Cuando nos lleva la corriente

Vivir de cara al escaparate

Vivir conforme a lo establecido, sin pararse a pensar qué necesitamos para vivir en plenitud, es tanto como interpretar el papel que nos han asignado en una obra. Obra que ni hemos escrito ni dirigimos y de la que, aunque nos sintamos protagonistas, somos meros personajes prisioneros.

Hay muchos aspectos de la vida que están pautados ordenados y guiados por normas, costumbres y expectativas sociales: estudiar, trabajar, pagar impuestos, votar, tener un teléfono, utilizar el transporte, usar la electricidad… y un larguísimo etcétera. Son parte de un guion social preestablecido.

Para integrarnos en la sociedad, conviene seguir muchos de estos patrones establecidos. Seguir esas pautas puede facilitarnos mucho la convivencia, la vida profesional y familiar y las relaciones sociales en general.

Sin embargo, muchas otras pautas y reglas no son necesarias para nuestra satisfacción, bienestar y plenitud. No nos ayudan a ser los protagonistas y directores de nuestro propio guion.

Por ejemplo, la posibilidad de viajar es una realidad al alcance de la gran mayoría de personas de Occidente. Sin embargo, esa posibilidad se ha convertido en una especie de ‘regla’ social de modo que las personas que no viajan o no pueden viajar, por la razón que sea, se pueden sentir presionadas a hacerlo o se sienten mal por no hacerlo, teniendo que dar todo tipo de explicaciones y excusas a quienes preguntan.

Otro ejemplo parecido podría ser la utilización de las redes sociales. Lo que puede ser entretenido, útil y placentero como opción libre, puede convertirse en motivo de discriminación, crítica o marginación si la sociedad lo establece como ‘norma’ y las personas se sienten presionadas a utilizarlo.

Hay muchos ejemplos de este tipo: Instagram; blogs; famoseo; los cuidados físicos; la delgadez; las modas en general; la tecnología último modelo; las despedidas de solteros/as; las grandes celebraciones; estar informado; …

Cuando entramos por el ‘aro’ y utilizamos o practicamos este tipo de actividades sin analizar cómo nos relacionamos con ellas, qué nos van a aportar, qué significado tienen para nosotros, qué consecuencias va a tener, etc., estamos cayendo en una trampa. Generalmente es una trampa que beneficia a un sector (mercado, instituciones, grupos sociales…) pero no nos beneficia a nosotros pese a que podría parecernos lo contrario. Quizás, sintamos muy superficialmente que esa actividad nos produce cierto placer y sensación de bienestar. Probablemente, esa sensación dure muy poco, sea poco profunda y nos haga repetir la acción para volver a sentir otra vez lo mismo. Puede incluso generarnos adicción.

Muchas veces lo que nos va a producir a medio plazo -a veces incluso a corto plazo- es una sensación de decepción porque esperábamos mucho más de esa actividad (un viaje, una boda, una compra, un título universitario…). Cuando las expectativas forman parte de un guion que nos han escrito y que nosotros seguimos ingenuamente, esas expectativas no necesariamente coinciden con la realidad que vamos a vivir y/o esa realidad no se ajusta a nuestras necesidades.

Un ejemplo muy típico de este tipo de casos son las vacaciones. Las vacaciones tienen un efecto paradójico si no las abordamos sabiamente. Ese efecto paradójico consiste en que lo que pensamos que nos va a producir bienestar puede ser la causa de nuestra ansiedad, estrés, desasosiego, decepción o frustración. Con esto no quiero decir que las vacaciones sean malas. No creo que en sí mismas sean buenas o malas, todo depende de cómo las abordemos.

Muchas veces, uno empieza a pensar que está cansado cuando sabe que se acercan las vacaciones. ¿En qué medida se debe a que llevamos meses trabajando y estamos cansados y/o en qué medida es debido a que pensar en las vacaciones nos hace sentir que las necesitamos y eso nos conduce a sentir que ya no queremos seguir haciendo lo que nos ocupaba. Cuanto más pensamos que no deseamos continuar aquí trabajando y más ansiamos empezar las vacaciones, nos generamos más inquietud, menos disfrute por lo que hacemos y nos restamos energía y motivación, lo que puede producir sensación de cansancio: nos falta motor y gasolina.

Por otra parte, una vez que cogemos las tan deseadas vacaciones, algunas veces no son como las habíamos imaginado. Hemos anticipado lo bien que estaríamos, que todo nuestro cansancio iba a desaparecer, que nuestro aburrimiento o malestar -incluidos problemas- se iban a disipar. Sin embargo, nos encontramos con unas vacaciones planificadas en donde los aviones fallan, los retrasos nos cansan, el hotel no es lo silencioso que nos gustaría, la playa está más lejos de lo que nos esperábamos, los restaurantes están a tope…Pero, además y más importante, estamos irritables, todo nos molesta, no acabamos de llegar a acuerdos con nuestra pareja o nuestros compañeros de viaje, sentimos que no acabamos de asentarnos…

No queremos que todo eso nos pase y nos sentimos frustrados o decepcionados porque no somos felices y en vacaciones ‘deberíamos’ serlo. Pero no nos permitimos aceptarlo y mucho menos reconocerlo y abordarlo abiertamente. No lo reconocemos porque cuando se está de vacaciones uno está obligado a pasárselo bien, aunque uno no sepa muy cómo lograrlo. Esa decepción soterrada, silenciosa y ocultada, nos hace sentirnos peor porque creemos que no podemos compartirla, que no nos iban a entender. Empezamos a sentir que somos unos bichos raros porque creemos que el resto del mundo se lo está pasando muy bien. Esa sensación incide y aumenta nuestro malestar.

En estos casos, lo mejor que podemos hacer es escucharnos, aceptar nuestra frustración y decepción; analizar la causa; aprender qué factores nos llevan a la incomodidad y procurar adaptarnos a la realidad, sin esperar que la realidad se adapte a nosotros. Desmontamos ideas preconcebidas, desmontamos esquemas poco realistas…y para las siguientes vacaciones, tomaremos buena nota de qué es lo que de verdad necesitamos en cada momento. De ese modo, planificaremos de forma más realist

Vivir conforme a lo establecido, sin pararse a pensar qué necesitamos para vivir en plenitud, es tanto como interpretar el papel que nos han asignado en una obra, que ni hemos escrito ni dirigimos y, de la que, aunque nos sintamos protagonistas, somos meros personajes unidos por hilos que otros manejan.

Por otra parte, ser un rebelde permanente, contestando y retando al sistema de forma continua puede ser agotador y tener un saldo final con un coste personal muy elevado. Sin duda, tanto la opción del conformismo y plena adaptación, como la opción de la rebeldía permanente, son los dos extremos entre los que se haya un sutil equilibrio, que también requiere de gran habilidad y esfuerzo, quizás con menos costes personales y también con más satisfacciones.

Hay muchos aspectos de la vida que están pautados ordenados y guiados por normas, costumbres y expectativas sociales: hablar un idioma, ser cortés, vestir, estudiar, trabajar, pagar impuestos, votar, tener un teléfono, utilizar el transporte, usar la electricidad… y un larguísimo etcétera.

Para integrarnos en la sociedad, conviene satisfacer muchos de estos patrones establecidos. Seguir esas pautas, puede facilitarnos mucho la convivencia, la vida profesional y familiar y las relaciones sociales en general.

Aunque satisfagamos ciertos requisitos, tenemos opciones: cómo lo hacemos; dentro de esas pautas o requisitos, qué alternativas elegimos; a qué damos prioridad; qué equilibrio creamos entre requisitos y actividades de elección absolutamente personal, etc. El grado de libertad con el que evaluemos y hagamos la elección de estas opciones va a depender de nuestra autonomía personal, nuestra capacidad de ser creativos, la confianza en nuestros recursos y habilidades, el respeto por nuestras propias necesidades y darnos el derecho a modelar nuestro presente y su futuro, al tiempo que desarrollamos habilidades en los requisitos sociales.

Además de los requisitos para la integración social, muchas otras pautas y reglas no son requisitos ni son necesarios para el desarrollo de nuestra personalidad, más bien al contrario, nos alejan de convertirnos en personas con criterio, autónomas, responsables y conscientes de tomar decisiones sanas y convenientes para nuestro bienestar. Suelen ser opciones creadas por el mercado para generar demanda entre la población, quien compra sus ideas, productos o servicios y los acaba convirtiendo en sus ‘necesidades’ personales, para las que dedica gran parte de su esfuerzo, economía y tiempo.

Por ejemplo, el placer de viajar es una actividad muy lúdica y satisfactoria para muchas personas. Viajar puede aportar infinidad de experiencias positivas: amplía nuestra cultura, nos proporciona libertad, nos amplía la apertura mental, practicamos la orientación, y un largo etc. Esa oportunidad que hoy es una realidad al alcance de muchas personas de Occidente, no lo es de igual manera para todos, no todos la aprovechan del mismo modo y no tiene el mismo sentido y resultado para todos.

¿Por qué estas diferencias? Obviamente, la personalidad de cada individuo influye en cómo vivimos las experiencias, qué significado tienen para nosotros, qué objetivo pretendemos lograr y cómo las encajamos y combinamos con el resto de actividades de nuestra vida. Hay otros factores que también influyen en este diferente modo de influir o afectar a cada persona. Uno de ellos es el nivel de autonomía con el que hacemos las cosas. ¿Las hacemos para satisfacer una necesidad o las hacemos para dar una imagen? ¿Las hacemos para obtener un gran placer o las hacemos para no sentirnos marginados? ¿Las hacemos porque sabemos que nos van a reportar experiencias interesantes y las viviremos con plenitud, o creemos que lo pueden hacer porque otras personas así nos lo transmiten?

Viajar es tan solo un ejemplo de muchas otras actividades y elecciones que realizamos en nuestra vida cotidiana.

Siguiendo con el mismo ejemplo, esa opción que debe ser personal y meditada se ha convertido en una especie de ‘regla’ social, de modo que muchas personas que no viajan o no pueden viajar, por la razón que sea, se pueden sentir presionadas a hacerlo, o se sienten mal por no hacerlo, teniendo que dar todo tipo de explicaciones y excusas a quienes preguntan. Como quién no se compra un piso en la era de las hipotecas, o no bebe una copa de alcohol en una reunión social.

Hay formas muy sutiles de calar en la psicología de las necesidades personales, también hay formas menos sutiles pero tan persistentes que calan igualmente. Aprender a identificar lo que nos aportará satisfacción, placer, crecimiento personal y estabilidad, convendría que fuera una asignatura de habilidad social en nuestro currículum desde la infancia.

Otro ejemplo parecido podría ser la utilización de las redes sociales. Lo que puede ser entretenido, útil y placentero como opción libre, puede convertirse en motivo de discriminación, crítica o marginación si la sociedad lo establece como ‘norma’ y las personas se sienten presionadas a utilizarlo.

Hay muchos ejemplos de este tipo: Instagram; blogs; famoseo; los cuidados físicos; la delgadez; las modas en general; la tecnología último modelo; las despedidas de solteros/as; las grandes celebraciones; estar informado; …

Cuando entramos por el ‘aro’ y utilizamos o practicamos este tipo de actividades sin analizar cómo nos relacionamos con ellas, qué nos van a aportar, qué significado tienen para nosotros, qué consecuencias va a tener, etc., estamos cayendo en una trampa. Generalmente es una trampa que beneficia a un sector (mercado, instituciones, grupos sociales…) pero no nos beneficia a nosotros pese a que podría parecernos lo contrario. Quizás, sintamos muy superficialmente que esa actividad nos produce cierto placer y sensación de bienestar. Probablemente, esa sensación dure muy poco, sea poco profunda y nos haga repetir la acción para volver a sentir otra vez lo mismo. Puede incluso generarnos adicción. También puede generarnos insatisfacción, conflicto interior, desasosiego, inquietud, ansiedad…temor… porque no nos aporta lo que esperábamos.

Muchas veces lo que nos va a producir a medio plazo -a veces incluso a corto plazo- es una sensación de decepción porque esperábamos mucho más de esa actividad (un viaje, una boda, una compra, un título universitario…). Cuando las expectativas forman parte de un guion que nos han escrito y que nosotros seguimos ingenuamente, esas expectativas no necesariamente coinciden con la realidad que vamos a vivir.

Un ejemplo muy típico de este tipo de casos son las vacaciones. Las vacaciones tienen un efecto paradójico si no las abordamos sabiamente. Ese efecto paradójico consiste en que lo que pensamos que nos va a producir bienestar puede ser la causa de nuestra ansiedad, estrés, desasosiego, decepción o frustración. Con esto no quiero decir que las vacaciones sean malas. No creo que en sí mismas sean buenas o malas, todo depende de cómo las abordemos.

Muchas veces, uno empieza a pensar que está cansado cuando sabe que se acercan las vacaciones. En qué medida se debe a que llevamos meses trabajando y estamos cansados y/o en qué medida es debido a que pensar en las vacaciones nos hace sentir que las necesitamos y eso nos conduce a sentir que ya no queremos seguir haciendo lo que nos ocupaba. Quizás nos sentimos mal en nuestro trabajo y pensamos que las vacaciones son la salvación. Quizás no sentimos que tenemos capacidad para solucionar nuestros problemas o dificultades laborales y pensamos que las vacaciones nos alejan y podemos ‘respirar’ un tiempo. Cuanto más pensamos que no deseamos continuar aquí trabajando y más ansiamos empezar las vacaciones, nos generamos más inquietud, menos disfrute por lo que hacemos y nos restamos energía y motivación, lo que puede producir sensación de cansancio: nos falta motor y gasolina.

Por otra parte, una vez que cogemos las tan deseadas vacaciones, algunas veces no son como las habíamos imaginado. Hemos anticipado lo bien que estaríamos, que todo nuestro cansancio iba a desaparecer, que nuestro aburrimiento o malestar -incluidos problemas- se iban a disipar. Sin embargo, nos encontramos con unas vacaciones planificadas en donde los aviones fallan, hay huelgas, los retrasos nos cansan, el hotel no es lo silencioso que nos gustaría, la playa está más lejos de lo que nos esperábamos, los restaurantes están a tope…Pero, además y más importante, estamos irritables, hace calor, la gente habla muy algo, todo el mundo parece feliz, pero todo nos molesta, no acabamos de llegar a acuerdos con nuestra pareja o nuestros compañeros de viaje, sentimos que no acabamos de asentarnos…

No queremos que todo eso nos pase y nos sentimos frustrados o decepcionados porque no somos felices y en vacaciones ‘deberíamos’ serlo. Pero no nos permitimos aceptarlo y mucho menos reconocerlo y abordarlo abiertamente. No lo reconocemos porque cuando se está de vacaciones uno está ‘obligado a pasárselo bien’, aunque uno no sepa muy bien cómo lograrlo.

Esa decepción soterrada, silenciosa y ocultada, nos hace sentirnos peor porque creemos que no podemos compartirla, que no nos iban a entender porque los demás son muy felices. Empezamos a sentir que somos unos bichos raros porque creemos que el resto del mundo se lo está pasando muy bien. Esa sensación incide y aumenta nuestro malestar.

En estos casos, lo mejor que podemos hacer es escucharnos, aceptar nuestra frustración y decepción; analizar la causa; aprender qué factores nos llevan a la incomodidad y procurar adaptarnos a la realidad, sin esperar que la realidad se adapte a nosotros. Desmontamos ideas preconcebidas, desmontamos esquemas poco realistas…y para las siguientes vacaciones, tomaremos buena nota de qué es lo que de verdad necesitamos en cada momento. De ese modo, planificaremos de forma más realista y también, nos alejaremos del guion que han escrito para nosotros, mientras vivimos y escribimos nuestro propio guion.

Si tomamos conciencia de que nuestro bienestar depende de satisfacer nuestras ‘verdaderas’ necesidades y que esas necesidades no son las que tratan de venderme las compañías de viaje, los comercios, los fabricantes de coches, etc., habremos aprendido algo muy importante. Ahora nos queda escucharnos, identificar esas necesidades y elegir el modo de cubrirlas de forma sana.

Es solo uno de tantos ejemplos de lo que puede decepcionarnos y frustrarnos cuando creemos estar viviendo nuestra vida con nuestras necesidades y en realidad estamos experimentando distanciamiento de de ellas. Lo que satisface a otros no tiene por qué satisfacernos a nosotros. Lo que pensamos que satisface a otros, quizás es solo producto de una imagen que nos tratan de trasladar.

El deseo de venganza

Un sentimiento que nos impide avanzar

El deseo de venganza nos debería servir como un termómetro emocional para saber que no estamos gestionando el dolor, la humillación o alguna afrenta personal de la manera más sana.

La venganza es un sistema para resarcir o compensar los daños que hemos recibido o hemos creído recibir de otra persona, de nuestro entorno o de la sociedad. Sin embargo, no es un sistema saludable de compensación o resarcimiento. No lo es por varias razones que trataré de explicar.

  1. El deseo de venganza genera malestar en quién lo experimenta
  2. El deseo de venganza nos impide avanzar, nos centra en el daño y gasta nuestra energía en destruir, no en construir bienestar.
  3. El deseo de venganza indica que damos un exceso de importancia y autoridad a quién/es nos han causado el daño, humillación, etc.
  4. El deseo de venganza nos indica nuestra dificultad para aceptar la realidad, aprender de la situación y crecer en autonomía y bienestar.
  5. La venganza, aunque logremos materializarla, no diluye ni soluciona nuestro daño.
  6. La venganza, si logramos llevarla a cabo, genera más daño…
  7. La compensación de los daños se debe llevar a cabo por un mecanismo de justicia, no de venganza.
  8. El resarcimiento de los daños se debe realizar por un procedimiento que cause el menor daño posible.
  9. La herida emocional causada por el daño se sana mediante la ecuanimidad, la comprensión, la aceptación (que no conformidad) de la injusticia, la actividad constructiva, los afectos positivos y placenteros.

Los sentimientos negativos hacia una persona o un colectivo son procesos internos que generan toxinas en nuestro cuerpo. El deseo de venganza está anclado en este tipo de sentimientos corrosivos. El cerebro es una ‘fábrica’ química, donde ponemos en circulación diversos transmisores y receptores químicos como resultado de la activación o desactivación de ciertas funciones y circuitos neuronales. Simplificando, un pensamiento de odio y rencor y su correlativa emoción altera la producción de neurotransmisores (serotonina, dopamina, noradrenalina, histamina, acetilcolina, etc.) produciendo un desajuste hormonal y químico, así como un estado de ánimo, afectando a la memoria, la concentración, la capacidad de análisis, la relajación, la voluntad…etc.   Cuantos más deseos de venganza, significa que más rencor u odio sentimos, por lo tanto, más desajustes provocamos en nuestro organismo.

Pensar en la venganza significa que nos centrarnos en el daño que nos han hecho (o creemos que nos han hecho) lo que conlleva que gran parte de nuestro pensamiento y nuestra energía la dediquemos a recrearnos en el dolor, el malestar, la humillación, el enfado… en vez de disfrutar de todo lo bueno que tenemos en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Pensar en la venganza es optar por permanecer en el daño, en vez de optar por disfrutar del placer.

El deseo de venganza nos está señalando la importancia que concedemos en nuestra vida a esa persona o grupo de personas. Cuanto más pensemos en ellas, más cabida les damos en nuestra vida, más tiempo les dedicamos, más energía destinamos a su existencia. Esa dedicación es una decisión personal, que podemos cambiar cuando queramos. Nuestra voluntad decide a qué actividad o a qué personas queremos dedicar nuestro tiempo. La voluntad de dedicar tiempo a cosas constructivas, placenteras y sanas es un acto de responsabilidad y equilibrio.

Podemos aprender de todo tipo de situaciones. Cada ocasión es una oportunidad que podemos aprovechar para entrenar habilidades: la tolerancia, la comprensión, el hedonismo, la ecuanimidad, la creatividad, la planificación, la prevención… Todas estas habilidades nos facilitan la vida y con ellas podemos obtener cotas de bienestar más elevadas. Cuando sentimos dolor por alguna ‘afrenta’, el dolor también es una fuente de aprendizaje. Podemos entrenar nuestra capacidad para transitar por el dolor y superarlo. Podemos entrenar nuestra confianza en que seremos capaces de afrontarlo sin que el miedo al dolor nos paralice. Podemos entrenar la bondad para comprender y compadecer a otras personas que tienen rencor o maldad en sus conductas. Este aprendizaje nos dará autonomía y nos hará crecer como personas. Nos dará solidez, resiliencia y bienestar.

 Por otra parte, vengarnos de alguien no soluciona nuestro daño. Añadiremos a nuestro daño el convencimiento íntimo (aunque tratemos de engañarnos) de haber actuado mal, o el convencimiento íntimo de que seguimos teniendo malestar y que no hemos logrado superar nuestro dolor por el daño que nos causaron. La venganza solo genera más daño.

Es lógico que una sociedad civilizada y regida por normas y reglas de conducta, proceda a resarcir o compensar un daño. Esto se hace mediante acuerdos o bien mediante la intervención de la Justicia. El ideal sería que no se produjeran daños pero eso es utopía. Queramos o no los daños se producen de forma voluntaria o involuntaria. Si somos capaces de hablar, expresar nuestra queja, negociar y llegar a un acuerdo, mucho mejor.

La aceptación de que se nos puede infringir algún tipo de afrenta, injusticia, maltrato o desconsideración, es un primer paso para adoptar la mejor actitud y conducta para afrontarla o incluso para prevenirla si es posible. Si pensamos que es imposible o que eso no debería sucedernos a nosotros, cuando suceda probablemente nos pillará por sorpresa, nos indignaremos más y tendremos menos recursos disponibles para afrontarlo de forma funcional y sana.

Sucede que en la mayoría de los casos el daño se produce en el contexto emocional, no en el contexto material, ni siquiera en un contexto que sea objeto de las normas o leyes escritas. En estos casos, dependiendo de nuestra relación con el/los causantes, conviene que evaluemos de forma objetiva y ecuánime la situación, quizás convenga que nos tomemos un tiempo para pensar, digerir y elaborar la mejor respuesta. Trataremos de resolver cualquier sentimiento de rencor u odio hacia esa persona/s, nos centraremos en buscar soluciones positivas al conflicto o al dolor. Trabajaremos la confianza en nuestros recursos. Consultaremos a alguien cuya conducta e ideas nos merezcan respeto. No permitiremos que nuestra respuesta sea el resultado de la venganza.

La mayoría de las veces, basta con decir a esa persona “lo que has hecho me ha dolido” o “lo que has hecho me ha afectado negativamente”, etc.

Otras veces, si consideramos que la conducta de la otra persona es persistente y no sabe/quiere cambiar, deberemos optar bien por reducir nuestra relación y evitar esas situaciones en las que esa conducta tiene lugar, bien por tomar otras medidas. En cualquier caso, como adultos, será responsabilidad nuestra poner límites a esa persona, bien directamente o bien a través de otras personas/recursos. Cuando la conducta es persistente, en tales circunstancias no debemos esperar que sea la otra persona la que cambie por voluntad propia. Debemos tomar las riendas por completo.

Si no es posible poner esa distancia porque estamos ante una situación laboral o personal que nos vincula necesariamente, entonces nos conviene desarrollar estrategias que nos coloquen en una posición menos permeable, menos vulnerable y que nos afecte menos dicha conducta. En caso de que esto no de resultado, lo mejor será consultar con algún profesional, bien psicólogo, bien abogado. También podemos exponer la situación ante superiores (trabajo) o personas con autoridad (familia) para que intervengan.

Sea cual fuere el motivo, la conducta o el escenario donde se produce el daño, la venganza nunca es una compañera ecuánime y certera. Podemos cometer muchos errores si nos dejamos guiar por ese tipo de sentimientos. Como vemos, existen otros recursos que nos hacen más fuertes, resilientes y autónomos, es nuestra decisión optar por ellos.

La negación

Una trampa emocional

¿En qué consiste la negación?

Es la actitud y conducta de actuar y pensar como si una realidad no formara parte de nuestra vida, como si no existiera.

La negación se puede practicar en ámbitos de las relaciones, del aprendizaje, de la vida laboral o académica, de la salud, etc.

Puede formar parte de nuestro estilo de pensamiento y por lo tanto de nuestra personalidad o puede ser una respuesta concreta en un momento de nuestra vida.

La negación puede ser una estrategia individual o puede ser el resultado de un aprendizaje familiar.

¿Cómo es el proceso de la negación?

El proceso de la negación tiene un origen, un mantenimiento o afrontamiento y una cronificación o disolución. Obviamente, si mantenemos la negación, se cronificará, influyendo en nuestra vida de modo que no nos permitirá resolver los problemas. Si tomamos conciencia y la afrontamos, podremos disolver la negación y gestionar el problema satisfactoriamente.

La negación puede tener distintos orígenes:

  1. El dolor, el miedo al dolor y el temor a no ser capaces de gestionar el dolor.
  2. La falta de confianza en nuestros recursos para superar una situación.
  3. La falta de motivación para realizar los cambios necesarios para solucionar un problema.
  4. La soberbia
  5. La ignorancia  

La negación como estrategia para huir o paliar el dolor es muy frecuente. Deriva de un déficit en habilidades emocionales o cognitivas para gestionar el dolor. El dolor se puede producir por un hecho ajeno a nosotros o por nuestra propia conducta.

Si es un hecho ajeno a nosotros, como el dolor de una pérdida, de un rechazo o de una enfermedad, la negación comienza cuando no queremos admitir la realidad. No la queremos admitir porque anticipamos todas las consecuencias negativas, tristes, dolorosas, incomodas… que esa nueva situación -no deseada- nos va a causar, y anticipamos también que nuestra vida va a ser casi ‘imposible’ o muy difícil con esa nueva realidad que nos disgusta. Un claro ejemplo sería cuando nos dan un diagnóstico grave, cuando nos despiden del trabajo o cuando fallece un ser querido.

Si la negación deriva de un hecho provocado por nuestra propia conducta, el proceso comienza cuando no queremos hacernos responsables de haber cometido un error. Este miedo a la asumción de responsabilidades puede estar provocado por la soberbia (narcisismo) o falta de humildad, o puede estar provocado por un pobre autoconcepto y la desconfianza en nuestros propios recursos para solucionar la situación creada por nuestra conducta. El miedo a reconocer nuestra responsabilidad nos puede llegar a negar nuestra implicación. Como ejemplo clásico de este tipo de negación serviría el de muchos políticos que echan siempre balones fuera.

Muchas veces, la ignorancia sobre aspectos importantes de la conducta humana, las relaciones sociales, los códigos de actuación, los protocolos, las jerarquías, etc., hacen que no veamos la realidad con toda su complejidad, incluso negando aspectos de la misma que parecen obvios ante una visión más perspicaz. Un ejemplo de este tipo de negación sería la postura que defiende una explicación únicamente biológica (genética, fisiológica) como causa de los problemas mentales.

En ocasiones, la falta de motivación para hacer un esfuerzo personal y poner en marcha los mecanismos de cambio, llevan a que las personas optemos por negar el problema, tratando de ese modo de liberarnos (siquiera superficialmente) del problema. Un caso típico de esta tipología de negación es el sobrepeso o cualquier otro tipo de adicción (alcohol, tabaco, otras drogas, juego…)

Cómo afrontar la negación

Hay que tener en cuenta que este proceso de afrontamiento se puede realizar con la ayuda de un/a psicólogo/a que nos puede orientar y acompañar para hacer nuestro camino de forma muy eficaz.

El primer paso consiste en entrenar la confianza en nuestros recursos para manejar el malestar (dolor, miedo, inquietud, impaciencia…) o para aprender técnicas y desarrollar habilidades que nos capaciten para gestionar esas emociones de forma funcional, sana y eficaz. Tendré presente en todo momento que voy a ser capaz de transitar y experimentar el dolor o la molestia y superarlos.

El segundo paso es aprender a identificar esa conducta, que a veces puede ser muy sutil o estar tan arraigada que nos cuesta ser conscientes de su existencia.

Una técnica bastante eficaz para detectar un proceso de negación es ‘escuchar’ nuestras emociones y algún diálogo interior o auto instrucción. Ciertas emociones como la inquietud, la angustia y la irascibilidad, nos pueden estar indicando que hay un conflicto interior que no hemos resuelto. Conviene intentar identificar ese diálogo interior y ver qué estamos ‘silenciando’. Eso que tratamos de silenciar, es un proceso de negación. Otras veces, el insomnio o la falta de relajación, también nos están indicando que hay algo ‘pendiente’ de abordar y que estamos evitando.

El tercer paso consiste en analizar las causas que me llevan a la negación. Este paso lo haré teniendo siempre presente mi confianza y capacidad para aprender. A veces es doloroso identificar las razones que me conducen a la negación. Otras veces es muy liberador. En cualquier caso, aprender a analizarlo y a afrontar su superación, será siempre liberador, satisfactorio y nos capacitará para vivir con mayor serenidad, responsabilidad y satisfacción.

El cuarto paso consiste en planificar las acciones que me van a llevar a superar el problema que estaba negando.

El quinto paso será ponerlas en práctica. Mientras las practicamos, evaluamos la eficacia de nuestro plan, las dificultades, ventajas y progresos que estamos realizando. Nos daremos el reconocimiento que nos merecemos por nuestro trabajo y esfuerzo. Reforzaremos la confianza en nuestra capacidad de cambiar, aprender y mejorar conductas.

Consecuencias negativas de la negación

La negación no resuelve el problema ni elimina la realidad, por lo tanto, cuando negamos estamos posponiendo la solución o estamos agravando y cronificando nuestro dolor.

Si pensamos (creemos) que vamos a ser incapaces de resolver ese dolor o solucionar el problema que nos aflige, estamos reduciendo la confianza en nuestras capacidades y potencial de afrontamiento, nos estamos generando una indefensión ante la vida. Esta sensación de indefensión es probable que afecte a más áreas de nuestra vida.

Por otra parte, si mantenemos la negación, podemos incurrir con frecuencia en conductas indeseables (adicción, violencia, irresponsabilidad, victimismo, posposición, impulsividad…) que nos van a dificultar el bienestar, la integración y la satisfacción personal.

Cuanto más tiempo neguemos una realidad, más difícil será afrontarla. Para mantener la negación habremos creado todo una andamiaje (estructura) de autoengaño, evitación, ocultamiento… que nos habrá supuesto un gran desgaste de energía. También habremos desarrollado actitudes, pensamientos y conductas colaterales de apoyo a la negación, para hacer posible la existencia. Este tipo de apoyos pueden ser, la falta de reflexión, la falta de autocrítica, la falta de entrenamiento en habilidades de afrontamiento, la mentira, la ocultación, la desconfianza hacia nosotros, la desconfianza en otros, conductas obsesivas…

Ninguna de estas actitudes y conductas de apoyo a la negación es saludable para nosotros. Ninguna de ellas va a contribuir a nuestra integración social ni a nuestra sensación de bienestar.

Os animo a que trabajéis para resolver vuestras áreas de negación. Es un gran paso para la aceptación de uno mismo y para el cambio.

Respeto

Un entrenamiento para la salud

¿Qué es el respeto y qué relación tiene con la salud?

¿Qué ventajas personales y sociales tiene respetar?

¿Qué relación tiene la auto estima con el respeto hacia uno mismo?

¿Cómo me hago respetar y al mismo tiempo respeto a los demás?

¿Cómo defiendo mi ideología al tiempo que respeto la de otros?

¿Cómo entreno la habilidad del respeto?

El respeto es precursor del bienestar.

El respeto hacia uno mismo y hacia los demás es un principio de convivencia social. Pero, además, es un precursor de nuestro bienestar y nuestra salud.

El respeto hacia los demás nos lleva a valorar y reconocer el derecho de otras personas a pensar y actuar de forma diferente. El respeto hacia uno mismo nos lleva a reconocer y valorar nuestro propio derecho a obrar y pensar como consideremos oportuno. La existencia de respeto mutuo nos lleva a negociar, lograr acuerdos, ceder, poner límites (reglas, leyes) y convivir.

La actitud y conducta respetuosas generan asertividad, paz interior, bondad, tolerancia, objetividad, racionalidad y equilibrio. La actitud y conducta respetuosas evitan la ira, el estrés, la ansiedad, la cólera, la irritación, la humillación, el rencor, la reactividad, la impulsividad… En definitiva, nos ahorran grandes dosis de adrenalina, cortisol, tensión, neuralgias, desajustes hormonales… Por otra parte, contribuyen a generar un clima de lealtad, honestidad, negociación, creatividad, constructivo y de progreso.

Ventajas personales y sociales del respeto

El respeto hacia mí mismo es idéntica actitud que el respeto hacia los demás. Si valido mis emociones y pensamientos y me doy el derecho a ser, pensar y actuar como lo hago, estaré respetando lo que soy y, por lo tanto, tendré buena auto estima. Ese respeto por mí puede entrar en conflicto con los intereses de otras personas. El respeto por los derechos de otros me hará negociar, ceder algo y buscar soluciones que hagan posible el respeto mutuo.

El respeto hacia uno mismo pasa por aceptar nuestras limitaciones, dificultades y errores, al tiempo que nos comprometernos con nuestro crecimiento y mejora como proyecto de vida. El respeto es bondad, pero también es rigor; es tolerancia, pero también es firmeza; el respeto es paciencia y flexibilidad, pero también es tenacidad y disciplina. El respeto es lucidez y racionalidad.

El respeto es una habilidad social que ha emergido a lo largo de la evolución humana. El respeto ha demostrado ser un recurso de excepcional valor para el mantenimiento de la vida. El individuo que se respeta cuida de su vida y la protege. El individuo que respeta a los demás, cuida y protege la convivencia, debido a que la convivencia pacífica y constructiva en la diversidad (objetivos, conductas, culturas, etnias…) ha demostrado ser muchísimo más eficaz que la lucha, la colonización y el sometimiento al poder. La convivencia sin respeto genera enemigos y es un lastre para el progreso humano, que se cobra vidas, salud, energía, recursos y deteriora el entorno natural.

Desgraciadamente, el respeto está lejos de ser un principio interiorizado universalmente como habilidad, aunque esté en boca de la gran mayoría (no la totalidad, ya que aún hoy hay personas que desprecian este principio). Nos queda mucho trabajo aún y conviene que seamos conscientes de que nuestro esfuerzo por aprender a respetar/nos y desarrollar la habilidad del respeto, es un proyecto vital que nos conducirá a grandes dosis de bienestar.

El respeto nos facilita la tolerancia a la diferencia, la discrepancia y la variedad. El respeto nos compromete a elaborar y establecer reglas de convivencia que contribuyan a construir las relaciones, las instituciones y el progreso.

El respeto nos permite establecer límites, defender derechos y libertades fundamentales, impedir conflictos y utilizar los recursos disponibles (individuales y colectivos).

El respeto nos compromete. Nos compromete a defender nuestras posturas, pero también a ceder en parte a su satisfacción, para permitir que otros logren en parte las suyas. Si no estamos dispuestos a ceder en una negociación, no estamos dispuestos a solucionar diferencias o problemas, por lo tanto, no estamos dispuestos a una convivencia en paz.

Una negociación, necesita del respeto. Sin respeto hacia posturas o ideas divergentes no puede haber acuerdo, no puede existir la convivencia pacífica ni el progreso.

Ideología y Principios

La ideología está formada por mis creencias, mis esquemas de cómo quiero que sea el mundo y la sociedad. Mi ideología no puede estar aislada de mis principios porque, entonces, estaré siendo desleal a la cultura en la que vivo y desleal a mi ética personal. Es decir, no puedo defender el derecho a la propiedad al mismo tiempo que robo; no puedo defender el derecho a expresarme al mismo tiempo que legislo en contra de esa libertad de expresión…

Si mi comportamiento es contradictorio y permito que mi ideología dirija mis principios, estaré anulando estos principios; estaré creando un cierto caos, donde todo es válido. Aunque pretenda engañar a otros, maquillando mis conductas, estaré creando una cultura de deshonestidad y de falta de respeto hacia los demás. Esto genera graves consecuencias en una sociedad. Genera, desde luego, una cultura de engaño.

Este tipo de conductas contradictorias, ponen de manifiesto mi falta de habilidad y recursos para la convivencia y para lograr mis objetivos respetando los de otros. Provocaran rechazo, disgusto y necesidad de que los demás defiendan sus derechos y me pongan límites. A veces se manifestarán a través de demandas, a través de las urnas, a través de los juzgados o -en el peor de los casos- a través de vendettas.

Conviene, también, que mi ideología contenga dosis de utopía y dosis de realismo y pragmatismo. La utopía refleja el mundo como me gustaría que fuera, pero a sabiendas de que es un sueño al que tiendo. La realidad refleja el mundo como hoy es posible que pueda ser. Este pragmatismo permite que mi ideología contemple otras ‘ideologías’ existentes y su derecho a querer materializarse, al igual que la mía, y la necesidad de negociar.

De este modo, siempre, mis principios han de estar por encima de mi ideología.  Habrá veces que ambos coincidan y se satisfagan mutuamente. Otras veces, habrá que ceder en los objetivos ideológicos para dar prioridad, siempre, a los principios y valores que rigen mi conducta.

Por esta razón, se pueden defender ideologías ‘radicales’ siempre que al mismo tiempo se defienda a ultranza la negociación para ceder y lograr un término medio, común, que respete una gran parte de las ideas de cualquier postura. Imponer no es una opción compatible con los principios aceptados por nuestra sociedad, aunque sea teóricamente, y reflejados en la Carta de Derechos Humanos. Negociar es utilizar la flexibilidad, la creatividad, el arte de buscar soluciones, la capacidad de elaborar estrategias. Negociar nunca puede ser imponer.

Gobernar cualquier organización social (familia, Educación, Gobierno, Parlamento…) requiere negociación, requiere respeto, requiere honestidad… En definitiva, requiere lealtad y compromiso con los principios y valores fundamentales. Conviene, en todo momento, que estos principios estén por encima de cualquier ideología.

Responder de forma respetuosa en cualquier circunstancia requiere de una gran disciplina, conciencia y auto regulación emocional. Requiere de una gran Inteligencia Social. El ejercicio del respeto indica una gran madurez, un gran sentido cívico, un profundo trabajo personal de auto regulación; en resumen: una gran conciencia y compromiso personal y social.

El respeto es una meta difícil

El respeto es un principio que ha de aplicarse a cualquier circunstancia, sin excepción. Por esa razón es una tarea ardua: en nuestra sociedad y cultura no estamos acostumbrados.

La actitud de respeto es previa a la conducta manifiesta respetuosa. Lograr esa actitud conlleva un ejercicio de reflexión y quizás un cambio profundo en nuestros esquemas arraigados y, por lo tanto, en nuestros hábitos de pensamiento.

A veces, totalmente convencidos de nuestras razones, pensamos que una afrenta, una discrepancia que consideramos intolerable, una postura que nos provoca rechazo, una humillación o crítica, merecen que actuemos desde la falta de respeto hacia quién ha generado tales conductas. De este modo, entramos en una pelea dialéctica (o más grave aún, física), donde echamos mano del insulto, la descalificación, las malas formas (mentira, tergiversación, sesgos). Esta conducta refleja que nos hemos dejado influir por el talante de nuestro entorno (interlocutor/es) y/o por nuestra interpretación de la situación y, en respuesta a ellas, hemos reaccionado con lo que hemos considerado más adecuado a la situación.

Resumiendo, tenemos:

  • Una situación que nos desagrada;
  • Una interpretación negativa de la misma (entre otras posibles);
  • Una conducta irrespetuosa de respuesta, escogida (de forma reactiva o pensada) entre las posibles;

En este ejemplo, parece que no hemos considerado el respeto como un principio inamovible desde el que es posible actuar, defendernos, posicionarnos y poner límites al entorno si pensamos que está trasgrediendo este mismo principio. Quizás pensamos que ese tipo de conductas de los otros, que interpretamos como irrespetuosas o desconsideradas, se merecen el mismo tipo de respuesta por nuestra parte.

¿Nos hemos parado a pensar que quizás los otros actúan desde ese mismo criterio o creencia de reciprocidad y que eso les lleva a actuar de ese modo?

Cualquier conducta está motivada por estímulos íntimos, ya sea como respuesta a un acontecimiento externo (social o natural), ya sea como respuesta a un cambio fisiológico o mental (un sueño mientras duermo). Entre el estímulo que la motiva y la propia conducta de respuesta, existe un sistema mental -esquema- de ‘interpretación’ o dotación de significado que nos permite emitir la respuesta que consideramos más eficaz en función de nuestros objetivos.

Un esquema mental es un marco ideológico desde el que doy significado a las cosas que suceden a mi alrededor y a mi mismo/a. Por ejemplo, si alguien critica mis preferencias políticas o al partido al que suelo votar, inmediatamente mis esquemas mentales se activaran para dar significado a la conducta de quien realiza esa crítica. Esta activación es una conducta automatizada, que he aprendido (construido) a lo largo de mi vida. Puede estar muy arraigada y darme la sensación de ‘natural’ ‘genética’ e ‘inamovible’. No lo es, puede ser entrenada una respuesta alternativa.

Como consecuencia de activar ese esquema, también se activará -de forma automática- la respuesta emocional correspondiente al significado asignado a la situación. Si mi esquema interpreta que la persona que realiza esa crítica no tiene derecho a realizarla o que su crítica es algo negativo, que trata de herirme, que no me da el reconocimiento que merezco, que me cuestiona globalmente o que trata de humillarme, etc., entonces, probablemente, mi reacción emocional contenga sentimientos de tristeza, rencor, humillación, ira, deseos de venganza…

Un esquema mental es el fundamento de una actitud. Si mi esquema es tolerante, flexible, amplio, objetivo y respetuoso con los demás, mi actitud también lo será y, por ende, lo será mi conducta externa, la que muestro ante los demás.

Para un entrenamiento en actitudes y conductas de respeto, es necesario:

  1. Proponernos el objetivo de cambio. Lograr el convencimiento necesario para estar motivados y mantener esa motivación. Razones de peso, creencias y fundamentos que nos ayudarán a invertir esfuerzo y sostener nuestros objetivos.
  2. Tomar conciencia de nuestras conductas no respetuosas. Identificar en qué situaciones y escenarios se suelen producir. Identificar los esquemas que se activan en esas situaciones.
  3. Tomar conciencia de nuestras actitudes y conductas respetuosas. Identificar qué esquemas mentales las originan y tomarlas como ejemplos para el cambio de las no respetuosas.
  4. Establecer plan de acción: las pautas y los escenarios donde empezaremos nuestro cambio. Empezamos por las situaciones más fáciles, accesibles, frecuentes y sencillas. Iremos incrementando la dificultad de las situaciones.
  5. Tomaremos conciencia de los efectos que produce en nuestro bienestar y también en el entorno. Tomaremos conciencia de las dificultades que se producen, de los automatismos y hábitos y del esfuerzo que supone ser conscientes en cada momento y cambiar la respuesta irrespetuosa por una de respeto.
  6. Recordaremos que, como todo aprendizaje y cambio, al principio es más costoso, requiere más esfuerzo, vemos menos resultados y podemos decaer en nuestro entusiasmo y objetivos.
  7. El refuerzo constante nos dará la confianza en que lo lograremos y que nuestra tenacidad y compromiso van a salir reforzados de este proyecto.
  8. El proceso de aprendizaje, en sí mismo, tiene un gran valor para nuestro bienestar si sabemos valorar lo que tiene de positivo: nuestro compromiso, nuestro crecimiento, el desarrollo de habilidades, la esperanza, la satisfacción por cada paso que damos y cada obstáculo que encontramos y transitamos -unas veces superándolo, otras aprendiendo de él-, etc.

Una sociedad es un proyecto en construcción, una persona también. Cada persona, cada ciudadano es responsable de crear un entorno de respeto y dignidad, donde seamos capaces de convivir y obtener bienestar para nosotros mismos y para los demás. Respeto, equilibrio, equidad, solidaridad, justicia… y, por lo tanto, Democracia, son -entre otros- las bases para el verdadero progreso de la humanidad. Quizás otras generaciones descubran más principios útiles para la convivencia, pero hasta el momento, estos parecen ser los más útiles. Aún nos queda recorrido para que toda la humanidad los interiorice y los practique.

La práctica del respeto me ayudará a trabajar la asertividad. La asertividad es la habilidad para defender mis posiciones respetando las posiciones de los demás. La asertividad es la habilidad para darme el derecho a sentir como siento y a pensar del modo que pienso, expresándolo de un modo cordial, sin estridencias y sin imposiciones, a través del dialogo, y aceptando que por principio no todo el mundo va a estar de acuerdo.

La asertividad es la capacidad de disfrutar de algo aunque otros no compartan mi modo de disfrutar. La asertividad respeta los límites de la libertad y derechos de los demás. Desde una actitud asertiva soy plenamente consciente de cuales son los límites a mi libertad y no sobrepasaré los mismos. Desde una actitud asertiva, buscaré mi bienestar teniendo en consideración el bienestar de los demás. La asertividad es un equilibrio entre la búsqueda de satisfacción de mis necesidades, derechos y libertades y las de los demás.

La mentira, la descalificación, la humillación, la imposición, la tergiversación, el engaño, la estafa, la burla, la descortesía, etc., son síntoma de un déficit de asertividad.

La sociedad, las personas podemos equivocarnos y confundir la sociopatía o psicopatía con la asertividad. Cuando vemos personajes públicos que son inmunes o impermeables a las situaciones que generan (malestar social, injusticias, división social, rencores…) creemos erróneamente que se trata de personas muy asertivas (autónomas, independientes…). Es una falsa evaluación. En realidad, hay una diferencia muy notable entre las personas engreídas y las personas asertivas.

Una persona engreída es ególatra, solo piensa en lograr sus objetivos, aunque para ello tenga que someter las necesidades de los demás. No son respetuosos: mienten, tergiversan, manipulan… Ponen los fines por encima de los medios, sin importar que por el camino se lleven por delante a la mitad de la población. La psicopatía y la sociopatía tienen mucho de egolatría, un déficit enorme de consideración por los demás, un déficit grande de empatía por otras personas que no sienten o piensan como ellos. Suelen reaccionar muy mal ante las discrepancias y las diferencias de criterio. No aceptan la negociación en términos de cesión y respeto. En realidad no negocian, solo imponen condiciones.

Una persona asertiva se aleja totalmente de este modelo. Una persona asertiva, será una persona socialmente comprometida. Será una persona considerada, respetuosa y consciente de que su interlocutor también tiene derechos. Por encima de sus intereses concretos y puntuales, pondrá los intereses colectivos generales, porque en todo momento será consciente de que su bienestar, depende del bienestar común. Su ideología política o sus objetivos empresariales o económicos estarán sometidos a sus principios (solidaridad, paz, justicia…).

El miedo, la miseria, los complejos personales, los desequilibrios sociales, la injusticia, la desestructuración familiar, la ideología (religiosa, política), las envidias, la soberbia, la ignorancia, el egoísmo, etc., pueden llevar a una persona a un comportamiento poco asertivo, ya sea impositivo o sea sumiso. Ninguno de estos extremos es saludable para una convivencia hacia el progreso.

Por esta razón es tan importante dotar a la sociedad de una Educación rigurosa, sólida, rica en valores y principios. Pero igualmente importante es dotar a la sociedad de igualdad de oportunidades   para todos sus individuos. El respeto hacia los derechos de los demás, necesita comprender que una sociedad injusta no es respetuosa con el principio de igualdad y con el principio de progreso para la sociedad. El respeto pasa por el compromiso con estos valores. El compromiso es un ejercicio diario, en todos los ámbitos de actuación, no valen gestos puntuales.

Una vivienda digna; un entorno amable y habitable; un salario que permita acceder a los servicios y oportunidades de nuestro entorno social (colegios, cultura, formación); una contraprestación justa para los impuestos cotizados; una distribución equitativa de los recursos, etc. Son síntomas de una sociedad que progresa y respeta a sus ciudadanos.

Los elementos que difieran de ese modelo, serán síntomas de los déficits y desviaciones de los principios que decimos abrazar. Esas desviaciones generan otras desviaciones. Somos responsables del bienestar común y de nuestro propio bienestar.

El placer

La capacidad de disfrutar

«Mis manos recorrían despacio el perfil de su cuerpo que, tumbado de costado, exponía su cadera formando casi un ángulo con la cintura. Me recreaba viendo cómo mis dedos morenos se deslizaban por su piel blanca. Podía sentir cómo su piel entendía mi lenguaje y respondía cálida, amable y gratificada; percibía cómo su cuerpo se adaptaba al paso de mi mano, atrayéndola hacia él. Si paraba, oía una suave y apenas perceptible queja. Jugaba a darle y quitarle el placer. Me entretenía en el arte de entender su sensibilidad, tratando de descubrir y conocer cómo despertaba al placer cada rincón de su piel. Así pasábamos largos ratos, en los que hablábamos y susurrábamos palabras tiernas. A veces, el estado de bienestar y la embriaguez de la cálida tarde nos llevaban a dormirnos. Otras veces, el juego se intensificaba y el deseo de fundirnos nos inundaba como una ola de erotización que nacía dentro de nuestra piel y en el más profundo rincón de nuestro cuerpo. Entonces, nos entregábamos con pasión a los sentidos, a la invasión del placer y la fiesta de las sensaciones. Más tarde, entrelazados y extenuados, nos quedábamos dormidos… Aún hoy, al recordar esas tardes de verano, tumbados sobre la yerba, puedo sentir el placer de aquellos días.»

El placer es la conciencia de una sensación de bienestar físico y/o psicológico que nos invade a través de la sensibilidad y las emociones, y crece con la experiencia y la vivencia de algo que gratifica cualquiera de nuestros sentidos, nuestros estados afectivos, nuestras motivaciones y la propia conciencia, por lo tanto me permito la licencia de incluir el «sentido» de la inteligencia.

La visión de un paisaje bello, una obra de arte, la lectura de algo bien escrito, una conversación interesante o una mirada dulce nos despiertan la sensibilidad, nos abren los sentidos para captar mejor el momento, la imagen, la sensación. Esa experiencia nos produce bienestar. Cuando concienciamos ese bienestar, sentimos placer.

No siempre estamos en la actitud adecuada para experimentar placer aunque las circunstancias puedan ser placenteras. El placer es una impresión subjetiva, igual que el dolor. La intensidad con que vivamos el placer depende de nuestra actitud, disposición, capacidad y preparación para percibirlo, para relajarnos ante su vivencia, para dejar que nos penetre, para tratar de concienciar toda su intensidad y amplitud.

Cuando las personas nos ‘obsesionamos’ con disfrutar, y para ello buscamos situaciones y experiencias que objetivamente podrían ser placenteras y, sin embargo, nos olvidamos de lo más importante, nuestra actitud para el placer, el juego, la sensualidad y las emociones agradables… lo que generamos es una experiencia frustrante, de la que solo obtenemos insatisfacción y malestar. En definitiva, una actitud adecuada para el placer requiere una actitud lúdica. Los temores, inseguridades, exigencias, esquemas rígidos, expectativas, creencias irracionales…y un largo etcétera, impide colocarnos en una actitud de percepción plena y por lo tanto de placer.

El placer es una experiencia en la que se combina la capacidad para disfrutar de lo que tenemos y la capacidad para lograr lo que nos gusta. En el placer sano hay mucho de equilibrio; tan importante es ser capaces de disfrutar con lo más insignificante, en cualquier momento y circunstancia, como importante es saber crear las situaciones en las que más placer obtenemos. En cualquiera de las dos situaciones, el placer va a ser el resultado de nuestra actitud para disfrutar.

La experiencia del placer hace que deseemos reencontrarnos de nuevo con él, que busquemos otra situación similar para recrear nuestros sentidos, para tener ocasión de sentir el mismo bienestar, disfrutando de la sensación de placidez que produce en nuestro estado psíquico y en nuestro cuerpo. De la información e interpretación que hayamos realizado de experiencias anteriores, derivará nuestra capacidad para identificar nuevas situaciones e intuirlas como placenteras.

Si después de tener una relación sexual placentera con otra persona, integramos en nuestra memoria y conciencia qué aspectos, gestos, palabras, comportamientos, circunstancias y contenidos han provocado ese bienestar, estaremos en mejores condiciones de evaluar y seleccionar ocasiones y personas en las que esos elementos puedan estar presentes, y de ese modo, favorecer y contribuir a nuestro placer.

La experiencia, en este sentido, debe ser una actitud voluntaria, motivada, generadora de conocimiento, no un simple acto instintivo. Del mismo modo, las experiencias negativas, dolorosas en las que hemos sentido rechazo, también deben disponernos para no repetir esa situación, tratando de identificar aquello que no nos ha gustado.

El placer que produce la sexualidad se nutre de cualquiera de nuestros sentidos, si los educamos para ello. La vista, el olfato, el tacto, la palabra y el oído, todos ellos pueden participar activamente en la creación de situaciones placenteras en el ámbito erótico.

El placer también se nutre de otro tipo de factores como la afinidad cultural y estética, la comunicación, la similitud intelectual, los contenidos ideológicos, las actitudes relacionales, la admiración, etc. Una experiencia de comunicación, de entendimiento, de sintonía, de empatía cultural, puede hacer emerger el deseo con una intensidad comparable a una caricia o un beso, puede ser incluso mayor afrodisiaco y más duradero. Para poder experimentarlo es necesario ‘abrir’ la capacidad de experimentar en esa línea.

La capacidad de placer, por lo tanto, se educa, se desarrolla, se prepara, se nutre, se mejora, se perfecciona. Es necesario entrenarnos, conocer y aprender los rituales de comportamiento que nos preparan para percibir más allá de lo evidente. La experiencia placentera de un beso puede incrementarse hasta el éxtasis si en el acto de besar aprendemos a percibir por separado, en una especie de cámara lenta, cada sensación física y psicológica que interviene.

Aumentará nuestra percepción del placer si cada gesto mental y físico que acompaña al beso se hace en un ritual que concede la mayor importancia a lo que hacemos. Será mayor nuestro placer si al besar conjugamos nuestro deseo de obtener placer con el deseo de que la persona a quién besamos también sienta placer. Potenciaremos más nuestra capacidad de placer, si cuando besamos estamos ahí al cien por cien, aceptando y comprendiendo cuales son nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestras expectativas, nuestros errores, nuestras inseguridades y nuestra humanidad, permitiéndonos ser nosotros mismos, sin miedo al error.

El placer, no solo es una sensación física, también es una vivencia mental. Nuestra inteligencia se puede ver gratificada por una conversación interesante, escuchando a alguien que nos transmite algo muy bien elaborado, o una idea muy original y atractiva; también ante una buena película o un buen libro. Nuestro cuerpo puede en esos casos reaccionar con una predisposición positiva hacia esa persona, o con un estado de empatía hacia el director de la película, etc. de la misma forma que una vivencia placentera de nuestro cuerpo puede predisponer positivamente a nuestra actitud mental.

Como vemos, la relación entre placer corporal y placer psicológico es muy estrecha, existe un vínculo muy sutil y muy interesante, porque a veces es difícil saber dónde empieza y termina uno u otro. No obstante, en la medida en que nuestra capacidad física para el placer está más desarrollada, también lo está, generalmente la complejidad de nuestra estructura mental para percibir y vivenciar experiencias placenteras.

La fuente de placer es inagotable para aquellas personas que toman conciencia de la ilimitada amplitud y variedad de experiencias en las que pueden explorar, descubrir y colonizar las dimensiones de su sensibilidad, de su comunicación, de su perceptibilidad, de su entendimiento, de su conciencia, de su valoración, de su reflexión, de su retroalimentación, etc. Todo esto se multiplica exponencialmente cuando es compartido con otra persona con la misma actitud.

Cuanto más abierta y curiosa es la actitud a experimentar, mayores las posibilidades de disfrutar, enriquecer y ampliar el escenario, contenidos e intensidad de las experiencias. También son mayores las posibilidades de no caer en la rutina y hacer de cada encuentro una fiesta de los sentidos. El placer puede convertirse en un territorio de inmensas dimensiones que nos gratifique sin límites.

Plena Conciencia

Qué es y para qué nos sirve

La plena conciencia, también conocida como ‘mindfulness’, es un estado de plenitud en la persona, que se sostiene en el tiempo.

Es un estado que nos sitúa mental, emocional y físicamente en la lucidez de nuestra propia existencia: de los recursos personales, de las necesidades, de las experiencias, de las limitaciones, del potencial…  y de la integración de todo ello en una totalidad que es la persona.

Es también, la vivencia de esa integración personal y su relación con el entorno.

Intervienen en ese estado de plena conciencia: su habilidad de percepción; su capacidad de aceptación; el nivel de veracidad de su dialogo interior; la voluntad de integración; la bondad para quererse; la paciencia para observarse y la comprensión para entender en profundidad.

Es un estado que nos devuelve a lo más auténtico de nuestra existencia, desde la paz interior y la confianza en nuestra capacidad para aceptarnos y experimentar el bienestar profundo.

Es una experiencia continuada, no sólo un instante de lucidez y comprensión. Se nutre de esos instantes pero se constituye como un proceso, donde los instantes cobran sentido entre sí y en relación a toda la existencia, a lo largo del tiempo.

Es una forma de vivir que nos permite extraer el máximo potencial de nuestras capacidades (amar, sentir, estudiar, trabajar, aprender, disfrutar, bailar…).

Es, también una de las mejores herramientas psicológicas (vitales) para aprender a eliminar dificultades o errores en los que caemos una y otra vez (egos, soberbias, timideces, inferioridad, obsesiones, miedos, ansiedades, impulsos, automatismos, manías, fobias…).

La plena conciencia, es un proceso de ‘limpieza’ integral de nuestra mente y emociones, que obviamente influye y mejora nuestro funcionamiento corporal (posturas, fisiología orgánica, funcionalidades…). Utilizando una metáfora, es como eliminar todos los ruidos de una vieja grabación musical y dejar que se escuchen con nitidez los instrumentos y acordes que fluyen en sintonía.

Somos química y electricidad: un pensamiento es el resultado de las conexiones entre ciertos nodos neuronales. Un pensamiento tóxico (“Odio a fulanito”) conecta nodos que activan elementos químicos tóxicos en el cerebro y en el resto del cuerpo, cuyas sustancias van a atravesar o depositarse en órganos vitales (venas, riñón, hígado, sistema inmune, sangre, nodos linfáticos…). Un pensamiento sano (“No me agrada esta conducta de fulanito pero puedo evitar que me afecte negativamente”) activa otros nodos neuronales con sus correspondientes neurotransmisores saludables (dopamina, serotonina…). La acumulación de pensamientos ‘tóxicos’, también es acumulativa en nuestro cuerpo.

La plena conciencia es un resultado y también el camino para eliminar bloqueos, actitudes disfuncionales, errores, malestar, tristeza, decaimiento, agresividad, ira, impaciencia, impulsividad, falta de concentración, y un largo etcétera.

Lograr la plenitud de la conciencia es aprender a liberarse de elementos inservibles que hemos aprendido erróneamente por el camino o bien que aunque pudieron parecer útiles en un momento, no lo son más porque impiden nuestro completo bienestar.

El bienestar que se logra con la plena conciencia, no es un falso bienestar o un bienestar que nos haga depender de otras personas, es un bienestar autónomo, estable, equilibrado, funcional y realista, que nos permite sentir emociones funcionales (p.ej.: tristeza cuando toca y alegría cuando corresponde) sin que sintamos la necesidad de hipotecar nuestro presente para lograrlas o huir porque no las soportamos o prolongar una emoción de forma artificial porque creemos que en ella reside nuestro bienestar.

La plena conciencia se logra a través de un entrenamiento que puede ser en solitario o puede ser acompañado. Los objetivos de cada persona, así como el nivel de preparación y conocimiento de en temas de trabajo personal (cognitivo, emocional y mental) así como de trabajo en las relaciones interpersonales, nos va a ayudar a saber si nos conviene trabajar por nuestra cuenta (lecturas, vídeos y entrenamiento) o es más práctico optar por el acompañamiento, sobre todo al principio.

Esta elección conviene que esté en consonancia con nuestras habilidades, necesidades, recursos, dedicación, constancia, etc.

Si optas por un acompañamiento inicial, te ofrezco mis servicios.

Puedes consultar un resumen de mi currículum y experiencia profesional en este mismo blog. No obstante, para ser sincera, aunque todo lo que he estudiado me ha ayudado personal y profesionalmente, creo que lo más eficaz, intenso y sólido, han sido ciertas claves sencillas que me han ayudado a tomar plena conciencia.

Tu trabajo personal estará diseñado en función de tus necesidades actuales; de tu disponibilidad; de los condicionantes de tu entorno personal, familiar, académico o laboral; de tus objetivos y metas y, como no, de tu punto de partida.

Trabajaremos escenarios concretos (p.ej.: negociar algo con pareja; distribuir la carga de trabajo con un compañero; una discusión con tu hijo… etc.), con propuestas de gestión ‘consciente’,  funcional y satisfactoria, para lograr objetivos y metas de mayor alcance que irás incorporando (interiorizando) hasta sustituir antiguos mecanismos ineficaces, tóxicos o disfuncionales.

Escenario cotidiano y concreto

Toma de conciencia: Relajación, Observación, Escucha,  Emociones, Pensamientos, Creencias, Sensaciones, Interpretación, Significado, Efecto, Consecuencias…  

Entrenamiento: Confianza, Apertura, Aceptación, Visualización, Relajación, Perspectiva, Recursos,  Habilidades, Potencial…

Innovación: Cambios de gestión y estrategias, cambio de conductas,  cambio de hábitos d

Cómo enfocar proyectos

Cuando comienza un nuevo año es costumbre generalizada realizar una lista -mental o escrita- con todos los propósitos que deseamos llevar a cabo para cambiar y mejorar nuestras vidas..

Ingredientes para el éxito

Conviene que esas listas tengan una dosis de ilusión, sueño, imaginación y creatividad, y al mismo tiempo sean realistas. Cuanto más coherente sea la mezcla, más oportunidades tendremos de lograr lo que hemos imaginado y deseamos.

La mezcla coherente se logra cuando nos basamos en lo que deseamos e imaginamos tanto como en lo que somos, en nuestras necesidades, en nuestras capacidades y en los recursos a nuestro alcance.

Creatividad y realismo

Un sueño, una ilusión o un nuevo proyecto pueden ser muy innovadores y producir cambios sustanciales en nuestra vida, pero siempre han de partir de una realidad existente, nuestra realidad.

Las frustraciones, muchas veces derivan de la falta de realismo al concebir los sueños o los proyectos. Cuando se elabora una ilusión a partir de una fantasía que no tiene ningún ingrediente realista, o que se aleja de nuestra realidad notablemente, estamos generando un potencial fracaso y la consiguiente desilusión o frustración.

Mis verdaderas necesidades, quién soy

Por esa razón, es conveniente que cualquier proyecto personal o profesional, comience por conocer quién soy, qué necesito, qué recursos tengo, qué habilidades puedo aplicar o desarrollar, qué conocimientos tengo o necesito adquirir, qué tiempo disponible puedo dedicar… etc.

Un ejemplo, entre otros muchos, del tema que estamos comentando sería el de una persona que se siente incomoda o insatisfecha en su actual vida laboral.  Está tratando de identificar las causas y aunque cree haber dado con algunas claves, no logra encontrar la solución. Dependiendo de su personalidad, así actuará, así dará significado a lo que le sucede y así tomará decisiones. En este, como en otros casos, conviene que las decisiones sean tomadas con toda la prudencia, serenidad, consciencia y creatividad posibles.

Quizás piense que su trabajo le aburre porque prefiere algo de más responsabilidad; tal vez se sienta  frustrada porque crea que no recibe el suficiente reconocimiento; puede que tenga falta de motivación porque no se identifica con los objetivos de la organización; cree que tal vez ha dado prioridad a su estabilidad económica y quiere un poco más de riesgo; tal vez se ha orientado siempre a trabajos más creativos pero siente que necesita un poco más de estabiliad…

El caso es que quiere dar un cambio a esta situación. Tiene la sensación de llevar un tiempo anclado y que arrastra un lastre muy pesado que le impide crecer, disfrutar y desarrollar aspectos de su profesión, cuya práctica le podría dar más satisfacción (estabilidad, motivación, responsabilidad, riesgo, reconocimiento…). Aún no sabe qué necesita exactamente, o que quiere ni cómo lo va a lograr. Solo intuye, siente que necesita salir de la rutina y dinámicas actuales. No sabe qué tipo de orientación darle; no tiene idea concreta de cómo llevarlo a cabo pero sabe que necesita un cambio, una reorientación. Tiene un sueño.

El sueño realista nos da esperanza, nos produce vitalidad, nos da ilusión y nos hace crecer. A veces para concebir un sueño realista partimos de lo que llaman ‘tormenta de ideas’, donde se pueden imaginar las cosas más extravagantes o locas sin ponerse límites ni barreras. El objetivo de esta tormenta de ideas es fluir, dar rienda suelta a la imaginación, inventar, imaginar, eliminar cualquier obstáculo o límite. Esa dinámica produce ideas que no aflorarían si estamos constreñidos por la realidad existente.

Ese ejercicio mental y verbal de diseño de una nueva realidad es muy sano y libera nuestra creatividad, permitiéndonos verbalizar todo aquello que se nos pasa por la imaginación, por muy extravagante o imposible que nos parezca. Es un ejercicio de libertad.

Esta es una primera fase de construir sueños. Si nos quedamos aquí y no vinculamos el producto de nuestra primera creatividad con nuestros recursos y potencial, será muy difícil poder materializar ese sueño. Necesitamos crear los caminos que unan lo imaginable con lo posible.

Esos caminos están llenos de ingredientes muy potentes que son los que darán forma a nuestro proyecto. Esos ingredientes están en nuestra personalidad, nuestra experiencia, nuestros conocimientos, nuestras relaciones… En definitiva, en lo que ya somos.

Nuestra imaginación, nuestra creatividad y nuestra capacidad de lograr un objetivo o un sueño, ya son parte de nosotros mismos. Una buena utilización de eso que somos nos conducirá a la satisfacción y al éxito.

Por qué pueden fallar mis proyectos?

La frustración es muy frecuente en conductas poco ‘maduras’ o muy irrealistas. Es un mecanismo más complejo del que se suele pensar. Puede ser producto de un exceso o un defecto de confianza en nuestras capacidades. La devaluación de las habilidades propias, pero también y, paradójicamente, una visión exageradamente positiva de esas habilidades, nos pueden llevar a conductas irrealistas.

La falta de realismo muchas veces tiene origen en el miedo. Miedo a no ser capaces de afrontar los contratiempos que surgen por el camino. Es decir, falta de confianza en uno mismo. Este miedo está muy vinculado con la huida, la evitación y el auto engaño. En estas huidas ‘mentales’ y también físicas, la persona es prisionera de su dialogo interior. Un diálogo interior en el que la desconfianza y las dudas sobre las propias capacidades están presentes y guían las decisiones y la conducta.

Por otra parte, el exceso de confianza en nuestros recursos puede producirse por una falta de conciencia de uno mismo, por una visión idealizada, poco fundamentada y que se aleja de uno mismo. En el exceso de confianza también hay huida. La persona huye de la aceptación de sí misma, huye de lo que quizás considera ‘mediocre’ o valora de una forma negativa. Así que su huida consiste en la idealización. Esa idealización le lleva a veces a acometer proyectos para los que no está preparado. También le lleva a no prepararse adecuadamente para realizar un proyecto que estaría a su alcance si tomara conciencia de su realidad y sus necesidades.

En definitiva, parece que en ambos casos hay un componente de miedo. El miedo puede ser útil si es puntual y se ajusta a un hecho real. El miedo es un mal compañero de viaje si nos limita e impide que exploremos nuestra personalidad de un modo realista y con plena conciencia y aceptación.

Quizás el mayor proyecto que una persona puede tener en la vida es tomar plena conciencia de quién es y qué necesita. Cualquier otro proyecto en la vida, para que resulte satisfactorio y produzca ajuste, equilibrio y coherencia, depende de que no se traicionen los rasgos de esa la personalidad. Es decir, que las decisiones y pasos que demos tengan en cuenta nuestra personalidad.

Auto estima y aceptación

Esto no quiere decir que seamos prisioneros de nuestra personalidad. Aunque habitamos en ella y por eso necesitamos tenerla en consideración para emprender cualquier proyecto, es cierto que podemos trabajarla para ensanchar nuestros límites y superar las dificultades o problemas que nos pueden estar acarreando.

Este trabajo tiene sus fundamentos y su procedimiento, por más que cada cual lo pueda emprender a su modo. El primer fundamento es la aceptación. Aceptarnos es el único modo de comenzar un cambio o una mejora que puedan ser sólidos, eficaces y realistas.

Para aceptarnos es necesario aprender a vernos sin temor, sin rechazo, sin vergüenza, sin idealización, sin autoengaños. Ahí radica el comienzo de la sana autoestima.

Muchas personas creen que la autoestima depende de lo que logremos. Esa es una visión muy poco realista de la autoestima. Estimarnos sin condiciones es la primera condición para estimarnos sanamente!

No nos queremos más cuantas más cosas logramos. Logramos más cuanto más nos queremos. Nos queremos más cuanto más nos conocemos y aceptamos. Aceptarnos significa ser capaces de potenciar todo lo que es sano, útil, eficaz, placentero y satisfactorio en nuestra personalidad.

Para muchas personas, este equilibrio (la ausencia de desconfianza o de excesiva confianza) es el primer proyecto que necesitan afrontar para poder plantear otros proyectos con éxito. Ambos trabajos se pueden hacer de forma simultánea.

Cualquier proyecto para el nuevo año, conviene que esté diseñado sobre estas bases para lograr el mayor rendimiento de nuestras capacidades al mismo tiempo que alcanzamos bienestar, ilusión, motivación y satisfacción plena.

Objetivos y sueños

Os animo a iniciar o continuar un trabajo personal intenso y eficaz que multiplicará vuestras posibilidades de combinar logro y bienestar pleno.

Si vuestras decisiones os dan miedo;

Si las dudas os generan ansiedad o frustración;

Si queréis mejorar;

Si necesitáis superar el malestar, dolor o tristeza;

Si os proponéis un proyecto importante y deseáis abordarlo con los pies sobre la tierra y con el máximo de creatividad;

Si buscáis soluciones a vuestros problemas actuales;

Si no dais con la clave de vuestro bloqueo o dificultad;

Si estáis ante una barrera que no conseguís desmontar…

Empezad por un intenso y eficaz trabajo personal, que os ayudará a veros, definiros y encontrar vuestras verdaderas necesidades y recursos. A partir de esa claridad, podréis emprender cualquier otro proyecto de forma realista, esperanzadora y satisfactoria.

Acompañamiento profesional

Estoy a vuestra disposición para acompañaros en este tramo del camino. Os ofrezco una serie de recursos, estrategias y herramientas para ayudaros a que logréis vuestro sueño:

Escucha activa, respetuosa y no directiva

Definición de necesidades

Análisis y evaluación concreta de objetivos

Planificación del afrontamiento

Diseño de tareas específicas

Entrenamiento en auto instrucciones sanas y eficaces

Etc.

A lo largo del trabajo, incorporaréis estas ‘herramientas’ para poder utilizarlas vosotros mismos en éste y otros proyectos vitales futuros. 0

Los atajos

Pueden desviarnos de nuestros objetivos

Cada letra contribuye a la palabra, del mismo modo que cada paso contribuye a la meta.

Alcanzar y disfrutar de una plena satisfacción requiere dar los pasos necesarios para lograr nuestros objetivos y adoptar la actitud adecuada en cada momento.

Objetivos, proyectos, dietas, logros, metas, cambios, aprendizaje… son, sobre todo, procesos. Procesos que metafóricamente podemos entender como ‘viajes’ o ‘senderos’ que recorremos durante un tiempo.

Hay atajos pero si cogemos un atajo estamos dando prioridad a reducir la duración del proceso y no a otras cualidades y características del mismo o al desarrollo de habilidades nuestras.  En un viaje esto equivaldría, quizás, a llegar estresados. En una actividad de senderismo, equivaldría a menos horas de ejercicio, o tal vez a perderme una vista excepcional o disfrutar de un riachuelo que no está en el atajo. El resultado final nunca podrá ser el mismo porque el camino que escoja forma parte de la meta, siempre.

Dejando las metáforas y volviendo a lo concreto, si quiero, por ejemplo, auto regular una conducta de exceso de alimentación, puedo optar por una medicación junto con una dieta severa de choque y lograr perder mucho peso u otro objetivo en  1 mes. Sin embargo, al tener un ingrediente cortoplacista, y ser una dieta excesivamente severa, dificulto la creación de un hábito (1 mes no es suficiente para incorporar nuevos hábitos de forma sólida) y puedo estar generando un efecto rebote, además de algún cambio hormonal demasiado rápido que me provoque malestar y que me dificulte un proceso más sano y estable.

Otro ejemplo, sería la superación de dificultades o disfunciones sexuales. Los atajos o las vías rápidas no van a producirnos el resultado deseado. No es lo mismo aprender a controlar la eyaculación o aprender a tener orgasmos que tomarnos una medicación que nos provoque un bloqueo o un desbloqueo fisiológico. El grado de satisfacción no va a ser el mismo, tampoco el placer, la intensidad ni la confianza en nuestra capacidad y habilidades.

Por otra parte, hay cambios que puedo planificar en fases si considero que el objetivo final es demasiado ambicioso, difícil o esforzado para mi realidad actual. Planificar en fases significa que voy alcanzando logros satisfactorios, estimulantes y que me darán confianza. Las fases no son atajos porque transito por todos los elementos que componen el proceso.

¿Cuántas veces hemos deseado hacer algo pero no hemos tenido el  ánimo de empezarlo?

¿Cuántas veces hemos analizado y evaluado de forma racional y funcional un objetivo y proyecto personal antes de iniciarlo?

¿Cuántas veces hemos empezado algún proyecto y lo hemos dejado a medias?

¿Cuáles son los proyectos que más nos cuestan y que no hemos logrado?

¿Hemos evaluado de forma racional cuáles han sido los factores personales -que sólo dependen de nosotros- que han determinado no haberlos logrado?

Cualquier propósito y objetivo que nos proponemos necesita de una inversión de tiempo, esfuerzo y método: Si deseamos aprender un idioma; si queremos obtener un título universitario; si deseamos mejorar nuestro estado físico; si queremos aprender a regular ciertas conductas o reacciones (enfados, eyaculación, tristeza, impulsos); si nos hemos propuesto cambiar de trabajo; etc.

En realidad, en casi todos los objetivos que nos marcamos existen algunos elementos comunes que conviene conocer:

  • Es un cambio en mi vida. Todo cambio persigue satisfacer algo. Conviene conocer qué espero del cambio y qué significa para mí.
  • Conviene saber cómo influirá en mi vida. El cambio puede ser de mayor o menor trascendencia pero un cambio que probablemente influirá en otros ámbitos de mi vida, personalidad y relaciones.
  • Voy a necesitar un periodo de mentalización para prepararme y concienciarme de mi implicación y compromiso.
  • Necesitaré informarme bien y ser realista respecto a lo que ese cambio va a demandar de mi
  • Ese cambio, va a suponer un esfuerzo y periodo de adaptación, previo, simultáneo y/o posterior a lograr mi objetivo.
  • Yo lidero ese cambio. El cambio va a depender, principalmente de mí. Puede que haya otras personas involucradas pero quién dirige y lidera ese cambio soy yo.
  • Habrá luces y sombras, no hay nada perfecto. He de identificar aquello que para mí es prioritario y evaluar si me compensa el esfuerzo y lo que menos me agrada de ese cambio.

Estos elementos comunes están presentes en cualquier cambio. La única manera de lograr cambios sólidos, permanentes y satisfactorios es responsabilizarme desde el principio hasta el fin, siendo realista, manteniendo la motivación siempre y teniendo presentes las razones que me han llevado a tomar la decisión de llevar a cabo ese proyecto u objetivo.

Tener presentes estos elementos comunes y darles respuesta adecuada significa ir paso a paso. Significa atender a todos los requisitos de un cambio significativo y satisfactorio.

¿Estoy dispuesto/a a invertir tiempo? ¿Cuánto tiempo se necesita? ¿Es realista mi disponibilidad para el objetivo que me he marcado?

¿Tengo la disciplina necesaria para mantener en el tiempo mi decisión y las actitudes/conductas  necesarias para lograrlo? O necesito entrenar de un modo específico la disciplina y el compromiso para poder llevarlo a cabo.

¿Cómo reacciono a la frustración o a los contratiempos? Tengo serenidad, confianza y capacidad de evaluación racional o me enfado y vengo abajo a la primera… Quizás necesito entrenar estas habilidades.

¿He contemplado otras alternativas más viables? ¿soy flexible con la demanda y modificaciones que el proyecto me va planteando?

¿Cuento con mis habilidades reales para producir el cambio o me fijo en modelos ajenos a mí?

¿Mi actitud es relajada, comprometida, rigurosa, honesta y responsable? Si siento ansiedad o exceso de estrés, temores o deposito mi éxito para este proyecto en circunstancias externas, quizás me conviene revisar primero las actitudes previas.

Hemos visto que los atajos nos llevan a otros lugares o a lograr cosas distintas de las que podemos obtener si seguimos la ruta completa.

Podemos optar por un atajo, siempre que no nos engañemos y sepamos que estamos cambiando el objetivo.  De ese modo, no sentiremos frustración cuando al final no obtengamos lo que inicialmente habíamos previsto.

El autoengaño solo nos lleva a posponer (procastinación) las decisiones, acciones y actitudes necesarias para el logro de nuestros objetivos. Nos lleva a reducir la confianza en nuestra capacidad para planificar y lograr cosas. También nos conduce a la insatisfacción personal y quizás a no disfrutar de las relaciones con otras personas de forma plena.

Por lo tanto, para lograr objetivos o proyectos de forma satisfactoria, conviene seguir unas reglas básicas.

  • Ir paso a paso
  • Aprender a disfrutar de cada paso, dando significado y sentido a lo que estamos haciendo
  • Aprovechar el camino para desarrollar nuestras habilidades: paciencia, confianza, serenidad, racionalidad, disciplina, tesón, realismo…
  • Promover siempre la motivación, el optimismo-realista y la alegría por lo que estamos haciendo.

Altibajos

Los altibajos son las consecuencias de buscar  atajos emocionales hacia el bienestar. El más significativo y pernicioso de los atajos es la huída del malestar.

El término altibajo es un modo de referirse a la excesiva frecuencia de cambios en nuestro estado de ánimo, pasando de la alegría, vitalidad y entusiasmo a la decepción, decaimiento y falta de energía.

Si el cuadro de altibajos es de mucha intensidad y los picos y valles son de gran altura o profundidad, existiendo entre ellos una gran diferencia y produciéndonos estados de excesiva euforia o excesivo decaimiento con consecuencias muy negativas para nosotros (trabajo, salud, relaciones…), podemos estar hablando de bipolaridad u otros trastornos del ánimo.

Sin necesidad de que se produzca un trastorno, los cambios frecuentes del estado de ánimo, es decir, los altibajos anímicos, producen malestar, inestabilidad, desasosiego…  Por ello conviene conocer cuál es el mecanismo más frecuente para que se produzcan y cómo podemos entrenar nuestras emociones para combatirlo y superarlo.

Esta dinámica de altibajos suele tener su origen en la infancia, es raro que se origine a otras edades. La causa más frecuente es la adquisición de un hábito de respuesta de ‘huida hacia la alegría’ para contrarrestar situaciones negativas,  tristes, violentas o problemáticas que el niño/a no sabe cómo afrontar de modo funcional o eficaz.

La búsqueda de ‘alegría’ es una actitud que se adquiere como respuesta compensatoria a los ‘malos’ momentos. Esa búsqueda de estímulos o escenarios ‘positivos’, que nos reportan alegría o ilusión, se realiza de forma inconsciente cuando los sujetos quieren salir, escapar o huir de las sensaciones o emociones desagradables en las que se encuentran y no disponen o no creen disponer de otras estrategias más eficaces.

Las estrategias de huída o escape, no suelen ser de superación. Cuando se es pequeño, no se tienen las habilidades cognitivas necesarias para evaluar muchas situaciones desestabilizadoras y adoptar la mejor de las estrategias de afrontamiento. Si los adultos no saben enseñarnos a desarrollarlas o bien no están atentos a nuestras necesidades de aprendizaje, lo más probable es que adoptemos las estrategias disfuncionales (huída, escape, inhibición, problema…). Esas estrategias se arraigan en cada individuo y acaban conformando un modo de respuesta automatizado.

Estas conductas de escape son variadas, una de ellas es la búsqueda de placer, satisfacciones, diversiones, distracciones, fantasías… Si se logra escapar de lo que nos produce malestar y conseguimos disfrutar de lo que nos produce placer o bienestar, aunque sea efímero y no hayamos solucionado lo que nos provoca el malestar, lo más probable es que de niños, adoptemos esta conducta evasiva como mecanismo de defensa. No deja de ser una estrategia para lograr el bienestar.

El problema es que esta estrategia genera dos consecuencias negativas.

  • Altibajos
  • Falta de habilidad funcional para afrontar el malestar y/o solucionar su causa.

La búsqueda de placer como evasión o compensación se puede convertir en un hábito y transformarse en una pulsión emocional automática que nos empuja a experimentar ese placer y sensación de liberación (positivo) con frecuencia. Es decir, identificamos la alegría intensa con un estado deseable y lo buscamos, lo echamos de menos cuando no lo sentimos.

Parte del problema es que cada vez que dejamos de sentir esa alegría, euforia, ilusión o sensación intensa de bienestar, creemos que algo malo pasa, nos asustamos, interpretamos que algo malo está pasando y empezamos a buscar las causas de ese ‘sentido’ subjetivo malestar. Inmediatamente, también, de forma casi simultánea e inconsciente, empezamos a buscar de nuevo el bienestar (evasivo o compensatorio), tratando de huir del malestar.

En resumidas cuentas, somos incapaces de sentirnos ‘regular’, ‘normal’ o ‘mal’, hemos de sentir bienestar, alegría, ilusión, emoción, intensidad… de forma constante para creer (sentir) que todo va bien y que no nos pasa nada malo.

Por resumir, sea porque haya causas reales para sentirnos mal (tenemos un profundo dolor de cabeza; nos ha dejado nuestra novia…) o bien porque la ausencia de euforia nos haga sentirnos mal, aunque no haya ninguna causa ‘real’, el hecho es que tenemos incapacidad y temor a sentirnos ‘mal’; convertimos lo normal (sentirnos mal a veces) en algo a evitar a toda costa. En vez de aprender a aceptar y afrontar con confianza el malestar y los sentimientos asociados (tristeza, aburrimiento, cansancio, desánimo, frustración….) lo que aprendemos es a idealizar el bienestar intenso (euforia) y los sentimientos asociados.

La idealización del bienestar y la demonización de la normalidad emocional nos lleva a creer que cualquier otro estado es malo, evitable, inapropiado, intolerable… y además no es propio de personas que tienen éxito en la vida. El engaño al que nos sometemos, implica que parece imprescindible estar siempre riéndonos, alegres o contentos.

Nada más lejos de la salud y el bienestar sólido.

El equilibrio, la serenidad y la estabilidad producen un bienestar mucho más sólido, duradero y saludable que la búsqueda incesante de la alegría evasiva o compensatoria. Afrontar el estado de ánimo ‘plano’ es el primer paso para eliminar esas conductas de búsqueda y evasión que producen los altibajos emocionales.

Para afrontar la relativa ‘platitud’ del ánimo sin alarmarnos y sin temor necesitamos identificar esos momentos en que una decepción, una frustración o un problema activan emociones de inquietud, intranquilidad, tristeza, decepción…, en las que inmediatamente ponemos en marcha el mecanismo de huída y búsqueda de la alegría y evasión.

Aprender a identificar ese mecanismo de cambio emocional evasivo es todo un logro.

Cuando lo tengamos identificado, hemos de reorientar nuestra estrategia por una actitud de confianza en que lograremos experimentar el malestar sin huir de él, acostumbrándonos a sentirlo y a no darle una interpretación negativa. Podemos decirnos algo así: “Si estoy con desánimo es porque las cosas no están yendo todo lo bien que me gustaría; puedo transitar por este malestar y al mismo tiempo tratar de poner soluciones al problema o la situación, si las hay, si no, aprenderé a vivir con esto hasta que lo supere”

La confianza en nuestra capacidad para asumir y transitar por las emociones ‘desagradables’ es la clave para aceptar nuestras emociones, comprender la función que tienen y cómo desarrollar estrategias sanas y de aprendizaje funcional.

Todo esto no quiere decir, en absoluto, que hay que recrearse en lo malo, victimizarse, regodearse y sucumbir a las emociones desagradables. No, esa no es la propuesta. Se trata más bien de afrontar las situaciones buscando soluciones realistas y que den respuesta a los problemas y dificultades, en lugar de huir, evadirse o distraerse.

Muchas de las adicciones de la población en sociedades actuales son debidas a este mecanismo de altibajos. La adicción a la comida, al juego, a las drogas, al trabajo, al reconocimiento, al halago, al éxito, al sexo… etc, podemos explicarla desde este sistema disfuncional de compensar la dificultad para experimentar malestar.

Ni recrearse en la desdicha ni huir de ella son afrontamientos sanos y funcionales. El primero generará inacción y quizás depresión; el segundo genera altibajos, ambos generan  falta de madurez para afrontar la realidad.

La aceptación del malestar, produce en cierto modo, bienestar. Sin embargo, eso no debe confundirnos y, de nuevo, saltar los pasos necesarios para ir en busca del ‘bienestar’.

Será la serenidad la que nos produzca una sensación de paz, confianza y bienestar continuado. La serenidad es la capacidad para afrontar las situaciones y las emociones con realismo, ecuanimidad, relativización, amplitud y objetividad.

No hay atajos para el bienestar.

Huída

Quiero hablar de la tendencia a huir de uno mismo. En nuestras vidas, la huída se puede convertir en un viaje circular donde la madurez queda siempre pendiente.

Hay personas que confunden la madurez con ‘ser viejos’. Para nada es esto cierto. Se puede ser un anciano inmaduro, lo que puede dar lugar a situaciones muy molestas, incómodas, difíciles y disfuncionales para el propio y ajenos. Al contrario, se puede ser anciano y tener un espíritu muy joven siendo maduro (realista, responsable, comprometido, coherente, disciplinado, proactivo, funcional…).

La madurez produce energía, alegría, equilibrio y bienestar  a corto, medio y largo plazo. La inmadurez es disfuncional siendo joven o siendo mayor.

La madurez pasa por conocerme, aceptarme y responsabilizarme de mis conductas. Esa responsabilidad consiste también en tratar de mejorarlas. Tenemos toda una vida para entrenar una conducta funcional. Es responsabilidad de cada uno hacer el trabajo necesario para ello.

Cuando cometemos el mismo error una y otra vez, lo más probable es que no nos hayamos parado a identificar con realismo la causa de ese error, nuestra responsabilidad en el proceso ni el modo de entrenar una conducta más eficaz para evitarlo. Quizás no somos conscientes del error, quizás echamos balones fuera, quizás no somos capaces de mirar en nuestro interior.

La ausencia de realismo y de valentía a la hora de señalar con claridad nuestros errores y la responsabilidad que tenemos en ellos, puede causar la repetición de los mismos errores y la perpetuación de esa conducta disfuncional.

Por otra parte, si no abordamos con honestidad esa responsabilidad en las conductas erróneas, el resultado suele ser que experimentemos un malestar más continuo o que desarrollamos una actitud muy poco adaptada a la vida social.

El afrontamiento consiste en dos acciones: Introspección (insight) y cambio.

  • La primera consiste en tomar conciencia de que tenemos un papel en el error que hemos cometido y que nuestro trabajo es tratar de identificar cómo provocamos ese error. Este trabajo es una evaluación sincera y a veces dolorosa pero liberadora y que nos hace crecer (madurar).
  • La segunda acción es elaborar un plan de entrenamiento para poner en práctica conductas que combatan ese tipo de hábitos o acciones erróneas. Se trata de diseñar el procedimiento sano y llevarlo a cabo diariamente si es posible. Es un trabajo cognitivo y conductual.

El afrontamiento no consiste en culpabilizarnos, consiste en responsabilizarnos y rectificar. La culpabilidad (ética o moral), distinta de la legal, solo es aplicable cuando estamos realizando un acto a sabiendas de que lo que hacemos es erróneo y podríamos haberlo evitarlo. Muchos de nuestros actos erróneos en la vida cotidiana no son punibles legalmente porque  socialmente no se consideran trascendentes o perjudiciales (eso cambia con los tiempos y las sociedades)  ni tampoco son producto de la culpabilidad porque no los realizamos de forma consciente.

Hay varios ejemplos de conductas que pueden ser erróneas, sobre todo para uno mismo, sin ser ni culpables ni punibles. Claro que pueden afectar también al entorno. La procastinación; el negativismo; la crítica hacia los demás; exceso de auto exigencia; actitud excesivamente lúdica; la baja autoestima; irrealismo o fantaseo; incoherencia; necesidad de reconocimiento; impulsividad; distracción; hipocondría; desidia; pueden ser algunos ejemplos.

Estas actitudes y conductas nos llevan a situaciones problemáticas que podríamos evitar si tomamos cartas en el asunto, es decir si afrontamos nuestra responsabilidad en ellas. La variedad de consecuencias que provocan estas actitudes es amplia: desde no lograr objetivos importantes para nuestra satisfacción y bienestar; problemas en las relaciones con otros; pasando por el consumo excesivo y/o la adicción; hasta provocarnos ansiedad, depresión o enfermedades psicosomáticas (úlceras, sobrepeso, sedentarismo, neuropatías, desequilibrios hormonales…) Estos serían algunos ejemplos.

Muchas veces creemos que huir de nosotros mismos, evitando mirar en nuestro interior, nos ayudará a escapar de la situación y no sentir el malestar que produce tomar conciencia de que cometemos errores y que tenemos una responsabilidad en la conducta que originamos.

Lo que origina esta falta de realismo y afrontamiento suele estar anclado en una educación muy poco funcional. Por un lado la educación en culpabilidad en vez de en responsabilidad. Por otro lado, asociar la toma de conciencia de nuestro papel en el error con un sentimiento de malestar y de rechazo hacia uno mismo. Por último la práctica del castigo.

Estas prácticas educativas, son también erróneas desde mi punto de vista. Si queremos que nuestros niños/as aprendan a ser responsables y a mirar en su interior sin miedo o sin vergüenza y rechazo, es conveniente que les entrenemos a ver los errores como algo humano y reparable a lo que hay que asignar un peso proporcionado de responsabilidad, utilizando una escala sana.

También conviene que aprendamos a valorar como algo muy positivo, conveniente y funcional el acto de reconocer un error y de analizarlo y evaluar la responsabilidad de uno mismo. Desde luego, conviene valorar esta actitud responsable diez veces más que lo que valoramos el error en el sentido negativo.

Por lo tanto, una vez que somos adultos, para lograr afrontar los errores propios es importante dar prioridad al sentimiento de responsabilidad por encima de cualquier otro (culpa, vergüenza, rechazo, pudor..). Responsabilidad con los compromisos, responsabilidad con el entorno, responsabilidad con los valores y principios sociales/culturales, responsabilidad con el propio bienestar….

Por otra parte, en un segundo plano de prioridad, también es conveniente dimensionar el sentimiento de arrepentimiento, vergüenza y/o rechazo que suele asociarse. Insisto en que es más importante tomar conciencia de la responsabilidad y el compromiso pero aún así, también pueden aparecer otros sentimientos como la vergüenza o el rechazo… Para dimensionar estos sentimientos, es importante que utilicemos una escala equilibrada, funcional y proporcionada. No conviene poner el grito en el cielo por la mínima distracción ni tampoco dejar pasar permisivamente una conducta muy disfuncional o inaceptable. La escala debe ser ajustada. Dicho de otro modo, no puedo colocar en el mismo nivel de la escala mi manía de criticar a las personas y tocar el timbre de un vecino por confusión.

Así que el primer paso es dimensionar. El segundo paso es aceptarme como soy. Quizás eso implica eliminar mi miedo a no quererme porque el hecho de verme tal como soy me conduce a un juicio exagerado y negativo de mi persona. Quizás implica no verme perfecto y ser un poco más humilde. Quizás implica que me importe menos el juicio de los demás sobre mi persona y desarrolle mi autonomía emocional.

En cualquiera de estos casos, la introspección, esa mirada a mi interior, es necesaria y conviene que la hagamos con las herramientas emocionales y cognitivas adecuadas. Es decir, por un lado aplicando el afecto hacia nosotros mismos y por otro lado con racionalidad para evaluar de un modo objetivo y funcional. De modo que al final nos trataremos de forma considerada y tolerante pero responsable y eficaz.

El camino del afrontamiento no tiene límites, no tiene caducidad pero reporta mucho bienestar, confianza en uno mismo y serenidad. Aprender a afrontar nuestros rasgos de personalidad, aceptarlos y al mismo tiempo trabajar todo aquello que nos está resultando inapropiado o inadaptado a nuestras necesidades o a las relaciones con los demás, es un proceso inagotable. Yo diría que es parte del sentido que tiene nuestra vida.

Podemos quedarnos quietos, inmóviles, pensando que todo está hecho y que ‘somos así’ aunque con ello no  logremos el bienestar que deseamos, o bien podemos aceptarnos y querernos tal como somos, al tiempo que ponemos manos a la obra para dotar de vitalidad y compromiso nuestra existencia.