Mi diálogo neu-erótico

Hoy me he vuelto a descubrir en un diálogo interior mientras estaba en la intimidad con mi pareja. Cuando me doy cuenta, me paro a escuchar el runrún de mi mente y empiezo a recordar las últimas frases que me estaban bombardeando casi al ritmo del pulso:

  • «Nunca lograré alcanzar el orgasmo, por más que se empeñe»
  • «¿Qué corte, ahora cómo digo que quiero utilizar preservativo?»

Me esfuerzo un poco más y me doy cuenta de que llevo un rato con este tipo de pensamientos mientras se supone que estoy compartiendo (¿?) juegos eróticos con mi pareja. Tiro del hilo y he aquí lo que sale…

  • «Tengo que meter la tripa para disimular mis kilos de más»
  • «No puedo poner esa postura porque con mi torpeza seguro que parezco un pato mareado”
  • «Qué vergüenza, no tengo ni idea de cómo empezar pero tengo que disimularlo si no va a pensar que no tengo experiencia»
  • «Siempre empieza del mismo modo, debería saber que no me gusta nada y tendría que prestar más atención…»
  •  Qué horror, tiene ganas de jugar y yo sin ducharme, ¿No puedo parar ahora para asearme un poco voy a cortar todo el rollo?»

Cada día voy tomando mayor conciencia de estos diálogos que mantengo en silencio y también me doy cuenta de cómo me afectan. Parece mentira que en una situación erótica mi mente esté produciendo discursos neu(e)róticos, como yo les llamo.

Hoy, no sólo es que me hayan distraído como en otras ocasiones, hoy han supuesto que me sienta con inseguridad, sin ganas, sin deseo, que pierda la ilusión por el juego y que me dé vergüenza compartir la intimidad y el erotismo con mi pareja.

Me doy cuenta de que en este diálogo interior estoy negándome la posibilidad de disfrutar y ser yo mismo/a:

  • me maltrato (“Tengo que disimular”…, “con mi torpeza”…) y maltrato mi autoestima 
  • dramatizo (“qué horror”) y desestabilizo mi bienestar 
  • veo la vida como una obligación (“tengo que”, “no puedo” … ) y no me implico verdaderamente
  • creo que mi placer depende de la otra persona (“debería saber”, “tendría que” …) y pienso/siento que no tengo el timón de mi bienestar
  • veo la vida en blanco y negro (“siempre”, “nunca”) y me siento frustrado/a
  • Etc.

He aprendido que soy responsable de mis diálogos, de cómo me afectan y de sus consecuencias en mi vida diaria, en mi estado de ánimo y en mis relaciones.

He aprendido que conviene que los escuche y trate de pararlos, tomando las riendas de mis pensamientos, emociones-sentimientos y conductas

¿Y si vamos un paso más allá y tratamos de cuestionarnos ese tipo de ideas negativas o bloqueantes?

El próximo artículo “Cómo vaciar la papelera” lo dedicaré a este tema.

Amor, Autonomía y Autoestima

Si te portas bien te querré

Muchas personas tenemos grabada esta frase en nuestras neuronas, la hemos oído desde nuestros primeros días de vida: “Qué bueno es este bebé que no llora, es imposible no quererlo”; “Qué bien se porta este bebé, si es que es un amor”; “Cuando te portas bien, te quiero mucho”; “Da gusto lo aplicada y responsable que es, la queremos mucho”, etc.  En síntesis, este planteamiento es el opuesto al del amor [incondicional], maduro y responsable, que es sólido, estable, que nos sostiene y nos prepara para desprendernos, y que nos ayuda a crecer con límites y autoridad para afrontar la realidad y adquirir autonomía sin angustias ni ansiedades (Cucco García, 2010).

Utilizo el término ‘amor incondicional’, a pesar de que se podría interpretar erróneamente, por ejemplo en el marco del psicoanálisis, en el caso de asimilarlo con los mimos continuos de los educadores (Freud, 1911). Aclaramos que desde nuestro planteamiento el amor incondicional, no significa mimar incondicionalmente, significa la constancia del afecto y el interés hacia las necesidades del otro. De modo que aunque pongamos límites y con ello brindemos la oportunidad de establecer el principio de realidad; o incluso nos enfademos, el afecto sigue intacto, pero se muestra innegociable, responsable y eficaz en la gestión de los lugares de cada uno, en función de las necesidades de ambas partes (Cucco García, 2012).

El amor como transacción

Los ejemplos anteriores vienen a ilustrar que muchos hemos crecido dentro de la confusión entre el concepto de amor y el concepto de recompensa, de modo que nuestra subjetividad afectiva se ha configurado en un escenario de intercambio: tanto vales, tanto te doy; así te portas, así te quiero. Esta configuración nos cosifica, nos aleja de aprender a amar y nos sumerge en la dinámica de la transacción, la evaluación y la valoración por logros. En definitiva, nos impide crecer afectivamente con aceptación y bienestar, porque nuestra recompensa afectiva siempre estará sometida al examen de nuestra conducta. Parece que esta cosificación no es nueva, Fromm (2006, pg, 69) señala que el Renacimiento fue la cultura de una clase rica y poderosa, que en su despiadada lucha por conservar el poder y vencer a los competidores de su propia clase, envenenaron su relación con el yo propio y su sentido de la seguridad, tornándose en objetos de manipulación para sí mismos, como lo eran para ellos el resto de las personas, logrando con ello fuerza, sí, pero también aislamiento, duda y escepticismo y, como consecuencia, angustia (Fromm, 2006).

Este afecto/amor por recompensa no nos ayuda a responsabilizarnos de nuestras actitudes y conductas, ni a establecer unos principios morales propios y autónomos, porque estará referido al logro del cariño o el afecto de otras personas. Conviene mantener la existencia de afecto/amor en el vínculo al tiempo que se establecen o actualizan las normas, se aplican los límites, o se gestionan los distintos lugares. La recompensa por méritos ha de situarse en que el bebé (niño, adolescente, adulto) aprenda a disfrutar de la propia satisfacción por haber logrado los objetivos, y ha de ser independiente del afecto ajeno y propio. El afecto/amor en el vínculo ha de ser incondicional y constante, mientras que la autoridad ha de pronunciarse -sin perder la calidez o el sostén del afecto- siempre que sea necesario señalar límites y establecer o recordar normas y sus consecuencias. De hecho, poner límites desde la autoridad (no autoritarismo) es ejercer el interés y el respeto por las necesidades de ambos, es decir, se trata de afecto/amor.

Desde el modelo de autoestima por recompensa, a medida que vamos creciendo, conjugamos el verbo del amor condicional en primera persona: “Si alcanzo logros, valgo y merezco mi estima”, por lo tanto, habremos incorporado una noción de autoestima basada en la auto recompensa por los logros y éxitos alcanzados. La confusión nos va a acompañar de adultos, probablemente, hasta que el malestar nos resulte insufrible o nos impida una vida razonablemente satisfactoria. Mientras tanto, viviremos pensando, sintiendo, actuando y evaluándonos, como si para ser amado y amarnos a nosotros mismos, hubiera que satisfacer ciertos requisitos como saber hacer ciertas cosas, obedecer, estudiar, lavarse los dientes, ser listo, ser educado, etc. Aquí aplica muy bien el dicho ‘de aquellos polvos, estos lodos’. ¿Qué consecuencias tiene esta confusión para la persona y para la sociedad?

Los problemas psicológicos

El déficit de autoestima en la actualidad es uno de los problemas más frecuentes que motivan las consultas en psicología, junto con la desesperanza, el ánimo inestable, la apatía, la hipocondría, problemas de sueño y/o alimentación, sensación de vacío (ausencia de proyectos, crisis de ideales y valores…)  (Hornstein, 2006). Como certeramente señalaba Wright Mills, este problema no es por lo tanto un problema individual, sino un problema social, dado que lo sufren muchas personas (Wright Mills, 1978). La amplitud del problema requiere que nos preguntemos, por ejemplo, cuáles son las condiciones sociales que pueden estar generando esa específica vulnerabilidad.

Creemos que solo es posible afrontar y solucionar el déficit de autoestima, así como el sufrimiento de la persona, adoptando una mirada que abarque el recorrido completo de la construcción del sujeto y su subjetividad en la sociedad actual, desde los principios o valores culturales que definen qué ‘debe ser’ la autoestima; hasta las estructuras sociales (política, familia, medios de comunicación, escuelas) que sostienen y reproducen esos modelos; deteniéndonos en las micro dinámicas de la vida cotidiana[1], durante las cuales, se enuncian, materializan, transmiten y metabolizan dichos mandatos sociales (Cucco, Mirtha; Códova, Dolores; Rebollar, 2010; Hornstein, 2000b).

Consecuentemente, para abordar su análisis y tratar de comprender los mecanismos que lo producen, adoptamos una perspectiva socio-psicológica, que nos ilumine los procesos de intersección entre la cultura social que define el estilo de vida, y la construcción de una subjetividad que se constituye, nutre y entrena para adaptarse a ese estilo (Hornstein, Luis, 2010).

Autoestima, sociogénesis o biogénesis

Quizás, antes de abordar la definición, conviene despojarse de la ingenuidad que impregna la idealización sobre la esencia natural del ser humano. El ser humano no es inteligente, sabio o bueno por naturaleza. El ser humano es un ser social, con una ‘pata’ en la historia, la evolución y la naturaleza y la otra en la cultura social en la que nace, crece, se desarrolla y adapta. La autoestima -como constructo cultural- también va a depender de qué significado demos a este rasgo, actitud, habilidad, concepto… o como queramos denominarlo, como diría Hornstein, en última instancia, también es una categoría política (Hornstein, 2010).

A muchos pudiera parecernos que, de algún modo, nuestra autoestima está ligada o determinada por los genes. Por ejemplo, si pienso que ‘soy un inútil’ porque tengo cierta torpeza con el cálculo mental, probablemente relacione esta dificultad con algún gen (“se descubren genes para casi todo” (Hornstein, 2000a)) y, desde el modelo de autoestima ‘tradicional’ piense que no valgo desde que nací. Esta percepción es una ilusión provocada, de una parte, por la confusión mencionada (amor-recompensa) y de otra parte, por una trampa del discurso biologicista. Ambas circunstancias confluyen y se alían -queriendo o sin pretenderlo- con ‘el poder’ y su necesidad de control; produciendo un discurso que nos mantiene súbditos de las inexorables fuerzas de la naturaleza y el destino escrito en nuestro ADN.

De ese modo, se dificulta que accedamos a la emancipación psicológica, a la plena autonomía y a la plena responsabilización de nuestra vida y nuestro bienestar para poder alcanzar un estatus de protagonismo de los cambios y transformaciones, desde donde diseñar nuestro currículo vital, nuestra sociedad y sus instituciones, así como crear nuevos conceptos y proponer nuevas definiciones, etc. En el caso que nos ocupa, la emancipación en relación al destino significa cuestionarnos que la autoestima esté determinada por nuestros genes y que la definición de auto estima tenga un carácter universal de verdad e inamovible.

Pongamos las cosas de otro modo: La humanidad es cultura actualizada e incorporada en la biología. Conocemos que el desarrollo del lenguaje y otras habilidades cognitivas y sociales, han dado forma a la expresión genética y su herencia, modificando conexiones neurológicas; generando áreas como el córtex y neocórtex; influyendo en el sistema inmune según hábitos culturales, etc. – (National Academy of Sciences, 2006).

  • La cultura, por lo tanto, se incorpora en la expresión de los genes -aún no sabemos si también en el ADN mitocondrial; esa cultura activa, o no, determinados genes, según la estimulación a la que es expuesto el bebé o el adulto (Ej.: efectos de la nutrición, hábitos, la higiene…). (Goldman, 2021)
  • La humanidad, y las personas que la componen, son cultura actualizada e incorporada (materializada en el cuerpo) en las relaciones entre madre y bebé, a través de los cuidados, la protección, la nutrición, el contacto, las caricias, las palabras, las expectativas, las normas… (Cucco, 2004; Hornstein, 2000b)
  • La humanidad es cultura actualizada e incorporada en las instituciones (familia, colegio, política, justicia, mercado laboral, finanzas, etc.) (Harris, 1996).
  • La humanidad es cultura actualizada e incorporada en la subjetividad de cada individuo (creencias, expectativas, esquemas de conducta, miedos, exigencias, estilos afectivos, deseos, habilidades…) (Fromm, 2001).

Dentro de esa corriente cultural fluida y cambiante, cada sociedad construye su estilo de vida. En esa construcción social participamos todos, por activa o por pasiva, consciente o inconscientemente, como protagonistas o como observadores, como precursores o como víctimas, como legadores o herederos, como bebés o como adultos. Esta diversidad tiene como consecuencia que, en la realidad cotidiana, el ‘diseño’ del estilo de vida no nos afecta a todos por igual. Solo una minoría participa de forma consciente, algunos para perpetuar ciertos privilegios, otros son protagonistas de propuestas de transformación, mientras que la mayoría, imprescindible para sostener el sistema, participa bebiendo del modelo, metabolizándolo y reproduciéndolo (valores, consumo, educación, ideales, trabajo…).

Autoestima por recompensa

Volviendo a la autoestima, el diseño de una sociedad competitiva, individualista, materialista, desigual y meritocrática, que, además abandera el concepto de autoestima por recompensa, va a fomentar diferencias en la capacidad y habilidades para acceder al bienestar psicológico, privilegiando a aquellos que, o bien logran reunir ciertos requisitos (aunque puede ser de carácter temporal, en el momento en que los pierdan), o bien acceden al conocimiento y se emancipan.

Con esta confusión, el mensaje que la sociedad nos transmite es: ¿qué debemos hacer para estimarnos? De modo que construye nuestro currículo para obtener recompensas como si eso constituyera nuestra autoestima. En este profundo error, la definición actual entiende la autoestima como la satisfacción de expectativas que uno cumple sobre sí mismo. Las expectativas están referidas a la realización de proyectos, objetivos, tareas, anhelos, etc. que, obviamente, provienen del imaginario social. Desde este planteamiento, cuantas más expectativas cumplo, más me debería estimar.

Este ‘diseño’ o imaginario social está presente en cualquier interacción social, y se refuerza y actualiza a través del consumo, la inmediatez, el miedo, la obediencia, y la falta de autonomía. Este imaginario social impregna la educación, las relaciones, el ocio y los proyectos de vida, generando en los sujetos inestabilidad emocional, impaciencia, falta de confianza en sus recursos, vaciamiento de sentido, impulsividad, adicciones, etc. En definitiva, consciente o inconscientemente, contribuimos a una sociedad que promueve subjetividades que se definen por un déficit afectivo, labilidad, fluctuaciones, inseguridades, dependencia, tristeza, vaciamiento, angustia, etc. En definitiva, un sujeto que no sabe amar y no se ama, un sujeto que busca con angustia porque quiere poseer el elixir del bienestar, que otros aparentan tener o tienen, pero no sabe cómo obtenerlo.

Como indicábamos, la definición de autoestima basada en la recompensa de méritos es errónea porque se basa en la evaluación de logros, no en el afecto por uno mismo. Sin embargo, estamos educándonos según sus parámetros y sus dictados, de modo que la mayor parte de las personas que siguen estas consignas, acaban con muy baja autoestima o con una falsa autoestima. Es decir, o se sienten un trapillo o se sienten semi dioses y prepotentes. No podía ser de otro modo, porque en realidad, no se han ocupado de la autoestima.

Instrumentos de desafecto

En ambos casos, es un falso amor por sí mismos, no es amor lo que sienten, sino cosificación: se convierten en instrumentos desafectos de sí mismos, se tratan como si fueran una herramienta para lograr un fin. En algunos casos lo consiguen (siquiera temporalmente), en otros casos no. Esta diferencia va a generar en ambos casos individuos con una enorme labilidad y vulnerabilidad. El que logra expectativas (fama, éxito, logros económicos o profesionales, etc.) porque en el momento en que cualquiera de esos logros desaparezca, también desaparecerá su falsa autoestima. El que no lo logra porque se sentirá excluido del paraíso y extraerá la conclusión de que no vale lo suficiente.

La auto cosificación, por lo tanto, es el error de convertir un currículo afectivo en un currículo de habilidades. Donde toca invertir afecto, aceptación, cuidados y respeto por uno mismo; se invierte en planificación y esfuerzo para modelar, entrenar y adaptar la propia ‘maquinaria’ a las demandas socio económicas.

Con esta exposición no pretendemos ni insinuamos que haya que anular o desterrar el currículo de habilidades, en absoluto. Ambos currículos pueden y deben coexistir, pero delimitados, saneados de interferencias y bien definidos. De ese modo, autoestima (que solo puede ser sana) constituirá una persona afectivamente sólida, asertiva, estable, autónoma y con bienestar. El currículo de habilidades promoverá una persona capacitada para moverse en la sociedad, tanto en sus relaciones familiares, profesionales como institucionales o de amigos.

Definición de autoestima

Como afirma Luis Rojas Marcos, ni siquiera en la comunidad de psicólogos y psiquiatras u otros especialistas del ramo hay unanimidad sobre lo que es la autoestima (Rojas Marcos, 2007). En nuestra propuesta, queremos dar un vuelco al actual concepto de autoestima. Queremos pasar del concepto de autoestima como recompensa, al concepto de autoestima como aceptación, pero vamos por pasos, veamos primero algunas definiciones y descripciones de autoestima.

  • “Valoración generalmente positiva de sí mismo/a” (Real Academia de la Lengua Española (RAE), n.d.)
  • “Quien se aprecia y valora a sí mismo” (Castanyer, 2004)
  • “Una forma de definir la autoestima es verla como aquella que favorece el bienestar y el buen funcionamiento psicológico” (Roca, 2005)[2]
  •  “Es el sentimiento, placentero de afecto o desagradable de repulsa, que acompaña a la valoración global que hacemos de nosotros mismos[…] “Es una autovaloración intelectual y afectiva que se basa en nuestra percepción […] (Rojas Marcos, 2007).[3]

Los fundadores de la llamada Escuela Humanista, Rogers y Maslow, utilizan el concepto de auto realización, para referirse a la autoestima. Entendemos que la auto realización también se basa en metas, objetivos y logros, por lo que no se trataría de un afecto incondicional, sino de una estima propia condicionada a logros. La diferencia con otros autores puede hallarse en que las metas que proponen tienen un elevado componente humanista (proyecto vital, cooperación, tolerancia, aceptación, respeto, etc.). Nos hallaríamos, por tanto, en un paso intermedio entre un concepto de autoestima como recompensa y autoestima incondicional.

Siendo conscientes de que hemos escogido a muy pocos autores para ilustrar el concepto de autoestima, en resumen, podríamos decir, que existe una tendencia a definir la autoestima como valoración positiva de uno mismo. No obstante, en dos definiciones no explicitan en qué se basa esta valoración. Elia Roca sí describe la valoración, y la relaciona con la plena aceptación. Otra excepción es Rojas Marcos, en cuyo caso la auto estima está condicionada al logro de ciertos requisitos. Frente a esta concepción, hay voces críticas, entre las cuales nos hallamos. Estas voces críticas, apuntan a una autoestima incondicional. A continuación, se exponen algunas de estas críticas.

En primer lugar, citamos a Albert Ellis y Robert Harper, que plantean algunos principios o filosofía de vida para el bienestar, donde con claridad contraponen el concepto de autoestima al concepto de aceptación, defendiendo este último como principio de bienestar. “Aceptarse uno mismo significa aceptarse plenamente, aceptar la propia existencia, y el derecho a vivir y a ser tan feliz como resulte posible, a despecho de qué características tenga uno o cuál sea su actuación. Esto no significa autoestima, confianza en uno mismo o respeto por sí mismo, puesto que todos estos términos suponen que usted se acepta porque hace algo bien o porque resulta del agrado de otras personas. La aceptación incondicional de uno mismo significa que usted se acepta porque está vivo y ha decidido aceptarse […]. Sólo un número relativamente limitado de personas con talento, inteligentes, competentes y queridas pueden granjearse una alta autoestima[4] o confianza en sí mismas. La aceptación de uno mismo está destinada a todo el mundo, por cuanto uno decide simplemente tenerla.” (pg. 147) (Ellis, Albert; Harper, 2003)

Eric Fromm (pg, 131-132), parte de la definición de amor como “una cualidad que se halla en potencia en una persona y que se actualiza tan sólo cuando es movida por determinado ‘objeto’ […] El amor hacia una persona implica amor hacia el hombre como tal. […] De ello se sigue que mi propio yo, en principio, puede constituir un objeto de amor tanto como otra persona”. Para este autor, el cariño genuino y la autoafirmación de la autoestima logran la seguridad interior del individuo. Fromm Diferencia entre egoísmo como forma de codicia, un pozo sin fondo, insaciable, incapaz de lograr la satisfacción; y el narcisismo, que se ocupa de la admiración de sí mismo y no de obtener cosas para sí (pg. 133) (Fromm, 2006).

Condicional o incondicional, podemos comprobar que la definición de autoestima, como tantos otros conceptos, no es una verdad universal y absoluta, es un constructo social, es decir, forma parte de los vaivenes culturales, de la perspectiva adoptada, del paradigma científico… es decir, depende de un tiempo, una sociedad y una forma de ver y representar la vida.

En buena lógica, la estima es siempre positiva, lo que estimo recibe mi aprecio, si no lo estimo, tampoco lo aprecio y, por lo tanto, no estaríamos hablando de estima, si no de rechazo. De modo que cuando hablamos de autoestima, convendría referirse a un afecto positivo por nosotros mismos, con independencia de cuales sean los motivos de aprecio. Entonces, podríamos diferenciar entre autoestima y auto rechazo. También podríamos diferenciar entre sana autoestima (funcional, equilibrada, ajustada) y autoestima insana (disfuncional, tóxica, excesiva, narcisista, etc.). Por ejemplo, una persona vanidosa y soberbia aparentemente tiene un exceso de autoestima, aunque bien pudiera ser que su déficit de autoestima le llevara a no aceptar sus limitaciones y pretender compensar sus déficits (Hornstein, 2006).

Para finalizar este epígrafe, señalamos algunos conceptos que requieren de una mayor discriminación, dado que parecen ser utilizados indistintamente: autovaloración, autoevaluación, auto realización y aceptación. Sin duda es un campo que reclama atención y estudio, pero que está fuera del alcance de este trabajo.

Apreciar y amar

Qué es el amor y cómo se ama. En qué se diferencia del aprecio, el afecto o la estima. Transcribimos algunas definiciones para identificar las diferencias más obvias, todas ellas extraídas de la RAE.

  • Amor: “Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno”
  • Afecto: “Sentimiento favorable hacia alguien o algo; especialmente, aprecio, cariño o amor moderado”
  • Aprecio: “Valoración que se hace de una persona o una cosa por su calidad o mérito”

Comprobamos que lo que diferencia en mayor medida el amor y el afecto es la intensidad. En el caso del aprecio, incorpora el condicionante de calidad o mérito del objeto apreciado. Se puede afirmar que todos ellos son actitudes de gran utilidad para la convivencia social, porque todos ellos actúan como armonizadores o mediadores de las diferencias, los conflictos de interés, y los miedos. Son especialmente útiles para evitar los prejuicios y la discriminación, los recelos y el mal trato.

Tanto el amor, como el afecto o el aprecio y la estima generan bienestar, liman diferencias, mejoran el clima, permiten la negociación, facilitan la convivencia, diluyen asperezas, generan tolerancia, mejoran la asertividad, permiten la pluralidad y el debate, y un largo etcétera.

La vivencia del afecto, o del amor es subjetiva, es social e intersubjetiva, y es reflexiva. Dicho de otro modo, el sujeto puede tener amor y tener afecto; puede amar a otros o sentir afecto por otros,  pueden darse afecto y amarse recíprocamente, y también puede amar y sentir afecto hacía sí mismo. El amor y el afecto son capacidades potenciales que se pueden desarrollar en distinto grado y con diferentes resultados. Ni todo el mundo sabe amar, ni todo el que ama, lo hace siempre del mismo modo.

Saber amar (autonomía)

Aprender a hacer las cosas es el proceso de adquisición de la autonomía. Autonomía, etimológicamente significa propio y regla (auto nomo). Es decir, tener criterio o reglas propias, en definitiva, saber hacer y hacer desde los criterios propios. Aprender a amar forma parte del camino de la autonomía afectiva.

Saber amar es aceptar, cuidar, respetar, poner límites para crecer, potenciar, no juzgar, no culpabilizar, hacer las cosas con afecto positivo; dar sentido ‘humano’ a lo que hacemos. Este saber amar se aplica a los demás y a uno mismo. Amar es interesarse por el bienestar de la persona y desear que pueda obtener el máximo posible. Para que esto sea posible, amar significa muchas veces facilitar, ayudar, colaborar, contribuir, orientar… pero no sustituir la responsabilidad de la persona o sobreproteger. Del mismo modo, amar significa estar atento a las necesidades para que sea posible ese bienestar. Tanto la negligencia como la sobreprotección nos indican formas de amar poco sanas, tanto para los adultos como para los niños, como entre los propios adultos, generando dependencias y co-dependencias.

La autonomía afectiva, significa haber creado la estructura emocional, ética y cognitiva para relacionarnos con los demás y con nosotros mismos desde esos valores y principios. La autonomía afectiva significa que nuestros actos estarán marcados por nuestros valores y principios de forma coherente, y no por el qué dirán, o por objetivos materiales, de manipulación, cosificación, instrumentación o cortoplacistas, o por miedo al rechazo, etc.

La autonomía afectiva ha de potenciarse desde la familia, el colegio, los grupos y en general cualquier entorno social. La forma de potenciar esta autonomía afectiva es a través del amor incondicional de los padres, así como del afecto constante, estable y sólido por parte de otras instituciones y grupos sociales. Como en este caso lo que varía es la intensidad, lo importante es su incondicionalidad, su consistencia y su estabilidad.

Conviene no confundir situaciones que pueden llevar a actitudes y conductas erróneas, donde un comportamiento inadecuado, por ejemplo, nos lleva a retirar el afecto de la persona. Un comportamiento indeseado requiere de una actitud firme pero respetuosa y cálida, donde pongamos límites y señalemos el error o la transgresión y sus consecuencias. La retirada de afecto en estas circunstancias solo tiene consecuencias negativas porque genera sentimiento de inseguridad afectiva, creando vínculos inestables y quebradizos, fomentando el sentimiento de vulnerabilidad. Por lo tanto, ayudar a crecer va de la mano del afecto incondicional junto con la inseparable autoridad que pone límites, y junto a la potenciación de la autonomía, de modo que el niño o niña, aprenden a hacer por su cuenta, todo aquello que son capaces de hacer, dentro del marco afectivo sólido, estable e incondicional (Cucco García, 2012).

Autoestima (Amarse a uno mismo)

De este modo, el/la bebé aprende a ser y sentirse querido, constituyendo su propia actitud y autonomía afectiva. El hecho de sentirse seguro y querido, a la vez que estimulado y con creciente autonomía, le va a producir un estado afectivo positivo, que invierte en todo lo que hace y experimenta, potenciando la confianza en sí mismo y la seguridad en el afecto de los demás. Progresivamente, interioriza ese modelo afectivo, como forma de estar, sentir y actuar. Ese estilo afectivo sólido, estable e incondicional estará en sí mismo, y lo proyectará hacia sí y hacia los demás. 

La autonomía afectiva también se expresa en la autoestima. Esta autoestima implica que me trato según los principios humanistas, es decir, me estimo y amo porque soy un ser humano, por el mero hecho de existir. Me estimo porque valoro mi vida, sin necesidad de referirme a logros o evaluar cualidades, recursos, capacidades o habilidades. La estima propia anclada en los valores humanistas es incondicional.

Esta autoestima me permite tener una actitud positiva hacia mi entorno, mis proyectos vitales y mi crecimiento personal. Al contrario de lo que se piensa, la autoestima no es el resultado de lograr cosas, evaluar esos logros y compensarme con afecto, conviene que la autoestima preceda o acompañe cualquier aprendizaje, meta, objetivo o tarea que me proponga. Con una sana autoestima, incondicional, no dependiente de logros, los logros son mucho más satisfactorios porque tienen sentido en sí mismos, ya que no son meros mecanismos para lograr afecto. Por regla general, una sana autoestima, conduce a selección de objetivos coherentes con mi bienestar, y a una planificación razonable y sana.

Por el contrario, una autoestima condicionada a los logros, va a potenciar que la selección de objetivos que quiero lograr este orientada por el significado que dé a la recompensa en autoestima a mis méritos; y los objetivos se elijan según la medición y cálculo de méritos. Esta actitud puede llevarme a no evaluar de forma realista mis recursos, incurriendo en una posible ansiedad o estrés, debido a un sobre esfuerzo, la autoexigencia o la competitividad, entre otros factores. Todo ello, puede provocar que alguno o ninguno de los objetivos sea coherente con mis necesidades y mi bienestar. De modo que, aunque logre una autoestima por recompensa de méritos, es muy posible que también obtenga una sensación de cierta dispersión, vacuidad e incluso algún malestar físico, derivado del estrés y la ansiedad.

Resulta grato terminar con una reflexión opuesta al planteamiento que iniciaba este escrito: Me quiero porque estar vivo/a es lo más importante que me ha podido pasar. Me interesa mi vida porque es un potencial de experiencias. Me respeto y cuido porque es el mejor recurso que tengo para relacionarme con el mundo. Estoy atenta a mis necesidades porque mi bienestar depende de que las atienda y satisfaga. Me escucho y atiendo porque es el único modo de vivir con plena conciencia y ser coherente con mi bienestar. En definitiva, mi autoestima es parte fundamental de mi vida y mi bienestar, me acompaña allá donde estoy.

Bibliografía

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[1] El centro Marie Langer, en Madrid y otras ciudades, ofrece programas de intervención comunitaria basados en este enfoque.

[2] (Roca 2005), mantener una autoestima sana implicaría: • Conocernos a nosotros mismos, con nuestros déficits y también con nuestras cualidades y aspectos positivos. Para ello, habría que reducir al mínimo nuestras distorsiones o «puntos ciegos» (características personales de las que no somos conscientes). • Aceptarnos incondicionalmente, independientemente de nuestras limitaciones o logros, y de la aceptación o el rechazo que puedan brindarnos otras personas, aunque procuremos ir mejorando lo que dependa de nosotros. • Mantener una actitud de respeto y de consideración positiva hacia uno mismo. • Tener una visión del yo como potencial, considerando que somos más que nuestros comportamientos y rasgos, que estamos sujetos a cambios, y que podemos aprender a dirigir esos cambios, orientándonos a desarrollar nuestras mejores potencialidades. • Relacionarnos con los demás de forma eficaz y satisfactoria.

[3] “Según nuestras prioridades particulares, a la hora de valorarnos podemos incluir una amplia gama de factores; desde la habilidad para relacionarnos con los demás, hasta la apariencia física, pasando por rasgos de nuestro carácter, la capacidad intelectual, la aptitud para llevar a cabo ciertas actividades que valoramos, los logros que cotizamos, las cosas materiales que poseemos, o la alegría que en general sentimos en la vida cotidiana”

[4] Albert Ellis realiza una crítica del concepto tradicional de autoestima por considerar que en realidad hace referencia a una evaluación constante de exigencias con uno mismo, teniendo como referentes los dogmas y exigencias externas.

Respeto

Un entrenamiento para la salud

¿Qué es el respeto y qué relación tiene con la salud?

¿Qué ventajas personales y sociales tiene respetar?

¿Qué relación tiene la auto estima con el respeto hacia uno mismo?

¿Cómo me hago respetar y al mismo tiempo respeto a los demás?

¿Cómo defiendo mi ideología al tiempo que respeto la de otros?

¿Cómo entreno la habilidad del respeto?

El respeto es precursor del bienestar.

El respeto hacia uno mismo y hacia los demás es un principio de convivencia social. Pero, además, es un precursor de nuestro bienestar y nuestra salud.

El respeto hacia los demás nos lleva a valorar y reconocer el derecho de otras personas a pensar y actuar de forma diferente. El respeto hacia uno mismo nos lleva a reconocer y valorar nuestro propio derecho a obrar y pensar como consideremos oportuno. La existencia de respeto mutuo nos lleva a negociar, lograr acuerdos, ceder, poner límites (reglas, leyes) y convivir.

La actitud y conducta respetuosas generan asertividad, paz interior, bondad, tolerancia, objetividad, racionalidad y equilibrio. La actitud y conducta respetuosas evitan la ira, el estrés, la ansiedad, la cólera, la irritación, la humillación, el rencor, la reactividad, la impulsividad… En definitiva, nos ahorran grandes dosis de adrenalina, cortisol, tensión, neuralgias, desajustes hormonales… Por otra parte, contribuyen a generar un clima de lealtad, honestidad, negociación, creatividad, constructivo y de progreso.

Ventajas personales y sociales del respeto

El respeto hacia mí mismo es idéntica actitud que el respeto hacia los demás. Si valido mis emociones y pensamientos y me doy el derecho a ser, pensar y actuar como lo hago, estaré respetando lo que soy y, por lo tanto, tendré buena auto estima. Ese respeto por mí puede entrar en conflicto con los intereses de otras personas. El respeto por los derechos de otros me hará negociar, ceder algo y buscar soluciones que hagan posible el respeto mutuo.

El respeto hacia uno mismo pasa por aceptar nuestras limitaciones, dificultades y errores, al tiempo que nos comprometernos con nuestro crecimiento y mejora como proyecto de vida. El respeto es bondad, pero también es rigor; es tolerancia, pero también es firmeza; el respeto es paciencia y flexibilidad, pero también es tenacidad y disciplina. El respeto es lucidez y racionalidad.

El respeto es una habilidad social que ha emergido a lo largo de la evolución humana. El respeto ha demostrado ser un recurso de excepcional valor para el mantenimiento de la vida. El individuo que se respeta cuida de su vida y la protege. El individuo que respeta a los demás, cuida y protege la convivencia, debido a que la convivencia pacífica y constructiva en la diversidad (objetivos, conductas, culturas, etnias…) ha demostrado ser muchísimo más eficaz que la lucha, la colonización y el sometimiento al poder. La convivencia sin respeto genera enemigos y es un lastre para el progreso humano, que se cobra vidas, salud, energía, recursos y deteriora el entorno natural.

Desgraciadamente, el respeto está lejos de ser un principio interiorizado universalmente como habilidad, aunque esté en boca de la gran mayoría (no la totalidad, ya que aún hoy hay personas que desprecian este principio). Nos queda mucho trabajo aún y conviene que seamos conscientes de que nuestro esfuerzo por aprender a respetar/nos y desarrollar la habilidad del respeto, es un proyecto vital que nos conducirá a grandes dosis de bienestar.

El respeto nos facilita la tolerancia a la diferencia, la discrepancia y la variedad. El respeto nos compromete a elaborar y establecer reglas de convivencia que contribuyan a construir las relaciones, las instituciones y el progreso.

El respeto nos permite establecer límites, defender derechos y libertades fundamentales, impedir conflictos y utilizar los recursos disponibles (individuales y colectivos).

El respeto nos compromete. Nos compromete a defender nuestras posturas, pero también a ceder en parte a su satisfacción, para permitir que otros logren en parte las suyas. Si no estamos dispuestos a ceder en una negociación, no estamos dispuestos a solucionar diferencias o problemas, por lo tanto, no estamos dispuestos a una convivencia en paz.

Una negociación, necesita del respeto. Sin respeto hacia posturas o ideas divergentes no puede haber acuerdo, no puede existir la convivencia pacífica ni el progreso.

Ideología y Principios

La ideología está formada por mis creencias, mis esquemas de cómo quiero que sea el mundo y la sociedad. Mi ideología no puede estar aislada de mis principios porque, entonces, estaré siendo desleal a la cultura en la que vivo y desleal a mi ética personal. Es decir, no puedo defender el derecho a la propiedad al mismo tiempo que robo; no puedo defender el derecho a expresarme al mismo tiempo que legislo en contra de esa libertad de expresión…

Si mi comportamiento es contradictorio y permito que mi ideología dirija mis principios, estaré anulando estos principios; estaré creando un cierto caos, donde todo es válido. Aunque pretenda engañar a otros, maquillando mis conductas, estaré creando una cultura de deshonestidad y de falta de respeto hacia los demás. Esto genera graves consecuencias en una sociedad. Genera, desde luego, una cultura de engaño.

Este tipo de conductas contradictorias, ponen de manifiesto mi falta de habilidad y recursos para la convivencia y para lograr mis objetivos respetando los de otros. Provocaran rechazo, disgusto y necesidad de que los demás defiendan sus derechos y me pongan límites. A veces se manifestarán a través de demandas, a través de las urnas, a través de los juzgados o -en el peor de los casos- a través de vendettas.

Conviene, también, que mi ideología contenga dosis de utopía y dosis de realismo y pragmatismo. La utopía refleja el mundo como me gustaría que fuera, pero a sabiendas de que es un sueño al que tiendo. La realidad refleja el mundo como hoy es posible que pueda ser. Este pragmatismo permite que mi ideología contemple otras ‘ideologías’ existentes y su derecho a querer materializarse, al igual que la mía, y la necesidad de negociar.

De este modo, siempre, mis principios han de estar por encima de mi ideología.  Habrá veces que ambos coincidan y se satisfagan mutuamente. Otras veces, habrá que ceder en los objetivos ideológicos para dar prioridad, siempre, a los principios y valores que rigen mi conducta.

Por esta razón, se pueden defender ideologías ‘radicales’ siempre que al mismo tiempo se defienda a ultranza la negociación para ceder y lograr un término medio, común, que respete una gran parte de las ideas de cualquier postura. Imponer no es una opción compatible con los principios aceptados por nuestra sociedad, aunque sea teóricamente, y reflejados en la Carta de Derechos Humanos. Negociar es utilizar la flexibilidad, la creatividad, el arte de buscar soluciones, la capacidad de elaborar estrategias. Negociar nunca puede ser imponer.

Gobernar cualquier organización social (familia, Educación, Gobierno, Parlamento…) requiere negociación, requiere respeto, requiere honestidad… En definitiva, requiere lealtad y compromiso con los principios y valores fundamentales. Conviene, en todo momento, que estos principios estén por encima de cualquier ideología.

Responder de forma respetuosa en cualquier circunstancia requiere de una gran disciplina, conciencia y auto regulación emocional. Requiere de una gran Inteligencia Social. El ejercicio del respeto indica una gran madurez, un gran sentido cívico, un profundo trabajo personal de auto regulación; en resumen: una gran conciencia y compromiso personal y social.

El respeto es una meta difícil

El respeto es un principio que ha de aplicarse a cualquier circunstancia, sin excepción. Por esa razón es una tarea ardua: en nuestra sociedad y cultura no estamos acostumbrados.

La actitud de respeto es previa a la conducta manifiesta respetuosa. Lograr esa actitud conlleva un ejercicio de reflexión y quizás un cambio profundo en nuestros esquemas arraigados y, por lo tanto, en nuestros hábitos de pensamiento.

A veces, totalmente convencidos de nuestras razones, pensamos que una afrenta, una discrepancia que consideramos intolerable, una postura que nos provoca rechazo, una humillación o crítica, merecen que actuemos desde la falta de respeto hacia quién ha generado tales conductas. De este modo, entramos en una pelea dialéctica (o más grave aún, física), donde echamos mano del insulto, la descalificación, las malas formas (mentira, tergiversación, sesgos). Esta conducta refleja que nos hemos dejado influir por el talante de nuestro entorno (interlocutor/es) y/o por nuestra interpretación de la situación y, en respuesta a ellas, hemos reaccionado con lo que hemos considerado más adecuado a la situación.

Resumiendo, tenemos:

  • Una situación que nos desagrada;
  • Una interpretación negativa de la misma (entre otras posibles);
  • Una conducta irrespetuosa de respuesta, escogida (de forma reactiva o pensada) entre las posibles;

En este ejemplo, parece que no hemos considerado el respeto como un principio inamovible desde el que es posible actuar, defendernos, posicionarnos y poner límites al entorno si pensamos que está trasgrediendo este mismo principio. Quizás pensamos que ese tipo de conductas de los otros, que interpretamos como irrespetuosas o desconsideradas, se merecen el mismo tipo de respuesta por nuestra parte.

¿Nos hemos parado a pensar que quizás los otros actúan desde ese mismo criterio o creencia de reciprocidad y que eso les lleva a actuar de ese modo?

Cualquier conducta está motivada por estímulos íntimos, ya sea como respuesta a un acontecimiento externo (social o natural), ya sea como respuesta a un cambio fisiológico o mental (un sueño mientras duermo). Entre el estímulo que la motiva y la propia conducta de respuesta, existe un sistema mental -esquema- de ‘interpretación’ o dotación de significado que nos permite emitir la respuesta que consideramos más eficaz en función de nuestros objetivos.

Un esquema mental es un marco ideológico desde el que doy significado a las cosas que suceden a mi alrededor y a mi mismo/a. Por ejemplo, si alguien critica mis preferencias políticas o al partido al que suelo votar, inmediatamente mis esquemas mentales se activaran para dar significado a la conducta de quien realiza esa crítica. Esta activación es una conducta automatizada, que he aprendido (construido) a lo largo de mi vida. Puede estar muy arraigada y darme la sensación de ‘natural’ ‘genética’ e ‘inamovible’. No lo es, puede ser entrenada una respuesta alternativa.

Como consecuencia de activar ese esquema, también se activará -de forma automática- la respuesta emocional correspondiente al significado asignado a la situación. Si mi esquema interpreta que la persona que realiza esa crítica no tiene derecho a realizarla o que su crítica es algo negativo, que trata de herirme, que no me da el reconocimiento que merezco, que me cuestiona globalmente o que trata de humillarme, etc., entonces, probablemente, mi reacción emocional contenga sentimientos de tristeza, rencor, humillación, ira, deseos de venganza…

Un esquema mental es el fundamento de una actitud. Si mi esquema es tolerante, flexible, amplio, objetivo y respetuoso con los demás, mi actitud también lo será y, por ende, lo será mi conducta externa, la que muestro ante los demás.

Para un entrenamiento en actitudes y conductas de respeto, es necesario:

  1. Proponernos el objetivo de cambio. Lograr el convencimiento necesario para estar motivados y mantener esa motivación. Razones de peso, creencias y fundamentos que nos ayudarán a invertir esfuerzo y sostener nuestros objetivos.
  2. Tomar conciencia de nuestras conductas no respetuosas. Identificar en qué situaciones y escenarios se suelen producir. Identificar los esquemas que se activan en esas situaciones.
  3. Tomar conciencia de nuestras actitudes y conductas respetuosas. Identificar qué esquemas mentales las originan y tomarlas como ejemplos para el cambio de las no respetuosas.
  4. Establecer plan de acción: las pautas y los escenarios donde empezaremos nuestro cambio. Empezamos por las situaciones más fáciles, accesibles, frecuentes y sencillas. Iremos incrementando la dificultad de las situaciones.
  5. Tomaremos conciencia de los efectos que produce en nuestro bienestar y también en el entorno. Tomaremos conciencia de las dificultades que se producen, de los automatismos y hábitos y del esfuerzo que supone ser conscientes en cada momento y cambiar la respuesta irrespetuosa por una de respeto.
  6. Recordaremos que, como todo aprendizaje y cambio, al principio es más costoso, requiere más esfuerzo, vemos menos resultados y podemos decaer en nuestro entusiasmo y objetivos.
  7. El refuerzo constante nos dará la confianza en que lo lograremos y que nuestra tenacidad y compromiso van a salir reforzados de este proyecto.
  8. El proceso de aprendizaje, en sí mismo, tiene un gran valor para nuestro bienestar si sabemos valorar lo que tiene de positivo: nuestro compromiso, nuestro crecimiento, el desarrollo de habilidades, la esperanza, la satisfacción por cada paso que damos y cada obstáculo que encontramos y transitamos -unas veces superándolo, otras aprendiendo de él-, etc.

Una sociedad es un proyecto en construcción, una persona también. Cada persona, cada ciudadano es responsable de crear un entorno de respeto y dignidad, donde seamos capaces de convivir y obtener bienestar para nosotros mismos y para los demás. Respeto, equilibrio, equidad, solidaridad, justicia… y, por lo tanto, Democracia, son -entre otros- las bases para el verdadero progreso de la humanidad. Quizás otras generaciones descubran más principios útiles para la convivencia, pero hasta el momento, estos parecen ser los más útiles. Aún nos queda recorrido para que toda la humanidad los interiorice y los practique.

La práctica del respeto me ayudará a trabajar la asertividad. La asertividad es la habilidad para defender mis posiciones respetando las posiciones de los demás. La asertividad es la habilidad para darme el derecho a sentir como siento y a pensar del modo que pienso, expresándolo de un modo cordial, sin estridencias y sin imposiciones, a través del dialogo, y aceptando que por principio no todo el mundo va a estar de acuerdo.

La asertividad es la capacidad de disfrutar de algo aunque otros no compartan mi modo de disfrutar. La asertividad respeta los límites de la libertad y derechos de los demás. Desde una actitud asertiva soy plenamente consciente de cuales son los límites a mi libertad y no sobrepasaré los mismos. Desde una actitud asertiva, buscaré mi bienestar teniendo en consideración el bienestar de los demás. La asertividad es un equilibrio entre la búsqueda de satisfacción de mis necesidades, derechos y libertades y las de los demás.

La mentira, la descalificación, la humillación, la imposición, la tergiversación, el engaño, la estafa, la burla, la descortesía, etc., son síntoma de un déficit de asertividad.

La sociedad, las personas podemos equivocarnos y confundir la sociopatía o psicopatía con la asertividad. Cuando vemos personajes públicos que son inmunes o impermeables a las situaciones que generan (malestar social, injusticias, división social, rencores…) creemos erróneamente que se trata de personas muy asertivas (autónomas, independientes…). Es una falsa evaluación. En realidad, hay una diferencia muy notable entre las personas engreídas y las personas asertivas.

Una persona engreída es ególatra, solo piensa en lograr sus objetivos, aunque para ello tenga que someter las necesidades de los demás. No son respetuosos: mienten, tergiversan, manipulan… Ponen los fines por encima de los medios, sin importar que por el camino se lleven por delante a la mitad de la población. La psicopatía y la sociopatía tienen mucho de egolatría, un déficit enorme de consideración por los demás, un déficit grande de empatía por otras personas que no sienten o piensan como ellos. Suelen reaccionar muy mal ante las discrepancias y las diferencias de criterio. No aceptan la negociación en términos de cesión y respeto. En realidad no negocian, solo imponen condiciones.

Una persona asertiva se aleja totalmente de este modelo. Una persona asertiva, será una persona socialmente comprometida. Será una persona considerada, respetuosa y consciente de que su interlocutor también tiene derechos. Por encima de sus intereses concretos y puntuales, pondrá los intereses colectivos generales, porque en todo momento será consciente de que su bienestar, depende del bienestar común. Su ideología política o sus objetivos empresariales o económicos estarán sometidos a sus principios (solidaridad, paz, justicia…).

El miedo, la miseria, los complejos personales, los desequilibrios sociales, la injusticia, la desestructuración familiar, la ideología (religiosa, política), las envidias, la soberbia, la ignorancia, el egoísmo, etc., pueden llevar a una persona a un comportamiento poco asertivo, ya sea impositivo o sea sumiso. Ninguno de estos extremos es saludable para una convivencia hacia el progreso.

Por esta razón es tan importante dotar a la sociedad de una Educación rigurosa, sólida, rica en valores y principios. Pero igualmente importante es dotar a la sociedad de igualdad de oportunidades   para todos sus individuos. El respeto hacia los derechos de los demás, necesita comprender que una sociedad injusta no es respetuosa con el principio de igualdad y con el principio de progreso para la sociedad. El respeto pasa por el compromiso con estos valores. El compromiso es un ejercicio diario, en todos los ámbitos de actuación, no valen gestos puntuales.

Una vivienda digna; un entorno amable y habitable; un salario que permita acceder a los servicios y oportunidades de nuestro entorno social (colegios, cultura, formación); una contraprestación justa para los impuestos cotizados; una distribución equitativa de los recursos, etc. Son síntomas de una sociedad que progresa y respeta a sus ciudadanos.

Los elementos que difieran de ese modelo, serán síntomas de los déficits y desviaciones de los principios que decimos abrazar. Esas desviaciones generan otras desviaciones. Somos responsables del bienestar común y de nuestro propio bienestar.

Sana autoestima

Confundimos lo esencial con lo accesorio

La vida social puede ser tomada como un juego o puede convertirse en una trampa de gran efecto negativo para nuestro bienestar.

Sin querer o queriendo nos educan para lograr estudios, posición, poder, influencia, relaciones, éxito, ingresos, habilidades, conocimientos, pericia, destreza… Todas, absolutamente todas esas aptitudes o condiciones, son accesorias, son parte de las herramientas e ingredientes que nos van a servir para jugar el juego social.

El juego social cambia de una cultura a otra, cambia también de una época a otra. El juego social, y sus reglas y condiciones, son escenarios que nos orientan y configuran nuestro medio ambiente. En ese sentido, es conveniente que aprendamos el juego y desarrollemos las aptitudes más funcionales para sobrevivir en ese medio con sus escenarios correspondientes.

Cuantas más aptitudes y más recursos sociales tengamos, mayor será nuestra capacidad de adaptación al medio. También podremos utilizar mejor los recursos y movernos con más eficacia en el entorno. En este sentido, podremos evaluarnos y decidir qué nivel de destrezas hemos alcanzado en el juego social. Nada de esto tiene que ver con la autoestima. Todo esto tiene que ver con las habilidades sociales, cognitivas, emocionales o físicas. Pero las habilidades no tienen que ver con la autoestima.

Sin embargo, debido a los mensajes ambiguos y erróneos de nuestra socialización, muchas personas se confunden y creen que el juego es, en realidad, su identidad y que son lo que logran, las habilidades que desarrollan, los recursos que tienen o consiguen, los éxitos que alcanzan o lo que poseen.  De ahí que su autoestima esté en función de la imagen que de sí mismo tienen respecto a sus logros. De ahí que esté dañada, desorientada y mal fundamentada.

La autoestima no pude basarse en lo que logramos, que al fin y al cabo es accesorio. Lo que logramos es externo a nosotros aunque dependa de lo que somos. La autoestima es la capacidad de amarnos, de aceptarnos tal y como somos, sin necesidad de adornos, logros o accesorios.

Sé que este concepto de autoestima es muy difícil de aceptar, sobre todo en una sociedad que está tan influida por los valores de la competitividad y el éxito social.

En realidad, si tuviéramos una sana autoestima, esta sería absolutamente independiente de todo lo accesorio, sería la capacidad de estimarnos, respetarnos, cuidarnos, protegernos y tenernos cariño y consideración por el mero hecho de estar vivos, respirar, sentir, pensar, amar y compartir. Esa es la verdadera autoestima, la que se centra y alimenta de la esencia del ser, sin más.

La sana autoestima es el afecto por uno mismo en la más absoluta desnudez, aceptando todo lo que somos y lo que no somos y no tenemos, porque la verdadera estima es aquella que no se queda en la imagen, lo accesorio, lo superficial o lo pasajero. La verdadera estima o afecto consiste en desplegar el cariño y el respeto por el ser vivo que soy.

Estimar es distinto de gustar, atraer, admirar… Podemos estimar a alguien sin necesidad de que nos parezca admirable o de que nos resulte atractivo o interesante. La estima es un sentimiento propio, por uno mismo o por los demás, que no tiene tanto que ver con lo accesorio sino con la capacidad de desarrollar y manifestar afecto por lo más sustantivo.

Podemos estimar a un sin techo a pesar de que no reúna ninguno de los requisitos sociales para encajar o resultar atractivo. Esa estima nace de la consideración y del afecto. Nace de saberlo humano/vivo y de comprender inmediatamente que su capacidad para ser respetado no depende de su posición social, sino de tener igual derecho que yo o cualquiera a vivir o sobrevivir.

Sé de sobra que muchísimas personas no comparten esta forma de entender la autoestima y la estima por otra persona. Es por lo que muchas personas, hoy en día, padecen problemas serios de autoestima. Esa confusión entre el afecto y la admiración es notable en los problemas de autoestima.

La autoestima es la base del bienestar y del respeto hacia uno mismo. La autoestima es la clave de la autonomía emocional y de la libertad para elegir, decidir y construir alrededor de ese bienestar. La autoestima nos protege de las demandas externas, nos protege de las dependencias emocionales y nos sitúa en una posición muy sana para comprender qué es lo que necesitamos y cómo lo podemos conseguir o con quién lo podemos compartir.

Las necesidades no forman parte de la autoestima, forman parte de la construcción del bienestar desde la autoestima: me doy derecho a necesitar esto o lo otro y voy a tratar de conseguirlo. Me doy derecho porque me quiero (me estimo) y respeto mis necesidades.

La sana autoestima vigila por nuestra salud psicológica, social y física. Lo hace porque permite que desde ese respeto nos escuchemos, miremos sin prejuicios y sin clichés en nuestro interior y descubramos lo que realmente nos interesa o conviene, sin importar qué es lo que se espera de mi, qué debo hacer o qué se supone que tendría que hacer en estas circunstancias. Una sana autoestima es una forma de preservar lo más esencial de mi ser y de cuidar mi derecho a vivir sin más.

El resto, es todo accesorio. Me diréis que son accesorios muy necesarios. Sí, lo son para jugar el juego social, para divertirnos, para entretenernos, para lograr cosas y disfrutarlas, para relacionarnos, para obtener cosas materiales… Pero no lo son para tener bienestar sólido y profundo. El bienestar sólido y profundo radica en amar y respetar lo más esencial, que es mi vida, mi existencia como ser vivo, nada más. Ese bienestar es sólido porque no depende de las circunstancias, porque es ajeno a los vaivenes de la vida y a los adornos que cuelgan de ella en depende qué circunstancias.

Desde esta sana autoestima, podrán venir bien o mal dadas, podré ser mejor o peor persona, más o menos aceptado, podré tener mejores o peores condiciones sociales (profesionales, económicas…), podré lograr o no lo que me proponga, podré sentir más o menos frustración, podré sentir dolor porque no me quieran, podré estar más o menos triste porque algo no funciona como me gustaría… Pero, lo más importante, que está por encima de todo eso, seguiré queriéndome, seguiré prestando atención a cuidarme e interesarme por mí; seguiré disfrutando de estar vivo, de pensar, de sentir, de reírme…