Enamoramiento

Enamorarnos con realismo

El enamoramiento es el proceso en que emociones muy positivas hacia otra persona se despiertan e intensifican, al tiempo que sentimos mucho interés, curiosidad y deseo de estar con ella, produciéndonos mucho placer y satisfacción, cuando es correspondido.

Alegría, ilusión, expectativas positivas, afinidad, admiración, complicidad, motivación, energía, deseo de compartir, afecto, ternura, erotización… son algunas de las emociones y actitudes que nos inundan, creando un estado muy placentero.

Son emociones que generalmente se acompañan con la creencia de que esa otra persona puede llegar a significar algo importante en nuestra vida.

El enamoramiento puede contener dosis más o menos altas de realismo. Dosis altas,  porque las emociones que sentimos estén fundamentadas en la realidad y nuestro conocimiento racional de esa persona; o bien, al contario, bajas dosis de realismo, porque nuestras emociones no respondan a hechos, información o datos reales y sean producto de nuestras fantasías, idealizaciones o sesgos. Obvio es decir que cuanto más realismo fundamente nuestras emociones, más probabilidades tendrá el enamoramiento de ser satisfactorio y/o consolidarse en amor y en una relación solida y duradera.

La alegría e ilusión que provoca el estado de enamoramiento son un aliciente para sentirnos enamorados. Esa ilusión es tan grata y estimulante  durante el proceso de enamoramiento que deseamos sentirla y nos revelamos ante la idea de que se termine. Por esa razón, el enamoramiento puede tener bastante de adictivo si no somos capaces de situarnos en la realidad y nos dejamos llevar por las fantasías.

Hay ocasiones en que las circunstancias de una o ambas personas impiden que un enamoramiento que es realista se pueda disfrutar. Para enamorarse de forma realista no basta con que entre las dos personas exista una gran atracción, afinidad y deseo, es necesario que se den las circunstancias para que ese enamoramiento pueda desarrollarse.

En qué medida el enamoramiento responde a la realidad o a nuestros deseos de sentirnos enamorados, es algo que debemos descubrir nosotros mismos. Sin embargo, hay ciertas reglas, por así llamarlas, que nos van a facilitar la labor para discriminar si nos hemos enamorado sobre bases reales.

Las reglas del realismo

  • Coherencia entre conductas. Las conductas de la persona a quien va dirigido nuestro enamoramiento son muy similares en distintos ambientes y escenarios: con nosotros, con su familia, con sus amigos, con sus colegas, etc. No hay discrepancias notables.
  • No hay parcelas de su vida que queden ocultas a nuestra mirada o interés. Su trayectoria y su explicación de la misma nos resultan coherentes.
  • Sentimos que nos abre su mundo adulto sin reservas. Las reservas injustificadas indican reparos, dudas, contradicciones, ocultaciones…
  • Sentimos que encaja en nuestro mundo sin reservas.
  • No hay conductas suyas que nos resulten chirriantes, desagradables, muy difíciles de aceptar, etc.
  • No invade nuestra privacidad; no da muestras de querer controlarnos; no da señales de celos o desconfianza;
  • Sentimos que tiene interés real por conocernos y por saber de nuestra vida: pregunta, escucha, siente curiosidad pero sin intimidar, sin presionar…
  • Sus manifestaciones de afecto se dan en todos los escenarios compartidos, no sólo en la intimidad o la soledad de ambos. Su afecto lo muestra en situaciones de cariño y en situaciones de deseo sexual, no sólo en uno de los dos ámbitos.
  • Notamos su interés por tener contacto y por vernos.
  • Se manifiesta claramente sobre sus sentimientos, sin ambigüedades, sin remilgos, sin recelos, aunque con su propio estilo; pudiendo ser una persona más o menos extrovertida, expresiva…
  • Nos sentimos a gusto, sentimos que todo fluye, sentimos que hay cabida para nuestra personalidad, no necesitamos fingir.
  • Nos sentimos alegres, contentos, ilusionados, confiados. El enamoramiento nos añade bienestar, no nos lo quita. No sentimos ansiedad, no sentimos tristeza, no sentimos inseguridad, no sentimos desconfianza…

Probablemente habrá otras ‘reglas’ también útiles. En principio, si todas estas reglas se cumplen, son un indicador muy fiable de que nuestro enamoramiento tiene una base real sólida. Notaremos que todo fluye, que cada vez estamos más seguros y que la ilusión se ve reforzada y la relación se hace más sólida y fuerte.

Si hay varias de estas reglas que no se cumplen satisfactoriamente o no lo hacen en ninguna medida, nos deberemos replantear si queremos invertir tiempo, emociones, esfuerzo e ilusión en algo que no se ajusta a un patrón satisfactorio de enamoramiento.

Obviamente, para explorar todos estos aspectos, evaluarlos y tomar decisiones al respecto, necesitamos un tiempo prudencial. No conviene que nos precipitemos ni que alarguemos ese tiempo si durante el proceso, nos damos cuenta que no avanzamos y que hay barreras infranqueables o situaciones estancadas (comunicación, encuentros, afecto, deseo sexual, espacios compartidos, discusiones, etc.). No es muy saludable empeñarse en algo que no está funcionando.

Si se pueden hablar estas cuestiones, mucho mejor. Es muy positivo que nos podamos explicar y que nos demos el derecho de expresar abiertamente lo que queremos, lo que esperamos y lo que necesitamos y no se está produciendo. De esas conversaciones puede que surja el encuentro o puede que el desencuentro se haga más evidente. Si no podemos hablarlo, se pone de manifiesto una dificultad añadida.

Las confluencias y las divergencias, van a darnos muchas pistas sobre la idoneidad o no de nuestro enamoramiento.

El ejercicio de poner fin a una ilusión es un ejercicio personal, solo se pone fin cuando uno así lo decide y lo aplica. De hecho, hay relaciones cuya ruptura se ha producido y sin embargo no es aceptada por uno de sus miembros. En estos casos, una de las dos personas se empeña en continuar con expectativas, ilusiones y fantasías cuando la evidencia le niega esa posibilidad. Es una conducta muy insana que puede deteriorar la autoestima de quien la ejerce.

Es necesario, ineludible, que se produzca la aceptación de la desilusión, el desencuentro, la imposibilidad, la ruptura o la incompatibilidad dentro de una relación. Esta aceptación es un ejercicio de responsabilidad con uno mismo y también con los demás. Es una actitud de respeto y de sana autoestima. Puede ser difícil o costoso en términos emocionales pero el resultado a corto plazo es muy liberador, produce paz interior y bienestar, nos ayuda a confiar en nuestra capacidad para dirigir nuestra vida y orientarla hacia donde más conviene.

La desilusión es pasajera, es como un pequeño duelo porque perdemos algo que nos alegraba y producía mucho placer. La no aceptación produce efectos negativos a corto, medio y largo plazo; sus consecuencias no son pasajeras.

Cuanto antes aceptamos las desilusiones, antes nos centramos en todo lo bueno y satisfactorio que tiene nuestra vida. Si no somos capaces de ver todas las cosas buenas de nuestra vida, el problema no está en la desilusión, está en nuestra dificultad para que la vida nos motive lo suficiente. En este caso, conviene que tomemos medidas para cambiar esa actitud desmotivada. El enamoramiento nunca va a ser la solución a nuestra desmotivación o a nuestros problemas.

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