Dar por hecho

Uno de los errores más comunes en nuestras relaciones, tanto en las nuevas como en las más trilladas, es dar por hecho lo que la otra persona nos quiere decir.

Dar por hecho significa que a pesar de que puede haber varias interpretaciones, significados o intenciones, el interlocutor que escucha (mejor decir el que’oye’) cree saber sin lugar a dudas lo que se está diciendo, y actúa en consecuencia.

Este error tan frecuente en las relaciones es causa de malos entendidos, conductas inadecuadas  y también de frustración. Desde luego, causa incomunicación porque los actos y lo que decimos pueden tener diversos significados y, sin embargo, solo se escoge uno como válido.

Ejemplos hay muchos en la vida cotidiana, creo que todos hemos padecido/aplicado esta conducta que implica una escucha sesgada y filtrada de la realidad que nos están transmitiendo y una cristalización precipitada de la información.

En el día a día de la consulta he de ser muy prudente con este tipo de sesgos porque me puede llevar a sacar conclusiones basadas en mis propios prejuicios, esquemas o limitaciones. Quizás porque en este entorno soy muy consciente del posible perjuicio hacia mis clientes,  procuro estar muy alerta y evitar este tipo de conductas. Esa alerta no impide que cometa errores.

En la vida personal, me despisto mucho más sin desearlo. Aunque también trato de evitarlo, cometo ese sesgo y doy por hecho que sé lo que me están diciendo, cuando a la larga se puede demostrar que, incluso en el mejor de los casos, me faltaba información para concluir tal cosa.

Este sesgo al analizar la información que nos transmiten/transmitimos, se basa generalmente en varios rasgos de personalidad y en algunos hábitos y creencias. La impaciencia y la rigidez son dos rasgos típicos que provocan que no escuchemos  adecuadamente y demos cosas por hecho. Otros rasgos pueden ser la ansiedad, el temor y la necesidad de certezas. También la creencia de que conocemos muy bien a la otra persona o el tema del que se habla y por lo tanto, nos podemos permitir anticipar de forma concluyente lo que nos va a decir. En otros casos, un afán por la ‘falsa’ eficacia nos empuja a tratar de ir al grano o pasar rápidamente a otro tema que consideramos más relevante, como resultado, también nos puede llevar a cometer este error tan frecuente. La soberbia, el orgullo y ciertos complejos también pueden llevar a un déficit en la actitud de escucha.

Para evitar caer en esta conducta tan poco eficaz para la comunicación y las relaciones de todo tipo (pareja, amistad, familia, profesionales) es conveniente adoptar varias técnicas. En primer lugar, tomar conciencia de que cometemos ese error. Para ello, basta con preguntar a nuestro entorno, y comprobar que ellos tienen la experiencia frecuente de que no les hemos escuchado ni hemos asignado significados adecuados a su transmisión. Nos pueden poner ejemplos. La toma de conciencia es necesaria para empezar a cambiar esa actitud/conducta.

En segundo lugar, plantearme en cuántas ocasiones he tenido dificultades, problemas o frustraciones porque no he sabido interpretar adecuadamente algo debido a esa conducta de dar por hecho. Los errores pueden ser de mayor o menor nivel, desgraciadamente hay veces que ese error me hace perder alguna oportunidad. Tomar conciencia de ello me puede ayudar al tercer paso.

La tercera cosa que podemos hacer es ejercitar la paciencia, respirar relajadamente, eliminar cualquier tipo de prisa e incorporar la creencia de que nos podemos perder algo muy importante o que podemos cometer un error significativo. Algunos errores se pueden subsanar, otros es muy difícil cambiarlos. Si tomo conciencia de este hecho, estaré ayudándome a establecer mecanismos de alerta y vigilancia sobre esas conductas sesgadas.

En cuarto lugar, ante cada conversación, conviene que pregunte siempre para asegurarme de que he entendido bien. Aunque considere que he entendido, como sé que tengo un sesgo, trataré de cerciorarme. Las preguntas pueden ser repitiendo lo que la otra persona me ha dicho o bien, introduciendo posibles variaciones en el significado –buscando activamente esas variantes- y preguntando a cuál de todos ellas se refiere mi interlocutor.

Por ejemplo, Inter1: “Necesito tiempo para decidirme”; Inter2: “ Me gustaría saber si te estoy entendiendo bien, ¿Quieres decir que te falta información o tal vez quieres decir que tienes dudas y necesitas resolverlas o quizás  quieres decir que tienes todo claro y necesitas evaluar qué te conviene? ¿Te puedo ayudar en algo?¿Crees que te puedo dar más información? Me gustaría comprenderte bien ¿me puedes avanzar en qué punto estas de tu evaluación y qué opciones estás barajando?”… etc.

Una misma afirmación puede significar cosas distintas, incluso para personas que llevan conviviendo muchos años, mucho más para personas que apenas se conocen.

En quinto lugar, cuando terminamos una conversación de cierta trascendencia, conviene que ambas partes repasen lo que se ha dicho y traten de descubrir si han contemplado todas las posibles opciones de significado. Identificar posibles lagunas o errores de interpretación es una dinámica muy saludable que nos permite proponer una nueva conversación sobre la base de las dudas que hemos detectado.

Este tipo de entrenamiento o práctica en la vida cotidiana nos puede conducir a reducir errores, a estar más cerca de las personas, a conocer mejor a los que nos rodean y compartir con ellos espacios y escenarios que antes se nos ocultaban.

En algunas ocasiones, transcurrido un tiempo de la última conversación o encuentro, quizás nos empieza a invadir la sensación de incertidumbre, falta de información, dudas, lagunas, ambigüedades…sobre esa información que inicialmente dimos por entendida. Esa sensación de que el puzle no está completo, es un síntoma de que nuestra inteligencia funciona bien y gana en objetividad a medida que nos distanciamos de la situación y permitimos que toda la información se reconstruya en nuestro cerebro sin corsés, esquemas rígidos, prejuicios, prisas o impaciencias. Es un excelente síntoma de que nuestro sistema cognitivo busca la coherencia el rigor y la  racionalidad, por lo tanto la máxima objetividad.

La búsqueda de la coherencia cognitiva no es otra cosa que la búsqueda de una visión realista, sin sesgos, donde el puzle encaje perfectamente, sin que falten piezas fundamentales y sin distorsionar, ocultarlas  o encajarlas a la fuerza. Merece la pena hacernos eco de esta necesidad y satisfacerla del modo más sano, posible y constructivo.

Amar sin reservas

Amar sin reservas implica que esa relación admite a cada individuo al 100%. Sin reservas significa transparencia pero no significa diluirse en el otro.

Muchas personas confunden esta expresión con la idea de gregarismo, es decir, hacerlo todo juntos y no tener espacios ni tiempos de soledad, autonomía o privacidad individual. Muy al contrario.

Amar sin reservas es basar la relación en la honestidad y la mutua confianza.  Para amar sin reservas es necesario que cada persona pueda ejercer y expresar lo que piensa, siente o desea sin temor a ser juzgado y descalificado o ‘destronado’. Es necesario que sea fiel a sí mismo/a.

La relación basada en el amor sin reservas incluye dos seres completos, no dos medias naranjas. La compatibilidad de una relación solo se puede dar cuando las dos personas se pueden manifestar total y abiertamente, si no, lo que se produce es un acoplamiento pero no se comprueba que sean compatibles.

Amar sin reservas es considerar que la otra persona tiene derecho a conocerme y saber dónde estoy en la relación, qué espero de la misma, qué estoy dispuesto a aportar, qué cambios se están produciendo en mi, qué dudas se me generan…Amar sin reservas conlleva un esfuerzo por la comunicación, por mantener a la otra persona al corriente de nuestra vida, inquietudes, proyectos, emociones, actividades, relaciones y deseos.

En la vida práctica significa que cada persona pueda dar continuidad a su vida individual, sus actividades, compromisos, responsabilidades y proyectos, al tiempo que comparte con la otra persona actividades nuevas o parte de las actividades anteriores. Es sano y funcional para construir el amor que cada persona pueda desarrollar y dar continuidad, sin ocultación, a toda la actividad que venía realizando hasta que inició la nueva relación.

Ocultar, callar, mentir, esconder… son reservas que estamos haciendo a la relación. Pueden ser de tipo psicológico, por ejemplo, me callo que soy muy perfeccionista o que soy muy impuntual por miedo a que me rechace la otra persona. Trato de ocultar lo que yo considero mis defectos o mis aristas para resultar más atractivo/a o porque me avergüenzo. Hay más campos sobre los que podemos establecer reservas. Por ejemplo, en el campo de las relaciones cuando evito introducir a esa persona con determinados amigos por miedo a que no se caigan bien o a que me califique negativamente debido a mis amistades. En el campo laboral, también puedo ocultar aspectos de mi trabajo que me avergüenzan, etc.

Una relación que se basa en las reservas es una relación donde las personas no se sienten aceptadas ni respetadas. Con independencia de que la causa sea uno mismo y sus temores o complejos, o sea la actitud crítica, intolerante o incompatible de la otra persona, o ambas, lo cierto es que si no podemos mostrarnos sin reservas en una relación de amor, sentiremos que se genera un espacio de distancia entre ambos, un espacio donde nos sentimos aislados aunque estemos en la relación. Esa sensación es un aspecto vulnerable de la relación, convirtiendo en grieta y resquicio lo que convendría que fuera fundamento sólido. Esas grietas en la base de una relación amorosa pueden dar al traste con la relación porque la comunicación se hace difícil (silencios, ausencias, distracciones…) y las personas nos acercamos a quien sabe escucharnos.

De este modo, el amor sin reservas conlleva el respeto a la situación de la otra persona, por eso es fundamental que cada miembro de la relación muestre abiertamente su situación y la comparta. Compartir no significa actuar gregariamente o implicarse desde un inicio. Este podría ser el siguiente paso en una relación que avanza. Compartir en unos casos puede ser hablar y escuchar, en otros apoyo emocional, en otros reflexionar juntos, etc. Hay muchas maneras de compartir.

En definitiva, sin reservas significa ser uno mismo y sentir que nos podemos expresar y manifestar mostrándonos y mostrando nuestro mundo. Sin reservas significa que no importa cuál sea nuestra situación, si hemos de explorar las posibilidades de una relación amorosa, es mejor que nos sintamos libres y con derecho a ser. No es bueno tener miedo a mostrarnos tal cual.

Sin reservas, implica que escuchamos las necesidades que nos manifiesta la otra persona y evaluamos sin juzgar y sin engañarnos la compatibilidad con nuestras propias necesidades. Sin reservas significa honestidad para con nosotros y para con la otra persona.

El duelo y la pérdida. Afrontamiento.

El afrontamiento de la pérdida y el duelo desde la psicología  positiva se podría describir en un proceso de cuatro fases:  1) aceptación de la realidad: comprender las consecuencias de esa pérdida y aceptarlas; 2) afrontar el duelo: aceptar el dolor y otros sentimientos ; 3)  buscar el placer y el afecto: 4) realizar actividad satisfactoria : tratar de mantener las actividades satisfactorias habituales y crear nuevas .

Para explicar estos pasos, empecemos con un ejemplo menos grave como puede ser una desilusión amorosa. Esos cuatro pasos se traducen en afrontar la pérdida o desilusión en una dimensión equilibrada en el conjunto de mi vida y de otras ilusiones, proyectos y objetivos que ya existían o que puedo generar desde hoy. Se trata de vivir conscientemente la sensación de dolor, decepción e insatisfacción que me genera la pérdida de una ilusión y todas las vivencias que la acompañan, comprendiendo el significado que tiene en mi vida y dándole una importancia relativa, realista, racional y saludable. El análisis de la situación ha de ser objetivo, sólido y racional. Eso incluye comprender mis propias emociones -las ilusionantes y las decepcionantes- y vivirlas de forma sana. Por ejemplo, razonar que «si antes de conocer a esta persona era razonablemente feliz, también puedo serlo ahora», o bien, «yo soy la única responsable de mi bienestar, las riendas de mi bienestar están en mis manos, no pueden estar en una relación ni en manos de la suerte».

Afrontar el duelo (toda pérdida en el terreno emocional supone un duelo de mayor o menor intensidad y alcance) supone aceptar el dolor que me produce lo que no voy a poder disfrutar; requiere aceptar la pérdida del placer que me generaba; conlleva comprender cómo esa desilusión va a modificar mi situación y supone aprender a conocerme mejor y tratar de identificar que otras actividades pueden compensarme esa pérdida.

Aceptar, abordar y transitar por el duelo, significa vivir mi tristeza, dolor, desengaño o frustración pero sin dramatizar ni exagerar, hacerlo de un modo responsable. Es decir, tampoco negándolo ni huyendo. Significa afrontar y superar mis propios miedos, utilizar esa experiencia de duelo para seguir madurando y responsabilizandome de mi felicidad.

Aceptar el duelo supone perder el miedo a atravesar ese dolor y esa pérdida de ilusión o placer, supone tener confianza en mi capacidad para seguir creciendo y construir mi presente de forma autónoma. Muchas personas se bloquean ante el miedo que les produce sentir dolor. Es necesario afrontarlo para descubrir que es menos doloroso transitar por el dolor que intentar rechazarlo. Tenemos capacidad para atravesar el dolor. El dolor es algo natural cuando perdemos lo que nos hacía sentir bienestar. Huir del dolor no elimina el dolor y prolonga el sufrimiento innecesariamente, provocando otras disfunciones emocionales y/o cognitivascognitivos.

El duelo también  requiere un compromiso personal para no dramatizar y no caer en el victimismo, la pasividad, inacción o el dramatismo. Significa que me esfuerzo por ver el presente y el futuro con una visión más esperanzada, confiando en mis recursos para hacer que lo malo o lo peor pase a un segundo plano, dejando espacio a otros sentimientos y aspectos alegres y estimulantes de mi vida. El compromiso personal es una suerte de disciplina diaria para mantener otras ilusiones, proyectos y placeres, mediante la objetividad, la coherencia, el esfuerzo y el trabajo mental.

Aunque de modo muy resumido, he tratado de reflejar el enfoque que la psicología positiva daría a una situación de pérdida no muy grave.

Como vemos, la psicología positiva es todo menos una receta simplona de felicidad.

La psicología positiva nos propone responsabilizarnos de nuestro bienestar en todo aquello que sí depende de nosotros. Hay cosas que aunque no sean graves no dependen directa o únicamente de nosotros  pero aquellas que si dependen de mí (amarme yo, cuidarme, disfrutar, hacer cosas satisfactorias, comprometerme con mi bienestar, enfocar de modo objetivo, no victimizarme, aceptar la realidad y aprender a convivir con ella obteniendo placer), son mi responsabilidad y la clave de mi bienestar, estabilidad y crecimiento personal.

Para responsabilizarme de ellas he de evitar caer en las excusas y justificaciones. No conviene que me justifique en esa desilusión para andar triste por las esquinas, llorando mi mala suerte. No hay excusa para dejar de quererme, no cuidarme o no hacer aquello que me conviene.

Sin duda hay situaciones de pérdida mucho más graves como una guerra, la necesidad de asilo, un crimen, la muerte de un niño, un deshaucio… En todas ellas hay un alto porcentaje de algún condicionante o causante externo, que no depende de mí.

En estos casos, el duelo y la aceptación de la realidad van a suponer un esfuerzo y compromiso exponencialmente mayores. Mi desgaste va a ser muchísimo mayor y la experiencia me va a marcar para siempre con una huella profunda. En estas situaciones, realmente dramáticas, voy a necesitar de un trabajo emocional profundo, intenso y prolongado para aceptar la realidad. También voy a necesitar un fuerte y sólido compromiso para construir una cotidianidad con actividades que me reporten pequeños placeres  y satisfacciones. Necesitaré reforzar mi memoria para recordar todos los recursos que tengo y puedo utilizar para construir bienestar en esa nueva realidad hostil y difícil.

Requeriré de grandes dosis de esperanza, confianza y paciencia para visualizar las cosas gratas del presente y lo que puedo esperar del futuro. En estas circunstancias de pérdida dramática, he de convertir cada gesto del presente en algo vital y necesario para superar la gravedad adversa de la realidad, al tiempo que he de confiar en un futuro mejor. La creatividad, el humor, el cariño, la fantasía, los recuerdos… son en estos casos estrategias muy útiles para sobrellevar esa penosa realidad. La vida es bella, es una película que refleja con gran acierto y ternura la sabiduría de una persona ante la situación más dramática que puede vivir un ser humano.

Hay quien entiende mal el concepto y la práctica de la psicología positiva, sobre todo ante situaciones emocionales de dolor, pérdida y tristeza. A menudo simplificando, se ha interpretado erróneamente como una ‘filosofía’ de vida en la que no se permiten las emociones llamadas ‘negativas’, y se reprimen o niegan para experimentar sólo aquellas emociones que nos producen placer. También se ha dicho que la psicología positiva no tiene en consideración el papel de la cultura y la sociedad en el malestar del individuo.

La simplificación lleva a etiquetar esta orientación psicológica como superficial e inmadura ante los verdaderos problemas de las personas y la sociedad. Nada más lejos de la realidad.

La psicología positiva en ningún caso nos recomienda la negación de la realidad, el despecho, el rencor, la agresividad, el decaimiento o cualquier otra forma de huida del dolor. La gravedad de la pérdida y la intensidad del dolor varían y por lo tanto las estrategias de afrontamiento también van a requerir esfuerzos diferenciados. No obstante, los fundamentos de afrontamiento son similares.

La psicología positiva no simplifica o reduce la gravedad de ciertos hechos, pero nos ayuda a sacar nuestras mejores herramientas para afrontar las adversidades de la vida, sean estás muy livianas o sean muy dramáticas.

 

Resolver un conflicto

Para resolver un conflicto, siempre hay que satisfacer a ambas partes, aunque para ello sea necesario renunciar al logro de un porcentaje de aquello a lo que se aspira o se cree tener derecho. La madurez, responsabilidad y sensatez de ambas partes, hará posible la negociación y la aceptación del logro de ciertas aspiraciones aunque no pueda ser en su totalidad. Lograr la totalidad para ambas partes, suele ser imposible porque en un conflicto, siempre hay que ceder algo, de lo contrario, se imposibilitaría que la otra parte también quedara  razonablemente satisfecha y el conflicto continuaría vivo.  El modo de satisfacerlo también va a ser importante.

Se puede dar satisfacción mediante el logro de lo deseado y reivindicado o mediante la compensación justa, honesta y respetuosa.

Cada parte del conflicto cree tener sus objetivos, intereses, derechos y razones, sean estas últimas explícitas o implícitas, ya que no siempre se defiende abiertamente lo que realmente se pretende.

Un conflicto es un proceso con distintas fases, la última es la resolución del conflicto. Esta última fase puede no llegar nunca, va a depender de la voluntad y habilidad de los implicados. Un conflicto se puede enquistar y perdurar toda la vida. Un conflicto que perdura es un síntoma inequívoco de la falta de voluntad  y habilidades de los implicados para resolverlo de forma inteligente. Todos tienen responsabilidad en las situaciones que se generan.

Un conflicto puede generar cada vez más partes implicadas, más problemas y más complejidad. Los responsables de un conflicto elaboran estrategias para lograr sus objetivos. Cada cual despliega lo que considera más eficaz. Las estrategias no siempre son acertadas o  eficaces, y tampoco siempre son honestas. Uno de los problemas más habituales en los conflictos es subestimar a la otra parte.

Se puede subestimar su poder, su capacidad, sus habilidades, sus derechos, sus apoyos… Si se elabora una estrategia errónea que parte de una mala estimación de la otra parte, se corre el riesgo de dar pasos en falso, ir más allá de lo que sería conveniente, correr demasiado, humillar al otro, ser injusto o implicar irresponsablemente a terceros.

En una mediación para resolver el conflicto se ha de empezar por reconocer el derecho de ambas partes a defender lo fundamental de esos intereses. También es imprescindible, que cada parte identifique: 1) Los errores cometidos y las consecuencias de esos errores; 2) Los aspectos de sus reivindicaciones que pueden ser negociados, de modo que cada parte se descartará de algunas aspiraciones equiparables.

Los tiempos de respuesta en un conflicto pueden ser distintos para cada parte. El tiempo de respuesta puede ser parte de la estrategia planificada o bien una forma habitual de ser y responder. Las distintas fases del conflicto van a durar en función de los tiempos de cada parte.

Muchos conflictos se enquistan porque esa es parte de la estrategia de una o ambas partes. Dado que los intereses reales que motivan los conflictos no necesariamente son explícitos, en un conflicto entre partes siempre cabe preguntarse qué es lo que realmente se está persiguiendo.

Lo que si podemos identificar a través de los conflictos es cuáles son los valores, principios e intereses que se están defendiendo en el día a día del proceso de conflicto, con total independencia de lo que se defiende verbalmente. Nos podemos sorprender al caer en la cuenta de que lo que se expresa como un deseo a alcanzar y lo que se hace para alcanzarlo, no van de la mano, es más, se dan de narices.

La contradicción entre lo que se expresa como objetivo y derecho y la conducta que se sigue para lograrlo es una pista muy fiable para saber si en realidad lo que se defiende es genuino o es una excusa para lograr otras cosas menos ‘defendibles’ o que tendrían menos aceptación por parte de los interesados. La honestidad es una clave fundamental que facilita la resolución de conflictos.

La coherencia también es fundamental. Las alianzas para el proyecto con falsos compañeros pueden ser muy costosas en términos de credibilidad y en términos de negociación. La utilización de mentiras y falsos testigos también son piedras en los procesos de resolución. Las alianzas con instituciones, autoridades y poderes públicos que deberían estar al servicio de toda la población y no solo de una parte del conflicto, también tiene unos constes muy elevados en distintos e importantes ámbitos.

La justicia, proporcionalidad, respeto y equidad también son fundamentales para la resolución de un conflicto. Los actos injustos, desproporcionados y que sólo tratan de servir como pruebas de fuerza y/o escarmiento, solo conducen a la escalada de los mismos. Son una prueba de la ignorancia e incapacidad de los responsables para anticipar la capacidad de reaccionar del otro, además de ser en sí mismos contrarios a una ética socialmente inteligente.

Es triste ver cómo nos enfangamos en conflictos que producen tanto malestar y pérdida de tiempo, esfuerzo, ilusión…  No todas las personas están preparadas para resolver un conflicto y hay que esperar a que exista una mediación o las personas implicadas pasen por un entrenamiento. En conflictos sociales, generalmente, hay que esperar a que vengan otras con más habilidades cognitivas y sociales, así como más voluntad para llevarlo a cabo. Mientras, pueden suceder muchas cosas. Desgraciadamente, hay fases del proceso conflictivo en que la mayoría de lo que sucede es negativo.

Fluir en las relaciones

¿Qué es fluir, en qué consiste?

Fluir es ser uno mismo, ante sí y los demás, sin forzarse a nada ni pretrender nada distinto de lo que esencialmente se es. Fluir es presentarse sin fingimiento ante los demás y actuar con el derecho y la libertad a expresarse sin recelos,  ocultaciones o mentiras. Fluir es aceptarse con los propios conflictos, dificultades e incoherencias; logrando que la propia estima sea habitante permanente de nuestro pensamiento y emociones.

Fluir en las relaciones

Fluir en las relaciones es sentirse a gusto tal como se es y que otras personas acepten del mismo modo, sin reticencias o reservas. Cuando las relaciones fluyen se genera una corriente de afinidad, comunicación, placer y bienestar. Esta corriente de bienestar que fluye,  a su vez  genera confianza, una sensación sólida de que se está en el buen camino y que esa relación tiene muy buenos ingredientes para fraguar un buen futuro.

Cuando las dos personas fluyen en la misma relación, se tiene la sensación de total aceptación y de interés genuino por disfrutar juntos el presente y explorar juntos el futuro. Es una de las sensaciones más gratificantes porque implica que sin necesidad de fingir o pretender dar una imagen distinta de lo que somos, otra persona está dispuesta a implicarse en nuestra vida. Nuestra autoestima (la sana autoestima) se ve reconocida. Nos aceptan y quieren tal como somos, no por nuestros logros, éxitos o lo que tenemos, si no por lo que realmente somos, incluidos nuestros problemas, dificultades y aristas.

Fluir, por lo tanto, es compartir la plenitud del ser con otra persona. Es un placer inmenso que nos produce muchísimo bienestar.

Podemos intuir con quién seremos capaces de fluir. Podemos intuir quién puede reconocernos y aceptarnos plenamente. No tenemos la certeza hasta que empezamos a caminar juntos. Cuando se empieza a caminar compartiendo el trayecto, se experimenta poco a poco la certeza de estar fluyendo, de ser uno mismo sin resquicios, reconocer al otro y ser reconocido y aceptados recíprocamente.

Por todas estas razones, es importante que las personas se den el derecho de ser y no ocultar; ser y no fingir; ser y quererse tal y como son. La única manera de fluir en las relaciones es mostrarse tal cual desde el primer momento. El único modo de no perder el tiempo o no engañarse es permitir que la otra persona nos vea tal y como somos desde el primer momento.

La compatibilidad entre personas no consiste en ser perfectos, consiste en ser altamente combinables. Esta compatibilidad la hacemos posible si nos mostramos tal cual somos. En caso de ocultaciones,  representación de un papel, etc. , lo único que lograremos es crear espacios de fricción, duda o dificultad para la relación.

Fluir y la autoestima

Una sana autoestima es la habilidad de aceptarnos y querernos tal como somos. Nos aceptamos sabiendo que somos imperfectos y susceptibles de mejorar en muchos terrenos. La sana autoestima es la capacidad de vernos sin resquicios con inmensa ternura. Una sana autoestima nos permite conocernos en profundidad y ser honestos con nosotros mismos. La sana autoestima nos da estabilidad emocional y potencia nuestras capacidades para relacionarnos con los demás e incluso para desarrollar cualquier habilidad que nos parezca oportuna o útil.

La sana autoestima llevada a las relaciones, hace posible fluir a ambas personas porque hace posible el encuentro real, sincero, transparente y fértil en una relación.  El interés, reconocimiento y aceptación sin reservas de la otra persona son el espejo de la sana autoestima. Si somos capaces de querernos sin fisuras, somos capaces de querer a otra persona, también sin fisuras. Lo contrario también es cierto.

Las medias aceptaciones o las reservas hacia la otra persona, hacen que las relaciones no fluyan y se generen espacios de distancia, silencio, duda, inseguridad, recelos o desconfianza. Hay, desgraciadamente, muchas relaciones en cuya base se instalan este tipo de ingredientes. Sé que estas relaciones pueden durar años sin que los miembros de la misma sepan poner remedio o decidan poner fin a las mismas. No son relaciones satisfactorias por mucho que se prolonguen en el tiempo.

¿Qué conduce a conformarse y mantener este tipo de relaciones? Muchas razones pueden explicar esta decisión pero, desde mi punto de vista, creo que hay dos o tres razones fundamentales: 1) Falta de confianza en que vamos a encontrar la persona con la que podamos fluir; 2) Falta de confianza en que podemos tener mucho bienestar aunque no la encontremos; 3) Falta de confianza en que seremos queridos tal cual somos porque cuando realmente nos conozca, no nos querrá.

Todas estas desconfianzas las podríamos convertir en confianzas desde un análisis racional. Es decir:

1) Entre tantos millones de personas qué nos hace pensar que no vamos a encontrar la persona/s que sea compatible con nosotros. Estadísticamente, hay muchas probabilidades de encontrar dos perfiles compatibles, no hace falta ningún milagro. Dicho de otro modo: siempre hay un roto para un descosido!!;

2) Nuestra vida es plena desde el momento en que la aceptamos tal cual es y nos ocupamos de disfrutar lo que tenemos, valorándolo y extrayendo el máximo placer de lo que somos y hacemos y de nuestro entorno y relaciones actuales. El problema reside, muchas veces, en pensar que son los demás los que nos hacen felices. Es una de las grandes mentiras;

3) Lo cierto es que si pensamos que tenemos algún rasgo tan horroroso como para no encontrar una persona compatible, lo primero que deberemos hacer es evaluar la gravedad de ese rasgo. Para ello, conviene utilizar una escala racional, realista y objetiva. Si 0 es el mínimo de la escala y 10 el máximo; ser un asesino sería 10. Ahora, respecto de esa ‘condición’ evalúo mi rasgo ‘horroroso’ y veo en qué medida soy tan rechazable. La mayoría de las cosas que creemos ‘horrorosas’ no lo son para los demás y no deberían serlo para nosotros. Eso no significa que  no sea bueno esforzarse por pulir y mejorar habilidades, ambas actitudes: aceptación realista y pulimentado de aristas, son absolutamente compatibles. Es más, son necesarios y se retroalimentan positivamente, porque es desde la aceptación de uno con sus errores y fallos, desde donde se coge energía sana y positiva para cambiar lo que se desea.

Lo real es que cada persona tiene cualidades atractivas e interesantes y compatibles para otras personas. Dependerá de nosotros mismos que nos centremos en las que son atractivas o en las que no lo son. Centrarnos en lo más eficaz y funcional de nuestra personalidad hará que en la vida cotidiana produzcamos más bienestar que malestar a nosotros mismos y en nuestro entorno. Mientras, en vez de ocultar nuestros rasgos más disfuncionales, conviene ponerlos sobre la mesa, advertir de ellos a la otra persona y responsabilizarnos de ellos para tratar de compensarlos y/o corregirlos. Tenemos toda la vida por delante para aprender a ser más funcionales.

El proceso puede ser un proyecto muy interesante, tanto en solitario como en pareja, o alternando ambos estados a lo largo del mismo. Lo importante es vivir plenamente, con plena conciencia de quién soy y qué necesito para satisfacer a ese ser.

Piensa bien y acertarás

El conocido refrán nos recomienda lo contrario: “Piensa mal y acertarás” pero no puedo estar más en desacuerdo. Sé que se utiliza en dos acepciones, una es la de desconfiar y otra es la de elaborar un pensamiento objetivo y realista, funcional y eficaz. En cualquier caso, creo que conviene pensar bien. Pensar mal nos conduce a desconfiar (muchas veces de forma irracional y paranoica), nos puede conducir a una evaluación sesgada y al miedo, la preocupación y la ansiedad injustificadas.

Pensar bien es contemplar todas las opciones y evaluar racionalmente las que pueden ser más plausibles.  Pensar bien no es ser ingenuos o engañarnos, muy al contrario, es hacer un esfuerzo para ser objetivos, ecuánimes, realistas y lógicos.  Pensar bien nos facilita el desarrollo de las siguientes actitudes o conductas:

  • Apertura de mente. Comprendemos que hay más de una posible explicación para el mismo hecho. Nos abrimos a la diversidad y variedad de situaciones/opciones.
  • Criterios sólidos. A través del entrenamiento en un pensamiento racional, construiremos criterios propios y útiles, que nos valgan para muchas otras situaciones.
  • Decisiones acertadas. Pensar bien, nos hace ser mucho más objetivos con nuestras necesidades y con lo que el exterior nos ofrece. Esa objetividad nos facilita tomar decisiones coherentes y satisfactorias.
  • Emociones sanas. Un pensamiento objetivo, abierto y lógico nos produce serenidad, confianza en nuestros recursos, solidez, paz interior, equilibrio… En definitiva nos produce emociones de bienestar.
  • Conductas justas. Un buen criterio unido a la objetividad de los hechos y a la ecuanimidad en la evaluación, hará que no seamos injustos con los demás.
  • Relaciones satisfactorias. Pensar bien nos lleva a sentir y actuar en consonancia. Nuestras conductas sanas provocan que las personas de nuestro entorno quieran estar cerca nuestro, creando vínculos afectivos sólidos y constructivos.
  • Confianza en nuestros recursos para evaluar. En oposición a la desconfianza como forma de relación para defendernos de los peligros o engaños potenciales, la confianza basada en una valoración racional y realista de las situaciones, nos lleva a confiar en nosotros mismos para afrontar muchas situaciones diferentes.
  • Liberación y energía. La confianza en nuestras capacidades nos libera de muchos pensamientos negativos que restan energía a nuestra vida cotidiana. Nos deja espacio para la creatividad, los afectos, el aprendizaje y el placer.
  • Autonomía. Un pensamiento racional facilita que nos sintamos capaces de afrontar cualquier situación sin depender de decisiones o criterios ajenos.
  • Confianza. Pensar bien, nos provoca confianza en nuestra capacidad para evaluar y explorar opciones, lo que nos lleva a movilizarnos con sensatez y emprender proyectos que pueden ser satisfactorios.
  • Coherencia cognitiva. Un pensamiento racional y por lo tanto objetivo, basado en hecho, abierto y lógico, nos produce coherencia cognitiva, esa coherencia cognitiva nos produce endorfinas (serotonina, dopamina, norepinefrina) que se liberan en nuestro cerebro inundándonos de una placentera sensación de bienestar. Las endorfinas son saludables y benefician el funcionamiento de todo el organismo.

Muy al contrario, pensar mal nos va a producir malestar.

  • Pensar mal es desconfiar y/o ver solo las opciones negativas de todas las posibles. La desconfianza, basada en la información parcial o sin hechos demostrables que la sustenten, es una actitud que nos perjudica. Nos perjudica porque en vez de utilizar criterios racionales (pensar con lógica) nos dejamos llevar solo por sospechas y criterios muy poco sólidos. Si ese estilo de pensamiento irracional se constituye en un rasgo de personalidad, nos convertiremos en personas poco racionales y desconfiadas. Desarrollaremos ansiedad y otros problemas.
  • Pensar mal nos lleva a comportarnos con recelo y temor a ser engañados. Estas conductas nos separan de las personas, no nos dejan compartir aspectos que podrían ser muy satisfactorios a nivel emocional, social o intelectual.
  • Pensar mal es sacar conclusiones negativas de un hecho que puede tener otras explicaciones alternativas mucho más realistas y de carácter neutro (ni positivas ni negativas). Estas conclusiones negativas nos pueden confundir y orientar a decisiones erróneas. Si no disponemos de toda la información, es conveniente que pensemos en varias opciones explicativas, no sólo en una, no sólo en la peor posible o la más negativa.
  • Pensar mal es, por lo tanto, sesgar la información. Si sesgamos la información, también sesgamos nuestros sentimientos y nos comportamos injustamente: criticando, juzgando, distanciándonos, evitando…
  • Pensar mal nos convierte en personas sin criterio fiable para tomar decisiones.
  • Pensar mal es el germen de sentimientos muy negativos: rencor, ira, desprecio, odio, humillación, complejo, inseguridad, desorientación, baja autoestima… Todos ellos afectan, sobre todo, a quien los siente, aunque también puede afectar al entorno a través de las conductas que promueven.

Pensar bien es un hábito que se aprende, como aprendemos a leer, escribir, hablar, calcular, conducir o cocinar.

A diferencia de los hábitos que aprendemos cuando somos bebés o niños, establecer un nuevo hábito cuando somos adultos conlleva mayor toma de conciencia y más esfuerzo. Muchas personas se echan para atrás cuando comprenden que los nuevos hábitos requieren esfuerzo, disciplina y tesón.

Sin embargo, tenemos toda la vida por delante, cuanto antes empecemos antes habremos avanzado hacia una vida más satisfactoria, equilibrada y autónoma.

El temor al rechazo

El temor al rechazo, a no ‘dar la talla’ o a no ‘estar a la altura’ es una de las principales razones que dificultan las relaciones, en todos los ámbitos (trabajo, social, amor, amigos).  El miedo sólo es útil en contadas ocasiones donde existe un peligro real, racional; es decir, cuando las consecuencias de una situación pueden ser realmente perjudiciales, dañinas o dolorosas. El miedo sólo es útil como sistema de alarma pero no como rasgo de personalidad ni como dinámica de una relación.

Al contrario, las relaciones marcadas por la confianza en uno mismo, la libertad de elegir y una sana asertividad, por ambas partes, son satisfactorias porque permiten crecer a los miembros de esa relación.

El miedo consiste, sobre todo, en pensar que uno/a no es capaz de gestionar de forma satisfactoria la situación que afronta o que no va a ser capaz de superar los posibles retos que esa situación le presenta. El temor a no ser capaz de afrontar con éxito la situación o a no poder superar el dolor del rechazo, produce un estado de ansiedad y bloqueo de las habilidades. A la larga produce frustración, rencor, falta de confianza en uno mismo y baja autoestima.

Ese miedo puede llevar a las personas, paradójicamente, a rechazar situaciones  por muy atractivas y deseables que se presenten, perdiendo oportunidades o rompiendo relaciones.

La mayor parte de las veces esos temores no tienen una base real pero la persona que los experimenta no se cuestiona la verdad de lo que piensa y siente. Los mecanismos del miedo y el temor enraízan en la personalidad y se convierten en verdaderos tiranos que dirigen la vida de la persona en la que habitan. Sienten que la vida está llena de riesgos y situaciones arriesgadas. Tienen la sensación de que las relaciones son como una batalla donde hay ganadores y vencidos, y ellos creen que pueden ser los vencidos.

Las personas que viven con miedo a ser rechazados o que sienten que no están a ‘la altura’ de las circunstancias desarrollan estrategias de modo consciente o inconsciente para evitar la ansiedad que les produce ese temor. La mayor parte de las estrategias no van dirigidas a superar el miedo y afrontarlo de forma eficaz y sana. En su mayoría, las estrategias consisten en actitudes y conductas poco eficaces a medio y largo plazo, e incluso muy tóxicas para el bienestar del individuo.

Las estrategias más habituales son:

  • Concebir las situaciones como tableros de ajedrez donde cada movimiento ha de ser planificado para anticipar los peligros, retirarse antes de ser vencido o atacar antes de ser atacado y vencer a ser posible.
  • Evitar las situaciones en las que pueden sentir miedo al rechazo o a no dar la talla
  • No evitar las situaciones, incluso buscarlas, pero protegiéndose con una impostada actitud de distancia, ausencia de verdadero interés, ambigüedad, falta de implicación, crítica, control, posesión… También pueden ser los eternos ‘dubitativos’ y se ponen excusas que justifican sus dudas, su falta de decisión y compromiso.
  • Si superan los miedos iniciales y se ‘arriesgan’ porque les merece la pena el objetivo, reaccionan con retraimiento, soberbia o con orgullo ante cualquier signo que ellos interpretan como un rechazo o una humillación.
  • Son capaces de perder oportunidades o de romper relaciones con tal de no experimentar las emociones que les produce sentirse rechazados/as o sentir que no son lo que les gustaría ser. Sin duda, como en todo, el perfil de las personas con miedo al rechazo o a no dar la talla, es muy amplio y se da en una línea continua graduada, de modo que hay personas con miedo nivel 1, 2, 3… hasta 10. La misma persona puede experimentar distintos niveles.
  • Como no suelen tener mucha confianza en sí mismos y su autoestima está muy dañada, les va a resultar difícil expresarse y comunicar sus temores y miedos. Con frecuencia pueden confiárselos  a amigos o personas con las que sientan mucha confianza pero más difícilmente a las personas de las que intentan protegerse.
  • Por falta de confianza en sus capacidades de superar el miedo y fortalecer su autoestima, suelen elegir relaciones (amor, trabajo, amigos) en las que se sienten ‘superiores’. Obviamente, estas relaciones no satisfacen sus necesidades, no les hacen sentirse vivos y felices. A no ser que exista una falta absoluta de conciencia de sus miedos y de las propias estrategias (cosa muy difícil), estas personas saben que no han apostado por lo que realmente quieren y eso les lleva a sentir una profunda insatisfacción, ansiedad y rencor contra sí mismos y contra un entorno al que suelen culpabilizar de sus ‘fracasos’.
  • Si no realizan un análisis realista sobre su propia personalidad, ese miedo al rechazo y la frustración resultante les puede conducir a una crítica injusta del exterior y a un rencor hacia personas que sí han logrado sus objetivos. Se pueden convertir en personas con un rasgo de cinismo importante.

Hay muchas personas que deciden afrontar esos miedos de una forma sana, abordando el reto de construir estrategias mucho más sanas. Para abordar el cambio es necesario identificar las causas que generan esos miedos y sus conductas o estrategias asociadas. Como hemos mencionado anteriormente, los ingredientes de ese miedo suelen ser: una baja autoestima; una concepción perfeccionista del ser; una vivencia competitiva de las relaciones; un concepto erróneo de felicidad y satisfacción.

El primer paso es construir una sana autoestima que no esté basada en los logros sino en la satisfacción propia de existir. Una autoestima que enraíce con la esencia del ser: estoy vivo, pienso, siento, tengo capacidad de disfrutar, tengo derecho a ser y soy consciente, tengo capacidad de aprender y crecer… Una autoestima que se aleje de la competitividad, el éxito social y el tener. Es decir, eliminar el concepto de ‘talla’ y ‘altura’: todos damos la talla y la altura necesaria para encajar en muchos sitios y con muchas personas. No se trata de talla y altura sino de compatibilidad. En la fórmula de la compatibilidad entran en la ecuación ingredientes de ambas partes, y no porque sean mejores o peores, sino porque sean combinables. A veces son combinables dos personas muy desordenadas, a veces no son combinables dos perfeccionistas.

El segundo paso es aprender a dar un significado menos dramático al rechazo. Por un lado, es importante que afrontemos el rechazo como algo normal y sano en la vida para fortalecer nuestra personalidad y ser menos vulnerables. Por otra parte, es importante que no anticipemos el rechazo como estrategia de defensa o evitación porque así nos daremos la oportunidad de vivir experiencias que antes nos negábamos.

El rechazo no significa que no valgamos como personas. El rechazo significa que no somos lo que esa persona o esa organización necesitan para un tipo de puesto o relación. Eso no nos descalifica para el resto de relaciones, puestos, actividades… Si damos demasiada importancia a ese puesto o relación estamos sesgando la realidad, convirtiendo ese objetivo en algo mucho más importante y trascendente de lo que en realidad es. En estas situaciones, es necesario relativizar, dimensionar bien la situación y no dramatizar. No hay nada tan importante que deba hacernos sentir que no valemos.

Si anticipamos y nos centramos casi exclusivamente en que vamos a ser rechazados o que no vamos a dar la talla, estamos visualizando la opción menos estimulante de todas las alternativas posibles, lo cual no es nada motivador y nos reduce todo nuestro potencial para disfrutar, ser creativos, ser comunicativos, afectuosos , divertidos e interesantes. Es decir, estamos boicoteando nuestro proyecto.

La soberbia y el orgullo son con frecuencia productos paradójicos de la baja autoestima. Son reacciones que actúan a modo de armas ofensivo/defensivas. Estos rasgos pueden darse en las personas con temor al rechazo o a no dar la talla. Este tipo de reacciones se caracterizan por respuestas desproporcionadas, no justificadas y que no van acompañadas de una explicación ni una comunicación serena y racional. Suelen acompañarse de reacciones de dureza (silencios repentinos,  rechazos intencionados, críticas, menosprecio…). Estas actitudes nos muestran a personas con baja autoestima pero con una necesidad muy notable de protegerse y defender su parcela de integridad. En realidad, lo más probable es que nadie intente vulnerar esa parcela pero la subjetividad puede interpretar que sí. En cualquier caso, ese tipo de reacciones no son las más aconsejables para contestar a un potencial menosprecio o rechazo, sea o no intencionado.  Hay otros modos más eficaces de gestionar estas situaciones.

La soberbia y el orgullo, siempre provocan sobreactuación,  traen consecuencias inmediatas porque conllevan actitudes y conductas hostiles, tensas, faltas de afecto y empatía con la otra persona. Estas no son actitudes eficaces en una relación porque pueden provocar sorpresa, falta de afinidad, distanciamiento o cansancio. La soberbia y el orgullo puede engañarnos y hacernos creer que hemos ‘vencido’ porque hemos sido más agresivos o más rápidos en reaccionar que la otra persona. En realidad, nos hace perder oportunidades de relacionarnos de una forma madura y satisfactoria. Nos hace perder relaciones que merecen la pena y que nos pueden producir honda satisfacción.

Vivir con temor, sea a lo que sea, es una forma de limitar la vida y las posibilidades de satisfacción. El temor a… si no es gestionado de forma sana y por lo tanto superado, produce frustración y ansiedad.

No es bueno esconderlo o huir hacia delante. La vida es corta, hay que vivirla plenamente, y eso significa experimentar, explorar, construir… sin miedos, sin límites irreales, imaginarios, castradores.

Cuando se supera el miedo, la sensación de bienestar, libertad, autonomía, serenidad y fortaleza crecen exponencialmente. Todas estas sensaciones se retroalimentan y logran que la vida tenga mucho más sentido.

Perfiles de enamoramiento

¿Con qué perfil de enamorado/a te identificas?

Nos hace falta un tercer planeta !!!! Marte y Venus NO son suficientes para reflejar la diversidad que muestran los distintos patrones de enamoramiento.

Creo que muchas de las diferencias que suelen simplificarse en dos patrones, que a través del humor se hacen corresponder con estas dos deidades, en realidad consisten en patrones que podemos encontrar tanto en un género (planeta/deidad) como en el otro. Es decir, no tiene que ver con el género sino con la personalidad del individuo en cuestión.

Hay hombres y mujeres que se parecen mucho más entre ellos en su patrón emocional de lo que se asemejan a sus propios congéneres.

Por simplificar y atendiendo a la velocidad de cristalización de las emociones y su relativa solidez, se podría decir que hay tres patrones de enamoramiento:

Enamoramiento inmediato
Enamoramiento dubitativo
Enamoramiento paulatino

1. En el enamoramiento inmediato, apenas hay evaluación o valoración de la realidad. El sujeto que se enamora, sea del género que sea, solo necesita unas pocas señales para enamorarse y desplegar todos sus sentimientos al servicio de ese nuevo amor. Suelen ser personas enamoradizas, con gran facilidad para enamorarse y también desenamorarse. Hoy te aman y mañana están totalmente decepcionados. Se enamoran de una ilusión basada en cuatro señales pero sin tener en cuenta toda la realidad. Por eso, cuando la realidad se hace patente, con facilidad se desenamoran. Suelen tender a idealizar. Por lo general, no ven al sujeto del que se enamoran, solo ven lo que les encaja con su idealización. Suelen ser entusiastas, optimistas y muy halagadores en los primeros encuentros. Pasados estos momentos, suelen cambiar la actitud y pasar a ser distantes, mohínos, desconsiderados e incluso pueden ser groseros. En el trasfondo de estas conductas está la decepción, culpabilizando al otro de su desilusión.
2. En el Enamoramiento dubitativo, hay una constante fluctuación emocional entre la ilusión de estar enamorados, la inseguridad de sus emociones, y la sensación de no estarlo. Suele darse en personas con baja tolerancia a la incertidumbre y con gestión poco eficaz de procesos ambiguos. Por decirlo con una metáfora, no se encuentran a gusto en aguas templadas: necesitan calor o frío. Estas personas viven episodios de ilusión y episodios de desilusión en el mismo día. Ven señales positivas y negativas que les hace posicionarse en uno u otro estado emocional en muy poco tiempo. Son conscientes de que les falta información, datos y tiempo pero el hecho de no gestionar bien los periodos de incertidumbre lógica en todo proceso, les lleva a cristalizar ante los signos más inmediatos, tanto en sentido positivo (inclinación al enamoramiento) como en sentido negativo (inclinación al desenamoramiento). Suelen empatizar y sufren mostrando sus dudas. Viven el proceso de enamoramiento en una constante fluctuación que no termina de resolverse.
3. Enamoramiento paulatino. Suele darse en personas con bastante equilibrio emocional, conscientes de su personalidad y necesidades y respetuosas con las del otro sujeto. No suelen fantasear sobre la otra persona. Se enamoran a medida que conocen bien a la otra persona. Necesitan tiempo y experiencias para comprender al otro y experimentar las emociones adecuadas. No se reprimen en sus expresiones pero no sienten impulsos que respondan a una señal fugaz, suelen tener respuestas y conductas que responden a señales duraderas. Cuando se enamoran, lo hacen de forma sólida, saben por lo general qué rasgos y conductas de la otra persona les han provocado el enamoramiento.

Por descontado, si escogemos otro criterio distinto a la velocidad y solidez de cristalización, encontraremos otros patrones de enamoramiento con otras categorías posibles. La combinación de todos los criterios (rasgos) posibles que entran en la ecuación del enamoramiento nos facilitan un mapa bastante preciso de la personalidad de cada individuo con independencia de su género. Del mismo modo, el análisis de la personalidad puede predecir con bastante acierto el modelo de enamoramiento que va a seguir cada persona.

Estas categorías, por otra parte, no son excluyentes. Sobre todo las dos que están más cercanas: Inmediat-dubitativo; dubitativo-paulatino. Esto significa que una misma persona, con un patrón generalmente paulatino, en función de un cambio emocional puede atravesar otra categoría, deteniéndose más en aquella que refleje mejor su personalidad. Un estado de ánimo alterado puede generar el patrón dubitativo para dejar paso al patrón paulatino una vez restablecida la estabilidad.

Lo que resulta más difícil, es que alguien que tenga el patrón paulatino pueda experimentar el patrón inmediato y viceversa.

Por lógica, el patrón que mejor se adapta a la estabilidad, el bienestar y el equilibrio es el patrón paulatino. Eso no significa ausencia de emociones, significa vivir las emociones con intensidad, solidez y realismo. Los patrones paulatinos se pueden entrenar, facilitando madurez y solidez a nuestras conductas.

Enamoramiento

Enamorarnos con realismo

El enamoramiento es el proceso en que emociones muy positivas hacia otra persona se despiertan e intensifican, al tiempo que sentimos mucho interés, curiosidad y deseo de estar con ella, produciéndonos mucho placer y satisfacción, cuando es correspondido.

Alegría, ilusión, expectativas positivas, afinidad, admiración, complicidad, motivación, energía, deseo de compartir, afecto, ternura, erotización… son algunas de las emociones y actitudes que nos inundan, creando un estado muy placentero.

Son emociones que generalmente se acompañan con la creencia de que esa otra persona puede llegar a significar algo importante en nuestra vida.

El enamoramiento puede contener dosis más o menos altas de realismo. Dosis altas,  porque las emociones que sentimos estén fundamentadas en la realidad y nuestro conocimiento racional de esa persona; o bien, al contario, bajas dosis de realismo, porque nuestras emociones no respondan a hechos, información o datos reales y sean producto de nuestras fantasías, idealizaciones o sesgos. Obvio es decir que cuanto más realismo fundamente nuestras emociones, más probabilidades tendrá el enamoramiento de ser satisfactorio y/o consolidarse en amor y en una relación solida y duradera.

La alegría e ilusión que provoca el estado de enamoramiento son un aliciente para sentirnos enamorados. Esa ilusión es tan grata y estimulante  durante el proceso de enamoramiento que deseamos sentirla y nos revelamos ante la idea de que se termine. Por esa razón, el enamoramiento puede tener bastante de adictivo si no somos capaces de situarnos en la realidad y nos dejamos llevar por las fantasías.

Hay ocasiones en que las circunstancias de una o ambas personas impiden que un enamoramiento que es realista se pueda disfrutar. Para enamorarse de forma realista no basta con que entre las dos personas exista una gran atracción, afinidad y deseo, es necesario que se den las circunstancias para que ese enamoramiento pueda desarrollarse.

En qué medida el enamoramiento responde a la realidad o a nuestros deseos de sentirnos enamorados, es algo que debemos descubrir nosotros mismos. Sin embargo, hay ciertas reglas, por así llamarlas, que nos van a facilitar la labor para discriminar si nos hemos enamorado sobre bases reales.

Las reglas del realismo

  • Coherencia entre conductas. Las conductas de la persona a quien va dirigido nuestro enamoramiento son muy similares en distintos ambientes y escenarios: con nosotros, con su familia, con sus amigos, con sus colegas, etc. No hay discrepancias notables.
  • No hay parcelas de su vida que queden ocultas a nuestra mirada o interés. Su trayectoria y su explicación de la misma nos resultan coherentes.
  • Sentimos que nos abre su mundo adulto sin reservas. Las reservas injustificadas indican reparos, dudas, contradicciones, ocultaciones…
  • Sentimos que encaja en nuestro mundo sin reservas.
  • No hay conductas suyas que nos resulten chirriantes, desagradables, muy difíciles de aceptar, etc.
  • No invade nuestra privacidad; no da muestras de querer controlarnos; no da señales de celos o desconfianza;
  • Sentimos que tiene interés real por conocernos y por saber de nuestra vida: pregunta, escucha, siente curiosidad pero sin intimidar, sin presionar…
  • Sus manifestaciones de afecto se dan en todos los escenarios compartidos, no sólo en la intimidad o la soledad de ambos. Su afecto lo muestra en situaciones de cariño y en situaciones de deseo sexual, no sólo en uno de los dos ámbitos.
  • Notamos su interés por tener contacto y por vernos.
  • Se manifiesta claramente sobre sus sentimientos, sin ambigüedades, sin remilgos, sin recelos, aunque con su propio estilo; pudiendo ser una persona más o menos extrovertida, expresiva…
  • Nos sentimos a gusto, sentimos que todo fluye, sentimos que hay cabida para nuestra personalidad, no necesitamos fingir.
  • Nos sentimos alegres, contentos, ilusionados, confiados. El enamoramiento nos añade bienestar, no nos lo quita. No sentimos ansiedad, no sentimos tristeza, no sentimos inseguridad, no sentimos desconfianza…

Probablemente habrá otras ‘reglas’ también útiles. En principio, si todas estas reglas se cumplen, son un indicador muy fiable de que nuestro enamoramiento tiene una base real sólida. Notaremos que todo fluye, que cada vez estamos más seguros y que la ilusión se ve reforzada y la relación se hace más sólida y fuerte.

Si hay varias de estas reglas que no se cumplen satisfactoriamente o no lo hacen en ninguna medida, nos deberemos replantear si queremos invertir tiempo, emociones, esfuerzo e ilusión en algo que no se ajusta a un patrón satisfactorio de enamoramiento.

Obviamente, para explorar todos estos aspectos, evaluarlos y tomar decisiones al respecto, necesitamos un tiempo prudencial. No conviene que nos precipitemos ni que alarguemos ese tiempo si durante el proceso, nos damos cuenta que no avanzamos y que hay barreras infranqueables o situaciones estancadas (comunicación, encuentros, afecto, deseo sexual, espacios compartidos, discusiones, etc.). No es muy saludable empeñarse en algo que no está funcionando.

Si se pueden hablar estas cuestiones, mucho mejor. Es muy positivo que nos podamos explicar y que nos demos el derecho de expresar abiertamente lo que queremos, lo que esperamos y lo que necesitamos y no se está produciendo. De esas conversaciones puede que surja el encuentro o puede que el desencuentro se haga más evidente. Si no podemos hablarlo, se pone de manifiesto una dificultad añadida.

Las confluencias y las divergencias, van a darnos muchas pistas sobre la idoneidad o no de nuestro enamoramiento.

El ejercicio de poner fin a una ilusión es un ejercicio personal, solo se pone fin cuando uno así lo decide y lo aplica. De hecho, hay relaciones cuya ruptura se ha producido y sin embargo no es aceptada por uno de sus miembros. En estos casos, una de las dos personas se empeña en continuar con expectativas, ilusiones y fantasías cuando la evidencia le niega esa posibilidad. Es una conducta muy insana que puede deteriorar la autoestima de quien la ejerce.

Es necesario, ineludible, que se produzca la aceptación de la desilusión, el desencuentro, la imposibilidad, la ruptura o la incompatibilidad dentro de una relación. Esta aceptación es un ejercicio de responsabilidad con uno mismo y también con los demás. Es una actitud de respeto y de sana autoestima. Puede ser difícil o costoso en términos emocionales pero el resultado a corto plazo es muy liberador, produce paz interior y bienestar, nos ayuda a confiar en nuestra capacidad para dirigir nuestra vida y orientarla hacia donde más conviene.

La desilusión es pasajera, es como un pequeño duelo porque perdemos algo que nos alegraba y producía mucho placer. La no aceptación produce efectos negativos a corto, medio y largo plazo; sus consecuencias no son pasajeras.

Cuanto antes aceptamos las desilusiones, antes nos centramos en todo lo bueno y satisfactorio que tiene nuestra vida. Si no somos capaces de ver todas las cosas buenas de nuestra vida, el problema no está en la desilusión, está en nuestra dificultad para que la vida nos motive lo suficiente. En este caso, conviene que tomemos medidas para cambiar esa actitud desmotivada. El enamoramiento nunca va a ser la solución a nuestra desmotivación o a nuestros problemas.

Amor, control y posesión

La película “El Hilo Invisible” es un excelente escenario para identificar conductas poco saludables en las relaciones de amor.

El hilo invisible analiza con gran acierto la relación de amor que van tejiendo  un hombre y una mujer bastante más joven. La sorpresa, el suspense, la sutileza, la inteligencia, la estrategia, el poder, el miedo, el control y la posesión  se  combinan con gran maestría en el guión y la dirección.

El guión describe el poder como forma de relación y las estrategias de control que puede adoptar el amor cuando convierte al sujeto de su deseo en algo que quiere poseer. Describe la imperfección del amor que así es aceptado por sus protagonistas. En las relaciones, quien parece estar al control del más mínimo detalle de su entorno es en realidad controlado por mentes y voluntades más resistentes y entrenadas a escenarios sin protección. Quien parece controlar todo, desarrolla barreras para proteger su vulnerabilidad, mientras que la aparente vulnerabilidad de quién parece plegarse, se convierte en la inquebrantable cadena montada con eslabones de tesón, resiliencia, afecto, cuidado, protección, adaptación y crueldad dosificada…

Fantástica descripción de la complejidad humana y de las estrategias que cada persona desarrolla para lograr sus objetivos en la vida. En los personajes podemos observar conductas obsesivas, perfeccionismo, pasividad agresiva, posesividad, resiliencia, inocencia, aprendizaje… Todo un abanico de rasgos y personalidades.

Con maestría, el guión, la dirección y actrices-actores  logran narrar muchas cosas en diálogos cortos e intensos; muchos primeros planos y ninguno prescindible; una atmósfera y un ritmo que acompañan y apoyan muy bien la trama.

Daniel  day Lewis, logra un gran propósito: no convertir el personaje en una estrella de cine. Logra que el personaje sea real, auténtico y que sintamos una mezcla entre rechazo, interés, comprensión y ternura por él. Es un papel muy trabajado, sobrio, eficaz y creíble. No es un personaje para un papel espectacular: representa a un exitoso modisto inglés,  muy peculiar, con una necesidad patológica de perfeccionismo, control y rutinas… Daniel d Lewis, no intenta llevarse todo el protagonismo y funciona muy bien porque permite disfrutar mucho de la protagonista y de la segunda actriz.

Lesley Manville, lleva a cabo una espléndida interpretación. Su rostro está lleno de matices, consigue que su cuerpo nos transmita fielmente sus emociones, actitud, reflexiones  e intenciones. Es una magnifica actriz, que logra interiorizar el personaje y hacerse con él en una aparente sencillez. Hacer sencillo lo complejo es un arte. Su personaje está lleno de sorpresas, es un personaje que despierta la curiosidad a medida que nos adentramos en la trama. Maneja muy bien el significado emocional de las posturas, evitando en todo momento caer en ningún tipo de histrionismo. Hay escenas fabulosas en las que ella y la hermana del modisto realizan enfrentamientos con una pulcritud impresionante, entre las dos logran comerse la pantalla. Están geniales.

Vicky Krieps realiza el personaje de la hermana. No se le puede pedir más, hace lo necesario para contribuir a que todo el guión tenga sentido. Su personaje es el de la gran estratega dedicada en cuerpo y alma a la obra del hermano, que en el fondo es su propia obra. Alimentando las patologías del hermano, consigue un estatus, poder y control casi inexpugnables, hasta que llega otra gran estratega con un estilo y personalidad completamente distintas. El papel de Krieps es hábil, contenido, cuidadoso. Espléndida actuación.