La (Auto) exigencia como tiranía mental.

¿Qué es la tiranía mental?

La tiranía es la exigencia imperativa hacia uno mismo o hacia los demás. Ciertas actitudes y diálogos interiores nos llevan a ser tiranos con nosotros mismos: «Debo hacer esto» , «Tendría que decir…», «No debería hacer…».

En el extremo contrario se sitúa la negligencia, que consiste en la apatía, la irresponsabilidad, la procrastinación o el abandono.

Tiranía y negligencia son dos extremos de la dinámica de relación con uno mismo y con los demás, es decir, las podemos ejercer hacia nosotros mismos y/o hacia los demás.

¿Nos ayudan a crecer?

Ni la tiranía ni la negligencia son actitudes recomendables para generar bienestar en las relaciones, de modo que nos permitan crecer con equilibrio, confianza, estabilidad y solidez. Ni la una ni la otra van a conducirnos de un modo saludable a desarrollar la motivación, la autoestima, el aprendizaje, la responsabilidad y otras habilidades.

Ambas actitudes se pueden sustituir por un pensamiento y una conducta más racional y funcional. Por ejemplo, en lugar de pensar «debería hacer la cama», puedo pensar «me conviene hacer la cama para estar a gusto en mi habitación». Este cambio en el modo de pensar y de hablar/nos, nos protege del estrés, la ansiedad y la dependencia. El pensamiento racional nos conduce a tomar decisiones basadas en la integración de nuestros objetivos de bienestar; mientras que las conductas ‘dictatoriales’ nos hacen sentir que somos marionetas manejadas por los hilos de las normas y costumbres, nos alejan de nuestra autonomía y, por lo tanto, de nuestra capacidad de construir criterios y decisiones personales, realistas y responsables.

Cuando los tiranos culturales dominan la mente.

Este planteamiento, en principio, no parece difícil de aceptar, sin embargo, en nuestra educación encontramos ambas posturas con muchísima frecuencia, demasiada!!! Al transmitir la cultura entre adultos y niños, parece existir algún error en las dinámicas de socialización, causante de provocar y reproducir esas conductas disfuncionales. Esos mismos errores, que hemos interiorizado y sufrimos en carne propia como modelos de conducta, los reproducimos con nuestros hijos, alumnos, amigos, colegas, etc. El resultado es que ellos también los sufrirán y los reproducirán.

Teniendo en cuenta que la mayor parte de las veces somos educadores y educandos de forma simultánea, es decir, aprendemos cosas mientras otros aprenden con nosotros, conviene plantearse dos objetivos para producir el cambio: 1) Tomar conciencia e identificar con claridad las actitudes y conductas de tiranía; 2) Practicar conductas y modelos equilibrados y eficaces de aprendizaje. En este artículo me voy a referir a la tiranía, reservando la negligencia para otra ocasión.

¿Cuáles son las causas de las actitudes y conductas de tiranía?

En el caso de la tiranía, el núcleo del problema -durante la socialización- es que las demandas de aprendizaje, acción y responsabilidad, así como las correcciones a nuestros errores se hacen desde el miedo, el enfado, la decepción, la impaciencia, la intransigencia, la soberbia, la desmesura, o la irritabilidad. En todos estos casos, existen dos creencias: a) la creencia de que las cosas deberían hacerse de un determinado modo y no de otro; b) la creencia de que el error es un estigma o un fallo inaceptable, terrible y cuyas consecuencias hemos de temer y evitar a toda costa. En ambos casos, observamos cierta rigidez en la actitud e interpretación de la realidad. La rigidez nos impide adaptarnos con eficacia a las distintas necesidades (propias y ajenas) y a las circunstancias. La rigidez puede estar provocada por el miedo, pero a su vez puede provocar miedo y bloqueo.

Pongamos como ejemplo el caso de unos padres impacientes y exigentes, que ven frustrada su expectativa de rapidez o destreza sobre el bebé que está aprendiendo (habla, psicomotricidad, sueño…). Su impaciencia los lleva a estar tensos, a hablar con enfado y frialdad al bebé, a adoptar gestos poco amables, etc. El/la bebé percibe toda la tensión asociada a la frustración de los padres. Este tipo de interacciones se va a repetir, probablemente, durante su crecimiento, asociando las conductas de enfado de sus padres con sus dificultades y errores mientras aprende. Así mismo, es muy probable que esa intransigencia (tiranía) y las conductas asociadas (mal humor, tensión, enfado, irascibilidad, distanciamiento…) las perciba en las relaciones entre los padres y consigo mismos. Este es solo un ejemplo de los modos en que se puede ejercer la intransigencia y la tiranía.

¿Qué aprende el/la niño/a?

Como consecuencia, durante esta etapa de socialización, el/la niño/a aprende que cuando algo no va como a uno le gustaría, lo lógico es enfadarse, frustrarse, irritarse, entristecerse… También aprende que los errores son inaceptables y se enfada consigo mismo o con los demás, en función de quien los cometa. En resumen, aprende a ser intransigente y tirano consigo mismo y con los demás.

En definitiva, en las actitudes y conductas intransigentes (tiranas) existe una distorsión en las expectativas, tanto de la realidad (cómo ‘debería ser’ o cómo ‘tendría que ser’) como de la interpretación de las consecuencias (‘van a ser terribles’, ‘son inaceptables’, ‘son insoportables’…). Esta distorsión en la interpretación de la realidad produce en quien las experimenta emociones de miedo, ansiedad, rechazo, impotencia…, que a su vez generan conductas de impaciencia, intolerancia, intransigencia, desafecto y desamor.

¿Cuáles son las consecuencias para niños y adultos?

Como se señalaba antes, esta tiranía puede estar dirigida hacia uno mismo y/o hacia los demás. El resultado en todos los casos es similar, con algunas variaciones significativas:

  • Si lo dirijo hacia mí, siento culpabilidad, desanimo, tensión, estrés, inquietud, insatisfacción, baja autoestima, bloqueo, inseguridad, falta de confianza en mí, etc.
  • Si lo dirijo hacia los demás, siento desafecto, distancia emocional, tensión, inquietud, conflicto.
  • Si lo dirigen contra mí en etapas tempranas, siento temor, indefensión, inestabilidad, falta de protección, desafecto, injusticia, desmotivación, desamor…
  • Si lo dirigen contra mí en etapas adultas, siento insatisfacción, dificultad de relación, conflicto de intereses, cansancio, incompatibilidad, etc.

A medio y largo plazo, esta tiranía puede provocar diversas actitudes y conductas, entre ellas: la indefensión adquirida o falta de confianza en que la persona tiene la capacidad de superar una situación, dificultades o problemas; la intransigencia y la irascibilidad ante situaciones de frustración; la inestabilidad emocional con cambios de humor muy rápidos; la falta de implicación o compromiso con los proyectos; la falta de confianza en la capacidad de aprendizaje;  la tensión y estrés constantes ante los retos y nuevos proyectos, etc.

¿Cómo prevenir y evitar la tiranía?

Para evitar las dinámicas de la tiranía, el antídoto es AMAR con constancia, es decir adoptar las siguientes actitudes y conductas, de forma muy consciente y estable, mientras evolucionamos, nos educamos y educamos:

  • Dar prioridad al buen clima y al buen ánimo para generar confianza, apoyo y tranquilidad;
  • Valorar nuestros esfuerzos (los míos y los de los demás: un hijo, una pareja, un amigo, un hermano…) más que los resultados;
  • Dimensionar nuestras expectativas con realismo para no esperar cosas imposibles;
  • Dedicar el tiempo necesario a cada aprendizaje (mío y ajeno) para facilitar el proceso;
  • Respetar los ritmos propios y ajenos, de cada persona, en cada situación y para cada aprendizaje o desarrollo;
  • Regular nuestra impaciencia: no necesitamos el resultado ya, ni a la primera. Si lo hemos planificado así, estamos generando un error que conviene rectificar;
  • Implicarnos a diario en los procesos de desarrollo (educación, cuidados, etapas, necesidades), tomando conciencia, escuchando y reflexionando;
  • Evitar la manipulación cuando orientamos una conducta, recordar que también nos manipulamos a nosotros mismos (no me quiero si no logro lo que deseo…)
  • Recordar que la decepción reside en uno mismo y es producto de un cálculo erróneo y una expectativa poco realista, no culpabilizar al otro (tampoco a uno mismo si la decepción es conmigo);
  • Identificar y/o señalarnos los errores con aceptación y cariño; si lo hacemos desde la exigencia, de mal humor o con irritación, recordar que estas actitudes son nuestro propio error: innecesario, inadecuado y poco eficaz;
  • Corregirnos con amabilidad, aprecio, tacto, educación y cuidado;
  • Guiarnos sin hostigarnos, rechazarnos o lastimarnos;
  • Aceptarnos desde la tolerancia y la sabiduría, contemplar nuestro/su desarrollo con una sonrisa;
  • Respetarnos con nuestras limitaciones, darnos el derecho a ser humanos y a tener áreas de mejora y áreas con límites;
  • Comprendernos, conocer bien nuestras necesidades, entender en profundidad quienes somos y alejarnos de las exigencias de los ‘deberías ser así’ y los ‘tendrías que ser así’;
  • Confiar en que encontraremos el modo de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás para obtener bienestar.

Objetivos de crecimiento personal

En general, podemos tener presentes los siguientes objetivos de crecimiento personal:

  • Promover la amabilidad y la afabilidad.
  • Desmontar la idealización, aceptar la imperfección como objeto de aprecio y estima.
  • Buscar la objetividad, el realismo para identificar los errores de forma ecuánime.
  • Practicar la humildad para comprender nuestro margen de crecimiento.
  • Comprometernos e implicarnos en nuestras áreas de mejora.
  • Desarrollar la perseverancia para mantener nuestro esfuerzo.
  • Construir objetivos que integren nuestras necesidades, valores, creencias y principios.
  • Trabajar la autonomía para superar los miedos, las dependencias, servilismos y pesebrismos

En otro artículo, abordaremos las causas de las actitudes negligentes y el modo de superarlas.

Fluir en las relaciones

¿Qué es fluir, en qué consiste?

Fluir es ser uno mismo, ante sí y los demás, sin forzarse a nada ni pretrender nada distinto de lo que esencialmente se es. Fluir es presentarse sin fingimiento ante los demás y actuar con el derecho y la libertad a expresarse sin recelos,  ocultaciones o mentiras. Fluir es aceptarse con los propios conflictos, dificultades e incoherencias; logrando que la propia estima sea habitante permanente de nuestro pensamiento y emociones.

Fluir en las relaciones

Fluir en las relaciones es sentirse a gusto tal como se es y que otras personas acepten del mismo modo, sin reticencias o reservas. Cuando las relaciones fluyen se genera una corriente de afinidad, comunicación, placer y bienestar. Esta corriente de bienestar que fluye,  a su vez  genera confianza, una sensación sólida de que se está en el buen camino y que esa relación tiene muy buenos ingredientes para fraguar un buen futuro.

Cuando las dos personas fluyen en la misma relación, se tiene la sensación de total aceptación y de interés genuino por disfrutar juntos el presente y explorar juntos el futuro. Es una de las sensaciones más gratificantes porque implica que sin necesidad de fingir o pretender dar una imagen distinta de lo que somos, otra persona está dispuesta a implicarse en nuestra vida. Nuestra autoestima (la sana autoestima) se ve reconocida. Nos aceptan y quieren tal como somos, no por nuestros logros, éxitos o lo que tenemos, si no por lo que realmente somos, incluidos nuestros problemas, dificultades y aristas.

Fluir, por lo tanto, es compartir la plenitud del ser con otra persona. Es un placer inmenso que nos produce muchísimo bienestar.

Podemos intuir con quién seremos capaces de fluir. Podemos intuir quién puede reconocernos y aceptarnos plenamente. No tenemos la certeza hasta que empezamos a caminar juntos. Cuando se empieza a caminar compartiendo el trayecto, se experimenta poco a poco la certeza de estar fluyendo, de ser uno mismo sin resquicios, reconocer al otro y ser reconocido y aceptados recíprocamente.

Por todas estas razones, es importante que las personas se den el derecho de ser y no ocultar; ser y no fingir; ser y quererse tal y como son. La única manera de fluir en las relaciones es mostrarse tal cual desde el primer momento. El único modo de no perder el tiempo o no engañarse es permitir que la otra persona nos vea tal y como somos desde el primer momento.

La compatibilidad entre personas no consiste en ser perfectos, consiste en ser altamente combinables. Esta compatibilidad la hacemos posible si nos mostramos tal cual somos. En caso de ocultaciones,  representación de un papel, etc. , lo único que lograremos es crear espacios de fricción, duda o dificultad para la relación.

Fluir y la autoestima

Una sana autoestima es la habilidad de aceptarnos y querernos tal como somos. Nos aceptamos sabiendo que somos imperfectos y susceptibles de mejorar en muchos terrenos. La sana autoestima es la capacidad de vernos sin resquicios con inmensa ternura. Una sana autoestima nos permite conocernos en profundidad y ser honestos con nosotros mismos. La sana autoestima nos da estabilidad emocional y potencia nuestras capacidades para relacionarnos con los demás e incluso para desarrollar cualquier habilidad que nos parezca oportuna o útil.

La sana autoestima llevada a las relaciones, hace posible fluir a ambas personas porque hace posible el encuentro real, sincero, transparente y fértil en una relación.  El interés, reconocimiento y aceptación sin reservas de la otra persona son el espejo de la sana autoestima. Si somos capaces de querernos sin fisuras, somos capaces de querer a otra persona, también sin fisuras. Lo contrario también es cierto.

Las medias aceptaciones o las reservas hacia la otra persona, hacen que las relaciones no fluyan y se generen espacios de distancia, silencio, duda, inseguridad, recelos o desconfianza. Hay, desgraciadamente, muchas relaciones en cuya base se instalan este tipo de ingredientes. Sé que estas relaciones pueden durar años sin que los miembros de la misma sepan poner remedio o decidan poner fin a las mismas. No son relaciones satisfactorias por mucho que se prolonguen en el tiempo.

¿Qué conduce a conformarse y mantener este tipo de relaciones? Muchas razones pueden explicar esta decisión pero, desde mi punto de vista, creo que hay dos o tres razones fundamentales: 1) Falta de confianza en que vamos a encontrar la persona con la que podamos fluir; 2) Falta de confianza en que podemos tener mucho bienestar aunque no la encontremos; 3) Falta de confianza en que seremos queridos tal cual somos porque cuando realmente nos conozca, no nos querrá.

Todas estas desconfianzas las podríamos convertir en confianzas desde un análisis racional. Es decir:

1) Entre tantos millones de personas qué nos hace pensar que no vamos a encontrar la persona/s que sea compatible con nosotros. Estadísticamente, hay muchas probabilidades de encontrar dos perfiles compatibles, no hace falta ningún milagro. Dicho de otro modo: siempre hay un roto para un descosido!!;

2) Nuestra vida es plena desde el momento en que la aceptamos tal cual es y nos ocupamos de disfrutar lo que tenemos, valorándolo y extrayendo el máximo placer de lo que somos y hacemos y de nuestro entorno y relaciones actuales. El problema reside, muchas veces, en pensar que son los demás los que nos hacen felices. Es una de las grandes mentiras;

3) Lo cierto es que si pensamos que tenemos algún rasgo tan horroroso como para no encontrar una persona compatible, lo primero que deberemos hacer es evaluar la gravedad de ese rasgo. Para ello, conviene utilizar una escala racional, realista y objetiva. Si 0 es el mínimo de la escala y 10 el máximo; ser un asesino sería 10. Ahora, respecto de esa ‘condición’ evalúo mi rasgo ‘horroroso’ y veo en qué medida soy tan rechazable. La mayoría de las cosas que creemos ‘horrorosas’ no lo son para los demás y no deberían serlo para nosotros. Eso no significa que  no sea bueno esforzarse por pulir y mejorar habilidades, ambas actitudes: aceptación realista y pulimentado de aristas, son absolutamente compatibles. Es más, son necesarios y se retroalimentan positivamente, porque es desde la aceptación de uno con sus errores y fallos, desde donde se coge energía sana y positiva para cambiar lo que se desea.

Lo real es que cada persona tiene cualidades atractivas e interesantes y compatibles para otras personas. Dependerá de nosotros mismos que nos centremos en las que son atractivas o en las que no lo son. Centrarnos en lo más eficaz y funcional de nuestra personalidad hará que en la vida cotidiana produzcamos más bienestar que malestar a nosotros mismos y en nuestro entorno. Mientras, en vez de ocultar nuestros rasgos más disfuncionales, conviene ponerlos sobre la mesa, advertir de ellos a la otra persona y responsabilizarnos de ellos para tratar de compensarlos y/o corregirlos. Tenemos toda la vida por delante para aprender a ser más funcionales.

El proceso puede ser un proyecto muy interesante, tanto en solitario como en pareja, o alternando ambos estados a lo largo del mismo. Lo importante es vivir plenamente, con plena conciencia de quién soy y qué necesito para satisfacer a ese ser.