Acompañar en los sentimientos de duelo

Cada persona, un duelo

¿No sientes lo que ‘se espera’?

No cuestiones tus sentimientos cuando pierdes a un ser querido. Acepta lo que sientes, no te impongas ningún patrón.

Tristeza, pena, pérdida, dolor, injusticia, enfado, resignación, aceptación, ira, negación, paz, alivio, serenidad, bloqueo, ausencia, insensibilidad, distanciamiento, comprensión, entendimiento, incertidumbre, inseguridad, miedo, soledad… son algunas, entre otras muchas emociones que podemos sentir cuando muere una persona amada y significativa para nosotros.

Cada una de estas emociones y muy diversos pensamientos e imágenes pueden aflorar cuando fallece alguien querido, cercano o significativo. El duelo puede contener muchas emociones. Salvo el hecho de la pérdida, no hay un patrón universal de sentimientos o pensamientos ante la pérdida de alguien. Tampoco existe un patrón universal para la intensidad y la duración del duelo. Por lo tanto, conviene aceptar lo que cada uno siente, piensa y necesita durante esta vivencia, sin cuestionarse o sorprenderse porque las emociones propias no encajan con algún patrón establecido, o con lo que uno pensaba que ‘debería’ sentir o con lo que suponemos que se espera de nosotros.

Procesos de duelo

Cuando se habla del duelo y de las etapas del duelo, creo que podemos estar simplificando una realidad que es más diversa, compleja y amplia. Damos por hecho que todo el mundo siente de modo parecido ante la muerte de un ser querido y pasa por las mismas etapas. Creo que esta simplificación no abarca la diversidad de todas las personas en esos procesos, y como consecuencia muchas personas no se identifican con esos estereotipos y, en consecuencia, pudieran, sentirse confundidas, raras, ajenas, extrañas, culpables, disfuncionales…

La intensidad de nuestras emociones también puede ser diversa, fluctuante, contradictoria, incomprensible a simple vista. Los sentimientos intensos se pueden producir en unas personas y no en otras, o se pueden producir en la misma persona ante unas circunstancias y no ante otras. Respetemos esa diversidad, aceptemos y tratemos de comprender nuestros sentimientos. No aceptemos como propia la forma de sentir de otros, no nos impongamos estereotipos que no encajan con nuestras necesidades ni con nuestra realidad.

La duración de los sentimientos también difiere de unas personas a otras y en distintas circunstancias. Los sentimientos pueden no manifestarse siempre de forma inmediata y, sin embargo, podemos tener presentes a nuestros seres queridos de forma permanente y dedicarles con el recuerdo muchos momentos de ternura. En otros casos, los sentimientos pueden ser de gran intensidad y dolor, manteniéndose durante un largo tiempo.

Los sentimientos iniciales que acompañan a la muerte de un ser significativo reflejan el modo en que nos afecta su desaparición en ese momento. Pueden reflejar la pérdida, la pena, el desconsuelo, la rabia, el miedo, las contradicciones… Cada persona que fallece significa un vínculo e interés diferente para los allegados y para las personas a las que afecta su muerte. La pérdida de cada ser representa un vacío distinto en nuestra vida, el dolor no puede ser el mismo en todas las circunstancias.

Además, hay personas que son muy conscientes de lo que la pérdida supone en el instante de producirse, otras personas necesitan el día a día de la ausencia para sentir la pérdida. La pueden sentir durante años, sin que eso les dificulte una vida saludable.

En muchos casos, la pérdida no nos produce un dolor agudo o difícil de soportar, es una pérdida que podemos asumir con emociones tenues. No obstante, esa aceptación va acompañada de tristeza y pena porque amábamos a esa persona y nos apena saber que ese ser querido ya no va a disfrutar de la vida, eso nos duele, nos duele también no poder compartir muchas cosas que habrían sido motivo de su alegría y de la nuestra. En estos casos, el dolor se puede experimentar al inicio, cuando nos despedimos, y con el tiempo se transforma en añoranza, cuando nos acordamos de ella. Sin embargo, es un sentimiento propio, porque la persona fallecida ya no siente, sentimos por ella, nos apena pensar que ella no puede siente. De alguna forma, queremos dar continuidad a su existencia a través de nuestros recuerdos y nuestros sentimientos y, ciertamente, creo que lo hacemos.

En otros casos, la pérdida de un ser querido significa un profundo y amplio desgarro para nuestra vida, produciendo un profundo vacío en nuestra vida cotidiana, en nuestro proyecto vital, en nuestra comunicación diaria, en nuestra necesidad de amar y ser amados, en nuestras ilusiones, en nuestro futuro. Los sentimientos serán consistentes con esa pérdida y se expresarán según la personalidad de cada uno. De ningún modo hemos de establecer cuáles han de ser esos sentimientos y cómo hemos de sentirlos.

Hay personas que se ven incapaces de vivir la intensidad de sus emociones de pérdida, y esa sensación de incapacidad les produce miedo. Como respuesta al miedo, bloquean las emociones para evitar la ansiedad. Hemos de respetar ese miedo y, si nos piden ayuda, acompañarlas a que descubran su capacidad y desarrollen esa capacidad para transitar los sentimientos, aceptando las emociones perturbadoras y diluyendo el miedo a sentirlas.

A veces el duelo comienza anticipadamente, cuando ingresamos a una persona muy enferma o cuando la distancia se ha instalado en nuestras vidas. El duelo anticipado consciente es también parte de un proceso de aceptación, cuando tomamos conciencia de que la pérdida se va a producir en un plazo delimitado. En muchos casos, el sufrimiento y el deterioro de la persona hace que el duelo por la pérdida se anticipe y también se transite al tiempo que el alivio por el descanso en paz. Aún en el caso de un duelo anticipado, es posible que quede espacio para un cierto duelo. Sin embargo, en estos casos puede ser habitual que los sentimientos de su fallecimiento no sean muy intensos porque el proceso haya sido paulatino.

Muchas veces, el temor, la angustia y el desasosiego derivan de sentimientos que reflejan algún conflicto interior o pensamientos que nos generan inquietud, o inseguridad porque no alcanzamos a entenderlos. Si queremos alcanzar la paz y la serenidad es necesario nuestra plena aceptación. Para aceptarnos, conviene tomar plena conciencia de lo que sentimos y pensamos. Quizás en estas circunstancias podamos ayudarnos de psicólogos/as que nos acompañen en este proceso que puede resultarnos perturbador y/o difícil.

El día a día que vivimos después de la pérdida nos puede traer vacíos, gestos hacia el ser querido, pensamientos de lo que vamos a hacer con esa persona, que se van a agotar en cuanto tomamos conciencia, sueños despiertos y dormidos. Aunque ninguno de ellos va a obtener respuesta todo ellos siguen llenos de sentido porque son la manifestación de nuestro vínculo con esa persona. Lejos de luchar contra esos gestos, es bueno que los aceptemos con ternura y sin miedo ni angustia.

Los estereotipos sobre el duelo

Sin embargo, a pesar de la importancia de respetar la autenticidad y la gran diversidad de sentimientos, hay estereotipos sobre el duelo. Los estereotipos son imágenes rígidas y reducidas de cómo deben ser las cosas. A través de esos estereotipos la sociedad nos indica qué hemos de sentir en esos momentos, de ese modo nos clasifica y nos etiqueta, señalándonos qué ‘debemos’ sentir y cómo ‘debemos’ comportarnos como ‘viudos’, ‘huérfanos’, ‘afligidos’, etc. Esa clasificación genera reglas, normas, costumbres y facilita un comportamiento homogéneo, ‘controlable’ hacia los que despiden a un ser querido. También facilita el comportamiento del resto de la sociedad, simplificando la conducta que puede manifestar con las personas directamente afectadas.

Los estereotipos sobre el duelo además de simplificar e incluso confundir las necesidades de las personas directamente afectadas, tienen como función proteger o cuidar al resto de la sociedad. La excesiva simplificación que a veces se produce durante un velatorio o un entierro, protege los intereses de una sociedad que mediante una o dos ceremonias ‘cumple’ con sus ‘deberes’ de compasión. Por esa razón, demasiadas veces, los afectados no hallan consuelo en esas ceremonias.

Otras veces esas ceremonias sí se ajustan a las necesidades de los afectados directamente. La función de las ceremonias con la asistencia de muchas personas puede ser la de acompañar y ayudar a que los afectados por la pérdida puedan compartir sus sentimientos. Esas horas iniciales, de acompañamiento pueden significar que las personas sientan menos un vacío inicial. Así mismo, pueden contribuir a que el afecto, ternura, atención e interés mostrados por los participantes, protejan del desgarro, desconsuelo y del profundo dolor, a las personas que los sufren.

Las necesidades van a ser distintas en cada persona. Se pueden no necesitar ceremonias, o  necesitar ceremonias muy íntimas, o se pueden necesitar muchas ceremonias… Todo es respetable y se ha saber escuchar a cada persona. Cuando los directamente afectados sienten que les sobra cualquier ceremonia, y que lo que desean es transitar esa pérdida en la intimidad, todo acto de pésame o de compartir el duelo que no se ajuste a esa necesidad puede resultar un agravante para su proceso, puede resultar un conflicto y puede dificultar la vivencia plena, sosegada y serena del duelo personal.

¿Por qué necesita la sociedad crear estereotipos? Porque la sociedad puede ser disfuncional. La sociedad genera estereotipos cuando no es capaz de comprender la realidad en toda su complejidad y/o no es capaz de responder adecuadamente a las necesidades de los afectados. La sociedad construye estereotipos para huir de la responsabilidad o del miedo que le produce no tener respuestas satisfactorias para acompañar a los afectados. La sociedad también elabora estereotipos cuando no sabe cómo actuar ante lo desconocido o lo ignorado. Incluso la muerte natural, para muchas personas continúa siendo fuente de temor, miedo, ansiedad, angustia, incertidumbre, y muchas de estas personas necesitan liberarse con cierta prisa de los sentimientos que provoca.

El resultado de los estereotipos puede dar lugar a que, ante la muerte de alguien significativo, además de nuestros propios sentimientos, nos veamos forzados a soportar la presión social de los estereotipos, que nos indican cómo deberíamos sentirnos y qué imagen debemos dar al exterior o cuál es la conducta adecuada. Muchas veces, a nuestros respetables sentimientos (sean cuales fueren), hemos de sumar otros sentimientos como el conflicto, la culpa o la extrañeza e inseguridad, porque no sentimos lo que la sociedad nos ‘exige’ sentir; porque no sentimos lo que las personas a nuestro alrededor nos hacen pensar que tendríamos que sentir en esos momentos, e incluso porque nosotros mismos nos obligamos a sentir conforme a esos estereotipos. Esa extrañeza nos genera un conflicto, nos hace cuestionarnos nuestra capacidad para amar, nuestra capacidad para ser miembros de una sociedad. Conviene huir de esos estereotipos y respetar lo que cada uno pensamos y sentimos.

A veces, el duelo puede ir acompañado de miedo o temor a no ser capaces de superar la extremada intensidad del desgarro, el desconsuelo, el dolor y la tristeza. La intensidad se reduce mucho con el tiempo, a medida que vivimos la ausencia de la persona fallecida, y nos habituamos a convivir con la tristeza profunda y permitimos que nos acompañe en las actividades de nuestra vida cotidiana.

Para algunas personas, escribir su experiencia, narrar la trayectoria de sus emociones, les ayudará a expresar, comprender y aceptar con más claridad sus pensamientos y sentimientos. Otras personas prefieren verbalizar y compartir con alguien presente, en este caso, conviene que elijamos a aquellos que saben escucharnos, respetarnos y acompañarnos en nuestros sentimientos.

La empatía

La empatía con quien ha perdido a un ser querido consiste en acompañar a esa persona en sus propios sentimientos y necesidades. Esta compañía puede consistir en dejarla tranquila y no imponer nuestra presencia o puede consistir en no dejarla sola en ningún momento. La empatía no consiste en dar por hecho qué es lo que está sintiendo, qué necesita y cómo debemos ayudarla. El acompañamiento significativo consiste en mostrarse discreto, en segundo plano, respetando el proceso de las personas cercanas a los fallecidos.

Por eso, la expresión «Te acompaño en el sentimiento» es muy acertada. Quiere decir que, con independencia de lo que sintamos, sin prejuzgar ni dar por hecho qué estamos sintiendo, nos acompañan en nuestros sentimientos, sean cuales sean, respetando nuestra personal manera de sentir.

Cada persona puede sentir distintas emociones, porque cada persona tiene una relación única con el ser que ha fallecido. Además, las circunstancias en que fallece la persona querida y las características del vínculo y de la relación, así como rasgos de personalidad, van a influir en nuestras emociones y en nuestro proceso de afrontamiento de la pérdida. La misma persona puede sentir distintas emociones en momentos diferentes, incluso ante la misma pérdida.

Cuando alguien pretende mostrar empatía con nuestro duelo y, sin preguntar qué sentimos, nos dice cosas como «debes estar muy triste» o «qué mal lo tienes que estar pasando» o «comprendo que estés muy angustiado» o «qué horror lo que estáis pasando»… quizás se aleje de empatizar con nuestro duelo y nuestra personal forma de sentir la pérdida, porque, sin darse cuenta, lo que hace es proyectar estereotipos. Cuando no conocemos lo que siente la persona afectada, la expresión «te acompaño en el sentimiento» tiene mucho más sentido y cobra todo su significado.

Escuchar y comprender

El respeto por los sentimientos de aquellas personas que han perdido a alguien significativo consiste en escuchar atentamente y con amplitud mental cuáles son esos sentimientos, aceptarlos e intentar comprenderlos. El respeto y la ayuda -si es que la necesitan- consiste en empatizar con su realidad, con su personal modo de vivir la situación, con su derecho a sentir lo que sienten, con su libertad para construir su personal forma de entender la pérdida.

Hay distintas maneras de acompañar a los afectados, desde distintas actitudes, sentimientos y funciones. Cada acompañante tiene un papel distinto. Cada persona cumple una función distinta. Hay personas muy cercanas, íntimas y con una presencia continua, profunda y muy significativa en nuestras vidas y por lo tanto en esa pérdida, que puede ser común. La presencia de otras personas tiene también un carácter afectivo, pero de menor intimidad, profundidad y significado, su presencia es grata y nos conforta porque es un acto de solidaridad. Hay otras personas cuya función tiene un carácter más protocolario. Es saludable que sabiendo cada cual su función, el acompañamiento sea genuino y sincero. Para acompañar necesitamos empatía, respeto auténtico y discreción, sin protagonismos y sin excentricidades ni estereotipos. De lo contrario, incorporamos un componente que distorsiona el significado de la ceremonia o del acompañamiento sencillo, introduciendo conductas disfuncionales.

Un abrazo

Confinamiento y otras dificultades

Qué actitudes y conductas nos van a mantener en un buen estado emocional para afrontar situaciones difíciles.

Aceptación vs Conformidad

Las sugerencias que listo a continuación son válidas y útiles para cualquier situación difícil, en donde se produce un cambio drástico, una enfermedad sobrevenida o una catástrofe natural.

Más que nunca, en este tipo de circunstancias, conviene empezar por aceptar la contrariedad, la incertidumbre y los problemas que surgen, para adaptarnos a las exigencias de una crisis de este calibre. La aceptación, no significa que nos conformemos con la situación, significa que no luchamos contra nuestros sentimientos ni contra lo inevitable, y nos orientamos a buscar soluciones, recursos, reacomodos y aprendizaje, echando mano de nuestras habilidades (cognitivas, emocionales, sociales…).

Por otra parte, hemos de ser conscientes que en nuestras decisiones y conductas están las soluciones, así como la rapidez en alcanzarlas.

En situaciones de cambio drástico, todos cambiamos nuestras rutinas y, sobre todo, los primeros días nos podemos sentir desubicados y quizás con una cierta ansiedad y temor.

Estos sentimientos en una medida baja son lógicos, y conviene gestionarlos con serenidad para que resulten útiles. Un poco de incertidumbre, desasosiego y temor, son razonables y nos pueden ayudar a enfocar nuestra atención hacia la búsqueda de conductas preventivas saludables y actividades de entretenimiento y productivas que tan necesarias pueden ser con el confinamiento.

Actitudes para afrontar

Sin embargo, cuando los sentimientos que en cierta medida son razonables y eficaces traspasan ese nivel y se incrementan o agudizan, se pueden convertir en nuestros principales enemigos. Para mantenerlos en un nivel razonable y sano, es necesario adoptar las actitudes y conductas adecuadas. Me permito sugeriros cuales pueden ser más eficaces:

  1. Habituarnos a las medidas preventivas. Dedicar todo el tiempo necesario a adquirir estos hábitos, pensarlos, dotarlos de sentido y aplicarlos con plena conciencia de lo que estamos haciendo. Adquirir hábitos lleva un tiempo, una intencionalidad y una dedicación.
  2. Convertir la preocupación en ocupación. Las medidas preventivas y otras actitudes (leer, escribir, coser, cocinar, limpiar, bricolaje, ayudar, ordenar, jugar…) nos hacen ocuparnos con responsabilidad de la situación y, por lo tanto, evitan que nos preocupemos innecesariamente. Las preocupaciones las vamos resolviendo con eficacia y sin dejar que se acumulen en nuestra cabeza. Dedicamos un tiempo a cada cosa.
  3. Auto instrucciones. Mientras lo hacemos, nos damos mensajes de confianza: “Lograré resolverlo”, “Aprenderé a hacerlo”, “Esto es otro paso más en mi evolución”, “He aprendido de otras situaciones, también de esta”, “Me he adaptado en otras ocasiones y he superado otros problemas, esta vez también”, etc. Estas auto instrucciones pueden ser en voz alta o en nuestro dialogo silencioso.
  4. Buen ánimo. Las auto instrucciones de confianza y las conductas proactivas saludables me sirven para frenar los miedos irracionales y también para colocar mi estado de ánimo en un buen nivel de energía y esperanza, dos actitudes que favorecerán mi salud, sin duda.
  5. Auto reconocimiento. Sentirnos satisfechos por llevar a cabo lo que son conductas de salud y es nuestra responsabilidad individual. Reconocernos esas buenas actitudes. El auto reconocimiento nos ayuda a tomar conciencia de nuestro papel positivo y del valor de nuestros actos. Con ello, nos provocamos estar contentos y alegres. Nos generamos buen ánimo.
  6. Visualizar.  Todos los días y varias veces, pararnos en silencio y ver en nuestra imaginación cómo esta situación dentro de un tiempo habrá pasado entre otras razones porque habremos aprendido a afrontarla. Visualizar que nuestra conducta y actitud van a contribuir a ello de forma muy notable e imprescindible. Visualizar que saldremos más reforzados de ella, que habremos aprendido cosas importantes y que el mundo, probablemente, también aprenderá.
  7. Desmontar el estrés y la ansiedad. La confianza en nuestros recursos y capacidades, entrenada todos los días y varias veces al día, nos dará serenidad, calma, seguridad y paz. Estos ingredientes son necesarios para evitar el estrés, la ansiedad y, por lo tanto, mantener nuestro sistema inmune en buenas condiciones de respuesta ante las amenazas del virus.
  8. Parar. Comprender que esta es una oportunidad para calmarnos, serenarnos y ‘parar’ un poco esta vida ajetreada, reduciendo la velocidad y tomando decisiones pequeñas o grandes con la confianza en nuestros recursos. En este blog podéis encontrar otras reflexiones que quizás os resulten de utilidad estos días.
  9. Ejercicio ‘dentro de casa’. Hacer ejercicio en casa, pasear cada cierto rato, tomar el sol aunque sea a través de la ventana. Si salimos de forma individual a comprar alimentos o productos de farmacia, aprovechar para disfrutar de ese rato. Valorar todas estas pequeñas cosas y tomar conciencia de lo importantes que son cuando nos faltan, pero que siempre hay alguna cosa para disfrutar que podemos valorar.
  10. Comida saludable. Aprovechad que estamos más tiempo en casa para cocinar cosas ricas o para aprender a cocinar. Puede ser entretenido, divertido y muy saludable.
  11. Proyectos. Puede ser una buena ocasión para iniciar algún proyecto para el que no teníamos el tiempo o la tranquilidad necesaria. Quizás disponemos de más horas libres, que antes destinábamos a vida social. Estas horas pueden ser de gran utilidad para emprender unos estudios, para ampliar nuestra formación, para aprender a tocar un instrumento, para iniciar una actividad como la escritura, etc. Iniciar un proyecto que nos interese puede ser muy satisfactorio.
  12. Informarnos lo necesario. No atender a falsas noticias y bulos. Informarnos directamente en las páginas web de la OMS y del Ministerio de Sanidad o de la propia Comunidad Autónoma.
  13. Equilibrio. Procurar reducir el número de horas y veces que vemos las noticias en la TV. Elegir un canal y programa que nos ofrezca información clara y con profesionales sanitarios. Tomar conciencia de que las televisiones viven de la audiencia, pero cada ciudadano ha de cuidar de su salud. Es preferible ser comedidos con las noticias.
  14. Solidaridad. Recordar que cada uno de nosotros tiene un papel en la solución y que sin esa aportación todo es más difícil. Acordarnos de quienes lo están pasando peor: enfermos graves, sanitarios en centros desbordados, familiares de ambos.

Homeostasis Social

Equilibrio y Salud

La naturaleza, la sociedad humana y las personas que la constituimos formamos un sistema en interacción. Ese sistema lo podemos comparar con un edificio, con su estructura, sus cimientos, sus materiales, su superficie, su altura, sus espacios, etc. Para que el edificio se mantenga, funcione y sea estable, es necesario que respete un principio fundamental: el equilibrio. Con los organismos vivos sucede igual, la homeostasis o equilibrio es fundamental para su supervivencia.

El equilibrio de una sociedad también es la mejor garantía para prevenir y defenderse con eficacia de los efectos de cualquier amenaza al colectivo o a sus individuos.

El desequilibrio provoca grietas, desajustes, disfunciones, vulnerabilidad, descontrol, injusticias y situaciones de caos.

La química del cerebro

Básicamente, nuestro cuerpo es química, y el cerebro es su sala de máquinas. El cerebro es una maravilla de la evolución: es química (biológia) + experiencia individual (psicología) + experiencia colectiva (sociedad y cultura). Para que un organismo funcione bien, necesita una homeostasis o equilibrio. Para que un cuerpo y una sociedad funcionen bien, necesitan un equilibrio entre esos tres elementos bio-psico-sociales.

El cerebro humano es producto de esa extraordinaria plasticidad de la química, de los procesos evolutivos, y de la interacción social.

De modo que hoy podemos hablar de cerebro colectivo, ya no somos química, somos una combinación extraordinaria bio-psico-social. Desde una simple palabra hasta una compleja fórmula para producir un medicamento, son producto de la evolución social y del ‘almacenamiento’ cultural que ha generado la humanidad en su conjunto. Ese almacenamiento se actualiza en los cerebros individuales a través de la Educación, la cultura y la socialización.

El cerebro colectivo

Cuanto más equilibrio se produzca en el sistema social, mejor se comparte el legado cultural y más individuos lograran participar de los logros colectivos. Cuantos más individuos accedan al cerebro colectivo, más contribuirán a su sostenibilidad, supervivencia y enriquecimiento.

El cerebro colectivo siempre ha querido comprender y controlar su entorno, para ello genera teorías, religiones, rituales y costumbres, la observación, la contrastación y, por último, el método científico.

El cerebro colectivo, en sus manifestaciones científica, política, académica, solidaria e incluso visionaria, ha hecho posible el avance del conocimiento, la investigación, la filosofía, las leyes, la medicina, los fármacos, la higiene, salud, alimentación, prevención, etc. Todo ello nos ha llevado a prolongar la esperanza de vida hasta duplicarla en cuestión de un siglo.

Ese cerebro colectivo también ha creado instituciones supranacionales de carácter global como la OMS (WHO en sus siglas en inglés); la FAO; Naciones Unidas; OCDE; etc., con el objetivo de crear conocimiento común, colaborando entre todos los países miembros para compartirlo y aplicarlo, persiguiendo una sociedad global más equilibrada en términos de bienestar, salud, rentas, derechos y oportunidades de todos los individuos que comparten el planeta.

La misión de estas organizaciones no es fácil, ni rápida, ni exenta de vaivenes, problemas y esfuerzo. Sin embargo, hasta la fecha, son el proyecto más ‘humanista’ y equitativo.

Una de las mayores dificultades para estas organizaciones y su misión humanista es que el cerebro colectivo no siempre rema en la misma dirección. Hay individuos y grupos que se alimentan de él en una u otra forma, pero boicotean su esencia.

Hoy en día, tenemos suficiente experiencia para ser conscientes de la importancia del equilibrio social y de preservar lo valioso de la cultura humana. Sin embargo, sigue habiendo individuos (disidentes) a quienes este principio no convence. Su visión es individualista, por egoísmo y por ceguera se olvidan de que su posición es debida al esfuerzo colectivo previo y coetáneo.

El equilibrio consiste en conjugar la evolución y cultura colectiva para proteger una evolución controlada, consciente, responsable y sostenible, al tiempo que se potencian y protegen los derechos y el desarrollo de cada persona.

Las divergencias

Las divergencias y disidencias se plasman en las ideologías, en los criterios, en las prioridades, en los valores y en las conductas y decisiones de las personas, de los grupos sociales y de los políticos y los partidos a los que representan.

Hay divergencias que se producen por ignorancia. Muchas personas piensan que la pobreza, la desnutrición, la falta de educación, el hacinamiento y la falta de oportunidades son responsabilidad del individuo, no de la sociedad.

Hay divergencias que se producen por miedos, complejos, prejuicios, cegueras y/o egoísmos. Por ejemplo, algunas personas quieren más privilegios que otros, se inventan un sistema para justificar su derecho a esos privilegios y desarrollan leyes, normas y estructuras sociales que los reproducen. Aunque no los legitimen, viven protegidos por un sistema de vasallos, adláteres y conniventes a los que alimentan.

Hay divergencias que se producen por falta de conciencia y/o ética. Por ejemplo, la utilización de los servicios de prostitución a pesar de que es una lacra social que atenta contra la salud, la dignidad, la igualdad, el desarrollo o la equidad de una gran parte de la humanidad.

Hay divergencias que se producen por sociopatía y/o psicopatía. La trata de seres humanos, la explotación de la mano de obra, las estafas, los timos, la malversación, los abusos de poder, los asesinatos…

Podría extenderme mucho más, pero creo que los ejemplos aportados ilustran con claridad el tipo de discrepancias o divergencias de ese cerebro colectivo.

Las que más me interesan aquí y ahora son el conjunto de las divergencias que se producen por la inercia. Inercia que es consecuencia de una sociedad que atiende al principio del constante movimiento y crecimiento, sin pararse a reflexionar, creando sectores de la sociedad con un inestable entramado social sin un rumbo consciente, que actúa a ciegas, con consignas en cierto grado ajenas, que producen comodidades y resultan adictivas y tóxicas a medio y largo plazo.

Esa inercia es dinámica y toma velocidad, acelera y se convierte en una avalancha. El covid-19 es un virus como tantos otros han existido en la Historia de la Humanidad. Los efectos devastadores no derivan de su propia capacidad, sino del estilo de vida y de esa inercia social. El covid-19 se ceba con los más vulnerables. ¿Quiénes son y por qué son más vulnerables?

Los más vulnerables

Las personas octogenarias que habitan residencias públicas pero de gestión privada, o privadas y públicas sin control, sin dotaciones o sin una gestión adecuada. A saber con qué tipo de alimentación, higiene, cuidados, atención médica, control, ejercicio, actividades de estimulación mental, etc. ¿Toman suficiente leche, verduras frescas, fruta, pescado fresco, carne, legumbres y aceites en buen estado?  ¿Tienen suficiente higiene? ¿Reciben el trato emocional y el respeto necesarios? ¿tienen los controles sanitarios adecuados? ¿Están atendidos como nos gustaría que nos atendieran a nosotros?

Las personas que tienen enfermedades crónicas, causadas en parte por el estilo de vida al que en su mayoría ha contribuido el modelo económico defendido por intereses de sectores privilegiados: fumar, vida sedentaria, horas de televisión, abundante y mala alimentación, colmenas de viviendas sin jardín en zonas con alta densidad de población, contaminación de ruidos y de CO2.

Las personas con enfermedades autoinmunes, en parte provocadas por el propio medio ambiente de las ciudades con la contaminación; también en parte provocadas por la alimentación, y sin duda provocadas por el estrés, la ansiedad y los problemas emocionales que los déficits educacionales (familiares y escolares) generan durante el proceso de socialización.

Son vulnerables los sanitarios en primera línea, que han sufrido los recortes ilimitados de un modelo neoliberal absurdo, deficiente, injusto y a todas luces fracasado, pero al que muchos políticos rinden pleitesía. Estos políticos vasallos de las grupos sociales privilegiados a su vez, son producto de la mediocridad, de la miseria humana, de la existencia de privilegios insostenibles. La consigna durante varias décadas, incluida la última crisis, ha sido ‘Recortes en lo Público’ ‘Facilidades a lo privado’. Los recortes se han materializado en Educación pública, en Investigación, en Sanidad, en Medio Ambiente, en Cultura. Las facilidades han alcanzado cotas de locura como apoyar hasta lo esperpéntico la construcción de un ‘Las Vegas’ Madrid.

Son vulnerables la inmensa mayoría de mujeres que practican la prostitución, expuestas a las demandas y exigencias de sus clientes. Mujeres que en gran parte han accedido a este tipo de actividad porque carecen de estudios y oportunidades y prefieren la explotación de los hombres a ser explotadas por otras mujeres en trabajos mal remunerados, exigentes y poco valorados (trabajadoras del hogar).

Son vulnerables las parejas y familias (hijos, padres, madres…) de todos esos hombres que utilizan la prostitución. Parejas y familias a las que se miente, a quienes no se les informa de esta práctica ni del peligro que comporta, con quienes se ejerce una gran deslealtad, y, por lo tanto, a las que se expone a un peligro constante de contagio del covid-19 o transmisión de enfermedades de todo tipo.

Son vulnerables las sociedades que han dedicado su capital humano, inteligencia, conocimiento y recursos a desarrollar modelos económicos basados fundamentalmente en un solo sector, como por ejemplo el turismo o la construcción y especulación, frenando e incluso boicoteando irracionalmente iniciativas con gran futuro (energía solar), o desestimando la importancia de desarrollar más y mejor industria energética, textil, alimentaria, farmacéutica, investigación, tecnológica… o a desarrollar sectores de ‘reflexión’ potenciando en las distintas etapas educativas asignaturas como la filosofía, la sociología, la psicología… o apoyando sin resquicios la cultura a través de la música, la literatura, el teatro, el cine, la danza, la creatividad, las artes plásticas… Paradójicamente, estas últimas, hoy nos ayudan a sobrellevar el confinamiento.

En otros grupos la droga les impide el auto control, una vida saludable y un buen sistema autoinmune, muchas de estas personas, desarrollan problemas mentales que les impiden tomar decisiones racionales y funcionales. Otros sencillamente se sienten marginados, olvidados de la sociedad, excluidos de las ventajas y privilegios que exhiben muchos de los que les piden la responsabilidad de protegerse y proteger.

También son vulnerables aquellos que no tienen suficientes conocimientos y por lo tanto no disfrutan de una verdadera y suficiente autonomía, ni capacidad para acceder a la información veraz. Estos y otros son marionetas, títeres sin voluntad a los que en estas circunstancias es difícil hacerles llegar mensajes de responsabilidad, solidaridad, prevención de la salud y confinamiento. Son hijos de la publicidad, las redes sociales, el postureo, los cotilleos, la banalidad y el vaciamiento intelectual. No tienen más rumbo que el reconocimiento social. La adicción está presente y les convierte en carne de cañón para las ventas de casi cualquier cosa: tecnología, fitness, dietas, imagen, moda, deporte, alcohol, fiestas, drogas…

Hay más grupos vulnerables, no es mi deseo ser exhaustiva nombrándolos a todos, porque con total seguridad vendrán casos y ejemplos a nuestras mentes.

Todos estos grupos vulnerables, deben su situación a la inercia de una sociedad orientada al desequilibrio, a las desigualdades, al individualismo, a la cobardía, al egoísmo… En definitiva, una inercia de destrucción de la sociedad sostenible. Una inercia que alimenta el desequilibrio y el desajuste, y por lo tanto la disfuncionalidad del sistema social.

Estos son avisos claros de que el desequilibrio genera grietas y puede comprometer las estructuras aparentemente sólidas, llevando al desajuste y al precipicio a sistemas enteros.

Reorientemos, de nuevo, nuestro modelo de sociedad hacia una sociedad equilibrada, para evitar que estos avisos sean cada vez más frecuentes, hasta que sea imposible controlarlos.

Tenemos una oportunidad, de nuevo, para reflexionar y cambiar el rumbo. Hagámoslo entre todos.

A grandes problemas…

Sumar o restar a la solución

Una crisis de grandes dimensiones necesita que cada uno de nosotros contribuya con lo mejor que tiene. Requiere de un gran esfuerzo para mantener la sensatez, la ecuanimidad y los objetivos de unidad y responsabilidad, dejando los egos, las ideologías y los desahogos personales en un segundo plano.

Durante una crisis las personas podemos aportar fuerza, serenidad, confianza, análisis, soluciones, apoyo y esperanza, o podemos socavar las fuerzas de los demás o incluso contribuir a la desinformación y al miedo irracional -poco eficaz e irresponsable- y a la ansiedad o pánico.

Además de seguir escrupulosamente las medidas que recomiendan expertos y responsables, es necesario arrimar el hombro para mantener el estado de ánimo de todo el mundo.

Nuestra contribución puede ser evitar (escribir, apoyar o difundir) aquellos mensajes que tienen el efecto de minar el ánimo, socavar las fuerzas y destruir la racionalidad, la serenidad y la confianza.

Algunos mensajes son infundados e incluso maliciosos. Evitemos su difusión, combatamos sus efectos, contrarrestemos su contaminación. Otros son innecesaria e ineficazmente alarmistas. Hagamos oídos sordos, no los apoyemos, no les bailemos el agua, no nos hagamos eco, frenemos su difusión y su efecto. Otros mensajes son una crítica sesgada y a veces constante de la actuación de los responsables.

Consideremos por un momento cómo de positiva y solidaria es la conducta de la persona que hace la crítica y valoremos si esa actitud crítica es una contribución a la solución o es una actitud que perjudica y menoscaba la fuerza y la confianza. Consideremos si nos merece confianza y autoridad la opinión vertida por alguien que está demostrando poca consideración y ecuanimidad al evaluar el trabajo de los demás.

Antes de apoyar o difundir mensajes de este tipo, pensemos en qué beneficio tendría su difusión para las personas que los van a recibir; valoremos cuál es por nuestra parte el objetivo de apoyar o difundir ese tipo de mensajes; evaluemos cómo podemos contribuir en positivo al objetivo que todos tenemos de superar esta crisis cuanto antes.

Hoy, si cabe, más que nunca, conviene que nos paremos a analizar qué es lo que realmente estamos expresando y por qué lo hacemos de ese modo. Quizás, una explicación a la expresión de tanta crítica destructiva es la dificultad para gestionar de forma eficaz nuestra ansiedad y angustia y esa angustia la proyectamos contra aquel que no se puede defender de nuestras acusaciones.

Creemos que nuestras emociones son racionales y están justificadas, y no nos damos cuenta de que mientras criticamos a otros tal vez estamos descuidando nuestra mayor responsabilidad, que es mirar dentro de nosotros, aplicar la actitud crítica hacia nosotros mismos y buscar soluciones a nuestra propia conducta ‘destructiva’ o ‘desmoralizadora’, que podría ser mucho más eficaz, sana, positiva y estimulante para nuestro entorno. Todo ello desde la bondad.

Por otra parte, no cabe duda que estas actitudes tampoco serían nunca unos rasgos adecuados para liderar equipos destinados a gestionar una crisis de este calado. La transmisión de tanto pesimismo, tanta crítica, tan pocas soluciones realmente viables, imposibles o inútiles, no son de ayuda en situaciones así, y solo servirían para desmoralizar a nuestros equipos.

No quiero extenderme en este post. Solo quiero transmitir lo que desde mi humilde punto de vista podemos hacer cada uno.

1) Guardar las máximas medidas de prevención, sin excusas. Eso reducirá al máximo el número de contagios en las personas más vulnerables, así como su ingreso en UCIs y hospitales, y la saturación de los mismos. La mayor responsabilidad recae en cada uno de nosotros.

2) Desde la serenidad y ecuanimidad, valorar el enorme esfuerzo que se está realizando por parte de los profesionales sanitarios que están en primera línea, dedicar toda nuestra energía a darles ánimos, ayuda y soporte.

3) Desde la ecuanimidad y objetividad valorar y respetar el esfuerzo que se realiza por parte de los responsables. Contribuir con sugerencias y apoyo efectivo desde una posición positiva, proactiva, optimista, de confianza y de colaboración y solidaridad. Podemos ser constructivos en nuestro análisis y realizar una crítica racional, fundamentada (datos, información) y aportar soluciones o sugerencias sin dramatismos, alarmismos y sesgos que solo contribuyen al malestar.

Resumiendo, mantener la serenidad, ecuanimidad, amplitud de miras, creatividad, generosidad y resiliencia. Canalicemos adecuadamente toda nuestra energía y nuestras emociones. Comprender que en estos momentos los errores también son nuestros y nos gustaría que nos ayudaran a superarlos.

Estar confinados es nuestra responsabilidad, pero esta tendrá mucho éxito y mérito si lo acompañamos con nuestra contribución al bienestar de los que nos rodean.

Solo añadir que dentro de la gravedad y deficiencias que existen -y que en gran parte podemos evitar cada uno de nosotros, por favor, seamos conscientes de los privilegios de nuestra sociedad, frente a lo que se les viene encima a millones de personas en India, África y Sudamérica.

Muchos ánimos.

Un abrazo fuerte

Valida las emociones

Revisa los pensamientos

Qué son las emociones

Las emociones son las respuestas psicológicas y físicas a la evaluación que hacemos de las situaciones. Puede ser una evaluación rápida o lenta, consciente o inconsciente.

Cuando nos entristecemos, nos enfadamos, nos enamoramos, idealizamos, sentimos rencor, nos entusiasmamos con algo… estamos expresando emocionalmente lo que nuestra mente ha evaluado previamente. Por lo tanto, si tenemos problemas con nuestras emociones, o con las conductas que derivan de ellas (discuto, juzgo precipitadamente, compro algo que no me sirve, me arriesgo en exceso, etc.), no hemos de cuestionar las emociones que me impulsan, sino la evaluación (pensamientos, criterios, creencias, prejuicios) que las precede y origina.

Emociones controlables

Muchas personas piensan que las emociones son incontrolables porque son una expresión a la que no tenemos acceso. A veces nos arrepentimos de conductas porque nos hemos dejado llevar por alguna emoción que sentimos inevitable. Quién no se ha enfadado y más tarde descubre que no era para tanto o que se había equivocado al evaluar la situación. A veces juzgamos de forma sesgada, dejándonos llevar por la última emoción que nos embarga, sin tener en consideración toda la realidad.

Unas personas dan rienda suelta a ciertas emociones sin considerar los efectos que pueden tener en su entorno y/o en sí mismos (ira, egoísmo, envidia…); otras personas las reprimen porque se culpabilizan de sentir lo que sienten (enamoramiento, deseo, miedo, inseguridad…).

La realidad es que sí podemos regular las emociones. Regular las emociones no consiste en reprimirlas, nada más lejos. Regular las emociones consiste en comprender su origen y el mecanismo que las activa, para actuar sobre ambos.

Pensemos en las emociones como si se tratara del caudal de agua que surge de un grifo que yo manejo. La llave del grifo es el final de un circuito más complejo que está diseñado para darme agua cuando yo decida que la necesito. El agua fluye constantemente gracias a un sistema que no veo y que solo aflora a través del grifo (es visible) cuando yo activo la llave, o bien cuando alguna cañería se rompe. Si el sistema funciona bien, yo puedo controlar la presión, el caudal y las ocasiones.

La mayoría de las veces, la decisión de abrir el grifo no es consciente, ya la he automatizado, por lo tanto no tengo que pararme a decidir, simplemente, si necesito agua, abro el grifo. Eso no significa que no haya una evaluación y una decisión, significa que mi cerebro ha convertido un acto repetitivo en un proceso automático. Mi control será funcional si mi evaluación es correcta y se ajusta a mis necesidades y objetivos. Puede suceder que no evalúe bien las circunstancias, porque esté cansada, porque esté preocupada o porque algo me distraiga, en esa situación, es probable que, por ejemplo, me vaya a atender el teléfono y deje el grifo abierto con el gasto de agua que eso supone.

Valga esta metáfora del agua canalizada y regulada para comprender mejor el sistema y la función de las emociones.

La alegría, por ejemplo, aflora porque ‘evaluamos’ que la situación nos agrada, nos es favorable o es favorable a otros; la valoramos de un modo optimista; la sentimos como placentera y esperanzadora, etc. Si esa evaluación de agrado y favorable es proporcionada y ajustada a la realidad, nuestra emoción también lo será.

Todas las emociones (dolor, temor, enfado, inseguridad, amor, interés, motivación…) conllevan una evaluación y un conjunto de cambios que suceden en nuestro cuerpo y nuestra mente.

Esta evaluación se puede producir en cuestión de segundos o podemos requerir de más tiempo. Con independencia de lo que tardemos en evaluar la situación, el proceso de evaluación (consciente o inconsciente) y la evaluación final son la llave para regular las emociones y producir emociones ajustadas a la realidad y por lo tanto funcionales para lograr bienestar personal y buenas relaciones.

Por todo ello, me gustaría enfocar la reflexión en ese proceso de evaluación y en cómo manejar tanto la evaluación como la emoción que la acompaña.

La función de las emociones

Las emociones cumplen una función muy sana que nos da una información riquísima sobre quienes somos, qué necesitamos y cómo estamos gestionando esas necesidades. Las emociones no hay que reprimirlas ni anularlas o invalidarlas, por el contrario, conviene escucharlas, detenernos sobre ellas y tratar de comprender su origen y función.

Como ya hemos deducido, esta funcionalidad genérica no significa que todas las emociones y su expresión personal sean adecuadas a la situación, o sean funcionales y beneficiosas. Esta adecuación o funcionalidad va a depender de que la evaluación que las origina sea racional, es decir, responda de un modo coherente a mis necesidades, esté ajustada al contexto, a la situación y se integre con mis objetivos personales y de relación (familia, amigos, trabajo, pareja). Por lo tanto, la emoción es como el termómetro que nos dice si el organismo está evaluando y decidiendo correctamente y de forma ‘integral’ o hay algún problema y alguna ‘pieza’ va por libre.

De modo que utilizamos las emociones como una especie de sistema de chequeo de lo que está produciendo nuestra mente. Si las emociones que sentimos nos generan de forma habitual malestar y/o su expresión nos causa dificultades sociales o personales, conviene que activemos los mecanismos de observación, análisis y regulación, que no son otros que ‘parar’ máquinas, observar ‘circuitos’, analizar procesos y modificar lo que no funciona.

Dicho así, no parece difícil, pero quien trabaja o ha trabajado con sistemas complejos sabe que a veces chequear algún fallo en los procesos puede conllevar un tiempo. No nos desanimemos, en este caso, la ventaja es que aunque ‘paremos’ una parte de nuestra actividad, el resto sigue haciendo sus funciones. Lo que paramos es el ‘automatismo’ de nuestra respuesta emocional, para pasarlo a un modo ‘manual’ donde podamos observar, identificar y analizar.

Es decir, el primer paso consiste en comprender y aceptar que puedo trabajar con mis emociones. A partir de este momento, comenzamos por tomar en consideración las emociones, las identificamos y ponemos nombre: tristeza, temor, inquietud, inseguridad, alegría, cariño, ilusión, generosidad, solidaridad, empatía, desafecto, ira…). Etiquetar las emociones con precisión es importante porque a partir de ese nombre, puedo obtener la definición en cualquier diccionario. Si dudo, puedo chequear cuál se parece más a mis reacciones. Con la definición ya empiezo a comprender mejor, en qué consiste mi emoción. He dado el segundo paso.

Como vemos, hasta aquí, hemos aceptado la emoción, no la hemos reprimido. Desde la aceptación, podemos seguir trabajando.

A continuación conviene analizar lo que ha causado esas emociones, qué tipo de evaluación hemos realizado y por qué hemos percibido la situación como agradable, insufrible, amenazante, preocupante o divertida, por poner algunos ejemplos.

Validar la emoción

La emoción, por lo tanto, puede ser disfuncional respecto del contexto, pero sin embargo siempre es válida respecto del proceso interno, porque refleja fielmente nuestra evaluación de la situación. Es la evaluación la que puede no ajustarse a la realidad.

Hay evaluaciones que son disfuncionales porque no son eficaces percibiendo, observando y analizando la realidad; bien porque les falta información, porque han sido precipitadas, porque carecen del rigor necesario, porque son sesgadas o porque están influidas por los prejuicios o por los miedos.

Si la evaluación que hacemos de la situación no se ajusta a la realidad, por cualquier razón, lo lógico es que nuestras respuestas emocionales tampoco se ajusten. En este caso, no sería eficaz que reprimiéramos nuestras emociones y dejáramos intactas nuestras evaluaciones. No sería eficaz ni funcional porque no aprovecharíamos esa experiencia para aprender y mejorar nuestro sistema de evaluación.

Revisar la evaluación

Por esta razón, es conveniente que se validen las emociones de los niños al tiempo que se les ayuda y muestra el modo en que pueden analizar la evaluación que han realizado y el resultado emocional obtenido. Un llanto puede ser o no oportuno (funcional) dependiendo del proceso de evaluación que lo ha originado.

Pongo un ejemplo concreto. Una niña puede llorar mientras juega con una amiga. Lo primero que habría que hacer es validar el sentimiento que tiene la niña. Inmediatamente, le preguntamos qué es lo que la hace llorar, podemos ayudarla proponiéndola opciones razonables al contexto (querías ese juguete y lo está usando tu amiga; te enfadas porque no sabes cómo explicar a tu amiga lo que quieres; te sientes triste porque tu amiga te ha dicho algo que no te gusta, etc.). Acto seguido, le proponemos que busque soluciones a la situación para volver a disfrutar del juego. Una de las soluciones puede ser que elaboren unas reglas, otra solución puede ser que la amiga se disculpe; otra solución puede ser que reevalúe la situación con un poco más de perspectiva, etc.

Si realizamos este ejercicio con los niños, ayudaremos a que crezcan con una mayor conciencia del papel de las emociones y de los procesos que las provocan. Les ayudaremos a que aprendan a ‘parar’ y reflexionar sobre sus evaluaciones y decisiones. Contribuiremos a que confíen más en sus criterios y en sus emociones. También estaremos ayudando a que tengan más asertividad y autoestima.

Como adultos, no siempre nos hemos socializado y hemos desarrollado nuestra personalidad teniendo a nuestra disposición este tipo de ayuda y entrenamiento emocional. Esta carencia significa en muchos casos que vivimos un poco alienados respecto de nuestras emociones y los procesos de evaluación que están detrás. Si ese es nuestro caso, es probable que reprimamos emociones o que tengamos problemas de relación porque provoquemos conflictos en las reacciones. La represión de las emociones me puede conducir a sentirme aislado/a, solo/a o con falta de apoyo social. Puedo pensar que ‘no me comprenden’ que para qué voy a expresarlas si no van a ser entendidas; que ese tipo de emociones no se ‘deben’ expresar en público; que voy a ser vulnerable porque me verán débil, etc.

Es probable que la expresión o falta de expresión de las emociones nos lleven a un mayor malestar. Por ejemplo, en los casos en que la enfermedad amenaza o es una realidad con consecuencias físicas y económicas potencialmente perjudiciales (hoy es un virus, mañana puede ser otra cosa), realizamos una evaluación en función de cómo percibimos la amenaza. Será esa evaluación, junto con la evaluación de los recursos (ver artículo Problema y Oportunidad) la que provoque mis emociones: aceptación, relativización, serenidad, esperanza, optimismo, responsabilidad, competencia, tesón, creatividad, miedo, temor, pánico, ansiedad, aburrimiento, etc.

Conviene que escuche y atienda a esas emociones. Conviene que observe si esas emociones son perfectamente compatibles con la situación y el mantenimiento de la estabilidad y un nivel adaptativo del bienestar, mis actividades y relaciones, así como con las nuevas necesidades que me puedan estar surgiendo debido a los cambios en mi entorno. Si no se produce un desajuste notable, aunque es lógico hacer ciertos ajustes, no es necesario que examine mis propios procesos de un modo especial. No obstante, es interesante y útil observarnos y comprobar que nuestras conductas nos producen bienestar y también lo producen en nuestro entorno.

Si, por el contrario, compruebo que las emociones que estoy sintiendo limitan y deterioran mi estabilidad y/o bienestar psicológico, sacándome de la ecuanimidad y serenidad deseables y, por lo tanto, colocándome en peor disposición de ánimo para tomar decisiones y para llevar a cabo las conductas más eficaces, funcionales y ajustadas a necesidad, entonces, conviene ‘parar’ y dedicar un tiempo a analizar las evaluaciones que estoy realizando.

Aunque creyera evaluar correctamente, lo más probable es que estuviera en un error. Pongo algunos de los cientos de ejemplos que pueden suceder en el proceso de evaluación para hacerme concluir de un modo erróneo, sesgado, disfuncional o poco realista:

  • Quizás no tuve algo en consideración o algo se me pasó por alto
  • Entendí algo mal, quizás no escuché atentamente
  • Quizás mis prejuicios me llevaron a sesgar la información
  • Quizás mi miedo me impidió ser objetiva
  • Tal vez interpreté algo de un modo muy rígido
  • Puede que tuviera un exceso de expectativas sobre algo o la conducta de alguien
  • Quizás no supe manejar la frustración o la contrariedad
  • Quizás no confiaba en mi capacidad y recursos para resolver el tema.
  • Etc., Etc.

De nuevo, incido en que la emoción no es lo que debemos cuestionar, sino el proceso de evaluación que la hace aflorar como respuesta.

Una vez que he reevaluado mi proceso, es posible que desde la honestidad, responsabilidad y compromiso con mi bienestar y el de las personas en el contexto que compartimos, sea capaz de identificar esos errores para rectificarlos y poner en marcha algún plan de actuación para reducirlos.

Aceptación y aprecio

Mientras tanto, también soy responsable de quererme, y eso conlleva la aceptación de quién soy y cómo soy. Por ello, no conviene que me juzgue de forma severa ni rígida, pero si conviene que analice y me responsabilice de mi bienestar y del malestar que puedo provocar en mi entorno. Vivimos en sociedad y nuestro bienestar es tan importante como el bienestar de los demás. Conviene que identifique y acepte mis limitaciones y, desde la bondad, me trate con comprensión, dulzura y apoyo, pero sin duda con el compromiso personal de mejorar. Puedo disfrutar de la vida apoyándome en todos mis aciertos y dándome el derecho a sentir mis emociones, pero también responsabilizándome para mejorar los procesos de evaluación que las originan y las conductas que las suceden.

Disonancias psicológicas

Qué es una disonancia psicológica

Las disonancias psicológicas son discrepancias no resueltas entre dos tendencias, necesidades, creencias o conductas. Por ejemplo, puede haber disonancia entre mi necesidad de cariño, por una parte, y una conducta excesivamente severa con alguien cuando se equivoca en algo, por otra.  Otro ejemplo puede ser mi necesidad de que respeten y escuchen mis ideas, de un lado, y mi actitud de no dejar hablar o de devaluar las ideas de los demás, de otro. Un tercer ejemplo, podría ser, el deseo de que mi trabajo se valore, pero una constante crítica o falta de valoración al trabajo de los demás. Hay miles de ejemplos de disonancias que probablemente todos hemos experimentado en alguna ocasión.

Las disonancias se pueden producir de diversos modos, lo más habitual es una carencia en la toma de conciencia de nuestras actitudes o conductas. Esa carencia produce una visión sesgada con puntos ciegos, donde no soy capaz de verme con suficiente amplitud, objetividad y ecuanimidad, para tener claridad y honestidad con mis conductas y actitudes. Esa ‘ceguera’ o visión sesgada me impide conocerme con plenitud de conciencia, impidiéndome crecer y superar contradicciones o disonancias.

Resolver disonancias

Cuando logramos identificar, afrontar y resolver disonancias, logramos un estado de paz y bienestar muy gratificante. No es necesario lograr la perfección (tarea imposible) para obtener la paz. Podemos obtener un grado muy elevado de paz interior, aunque exista alguna disonancia de pequeña importancia. Conviene atender a las disonancias de mayor relevancia y también a la cantidad de disonancias, para evitar grandes cantidades y grandes conflictos. El bienestar o la paz (sosiego) se logran cuando no hay disonancias relevantes en nuestra conciencia o en nuestros procesos automatizados de conducta (sean ideas, imágenes, pensamientos, actitudes, emociones o respuestas).

El sosiego o la paz no tienen por qué producir ‘felicidad’, ni la necesitamos, pero produce bienestar y correlaciona con la calma, la concentración, la serenidad, la ecuanimidad, etc.

Para eliminar las disonancias es importante practicar la coherencia. Esta coherencia consiste en comprometernos con practicar la congruencia entre nuestras necesidades más importantes (valores, principios, objetivos, relaciones, emociones…) y nuestras conductas para satisfacerlas.

De modo que, por ejemplo, si considero que para mi bienestar es importante que las personas a mi alrededor estén bien, mis conductas estarán orientadas a respetar a los demás, tener en consideración sus propias necesidades, sus puntos de vista, su derecho a exponerlos y defenderlos, así como defender los míos de forma asertiva: con afecto, respeto, sin ofender ni tratar de imponerme.

Un ejemplo muy típico donde necesitamos resolver la disonancia, que puede amenazar nuestra paz, es cuando hay dos puntos de vista o dos intereses contrapuestos ante una situación compartida. Si nos empeñamos en llevar la razón o en que la otra persona reconozca que la llevamos, estaremos defendiendo esa necesidad de “tener razón” por encima de la necesidad de mostrar y recibir respeto.

La importancia que damos a “tener razón” puede convertirse en un sesgo de pensamiento y en una conducta que atenta contra nuestra paz y nuestras relaciones. La disonancia deriva de que, si nos empeñamos en tener razón, estamos negando la oportunidad a otras ideas, así como a la consideración y la ‘cuota’ de razón que la otra persona necesita. Defender nuestra posición no significa generar barricadas, pelear o faltar al respeto. Nuestra posición o nuestras ideas se defienden mejor con una actitud ecuánime, respetuosa y proporcionada a la situación.

La paz protectora de la salud

La paz es un protector de nuestra salud emocional, cognitiva y de nuestra salud física. En el caso de la salud emocional, la paz va acompañada de emociones plácidas, tranquilidad, bondad y calma. En cuanto al bienestar cognitivo, la coherencia entre las distintas áreas de pensamiento nos facilita el ‘silencio’ mental y la ausencia de ‘ruidos’, protegiéndonos del desgaste, de la confusión y del estrés mental, facilitándonos el pensamiento creativo y el razonamiento racional. La paz nos ayuda a generar emociones proporcionadas a las situaciones y contribuye a que tomemos conciencia de todas las situaciones positivas y bondadosas que nos rodean. La paz contribuye a que no adoptemos conductas de riesgo o conductas impulsivas (fumar, beber, velocidad excesiva, ir aturullados, etc.). Físicamente, también nos ayuda a afrontar las situaciones de estrés y a no sentir ansiedad (miedo, pánico) porque centramos nuestra atención y nuestra energía en conductas positivas, efectivas para la convivencia y sanas para nuestro organismo. Sabemos que el estrés o la ansiedad continúas pueden provocar procesos inflamatorios en algunos órganos del cuerpo a través de la producción de hormonas y proteínas que pueden ser tóxicos y a largo plazo pueden provocar el deterioro o la disfunción de esos órganos o sistemas (inmune).

Hay muchas conductas que también ayudan a reducir o eliminar disonancias y conseguir nuestra paz. Compartiré algunas reflexiones sobre ellas en otros escritos. Mientras tanto, empecemos o sigamos trabajando la coherencia entre objetivos y conductas.

Problema y Oportunidad

Una enfermedad

Lo que hace la enfermedad

Una enfermedad altera nuestra homeostasis, y nos provoca dolores, malestar, desajustes, fiebre, tos, dificultades respiratorias, dolor de garganta y otros síntomas o complicaciones mayores, incluso irremediables.

La enfermedad no toma nuestras decisiones ni es responsable de nuestras conductas ni de los problemas económicos o laborales. Estas conductas son el resultado de nuestra personalidad, nuestra forma de razonar, nuestra cultura y nuestra sociedad (valores, normas, costumbres, instituciones, etc.).

La enfermedad solo tiene capacidad para provocar problemas directos en la salud. De las enfermedades, su investigación, tratamiento y cura, se ocupan las autoridades y profesionales de la ciencia (epidemiología, virología, medicina asistencial…, entre los que se encuentran excelentes profesionales).

Lo que hacemos nosotros

Provocamos, sin embargo, efectos indirectos, pero de peores consecuencias que las de un virus, una bacteria, un accidente cardiovascular, etc., como el colapso de los hospitales; la falta de equipos médicos o asistenciales; las dudas en tomar medidas por sus repercusiones; las aglomeraciones en supermercados haciendo acopio innecesario de víveres y otros objetos; la asistencia a eventos multitudinarios a pesar de que tenemos tos o malestar; etc. Todos estos efectos no los provoca un virus o una enfermedad, sino la conducta individual y la conducta social.

Cuando suceden catástrofes naturales, epidemias, accidentes o enfermedades, cada persona, tenemos una gran oportunidad para poner en práctica lo mejor de cada uno y avanzar un paso más hacia una sociedad más equilibrada, sosegada, racional, segura y justa.

Cada uno de nosotros (somos miles de millones de personas) puede contribuir con su propia actitud, decisiones y conductas, tanto para bien como para mal. En las peores situaciones podemos elegir quienes somos y cómo queremos ser, podemos decidir nuestras conductas y las consecuencias que deseamos. El proceso de decisión de cada persona puede entrenarse hacia un modelo racional, sereno, eficaz, resiliente y que produzca bienestar individual y colectivo. La mayoría de nuestras decisiones individuales acertadas o erróneas no pueden justificarse responsabilizando a las autoridades.

Conviene saber que, ante cualquier acontecimiento o suceso que acaece en nuestro entorno (virus, crisis, desempleo, injusticia, terremoto…), potencialmente perjudicial, seguimos un proceso de evaluación que determinará nuestra forma de afrontar el suceso y las decisiones y conductas que adoptemos:

  1. Evaluamos la situación: Podemos evaluarla como una amenaza que pone en peligro nuestra integridad, sin que podamos hacer nada para evitarla; o la podemos ver como un reto que conviene superar y en el que podemos influir de algún modo.
  2. Evaluamos nuestros recursos: Valoramos si disponemos de recursos propios o disponibles para afrontarla. Podemos identificar cuáles son nuestras habilidades y recursos (propios o ajenos) y cómo podemos utilizarlos, o podemos creer que todo lo que tenemos es inútil.
  3. Evaluamos los cambios: Dotamos de significado a los cambios que se producen en nuestra vida como efecto del acontecimiento. Los podemos ver como insufribles o como parte de la vida normal. Los podemos ver como inevitables o como oportunidades para influir sobre ellos.

La confianza se entrena

Si en mi experiencia vital estoy acostumbrado/a a planificar, actuar y resolver, con plena conciencia de que mis decisiones y conductas influyen en mi entorno y en mis propios logros, probablemente veré los problemas como un reto, evaluaré los recursos como una ayuda valiosa y, además, veré los cambios como parte de la vida. Por ello, es probable que mi actitud y razonamientos sean más serenos y adopte decisiones y conductas más sanas, eficaces y equilibradas para la situación concreta.

Si, por el contrario, mi experiencia es de sensación de indefensión y falta de confianza en la posibilidad de influir con mis acciones, entonces es más probable que sienta que la situación amenaza de forma global mi bienestar; evalúe que no tengo recursos suficientes y, además, considere insufrible cualquier cambio en mi vida, lo más probable es que mis opciones pasen por la ansiedad, la tristeza, la desesperanza, la frustración, la ira, peores actitudes y malas decisiones y conductas.

Una situación como la que se está desarrollando alrededor del Covid-19 es un problema y una oportunidad. Oportunidad para tomar conciencia de nuestros procesos de evaluación, así como para modificar aquellos aspectos que no contribuyen a nuestras mejores conductas, ayudándonos a superar la situación. Nos podemos dar la oportunidad de pensar: ¿En qué puedo mejorar mi forma de pensar y evaluar? ¿Cómo puedo influir para mejorar esta circunstancia? ¿Cómo puedo mejorar aquí y ahora mi entorno más cercano? ¿Qué está en mi mano hacer o no hacer en este momento? Se trata de cuestionar y erradicar pensamientos como: ‘No puedo hacer nada’, ‘Por mucho que yo haga, no lograré cambiar la situación’, ‘Da igual lo que yo haga porque otros no lo hacen’, ‘Es terrible que esto ocurra’, etc.

Fortalecer habilidades

Nuestra personalidad y capacidad de resiliencia se verán fortalecidas si elegimos las opciones adecuadas, en cada momento. Solo extraordinariamente se trata de opciones difíciles y complejas, por regla general son opciones muy simples (me lavo las manos, saludo con los pies, limpio bien lo que han tocado otros y he tocado yo, evito las reuniones de varias personas innecesarias, etc.). No obstante, si se diera el caso de una situación difícil y compleja, conviene descomponer el problema en partes y ordenar las prioridades, por ejemplo, la decisión de suspender una manifestación o las Fallas de Valencia. Hemos de procurar que no sea el miedo el que dirija nuestras acciones, sino la racionalidad, la funcionalidad y el mayor beneficio o menor daño a corto, medio y largo plazo.

Ante situaciones críticas, como la que vivimos, conviene hacerse un pequeño plan de actuación personal. Esto puede parecer excesivamente artificial o complejo, pero, en realidad, nos puede simplificar mucho la vida cotidiana. Nos puede ayudar a tener una gran parte de las cosas organizadas y a tener los criterios a mano para evaluar las situaciones sin tener que dedicar mucho tiempo diario a construir criterios continuamente o a dar vueltas a las cosas hasta agotarnos (pensamiento circular y obsesivo).

Podemos comenzar por escoger y escribir aquellos criterios que nos resulten útiles. Suelen tener un carácter general y están destinados a resolver la mayoría de las situaciones cotidianas.

Pongo algunos ejemplos para orientarnos:

  1. Responsabilidad. Cada decisión que tome habrá de ser coherente con mi sistema de valores, con las necesidades (individuales y colectivas), con las leyes y con las recomendaciones de las autoridades (sanitarias y gubernamentales). Por ejemplo, aunque no me prohíban asistir a un mitin, eso no significa que esté obligado a hacerlo, no significa que sea conveniente hacerlo y no significa que deba hacerlo si, además, tengo algún síntoma respiratorio. Será mi ética y mi responsabilidad la que me lleve a decidir si es mucho más prudente y cívico quedarme en casa.
  2. Protección. La protección de las personas, empezando por mí y continuando por el resto, pero dando prioridad a las personas más vulnerables, será mi prioridad. Por lo tanto, toda acción que tome estará dirigida a este objetivo. Ejemplos:
    1. Pensar que soy inmune a todo, es una actitud poco realista e imprudente, provoca riesgos innecesarios para mi y para los demás. Todos estamos expuestos, por lo tanto, conviene tomar medidas de protección.
    2. Si me dan la mano, aunque tema parecer descortés, adoptaré una actitud constante de protección combinándola con una conducta de respeto, consideración, cortesía, amabilidad y asertividad. Por ejemplo, puedo sonreir, pero pongo las manos juntas en actitud de gratitud e indico que prefiero utilizar ese tipo de saludo.
    3. Si voy al supermercado, me lavo las manos antes de salir de casa. Durante todo el tiempo que esté fuera no me toco la cara ni la ropa. Cuando llego a casa, me lavo las manos. Puedo utilizar guantes desechables de un uso.
    4. Ni que decir, si estornudo o toso me tapo con el codo, utilizo un pañuelo desechable y lo tiro.
  3. Información. Elegiré las fuentes de información rigurosa, por ejemplo, la web de la OMS o la del Ministerio de Sanidad, Economía o el Consejo de Europa, Banco Central, la intervención de profesionales de la salud, más que los informativos que solo me aporten datos numéricos o información alarmista e incompleta. No buscaré la morbosidad de las cifras y del catastrofismo, ni tampoco huiré de las noticias o esconderé la cabeza debajo del ala. Conviene estar bien informado para ejercer la responsabilidad con libertad y respeto.
  4. Solidaridad. No adoptaré conductas egoístas. Pensaré si esa conducta puede tener repercusiones negativas para otras personas y en qué medida puedo evitarla o puedo combinarla con otras medidas o acciones complementarias menos radicales o perjudiciales. Por ejemplo, si tengo que permanecer en casa en cuarentena porque he dado positivo o tengo sospechas de que puedo estar contagiado, pero no me han hecho pruebas aún, es razonable que solicite entrega a domicilio de los víveres. No parece muy sensato que vaya constantemente al supermercado. Tampoco parece sensato que compre víveres para un mes si no suelo hacerlo y si, además, con ello, genero aglomeraciones en los supermercados que pueden provocar un mayor contagio.
  5. Rigor y Veracidad. No transmitiré noticias sobre el virus, su prevención, curación o tratamiento, que no sean oficiales, aunque piense que son muy ‘interesantes’.
  6. Amabilidad, ecuanimidad y Bondad. No utilizaré el virus como excusa para ejercer la hostilidad contra alguien o algo o satisfacer mis deseos de crítica contra el gobierno u otras autoridades. La mezquindad que encierra ese tipo de conductas es preferible no ejercerla nunca, pero mucho menos en situaciones como esta. Las conductas mezquinas, solo ponen de manifiesto la actitud de la persona que las practica. La crítica es mezquina cuando es innecesaria, inoportuna e injusta, a sabiendas de que lo que pretendemos es manipular la opinión de alguien, sacando ventaja de la vulnerabilidad de ciertas personas, del rencor y los deseos de venganza de otras, o de la incapacidad para aceptar los resultados de las urnas de otras. La talla moral y humana de las personas se refleja siempre, pero más aún si cabe en estas situaciones.
  7. Visión amplia. El cortoplacismo puede conducirnos a una situación posterior más problemática. Conviene actuar siguiendo los criterios de prioridad que hayamos establecido. No conviene cambiarlos continuamente para adaptarlos a las coyunturas y deseos más inmediatos. La disciplina y el tesón son de gran ayuda en estas circunstancias.
  8. Disfrute. Tengo muchas cosas por las que estar satisfecho y disfrutar y con las que entretenerme: Lectura, juegos, hablar por teléfono con mi familia y amigos, costura, manualidades, bricolaje, escribir, redes sociales, películas, estudio online, etc. Puedo tomar el sol incluso a través de la ventana, en caso de no poder salir al parque o de no disponer de un pequeño patio, jardín o terraza. En la mayoría de los casos, puedo salir a horas en las que no haya casi gente, o puedo ir a lugares donde sé que hay pocas personas y evito el contagio. Si puedo estar con mis hijos, es una ocasión para repasar materias académicas olvidadas y también para ejercitar mi responsabilidad y valorar la función de los docentes. Es una ocasión para jugar plácidamente y para disfrutar de su compañía. Si les transmitimos nervios, estarán nerviosos, si les transmitimos paz, estarán tranquilos. Tomemos un tiempo para plantearnos nuestra actuación.
  9. Paciencia. Aceptar los ritmos y el malestar sin desesperar. Evitar caer en pensamientos del tipo: a ver si esto pasa ya; no puedo soportarlo; esto va a ser una catástrofe; es terrible que me suceda esto a mi… etc. La paciencia no significa inacción, significa aceptar el ritmo de las cosas y aprovechar el tiempo para hacer aquello que sí puedo hacer (ver el epígrafe anterior). La paciencia nos dará bienestar, la impaciencia nos generará más problemas (ansiedad, enfado, frustración, ira, mal humor, falta de energía, abandono, etc.). La paciencia nos ayudará a no actuar llevados por la impulsividad, la inmediatez del deseo, el aburrimiento o el miedo a la pérdida.
  10. Conciencia plena. Aprovechar que el ritmo social se ralentiza debido a las medidas y los cambios (menos desplazamientos, menos prisas, cancelación de eventos…) para dedicar una atención plena a cada cosa que hacemos, pensando en que eso es lo más importante en ese momento: preparar los desayunos, ducharnos, contar un cuento, escuchar a un ser querido, pensar en el menú de hoy… Aprovechar un ritmo social más ‘saludable’ para recrear en casa entornos de silencio, meditación, paz y serenidad. Aprovechar para practicar la relajación (respiración, musculatura, mente). Tomar conciencia, observar y escoger las mejores opciones, nos colocará en posición para avanzar hacia la solución.
  11. Elegir batallas. Dónde queremos pelear y dónde no merece la pena aplicar tiempo, esfuerzo y energía. Plantearnos si necesitamos discutir, debatir o hacer ver nuestra posición o nuestro criterio o es suficiente con nuestro convencimiento interno, dejando el debate para otra ocasión. Escogeremos muy bien a qué damos importancia y a qué cosas no. Evaluaremos qué conductas de los demás nos molestan lo suficiente como para tomar medidas (poner límites, apartarnos u otras medidas) o por el contrario, podemos sobrellevarlas sin mayor problema y con un mínimo coste. En definitiva, elegimos si deseamos desgastar nuestra energía en batallas sin sentido o con poco interés.

En la vida cotidiana, en los pequeños sucesos del día a día, está la aplicación de estos u otros criterios y por lo tanto las respuestas a nuestro bienestar y a la superación de los problemas. Dar importancia al proceso del día a día es más útil y sano que estar ansiosos por salir de la situación. ¿Por qué? Porque la calidad de nuestro día dependerá de las conductas que adoptemos en cada momento, y esa calidad también es un factor importante de salud. Lo importante no es salir a toda costa de la situación, lo importante es vivir lo mejor posible mientras afrontamos este u otros problemas.

Mi papel, mi responsabilidad

Como vemos, cada persona tiene un papel responsable, fundamental, en esta crisis psico-socio-sanitaria. La responsabilidad puede adoptar muchas formas. La irresponsabilidad también. Cada situación cotidiana es un escenario para que adoptemos decisiones ordenadas, justificadas y ajustadas a las condiciones y necesidades del momento/etapa.

La responsabilidad supone hacer lo que está en mi mano para gestionar del mejor modo posible la situación y el momento. La garantía de que se hace lo posible reside en cada uno de nosotros de forma individual. En cada una de nuestras decisiones, minuto a minuto, tanto en las pequeñas oportunidades (que son la mayoría) como en las grandes ocasiones (que son excepcionales) pueden contenerse las mejores actitudes y conductas para afrontar esta crisis.

Por lo que hemos comentado hasta ahora, el bienestar de cada persona depende de tres tipos de factores:

  • Biológicos (el frío, el calor, los virus).
  • Psicológicos (decisiones, razonamientos, emociones, conductas…). Por ejemplo, cuando afronto la situación con serenidad, responsabilidad y el mejor humor posible.
  • Sociales (apoyo familiar, hospitales, trabajo, economía). Por ejemplo, dispongo de un sistema de salud pública que me atiende cuando lo necesito y de un trabajo que me permite cierta flexibilidad.

El malestar o bienestar, depende de estos tres ámbitos que interactúan entre sí. El papel de cada individuo en interacción con el papel del resto de individuos y del conjunto de la sociedad es  fundamental para desarrollar al máximo posible las conductas de salud que protejan o que permitan actuar del modo más eficaz ante un virus o cualquier otra enfermedad o problema.

A excepción de aquellas personas con rasgos sociopáticos (lo cierto es que hay más rasgos de este tipo de los deseables), entre el resto de personas, aquellos individuos que adoptan decisiones y conductas coherentes con sus necesidades, criterios y valores culturales y sociales, desarrollan un mayor sentimiento de satisfacción, plenitud y bienestar. El bienestar psicológico tiene gran incidencia en el bienestar físico y social, y se produce a través de la integración y coherencia de los sistemas cognitivo y emocional. Una decisión coherente y congruente con los valores y necesidades de una persona, produce satisfacción y placidez, elimina la ansiedad y las conductas impulsivas o tóxicas, evitando, por ejemplo, el consumo de alcohol, la compulsividad ante el tabaco o las drogas y otras conductas de riesgo.

Las conductas coherentes, repetidas en el tiempo y que acaban transformándose en hábitos adquiridos, provocan la estabilidad, la resiliencia, el buen humor, la paciencia ante la adversidad, la confianza en un futuro mejor, la proactividad para generar un presente más satisfactorio. No se trata de pretender la perfección, que es imposible, de lo que se trata es de hacer lo que esté en nuestras manos para lograr mayores cotas de bienestar, haya o no haya virus.

Adicciones

Química y emocional

Las adicciones tienen un componente químico y otro emocional. Ambos componentes están íntimamente relacionados porque, al fin y al cabo, nuestras emociones tienen un sustrato químico. La expresión sensible de ambos componentes la experimentamos con cambios en nuestro cuerpo y en sus órganos: energía, relajación, sudor, inquietud, tensión, desasosiego, etc., según satisfagamos el deseo o nos abstengamos de hacerlo. La expresión psicológica la experimentamos con cambios en nuestro estado de ánimo y en nuestra actividad cognitiva, afectando al humor, la alegría, los proyectos, la constancia, la confianza, la forma de razonar, la capacidad para concentrarnos, los procesos de aprendizaje, etc.

Hay infinidad de adicciones; en la práctica tantas como actividades humanas. El mantenimiento de la adicción está provocado en un cierto porcentaje por la actividad adictiva en sí (juego, tabaco, alcohol, drogas, sexo, porno, trabajo, compras, comida, éxito, aplausos…) y en otro porcentaje por una necesidad esencial no satisfecha (amarnos, aceptarnos, coherencia, integridad, racionalidad, confianza…).

Insatisfacción de fondo

No satisfacemos esa necesidad porque no la conocemos, no logramos identificarla, no sabemos concretarla y definirla o no creemos tener los recursos para hacerlo. La adicción es una canalización equivocada e ineficaz de esa insatisfacción.

La necesidad que no satisfacemos, y que no somos capaces de identificar, nos provoca inquietud, desasosiego y malestar. Este malestar es un estado que nos impulsa hacia un objeto o actividad en búsqueda de alivio. Si lográramos identificar la auténtica necesidad y encontrar la vía para satisfacerla, calmaríamos nuestra inquietud, podríamos centrarnos y evitaríamos conductas adictivas.

Sin embargo, esa inquietud o malestar no identificada es canalizada erróneamente hacia la satisfacción de un deseo (por un objeto o una actividad). Al obtener una satisfacción superficial creemos estar calmando nuestra inquietud profunda, pero lo único que producimos es un placer efímero y adictivo. Es efímero porque no responde a necesidades sustanciales e importantes para nuestro equilibrio y bienestar; es adictivo porque al calmar momentáneamente nuestro malestar nos induce a asociar la calma con la posible solución de la inquietud. Nada más lejos de la realidad.

Necesidades, no deseos

En primer lugar, las necesidades vitales, profundas, esenciales de cada persona, no se resuelven satisfaciendo deseos que no guardan relación con la verdadera necesidad. En segundo lugar, la satisfacción puntual e inmediata de nuestros deseos más simples (comer, beber, jugar, higiene, protección, temperatura, sueño, descanso…) está destinada a mantener nuestro equilibrio fisiológico y si se utiliza de forma compulsiva para paliar otra necesidad de tipo emocional,  estaremos forzando a nuestro organismo en una dirección no saludable: por ejemplo, comeremos más de lo necesario, beberemos alcohol para relajarnos, nos lavaremos las manos 100 veces, etc.

Satisfacer una carencia emocional; aclarar un déficit en nuestra coherencia cognitiva; resolver un conflicto en nuestras relaciones; regular una conducta que no regulamos, etc., pueden ser una necesidad esencial. Aprender a identificarlas, comprender su origen y establecer el procedimiento y dinámicas para satisfacerlas es una tarea que aliviará nuestra inquietud, hasta su total solución. Una vez que hayamos aprendido a resolver esta necesidad, habremos resuelto la raíz de la adicción que poco a poco podremos disolver hasta reorganizar todas nuestras conductas entorno a nuestro equilibrio y bienestar.

En otros artículos, hablaré de adicciones concretas, su procesos, dinámicas, conductas y consecuencias de las distintas actividades y objetos que conforman las adicciones más frecuentes: drogas, comida, pornografía, trabajo, éxito, coleccionismo, higiene, seguridad…

El trasfondo es un mecanismo idéntico para todas ellas. Cambia la dinámica para realizarlas y también las creencias asociadas; la consideración social; el sentimiento de culpabilidad; el placer o displacer asociados, etc. Por otra parte, las consecuencias son distintas según el tipo de adicción, no obstante, hay un denominador común a todas ellas: la pérdida del bienestar debido a la vivencia de descontrol. Sentimos que nuestro deseo conduce nuestra vida, nuestros horarios, nuestras relaciones, nuestro estado de ánimo (humor, energía, alegría), nuestras ilusiones, nuestros proyectos… Sentimos que no es la lógica ni la racionalidad de nuestros objetivos las que dirigen nuestros actos, sino la impulsividad y cierto automatismo.

Este descontrol lo detectamos desde muy temprano, al inicio de la adicción, pero no queremos reconocerlo, nos engañamos o nos negamos a verlo, no queremos ni pensar en ello. Sin embargo, hay una función de nuestra conciencia que nos está alertando de ese peligro. Para acallar la conciencia, nos distraemos, activamos mecanismos de anestesia, hacemos muchas cosas para estar ocupados o… incidimos en la conducta para calmar el malestar de nuestra inconsistencia y contradicción. De modo que insistimos en nuestra adicción o bien, iniciamos otra nueva adicción. Por eso no es extraño encontrarnos con personas que tienen más de una adicción: juego y alcohol; tabaco y porno; comida y compras… Si no somos coherentes, responsables y nos implicamos en la solución del problema de forma consciente, podemos entrar en un círculo muy destructor.

Quién se beneficia de nuestra adicción

Por otra parte, de nuestras adicciones resultan beneficiarios y perjudicados. Los perjudicados somos nosotros mismos, las personas que nos quieren y muchas de las personas con las que nos relacionamos. Los únicos beneficiarios son las personas y organizaciones que comercian con las sustancias, objetos y actividades que nutren nuestra adicción: productores de porno; fabricantes de tabaco; entidades de juego, etc. Conviene tomar conciencia de cómo algunos pueden obtener beneficio de nuestra dificultad para regular nuestras conductas. Hay personas y empresas que obtienen millones en beneficios, gracias a nuestra adicción.

Como conclusión, podríamos decir que, para resolver una adicción, conviene atender al origen de la insatisfacción que generó esa conducta desorientada. No obstante, debido a que hay adicciones con consecuencias graves para la salud (física, psicológica, social) a corto, medio y largo plazo -por ejemplo, la heroína, el juego, el alcohol-, puede ser conveniente tratar farmacológicamente los síntomas para evitar el deterioro más grave. Este tratamiento puede ser metadona, ansiolíticos, etc.

Una evaluación adecuada logrará identificar esas necesidades esenciales que están insatisfechas; explicará la función que está realizando la adicción; señalará los factores que necesitan un cambio y las dinámicas necesarias para realizarlos.

En este proceso resulta eficaz la orientación, apoyo y refuerzo de un/a psicólogo/a que comprenda bien los mecanismos de la adicción y los procesos de fondo que la acompañan y mantienen.

Emociones: Dolor y disfunciones

Contenidos:

  1. Cada emoción tiene efectos en el cuerpo
  2. Dolores crónicos y causas emocionales
    • Indefensión aprendida
    • Caso de Migraña: Diana
  3. Problemas Sexuales
    • Caso de disfunción eréctil: Luis

1. Cada emoción tiene efectos en el cuerpo

Dependiendo de las emociones, experimentamos sensaciones corporales distintas.

Si nos observamos con calma, cuando sentimos emociones con cierta intensidad podemos notar sensaciones en nuestro cuerpo: placidez, relajación, placer, aceleración cardiaca, respiración entrecortada, calor, frio, hormigueo, sequedad, sudor, acidez, moqueo, salivación, diarrea, tensión muscular, posturas de alerta…etc.. 


Estas sensaciones son los cambios fisiológicos -orgánicos, químicos y eléctricos- con los que reacciona nuestro organismo ante determinadas emociones. Por ejemplo, ante una situación interpreto que hay peligro (lo haya o no); inmediatamente, en mi cerebro se da la señal de alarma; en respuesta a esta señal, otras funciones activan ‘instrucciones automatizadas’ y se desencadenan respuestas autónomas ante los mismos. Todo esto sucede en milésimas de segundo.

Los cambios se producen de forma automática sin que nosotros las ‘decidamos’ de forma voluntaria. Son reacciones de nuestro organismo que están programadas de forma evolutiva. Es decir, ante la misma tipología de emoción, y parecida intensidad y duración de la misma, todas las personas tendrán el mismo tipo de reactividad orgánica.

Pero se puede interpretar la situación de diferente forma (significado no peligroso) y reaccionar con distinta actitud emocional (intensidad, duración, severidad…), e incluso con distintas emociones, ante circunstancias parecidas. El estilo o hábito emocional se aprende a lo largo de la infancia y adolescencia.

Lo que nos diferencia a unas personas de otras son los hábitos emocionales, es decir el estilo emocional aprendido con el que reaccionamos a las mismas o parecidas situaciones.

El estilo emocional es como el surco que una experiencia repetida genera en los circuitos neuronales, del mismo modo que se hace un sendero con el paso continuo de una persona por el mismo lugar.

El estilo emocional es parte de nuestra personalidad. Por ejemplo, hay personas con tendencia a actitudes más ‘preocupadas’ y que están en un estado emocional de hiper alerta, vigilantes y al acecho de cualquier problema. Otras actúan más ‘relajadas’, confían más en su capacidad para resolver los problemas que se presentan y no necesitan estar alerta de forma constante. Este es solo un ejemplo entre los muchos que podemos encontrar en función de la personalidad.

Es obvio que cada una de estas personas va a experimentar distintas reacciones orgánicas en su cuerpo. Los tres sistemas principales del cuerpo (Sistema Nervioso, Sistema Cardio-Vascular y Sistema Endocrino) van a activarse ante las señales que el cerebro de cada persona va a tramitar, elaborar e interpretar, procedentes de la propia mente y de los sentidos.

Por ejemplo, la persona de tipología ‘preocupada’ activará muy constantemente los circuitos y vías neurológicas del estrés y/o la ansiedad, mientras que la ‘relajada’ activará constantemente los circuitos y vías de la tranquilidad, serenidad y relajación. Podemos hacernos una idea de que lo mismo sucede para otras tipologías o perfiles de personalidad: impulsivos, irritables, iracundos, violentos, reflexivos, tristones, fantasiosos, obsesivos, exigentes, rígidos, ciclotímicos, etc…

Como cada sistema, circuito neurológico o vía hormonal tiene efectos distintos sobre el organismo, cuanto más activemos uno de ellos, más efectos de ese estilo tendremos.

De este modo, una tristeza continuada puede producir efectos en los sistemas cerebrales de activación/motivación y el de recompensa, generando pérdida de activación de neurotransmisores monoaminérgicos como la serotonina, la dopamina (cocaína/anfetamina del cerebro) y la norepinefrina; colinérgicos como la acetilcolina (nicotina del propio cerebro) o la histamina (reguladora del sueño);  así como de liberación y recepción de endorfinas, entre ellas la encefalina (morfina/heroína del propio cerebro); anandamida (el cannabis/marihuana del propio cerebro).

Además del efecto que estos neurotransmisores producen en las funciones cognitivas, emocionales y ejecutivas del cerebro (memoria, decisiones, voluntad, ánimo, concentración, cálculo, comprensión, etc.), también está la química que viaja por la sangre y su efecto en el resto de los órganos del cuerpo.  El nuevo cóctel químico que estamos produciendo con un estado de ánimo intenso y persistente va directamente a la sangre. El torrente sanguíneo se encargará de viajar por el cuerpo con el nuevo coctel de ingredientes para alimentar a nuestros órganos.  La alteración de la ‘alimentación’ química de nuestros órganos va a alterar su correcto funcionamiento y a la larga podemos desarrollar enfermedades: alergias, problemas gástricos, disfunciones del intestino o del colón, infecciones, catarros, amigdalitis… etc.   Esa alteración puede llevar a disfunciones y enfermedades crónicas.

Si en vez de tristeza lo que padecemos es estrés, el cuerpo reacciona de otro modo. Nuestros músculos se tensarán, aceleramos el ritmo cardiaco, produciremos adrenalina. Esta tensión continuada puede llevarnos a desarrollar distonías, dolores de cabeza, migrañas, dolor de hombros, agotamiento…

Si sufrimos ansiedad (miedo, temor, pánico, inseguridad, indefensión), las reacciones de nuestro cuerpo serán parálisis motora, falta de riego sanguíneo a nuestras extremidades, descontrol de esfínteres, producción de adrenalina…

Si padecemos enfados continuos, ira, cambios de humor repentinos, dificultad para controlar nuestros impulsos, aumentaremos repentinamente el ritmo cardiaco, dilataremos las venas y produciremos una explosión rápida de hormonas que llegan al torrente sanguíneo, sin dar tiempo al organismo para sintetizar y equilibrar.

Si no nos sentimos queridos; si sentimos que no servimos para nada; si sentimos que no hacemos lo suficiente; si creemos que necesitamos siempre más cosas…. En cada caso vamos a establecer, activar y sobre activar circuitos neurológicos, funcionales, hormonales y orgánicos diferentes con distintas consecuencias.

La relación entre salud y emociones es muy estrecha, uno de los casos más paradigmáticos de esta relación, puede ser la vivencia de la indefensión aprendida y el desarrollo de afecciones en distintos órganos del cuerpo. Me detendré un poco en la explicación de este fenómeno dada su importancia para la vida del adulto.

Indefensión aprendida

La indefensión aprendida es un conflicto psicológico que refleja la impotencia de una persona para enfrentarse a situaciones de peligro, injusticia, abuso, violencia, problemas, conflictos o desagrado. Generalmente, se desarrolla durante la infancia en entornos hostiles donde no se protege la integridad de los pequeños (entorno familiar, escolar…); en entornos de poca atención y cuidados; en entornos con falta de criterio y racionalidad…  Puede perdurar durante la vida adulta de la persona, y si no se pone remedio, puede prolongarse toda la vida, con consecuencias crónicas.

En estos casos, se vive por parte del menor la imposibilidad de afrontar y solucionar el problema de inseguridad, peligro, desprotección, violencia o abuso, incluso de huir, escapar o luchar. Se dan dos circunstancias para sentir esa incapacidad de afrontar satisfactoriamente la situación hostil: 1) falta de atención y/o protección de los adultos; 2) falta de recursos cognitivos y emocionales, debida a la escasa edad y las dificultades para evaluar y gestionar ese tipo de situaciones. Esta vivencia reiterada, provoca la falta de confianza para afrontar este tipo de escenarios y produce la convicción de que no existe la posibilidad de solucionar o escapar de ese problema. Al cabo de un tiempo se convierte en una indefensión aprendida.

Los/las menores que la sufren, desgraciadamente suelen enfrentarse a estas situaciones con frecuencia. En estas condiciones, sus reacciones fisiológicas serán el resultado de las emociones que experimentan.

Las emociones más habituales serán temor, inseguridad, desconfianza, ansiedad, miedo, pánico y preocupación. Las respuestas conductuales psicomotoras serán de evitación o ‘paralización’. Los cambios cognitivos serán: falta de concentración, confusión y déficit en procesamiento de información. Sufrirán fatiga física y cambios en el sueño.

Las reacciones fisiológicas serán múltiples, todas ellas activadas por conexiones entre la amígdala y otros núcleos del cerebro: 

  • La paralización (regulada en parte por conexiones activadas entre la amígdala y la sustancia periacuductal gris (sPAG)).
    • En la expresión del miedo también interviene el sistema endocrino, que producirá exceso de cortisol (regulado por la amígdala y el eje hipotálamo-hipofisosuprarrenal (HHS)). Una prolongada activación del HHs y su excesiva  liberación de cortisol puede tener consecuencias significativas: riesgo de enfermedad arterial o coronaria, diabetes e infarto.
    • Otros cambios producidos durante la respuesta de miedo se manifiestan en la respiración (regulada por la activación amigdalar del núcleo parabraquial (NPR)). Una respiración disfuncional puede llevar a intensificar el asma, sensación de asfixia o una deficiente oxigenación del cerebro y otros órganos del cuerpo.
    • Las respuestas autonómicas del miedo incluyen también aumento de la tasa cardiaca y la tensión arterial (reguladas por activación de las conexiones entre amígdala y nucleo locus coeruleos). Su activación continuada puede provocar riesgo de ateroesclerosis, isquemia cardiaca, infarto y muerte súbita.

Además de las apuntadas antes, hay otras consecuencias que se manifiestan en el cuerpo de un menor: pérdida del control de esfínteres; tos; dolor abdominal; fatiga; problemas de piel (psoriasis, eccema, erupciones); pérdida del apetito; dolores de cabeza; dolores musculares, etc.

Algunas o la mayoría de estas reacciones conductuales y manifestaciones fisiológicas del temor, miedo y la indefensión aprendida pueden hacerse crónicas y permanecer hasta la edad adulta en personas que no han superado la indefensión o que tienen aún alguna dificultad para resolver con asertividad parecidas situaciones.

Para desarrollar la indefensión aprendida no es necesario que la vivencia traumática (de desprotección) del menor sea muy intensa, basta con que sea muy significativa. Por ejemplo, la falta de orientación adecuada por parte de un adulto ante situaciones de conflicto o problemáticas puede generar conductas erróneas con consecuencias no deseadas que lleven al menor a la experiencia de la “indefensión” por falta de recursos y de ayuda.

Esta falta de orientación y ayuda se traduce en la ausencia de asertividad y puede expresarse en dificultad para poner límites; problemas para expresar las emociones; temor a no ser queridos; exceso de auto exigencia; miedo a cometer errores; dificultades para tomar decisiones; miedo a la responsabilidad; inseguridad para asumir compromisos; desconfianza; preocupación constante;  etc.

La evaluación psicológica es una herramienta de elevadísima utilidad para identificar y trabajar estas dinámicas emocionales-fisiológicas-orgánicas que nos producen malestar, desequilibrio, enfermedades y dolores crónicos.

Una correcta evaluación psicológica y un diagnóstico riguroso puede ser el principio para acabar con nuestro malestar y realizar un cambio sustantivo y permanente en nuestra calidad de vida.

2. Dolores crónicos y causas emocionales 

El dolor físico puede ser la consecuencia de un estado emocional intenso. Puede ser un dolor ocasional o puede transformarse en un dolor crónico que no remite con analgésicos u otros fármacos.

Un dolor de cabeza se puede producir como consecuencia de una tensión emocional prolongada o intensa. Un dolor de estómago se puede producir como consecuencia de la ansiedad ante una situación. Un dolor de espalda se puede producir como consecuencia de un estrés intenso o prolongado… Cualquiera de estos dolores puede convertirse en una disfunción constante o periódica que nos impide una vida completamente funcional.

En muchísimos casos, el dolor físico es la expresión sensible del ‘dolor’ emocional. En nuestra cultura somos más conscientes del dolor físico que de nuestro padecer emocional. Hay muchas situaciones que nos provocan respuestas emocionales poco funcionales (desproporcionadas, frecuentes, intensas) debido a una mala gestión de nuestro sistema cognitivo-emocional.

La somatización se define como la transformación de un conflicto psíquico en enfermedad orgánica o síntomas somáticos.

Hay bastantes casos y ejemplos de este proceso (alergias, afecciones cutáneas, irritación de colón, parálisis…).

Algunos estados emocionales en adultos son origen y desencadenantes de un porcentaje elevadísimo de dolores (migrañas, neuralgias, contracturas y tensiones musculares) y de otras afecciones (cardiacas, neurológicas, hormonales, infecciosas) y de su cronificación.

Quiero describir un caso real de dolor en adulto, tratado en mi consulta, para ilustrar esta relación. Por razones obvias de secreto profesional y respeto a la intimidad de estas personas, he cambiado el nombre y algunas de sus características y circunstancias, de modo que sea imposible su identificación.

Caso de Migrañas: Diana

Diana es una mujer de 50 años. Ha sido diagnosticada de Migraña con areola. Las migrañas se presentan como crisis espontáneas -que duran 2 días de media- con dolores de cabeza muy fuertes en un lado de la cabeza; con expresión punzante en el globo y cuenca ocular; fotofobia; hipersensibilidad a los ruidos; secreción mucosa nasal profusa con taponamiento o sin él; cansancio (fatiga) corporal profundo; falta total de energía e incapacidad para realizar cualquier tarea; pérdida de apetito; problemas con el sueño; dificultades de concentración; pérdida de habilidades cognitivas (memoria, cálculo, razonamiento, decisiones…).

Cuando Diana tiene las crisis se ve obligada a faltar al trabajo lo que le preocupa mucho porque se siente culpable de no cumplir con sus compromisos y responsabilidades. Es ingeniera y trabaja por cuenta ajena en un puesto intermedio con mucha responsabilidad. Se considera una persona responsable y rigurosa que disfruta mucho de su trabajo pero con una ambición profesional y económica relativa. Da mucha importancia a desarrollarse de un modo equilibrado en muchos planos de actividad. Le gustan las relaciones sociales, le gusta el deporte, la lectura, el cine, el arte, la naturaleza, la cocina y aprender o profundizar en las cosas. En la actualidad tiene pareja estable desde hace 10 años y no tienen hijos por voluntad de ambos.

Antes de ser diagnosticada de migraña, estuvo 5 años con estos problemas, que iban a más, sin que encontraran solución al problema. Durante ese tiempo le recetaron distintas medicaciones que no tenía el efecto necesario o que perdían su efecto al cabo de unos meses (ibuprofeno, paracetamol, opioides…).

Cada vez estaba más preocupada por no saber el origen de su malestar ni cómo tratarlo. La única solución que le daban era farmacológica.

Diana no se resignaba a vivir dependiente de las pastillas el resto de su vida pero, además, sabía por experiencia que los fármacos no eran la solución porque no eliminaban el problema, con frecuencia ni siquiera lo paliaban.

Leía cosas sobre la alimentación, sobre la fisioterapia, sobre las intervenciones… Nada le aportaba una explicación lógica y eficaz para poner remedio a su malestar, cada vez más incapacitante.  La última médica de cabecera fue la única que escuchó atentamente y supo enfocar un diagnostico inicial de forma sensata y con buen ojo clínico. Le hicieron TAC de las cervicales y detectaron una rectificación de la lordosis cervical. La doctora de cabecera le confirmó que lo más probable era que sus dolores tuvieran origen en una postura disfuncional provocada por tensión emocional mientras trabajaba utilizando el ordenador. Esta explicación fue la llave que dio paso a comprender el verdadero origen de su malestar.

La tensión emocional, provocaba tensión en hombros, cuello y nuca que eran los causantes de que se tensará la musculatura que sujeta la cabeza, la cual a su vez estaba comprimiendo los nervios que inervan parte del cerebro y provocaban esos dolores que la incapacitaban.

A partir de ese momento, Diana se observó con mucha más frecuencia y pudo comprender perfectamente que cuando trabajaba frente al ordenador durante muchas horas,  además, activaba ciertos hábitos emocionales de estrés y también de ansiedad. Cuando fue consciente de cómo estos hábitos de estrés y ansiedad le estaban provocando la adopción de posturas automáticas disfuncionales y cómo estas estaban generando incluso cambios anatómicos con consecuencias tan negativas, decidió poner remedio a través del trabajo emocional. Entonces vino a la consulta.

Lo primero que identificamos a través de la entrevista y de la evaluación fue un temor irracional a equivocarse y una gestión tóxica de su responsabilidad que se convertía en rigidez, obligación y auto exigencia que, a su vez, inmediatamente se traducían en posturas del cuerpo (cuello, hombros, brazos..) tensas y disfuncionales.

En su diálogo interior producía de forma constante mensajes del tipo: “Sería terrible si cometo un fallo”, “No seré capaz de terminar esto”, “Tengo que acabarlo hoy”, “No puedo equivocarme”, “Tiene que salir perfecto”, “No puedo permitirme ni un despiste”, “Tengo que ser capaz de impresionar”, “Tiene que ser el mejor informe…”, “Tengo que demostrar que valgo”, “Tienen que quedarse impactados”, “Debería ser más creativa”, “Debería estudiar más a fondo esto para estar a la última”….

Comprendió rápidamente lo poco funcionales que eran esos diálogos interiores y cómo generaban estados emociones estresantes y de ansiedad, dejando, además un poso de frustración y sensación de malestar.

Trabajamos hábitos de relajación y entrenamiento en diálogos interiores mucho más sanos, racionales y funcionales. Al mismo tiempo, aprendió a identificar los primeros síntomas de las crisis antes de que se produjeran para modificar las actitudes emocionales y las posturas resultantes.

Identificaba pronto los primeros síntomas: secreción nasal, insomnio, leve dolor de cabeza, rigidez, respiración entrecortada…Aprendió a chequear su estado general con una cierta frecuencia para anticiparse y prevenir las actitudes emocionales disfuncionales y sus correlatos fisiológicos y conductuales.

Hoy en día, después de 3 años, la mejoría es notable. Desde hace 1 año no ha vuelto a tener crisis tan graves. Es plenamente consciente del origen de su problema, aunque a veces se olvida y sin querer adopta viejos hábitos, pero en cuanto se da cuenta o a los primeros síntomas de malestar, les pone freno y previene las crisis.

Su calidad de vida ha mejorado de forma sustancial, además, está animada y esperanzada porque se da cuenta de que, si sigue entrenando hábitos emocionales más funcionales, logrará el bienestar pleno algún día. Ha ganado mucha confianza en sí misma y se ve como una persona muy capaz, sin exigencias y con recursos y habilidades para afrontar las situaciones y dificultades que la vida le depare.

3. Problemas Sexuales

Las emociones también condicionan la respuesta sexual: el deseo, el placer, la erección, la lubricación, etc. Para ilustrar las explicaciones posteriores, empezaremos por relatar un segundo caso (con nombre ficticio).

Caso de disfunción eréctil: Luis

Luis es un hombre de 45 años de edad, divorciado con hijos y directivo de una empresa de tecnología. Acude por primera vez a la consulta por un problema sexual. Desde hace años tiene problemas de erección y está perdiendo el deseo sexual, cada día que pasa está más desanimado. Ha pasado por diversos especialistas (urólogo, andrólogo, cardiólogo…) y le detectaron niveles elevados de colesterol en sangre. El diagnóstico, relacionó la posible pérdida de erección y testosterona con este problema cardiovascular. Corrigió ciertos hábitos de consumo (alcohol, grasas, tabaco) poco saludables. Al cabo del tiempo, la analítica general es correcta pero sigue teniendo problemas de erección y el deseo sexual ha disminuido.

Acudió a consulta después de buscar en internet y leer la web donde abordo todos los temas de sexualidad (www.cota5.es). Su lectura le dio algunas claves hasta ese momento ignoradas y le produjo cierta esperanza.

Durante la evaluación de su problema se pusieron de manifiesto algunas actitudes y conductas muy frecuentes durante las relaciones sexuales (también en otros entornos): alto nivel de estrés, hiper vigilante, anticipativo, exigente, controlador, facilidad para frustrarse, baja aceptación del fracaso, etc).

Analizamos la relación entre estas actitudes y ciertas emociones: inseguridad; frustración; desánimo; estrés; ansiedad; preocupación; enfado; ira… También evaluamos la función probable que estas emociones tenían en sus conductas y cómo podían estar bloqueando o dificultando una vivencia satisfactoria de la sexualidad.

Analizamos cómo estas emociones provocaban cambios fisiológicos en su organismo (sistema nervioso, vascular y hormonal) que hacían prácticamente imposible que se produjera la respuesta sexual fisiológica esperada (erección).

Iniciamos una terapia breve para que modificara su concepción de la sexualidad e interiorizara un modelo mucho más sano, funcional y eficaz con actitudes y conductas para el placer y el juego.

Entrenó técnicas cognitivas (ideas racionales; dialogo erótico..) y técnicas conductuales (relajación y concentración). Logró experimentar mucho más placer y erotización; y como consecuencia, recuperó la erección, el deseo sexual, la confianza en sí mismo y las ganas de disfrutar de la intimidad.

De paso, equilibró un poco su actitud ante el trabajo y el logro, dando paso a una conducta mucho menos estresante en todos los escenarios de su vida.

Estos son solo algunos ejemplos de las dificultades que nos puede causar un estilo o actitud emocional inadecuado. De estas reflexiones, creo útil extraer alguna idea a modo de conclusión. La primera es la importancia de observar nuestro cuerpo, detectar nuestras emociones y ver como interactúan ambos. La segunda es que muchas veces nuestros problemas físicos son solo una expresión o un aviso para que tiremos del hilo y encontremos la verdadera causa

Ser útiles para otros

No presumir de nuestros logros puede ser un acto útil para otras personas. Ser tolerantes con las limitaciones de los demás también es un acto útil para otras personas. No aconsejar a quién no nos pide consejo, es un acto útil hacia esa persona. No ayudar a quién no lo necesita también es un acto útil para esa persona. Manifestar el cariño por encima de las diferencias con otras personas, es un acto útil para la convivencia. No focalizar en los errores de los demás, es un acto útil para las relaciones. No imponer nuestra visión de las cosas es un acto útil para los demás.

Aceptar y respetar las decisiones de otras personas, aunque no coincidan con nuestro criterio, es un acto de utilidad. Compartir, disfrutar y alegrarnos de los logros y el bienestar de los demás, es un acto de utilidad. Promover el bienestar de otros, atendiendo a sus necesidades, respetando sus objetivos, valores y principios, es un acto de utilidad. Escuchar los errores de otros, empatizar con ellos y apoyarles en los momentos difíciles, también es un acto de utilidad.

Hay un larguísimo etcétera de actos útiles que podemos practicar a lo largo del día. Un acto útil puede requerir poco o mucho esfuerzo, depende de nuestra personalidad. Para algunas personas, frenar sus impulsos de aconsejar a alguien indicando lo que debería hacer , es un acto de gran auto regulación porque de forma casi automática tienden a pensar que sus consejos son ‘ideales’ para resolver o ayudar a la persona que (generalmente con paciencia) los escucha. En este caso, para esta persona esta utilidad requerirá de un notable esfuerzo. Primero para tomar conciencia de que sus consejos quizás no son requeridos; segundo para ‘morderse la lengua’ y respetar el modo de proceder de la otra/s personas, por más que piense que están equivocados.

Nos podemos marcar objetivos y proyectos para llevar a cabo estos actos de utilidad ‘social’. Tener proyectos: imaginarlos, diseñarlos, planificarlos y ponerlos en práctica es una actividad muy estimulante, gratificante y satisfactoria.

Si, además, tienen utilidad para otras personas, mucho más satisfactorios. Un proyecto no necesita ser ni complejo ni difícil, puede ser desde una pequeña actividad para una situación concreta, hasta una tarea más compleja y de larga duración. Un proyecto puede ser algo personal o algo colectivo. En ambos casos, será satisfactorio y, en ambos casos podrá tener repercusiones positivas en el entorno.

Un proyecto con utilidad personal como aprender inglés, windsurf o encaje de bolillos, nos puede favorecer personalmente y, de paso, puede contribuir a mantener el trabajo de otras personas.

Un proyecto con utilidad para otros (individuos o colectivos), tiene por objetivo mejorar algún aspecto -por pequeño que sea- de la vida de otras personas. Lograrlo, significa que somos solidarios, tomando conciencia de las necesidades de otros individuos y poniendo nuestros recursos y habilidades al servicio de un mundo más justo y equitativo.

Utilizar nuestros recursos (intelectuales, emocionales, sociales, técnicos…) para equilibrar los desajustes sociales (económicos, educativos, de alimentación, de vivienda, etc.) supone un acto de generosidad y de empatía. También de inteligencia social.

Ambas cualidades, generosidad y empatía, son habilidades que nos acercan más a la sabiduría; favorecen nuestra integración en la sociedad; nos hace sentirnos más plenos; contribuyen a un estado de bienestar y satisfacción; nos concilian con el entorno; dan sentido a nuestra vida.

La inteligencia social contribuye a un mundo más equitativo, más saludable, con más oportunidades para todos. Lograr esa equidad es trabajar para que existan menos injusticias, menos desigualdades y menos problemas sociales.

Por otra parte, el desarrollo y puesta en práctica de un proyecto, estimula nuestra creatividad, activa nuestra capacidad intelectual, nos provoca el interés por estar informados, demanda compromiso y da sentido a nuestra vida cotidiana. La satisfacción personal de contribuir al bienestar social es muy saludable.

El bienestar social facilita el desarrollo de todos los individuos, mejora el nivel de vida de un país, una población o un grupo social. La calidad de vida o el índice de bienestar no se mide solo ni principalmente por el producto interior bruto, aunque éste forme parte de un conjunto de indicadores. El índice de bienestar está relacionado con la huella ecológica (calidad del medio ambiente), la salud, el acceso a la educación, las oportunidades de trabajo, el nivel de ingresos, la calidad de la alimentación y vivienda, el entorno inmediato…

Si nuestro proyecto personal incluye la contribución a la mejora de cualquiera de estos factores, estaremos favoreciendo una sociedad más equitativa, más digna, más desarrollada, más feliz. Las diferencias sociales y las desigualdades que conllevan no favorecen el desarrollo sostenible de una sociedad.

La existencia de injusticias, la falta de oportunidades, los entornos hostiles, los déficits de afecto o atención, las dificultades educativas, los abusos, la explotación, la falta de conocimientos, la falta de recursos o habilidades sociales, etc., favorece la existencia de tensiones, conflictos, irregularidades, marginalidad y problemas sociales. Nuestra contribución puede estar dirigida a cualquiera de estos aspectos. Cuantas más personas dediquen sus proyectos personales (aunque sea una mínima parte) al bienestar social, más logros obtendremos en conjunto.

La integración de todos los ciudadanos, facilitándoles el acceso a todas las oportunidades de desarrollo humano que nuestra cultura oferta a los más privilegiados, creará una sociedad enriquecida, madura, libre, equitativa, justa, responsable y solidaria. La creencia que justifica la desigualdad en las diferencias genéticas es una creencia errónea, irracional, acientífica, sesgada y quizás -desgraciadamente- interesada.

Es triste que ese tipo de creencias puedan justificar la existencia de desigualdad e injusticia. La herencia (no la genética) no puede nunca justificar las diferencias sociales por más que haya sido y sea uno de los grandes condicionantes de la desigualdad en el acceso a las oportunidades. Las desigualdades sociales solo están basadas en dinámicas y estructuras sociales perversas que hemos de reajustar para lograr su equilibrio.

Las deficiencias en la educación del entorno familiar se han de compensar con una educación más profunda, sólida y amplia en la organización social (escuela, instituciones deportivas, campamentos…). Las deficiencias en el acceso a las oportunidades debidas a la posición social (ingresos, educación, trabajo), hemos de limarlas, mejorando la equidad, el proceso de integración y la extensión de las oportunidades.

Nuestro proyecto personal puede incluir acciones cotidianas que contemplen una actividad solidaria para lograr ese bienestar social.

Un cambio de creencias y de actitudes, puede ser nuestro primer paso.

Quitarnos la venda que nos hace ciegos frente a la realidad, es un paso importante.

Tomar conciencia de nuestra responsabilidad como ciudadanos privilegiados es otro acto para contribuir al bienestar social. Nuestros privilegios, en gran parte, son el resultado de haber nacido en un entorno con oportunidades.

Somos responsables de compartir con los menos privilegiados.