Uno de los errores más comunes en nuestras relaciones, tanto en las nuevas como en las más trilladas, es dar por hecho lo que la otra persona nos quiere decir.
Dar por hecho significa que a pesar de que puede haber varias interpretaciones, significados o intenciones, el interlocutor que escucha (mejor decir el que’oye’) cree saber sin lugar a dudas lo que se está diciendo, y actúa en consecuencia.
Este error tan frecuente en las relaciones es causa de malos entendidos, conductas inadecuadas y también de frustración. Desde luego, causa incomunicación porque los actos y lo que decimos pueden tener diversos significados y, sin embargo, solo se escoge uno como válido.
Ejemplos hay muchos en la vida cotidiana, creo que todos hemos padecido/aplicado esta conducta que implica una escucha sesgada y filtrada de la realidad que nos están transmitiendo y una cristalización precipitada de la información.
En el día a día de la consulta he de ser muy prudente con este tipo de sesgos porque me puede llevar a sacar conclusiones basadas en mis propios prejuicios, esquemas o limitaciones. Quizás porque en este entorno soy muy consciente del posible perjuicio hacia mis clientes, procuro estar muy alerta y evitar este tipo de conductas. Esa alerta no impide que cometa errores.
En la vida personal, me despisto mucho más sin desearlo. Aunque también trato de evitarlo, cometo ese sesgo y doy por hecho que sé lo que me están diciendo, cuando a la larga se puede demostrar que, incluso en el mejor de los casos, me faltaba información para concluir tal cosa.
Este sesgo al analizar la información que nos transmiten/transmitimos, se basa generalmente en varios rasgos de personalidad y en algunos hábitos y creencias. La impaciencia y la rigidez son dos rasgos típicos que provocan que no escuchemos adecuadamente y demos cosas por hecho. Otros rasgos pueden ser la ansiedad, el temor y la necesidad de certezas. También la creencia de que conocemos muy bien a la otra persona o el tema del que se habla y por lo tanto, nos podemos permitir anticipar de forma concluyente lo que nos va a decir. En otros casos, un afán por la ‘falsa’ eficacia nos empuja a tratar de ir al grano o pasar rápidamente a otro tema que consideramos más relevante, como resultado, también nos puede llevar a cometer este error tan frecuente. La soberbia, el orgullo y ciertos complejos también pueden llevar a un déficit en la actitud de escucha.
Para evitar caer en esta conducta tan poco eficaz para la comunicación y las relaciones de todo tipo (pareja, amistad, familia, profesionales) es conveniente adoptar varias técnicas. En primer lugar, tomar conciencia de que cometemos ese error. Para ello, basta con preguntar a nuestro entorno, y comprobar que ellos tienen la experiencia frecuente de que no les hemos escuchado ni hemos asignado significados adecuados a su transmisión. Nos pueden poner ejemplos. La toma de conciencia es necesaria para empezar a cambiar esa actitud/conducta.
En segundo lugar, plantearme en cuántas ocasiones he tenido dificultades, problemas o frustraciones porque no he sabido interpretar adecuadamente algo debido a esa conducta de dar por hecho. Los errores pueden ser de mayor o menor nivel, desgraciadamente hay veces que ese error me hace perder alguna oportunidad. Tomar conciencia de ello me puede ayudar al tercer paso.
La tercera cosa que podemos hacer es ejercitar la paciencia, respirar relajadamente, eliminar cualquier tipo de prisa e incorporar la creencia de que nos podemos perder algo muy importante o que podemos cometer un error significativo. Algunos errores se pueden subsanar, otros es muy difícil cambiarlos. Si tomo conciencia de este hecho, estaré ayudándome a establecer mecanismos de alerta y vigilancia sobre esas conductas sesgadas.
En cuarto lugar, ante cada conversación, conviene que pregunte siempre para asegurarme de que he entendido bien. Aunque considere que he entendido, como sé que tengo un sesgo, trataré de cerciorarme. Las preguntas pueden ser repitiendo lo que la otra persona me ha dicho o bien, introduciendo posibles variaciones en el significado –buscando activamente esas variantes- y preguntando a cuál de todos ellas se refiere mi interlocutor.
Por ejemplo, Inter1: “Necesito tiempo para decidirme”; Inter2: “ Me gustaría saber si te estoy entendiendo bien, ¿Quieres decir que te falta información o tal vez quieres decir que tienes dudas y necesitas resolverlas o quizás quieres decir que tienes todo claro y necesitas evaluar qué te conviene? ¿Te puedo ayudar en algo?¿Crees que te puedo dar más información? Me gustaría comprenderte bien ¿me puedes avanzar en qué punto estas de tu evaluación y qué opciones estás barajando?”… etc.
Una misma afirmación puede significar cosas distintas, incluso para personas que llevan conviviendo muchos años, mucho más para personas que apenas se conocen.
En quinto lugar, cuando terminamos una conversación de cierta trascendencia, conviene que ambas partes repasen lo que se ha dicho y traten de descubrir si han contemplado todas las posibles opciones de significado. Identificar posibles lagunas o errores de interpretación es una dinámica muy saludable que nos permite proponer una nueva conversación sobre la base de las dudas que hemos detectado.
Este tipo de entrenamiento o práctica en la vida cotidiana nos puede conducir a reducir errores, a estar más cerca de las personas, a conocer mejor a los que nos rodean y compartir con ellos espacios y escenarios que antes se nos ocultaban.
En algunas ocasiones, transcurrido un tiempo de la última conversación o encuentro, quizás nos empieza a invadir la sensación de incertidumbre, falta de información, dudas, lagunas, ambigüedades…sobre esa información que inicialmente dimos por entendida. Esa sensación de que el puzle no está completo, es un síntoma de que nuestra inteligencia funciona bien y gana en objetividad a medida que nos distanciamos de la situación y permitimos que toda la información se reconstruya en nuestro cerebro sin corsés, esquemas rígidos, prejuicios, prisas o impaciencias. Es un excelente síntoma de que nuestro sistema cognitivo busca la coherencia el rigor y la racionalidad, por lo tanto la máxima objetividad.
La búsqueda de la coherencia cognitiva no es otra cosa que la búsqueda de una visión realista, sin sesgos, donde el puzle encaje perfectamente, sin que falten piezas fundamentales y sin distorsionar, ocultarlas o encajarlas a la fuerza. Merece la pena hacernos eco de esta necesidad y satisfacerla del modo más sano, posible y constructivo.