La madurez, qué es y para qué nos sirve

La madurez no tiene por qué llegar con la vejez, ni la juventud es necesariamente incompatible con ella. La madurez no es vejez, es plenitud. La plenitud no significa ‘terminado’, significa capacidad plena, plenas habilidades, plenas oportunidades, pleno disfrute, plena conciencia… La madurez nos regala con una ‘segunda’ juventud mucho más sabia.

La madurez es la habilidad para aceptar la realidad tal como es, no como nos gustaría; y responder a ella con la mejor de nuestras actitudes. La madurez es aprender a gestionar con buen ánimo, confianza y esperanza las contrariedades, desafíos o la frustración de nuestros deseos, expectativas u objetivos más inmediatos.

La madurez es la habilidad para conjugar la honestidad, la sinceridad, la vitalidad y entusiasmo por la vida con la sensatez, el equilibrio, el bienestar y nuestras metas a medio y largo plazo.

La madurez es la capacidad para dejarnos sorprender por la vida, la belleza, la bondad, el juego, la atracción, el deseo, el amor… y estar abiertos a lo que pueda suceder, sin prejuicios, corsés, miedos o represiones.

La madurez es saber amar en cualquier circunstancia, es tratar bien a las personas que estimamos, con independencia del grado de implicación que tengamos con ellas, el tipo de expectativas que generamos hacia ellas y con independencia de si éstas se cumplen o no.

La madurez es disfrutar de la soledad y la autonomía emocional, no depender de nadie para experimentar la paz, el sosiego y la plenitud. Es también, saber compartir esa autonomía sin renunciar a sus fundamentos y respetando el espacio y tiempos de los que nos comparten las suyas.

La madurez es conocernos sin engañarnos, sin falsos estereotipos, sin miedos, sin exigencias paralizantes, sin idealización, sin dejar de querernos, sin esperar nada que no seamos ya, sin compararnos con nuestras pretensiones, sin humillarnos o acomplejarnos por lo que no hemos logrado.

La madurez es domar la sobervia, la ira, la impaciencia, la intolerancia, el rencor, la frustración, la desconfianza, la envidia, el miedo, la exigencia, la temeridad, la imprudencia, el egoísmo insano…

La madurez es disfrutar de las más pequeñas cosas: el olor del pan, descubrir un nuevo vegetal comestible, ser capaces de interesarnos por una canción, bailar a solas, mirar la luz a través de la ventana, pasear sobre la hojarasca en otoño, sentir la brisa con los primeros rayos templados de la primavera, escuchar algo gracioso, reírnos de nuestras tonterías…

La madurez es no victimizarnos, no culpabilizarnos … La madurez es coger las riendas, responsabilizarnos de la vida que nos queda por vivir. La madurez es no recrearnos en el fracaso y ver lo que podemos hacer con los pedazos de lo que se rompió o dejamos caer. La madurez es comprender el mundo, nuestro entorno y saber qué papel queremos y podemos tener en ello.

La madurez es aprovechar cualquier situación para aprender a ser. Aprender a navegar por nuestra vida; aprender a a respirar, escuchar y utilizar nuestro cuerpo; aprender  a vivir; aprender  a amar, a aceptar, a tolerar, a comprender  a otros; aprender a empatizar; aprender a afrontar; aprender a esperar; aprender a valorar; aprender a aprender….

La madurez es responsabilizarnos de obtener bienestar en la incertidumbre, la contrariedad, el problema y el duelo. La madurez es tomar conciencia de que estás  vivo, no caer en la desesperanza ni  esperar que nadie nos salve de la desilusión, la tristeza, el decaimiento, el sufrimiento o la desorientación.

La madurez es la integridad, lograr que convivan en paz todos nuestros rasgos, habilidades, vivencias, errores, aciertos y esperanzas.

La madurez es darte derecho a disfrutar, buscar lo que te complace y hacerte responsable de intentar conseguirlo. La madurez es aceptar un no o un basta por respuesta, es respetar los límites que otras personas te ponen cuando tus objetivos se internan en su camino.

La madurez es aprender a decir no y basta, es saber poner límites sin herir los sentimientos ni  menospreciar a aquellos con quién interactuamos. La madurez es  ser honestos y no confundir, engañar o  hacer perder el tiempo a los demás.

La madurez es aprender a valorar lo que otras personas ofrecen, con independencia de si nos sentimos afines o no, de si es o no beneficioso para nosotros, de si va acompañado de otras cosas que no nos placen.

La madurez nos sirve para aprovechar el tiempo, para lograr el equilibrio y el bienestar, para crear lazos sólidos, para rendir cuentas a la vida y saber que no la hemos desperdiciado, para ser eficaces satisfaciendo nuestras necesidades, para desarrollar todo nuestro potencial, para que nuestra felicidad sea sólida y solo dependa de nosotros.

Podemos alcanzar la madurez en muchos aspectos o en unos pocos. De esa amplitud va a depender nuestro bienestar global.

Dar por hecho

Uno de los errores más comunes en nuestras relaciones, tanto en las nuevas como en las más trilladas, es dar por hecho lo que la otra persona nos quiere decir.

Dar por hecho significa que a pesar de que puede haber varias interpretaciones, significados o intenciones, el interlocutor que escucha (mejor decir el que’oye’) cree saber sin lugar a dudas lo que se está diciendo, y actúa en consecuencia.

Este error tan frecuente en las relaciones es causa de malos entendidos, conductas inadecuadas  y también de frustración. Desde luego, causa incomunicación porque los actos y lo que decimos pueden tener diversos significados y, sin embargo, solo se escoge uno como válido.

Ejemplos hay muchos en la vida cotidiana, creo que todos hemos padecido/aplicado esta conducta que implica una escucha sesgada y filtrada de la realidad que nos están transmitiendo y una cristalización precipitada de la información.

En el día a día de la consulta he de ser muy prudente con este tipo de sesgos porque me puede llevar a sacar conclusiones basadas en mis propios prejuicios, esquemas o limitaciones. Quizás porque en este entorno soy muy consciente del posible perjuicio hacia mis clientes,  procuro estar muy alerta y evitar este tipo de conductas. Esa alerta no impide que cometa errores.

En la vida personal, me despisto mucho más sin desearlo. Aunque también trato de evitarlo, cometo ese sesgo y doy por hecho que sé lo que me están diciendo, cuando a la larga se puede demostrar que, incluso en el mejor de los casos, me faltaba información para concluir tal cosa.

Este sesgo al analizar la información que nos transmiten/transmitimos, se basa generalmente en varios rasgos de personalidad y en algunos hábitos y creencias. La impaciencia y la rigidez son dos rasgos típicos que provocan que no escuchemos  adecuadamente y demos cosas por hecho. Otros rasgos pueden ser la ansiedad, el temor y la necesidad de certezas. También la creencia de que conocemos muy bien a la otra persona o el tema del que se habla y por lo tanto, nos podemos permitir anticipar de forma concluyente lo que nos va a decir. En otros casos, un afán por la ‘falsa’ eficacia nos empuja a tratar de ir al grano o pasar rápidamente a otro tema que consideramos más relevante, como resultado, también nos puede llevar a cometer este error tan frecuente. La soberbia, el orgullo y ciertos complejos también pueden llevar a un déficit en la actitud de escucha.

Para evitar caer en esta conducta tan poco eficaz para la comunicación y las relaciones de todo tipo (pareja, amistad, familia, profesionales) es conveniente adoptar varias técnicas. En primer lugar, tomar conciencia de que cometemos ese error. Para ello, basta con preguntar a nuestro entorno, y comprobar que ellos tienen la experiencia frecuente de que no les hemos escuchado ni hemos asignado significados adecuados a su transmisión. Nos pueden poner ejemplos. La toma de conciencia es necesaria para empezar a cambiar esa actitud/conducta.

En segundo lugar, plantearme en cuántas ocasiones he tenido dificultades, problemas o frustraciones porque no he sabido interpretar adecuadamente algo debido a esa conducta de dar por hecho. Los errores pueden ser de mayor o menor nivel, desgraciadamente hay veces que ese error me hace perder alguna oportunidad. Tomar conciencia de ello me puede ayudar al tercer paso.

La tercera cosa que podemos hacer es ejercitar la paciencia, respirar relajadamente, eliminar cualquier tipo de prisa e incorporar la creencia de que nos podemos perder algo muy importante o que podemos cometer un error significativo. Algunos errores se pueden subsanar, otros es muy difícil cambiarlos. Si tomo conciencia de este hecho, estaré ayudándome a establecer mecanismos de alerta y vigilancia sobre esas conductas sesgadas.

En cuarto lugar, ante cada conversación, conviene que pregunte siempre para asegurarme de que he entendido bien. Aunque considere que he entendido, como sé que tengo un sesgo, trataré de cerciorarme. Las preguntas pueden ser repitiendo lo que la otra persona me ha dicho o bien, introduciendo posibles variaciones en el significado –buscando activamente esas variantes- y preguntando a cuál de todos ellas se refiere mi interlocutor.

Por ejemplo, Inter1: “Necesito tiempo para decidirme”; Inter2: “ Me gustaría saber si te estoy entendiendo bien, ¿Quieres decir que te falta información o tal vez quieres decir que tienes dudas y necesitas resolverlas o quizás  quieres decir que tienes todo claro y necesitas evaluar qué te conviene? ¿Te puedo ayudar en algo?¿Crees que te puedo dar más información? Me gustaría comprenderte bien ¿me puedes avanzar en qué punto estas de tu evaluación y qué opciones estás barajando?”… etc.

Una misma afirmación puede significar cosas distintas, incluso para personas que llevan conviviendo muchos años, mucho más para personas que apenas se conocen.

En quinto lugar, cuando terminamos una conversación de cierta trascendencia, conviene que ambas partes repasen lo que se ha dicho y traten de descubrir si han contemplado todas las posibles opciones de significado. Identificar posibles lagunas o errores de interpretación es una dinámica muy saludable que nos permite proponer una nueva conversación sobre la base de las dudas que hemos detectado.

Este tipo de entrenamiento o práctica en la vida cotidiana nos puede conducir a reducir errores, a estar más cerca de las personas, a conocer mejor a los que nos rodean y compartir con ellos espacios y escenarios que antes se nos ocultaban.

En algunas ocasiones, transcurrido un tiempo de la última conversación o encuentro, quizás nos empieza a invadir la sensación de incertidumbre, falta de información, dudas, lagunas, ambigüedades…sobre esa información que inicialmente dimos por entendida. Esa sensación de que el puzle no está completo, es un síntoma de que nuestra inteligencia funciona bien y gana en objetividad a medida que nos distanciamos de la situación y permitimos que toda la información se reconstruya en nuestro cerebro sin corsés, esquemas rígidos, prejuicios, prisas o impaciencias. Es un excelente síntoma de que nuestro sistema cognitivo busca la coherencia el rigor y la  racionalidad, por lo tanto la máxima objetividad.

La búsqueda de la coherencia cognitiva no es otra cosa que la búsqueda de una visión realista, sin sesgos, donde el puzle encaje perfectamente, sin que falten piezas fundamentales y sin distorsionar, ocultarlas  o encajarlas a la fuerza. Merece la pena hacernos eco de esta necesidad y satisfacerla del modo más sano, posible y constructivo.

Amar sin reservas

Amar sin reservas implica que esa relación admite a cada individuo al 100%. Sin reservas significa transparencia pero no significa diluirse en el otro.

Muchas personas confunden esta expresión con la idea de gregarismo, es decir, hacerlo todo juntos y no tener espacios ni tiempos de soledad, autonomía o privacidad individual. Muy al contrario.

Amar sin reservas es basar la relación en la honestidad y la mutua confianza.  Para amar sin reservas es necesario que cada persona pueda ejercer y expresar lo que piensa, siente o desea sin temor a ser juzgado y descalificado o ‘destronado’. Es necesario que sea fiel a sí mismo/a.

La relación basada en el amor sin reservas incluye dos seres completos, no dos medias naranjas. La compatibilidad de una relación solo se puede dar cuando las dos personas se pueden manifestar total y abiertamente, si no, lo que se produce es un acoplamiento pero no se comprueba que sean compatibles.

Amar sin reservas es considerar que la otra persona tiene derecho a conocerme y saber dónde estoy en la relación, qué espero de la misma, qué estoy dispuesto a aportar, qué cambios se están produciendo en mi, qué dudas se me generan…Amar sin reservas conlleva un esfuerzo por la comunicación, por mantener a la otra persona al corriente de nuestra vida, inquietudes, proyectos, emociones, actividades, relaciones y deseos.

En la vida práctica significa que cada persona pueda dar continuidad a su vida individual, sus actividades, compromisos, responsabilidades y proyectos, al tiempo que comparte con la otra persona actividades nuevas o parte de las actividades anteriores. Es sano y funcional para construir el amor que cada persona pueda desarrollar y dar continuidad, sin ocultación, a toda la actividad que venía realizando hasta que inició la nueva relación.

Ocultar, callar, mentir, esconder… son reservas que estamos haciendo a la relación. Pueden ser de tipo psicológico, por ejemplo, me callo que soy muy perfeccionista o que soy muy impuntual por miedo a que me rechace la otra persona. Trato de ocultar lo que yo considero mis defectos o mis aristas para resultar más atractivo/a o porque me avergüenzo. Hay más campos sobre los que podemos establecer reservas. Por ejemplo, en el campo de las relaciones cuando evito introducir a esa persona con determinados amigos por miedo a que no se caigan bien o a que me califique negativamente debido a mis amistades. En el campo laboral, también puedo ocultar aspectos de mi trabajo que me avergüenzan, etc.

Una relación que se basa en las reservas es una relación donde las personas no se sienten aceptadas ni respetadas. Con independencia de que la causa sea uno mismo y sus temores o complejos, o sea la actitud crítica, intolerante o incompatible de la otra persona, o ambas, lo cierto es que si no podemos mostrarnos sin reservas en una relación de amor, sentiremos que se genera un espacio de distancia entre ambos, un espacio donde nos sentimos aislados aunque estemos en la relación. Esa sensación es un aspecto vulnerable de la relación, convirtiendo en grieta y resquicio lo que convendría que fuera fundamento sólido. Esas grietas en la base de una relación amorosa pueden dar al traste con la relación porque la comunicación se hace difícil (silencios, ausencias, distracciones…) y las personas nos acercamos a quien sabe escucharnos.

De este modo, el amor sin reservas conlleva el respeto a la situación de la otra persona, por eso es fundamental que cada miembro de la relación muestre abiertamente su situación y la comparta. Compartir no significa actuar gregariamente o implicarse desde un inicio. Este podría ser el siguiente paso en una relación que avanza. Compartir en unos casos puede ser hablar y escuchar, en otros apoyo emocional, en otros reflexionar juntos, etc. Hay muchas maneras de compartir.

En definitiva, sin reservas significa ser uno mismo y sentir que nos podemos expresar y manifestar mostrándonos y mostrando nuestro mundo. Sin reservas significa que no importa cuál sea nuestra situación, si hemos de explorar las posibilidades de una relación amorosa, es mejor que nos sintamos libres y con derecho a ser. No es bueno tener miedo a mostrarnos tal cual.

Sin reservas, implica que escuchamos las necesidades que nos manifiesta la otra persona y evaluamos sin juzgar y sin engañarnos la compatibilidad con nuestras propias necesidades. Sin reservas significa honestidad para con nosotros y para con la otra persona.

El duelo y la pérdida. Afrontamiento.

El afrontamiento de la pérdida y el duelo desde la psicología  positiva se podría describir en un proceso de cuatro fases:  1) aceptación de la realidad: comprender las consecuencias de esa pérdida y aceptarlas; 2) afrontar el duelo: aceptar el dolor y otros sentimientos ; 3)  buscar el placer y el afecto: 4) realizar actividad satisfactoria : tratar de mantener las actividades satisfactorias habituales y crear nuevas .

Para explicar estos pasos, empecemos con un ejemplo menos grave como puede ser una desilusión amorosa. Esos cuatro pasos se traducen en afrontar la pérdida o desilusión en una dimensión equilibrada en el conjunto de mi vida y de otras ilusiones, proyectos y objetivos que ya existían o que puedo generar desde hoy. Se trata de vivir conscientemente la sensación de dolor, decepción e insatisfacción que me genera la pérdida de una ilusión y todas las vivencias que la acompañan, comprendiendo el significado que tiene en mi vida y dándole una importancia relativa, realista, racional y saludable. El análisis de la situación ha de ser objetivo, sólido y racional. Eso incluye comprender mis propias emociones -las ilusionantes y las decepcionantes- y vivirlas de forma sana. Por ejemplo, razonar que «si antes de conocer a esta persona era razonablemente feliz, también puedo serlo ahora», o bien, «yo soy la única responsable de mi bienestar, las riendas de mi bienestar están en mis manos, no pueden estar en una relación ni en manos de la suerte».

Afrontar el duelo (toda pérdida en el terreno emocional supone un duelo de mayor o menor intensidad y alcance) supone aceptar el dolor que me produce lo que no voy a poder disfrutar; requiere aceptar la pérdida del placer que me generaba; conlleva comprender cómo esa desilusión va a modificar mi situación y supone aprender a conocerme mejor y tratar de identificar que otras actividades pueden compensarme esa pérdida.

Aceptar, abordar y transitar por el duelo, significa vivir mi tristeza, dolor, desengaño o frustración pero sin dramatizar ni exagerar, hacerlo de un modo responsable. Es decir, tampoco negándolo ni huyendo. Significa afrontar y superar mis propios miedos, utilizar esa experiencia de duelo para seguir madurando y responsabilizandome de mi felicidad.

Aceptar el duelo supone perder el miedo a atravesar ese dolor y esa pérdida de ilusión o placer, supone tener confianza en mi capacidad para seguir creciendo y construir mi presente de forma autónoma. Muchas personas se bloquean ante el miedo que les produce sentir dolor. Es necesario afrontarlo para descubrir que es menos doloroso transitar por el dolor que intentar rechazarlo. Tenemos capacidad para atravesar el dolor. El dolor es algo natural cuando perdemos lo que nos hacía sentir bienestar. Huir del dolor no elimina el dolor y prolonga el sufrimiento innecesariamente, provocando otras disfunciones emocionales y/o cognitivascognitivos.

El duelo también  requiere un compromiso personal para no dramatizar y no caer en el victimismo, la pasividad, inacción o el dramatismo. Significa que me esfuerzo por ver el presente y el futuro con una visión más esperanzada, confiando en mis recursos para hacer que lo malo o lo peor pase a un segundo plano, dejando espacio a otros sentimientos y aspectos alegres y estimulantes de mi vida. El compromiso personal es una suerte de disciplina diaria para mantener otras ilusiones, proyectos y placeres, mediante la objetividad, la coherencia, el esfuerzo y el trabajo mental.

Aunque de modo muy resumido, he tratado de reflejar el enfoque que la psicología positiva daría a una situación de pérdida no muy grave.

Como vemos, la psicología positiva es todo menos una receta simplona de felicidad.

La psicología positiva nos propone responsabilizarnos de nuestro bienestar en todo aquello que sí depende de nosotros. Hay cosas que aunque no sean graves no dependen directa o únicamente de nosotros  pero aquellas que si dependen de mí (amarme yo, cuidarme, disfrutar, hacer cosas satisfactorias, comprometerme con mi bienestar, enfocar de modo objetivo, no victimizarme, aceptar la realidad y aprender a convivir con ella obteniendo placer), son mi responsabilidad y la clave de mi bienestar, estabilidad y crecimiento personal.

Para responsabilizarme de ellas he de evitar caer en las excusas y justificaciones. No conviene que me justifique en esa desilusión para andar triste por las esquinas, llorando mi mala suerte. No hay excusa para dejar de quererme, no cuidarme o no hacer aquello que me conviene.

Sin duda hay situaciones de pérdida mucho más graves como una guerra, la necesidad de asilo, un crimen, la muerte de un niño, un deshaucio… En todas ellas hay un alto porcentaje de algún condicionante o causante externo, que no depende de mí.

En estos casos, el duelo y la aceptación de la realidad van a suponer un esfuerzo y compromiso exponencialmente mayores. Mi desgaste va a ser muchísimo mayor y la experiencia me va a marcar para siempre con una huella profunda. En estas situaciones, realmente dramáticas, voy a necesitar de un trabajo emocional profundo, intenso y prolongado para aceptar la realidad. También voy a necesitar un fuerte y sólido compromiso para construir una cotidianidad con actividades que me reporten pequeños placeres  y satisfacciones. Necesitaré reforzar mi memoria para recordar todos los recursos que tengo y puedo utilizar para construir bienestar en esa nueva realidad hostil y difícil.

Requeriré de grandes dosis de esperanza, confianza y paciencia para visualizar las cosas gratas del presente y lo que puedo esperar del futuro. En estas circunstancias de pérdida dramática, he de convertir cada gesto del presente en algo vital y necesario para superar la gravedad adversa de la realidad, al tiempo que he de confiar en un futuro mejor. La creatividad, el humor, el cariño, la fantasía, los recuerdos… son en estos casos estrategias muy útiles para sobrellevar esa penosa realidad. La vida es bella, es una película que refleja con gran acierto y ternura la sabiduría de una persona ante la situación más dramática que puede vivir un ser humano.

Hay quien entiende mal el concepto y la práctica de la psicología positiva, sobre todo ante situaciones emocionales de dolor, pérdida y tristeza. A menudo simplificando, se ha interpretado erróneamente como una ‘filosofía’ de vida en la que no se permiten las emociones llamadas ‘negativas’, y se reprimen o niegan para experimentar sólo aquellas emociones que nos producen placer. También se ha dicho que la psicología positiva no tiene en consideración el papel de la cultura y la sociedad en el malestar del individuo.

La simplificación lleva a etiquetar esta orientación psicológica como superficial e inmadura ante los verdaderos problemas de las personas y la sociedad. Nada más lejos de la realidad.

La psicología positiva en ningún caso nos recomienda la negación de la realidad, el despecho, el rencor, la agresividad, el decaimiento o cualquier otra forma de huida del dolor. La gravedad de la pérdida y la intensidad del dolor varían y por lo tanto las estrategias de afrontamiento también van a requerir esfuerzos diferenciados. No obstante, los fundamentos de afrontamiento son similares.

La psicología positiva no simplifica o reduce la gravedad de ciertos hechos, pero nos ayuda a sacar nuestras mejores herramientas para afrontar las adversidades de la vida, sean estás muy livianas o sean muy dramáticas.

 

La fantasía y la satisfacción vital

Hacen falta dosis elevadas de sensatez y madurez para no dejarse socializar por millones de imágenes (fotos, revistas, cómics) y secuencias (pantalla grande y pequeña) que nos muestran una humanidad idealizada o brutalizada. Ambos extremos están presentes en un siglo de ‘personajes’ casi perfectos, idolatrados, que gracias a su belleza física, a su espontánea inteligencia o a sus poderes físicos extraordinarios son héroes del escenario en que se mueven.

Ambas fantasías han calado hondo en las mentes infantiles y poco formadas de millones de personas, creando ilusiones que han interiorizado como realidad. En muchísimos casos esa ilusión les ha alejado de la posibilidad de integrarse y encontrar satisfacción en el mundo real que les rodea: nada se parece a sus ilusiones, sueños y fantasías, tan fáciles, tan agradables, tan prometedores… Todo es frustrante. Sus fantasías, germinadas y reforzadas en el mundo de los cuentos,  les impiden relacionarse con personajes de carne y hueso o gestionar los problemas cotidianos con habilidades ‘normales’.

La fantasía puede constituir un ámbito de bienestar siempre que no suplante el mundo de la realidad. Es saludable si está contextualizada como tal fantasía y no permitimos que inunde y sustituya la realidad.

Fantasías y sueños, no son la misma cosa. Los sueños son saludables si desde el realismo somos capaces de lograr ilusiones con las que habíamos soñado. No son saludables si los sueños nos adormecen y gratifican emocionalmente a través de la ilusión de estar haciendo algo, cuando en realidad nos entretienen y alejan de los pasos y conductas que hay que dar para lograr nuestros sueños. Soñar con una casa mientras no ponemos los ladrillos es construir una frustración, nunca tendremos la casa pero tendremos una sensación muy grande de decepción.

La sociedad de la imagen ha provocado estragos en el imaginario de millones de personas prácticamente indefensas ante el aluvión de ‘alpiste’ emocional y mental con que la industria ha inundado el mercado. Ese imaginario conforma el marco de valores, expectativas y sueños de muchas personas que vivirán frustradas porque la realidad no es como se la pintan.

La función de la fantasía es que la persona pueda evadirse de la realidad, pueda olvidarse por momentos de sus problemas y viajar por un mundo ajeno. Esta función es terapéutica siempre que: 1) La persona vuelva a su realidad y la comprenda; 2) Aprenda a identificar y disfrutar de las cosas sanas, reales y satisfactorias;  3) Practique una actitud crítica y constructiva para promover cambios; 4) Encuentre las vías reales para gestionarla y encontrar el modo de satisfacer sus necesidades; 5) Realice el esfuerzo para desarrollar las habilidades necesarias para afrontar esa realidad.

Por esa razón, es de agradecer un buen cine, realista y humano. La película ‘Una casa junto al mar’ es un buen ejemplo de ese cine. Hay miles de excelentes películas ‘humanas’ que reflejan la realidad, pero son minoría respecto de las otras.

Resolver un conflicto

Para resolver un conflicto, siempre hay que satisfacer a ambas partes, aunque para ello sea necesario renunciar al logro de un porcentaje de aquello a lo que se aspira o se cree tener derecho. La madurez, responsabilidad y sensatez de ambas partes, hará posible la negociación y la aceptación del logro de ciertas aspiraciones aunque no pueda ser en su totalidad. Lograr la totalidad para ambas partes, suele ser imposible porque en un conflicto, siempre hay que ceder algo, de lo contrario, se imposibilitaría que la otra parte también quedara  razonablemente satisfecha y el conflicto continuaría vivo.  El modo de satisfacerlo también va a ser importante.

Se puede dar satisfacción mediante el logro de lo deseado y reivindicado o mediante la compensación justa, honesta y respetuosa.

Cada parte del conflicto cree tener sus objetivos, intereses, derechos y razones, sean estas últimas explícitas o implícitas, ya que no siempre se defiende abiertamente lo que realmente se pretende.

Un conflicto es un proceso con distintas fases, la última es la resolución del conflicto. Esta última fase puede no llegar nunca, va a depender de la voluntad y habilidad de los implicados. Un conflicto se puede enquistar y perdurar toda la vida. Un conflicto que perdura es un síntoma inequívoco de la falta de voluntad  y habilidades de los implicados para resolverlo de forma inteligente. Todos tienen responsabilidad en las situaciones que se generan.

Un conflicto puede generar cada vez más partes implicadas, más problemas y más complejidad. Los responsables de un conflicto elaboran estrategias para lograr sus objetivos. Cada cual despliega lo que considera más eficaz. Las estrategias no siempre son acertadas o  eficaces, y tampoco siempre son honestas. Uno de los problemas más habituales en los conflictos es subestimar a la otra parte.

Se puede subestimar su poder, su capacidad, sus habilidades, sus derechos, sus apoyos… Si se elabora una estrategia errónea que parte de una mala estimación de la otra parte, se corre el riesgo de dar pasos en falso, ir más allá de lo que sería conveniente, correr demasiado, humillar al otro, ser injusto o implicar irresponsablemente a terceros.

En una mediación para resolver el conflicto se ha de empezar por reconocer el derecho de ambas partes a defender lo fundamental de esos intereses. También es imprescindible, que cada parte identifique: 1) Los errores cometidos y las consecuencias de esos errores; 2) Los aspectos de sus reivindicaciones que pueden ser negociados, de modo que cada parte se descartará de algunas aspiraciones equiparables.

Los tiempos de respuesta en un conflicto pueden ser distintos para cada parte. El tiempo de respuesta puede ser parte de la estrategia planificada o bien una forma habitual de ser y responder. Las distintas fases del conflicto van a durar en función de los tiempos de cada parte.

Muchos conflictos se enquistan porque esa es parte de la estrategia de una o ambas partes. Dado que los intereses reales que motivan los conflictos no necesariamente son explícitos, en un conflicto entre partes siempre cabe preguntarse qué es lo que realmente se está persiguiendo.

Lo que si podemos identificar a través de los conflictos es cuáles son los valores, principios e intereses que se están defendiendo en el día a día del proceso de conflicto, con total independencia de lo que se defiende verbalmente. Nos podemos sorprender al caer en la cuenta de que lo que se expresa como un deseo a alcanzar y lo que se hace para alcanzarlo, no van de la mano, es más, se dan de narices.

La contradicción entre lo que se expresa como objetivo y derecho y la conducta que se sigue para lograrlo es una pista muy fiable para saber si en realidad lo que se defiende es genuino o es una excusa para lograr otras cosas menos ‘defendibles’ o que tendrían menos aceptación por parte de los interesados. La honestidad es una clave fundamental que facilita la resolución de conflictos.

La coherencia también es fundamental. Las alianzas para el proyecto con falsos compañeros pueden ser muy costosas en términos de credibilidad y en términos de negociación. La utilización de mentiras y falsos testigos también son piedras en los procesos de resolución. Las alianzas con instituciones, autoridades y poderes públicos que deberían estar al servicio de toda la población y no solo de una parte del conflicto, también tiene unos constes muy elevados en distintos e importantes ámbitos.

La justicia, proporcionalidad, respeto y equidad también son fundamentales para la resolución de un conflicto. Los actos injustos, desproporcionados y que sólo tratan de servir como pruebas de fuerza y/o escarmiento, solo conducen a la escalada de los mismos. Son una prueba de la ignorancia e incapacidad de los responsables para anticipar la capacidad de reaccionar del otro, además de ser en sí mismos contrarios a una ética socialmente inteligente.

Es triste ver cómo nos enfangamos en conflictos que producen tanto malestar y pérdida de tiempo, esfuerzo, ilusión…  No todas las personas están preparadas para resolver un conflicto y hay que esperar a que exista una mediación o las personas implicadas pasen por un entrenamiento. En conflictos sociales, generalmente, hay que esperar a que vengan otras con más habilidades cognitivas y sociales, así como más voluntad para llevarlo a cabo. Mientras, pueden suceder muchas cosas. Desgraciadamente, hay fases del proceso conflictivo en que la mayoría de lo que sucede es negativo.

Mis propios límites

Cuando otras personas tienen a bien permitirme acompañarlas  en su trabajo de desarrollo personal y profesional, lo primero que siento es agradecimiento por la oportunidad que me dan de compartir con ellas un proceso tan fundamental, trascendente e interesante. Soy muy afortunada pudiendo ejercer mi profesión.

Durante la relación profesional, hay siempre un pensamiento muy consciente en mi mente: Si te puedo ayudar es porque yo también tengo limitaciones y áreas de mejora: he afrontado y sigo afrontando mi propio trabajo personal; de modo que puedo ponerme en tu lugar, sé de qué me estás hablando, comprendo tus dificultades, conozco el proceso por el que transitas, me hago cargo de tu situación, etc.

Los/as psicólogos, coach, terapeutas… somos seres humanos con los mismos o parecidos problemas que otros seres humanos. No estamos al margen de las situaciones de dificultad que afectan a la mayoría de las personas. La sociedad, nuestra cultura y sus déficits, nos afectan como afectan a nuestros coetáneos.

Precisamente, es la propia experiencia personal combinada con el conocimiento y experiencia profesional (académico+experiencia+autoevaluación), lo que nos permite estar en condiciones de abordar la ayuda pautada a otras personas: Hablar el mismo lenguaje con una gramática y sintáxis más eficaces.

Sin embargo, para que esa combinación personal+profesional  de la terapia sea eficaz y podamos ser útiles, es imprescindible que nuestra conciencia como profesionales sea muy activa para conocernos a fondo y haber trabajado y seguir trabajando nuestras propias áreas de mejora.

Si como personas somos autocomplacientes, nos consideramos ‘por encima’ de los problemas de otras personas o creemos que basta con saber la teoría científica y profesional, estaremos fallando como psicólogos, terapeutas, coach o profesionales del desarrollo personal.

Acompañar a otras personas al viaje fascinante de conocerse, aceptarse y mejorar las áreas de su personalidad menos funcionales requiere ser capaces de hacer lo mismo con las circunstancias propias.

En la actualidad, estas son mis áreas de mejora.

  • Mejorar mi sentido del humor
  • Practicar la paciencia
  • Madurar algún ego aún ‘infantil’ y las emociones derivadas
  • Seguir trabajando una sana asertividad
  • Ahorrar
  • Hacer todos los días un poco de cada objetivo (personal o profesional)

Nuestro trabajo como psicólogos/as conviene que sea un escenario de auto evaluación constante, donde podamos identificar, analizar y reconducir aquellos hábitos que dificultan una terapia o un trabajo que conduzca a nuestros clientes al logro de sus objetivos.

Trabajar con otras personas me ayuda porque me permite actualizar los procesos mentales y emocionales que nos llevan a determinadas conductas y hábitos disfuncionales. Al mismo tiempo, me ayuda a refrescar y actualizar las herramientas y mecanismos para reorientar y/o eliminar esas conductas. También me da la oportunidad de verme en un espejo y/o ver mis propios errores, disfuncionalidad o despistes a través de las reacciones de las personas con las que trabajo.

En ese sentido, también soy muy afortunada porque mi trabajo me permite seguir trabajando personalmente.

No creo que proyectar una imagen de ‘superioridad’ nos dé mayor autoridad ni habilidades para diagnosticar, orientar, evaluar, acompañar y ayudar. Más bien creo que ese modelo de ‘práctica médica’ está obsoleto, si bien es cierto que muchas personas aún lo prefieren porque les hace sentirse más ‘dirigidos’. La necesidad de ‘dirección’ es un síntoma o rasgo de un modelo cultural basado en el paternalismo. La práctica médica ha tenido mucho de paternalista en nuestro país. El modelo de ‘autoridad’ a profesionales de la salud por titulación y cargo conviene que cambie por el modelo de autoridad concedida por los clientes a través de la práctica profesional. Se trata de un reconocimiento a la capacidad para realizar una buena labor, no se trata de un cheque en blanco y un dejar hacer a ciegas.

El trabajo personal es un camino. Algunas personas lo han iniciado hace mucho tiempo y han recorrido más kilómetros, otras están iniciándose en él. Nadie es superior, cada cual está en un punto distinto del mismo camino e incluso de caminos distintos.

El trabajo profesional conviene que esté sometido a la evaluación de los usuarios, colegas e instituciones preparadas para ello. Una evaluación con aspectos a mejorar no nos descalifica globalmente, nos indica el camino a seguir para convertirnos en profesionales responsables y eficaces.

La consulta con psicólogos y terapeutas es muchas veces individual lo que dificulta una evaluación externa de la praxis profesional. Por esta razón, es imprescindible una conciencia muy activa de autoevaluación y un trabajo constante para pulir las disfunciones personales y profesionales propias.

Por no prolongar esta reflexión, resumo todo lo comentado en una frase: Tomar conciencia de nuestros límites, nos prepara para ayudar responsablemente a otras personas a transitar por los suyos.

 

Fluir en las relaciones

¿Qué es fluir, en qué consiste?

Fluir es ser uno mismo, ante sí y los demás, sin forzarse a nada ni pretrender nada distinto de lo que esencialmente se es. Fluir es presentarse sin fingimiento ante los demás y actuar con el derecho y la libertad a expresarse sin recelos,  ocultaciones o mentiras. Fluir es aceptarse con los propios conflictos, dificultades e incoherencias; logrando que la propia estima sea habitante permanente de nuestro pensamiento y emociones.

Fluir en las relaciones

Fluir en las relaciones es sentirse a gusto tal como se es y que otras personas acepten del mismo modo, sin reticencias o reservas. Cuando las relaciones fluyen se genera una corriente de afinidad, comunicación, placer y bienestar. Esta corriente de bienestar que fluye,  a su vez  genera confianza, una sensación sólida de que se está en el buen camino y que esa relación tiene muy buenos ingredientes para fraguar un buen futuro.

Cuando las dos personas fluyen en la misma relación, se tiene la sensación de total aceptación y de interés genuino por disfrutar juntos el presente y explorar juntos el futuro. Es una de las sensaciones más gratificantes porque implica que sin necesidad de fingir o pretender dar una imagen distinta de lo que somos, otra persona está dispuesta a implicarse en nuestra vida. Nuestra autoestima (la sana autoestima) se ve reconocida. Nos aceptan y quieren tal como somos, no por nuestros logros, éxitos o lo que tenemos, si no por lo que realmente somos, incluidos nuestros problemas, dificultades y aristas.

Fluir, por lo tanto, es compartir la plenitud del ser con otra persona. Es un placer inmenso que nos produce muchísimo bienestar.

Podemos intuir con quién seremos capaces de fluir. Podemos intuir quién puede reconocernos y aceptarnos plenamente. No tenemos la certeza hasta que empezamos a caminar juntos. Cuando se empieza a caminar compartiendo el trayecto, se experimenta poco a poco la certeza de estar fluyendo, de ser uno mismo sin resquicios, reconocer al otro y ser reconocido y aceptados recíprocamente.

Por todas estas razones, es importante que las personas se den el derecho de ser y no ocultar; ser y no fingir; ser y quererse tal y como son. La única manera de fluir en las relaciones es mostrarse tal cual desde el primer momento. El único modo de no perder el tiempo o no engañarse es permitir que la otra persona nos vea tal y como somos desde el primer momento.

La compatibilidad entre personas no consiste en ser perfectos, consiste en ser altamente combinables. Esta compatibilidad la hacemos posible si nos mostramos tal cual somos. En caso de ocultaciones,  representación de un papel, etc. , lo único que lograremos es crear espacios de fricción, duda o dificultad para la relación.

Fluir y la autoestima

Una sana autoestima es la habilidad de aceptarnos y querernos tal como somos. Nos aceptamos sabiendo que somos imperfectos y susceptibles de mejorar en muchos terrenos. La sana autoestima es la capacidad de vernos sin resquicios con inmensa ternura. Una sana autoestima nos permite conocernos en profundidad y ser honestos con nosotros mismos. La sana autoestima nos da estabilidad emocional y potencia nuestras capacidades para relacionarnos con los demás e incluso para desarrollar cualquier habilidad que nos parezca oportuna o útil.

La sana autoestima llevada a las relaciones, hace posible fluir a ambas personas porque hace posible el encuentro real, sincero, transparente y fértil en una relación.  El interés, reconocimiento y aceptación sin reservas de la otra persona son el espejo de la sana autoestima. Si somos capaces de querernos sin fisuras, somos capaces de querer a otra persona, también sin fisuras. Lo contrario también es cierto.

Las medias aceptaciones o las reservas hacia la otra persona, hacen que las relaciones no fluyan y se generen espacios de distancia, silencio, duda, inseguridad, recelos o desconfianza. Hay, desgraciadamente, muchas relaciones en cuya base se instalan este tipo de ingredientes. Sé que estas relaciones pueden durar años sin que los miembros de la misma sepan poner remedio o decidan poner fin a las mismas. No son relaciones satisfactorias por mucho que se prolonguen en el tiempo.

¿Qué conduce a conformarse y mantener este tipo de relaciones? Muchas razones pueden explicar esta decisión pero, desde mi punto de vista, creo que hay dos o tres razones fundamentales: 1) Falta de confianza en que vamos a encontrar la persona con la que podamos fluir; 2) Falta de confianza en que podemos tener mucho bienestar aunque no la encontremos; 3) Falta de confianza en que seremos queridos tal cual somos porque cuando realmente nos conozca, no nos querrá.

Todas estas desconfianzas las podríamos convertir en confianzas desde un análisis racional. Es decir:

1) Entre tantos millones de personas qué nos hace pensar que no vamos a encontrar la persona/s que sea compatible con nosotros. Estadísticamente, hay muchas probabilidades de encontrar dos perfiles compatibles, no hace falta ningún milagro. Dicho de otro modo: siempre hay un roto para un descosido!!;

2) Nuestra vida es plena desde el momento en que la aceptamos tal cual es y nos ocupamos de disfrutar lo que tenemos, valorándolo y extrayendo el máximo placer de lo que somos y hacemos y de nuestro entorno y relaciones actuales. El problema reside, muchas veces, en pensar que son los demás los que nos hacen felices. Es una de las grandes mentiras;

3) Lo cierto es que si pensamos que tenemos algún rasgo tan horroroso como para no encontrar una persona compatible, lo primero que deberemos hacer es evaluar la gravedad de ese rasgo. Para ello, conviene utilizar una escala racional, realista y objetiva. Si 0 es el mínimo de la escala y 10 el máximo; ser un asesino sería 10. Ahora, respecto de esa ‘condición’ evalúo mi rasgo ‘horroroso’ y veo en qué medida soy tan rechazable. La mayoría de las cosas que creemos ‘horrorosas’ no lo son para los demás y no deberían serlo para nosotros. Eso no significa que  no sea bueno esforzarse por pulir y mejorar habilidades, ambas actitudes: aceptación realista y pulimentado de aristas, son absolutamente compatibles. Es más, son necesarios y se retroalimentan positivamente, porque es desde la aceptación de uno con sus errores y fallos, desde donde se coge energía sana y positiva para cambiar lo que se desea.

Lo real es que cada persona tiene cualidades atractivas e interesantes y compatibles para otras personas. Dependerá de nosotros mismos que nos centremos en las que son atractivas o en las que no lo son. Centrarnos en lo más eficaz y funcional de nuestra personalidad hará que en la vida cotidiana produzcamos más bienestar que malestar a nosotros mismos y en nuestro entorno. Mientras, en vez de ocultar nuestros rasgos más disfuncionales, conviene ponerlos sobre la mesa, advertir de ellos a la otra persona y responsabilizarnos de ellos para tratar de compensarlos y/o corregirlos. Tenemos toda la vida por delante para aprender a ser más funcionales.

El proceso puede ser un proyecto muy interesante, tanto en solitario como en pareja, o alternando ambos estados a lo largo del mismo. Lo importante es vivir plenamente, con plena conciencia de quién soy y qué necesito para satisfacer a ese ser.

Piensa bien y acertarás

El conocido refrán nos recomienda lo contrario: “Piensa mal y acertarás” pero no puedo estar más en desacuerdo. Sé que se utiliza en dos acepciones, una es la de desconfiar y otra es la de elaborar un pensamiento objetivo y realista, funcional y eficaz. En cualquier caso, creo que conviene pensar bien. Pensar mal nos conduce a desconfiar (muchas veces de forma irracional y paranoica), nos puede conducir a una evaluación sesgada y al miedo, la preocupación y la ansiedad injustificadas.

Pensar bien es contemplar todas las opciones y evaluar racionalmente las que pueden ser más plausibles.  Pensar bien no es ser ingenuos o engañarnos, muy al contrario, es hacer un esfuerzo para ser objetivos, ecuánimes, realistas y lógicos.  Pensar bien nos facilita el desarrollo de las siguientes actitudes o conductas:

  • Apertura de mente. Comprendemos que hay más de una posible explicación para el mismo hecho. Nos abrimos a la diversidad y variedad de situaciones/opciones.
  • Criterios sólidos. A través del entrenamiento en un pensamiento racional, construiremos criterios propios y útiles, que nos valgan para muchas otras situaciones.
  • Decisiones acertadas. Pensar bien, nos hace ser mucho más objetivos con nuestras necesidades y con lo que el exterior nos ofrece. Esa objetividad nos facilita tomar decisiones coherentes y satisfactorias.
  • Emociones sanas. Un pensamiento objetivo, abierto y lógico nos produce serenidad, confianza en nuestros recursos, solidez, paz interior, equilibrio… En definitiva nos produce emociones de bienestar.
  • Conductas justas. Un buen criterio unido a la objetividad de los hechos y a la ecuanimidad en la evaluación, hará que no seamos injustos con los demás.
  • Relaciones satisfactorias. Pensar bien nos lleva a sentir y actuar en consonancia. Nuestras conductas sanas provocan que las personas de nuestro entorno quieran estar cerca nuestro, creando vínculos afectivos sólidos y constructivos.
  • Confianza en nuestros recursos para evaluar. En oposición a la desconfianza como forma de relación para defendernos de los peligros o engaños potenciales, la confianza basada en una valoración racional y realista de las situaciones, nos lleva a confiar en nosotros mismos para afrontar muchas situaciones diferentes.
  • Liberación y energía. La confianza en nuestras capacidades nos libera de muchos pensamientos negativos que restan energía a nuestra vida cotidiana. Nos deja espacio para la creatividad, los afectos, el aprendizaje y el placer.
  • Autonomía. Un pensamiento racional facilita que nos sintamos capaces de afrontar cualquier situación sin depender de decisiones o criterios ajenos.
  • Confianza. Pensar bien, nos provoca confianza en nuestra capacidad para evaluar y explorar opciones, lo que nos lleva a movilizarnos con sensatez y emprender proyectos que pueden ser satisfactorios.
  • Coherencia cognitiva. Un pensamiento racional y por lo tanto objetivo, basado en hecho, abierto y lógico, nos produce coherencia cognitiva, esa coherencia cognitiva nos produce endorfinas (serotonina, dopamina, norepinefrina) que se liberan en nuestro cerebro inundándonos de una placentera sensación de bienestar. Las endorfinas son saludables y benefician el funcionamiento de todo el organismo.

Muy al contrario, pensar mal nos va a producir malestar.

  • Pensar mal es desconfiar y/o ver solo las opciones negativas de todas las posibles. La desconfianza, basada en la información parcial o sin hechos demostrables que la sustenten, es una actitud que nos perjudica. Nos perjudica porque en vez de utilizar criterios racionales (pensar con lógica) nos dejamos llevar solo por sospechas y criterios muy poco sólidos. Si ese estilo de pensamiento irracional se constituye en un rasgo de personalidad, nos convertiremos en personas poco racionales y desconfiadas. Desarrollaremos ansiedad y otros problemas.
  • Pensar mal nos lleva a comportarnos con recelo y temor a ser engañados. Estas conductas nos separan de las personas, no nos dejan compartir aspectos que podrían ser muy satisfactorios a nivel emocional, social o intelectual.
  • Pensar mal es sacar conclusiones negativas de un hecho que puede tener otras explicaciones alternativas mucho más realistas y de carácter neutro (ni positivas ni negativas). Estas conclusiones negativas nos pueden confundir y orientar a decisiones erróneas. Si no disponemos de toda la información, es conveniente que pensemos en varias opciones explicativas, no sólo en una, no sólo en la peor posible o la más negativa.
  • Pensar mal es, por lo tanto, sesgar la información. Si sesgamos la información, también sesgamos nuestros sentimientos y nos comportamos injustamente: criticando, juzgando, distanciándonos, evitando…
  • Pensar mal nos convierte en personas sin criterio fiable para tomar decisiones.
  • Pensar mal es el germen de sentimientos muy negativos: rencor, ira, desprecio, odio, humillación, complejo, inseguridad, desorientación, baja autoestima… Todos ellos afectan, sobre todo, a quien los siente, aunque también puede afectar al entorno a través de las conductas que promueven.

Pensar bien es un hábito que se aprende, como aprendemos a leer, escribir, hablar, calcular, conducir o cocinar.

A diferencia de los hábitos que aprendemos cuando somos bebés o niños, establecer un nuevo hábito cuando somos adultos conlleva mayor toma de conciencia y más esfuerzo. Muchas personas se echan para atrás cuando comprenden que los nuevos hábitos requieren esfuerzo, disciplina y tesón.

Sin embargo, tenemos toda la vida por delante, cuanto antes empecemos antes habremos avanzado hacia una vida más satisfactoria, equilibrada y autónoma.

El temor al rechazo

El temor al rechazo, a no ‘dar la talla’ o a no ‘estar a la altura’ es una de las principales razones que dificultan las relaciones, en todos los ámbitos (trabajo, social, amor, amigos).  El miedo sólo es útil en contadas ocasiones donde existe un peligro real, racional; es decir, cuando las consecuencias de una situación pueden ser realmente perjudiciales, dañinas o dolorosas. El miedo sólo es útil como sistema de alarma pero no como rasgo de personalidad ni como dinámica de una relación.

Al contrario, las relaciones marcadas por la confianza en uno mismo, la libertad de elegir y una sana asertividad, por ambas partes, son satisfactorias porque permiten crecer a los miembros de esa relación.

El miedo consiste, sobre todo, en pensar que uno/a no es capaz de gestionar de forma satisfactoria la situación que afronta o que no va a ser capaz de superar los posibles retos que esa situación le presenta. El temor a no ser capaz de afrontar con éxito la situación o a no poder superar el dolor del rechazo, produce un estado de ansiedad y bloqueo de las habilidades. A la larga produce frustración, rencor, falta de confianza en uno mismo y baja autoestima.

Ese miedo puede llevar a las personas, paradójicamente, a rechazar situaciones  por muy atractivas y deseables que se presenten, perdiendo oportunidades o rompiendo relaciones.

La mayor parte de las veces esos temores no tienen una base real pero la persona que los experimenta no se cuestiona la verdad de lo que piensa y siente. Los mecanismos del miedo y el temor enraízan en la personalidad y se convierten en verdaderos tiranos que dirigen la vida de la persona en la que habitan. Sienten que la vida está llena de riesgos y situaciones arriesgadas. Tienen la sensación de que las relaciones son como una batalla donde hay ganadores y vencidos, y ellos creen que pueden ser los vencidos.

Las personas que viven con miedo a ser rechazados o que sienten que no están a ‘la altura’ de las circunstancias desarrollan estrategias de modo consciente o inconsciente para evitar la ansiedad que les produce ese temor. La mayor parte de las estrategias no van dirigidas a superar el miedo y afrontarlo de forma eficaz y sana. En su mayoría, las estrategias consisten en actitudes y conductas poco eficaces a medio y largo plazo, e incluso muy tóxicas para el bienestar del individuo.

Las estrategias más habituales son:

  • Concebir las situaciones como tableros de ajedrez donde cada movimiento ha de ser planificado para anticipar los peligros, retirarse antes de ser vencido o atacar antes de ser atacado y vencer a ser posible.
  • Evitar las situaciones en las que pueden sentir miedo al rechazo o a no dar la talla
  • No evitar las situaciones, incluso buscarlas, pero protegiéndose con una impostada actitud de distancia, ausencia de verdadero interés, ambigüedad, falta de implicación, crítica, control, posesión… También pueden ser los eternos ‘dubitativos’ y se ponen excusas que justifican sus dudas, su falta de decisión y compromiso.
  • Si superan los miedos iniciales y se ‘arriesgan’ porque les merece la pena el objetivo, reaccionan con retraimiento, soberbia o con orgullo ante cualquier signo que ellos interpretan como un rechazo o una humillación.
  • Son capaces de perder oportunidades o de romper relaciones con tal de no experimentar las emociones que les produce sentirse rechazados/as o sentir que no son lo que les gustaría ser. Sin duda, como en todo, el perfil de las personas con miedo al rechazo o a no dar la talla, es muy amplio y se da en una línea continua graduada, de modo que hay personas con miedo nivel 1, 2, 3… hasta 10. La misma persona puede experimentar distintos niveles.
  • Como no suelen tener mucha confianza en sí mismos y su autoestima está muy dañada, les va a resultar difícil expresarse y comunicar sus temores y miedos. Con frecuencia pueden confiárselos  a amigos o personas con las que sientan mucha confianza pero más difícilmente a las personas de las que intentan protegerse.
  • Por falta de confianza en sus capacidades de superar el miedo y fortalecer su autoestima, suelen elegir relaciones (amor, trabajo, amigos) en las que se sienten ‘superiores’. Obviamente, estas relaciones no satisfacen sus necesidades, no les hacen sentirse vivos y felices. A no ser que exista una falta absoluta de conciencia de sus miedos y de las propias estrategias (cosa muy difícil), estas personas saben que no han apostado por lo que realmente quieren y eso les lleva a sentir una profunda insatisfacción, ansiedad y rencor contra sí mismos y contra un entorno al que suelen culpabilizar de sus ‘fracasos’.
  • Si no realizan un análisis realista sobre su propia personalidad, ese miedo al rechazo y la frustración resultante les puede conducir a una crítica injusta del exterior y a un rencor hacia personas que sí han logrado sus objetivos. Se pueden convertir en personas con un rasgo de cinismo importante.

Hay muchas personas que deciden afrontar esos miedos de una forma sana, abordando el reto de construir estrategias mucho más sanas. Para abordar el cambio es necesario identificar las causas que generan esos miedos y sus conductas o estrategias asociadas. Como hemos mencionado anteriormente, los ingredientes de ese miedo suelen ser: una baja autoestima; una concepción perfeccionista del ser; una vivencia competitiva de las relaciones; un concepto erróneo de felicidad y satisfacción.

El primer paso es construir una sana autoestima que no esté basada en los logros sino en la satisfacción propia de existir. Una autoestima que enraíce con la esencia del ser: estoy vivo, pienso, siento, tengo capacidad de disfrutar, tengo derecho a ser y soy consciente, tengo capacidad de aprender y crecer… Una autoestima que se aleje de la competitividad, el éxito social y el tener. Es decir, eliminar el concepto de ‘talla’ y ‘altura’: todos damos la talla y la altura necesaria para encajar en muchos sitios y con muchas personas. No se trata de talla y altura sino de compatibilidad. En la fórmula de la compatibilidad entran en la ecuación ingredientes de ambas partes, y no porque sean mejores o peores, sino porque sean combinables. A veces son combinables dos personas muy desordenadas, a veces no son combinables dos perfeccionistas.

El segundo paso es aprender a dar un significado menos dramático al rechazo. Por un lado, es importante que afrontemos el rechazo como algo normal y sano en la vida para fortalecer nuestra personalidad y ser menos vulnerables. Por otra parte, es importante que no anticipemos el rechazo como estrategia de defensa o evitación porque así nos daremos la oportunidad de vivir experiencias que antes nos negábamos.

El rechazo no significa que no valgamos como personas. El rechazo significa que no somos lo que esa persona o esa organización necesitan para un tipo de puesto o relación. Eso no nos descalifica para el resto de relaciones, puestos, actividades… Si damos demasiada importancia a ese puesto o relación estamos sesgando la realidad, convirtiendo ese objetivo en algo mucho más importante y trascendente de lo que en realidad es. En estas situaciones, es necesario relativizar, dimensionar bien la situación y no dramatizar. No hay nada tan importante que deba hacernos sentir que no valemos.

Si anticipamos y nos centramos casi exclusivamente en que vamos a ser rechazados o que no vamos a dar la talla, estamos visualizando la opción menos estimulante de todas las alternativas posibles, lo cual no es nada motivador y nos reduce todo nuestro potencial para disfrutar, ser creativos, ser comunicativos, afectuosos , divertidos e interesantes. Es decir, estamos boicoteando nuestro proyecto.

La soberbia y el orgullo son con frecuencia productos paradójicos de la baja autoestima. Son reacciones que actúan a modo de armas ofensivo/defensivas. Estos rasgos pueden darse en las personas con temor al rechazo o a no dar la talla. Este tipo de reacciones se caracterizan por respuestas desproporcionadas, no justificadas y que no van acompañadas de una explicación ni una comunicación serena y racional. Suelen acompañarse de reacciones de dureza (silencios repentinos,  rechazos intencionados, críticas, menosprecio…). Estas actitudes nos muestran a personas con baja autoestima pero con una necesidad muy notable de protegerse y defender su parcela de integridad. En realidad, lo más probable es que nadie intente vulnerar esa parcela pero la subjetividad puede interpretar que sí. En cualquier caso, ese tipo de reacciones no son las más aconsejables para contestar a un potencial menosprecio o rechazo, sea o no intencionado.  Hay otros modos más eficaces de gestionar estas situaciones.

La soberbia y el orgullo, siempre provocan sobreactuación,  traen consecuencias inmediatas porque conllevan actitudes y conductas hostiles, tensas, faltas de afecto y empatía con la otra persona. Estas no son actitudes eficaces en una relación porque pueden provocar sorpresa, falta de afinidad, distanciamiento o cansancio. La soberbia y el orgullo puede engañarnos y hacernos creer que hemos ‘vencido’ porque hemos sido más agresivos o más rápidos en reaccionar que la otra persona. En realidad, nos hace perder oportunidades de relacionarnos de una forma madura y satisfactoria. Nos hace perder relaciones que merecen la pena y que nos pueden producir honda satisfacción.

Vivir con temor, sea a lo que sea, es una forma de limitar la vida y las posibilidades de satisfacción. El temor a… si no es gestionado de forma sana y por lo tanto superado, produce frustración y ansiedad.

No es bueno esconderlo o huir hacia delante. La vida es corta, hay que vivirla plenamente, y eso significa experimentar, explorar, construir… sin miedos, sin límites irreales, imaginarios, castradores.

Cuando se supera el miedo, la sensación de bienestar, libertad, autonomía, serenidad y fortaleza crecen exponencialmente. Todas estas sensaciones se retroalimentan y logran que la vida tenga mucho más sentido.