Acariciar

No todas las caricias son caricias genuinas ni tienen el mismo efecto en quien las produce y en quien las recibe.

Una caricia ‘genuina’ genera un espacio de comunicación emocional, confianza y afecto, promoviendo un gran bienestar  a las personas que la dan y a quienes la reciben.

Crear el espacio oportuno para acariciar, reservar tiempo para expresar nuestra ternura y el reconocimiento a la otra persona; hacer que la caricia sea genuina y no tenga más objetivo que mostrar nuestro afecto y consideración, puede ser todo un arte.

La caricia genuina tiene como objetivo la muestra de afecto, cariño, ternura, consideración, atención… Es decir, la manifestación de emociones cálidas y positivas hacia alguien o algo.

La caricia se puede expresar de distintas modos pero para ser considerada una caricia ‘sana’ o genuina es necesario que cumpla con unos requisitos. No todas las ‘caricias’ valen ni son apropiadas, gratificantes o deseadas.

Una caricia genuina expresa emociones positivas hacia la persona que las recibe, al tiempo que la respeta y muestra empatía. Para ser genuina, ha de expresar también una actitud de cercanía y de reconocimiento.

Para que se considere una sensación agradable es necesario que la caricia se produzca con delicadeza y respeto. El respeto significa que aunque deseemos acariciar a alguien, si esa persona no está receptiva (no lo desea, no está en condiciones, no la conocemos, se puede sentir intimidada…) no debemos tocarla.

La delicadeza significa que la caricia, intensidad, formato y lugar de contacto son apropiados y se adaptan a lo que la otra persona considera agradable.

Las caricias que no se acompañan de emociones o sentimientos parejos pueden producir mucho malestar. La persona que las produce está manifestando actitudes contradictorias que podemos percibir. Quien la percibe puede notar la sensación de ese conflicto en el tacto y en la actitud de quien acaricia. Un ejemplo claro es cuando la caricia tiene como objetivo lograr algo de la otra persona y no la mera expresión de afecto o ternura. Este tipo de caricia es ‘manipulador’.

La caricia manipuladora es un instrumento, un medio para lograr un fin, no es genuina. Quiere esto decir que en vez de manifestar un sentimiento de afecto lo que está mostrando es un sentimiento egoísta. Por ejemplo, un niño que está inquieto y quiero que se tranquilice para que no me dé la lata. Para lograrlo le acaricio a ver si logro tranquilizarle. Si mi caricia no es un gesto genuino de ternura, afecto, empatía y respeto, difícilmente lograré mi objetivo. El niño notará que mi caricia es un mero instrumento y puede que le produzca más inquietud, ansiedad o llanto.

Si de verdad siento afecto, respeto y empatía con el niño inquieto, conviene que empiece por activar estas emociones para que el niño se sienta acompañado, atendido, comprendido y aceptado. La caricia, entonces, será reflejo de esas emociones. Lo más probable es que produzca un efecto de calma y confianza en el niño. A partir de ese momento podré reflexionar, ayudarle a que se exprese, explicarle lo que considere necesario, etc.

Por resumir, el ejemplo de antes viene a decirnos que no utilicemos la caricia si esta no va acompañada de los sentimientos de respeto, empatía, consideración, oportunidad y afecto necesarios.

Nuestra cultura nos aparta de la expresión genuina de nuestras emociones, porque nos educa y entrena para responden a ciertos protocolos sociales.  Estos protocolos quizás sean convenientes para ciertos objetivos de convivencia pero resultan poco sanos si los interiorizamos como mecanismos de expresión habitual porque nos alejan de nuestras verdaderas emociones.

La caricia puede ser muy amplia o muy delimitada. En general, consiste en tocar, rozar o deslizar una parte de nuestro cuerpo sobre otro cuerpo o sobre cualquier otra superficie. La caricia más frecuente suele producirse con las manos, sin embargo hay muchas caricias que se producen con un brazo, con la mejilla, con el hombro, con una pierna…

Un beso es una forma de caricia. Hay muchas personas que cuando besan o acarician lo que están esperando recibir es una respuesta que les ratifique el afecto, interés o atención de la otra persona pero su beso no contiene afecto, empatía, consideración, respeto… Es decir, no es una muestra de afecto genuino si no que es una manifestación de reclamación de atención.

Esta caricia egoísta es otra versión de la caricia. La caricia egoísta es la que expresa el deseo de obtener placer en la caricia por parte de quien la da pero no tiene en cuenta si la otra persona quiere recibirla o la está percibiendo como un gesto agradable.

Aunque muchas veces no detectemos la caricia manipuladora o egoísta eso no significa que intuitiva y sensiblemente no seamos capaces de sentirlas. Se siente una sensación clara de que el beso o la caricia llevan una intencionalidad distinta de lo que se nos intenta transmitir explícitamente. La intuición y la sensibilidad nos dicen que hay mensajes contradictorios. La alerta se activa y nos coloca en situación de protegernos.

Por regla general, nos protegemos de ese tipo de caricias egoístas o manipuladoras apartándonos, cruzando los brazos o las piernas, con gestos de  extrañeza, desagrado o enfado.. y, en el mejor de los casos, con expresiones verbales que  indican nuestra extrañeza o nuestro desagrado.

Tomemos conciencia de que una caricia necesita ser un gesto genuino para ser agradable y para tener efectos positivos sobre ambas personas.

Los gestos contradictorios no solo pueden ser negativos para quien los recibe, también para la persona que los da. Una caricia egoísta o manipuladora nos lleva a generar hábitos que generan una escisión entre la intención (voluntad y cognición) y la expresión emocional y física. Si ese gesto contradictorio lo realizamos con frecuencia, generamos un hábito y estaremos instalando la escisión cognitivo-emocional como forma de vivirnos.

Ese tipo de hábitos enajenantes impide tomar conciencia de cuáles son nuestros verdaderos sentimientos y nuestro modo de relacionarnos con los demás.

Otra versión de caricia es la ‘obligada’. Es el tipo de caricia que hacemos para cumplir ciertas expectativas del guión que pensamos adecuado para esa situación. Por ejemplo, si tengo una cita con alguien y esa persona considera que a partir de un momento lo que ‘corresponde’ es cogerme de la mano o de la cintura. Si el gesto no es un gesto que conlleve detrás una emoción de cercanía y afecto o empatía, será un gesto forzado y lo notaré. También será un gesto incomodo para quien lo realiza porque la motivación no será suficiente para crear una cercanía real, por lo que se acabará cansando o sintiendo fuera de lugar.

Una versión irritante de la caricia es la ‘descuidada’ o ‘automática’, la que se produce sin apenas implicación, voluntad o conciencia por parte de quien la produce. Es cuando la mano sigue tocando una zona del cuerpo pero la mente ya está en otro sitio desde hace un rato (segundos o incluso minutos!!!).

La caricia, si es genuina y es bien recibida, tiene efectos positivos sobre la persona que la hace y la que la recibe. Una caricia genuina nos hace sentir comprendidos; provoca que sintamos el interés que otra persona tiene por nosotros; nos hace sentir acompañados; hace que por unos instantes sintamos que compartimos nuestra realidad con otra persona. Todo ello nos puede provocar un gran bienestar.

Cada caricia, tiene un significado. Pensemos en qué estamos expresando, qué queremos decir, qué estamos sintiendo cuando acariciamos. Si podemos verbalizarlo, mucho mejor. Si somos capaces de explicar qué es lo que nos mueve a hacer esa caricia y le ponemos palabras, querrá decir que hemos tomado conciencia de la relación entre nuestros sentimientos y la expresión física de los mismos.

Practiquemos la caricia genuina y consciente.

Ver apartado ‘El cuerpo’ y ‘Caricias’ en