sientan menos un vacío inicial. Así mismo, pueden contribuir a que el afecto, ternura, atención e interés mostrados por los participantes, protejan del desgarro, desconsuelo y del profundo dolor, a las personas que los sufren.

Las necesidades van a ser distintas en cada persona. Se pueden no necesitar ceremonias, o  necesitar ceremonias muy íntimas, o se pueden necesitar muchas ceremonias… Todo es respetable y se ha saber escuchar a cada persona. Cuando los directamente afectados sienten que les sobra cualquier ceremonia, y que lo que desean es transitar esa pérdida en la intimidad, todo acto de pésame o de compartir el duelo que no se ajuste a esa necesidad puede resultar un agravante para su proceso, puede resultar un conflicto y puede dificultar la vivencia plena, sosegada y serena del duelo personal.

¿Por qué necesita la sociedad crear estereotipos? Porque la sociedad puede ser disfuncional. La sociedad genera estereotipos cuando no es capaz de comprender la realidad en toda su complejidad y/o no es capaz de responder adecuadamente a las necesidades de los afectados. La sociedad construye estereotipos para huir de la responsabilidad o del miedo que le produce no tener respuestas satisfactorias para acompañar a los afectados. La sociedad también elabora estereotipos cuando no sabe cómo actuar ante lo desconocido o lo ignorado. Incluso la muerte natural, para muchas personas continúa siendo fuente de temor, miedo, ansiedad, angustia, incertidumbre, y muchas de estas personas necesitan liberarse con cierta prisa de los sentimientos que provoca.

El resultado de los estereotipos puede dar lugar a que, ante la muerte de alguien significativo, además de nuestros propios sentimientos, nos veamos forzados a soportar la presión social de los estereotipos, que nos indican cómo deberíamos sentirnos y qué imagen debemos dar al exterior o cuál es la conducta adecuada. Muchas veces, a nuestros respetables sentimientos (sean cuales fueren), hemos de sumar otros sentimientos como el conflicto, la culpa o la extrañeza e inseguridad, porque no sentimos lo que la sociedad nos ‘exige’ sentir; porque no sentimos lo que las personas a nuestro alrededor nos hacen pensar que tendríamos que sentir en esos momentos, e incluso porque nosotros mismos nos obligamos a sentir conforme a esos estereotipos. Esa extrañeza nos genera un conflicto, nos hace cuestionarnos nuestra capacidad para amar, nuestra capacidad para ser miembros de una sociedad. Conviene huir de esos estereotipos y respetar lo que cada uno pensamos y sentimos.

A veces, el duelo puede ir acompañado de miedo o temor a no ser capaces de superar la extremada intensidad del desgarro, el desconsuelo, el dolor y la tristeza. La intensidad se reduce mucho con el tiempo, a medida que vivimos la ausencia de la persona fallecida, y nos habituamos a convivir con la tristeza profunda y permitimos que nos acompañe en las actividades de nuestra vida cotidiana.

Para algunas personas, escribir su experiencia, narrar la trayectoria de sus emociones, les ayudará a expresar, comprender y aceptar con más claridad sus pensamientos y sentimientos. Otras personas prefieren verbalizar y compartir con alguien presente, en este caso, conviene que elijamos a aquellos que saben escucharnos, respetarnos y acompañarnos en nuestros sentimientos.

La empatía

La empatía con quien ha perdido a un ser querido consiste en acompañar a esa persona en sus propios sentimientos y necesidades. Esta compañía puede consistir en dejarla tranquila y no imponer nuestra presencia o puede consistir en no dejarla sola en ningún momento. La empatía no consiste en dar por hecho qué es lo que está sintiendo, qué necesita y cómo debemos ayudarla. El acompañamiento significativo consiste en mostrarse discreto, en segundo plano, respetando el proceso de las personas cercanas a los fallecidos.

Por eso, la expresión «Te acompaño en el sentimiento» es muy acertada. Quiere decir que, con independencia de lo que sintamos, sin prejuzgar ni dar por hecho qué estamos sintiendo, nos acompañan en nuestros sentimientos, sean cuales sean, respetando nuestra personal manera de sentir.

Cada persona puede sentir distintas emociones, porque cada persona tiene una relación única con el ser que ha fallecido. Además, las circunstancias en que fallece la persona querida y las características del vínculo y de la relación, así como rasgos de personalidad, van a influir en nuestras emociones y en nuestro proceso de afrontamiento de la pérdida. La misma persona puede sentir distintas emociones en momentos diferentes, incluso ante la misma pérdida.

Cuando alguien pretende mostrar empatía con nuestro duelo y, sin preguntar qué sentimos, nos dice cosas como «debes estar muy triste» o «qué mal lo tienes que estar pasando» o «comprendo que estés muy angustiado» o «qué horror lo que estáis pasando»… quizás se aleje de empatizar con nuestro duelo y nuestra personal forma de sentir la pérdida, porque, sin darse cuenta, lo que hace es proyectar estereotipos. Cuando no conocemos lo que siente la persona afectada, la expresión «te acompaño en el sentimiento» tiene mucho más sentido y cobra todo su significado.

Escuchar y comprender

El respeto por los sentimientos de aquellas personas que han perdido a alguien significativo consiste en escuchar atentamente y con amplitud mental cuáles son esos sentimientos, aceptarlos e intentar comprenderlos. El respeto y la ayuda -si es que la necesitan- consiste en empatizar con su realidad, con su personal modo de vivir la situación, con su derecho a sentir lo que sienten, con su libertad para construir su personal forma de entender la pérdida.

Hay distintas maneras de acompañar a los afectados, desde distintas actitudes, sentimientos y funciones. Cada acompañante tiene un papel distinto. Cada persona cumple una función distinta. Hay personas muy cercanas, íntimas y con una presencia continua, profunda y muy significativa en nuestras vidas y por lo tanto en esa pérdida, que puede ser común. La presencia de otras personas tiene también un carácter afectivo, pero de menor intimidad, profundidad y significado, su presencia es grata y nos conforta porque es un acto de solidaridad. Hay otras personas cuya función tiene un carácter más protocolario. Es saludable que sabiendo cada cual su función, el acompañamiento sea genuino y sincero. Para acompañar necesitamos empatía, respeto auténtico y discreción, sin protagonismos y sin excentricidades ni estereotipos. De lo contrario, incorporamos un componente que distorsiona el significado de la ceremonia o del acompañamiento sencillo, introduciendo conductas disfuncionales.

Un abrazo