Los atajos

Pueden desviarnos de nuestros objetivos

Cada letra contribuye a la palabra, del mismo modo que cada paso contribuye a la meta.

Alcanzar y disfrutar de una plena satisfacción requiere dar los pasos necesarios para lograr nuestros objetivos y adoptar la actitud adecuada en cada momento.

Objetivos, proyectos, dietas, logros, metas, cambios, aprendizaje… son, sobre todo, procesos. Procesos que metafóricamente podemos entender como ‘viajes’ o ‘senderos’ que recorremos durante un tiempo.

Hay atajos pero si cogemos un atajo estamos dando prioridad a reducir la duración del proceso y no a otras cualidades y características del mismo o al desarrollo de habilidades nuestras.  En un viaje esto equivaldría, quizás, a llegar estresados. En una actividad de senderismo, equivaldría a menos horas de ejercicio, o tal vez a perderme una vista excepcional o disfrutar de un riachuelo que no está en el atajo. El resultado final nunca podrá ser el mismo porque el camino que escoja forma parte de la meta, siempre.

Dejando las metáforas y volviendo a lo concreto, si quiero, por ejemplo, auto regular una conducta de exceso de alimentación, puedo optar por una medicación junto con una dieta severa de choque y lograr perder mucho peso u otro objetivo en  1 mes. Sin embargo, al tener un ingrediente cortoplacista, y ser una dieta excesivamente severa, dificulto la creación de un hábito (1 mes no es suficiente para incorporar nuevos hábitos de forma sólida) y puedo estar generando un efecto rebote, además de algún cambio hormonal demasiado rápido que me provoque malestar y que me dificulte un proceso más sano y estable.

Otro ejemplo, sería la superación de dificultades o disfunciones sexuales. Los atajos o las vías rápidas no van a producirnos el resultado deseado. No es lo mismo aprender a controlar la eyaculación o aprender a tener orgasmos que tomarnos una medicación que nos provoque un bloqueo o un desbloqueo fisiológico. El grado de satisfacción no va a ser el mismo, tampoco el placer, la intensidad ni la confianza en nuestra capacidad y habilidades.

Por otra parte, hay cambios que puedo planificar en fases si considero que el objetivo final es demasiado ambicioso, difícil o esforzado para mi realidad actual. Planificar en fases significa que voy alcanzando logros satisfactorios, estimulantes y que me darán confianza. Las fases no son atajos porque transito por todos los elementos que componen el proceso.

¿Cuántas veces hemos deseado hacer algo pero no hemos tenido el  ánimo de empezarlo?

¿Cuántas veces hemos analizado y evaluado de forma racional y funcional un objetivo y proyecto personal antes de iniciarlo?

¿Cuántas veces hemos empezado algún proyecto y lo hemos dejado a medias?

¿Cuáles son los proyectos que más nos cuestan y que no hemos logrado?

¿Hemos evaluado de forma racional cuáles han sido los factores personales -que sólo dependen de nosotros- que han determinado no haberlos logrado?

Cualquier propósito y objetivo que nos proponemos necesita de una inversión de tiempo, esfuerzo y método: Si deseamos aprender un idioma; si queremos obtener un título universitario; si deseamos mejorar nuestro estado físico; si queremos aprender a regular ciertas conductas o reacciones (enfados, eyaculación, tristeza, impulsos); si nos hemos propuesto cambiar de trabajo; etc.

En realidad, en casi todos los objetivos que nos marcamos existen algunos elementos comunes que conviene conocer:

  • Es un cambio en mi vida. Todo cambio persigue satisfacer algo. Conviene conocer qué espero del cambio y qué significa para mí.
  • Conviene saber cómo influirá en mi vida. El cambio puede ser de mayor o menor trascendencia pero un cambio que probablemente influirá en otros ámbitos de mi vida, personalidad y relaciones.
  • Voy a necesitar un periodo de mentalización para prepararme y concienciarme de mi implicación y compromiso.
  • Necesitaré informarme bien y ser realista respecto a lo que ese cambio va a demandar de mi
  • Ese cambio, va a suponer un esfuerzo y periodo de adaptación, previo, simultáneo y/o posterior a lograr mi objetivo.
  • Yo lidero ese cambio. El cambio va a depender, principalmente de mí. Puede que haya otras personas involucradas pero quién dirige y lidera ese cambio soy yo.
  • Habrá luces y sombras, no hay nada perfecto. He de identificar aquello que para mí es prioritario y evaluar si me compensa el esfuerzo y lo que menos me agrada de ese cambio.

Estos elementos comunes están presentes en cualquier cambio. La única manera de lograr cambios sólidos, permanentes y satisfactorios es responsabilizarme desde el principio hasta el fin, siendo realista, manteniendo la motivación siempre y teniendo presentes las razones que me han llevado a tomar la decisión de llevar a cabo ese proyecto u objetivo.

Tener presentes estos elementos comunes y darles respuesta adecuada significa ir paso a paso. Significa atender a todos los requisitos de un cambio significativo y satisfactorio.

¿Estoy dispuesto/a a invertir tiempo? ¿Cuánto tiempo se necesita? ¿Es realista mi disponibilidad para el objetivo que me he marcado?

¿Tengo la disciplina necesaria para mantener en el tiempo mi decisión y las actitudes/conductas  necesarias para lograrlo? O necesito entrenar de un modo específico la disciplina y el compromiso para poder llevarlo a cabo.

¿Cómo reacciono a la frustración o a los contratiempos? Tengo serenidad, confianza y capacidad de evaluación racional o me enfado y vengo abajo a la primera… Quizás necesito entrenar estas habilidades.

¿He contemplado otras alternativas más viables? ¿soy flexible con la demanda y modificaciones que el proyecto me va planteando?

¿Cuento con mis habilidades reales para producir el cambio o me fijo en modelos ajenos a mí?

¿Mi actitud es relajada, comprometida, rigurosa, honesta y responsable? Si siento ansiedad o exceso de estrés, temores o deposito mi éxito para este proyecto en circunstancias externas, quizás me conviene revisar primero las actitudes previas.

Hemos visto que los atajos nos llevan a otros lugares o a lograr cosas distintas de las que podemos obtener si seguimos la ruta completa.

Podemos optar por un atajo, siempre que no nos engañemos y sepamos que estamos cambiando el objetivo.  De ese modo, no sentiremos frustración cuando al final no obtengamos lo que inicialmente habíamos previsto.

El autoengaño solo nos lleva a posponer (procastinación) las decisiones, acciones y actitudes necesarias para el logro de nuestros objetivos. Nos lleva a reducir la confianza en nuestra capacidad para planificar y lograr cosas. También nos conduce a la insatisfacción personal y quizás a no disfrutar de las relaciones con otras personas de forma plena.

Por lo tanto, para lograr objetivos o proyectos de forma satisfactoria, conviene seguir unas reglas básicas.

  • Ir paso a paso
  • Aprender a disfrutar de cada paso, dando significado y sentido a lo que estamos haciendo
  • Aprovechar el camino para desarrollar nuestras habilidades: paciencia, confianza, serenidad, racionalidad, disciplina, tesón, realismo…
  • Promover siempre la motivación, el optimismo-realista y la alegría por lo que estamos haciendo.

Huída

Quiero hablar de la tendencia a huir de uno mismo. En nuestras vidas, la huída se puede convertir en un viaje circular donde la madurez queda siempre pendiente.

Hay personas que confunden la madurez con ‘ser viejos’. Para nada es esto cierto. Se puede ser un anciano inmaduro, lo que puede dar lugar a situaciones muy molestas, incómodas, difíciles y disfuncionales para el propio y ajenos. Al contrario, se puede ser anciano y tener un espíritu muy joven siendo maduro (realista, responsable, comprometido, coherente, disciplinado, proactivo, funcional…).

La madurez produce energía, alegría, equilibrio y bienestar  a corto, medio y largo plazo. La inmadurez es disfuncional siendo joven o siendo mayor.

La madurez pasa por conocerme, aceptarme y responsabilizarme de mis conductas. Esa responsabilidad consiste también en tratar de mejorarlas. Tenemos toda una vida para entrenar una conducta funcional. Es responsabilidad de cada uno hacer el trabajo necesario para ello.

Cuando cometemos el mismo error una y otra vez, lo más probable es que no nos hayamos parado a identificar con realismo la causa de ese error, nuestra responsabilidad en el proceso ni el modo de entrenar una conducta más eficaz para evitarlo. Quizás no somos conscientes del error, quizás echamos balones fuera, quizás no somos capaces de mirar en nuestro interior.

La ausencia de realismo y de valentía a la hora de señalar con claridad nuestros errores y la responsabilidad que tenemos en ellos, puede causar la repetición de los mismos errores y la perpetuación de esa conducta disfuncional.

Por otra parte, si no abordamos con honestidad esa responsabilidad en las conductas erróneas, el resultado suele ser que experimentemos un malestar más continuo o que desarrollamos una actitud muy poco adaptada a la vida social.

El afrontamiento consiste en dos acciones: Introspección (insight) y cambio.

  • La primera consiste en tomar conciencia de que tenemos un papel en el error que hemos cometido y que nuestro trabajo es tratar de identificar cómo provocamos ese error. Este trabajo es una evaluación sincera y a veces dolorosa pero liberadora y que nos hace crecer (madurar).
  • La segunda acción es elaborar un plan de entrenamiento para poner en práctica conductas que combatan ese tipo de hábitos o acciones erróneas. Se trata de diseñar el procedimiento sano y llevarlo a cabo diariamente si es posible. Es un trabajo cognitivo y conductual.

El afrontamiento no consiste en culpabilizarnos, consiste en responsabilizarnos y rectificar. La culpabilidad (ética o moral), distinta de la legal, solo es aplicable cuando estamos realizando un acto a sabiendas de que lo que hacemos es erróneo y podríamos haberlo evitarlo. Muchos de nuestros actos erróneos en la vida cotidiana no son punibles legalmente porque  socialmente no se consideran trascendentes o perjudiciales (eso cambia con los tiempos y las sociedades)  ni tampoco son producto de la culpabilidad porque no los realizamos de forma consciente.

Hay varios ejemplos de conductas que pueden ser erróneas, sobre todo para uno mismo, sin ser ni culpables ni punibles. Claro que pueden afectar también al entorno. La procastinación; el negativismo; la crítica hacia los demás; exceso de auto exigencia; actitud excesivamente lúdica; la baja autoestima; irrealismo o fantaseo; incoherencia; necesidad de reconocimiento; impulsividad; distracción; hipocondría; desidia; pueden ser algunos ejemplos.

Estas actitudes y conductas nos llevan a situaciones problemáticas que podríamos evitar si tomamos cartas en el asunto, es decir si afrontamos nuestra responsabilidad en ellas. La variedad de consecuencias que provocan estas actitudes es amplia: desde no lograr objetivos importantes para nuestra satisfacción y bienestar; problemas en las relaciones con otros; pasando por el consumo excesivo y/o la adicción; hasta provocarnos ansiedad, depresión o enfermedades psicosomáticas (úlceras, sobrepeso, sedentarismo, neuropatías, desequilibrios hormonales…) Estos serían algunos ejemplos.

Muchas veces creemos que huir de nosotros mismos, evitando mirar en nuestro interior, nos ayudará a escapar de la situación y no sentir el malestar que produce tomar conciencia de que cometemos errores y que tenemos una responsabilidad en la conducta que originamos.

Lo que origina esta falta de realismo y afrontamiento suele estar anclado en una educación muy poco funcional. Por un lado la educación en culpabilidad en vez de en responsabilidad. Por otro lado, asociar la toma de conciencia de nuestro papel en el error con un sentimiento de malestar y de rechazo hacia uno mismo. Por último la práctica del castigo.

Estas prácticas educativas, son también erróneas desde mi punto de vista. Si queremos que nuestros niños/as aprendan a ser responsables y a mirar en su interior sin miedo o sin vergüenza y rechazo, es conveniente que les entrenemos a ver los errores como algo humano y reparable a lo que hay que asignar un peso proporcionado de responsabilidad, utilizando una escala sana.

También conviene que aprendamos a valorar como algo muy positivo, conveniente y funcional el acto de reconocer un error y de analizarlo y evaluar la responsabilidad de uno mismo. Desde luego, conviene valorar esta actitud responsable diez veces más que lo que valoramos el error en el sentido negativo.

Por lo tanto, una vez que somos adultos, para lograr afrontar los errores propios es importante dar prioridad al sentimiento de responsabilidad por encima de cualquier otro (culpa, vergüenza, rechazo, pudor..). Responsabilidad con los compromisos, responsabilidad con el entorno, responsabilidad con los valores y principios sociales/culturales, responsabilidad con el propio bienestar….

Por otra parte, en un segundo plano de prioridad, también es conveniente dimensionar el sentimiento de arrepentimiento, vergüenza y/o rechazo que suele asociarse. Insisto en que es más importante tomar conciencia de la responsabilidad y el compromiso pero aún así, también pueden aparecer otros sentimientos como la vergüenza o el rechazo… Para dimensionar estos sentimientos, es importante que utilicemos una escala equilibrada, funcional y proporcionada. No conviene poner el grito en el cielo por la mínima distracción ni tampoco dejar pasar permisivamente una conducta muy disfuncional o inaceptable. La escala debe ser ajustada. Dicho de otro modo, no puedo colocar en el mismo nivel de la escala mi manía de criticar a las personas y tocar el timbre de un vecino por confusión.

Así que el primer paso es dimensionar. El segundo paso es aceptarme como soy. Quizás eso implica eliminar mi miedo a no quererme porque el hecho de verme tal como soy me conduce a un juicio exagerado y negativo de mi persona. Quizás implica no verme perfecto y ser un poco más humilde. Quizás implica que me importe menos el juicio de los demás sobre mi persona y desarrolle mi autonomía emocional.

En cualquiera de estos casos, la introspección, esa mirada a mi interior, es necesaria y conviene que la hagamos con las herramientas emocionales y cognitivas adecuadas. Es decir, por un lado aplicando el afecto hacia nosotros mismos y por otro lado con racionalidad para evaluar de un modo objetivo y funcional. De modo que al final nos trataremos de forma considerada y tolerante pero responsable y eficaz.

El camino del afrontamiento no tiene límites, no tiene caducidad pero reporta mucho bienestar, confianza en uno mismo y serenidad. Aprender a afrontar nuestros rasgos de personalidad, aceptarlos y al mismo tiempo trabajar todo aquello que nos está resultando inapropiado o inadaptado a nuestras necesidades o a las relaciones con los demás, es un proceso inagotable. Yo diría que es parte del sentido que tiene nuestra vida.

Podemos quedarnos quietos, inmóviles, pensando que todo está hecho y que ‘somos así’ aunque con ello no  logremos el bienestar que deseamos, o bien podemos aceptarnos y querernos tal como somos, al tiempo que ponemos manos a la obra para dotar de vitalidad y compromiso nuestra existencia.

 

 

Sana autoestima

Confundimos lo esencial con lo accesorio

La vida social puede ser tomada como un juego o puede convertirse en una trampa de gran efecto negativo para nuestro bienestar.

Sin querer o queriendo nos educan para lograr estudios, posición, poder, influencia, relaciones, éxito, ingresos, habilidades, conocimientos, pericia, destreza… Todas, absolutamente todas esas aptitudes o condiciones, son accesorias, son parte de las herramientas e ingredientes que nos van a servir para jugar el juego social.

El juego social cambia de una cultura a otra, cambia también de una época a otra. El juego social, y sus reglas y condiciones, son escenarios que nos orientan y configuran nuestro medio ambiente. En ese sentido, es conveniente que aprendamos el juego y desarrollemos las aptitudes más funcionales para sobrevivir en ese medio con sus escenarios correspondientes.

Cuantas más aptitudes y más recursos sociales tengamos, mayor será nuestra capacidad de adaptación al medio. También podremos utilizar mejor los recursos y movernos con más eficacia en el entorno. En este sentido, podremos evaluarnos y decidir qué nivel de destrezas hemos alcanzado en el juego social. Nada de esto tiene que ver con la autoestima. Todo esto tiene que ver con las habilidades sociales, cognitivas, emocionales o físicas. Pero las habilidades no tienen que ver con la autoestima.

Sin embargo, debido a los mensajes ambiguos y erróneos de nuestra socialización, muchas personas se confunden y creen que el juego es, en realidad, su identidad y que son lo que logran, las habilidades que desarrollan, los recursos que tienen o consiguen, los éxitos que alcanzan o lo que poseen.  De ahí que su autoestima esté en función de la imagen que de sí mismo tienen respecto a sus logros. De ahí que esté dañada, desorientada y mal fundamentada.

La autoestima no pude basarse en lo que logramos, que al fin y al cabo es accesorio. Lo que logramos es externo a nosotros aunque dependa de lo que somos. La autoestima es la capacidad de amarnos, de aceptarnos tal y como somos, sin necesidad de adornos, logros o accesorios.

Sé que este concepto de autoestima es muy difícil de aceptar, sobre todo en una sociedad que está tan influida por los valores de la competitividad y el éxito social.

En realidad, si tuviéramos una sana autoestima, esta sería absolutamente independiente de todo lo accesorio, sería la capacidad de estimarnos, respetarnos, cuidarnos, protegernos y tenernos cariño y consideración por el mero hecho de estar vivos, respirar, sentir, pensar, amar y compartir. Esa es la verdadera autoestima, la que se centra y alimenta de la esencia del ser, sin más.

La sana autoestima es el afecto por uno mismo en la más absoluta desnudez, aceptando todo lo que somos y lo que no somos y no tenemos, porque la verdadera estima es aquella que no se queda en la imagen, lo accesorio, lo superficial o lo pasajero. La verdadera estima o afecto consiste en desplegar el cariño y el respeto por el ser vivo que soy.

Estimar es distinto de gustar, atraer, admirar… Podemos estimar a alguien sin necesidad de que nos parezca admirable o de que nos resulte atractivo o interesante. La estima es un sentimiento propio, por uno mismo o por los demás, que no tiene tanto que ver con lo accesorio sino con la capacidad de desarrollar y manifestar afecto por lo más sustantivo.

Podemos estimar a un sin techo a pesar de que no reúna ninguno de los requisitos sociales para encajar o resultar atractivo. Esa estima nace de la consideración y del afecto. Nace de saberlo humano/vivo y de comprender inmediatamente que su capacidad para ser respetado no depende de su posición social, sino de tener igual derecho que yo o cualquiera a vivir o sobrevivir.

Sé de sobra que muchísimas personas no comparten esta forma de entender la autoestima y la estima por otra persona. Es por lo que muchas personas, hoy en día, padecen problemas serios de autoestima. Esa confusión entre el afecto y la admiración es notable en los problemas de autoestima.

La autoestima es la base del bienestar y del respeto hacia uno mismo. La autoestima es la clave de la autonomía emocional y de la libertad para elegir, decidir y construir alrededor de ese bienestar. La autoestima nos protege de las demandas externas, nos protege de las dependencias emocionales y nos sitúa en una posición muy sana para comprender qué es lo que necesitamos y cómo lo podemos conseguir o con quién lo podemos compartir.

Las necesidades no forman parte de la autoestima, forman parte de la construcción del bienestar desde la autoestima: me doy derecho a necesitar esto o lo otro y voy a tratar de conseguirlo. Me doy derecho porque me quiero (me estimo) y respeto mis necesidades.

La sana autoestima vigila por nuestra salud psicológica, social y física. Lo hace porque permite que desde ese respeto nos escuchemos, miremos sin prejuicios y sin clichés en nuestro interior y descubramos lo que realmente nos interesa o conviene, sin importar qué es lo que se espera de mi, qué debo hacer o qué se supone que tendría que hacer en estas circunstancias. Una sana autoestima es una forma de preservar lo más esencial de mi ser y de cuidar mi derecho a vivir sin más.

El resto, es todo accesorio. Me diréis que son accesorios muy necesarios. Sí, lo son para jugar el juego social, para divertirnos, para entretenernos, para lograr cosas y disfrutarlas, para relacionarnos, para obtener cosas materiales… Pero no lo son para tener bienestar sólido y profundo. El bienestar sólido y profundo radica en amar y respetar lo más esencial, que es mi vida, mi existencia como ser vivo, nada más. Ese bienestar es sólido porque no depende de las circunstancias, porque es ajeno a los vaivenes de la vida y a los adornos que cuelgan de ella en depende qué circunstancias.

Desde esta sana autoestima, podrán venir bien o mal dadas, podré ser mejor o peor persona, más o menos aceptado, podré tener mejores o peores condiciones sociales (profesionales, económicas…), podré lograr o no lo que me proponga, podré sentir más o menos frustración, podré sentir dolor porque no me quieran, podré estar más o menos triste porque algo no funciona como me gustaría… Pero, lo más importante, que está por encima de todo eso, seguiré queriéndome, seguiré prestando atención a cuidarme e interesarme por mí; seguiré disfrutando de estar vivo, de pensar, de sentir, de reírme…

Acariciar

No todas las caricias son caricias genuinas ni tienen el mismo efecto en quien las produce y en quien las recibe.

Una caricia ‘genuina’ genera un espacio de comunicación emocional, confianza y afecto, promoviendo un gran bienestar  a las personas que la dan y a quienes la reciben.

Crear el espacio oportuno para acariciar, reservar tiempo para expresar nuestra ternura y el reconocimiento a la otra persona; hacer que la caricia sea genuina y no tenga más objetivo que mostrar nuestro afecto y consideración, puede ser todo un arte.

La caricia genuina tiene como objetivo la muestra de afecto, cariño, ternura, consideración, atención… Es decir, la manifestación de emociones cálidas y positivas hacia alguien o algo.

La caricia se puede expresar de distintas modos pero para ser considerada una caricia ‘sana’ o genuina es necesario que cumpla con unos requisitos. No todas las ‘caricias’ valen ni son apropiadas, gratificantes o deseadas.

Una caricia genuina expresa emociones positivas hacia la persona que las recibe, al tiempo que la respeta y muestra empatía. Para ser genuina, ha de expresar también una actitud de cercanía y de reconocimiento.

Para que se considere una sensación agradable es necesario que la caricia se produzca con delicadeza y respeto. El respeto significa que aunque deseemos acariciar a alguien, si esa persona no está receptiva (no lo desea, no está en condiciones, no la conocemos, se puede sentir intimidada…) no debemos tocarla.

La delicadeza significa que la caricia, intensidad, formato y lugar de contacto son apropiados y se adaptan a lo que la otra persona considera agradable.

Las caricias que no se acompañan de emociones o sentimientos parejos pueden producir mucho malestar. La persona que las produce está manifestando actitudes contradictorias que podemos percibir. Quien la percibe puede notar la sensación de ese conflicto en el tacto y en la actitud de quien acaricia. Un ejemplo claro es cuando la caricia tiene como objetivo lograr algo de la otra persona y no la mera expresión de afecto o ternura. Este tipo de caricia es ‘manipulador’.

La caricia manipuladora es un instrumento, un medio para lograr un fin, no es genuina. Quiere esto decir que en vez de manifestar un sentimiento de afecto lo que está mostrando es un sentimiento egoísta. Por ejemplo, un niño que está inquieto y quiero que se tranquilice para que no me dé la lata. Para lograrlo le acaricio a ver si logro tranquilizarle. Si mi caricia no es un gesto genuino de ternura, afecto, empatía y respeto, difícilmente lograré mi objetivo. El niño notará que mi caricia es un mero instrumento y puede que le produzca más inquietud, ansiedad o llanto.

Si de verdad siento afecto, respeto y empatía con el niño inquieto, conviene que empiece por activar estas emociones para que el niño se sienta acompañado, atendido, comprendido y aceptado. La caricia, entonces, será reflejo de esas emociones. Lo más probable es que produzca un efecto de calma y confianza en el niño. A partir de ese momento podré reflexionar, ayudarle a que se exprese, explicarle lo que considere necesario, etc.

Por resumir, el ejemplo de antes viene a decirnos que no utilicemos la caricia si esta no va acompañada de los sentimientos de respeto, empatía, consideración, oportunidad y afecto necesarios.

Nuestra cultura nos aparta de la expresión genuina de nuestras emociones, porque nos educa y entrena para responden a ciertos protocolos sociales.  Estos protocolos quizás sean convenientes para ciertos objetivos de convivencia pero resultan poco sanos si los interiorizamos como mecanismos de expresión habitual porque nos alejan de nuestras verdaderas emociones.

La caricia puede ser muy amplia o muy delimitada. En general, consiste en tocar, rozar o deslizar una parte de nuestro cuerpo sobre otro cuerpo o sobre cualquier otra superficie. La caricia más frecuente suele producirse con las manos, sin embargo hay muchas caricias que se producen con un brazo, con la mejilla, con el hombro, con una pierna…

Un beso es una forma de caricia. Hay muchas personas que cuando besan o acarician lo que están esperando recibir es una respuesta que les ratifique el afecto, interés o atención de la otra persona pero su beso no contiene afecto, empatía, consideración, respeto… Es decir, no es una muestra de afecto genuino si no que es una manifestación de reclamación de atención.

Esta caricia egoísta es otra versión de la caricia. La caricia egoísta es la que expresa el deseo de obtener placer en la caricia por parte de quien la da pero no tiene en cuenta si la otra persona quiere recibirla o la está percibiendo como un gesto agradable.

Aunque muchas veces no detectemos la caricia manipuladora o egoísta eso no significa que intuitiva y sensiblemente no seamos capaces de sentirlas. Se siente una sensación clara de que el beso o la caricia llevan una intencionalidad distinta de lo que se nos intenta transmitir explícitamente. La intuición y la sensibilidad nos dicen que hay mensajes contradictorios. La alerta se activa y nos coloca en situación de protegernos.

Por regla general, nos protegemos de ese tipo de caricias egoístas o manipuladoras apartándonos, cruzando los brazos o las piernas, con gestos de  extrañeza, desagrado o enfado.. y, en el mejor de los casos, con expresiones verbales que  indican nuestra extrañeza o nuestro desagrado.

Tomemos conciencia de que una caricia necesita ser un gesto genuino para ser agradable y para tener efectos positivos sobre ambas personas.

Los gestos contradictorios no solo pueden ser negativos para quien los recibe, también para la persona que los da. Una caricia egoísta o manipuladora nos lleva a generar hábitos que generan una escisión entre la intención (voluntad y cognición) y la expresión emocional y física. Si ese gesto contradictorio lo realizamos con frecuencia, generamos un hábito y estaremos instalando la escisión cognitivo-emocional como forma de vivirnos.

Ese tipo de hábitos enajenantes impide tomar conciencia de cuáles son nuestros verdaderos sentimientos y nuestro modo de relacionarnos con los demás.

Otra versión de caricia es la ‘obligada’. Es el tipo de caricia que hacemos para cumplir ciertas expectativas del guión que pensamos adecuado para esa situación. Por ejemplo, si tengo una cita con alguien y esa persona considera que a partir de un momento lo que ‘corresponde’ es cogerme de la mano o de la cintura. Si el gesto no es un gesto que conlleve detrás una emoción de cercanía y afecto o empatía, será un gesto forzado y lo notaré. También será un gesto incomodo para quien lo realiza porque la motivación no será suficiente para crear una cercanía real, por lo que se acabará cansando o sintiendo fuera de lugar.

Una versión irritante de la caricia es la ‘descuidada’ o ‘automática’, la que se produce sin apenas implicación, voluntad o conciencia por parte de quien la produce. Es cuando la mano sigue tocando una zona del cuerpo pero la mente ya está en otro sitio desde hace un rato (segundos o incluso minutos!!!).

La caricia, si es genuina y es bien recibida, tiene efectos positivos sobre la persona que la hace y la que la recibe. Una caricia genuina nos hace sentir comprendidos; provoca que sintamos el interés que otra persona tiene por nosotros; nos hace sentir acompañados; hace que por unos instantes sintamos que compartimos nuestra realidad con otra persona. Todo ello nos puede provocar un gran bienestar.

Cada caricia, tiene un significado. Pensemos en qué estamos expresando, qué queremos decir, qué estamos sintiendo cuando acariciamos. Si podemos verbalizarlo, mucho mejor. Si somos capaces de explicar qué es lo que nos mueve a hacer esa caricia y le ponemos palabras, querrá decir que hemos tomado conciencia de la relación entre nuestros sentimientos y la expresión física de los mismos.

Practiquemos la caricia genuina y consciente.

Ver apartado ‘El cuerpo’ y ‘Caricias’ en

Aceptación vs conformidad

La aceptación ni aprueba ni desaprueba, no da ningún consentimiento, ni implica conformidad. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

La conformidad, por el contrario, sí aprueba el hecho, manifiesta su acuerdo con la propuesta, comparte los presupuestos y da su consentimiento para que se realice y, por lo tanto, para participar de lo que acaece;  implicándose en la acción y en la responsabilidad de lo acaecido, cualquiera que sea la medida de implicación y acción.

La conformidad nos implica como artífices, creadores, mediadores, intermediarios, seguidores, mecenas, desarrolladores… La aceptación nos puede implicar como víctimas.

Creo, por lo tanto, que entre ambos conceptos existen diferencias notables que conviene tener en cuenta cuando tratamos de identificar, definir y juzgar actitudes y conductas en los casos de agresión sexual, violación o abuso.

Ante una situación de auténtico riesgo – donde podemos intuir que nuestra vida corre peligro o percibimos consecuencias graves para nuestra salud e integridad- es muy probable que la actitud realista sea el recurso cognitivo y emocional más sensato y sabio a utilizar. La actitud realista es la aceptación de la situación tal cual es y el afrontamiento con la mejor de nuestras capacidades. Esta aceptación  no implica, ni mucho menos, conformidad.

La aceptación de la realidad nos lleva a valorar y evaluar el peligro, su magnitud, el riesgo que corremos y los recursos que tenemos para escapar con el menor daño posible. Cuantos menos recursos tengamos, más indefensos nos sentiremos. Aún siendo este último el caso, la actitud realista (la aceptación de la realidad y su afrontamiento) nos llevará a identificar y utilizar sensatamente esos recursos de los que podemos echar mano, por muy pequeños e insignificantes que sean.

Con frecuencia, si rápidamente evaluamos que no hay escapatoria posible o probable, y no disponemos de otros recursos para enfrentarnos con éxito ante la agresión, el recurso más eficaz es la mal llamada ‘pasividad’. Esta ‘pasividad’ es  una actitud proactiva consciente (auto regulada), o una conducta instintiva (automática), de bloqueo de cualquier respuesta defensiva. Si intuimos o conocemos que la utilización de una respuesta defensiva-ofensiva puede provocar más agresividad y violencia en quien/es nos agreden, o bien desconocemos y/o no podemos controlar al agresor o agresores, la respuesta de bloqueo y por lo tanto de sometimiento, puede ser el único recurso sensato disponible.

Este recurso es la aceptación, pero en ningún caso es la conformidad. En ningún caso se ha dado el consentimiento explícito, necesario e ineludible, para que se produzca el abuso, la agresión y la violación. No se está de acuerdo con lo que se está produciendo. No se participa ni emocional ni intelectualmente con los hechos que se están llevando a cabo. Sólo se acepta la situación y se afronta con los recursos disponibles.

Esa aceptación implica que somos conscientes del peligro y de nuestras posibilidades ante la misma. Lo que nos lleva a la aceptación y afrontamiento no defensivo en una situación o escenario violento es que intuimos que en esa aceptación está nuestra posibilidad de correr el menor riesgo posible.

La aceptación no es conformidad, si por conformidad entendemos aprobar el hecho, estar de acuerdo, compartirlo, dar nuestro consentimiento y participar de lo que acaece implicándonos en la acción y en la responsabilidad de lo acaecido. Cuando estamos conformes, nos sumamos a una propuesta, principio, acción o situación, mientras que la aceptación  no conlleva aprobación ni conformidad.

La conformidad nos implica como artífices, creadores, mediadores, intermediarios, seguidores, mecenas, desarrolladores… La aceptación solo implica realismo y afrontamiento. En el afrontamiento podemos activar unos u otros recursos, en función de qué consideremos más eficaz (probable, posible, útil..) para gestionar la situación. Nosotros no hemos creado la situación, no la deseamos, no la apoyamos ni la sufragamos.

El afrontamiento tras la aceptación puede conducir a la revolución,  puede llevarnos a la meditación, a convertirnos en eremitas o a implicarnos de lleno en un sistema para cambiarlo desde dentro. La aceptación ni aprueba ni desaprueba, no da ningún consentimiento. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

Lo curioso de nuestras leyes y también de la interpretación (votos particulares) que realizan los/las jueces de ellas, es que demasiadas veces parecen proteger al más fuerte. Si no protestamos y optamos por el sometimiento (como es el caso de la chica en el juicio de ‘la manada’) porque se interpreta en el voto particular que no ha habido agresión puesto que no hay actitud de negativa o defensa visible.

El agresor, el verdugo, el violento y quien lo defiende, juzga  o interpreta, no pueden utilizar la indefensión física de la persona a la que se agrede o juzga  como eximente o como prueba eximente de la conducta de agresión o violación.

En otro artículo hablo de la falta de conocimiento sobre la sexualidad de la mujer que revelan algunas de las afirmaciones vertidas en el voto particular de este juez. A este desconocimiento, también se le suma la falta de comprensión sobre el funcionamiento psicológico en ese tipo de situaciones. Muchos psicólogos y psiquiatras lo hemos aclarado. Espero que se revise esta sentencia en la línea que estamos planteando y que daría lugar a una sentencia de agresión con violación (sea ésta cual sea en la actualidad).

La indefensión que se produce ante la superioridad física y numérica lleva a una agresión directa, implícita, a la integridad psicológica de la persona. No es necesario que ni siquiera exista una agresión física o un abuso físico para que exista esa agresión a la integridad psicológica. Se puede menoscabar la integridad psicológica de la persona por medio de escenarios evocadores, significativos y cargados de connotaciones violentas o de peligro. Cuando la chica entra al portal con ‘la manada’ y empieza a comprender las verdaderas intenciones de los ‘abusadores’, ahí es cuando se produce la intimidación y la agresión a la integridad psicológica. Ahí es cuando el escenario que hasta ese momento era inofensivo, comienza a adquirir significados de peligro y potencial daño, ahí es cuando la chica comienza a aceptar la situación real y a adoptar la actitud de sometimiento.

¿Ha consentido con las verdaderas intenciones de los abusadores? No

¿Ha aprobado la conducta de los abusadores? No

¿Ha creado, participado o contribuido a construir el escenario real que sí tenían previsto los abusadores? No

La indefensión que se produce en el caso de los niños que sufren abuso sexual es también una agresión a su integridad psicológica, además de serlo a su integridad física. Las secuelas para un niño son terribles y gravísimas. Además de la situación en tiempo presente, que puede ser reiterativa, si se sufre este tipo de abusos (agresiones a la integridad psicológica y física) el niño o la niña pueden desarrollar lo que denominamos indefensión aprendida. Este aprendizaje se puede convertir en un hábito aunque se hayan producido muy pocas agresiones/abusos. Sin embargo, liberar al niño/a de ese hábito y de sus secuelas y consecuencias, es muy difícil y laborioso, cuando se logra.

Las penas y responsabilidades de los abusadores de niños tendrían que ser permanentes (en forma de prisión, trabajos para la sociedad, rehabilitación, etc.) No hay nada más grave que atentar, robar y destrozar  la inocencia  de la infancia.

Las posibles respuestas que adoptan las víctimas como medio de afrontamiento nunca pueden ser los fundamentos de la definición del delito. En todo caso serán motivo de estudio en el campo de la psicología, la psiquiatría, la filosofía, la sociología o bien la asistencia social. Las leyes deben proteger a los inocentes. Nunca pueden ser considerados inocentes aquellos que muestran ese tipo de intenciones y conductas reiteradas en las redes sociales.

Con independencia de la respuesta de afrontamiento adoptada, el delito ha de estar fundamentado en la realidad no en la interpretación subjetiva de un juez sin conocimientos sobre el tema. La realidad actual implica las teorías que la ciencia psicológica ha desarrollado a través de la investigación y estudio. Para adoptar una sentencia en este campo, es imprescindible que se disponga de una actualización de las leyes y de los conocimientos de quienes las aplican.

Espejismos

Lo que no es real ni posible es un espejismo.

Un espejismo siempre está en el horizonte.

El espejismo es mental y no forma parte del paisaje de esa realidad en tiempo presente ni como posibilidad.

El espejismo es un fenómeno que se suele producir en terreno  ‘desértico’, como vivencia y como metáfora.

“Lucky” da título a una película[1] hermosa, realista, llena de ternura y sabiduría, que está estos días en cartelera. Tras una lograda sencillez hay una notable reflexión para lograr el bienestar y superar el sufrimiento, la frustración o el enfado: La aceptación de la realidad.

En el caso de Lucky, el protagonista de la película, su realidad es que nota cómo se aproxima a la temida despedida de la vida.

Lucky accederá en su vida cotidiana al significado profundo de los conceptos “realismo” y “realista”.  Partiendo de una nada casual definición extraída del diccionario, el protagonista cae en la cuenta de que el realismo existe, que no es un mero concepto intelectual,  y a partir de esa epifanía, el realismo y la conducta realista se convertirán muy conscientemente en objetivos de su comprensión.

El diccionario parece ser una metáfora de la relación entre los conceptos y la realidad. A veces, comprender bien y en detalle el significado de un concepto, nos hace captar, caer en la cuenta de algo y comprender  la realidad a la que se refiere.  El diccionario parece ser una metáfora de conocimiento, algo así como la entrada a la toma de conciencia, accesible a todos. Parece serlo por el papel que juega en su vida (aficionado a los crucigramas) y también por el lugar físico que ocupa en la estancia.

Ese cambio de perspectiva, debido a esa “iluminación” tan humilde pero trascendente,  dará lugar a que aproveche las ocasiones que le brinda la vida -igual de cotidiana y sencilla que siempre- para escuchar de otro modo, ver con otra mirada, empaparse, entender y profundizar en su comprensión; convirtiendo el realismo y la aceptación en gratos compañeros que le reportaran  sabiduría y paz.

El realismo es un modo de ver e interpretar el mundo basado en hechos y en lo que es posible, en lugar de basarlo en sucesos improbables. Así mismo, ser realista es la habilidad para afrontar y aceptar las cosas tal como son de hecho, tomando decisiones basadas en lo más probable y no en lo improbable. Esta definición es con la que reflexionará y trabajará Lucky.

Cuando el protagonista comprende que la aceptación le permite vivir esa etapa de la vida sin sufrimiento (aunque pueda haber dolor o tristeza), entonces se permite liberar y superar el miedo, así como la frustración y el enfado. Eso le lleva a seguir su vida cotidiana siendo capaz de sonreír mientras toma decisiones que le provocan bienestar y satisfacción, acercándole a un grado máximo de libertad y fidelidad a sus principios, en equilibrio con el respeto y afecto por los demás. Esa aceptación le aleja del conflicto interior y del malestar que las contrariedades le generaban.

La aceptación no es conformidad, si por conformidad entendemos dejar nuestra responsabilidad en manos del destino o de otros. La aceptación incluye seguir activos en construir nuestro presente de forma sana y coherente con nuestros principios y valores. La conformidad podría significar que nos sumamos a una propuesta, principio o situación, mientras que la aceptación  implica realismo y también activar todos los recursos y habilidades para afrontar esa realidad que nos ha tocado vivir. La aceptación de la realidad puede conducir a la revolución,  puede llevarnos a la meditación, a convertirnos en eremitas o a implicarnos de lleno en un sistema para cambiarlo desde dentro. La conformidad, es la aprobación o consentimiento, entendida como acto que da su permiso para que sucedan cosas. La aceptación por sí misma no implica aprobación ni desaprobación, no da ningún consentimiento. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

Volviendo al desierto. Lo que para unos es un desierto, para otros es un hábitat. De nuevo otra metáfora del guionista y del cineasta porque el desierto de Nuevo México es el lugar donde reside nuestro protagonista. En la primera imagen de ese desierto, aparece un galápago cruzando lenta y parsimoniosamente un camino. Otra excelente metáfora que iremos descubriendo a lo largo de la película.

En nuestra vida real, conviene saber cuál es nuestro hábitat, aprender a aceptarlo y convivir con él para afrontar lo que nos depara y también para cambiar lo que no nos guste o queramos mejorar.

¿Cuál es tu hábitat?

Si ves espejismos, trata de identificar qué parte de tu realidad es para ti un desierto

Si has visto muchos espejismos en tu vida, quizás sea el momento de cambiar tu ruta y tu destino

Si has vivido soñando con espejismos, pregúntate si entre sueño y decepción no te has olvidado de regar tu tierra y la has convertido en un desierto.

Soñar y no construir para que se produzca el sueño es tanto como sentarse a esperar que el río cambie su curso para que su caudal riegue nuestra tierra.

Soñar que seremos altos y deshacernos de nuestra ropa, no nos hará altos, nos dejará desnudos

Soñar que seremos atletas y ponernos un dorsal, no nos hará ser más veloces, nos dejará frustrados

Soñar que seremos felices y probar en otros brazos, no nos hará felices, nos dejará insatisfechos

Soñar es sano siempre que al despertar construyamos para lograr ese sueño. Soñar es sano siempre que no sustituyamos la realidad por el sueño. Soñar es sano siempre que sepamos diferenciar entre lo real y lo soñado. Soñar es sano siempre que sepamos ser felices con la realidad que ya tenemos.

No conviene confundir los espejismos con los sueños, las fantasías, la imaginación ni con las utopías.

Un sueño (en el sentido metafórico) es una idea de algo que nos gustaría que sucediera en el futuro y que podemos convertir en un  proyecto. Para hacerlo realidad, hemos de conocer los hechos y recursos, trazar un plan eficaz, trabajar duro y ser muy disciplinados, entre otras cosas. Un sueño no es sentarse a soñar, esperando que las cosas cambian para nosotros.

La utopía es la capacidad de visualizar una realidad mejor, más justa, más equilibrada… Una utopía puede nacer respecto a una idea, una situación, un sistema, una sociedad, etc. Una utopía, por definición, es inalcanzable porque una vez alcanzada deja de ser utopía. Las utopías son muy útiles para evolucionar hacia un mundo mejor.

La fantasía es la recreación de otra realidad con elementos improbables o imposibles. Tiene como función la evasión de la realidad. Puede servir como metáfora y puede servir para diversión o distracción. Sin duda, una de las películas más hermosas, en las que la utilización de la fantasía tiene plena justificación es “La vida es Bella”. El derroche de fantasía del protagonista tiene por objetivo evitar el horror y la crueldad a un menor para impedir que crezca con un trauma emocional  gravísimo, evitándole el sufrimiento del presente y las secuelas del futuro.  El protagonista sabe perfectamente donde está y qué sucede, será su profunda bondad,  dignidad, generosidad  y responsabilidad las que le lleven a construir las fantasías en las que envuelve la realidad a su hijo. Es decir, no vive un espejismo. Es realista, acepta y construye la fantasía para que su hijo afronte la situación con menos secuelas.

La imaginación es la capacidad para visualizar un escenario distinto, que puede ser la misma realidad en la que se han introducido cambios, innovaciones o mejoras. También podemos imaginar escenarios nuevos. La imaginación es una gran herramienta para crear, construir, concebir, mejorar, aprender, innovar… Es la gran compañera de la utopía y de los proyectos basados en sueños.

Los sueños y las utopías son posibles cuando aceptamos y comprendemos la realidad en la que vivimos. Son posibles cuando somos capaces de extraer el máximo de posibilidades de esa realidad. Si en ocasiones no somos capaces (somos humanos y no héroes) de aceptar y afrontar esa realidad, no confundamos las fantasías y los sueños con la realidad, aunque los utilicemos ‘ocasionalmente’ como evasión.

El mejor modo de superar esa incapacidad para aceptar la realidad es con creatividad y confianza. A veces el miedo a no ser capaces de afrontar la realidad nos lleva a anticipar el fracaso y a incrementar ese miedo, dificultando nuestros recursos reales para poder abordar la situación satisfactoriamente. La confianza en nuestros recursos y en la capacidad para aprender habilidades o para desarrollar más las que tenemos es fundamental. Esta confianza nos dará cierta tranquilidad, sosiego y nos ayudará a relativizar. Desde esta actitud podemos concebir escenarios con cambios en donde mejore nuestra posición. La creatividad nos llevará a potenciar y extraer el máximo rendimiento a nuestras capacidades y habilidades.

A veces, el cambio consiste en modificar nuestras expectativas, haciéndolas más posibles, más accesibles o asequibles, o equilibrando nuestra realidad entre el disfrute de lo que tenemos y los sueños y proyectos que nos planteamos. Apostar todo el presente a la felicidad y bienestar de un proyecto futuro es tanto como dejar de vivir ese presente. Parece difícil que escoger esa alternativa , hipotecando  el presente, nos genere la actitud y estado de ánimo necesarios para conseguir bienestar en el futuro.

Los ladrillos del presente son el edificio del futuro. Las emociones y sentimientos de hoy, constituirán la estructura emocional de mañana. Difícil será que la tristeza, la frustración, la envidia, el enfado, la añoranza, el irrealismo, la subjetividad… de hoy, nos conduzcan a una estructura de bienestar mañana.

[1] Fecha de estreno 4 de mayo de 2018 (1h 28min) ; Dirigida por John Carroll Lynch

Reparto Harry Dean Stanton, David Lynch, Ron Livingston más

País EE.UU.

 

Autonomía emocional

La autonomía emocional se logra cuando nuestro bienestar lo obtenemos fundamentalmente de la propia aprobación y no dependemos de la aprobación de otras personas. Esta aprobación propia no implica que rechacemos la aceptación y aprecio de los demás pero significa que para cada persona solo es imprescindible su propia aprobación o aceptación.

La autonomía emocional es perfectamente compatible con las relaciones sociales, el afecto,  el amor, trabajar en equipo, la amistad, la familia y cualquier relación con los demás. Es más, es la mejor actitud para relacionarnos con los demás. No tiene que ver con el individualismo, tiene que ver con evitar que nos convirtamos en personas dependientes del criterio ajeno y que nuestra conducta y decisiones dependan de la opinión y aceptación de los demás.

La autonomía emocional es la capacidad de sentirnos bien emocionalmente, al tiempo que construimos nuestras decisiones y conductas en función de nuestros propios criterios, objetivos, valores y creencias, sin necesidad de tener que agradar o satisfacer las de otras personas. Se trata, por lo tanto, de identificar aquello que es coherente con mi forma de ver la vida y desarrollar conductas que traten de ser fieles a ese principio de coherencia. La aprobación propia requiere tomar conciencia de cuáles son los criterios que estoy utilizando (propios o ajenos) y definir muy bien si mis decisiones y conductas nacen de mis propios criterios o son el producto de querer agradar a los demás para recibir su aprobación y/o aceptación. Cuando construyo la autonomía emocional también construyo mis propios criterios, consolidar la autonomía emocional me llevará a consolidar los criterios y también a la inversa. Ese proceso me llevará a una conciencia mucho más sólida y coherente.

No se trata de una actitud egoísta y de aislamiento, se trata de una actitud en la que nos hacemos responsables de nuestros sentimientos y de nuestras conductas. La autonomía emocional  nos hace responsables de lo que hacemos, y también nos ayuda a apreciarnos y respetarnos. El hecho de no necesitar la aprobación o aceptación de otras personas no implica que dejemos de ser agradables, educados, considerados o atentos con los demás; tampoco implica que no les escuchemos o tomemos en consideración sus puntos de vista o criterios. Nuestra autonomía emocional nos permite escuchar y considerar a los demás con el máximo respeto, el mismo respeto que aplicamos a nuestro propio criterio.

Desde la autonomía emocional, escuchar y tomar en consideración a los demás  significa que estoy abierto/a a ver otras alternativas y puntos de vista, incluso algunas me pueden interesar y convencerme, cambiando o enriqueciendo alguna idea mía. Sin embargo, esta apertura conviene que esté basada en el deseo de ampliar mi conocimiento, ver otras opciones, mejorar el proceso para tomar decisiones pero no en la necesidad de agradar a otra persona ni de sentirme aprobado por ella.

La autonomía emocional me conduce al bienestar porque me genera la certeza de que mis errores y aciertos son el producto de lo que yo he decidido, no de los criterios ajenos a mí ni de mi dependencia emocional hacia la aprobación de otros. Saber que mis errores y aciertos son mi responsabilidad y el producto de mis propios criterios, me ayudan a madurar y mejorar esos criterios con una base sólida. La dependencia emocional hacia otras personas me conduce a la incertidumbre porque mis decisiones van a variar en función de los criterios de las distintas personas a quienes desee agradar. Esa disparidad de criterios y la sensación de dependencia va a erosionar la confianza en mis propios criterios que siempre se quedarán relegados a un segundo plano.

La autonomía emocional, me llevará a construir un sistema cognitivo, emocional y conductual coherente y sólido que me permita utilizar la asertividad como forma respetuosa y eficaz de relacionarme con los demás sin hacer dejación de mis propios derechos (opinión, espacio, ritmos, creencias, objetivos…).

Desde la autonomía emocional aprenderé a negociar cuando existan discrepancias,  y poder llegar a acuerdos que sean realistas y que satisfagan a ambas partes. La autonomía emocional impedirá que me enfade si la otra persona no acepta mis condiciones, y me ayudará a elaborar argumentos y estrategias eficaces y sanas para lograr mis objetivos de negociación. También impedirá que ceda más allá de los límites que de forma sana y autónoma me he puesto. No cederé debido a las presiones, chantaje emocional, culpabilización, etc.  Solo cederé lo que razonablemente me parezca oportuno y coherente con los principios de la negociación.

La autonomía emocional me conducirá a un camino coherente en el que cada nuevo tramo del mismo será más cómodo, confortable y fácil. Puede que haya situaciones que requieran de un gran esfuerzo, compromiso y dedicación pero el convencimiento de estar haciendo lo más coherente con los propios objetivos y principios, genera una confianza no comparable con ninguna otra fuente de motivación. La estimulación y energía que se produce con la autonomía emocional es suficiente para superar las dificultades o esfuerzos que conllevan a veces determinadas decisiones. Decisiones que quizás no son del agrado de otras personas, decisiones que pueden suponernos una incomodidad a nosotros mismos.

La autonomía emocional es una fuente de salud debido a que nos ahorra muchos esfuerzos y desgaste tratando de que los demás nos quieran. También nos ayuda a querernos más a nosotros mismos. Es decir, contribuye a la propia auto estima.

Enamorarse no es amar

 

Existe una gran confusión entre ambos conceptos y también entre las experiencias que dan lugar a su formulación.

Existe el enamoramiento sin amor y el amor sin enamoramiento. También es bueno saber que hay muchas formas de expresar tanto el enamoramiento como el amor, en función de la personalidad, edad, cultura, tipo de relación…

La mayor diferencia que podemos señalar es que el enamoramiento puede tener bastantes más ingredientes proyectivos, mientras que el amor tiene más dinámicas compartidas o interactivas. Pero hay más diferencias.

En ambos casos puede existir un sano egoísmo. Sin embargo, el egoísmo más insano no se puede dar cuando se ama profundamente pero sí se puede dar durante el enamoramiento.

De hecho, durante el enamoramiento se pueden dar la posesividad, los celos, la desconfianza, la mentira, el rencor…  Cuando se ama profundamente, todos estos sentimientos quedan al margen porque el amor se fundamenta en sentimientos de generosidad, bondad y confianza.

Durante la fase de enamoramiento, por regla general, aún no conocemos lo suficiente a la persona elegida, por lo que nuestro deseo de estar con esa persona y nuestro interés están basados en muchas suposiciones que todavía hay que confirmar. Solo el trato a través del tiempo nos dirá si nuestro interés y afinidad con esa persona estaban fundamentados en la realidad o por el contrario, eran solo ilusiones e imaginación nuestra, llevados por la grata sensación de la atracción, deseo, seducción, curiosidad… El tiempo nos dirá si hemos sido capaces de construir algo con esa ilusión inicial y los mimbres que tenemos.

A pesar de que en la fase de enamoramiento se pueden generar unos sentimientos muy intensos y eso nos hace creer que estamos amando sin embargo, la realidad nos demuestra que, solo cuando hemos avanzado en esa primera etapa del enamoramiento, entonces podemos empezar a amar y profundizar en el amor. En las primeras etapas del enamoramiento, no amamos con profundidad, claridad y amplitud a esa persona porque sin conocer a alguien ampliamente es muy difícil amarla de forma realista.

El enamoramiento es un proceso que tiene principio y por regla general tiene fin. El amor tiene principio pero si es un amor sólido no tiene por qué tener fin aunque cambie su orientación, escenario y contenidos.

El principio del enamoramiento es un estado de activación y reorientación emocional de cierta intensidad, donde la ilusión y expectativas juegan un papel fundamental. Entre el principio y el fin del enamoramiento transcurren fases en las que vamos consolidando o desestimando esos cambios emocionales. El enamoramiento incluye fundamentalmente:

  • ilusión, expectativas, interés, curiosidad,
  • atracción, afinidad, deseo
  •  emotividad, ternura, empatia
  • dudas, incertidumbre, inseguridad, descubrimiento, sorpresa
  • juego, seducción, negociación, adaptación
  • vulnerabilidad, tanteo, exploración, prevención, observación
  • intercambio información, acceso al conocimiento, aprendizaje de significados, interpretación
  • imaginación, proyección, fantasía
  • esperanza, sueño,
  • marketing  para mostrar lo mejor de sí mismos. Esta dinámica puede llegar a la ocultación, mentira y engaño

Quiere esto decir que no se pueda amar desde el primer momento de enamoramiento, no, pero el hecho de estar en un proceso de conocimiento y adaptación mientras se sienten emociones muy intensas -despertadas por el interés, la afinidad, la atracción y la curiosidad- hacen muy difícil que despleguemos simultáneamente nuestra capacidad de amar, con el realismo, el sosiego y la generosidad necesarias.

El fin del enamoramiento puede incluir desde la desilusión total hasta un amor que se va consolidando con más o menos profundidad, compromiso y pasión; entre medias caben muchas fórmulas. Es difícil que una relación mantenga el estado de enamoramiento inicial, por lo general,  las emociones pasan a ser de carácter más profundo y estable (sentimientos sólidos); hay menos factores de ilusión y expectativas y más factores de compromiso y lealtad.

El amor incluye conocimiento, aceptación, reconocimiento y respeto por lo que es cada persona. Sin un conocimiento amplio, es difícil que se dé la aceptación real y profunda de esa persona. Amar incluye, sobre todo, los siguientes factores:

  • aceptar, apreciar, estimar, querer
  • confiar, admirar, creer, disfrutar
  • desear, satisfacer, jugar, seducir, explorar
  • atender, cuidar, ocuparse, dedicarse… a la otra persona
  • comunicarse, compartir, proyectar, construir
  • compromiso, lealtad, honestidad, respeto, tolerancia
  •  apoyo, generosidad, bondad, flexibilidad, negociación, cesión
  •  aprender, crecer, acompañar, observar, escuchar
  • potenciar, reconocer, ayudar, implicarse

Amar es la capacidad de tratar bien a las personas a quienes tratamos. La profundidad y amplitud del amor estarán en consonancia con los contenidos de la relación que mantengamos. Podemos tratar bien (amar) de un modo ocasional a personas con las que apenas tenemos trato, relación o compromiso y podemos tratar bien a personas con las que hemos creado un vínculo muy estrecho de convivencia, afecto, interés y proyecto de vida.  Es decir, ser honestos, respetar, atender o escuchar a un compañero del trabajo, son dinámicas amables que pueden ser el resultado de un afecto, aprecio y actitud hacia el buen trato, aunque no mantengamos ninguna relación amorosa.

El amor, el arte de amar, no es un reducto que solo se exprese en nuestras relaciones más íntimas y comprometidas. De hecho, el respeto y consideración hacia otros semejantes, hace recomendable que practiquemos el arte de cuidar bien a los demás, en cualquier ocasión y circunstancia. Cuanto más lo practiquemos más fácil nos resultará que se manifieste de forma espontánea.

El trato incorrecto o el mal trato hacia los demás, es un síntoma de algún tipo de disfuncionalidad socio-emocional. Es un síntoma de desamor, ya sea por un problema personal puntual o por una trayectoria emocional poco sana. El mal trato indica nuestro propio malestar o nuestra falta de empatía y consideración hacia el otro.

Tratar bien a los demás (amar) nos produce sensación de libertad y de bienestar; nos genera alegría y energía, nos da optimismo y esperanza. Tratar bien a los demás es hacer un ejercicio por el bienestar común, es cuidar el entorno, es cuidarnos a nosotros mismos.

Por lo tanto, cuando nos enamoramos también podemos tratar bien a la persona a quien van destinados nuestros sentimientos, es decir, podemos amarla, pero lo estaremos haciendo sin la amplitud y contenidos del amor profundo que ancla en el conocimiento, la realidad y el compromiso.

De nuevo, menciono la idea inicial que señalaba la posibilidad del enamoramiento sin amor y el amor sin enamoramiento. Creo que es una distinción muy útil cuando iniciamos relaciones ‘amorosas’. También cuando las terminamos!!!

Muchas relaciones terminan con malos sentimientos, discusiones, enfrentamientos, conflictos, desamor, distanciamiento, frialdad, rencor… Muchas personas creen que esto es lo ‘normal’ y que es lógico terminar ‘mal’ una relación porque hay razones para acabarla. Nada más lejos de la realidad. Si aplicamos la idea que venimos trabajando en esta reflexión sobre el buen trato hacia los demás, una separación puede realizarse bajo el paraguas del buen trato, es decir, del amor. Se puede terminar una relación y permitir que el amor continúe presente, de otra forma pero presente. Si esto no es posible, habrá que cuestionarse si de verdad existía amor.

Si el amor ha estado presente en una relación de amor (por algo se llamará así), ¿por qué razón tendría que desaparecer al separarse las personas? Puede que una pareja ya no esté en condiciones de convivir porque sus vidas hayan tomado caminos divergentes; puede que se separen porque alguno de los dos se ha enamorado de otra persona; puede que se separen por muchos otros motivos. Ninguno de estos motivos –si existe el amor- debería implicar el desamor, es decir, el mal trato hacia alguien a quien hemos amado. Implicará un cambio de relación y un cambio de contenidos (convivencia, relaciones sexuales, compartir proyectos, vivienda, etc.); puede implicar distancia durante un tiempo para curar heridas y cicatrizar o para evitar herir sensibilidades (buen trato);  puede implicar divorcio y abogados que lleven las causas; puede implicar separación de bienes; puede implicar negociaciones, etc. Todo ello será mucho más sano si se hace con un trato exquisito, es decir tratando bien a la persona de la que nos separamos.

Una buena relación de amor, después de una separación y sus tiempos razonables de duelo y reajuste, puede derivar en una excelente relación de amigos, ex, familia… o como se quiera etiquetar. Que exista buena relación entre parejas ya separadas es un buen síntoma de que esas dos personas saben quererse, se respetan, tienen cierta madurez y dan prioridad a los buenos sentimientos. Es un excelente indicador para futuras parejas, o debería serlo. Sin embargo, el tipo de creencias  que hemos mencionado antes, llevan a muchas personas a sentir celos o inseguridad y desconfianza cuando se encuentran con personas que mantienen estas excelentes relaciones. Creo que ese error en la interpretación es muy común. La mayor parte de la gente se asombra de que pueda haber cariño después de la separación (¡!!)

La vida, al final, es el resultado de cómo la vivimos tanto o más que el resultado de lo que vivimos. De una vida de respeto, cariño y apoyo a familia, amigos, parejas, compañeros, clientes… obtendremos un saldo emocional y social muy positivo.

Mentir como forma de vida

No solo es un problema personal.

Cuando una persona miente reiteradamente tiene un problema personal que puede afectar a su entorno. Estas personas son incapaces de vivir con la realidad y afrontarla con honestidad.
Cuando varias personas mienten reiteradamente, además del problema personal, están generando un clima de desconfianza.
Cuando muchas personas mienten, dentro de una organización, generan una cultura basada en la mentira y acaban por creer que ese es el modo de relacionarse con el mundo.
Las instituciones que se sustentan sobre ese tipo de cultura del engaño son muy peligrosas porque su tejido es frágil, como consecuencia de la vacuidad de muchos de sus fundamentos.
La fragilidad y el vértigo que sienten sus miembros, incapaces de afrontar la realidad, les hace mentir con más frecuencia, con más descaro, con más apoyo dentro de la organización, con temas cada vez más relevantes y trascendentes… Acaban por estar vendidos, en manos de cualquier estamento, institución, agente social o gobierno que conozca los hechos.
¿De qué delitos pueden ser capaces aquellos que viéndose acorralados por la potencial denuncia de sus mentiras, son chantajeados? ¿Hasta dónde pueden llegar con sus mentiras? ¿De qué son capaces?

La madurez, qué es y para qué nos sirve

La madurez no tiene por qué llegar con la vejez, ni la juventud es necesariamente incompatible con ella. La madurez no es vejez, es plenitud. La plenitud no significa ‘terminado’, significa capacidad plena, plenas habilidades, plenas oportunidades, pleno disfrute, plena conciencia… La madurez nos regala con una ‘segunda’ juventud mucho más sabia.

La madurez es la habilidad para aceptar la realidad tal como es, no como nos gustaría; y responder a ella con la mejor de nuestras actitudes. La madurez es aprender a gestionar con buen ánimo, confianza y esperanza las contrariedades, desafíos o la frustración de nuestros deseos, expectativas u objetivos más inmediatos.

La madurez es la habilidad para conjugar la honestidad, la sinceridad, la vitalidad y entusiasmo por la vida con la sensatez, el equilibrio, el bienestar y nuestras metas a medio y largo plazo.

La madurez es la capacidad para dejarnos sorprender por la vida, la belleza, la bondad, el juego, la atracción, el deseo, el amor… y estar abiertos a lo que pueda suceder, sin prejuicios, corsés, miedos o represiones.

La madurez es saber amar en cualquier circunstancia, es tratar bien a las personas que estimamos, con independencia del grado de implicación que tengamos con ellas, el tipo de expectativas que generamos hacia ellas y con independencia de si éstas se cumplen o no.

La madurez es disfrutar de la soledad y la autonomía emocional, no depender de nadie para experimentar la paz, el sosiego y la plenitud. Es también, saber compartir esa autonomía sin renunciar a sus fundamentos y respetando el espacio y tiempos de los que nos comparten las suyas.

La madurez es conocernos sin engañarnos, sin falsos estereotipos, sin miedos, sin exigencias paralizantes, sin idealización, sin dejar de querernos, sin esperar nada que no seamos ya, sin compararnos con nuestras pretensiones, sin humillarnos o acomplejarnos por lo que no hemos logrado.

La madurez es domar la sobervia, la ira, la impaciencia, la intolerancia, el rencor, la frustración, la desconfianza, la envidia, el miedo, la exigencia, la temeridad, la imprudencia, el egoísmo insano…

La madurez es disfrutar de las más pequeñas cosas: el olor del pan, descubrir un nuevo vegetal comestible, ser capaces de interesarnos por una canción, bailar a solas, mirar la luz a través de la ventana, pasear sobre la hojarasca en otoño, sentir la brisa con los primeros rayos templados de la primavera, escuchar algo gracioso, reírnos de nuestras tonterías…

La madurez es no victimizarnos, no culpabilizarnos … La madurez es coger las riendas, responsabilizarnos de la vida que nos queda por vivir. La madurez es no recrearnos en el fracaso y ver lo que podemos hacer con los pedazos de lo que se rompió o dejamos caer. La madurez es comprender el mundo, nuestro entorno y saber qué papel queremos y podemos tener en ello.

La madurez es aprovechar cualquier situación para aprender a ser. Aprender a navegar por nuestra vida; aprender a a respirar, escuchar y utilizar nuestro cuerpo; aprender  a vivir; aprender  a amar, a aceptar, a tolerar, a comprender  a otros; aprender a empatizar; aprender a afrontar; aprender a esperar; aprender a valorar; aprender a aprender….

La madurez es responsabilizarnos de obtener bienestar en la incertidumbre, la contrariedad, el problema y el duelo. La madurez es tomar conciencia de que estás  vivo, no caer en la desesperanza ni  esperar que nadie nos salve de la desilusión, la tristeza, el decaimiento, el sufrimiento o la desorientación.

La madurez es la integridad, lograr que convivan en paz todos nuestros rasgos, habilidades, vivencias, errores, aciertos y esperanzas.

La madurez es darte derecho a disfrutar, buscar lo que te complace y hacerte responsable de intentar conseguirlo. La madurez es aceptar un no o un basta por respuesta, es respetar los límites que otras personas te ponen cuando tus objetivos se internan en su camino.

La madurez es aprender a decir no y basta, es saber poner límites sin herir los sentimientos ni  menospreciar a aquellos con quién interactuamos. La madurez es  ser honestos y no confundir, engañar o  hacer perder el tiempo a los demás.

La madurez es aprender a valorar lo que otras personas ofrecen, con independencia de si nos sentimos afines o no, de si es o no beneficioso para nosotros, de si va acompañado de otras cosas que no nos placen.

La madurez nos sirve para aprovechar el tiempo, para lograr el equilibrio y el bienestar, para crear lazos sólidos, para rendir cuentas a la vida y saber que no la hemos desperdiciado, para ser eficaces satisfaciendo nuestras necesidades, para desarrollar todo nuestro potencial, para que nuestra felicidad sea sólida y solo dependa de nosotros.

Podemos alcanzar la madurez en muchos aspectos o en unos pocos. De esa amplitud va a depender nuestro bienestar global.