El placer

La capacidad de disfrutar

«Mis manos recorrían despacio el perfil de su cuerpo que, tumbado de costado, exponía su cadera formando casi un ángulo con la cintura. Me recreaba viendo cómo mis dedos morenos se deslizaban por su piel blanca. Podía sentir cómo su piel entendía mi lenguaje y respondía cálida, amable y gratificada; percibía cómo su cuerpo se adaptaba al paso de mi mano, atrayéndola hacia él. Si paraba, oía una suave y apenas perceptible queja. Jugaba a darle y quitarle el placer. Me entretenía en el arte de entender su sensibilidad, tratando de descubrir y conocer cómo despertaba al placer cada rincón de su piel. Así pasábamos largos ratos, en los que hablábamos y susurrábamos palabras tiernas. A veces, el estado de bienestar y la embriaguez de la cálida tarde nos llevaban a dormirnos. Otras veces, el juego se intensificaba y el deseo de fundirnos nos inundaba como una ola de erotización que nacía dentro de nuestra piel y en el más profundo rincón de nuestro cuerpo. Entonces, nos entregábamos con pasión a los sentidos, a la invasión del placer y la fiesta de las sensaciones. Más tarde, entrelazados y extenuados, nos quedábamos dormidos… Aún hoy, al recordar esas tardes de verano, tumbados sobre la yerba, puedo sentir el placer de aquellos días.»

El placer es la conciencia de una sensación de bienestar físico y/o psicológico que nos invade a través de la sensibilidad y las emociones, y crece con la experiencia y la vivencia de algo que gratifica cualquiera de nuestros sentidos, nuestros estados afectivos, nuestras motivaciones y la propia conciencia, por lo tanto me permito la licencia de incluir el «sentido» de la inteligencia.

La visión de un paisaje bello, una obra de arte, la lectura de algo bien escrito, una conversación interesante o una mirada dulce nos despiertan la sensibilidad, nos abren los sentidos para captar mejor el momento, la imagen, la sensación. Esa experiencia nos produce bienestar. Cuando concienciamos ese bienestar, sentimos placer.

No siempre estamos en la actitud adecuada para experimentar placer aunque las circunstancias puedan ser placenteras. El placer es una impresión subjetiva, igual que el dolor. La intensidad con que vivamos el placer depende de nuestra actitud, disposición, capacidad y preparación para percibirlo, para relajarnos ante su vivencia, para dejar que nos penetre, para tratar de concienciar toda su intensidad y amplitud.

Cuando las personas nos ‘obsesionamos’ con disfrutar, y para ello buscamos situaciones y experiencias que objetivamente podrían ser placenteras y, sin embargo, nos olvidamos de lo más importante, nuestra actitud para el placer, el juego, la sensualidad y las emociones agradables… lo que generamos es una experiencia frustrante, de la que solo obtenemos insatisfacción y malestar. En definitiva, una actitud adecuada para el placer requiere una actitud lúdica. Los temores, inseguridades, exigencias, esquemas rígidos, expectativas, creencias irracionales…y un largo etcétera, impide colocarnos en una actitud de percepción plena y por lo tanto de placer.

El placer es una experiencia en la que se combina la capacidad para disfrutar de lo que tenemos y la capacidad para lograr lo que nos gusta. En el placer sano hay mucho de equilibrio; tan importante es ser capaces de disfrutar con lo más insignificante, en cualquier momento y circunstancia, como importante es saber crear las situaciones en las que más placer obtenemos. En cualquiera de las dos situaciones, el placer va a ser el resultado de nuestra actitud para disfrutar.

La experiencia del placer hace que deseemos reencontrarnos de nuevo con él, que busquemos otra situación similar para recrear nuestros sentidos, para tener ocasión de sentir el mismo bienestar, disfrutando de la sensación de placidez que produce en nuestro estado psíquico y en nuestro cuerpo. De la información e interpretación que hayamos realizado de experiencias anteriores, derivará nuestra capacidad para identificar nuevas situaciones e intuirlas como placenteras.

Si después de tener una relación sexual placentera con otra persona, integramos en nuestra memoria y conciencia qué aspectos, gestos, palabras, comportamientos, circunstancias y contenidos han provocado ese bienestar, estaremos en mejores condiciones de evaluar y seleccionar ocasiones y personas en las que esos elementos puedan estar presentes, y de ese modo, favorecer y contribuir a nuestro placer.

La experiencia, en este sentido, debe ser una actitud voluntaria, motivada, generadora de conocimiento, no un simple acto instintivo. Del mismo modo, las experiencias negativas, dolorosas en las que hemos sentido rechazo, también deben disponernos para no repetir esa situación, tratando de identificar aquello que no nos ha gustado.

El placer que produce la sexualidad se nutre de cualquiera de nuestros sentidos, si los educamos para ello. La vista, el olfato, el tacto, la palabra y el oído, todos ellos pueden participar activamente en la creación de situaciones placenteras en el ámbito erótico.

El placer también se nutre de otro tipo de factores como la afinidad cultural y estética, la comunicación, la similitud intelectual, los contenidos ideológicos, las actitudes relacionales, la admiración, etc. Una experiencia de comunicación, de entendimiento, de sintonía, de empatía cultural, puede hacer emerger el deseo con una intensidad comparable a una caricia o un beso, puede ser incluso mayor afrodisiaco y más duradero. Para poder experimentarlo es necesario ‘abrir’ la capacidad de experimentar en esa línea.

La capacidad de placer, por lo tanto, se educa, se desarrolla, se prepara, se nutre, se mejora, se perfecciona. Es necesario entrenarnos, conocer y aprender los rituales de comportamiento que nos preparan para percibir más allá de lo evidente. La experiencia placentera de un beso puede incrementarse hasta el éxtasis si en el acto de besar aprendemos a percibir por separado, en una especie de cámara lenta, cada sensación física y psicológica que interviene.

Aumentará nuestra percepción del placer si cada gesto mental y físico que acompaña al beso se hace en un ritual que concede la mayor importancia a lo que hacemos. Será mayor nuestro placer si al besar conjugamos nuestro deseo de obtener placer con el deseo de que la persona a quién besamos también sienta placer. Potenciaremos más nuestra capacidad de placer, si cuando besamos estamos ahí al cien por cien, aceptando y comprendiendo cuales son nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestras expectativas, nuestros errores, nuestras inseguridades y nuestra humanidad, permitiéndonos ser nosotros mismos, sin miedo al error.

El placer, no solo es una sensación física, también es una vivencia mental. Nuestra inteligencia se puede ver gratificada por una conversación interesante, escuchando a alguien que nos transmite algo muy bien elaborado, o una idea muy original y atractiva; también ante una buena película o un buen libro. Nuestro cuerpo puede en esos casos reaccionar con una predisposición positiva hacia esa persona, o con un estado de empatía hacia el director de la película, etc. de la misma forma que una vivencia placentera de nuestro cuerpo puede predisponer positivamente a nuestra actitud mental.

Como vemos, la relación entre placer corporal y placer psicológico es muy estrecha, existe un vínculo muy sutil y muy interesante, porque a veces es difícil saber dónde empieza y termina uno u otro. No obstante, en la medida en que nuestra capacidad física para el placer está más desarrollada, también lo está, generalmente la complejidad de nuestra estructura mental para percibir y vivenciar experiencias placenteras.

La fuente de placer es inagotable para aquellas personas que toman conciencia de la ilimitada amplitud y variedad de experiencias en las que pueden explorar, descubrir y colonizar las dimensiones de su sensibilidad, de su comunicación, de su perceptibilidad, de su entendimiento, de su conciencia, de su valoración, de su reflexión, de su retroalimentación, etc. Todo esto se multiplica exponencialmente cuando es compartido con otra persona con la misma actitud.

Cuanto más abierta y curiosa es la actitud a experimentar, mayores las posibilidades de disfrutar, enriquecer y ampliar el escenario, contenidos e intensidad de las experiencias. También son mayores las posibilidades de no caer en la rutina y hacer de cada encuentro una fiesta de los sentidos. El placer puede convertirse en un territorio de inmensas dimensiones que nos gratifique sin límites.

Cómo enfocar proyectos

Cuando comienza un nuevo año es costumbre generalizada realizar una lista -mental o escrita- con todos los propósitos que deseamos llevar a cabo para cambiar y mejorar nuestras vidas..

Ingredientes para el éxito

Conviene que esas listas tengan una dosis de ilusión, sueño, imaginación y creatividad, y al mismo tiempo sean realistas. Cuanto más coherente sea la mezcla, más oportunidades tendremos de lograr lo que hemos imaginado y deseamos.

La mezcla coherente se logra cuando nos basamos en lo que deseamos e imaginamos tanto como en lo que somos, en nuestras necesidades, en nuestras capacidades y en los recursos a nuestro alcance.

Creatividad y realismo

Un sueño, una ilusión o un nuevo proyecto pueden ser muy innovadores y producir cambios sustanciales en nuestra vida, pero siempre han de partir de una realidad existente, nuestra realidad.

Las frustraciones, muchas veces derivan de la falta de realismo al concebir los sueños o los proyectos. Cuando se elabora una ilusión a partir de una fantasía que no tiene ningún ingrediente realista, o que se aleja de nuestra realidad notablemente, estamos generando un potencial fracaso y la consiguiente desilusión o frustración.

Mis verdaderas necesidades, quién soy

Por esa razón, es conveniente que cualquier proyecto personal o profesional, comience por conocer quién soy, qué necesito, qué recursos tengo, qué habilidades puedo aplicar o desarrollar, qué conocimientos tengo o necesito adquirir, qué tiempo disponible puedo dedicar… etc.

Un ejemplo, entre otros muchos, del tema que estamos comentando sería el de una persona que se siente incomoda o insatisfecha en su actual vida laboral.  Está tratando de identificar las causas y aunque cree haber dado con algunas claves, no logra encontrar la solución. Dependiendo de su personalidad, así actuará, así dará significado a lo que le sucede y así tomará decisiones. En este, como en otros casos, conviene que las decisiones sean tomadas con toda la prudencia, serenidad, consciencia y creatividad posibles.

Quizás piense que su trabajo le aburre porque prefiere algo de más responsabilidad; tal vez se sienta  frustrada porque crea que no recibe el suficiente reconocimiento; puede que tenga falta de motivación porque no se identifica con los objetivos de la organización; cree que tal vez ha dado prioridad a su estabilidad económica y quiere un poco más de riesgo; tal vez se ha orientado siempre a trabajos más creativos pero siente que necesita un poco más de estabiliad…

El caso es que quiere dar un cambio a esta situación. Tiene la sensación de llevar un tiempo anclado y que arrastra un lastre muy pesado que le impide crecer, disfrutar y desarrollar aspectos de su profesión, cuya práctica le podría dar más satisfacción (estabilidad, motivación, responsabilidad, riesgo, reconocimiento…). Aún no sabe qué necesita exactamente, o que quiere ni cómo lo va a lograr. Solo intuye, siente que necesita salir de la rutina y dinámicas actuales. No sabe qué tipo de orientación darle; no tiene idea concreta de cómo llevarlo a cabo pero sabe que necesita un cambio, una reorientación. Tiene un sueño.

El sueño realista nos da esperanza, nos produce vitalidad, nos da ilusión y nos hace crecer. A veces para concebir un sueño realista partimos de lo que llaman ‘tormenta de ideas’, donde se pueden imaginar las cosas más extravagantes o locas sin ponerse límites ni barreras. El objetivo de esta tormenta de ideas es fluir, dar rienda suelta a la imaginación, inventar, imaginar, eliminar cualquier obstáculo o límite. Esa dinámica produce ideas que no aflorarían si estamos constreñidos por la realidad existente.

Ese ejercicio mental y verbal de diseño de una nueva realidad es muy sano y libera nuestra creatividad, permitiéndonos verbalizar todo aquello que se nos pasa por la imaginación, por muy extravagante o imposible que nos parezca. Es un ejercicio de libertad.

Esta es una primera fase de construir sueños. Si nos quedamos aquí y no vinculamos el producto de nuestra primera creatividad con nuestros recursos y potencial, será muy difícil poder materializar ese sueño. Necesitamos crear los caminos que unan lo imaginable con lo posible.

Esos caminos están llenos de ingredientes muy potentes que son los que darán forma a nuestro proyecto. Esos ingredientes están en nuestra personalidad, nuestra experiencia, nuestros conocimientos, nuestras relaciones… En definitiva, en lo que ya somos.

Nuestra imaginación, nuestra creatividad y nuestra capacidad de lograr un objetivo o un sueño, ya son parte de nosotros mismos. Una buena utilización de eso que somos nos conducirá a la satisfacción y al éxito.

Por qué pueden fallar mis proyectos?

La frustración es muy frecuente en conductas poco ‘maduras’ o muy irrealistas. Es un mecanismo más complejo del que se suele pensar. Puede ser producto de un exceso o un defecto de confianza en nuestras capacidades. La devaluación de las habilidades propias, pero también y, paradójicamente, una visión exageradamente positiva de esas habilidades, nos pueden llevar a conductas irrealistas.

La falta de realismo muchas veces tiene origen en el miedo. Miedo a no ser capaces de afrontar los contratiempos que surgen por el camino. Es decir, falta de confianza en uno mismo. Este miedo está muy vinculado con la huida, la evitación y el auto engaño. En estas huidas ‘mentales’ y también físicas, la persona es prisionera de su dialogo interior. Un diálogo interior en el que la desconfianza y las dudas sobre las propias capacidades están presentes y guían las decisiones y la conducta.

Por otra parte, el exceso de confianza en nuestros recursos puede producirse por una falta de conciencia de uno mismo, por una visión idealizada, poco fundamentada y que se aleja de uno mismo. En el exceso de confianza también hay huida. La persona huye de la aceptación de sí misma, huye de lo que quizás considera ‘mediocre’ o valora de una forma negativa. Así que su huida consiste en la idealización. Esa idealización le lleva a veces a acometer proyectos para los que no está preparado. También le lleva a no prepararse adecuadamente para realizar un proyecto que estaría a su alcance si tomara conciencia de su realidad y sus necesidades.

En definitiva, parece que en ambos casos hay un componente de miedo. El miedo puede ser útil si es puntual y se ajusta a un hecho real. El miedo es un mal compañero de viaje si nos limita e impide que exploremos nuestra personalidad de un modo realista y con plena conciencia y aceptación.

Quizás el mayor proyecto que una persona puede tener en la vida es tomar plena conciencia de quién es y qué necesita. Cualquier otro proyecto en la vida, para que resulte satisfactorio y produzca ajuste, equilibrio y coherencia, depende de que no se traicionen los rasgos de esa la personalidad. Es decir, que las decisiones y pasos que demos tengan en cuenta nuestra personalidad.

Auto estima y aceptación

Esto no quiere decir que seamos prisioneros de nuestra personalidad. Aunque habitamos en ella y por eso necesitamos tenerla en consideración para emprender cualquier proyecto, es cierto que podemos trabajarla para ensanchar nuestros límites y superar las dificultades o problemas que nos pueden estar acarreando.

Este trabajo tiene sus fundamentos y su procedimiento, por más que cada cual lo pueda emprender a su modo. El primer fundamento es la aceptación. Aceptarnos es el único modo de comenzar un cambio o una mejora que puedan ser sólidos, eficaces y realistas.

Para aceptarnos es necesario aprender a vernos sin temor, sin rechazo, sin vergüenza, sin idealización, sin autoengaños. Ahí radica el comienzo de la sana autoestima.

Muchas personas creen que la autoestima depende de lo que logremos. Esa es una visión muy poco realista de la autoestima. Estimarnos sin condiciones es la primera condición para estimarnos sanamente!

No nos queremos más cuantas más cosas logramos. Logramos más cuanto más nos queremos. Nos queremos más cuanto más nos conocemos y aceptamos. Aceptarnos significa ser capaces de potenciar todo lo que es sano, útil, eficaz, placentero y satisfactorio en nuestra personalidad.

Para muchas personas, este equilibrio (la ausencia de desconfianza o de excesiva confianza) es el primer proyecto que necesitan afrontar para poder plantear otros proyectos con éxito. Ambos trabajos se pueden hacer de forma simultánea.

Cualquier proyecto para el nuevo año, conviene que esté diseñado sobre estas bases para lograr el mayor rendimiento de nuestras capacidades al mismo tiempo que alcanzamos bienestar, ilusión, motivación y satisfacción plena.

Objetivos y sueños

Os animo a iniciar o continuar un trabajo personal intenso y eficaz que multiplicará vuestras posibilidades de combinar logro y bienestar pleno.

Si vuestras decisiones os dan miedo;

Si las dudas os generan ansiedad o frustración;

Si queréis mejorar;

Si necesitáis superar el malestar, dolor o tristeza;

Si os proponéis un proyecto importante y deseáis abordarlo con los pies sobre la tierra y con el máximo de creatividad;

Si buscáis soluciones a vuestros problemas actuales;

Si no dais con la clave de vuestro bloqueo o dificultad;

Si estáis ante una barrera que no conseguís desmontar…

Empezad por un intenso y eficaz trabajo personal, que os ayudará a veros, definiros y encontrar vuestras verdaderas necesidades y recursos. A partir de esa claridad, podréis emprender cualquier otro proyecto de forma realista, esperanzadora y satisfactoria.

Acompañamiento profesional

Estoy a vuestra disposición para acompañaros en este tramo del camino. Os ofrezco una serie de recursos, estrategias y herramientas para ayudaros a que logréis vuestro sueño:

Escucha activa, respetuosa y no directiva

Definición de necesidades

Análisis y evaluación concreta de objetivos

Planificación del afrontamiento

Diseño de tareas específicas

Entrenamiento en auto instrucciones sanas y eficaces

Etc.

A lo largo del trabajo, incorporaréis estas ‘herramientas’ para poder utilizarlas vosotros mismos en éste y otros proyectos vitales futuros. 0

Los atajos

Pueden desviarnos de nuestros objetivos

Cada letra contribuye a la palabra, del mismo modo que cada paso contribuye a la meta.

Alcanzar y disfrutar de una plena satisfacción requiere dar los pasos necesarios para lograr nuestros objetivos y adoptar la actitud adecuada en cada momento.

Objetivos, proyectos, dietas, logros, metas, cambios, aprendizaje… son, sobre todo, procesos. Procesos que metafóricamente podemos entender como ‘viajes’ o ‘senderos’ que recorremos durante un tiempo.

Hay atajos pero si cogemos un atajo estamos dando prioridad a reducir la duración del proceso y no a otras cualidades y características del mismo o al desarrollo de habilidades nuestras.  En un viaje esto equivaldría, quizás, a llegar estresados. En una actividad de senderismo, equivaldría a menos horas de ejercicio, o tal vez a perderme una vista excepcional o disfrutar de un riachuelo que no está en el atajo. El resultado final nunca podrá ser el mismo porque el camino que escoja forma parte de la meta, siempre.

Dejando las metáforas y volviendo a lo concreto, si quiero, por ejemplo, auto regular una conducta de exceso de alimentación, puedo optar por una medicación junto con una dieta severa de choque y lograr perder mucho peso u otro objetivo en  1 mes. Sin embargo, al tener un ingrediente cortoplacista, y ser una dieta excesivamente severa, dificulto la creación de un hábito (1 mes no es suficiente para incorporar nuevos hábitos de forma sólida) y puedo estar generando un efecto rebote, además de algún cambio hormonal demasiado rápido que me provoque malestar y que me dificulte un proceso más sano y estable.

Otro ejemplo, sería la superación de dificultades o disfunciones sexuales. Los atajos o las vías rápidas no van a producirnos el resultado deseado. No es lo mismo aprender a controlar la eyaculación o aprender a tener orgasmos que tomarnos una medicación que nos provoque un bloqueo o un desbloqueo fisiológico. El grado de satisfacción no va a ser el mismo, tampoco el placer, la intensidad ni la confianza en nuestra capacidad y habilidades.

Por otra parte, hay cambios que puedo planificar en fases si considero que el objetivo final es demasiado ambicioso, difícil o esforzado para mi realidad actual. Planificar en fases significa que voy alcanzando logros satisfactorios, estimulantes y que me darán confianza. Las fases no son atajos porque transito por todos los elementos que componen el proceso.

¿Cuántas veces hemos deseado hacer algo pero no hemos tenido el  ánimo de empezarlo?

¿Cuántas veces hemos analizado y evaluado de forma racional y funcional un objetivo y proyecto personal antes de iniciarlo?

¿Cuántas veces hemos empezado algún proyecto y lo hemos dejado a medias?

¿Cuáles son los proyectos que más nos cuestan y que no hemos logrado?

¿Hemos evaluado de forma racional cuáles han sido los factores personales -que sólo dependen de nosotros- que han determinado no haberlos logrado?

Cualquier propósito y objetivo que nos proponemos necesita de una inversión de tiempo, esfuerzo y método: Si deseamos aprender un idioma; si queremos obtener un título universitario; si deseamos mejorar nuestro estado físico; si queremos aprender a regular ciertas conductas o reacciones (enfados, eyaculación, tristeza, impulsos); si nos hemos propuesto cambiar de trabajo; etc.

En realidad, en casi todos los objetivos que nos marcamos existen algunos elementos comunes que conviene conocer:

  • Es un cambio en mi vida. Todo cambio persigue satisfacer algo. Conviene conocer qué espero del cambio y qué significa para mí.
  • Conviene saber cómo influirá en mi vida. El cambio puede ser de mayor o menor trascendencia pero un cambio que probablemente influirá en otros ámbitos de mi vida, personalidad y relaciones.
  • Voy a necesitar un periodo de mentalización para prepararme y concienciarme de mi implicación y compromiso.
  • Necesitaré informarme bien y ser realista respecto a lo que ese cambio va a demandar de mi
  • Ese cambio, va a suponer un esfuerzo y periodo de adaptación, previo, simultáneo y/o posterior a lograr mi objetivo.
  • Yo lidero ese cambio. El cambio va a depender, principalmente de mí. Puede que haya otras personas involucradas pero quién dirige y lidera ese cambio soy yo.
  • Habrá luces y sombras, no hay nada perfecto. He de identificar aquello que para mí es prioritario y evaluar si me compensa el esfuerzo y lo que menos me agrada de ese cambio.

Estos elementos comunes están presentes en cualquier cambio. La única manera de lograr cambios sólidos, permanentes y satisfactorios es responsabilizarme desde el principio hasta el fin, siendo realista, manteniendo la motivación siempre y teniendo presentes las razones que me han llevado a tomar la decisión de llevar a cabo ese proyecto u objetivo.

Tener presentes estos elementos comunes y darles respuesta adecuada significa ir paso a paso. Significa atender a todos los requisitos de un cambio significativo y satisfactorio.

¿Estoy dispuesto/a a invertir tiempo? ¿Cuánto tiempo se necesita? ¿Es realista mi disponibilidad para el objetivo que me he marcado?

¿Tengo la disciplina necesaria para mantener en el tiempo mi decisión y las actitudes/conductas  necesarias para lograrlo? O necesito entrenar de un modo específico la disciplina y el compromiso para poder llevarlo a cabo.

¿Cómo reacciono a la frustración o a los contratiempos? Tengo serenidad, confianza y capacidad de evaluación racional o me enfado y vengo abajo a la primera… Quizás necesito entrenar estas habilidades.

¿He contemplado otras alternativas más viables? ¿soy flexible con la demanda y modificaciones que el proyecto me va planteando?

¿Cuento con mis habilidades reales para producir el cambio o me fijo en modelos ajenos a mí?

¿Mi actitud es relajada, comprometida, rigurosa, honesta y responsable? Si siento ansiedad o exceso de estrés, temores o deposito mi éxito para este proyecto en circunstancias externas, quizás me conviene revisar primero las actitudes previas.

Hemos visto que los atajos nos llevan a otros lugares o a lograr cosas distintas de las que podemos obtener si seguimos la ruta completa.

Podemos optar por un atajo, siempre que no nos engañemos y sepamos que estamos cambiando el objetivo.  De ese modo, no sentiremos frustración cuando al final no obtengamos lo que inicialmente habíamos previsto.

El autoengaño solo nos lleva a posponer (procastinación) las decisiones, acciones y actitudes necesarias para el logro de nuestros objetivos. Nos lleva a reducir la confianza en nuestra capacidad para planificar y lograr cosas. También nos conduce a la insatisfacción personal y quizás a no disfrutar de las relaciones con otras personas de forma plena.

Por lo tanto, para lograr objetivos o proyectos de forma satisfactoria, conviene seguir unas reglas básicas.

  • Ir paso a paso
  • Aprender a disfrutar de cada paso, dando significado y sentido a lo que estamos haciendo
  • Aprovechar el camino para desarrollar nuestras habilidades: paciencia, confianza, serenidad, racionalidad, disciplina, tesón, realismo…
  • Promover siempre la motivación, el optimismo-realista y la alegría por lo que estamos haciendo.

Huída

Quiero hablar de la tendencia a huir de uno mismo. En nuestras vidas, la huída se puede convertir en un viaje circular donde la madurez queda siempre pendiente.

Hay personas que confunden la madurez con ‘ser viejos’. Para nada es esto cierto. Se puede ser un anciano inmaduro, lo que puede dar lugar a situaciones muy molestas, incómodas, difíciles y disfuncionales para el propio y ajenos. Al contrario, se puede ser anciano y tener un espíritu muy joven siendo maduro (realista, responsable, comprometido, coherente, disciplinado, proactivo, funcional…).

La madurez produce energía, alegría, equilibrio y bienestar  a corto, medio y largo plazo. La inmadurez es disfuncional siendo joven o siendo mayor.

La madurez pasa por conocerme, aceptarme y responsabilizarme de mis conductas. Esa responsabilidad consiste también en tratar de mejorarlas. Tenemos toda una vida para entrenar una conducta funcional. Es responsabilidad de cada uno hacer el trabajo necesario para ello.

Cuando cometemos el mismo error una y otra vez, lo más probable es que no nos hayamos parado a identificar con realismo la causa de ese error, nuestra responsabilidad en el proceso ni el modo de entrenar una conducta más eficaz para evitarlo. Quizás no somos conscientes del error, quizás echamos balones fuera, quizás no somos capaces de mirar en nuestro interior.

La ausencia de realismo y de valentía a la hora de señalar con claridad nuestros errores y la responsabilidad que tenemos en ellos, puede causar la repetición de los mismos errores y la perpetuación de esa conducta disfuncional.

Por otra parte, si no abordamos con honestidad esa responsabilidad en las conductas erróneas, el resultado suele ser que experimentemos un malestar más continuo o que desarrollamos una actitud muy poco adaptada a la vida social.

El afrontamiento consiste en dos acciones: Introspección (insight) y cambio.

  • La primera consiste en tomar conciencia de que tenemos un papel en el error que hemos cometido y que nuestro trabajo es tratar de identificar cómo provocamos ese error. Este trabajo es una evaluación sincera y a veces dolorosa pero liberadora y que nos hace crecer (madurar).
  • La segunda acción es elaborar un plan de entrenamiento para poner en práctica conductas que combatan ese tipo de hábitos o acciones erróneas. Se trata de diseñar el procedimiento sano y llevarlo a cabo diariamente si es posible. Es un trabajo cognitivo y conductual.

El afrontamiento no consiste en culpabilizarnos, consiste en responsabilizarnos y rectificar. La culpabilidad (ética o moral), distinta de la legal, solo es aplicable cuando estamos realizando un acto a sabiendas de que lo que hacemos es erróneo y podríamos haberlo evitarlo. Muchos de nuestros actos erróneos en la vida cotidiana no son punibles legalmente porque  socialmente no se consideran trascendentes o perjudiciales (eso cambia con los tiempos y las sociedades)  ni tampoco son producto de la culpabilidad porque no los realizamos de forma consciente.

Hay varios ejemplos de conductas que pueden ser erróneas, sobre todo para uno mismo, sin ser ni culpables ni punibles. Claro que pueden afectar también al entorno. La procastinación; el negativismo; la crítica hacia los demás; exceso de auto exigencia; actitud excesivamente lúdica; la baja autoestima; irrealismo o fantaseo; incoherencia; necesidad de reconocimiento; impulsividad; distracción; hipocondría; desidia; pueden ser algunos ejemplos.

Estas actitudes y conductas nos llevan a situaciones problemáticas que podríamos evitar si tomamos cartas en el asunto, es decir si afrontamos nuestra responsabilidad en ellas. La variedad de consecuencias que provocan estas actitudes es amplia: desde no lograr objetivos importantes para nuestra satisfacción y bienestar; problemas en las relaciones con otros; pasando por el consumo excesivo y/o la adicción; hasta provocarnos ansiedad, depresión o enfermedades psicosomáticas (úlceras, sobrepeso, sedentarismo, neuropatías, desequilibrios hormonales…) Estos serían algunos ejemplos.

Muchas veces creemos que huir de nosotros mismos, evitando mirar en nuestro interior, nos ayudará a escapar de la situación y no sentir el malestar que produce tomar conciencia de que cometemos errores y que tenemos una responsabilidad en la conducta que originamos.

Lo que origina esta falta de realismo y afrontamiento suele estar anclado en una educación muy poco funcional. Por un lado la educación en culpabilidad en vez de en responsabilidad. Por otro lado, asociar la toma de conciencia de nuestro papel en el error con un sentimiento de malestar y de rechazo hacia uno mismo. Por último la práctica del castigo.

Estas prácticas educativas, son también erróneas desde mi punto de vista. Si queremos que nuestros niños/as aprendan a ser responsables y a mirar en su interior sin miedo o sin vergüenza y rechazo, es conveniente que les entrenemos a ver los errores como algo humano y reparable a lo que hay que asignar un peso proporcionado de responsabilidad, utilizando una escala sana.

También conviene que aprendamos a valorar como algo muy positivo, conveniente y funcional el acto de reconocer un error y de analizarlo y evaluar la responsabilidad de uno mismo. Desde luego, conviene valorar esta actitud responsable diez veces más que lo que valoramos el error en el sentido negativo.

Por lo tanto, una vez que somos adultos, para lograr afrontar los errores propios es importante dar prioridad al sentimiento de responsabilidad por encima de cualquier otro (culpa, vergüenza, rechazo, pudor..). Responsabilidad con los compromisos, responsabilidad con el entorno, responsabilidad con los valores y principios sociales/culturales, responsabilidad con el propio bienestar….

Por otra parte, en un segundo plano de prioridad, también es conveniente dimensionar el sentimiento de arrepentimiento, vergüenza y/o rechazo que suele asociarse. Insisto en que es más importante tomar conciencia de la responsabilidad y el compromiso pero aún así, también pueden aparecer otros sentimientos como la vergüenza o el rechazo… Para dimensionar estos sentimientos, es importante que utilicemos una escala equilibrada, funcional y proporcionada. No conviene poner el grito en el cielo por la mínima distracción ni tampoco dejar pasar permisivamente una conducta muy disfuncional o inaceptable. La escala debe ser ajustada. Dicho de otro modo, no puedo colocar en el mismo nivel de la escala mi manía de criticar a las personas y tocar el timbre de un vecino por confusión.

Así que el primer paso es dimensionar. El segundo paso es aceptarme como soy. Quizás eso implica eliminar mi miedo a no quererme porque el hecho de verme tal como soy me conduce a un juicio exagerado y negativo de mi persona. Quizás implica no verme perfecto y ser un poco más humilde. Quizás implica que me importe menos el juicio de los demás sobre mi persona y desarrolle mi autonomía emocional.

En cualquiera de estos casos, la introspección, esa mirada a mi interior, es necesaria y conviene que la hagamos con las herramientas emocionales y cognitivas adecuadas. Es decir, por un lado aplicando el afecto hacia nosotros mismos y por otro lado con racionalidad para evaluar de un modo objetivo y funcional. De modo que al final nos trataremos de forma considerada y tolerante pero responsable y eficaz.

El camino del afrontamiento no tiene límites, no tiene caducidad pero reporta mucho bienestar, confianza en uno mismo y serenidad. Aprender a afrontar nuestros rasgos de personalidad, aceptarlos y al mismo tiempo trabajar todo aquello que nos está resultando inapropiado o inadaptado a nuestras necesidades o a las relaciones con los demás, es un proceso inagotable. Yo diría que es parte del sentido que tiene nuestra vida.

Podemos quedarnos quietos, inmóviles, pensando que todo está hecho y que ‘somos así’ aunque con ello no  logremos el bienestar que deseamos, o bien podemos aceptarnos y querernos tal como somos, al tiempo que ponemos manos a la obra para dotar de vitalidad y compromiso nuestra existencia.

 

 

Sana autoestima

Confundimos lo esencial con lo accesorio

La vida social puede ser tomada como un juego o puede convertirse en una trampa de gran efecto negativo para nuestro bienestar.

Sin querer o queriendo nos educan para lograr estudios, posición, poder, influencia, relaciones, éxito, ingresos, habilidades, conocimientos, pericia, destreza… Todas, absolutamente todas esas aptitudes o condiciones, son accesorias, son parte de las herramientas e ingredientes que nos van a servir para jugar el juego social.

El juego social cambia de una cultura a otra, cambia también de una época a otra. El juego social, y sus reglas y condiciones, son escenarios que nos orientan y configuran nuestro medio ambiente. En ese sentido, es conveniente que aprendamos el juego y desarrollemos las aptitudes más funcionales para sobrevivir en ese medio con sus escenarios correspondientes.

Cuantas más aptitudes y más recursos sociales tengamos, mayor será nuestra capacidad de adaptación al medio. También podremos utilizar mejor los recursos y movernos con más eficacia en el entorno. En este sentido, podremos evaluarnos y decidir qué nivel de destrezas hemos alcanzado en el juego social. Nada de esto tiene que ver con la autoestima. Todo esto tiene que ver con las habilidades sociales, cognitivas, emocionales o físicas. Pero las habilidades no tienen que ver con la autoestima.

Sin embargo, debido a los mensajes ambiguos y erróneos de nuestra socialización, muchas personas se confunden y creen que el juego es, en realidad, su identidad y que son lo que logran, las habilidades que desarrollan, los recursos que tienen o consiguen, los éxitos que alcanzan o lo que poseen.  De ahí que su autoestima esté en función de la imagen que de sí mismo tienen respecto a sus logros. De ahí que esté dañada, desorientada y mal fundamentada.

La autoestima no pude basarse en lo que logramos, que al fin y al cabo es accesorio. Lo que logramos es externo a nosotros aunque dependa de lo que somos. La autoestima es la capacidad de amarnos, de aceptarnos tal y como somos, sin necesidad de adornos, logros o accesorios.

Sé que este concepto de autoestima es muy difícil de aceptar, sobre todo en una sociedad que está tan influida por los valores de la competitividad y el éxito social.

En realidad, si tuviéramos una sana autoestima, esta sería absolutamente independiente de todo lo accesorio, sería la capacidad de estimarnos, respetarnos, cuidarnos, protegernos y tenernos cariño y consideración por el mero hecho de estar vivos, respirar, sentir, pensar, amar y compartir. Esa es la verdadera autoestima, la que se centra y alimenta de la esencia del ser, sin más.

La sana autoestima es el afecto por uno mismo en la más absoluta desnudez, aceptando todo lo que somos y lo que no somos y no tenemos, porque la verdadera estima es aquella que no se queda en la imagen, lo accesorio, lo superficial o lo pasajero. La verdadera estima o afecto consiste en desplegar el cariño y el respeto por el ser vivo que soy.

Estimar es distinto de gustar, atraer, admirar… Podemos estimar a alguien sin necesidad de que nos parezca admirable o de que nos resulte atractivo o interesante. La estima es un sentimiento propio, por uno mismo o por los demás, que no tiene tanto que ver con lo accesorio sino con la capacidad de desarrollar y manifestar afecto por lo más sustantivo.

Podemos estimar a un sin techo a pesar de que no reúna ninguno de los requisitos sociales para encajar o resultar atractivo. Esa estima nace de la consideración y del afecto. Nace de saberlo humano/vivo y de comprender inmediatamente que su capacidad para ser respetado no depende de su posición social, sino de tener igual derecho que yo o cualquiera a vivir o sobrevivir.

Sé de sobra que muchísimas personas no comparten esta forma de entender la autoestima y la estima por otra persona. Es por lo que muchas personas, hoy en día, padecen problemas serios de autoestima. Esa confusión entre el afecto y la admiración es notable en los problemas de autoestima.

La autoestima es la base del bienestar y del respeto hacia uno mismo. La autoestima es la clave de la autonomía emocional y de la libertad para elegir, decidir y construir alrededor de ese bienestar. La autoestima nos protege de las demandas externas, nos protege de las dependencias emocionales y nos sitúa en una posición muy sana para comprender qué es lo que necesitamos y cómo lo podemos conseguir o con quién lo podemos compartir.

Las necesidades no forman parte de la autoestima, forman parte de la construcción del bienestar desde la autoestima: me doy derecho a necesitar esto o lo otro y voy a tratar de conseguirlo. Me doy derecho porque me quiero (me estimo) y respeto mis necesidades.

La sana autoestima vigila por nuestra salud psicológica, social y física. Lo hace porque permite que desde ese respeto nos escuchemos, miremos sin prejuicios y sin clichés en nuestro interior y descubramos lo que realmente nos interesa o conviene, sin importar qué es lo que se espera de mi, qué debo hacer o qué se supone que tendría que hacer en estas circunstancias. Una sana autoestima es una forma de preservar lo más esencial de mi ser y de cuidar mi derecho a vivir sin más.

El resto, es todo accesorio. Me diréis que son accesorios muy necesarios. Sí, lo son para jugar el juego social, para divertirnos, para entretenernos, para lograr cosas y disfrutarlas, para relacionarnos, para obtener cosas materiales… Pero no lo son para tener bienestar sólido y profundo. El bienestar sólido y profundo radica en amar y respetar lo más esencial, que es mi vida, mi existencia como ser vivo, nada más. Ese bienestar es sólido porque no depende de las circunstancias, porque es ajeno a los vaivenes de la vida y a los adornos que cuelgan de ella en depende qué circunstancias.

Desde esta sana autoestima, podrán venir bien o mal dadas, podré ser mejor o peor persona, más o menos aceptado, podré tener mejores o peores condiciones sociales (profesionales, económicas…), podré lograr o no lo que me proponga, podré sentir más o menos frustración, podré sentir dolor porque no me quieran, podré estar más o menos triste porque algo no funciona como me gustaría… Pero, lo más importante, que está por encima de todo eso, seguiré queriéndome, seguiré prestando atención a cuidarme e interesarme por mí; seguiré disfrutando de estar vivo, de pensar, de sentir, de reírme…

Aceptación vs conformidad

La aceptación ni aprueba ni desaprueba, no da ningún consentimiento, ni implica conformidad. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

La conformidad, por el contrario, sí aprueba el hecho, manifiesta su acuerdo con la propuesta, comparte los presupuestos y da su consentimiento para que se realice y, por lo tanto, para participar de lo que acaece;  implicándose en la acción y en la responsabilidad de lo acaecido, cualquiera que sea la medida de implicación y acción.

La conformidad nos implica como artífices, creadores, mediadores, intermediarios, seguidores, mecenas, desarrolladores… La aceptación nos puede implicar como víctimas.

Creo, por lo tanto, que entre ambos conceptos existen diferencias notables que conviene tener en cuenta cuando tratamos de identificar, definir y juzgar actitudes y conductas en los casos de agresión sexual, violación o abuso.

Ante una situación de auténtico riesgo – donde podemos intuir que nuestra vida corre peligro o percibimos consecuencias graves para nuestra salud e integridad- es muy probable que la actitud realista sea el recurso cognitivo y emocional más sensato y sabio a utilizar. La actitud realista es la aceptación de la situación tal cual es y el afrontamiento con la mejor de nuestras capacidades. Esta aceptación  no implica, ni mucho menos, conformidad.

La aceptación de la realidad nos lleva a valorar y evaluar el peligro, su magnitud, el riesgo que corremos y los recursos que tenemos para escapar con el menor daño posible. Cuantos menos recursos tengamos, más indefensos nos sentiremos. Aún siendo este último el caso, la actitud realista (la aceptación de la realidad y su afrontamiento) nos llevará a identificar y utilizar sensatamente esos recursos de los que podemos echar mano, por muy pequeños e insignificantes que sean.

Con frecuencia, si rápidamente evaluamos que no hay escapatoria posible o probable, y no disponemos de otros recursos para enfrentarnos con éxito ante la agresión, el recurso más eficaz es la mal llamada ‘pasividad’. Esta ‘pasividad’ es  una actitud proactiva consciente (auto regulada), o una conducta instintiva (automática), de bloqueo de cualquier respuesta defensiva. Si intuimos o conocemos que la utilización de una respuesta defensiva-ofensiva puede provocar más agresividad y violencia en quien/es nos agreden, o bien desconocemos y/o no podemos controlar al agresor o agresores, la respuesta de bloqueo y por lo tanto de sometimiento, puede ser el único recurso sensato disponible.

Este recurso es la aceptación, pero en ningún caso es la conformidad. En ningún caso se ha dado el consentimiento explícito, necesario e ineludible, para que se produzca el abuso, la agresión y la violación. No se está de acuerdo con lo que se está produciendo. No se participa ni emocional ni intelectualmente con los hechos que se están llevando a cabo. Sólo se acepta la situación y se afronta con los recursos disponibles.

Esa aceptación implica que somos conscientes del peligro y de nuestras posibilidades ante la misma. Lo que nos lleva a la aceptación y afrontamiento no defensivo en una situación o escenario violento es que intuimos que en esa aceptación está nuestra posibilidad de correr el menor riesgo posible.

La aceptación no es conformidad, si por conformidad entendemos aprobar el hecho, estar de acuerdo, compartirlo, dar nuestro consentimiento y participar de lo que acaece implicándonos en la acción y en la responsabilidad de lo acaecido. Cuando estamos conformes, nos sumamos a una propuesta, principio, acción o situación, mientras que la aceptación  no conlleva aprobación ni conformidad.

La conformidad nos implica como artífices, creadores, mediadores, intermediarios, seguidores, mecenas, desarrolladores… La aceptación solo implica realismo y afrontamiento. En el afrontamiento podemos activar unos u otros recursos, en función de qué consideremos más eficaz (probable, posible, útil..) para gestionar la situación. Nosotros no hemos creado la situación, no la deseamos, no la apoyamos ni la sufragamos.

El afrontamiento tras la aceptación puede conducir a la revolución,  puede llevarnos a la meditación, a convertirnos en eremitas o a implicarnos de lleno en un sistema para cambiarlo desde dentro. La aceptación ni aprueba ni desaprueba, no da ningún consentimiento. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

Lo curioso de nuestras leyes y también de la interpretación (votos particulares) que realizan los/las jueces de ellas, es que demasiadas veces parecen proteger al más fuerte. Si no protestamos y optamos por el sometimiento (como es el caso de la chica en el juicio de ‘la manada’) porque se interpreta en el voto particular que no ha habido agresión puesto que no hay actitud de negativa o defensa visible.

El agresor, el verdugo, el violento y quien lo defiende, juzga  o interpreta, no pueden utilizar la indefensión física de la persona a la que se agrede o juzga  como eximente o como prueba eximente de la conducta de agresión o violación.

En otro artículo hablo de la falta de conocimiento sobre la sexualidad de la mujer que revelan algunas de las afirmaciones vertidas en el voto particular de este juez. A este desconocimiento, también se le suma la falta de comprensión sobre el funcionamiento psicológico en ese tipo de situaciones. Muchos psicólogos y psiquiatras lo hemos aclarado. Espero que se revise esta sentencia en la línea que estamos planteando y que daría lugar a una sentencia de agresión con violación (sea ésta cual sea en la actualidad).

La indefensión que se produce ante la superioridad física y numérica lleva a una agresión directa, implícita, a la integridad psicológica de la persona. No es necesario que ni siquiera exista una agresión física o un abuso físico para que exista esa agresión a la integridad psicológica. Se puede menoscabar la integridad psicológica de la persona por medio de escenarios evocadores, significativos y cargados de connotaciones violentas o de peligro. Cuando la chica entra al portal con ‘la manada’ y empieza a comprender las verdaderas intenciones de los ‘abusadores’, ahí es cuando se produce la intimidación y la agresión a la integridad psicológica. Ahí es cuando el escenario que hasta ese momento era inofensivo, comienza a adquirir significados de peligro y potencial daño, ahí es cuando la chica comienza a aceptar la situación real y a adoptar la actitud de sometimiento.

¿Ha consentido con las verdaderas intenciones de los abusadores? No

¿Ha aprobado la conducta de los abusadores? No

¿Ha creado, participado o contribuido a construir el escenario real que sí tenían previsto los abusadores? No

La indefensión que se produce en el caso de los niños que sufren abuso sexual es también una agresión a su integridad psicológica, además de serlo a su integridad física. Las secuelas para un niño son terribles y gravísimas. Además de la situación en tiempo presente, que puede ser reiterativa, si se sufre este tipo de abusos (agresiones a la integridad psicológica y física) el niño o la niña pueden desarrollar lo que denominamos indefensión aprendida. Este aprendizaje se puede convertir en un hábito aunque se hayan producido muy pocas agresiones/abusos. Sin embargo, liberar al niño/a de ese hábito y de sus secuelas y consecuencias, es muy difícil y laborioso, cuando se logra.

Las penas y responsabilidades de los abusadores de niños tendrían que ser permanentes (en forma de prisión, trabajos para la sociedad, rehabilitación, etc.) No hay nada más grave que atentar, robar y destrozar  la inocencia  de la infancia.

Las posibles respuestas que adoptan las víctimas como medio de afrontamiento nunca pueden ser los fundamentos de la definición del delito. En todo caso serán motivo de estudio en el campo de la psicología, la psiquiatría, la filosofía, la sociología o bien la asistencia social. Las leyes deben proteger a los inocentes. Nunca pueden ser considerados inocentes aquellos que muestran ese tipo de intenciones y conductas reiteradas en las redes sociales.

Con independencia de la respuesta de afrontamiento adoptada, el delito ha de estar fundamentado en la realidad no en la interpretación subjetiva de un juez sin conocimientos sobre el tema. La realidad actual implica las teorías que la ciencia psicológica ha desarrollado a través de la investigación y estudio. Para adoptar una sentencia en este campo, es imprescindible que se disponga de una actualización de las leyes y de los conocimientos de quienes las aplican.

Espejismos

Lo que no es real ni posible es un espejismo.

Un espejismo siempre está en el horizonte.

El espejismo es mental y no forma parte del paisaje de esa realidad en tiempo presente ni como posibilidad.

El espejismo es un fenómeno que se suele producir en terreno  ‘desértico’, como vivencia y como metáfora.

“Lucky” da título a una película[1] hermosa, realista, llena de ternura y sabiduría, que está estos días en cartelera. Tras una lograda sencillez hay una notable reflexión para lograr el bienestar y superar el sufrimiento, la frustración o el enfado: La aceptación de la realidad.

En el caso de Lucky, el protagonista de la película, su realidad es que nota cómo se aproxima a la temida despedida de la vida.

Lucky accederá en su vida cotidiana al significado profundo de los conceptos “realismo” y “realista”.  Partiendo de una nada casual definición extraída del diccionario, el protagonista cae en la cuenta de que el realismo existe, que no es un mero concepto intelectual,  y a partir de esa epifanía, el realismo y la conducta realista se convertirán muy conscientemente en objetivos de su comprensión.

El diccionario parece ser una metáfora de la relación entre los conceptos y la realidad. A veces, comprender bien y en detalle el significado de un concepto, nos hace captar, caer en la cuenta de algo y comprender  la realidad a la que se refiere.  El diccionario parece ser una metáfora de conocimiento, algo así como la entrada a la toma de conciencia, accesible a todos. Parece serlo por el papel que juega en su vida (aficionado a los crucigramas) y también por el lugar físico que ocupa en la estancia.

Ese cambio de perspectiva, debido a esa “iluminación” tan humilde pero trascendente,  dará lugar a que aproveche las ocasiones que le brinda la vida -igual de cotidiana y sencilla que siempre- para escuchar de otro modo, ver con otra mirada, empaparse, entender y profundizar en su comprensión; convirtiendo el realismo y la aceptación en gratos compañeros que le reportaran  sabiduría y paz.

El realismo es un modo de ver e interpretar el mundo basado en hechos y en lo que es posible, en lugar de basarlo en sucesos improbables. Así mismo, ser realista es la habilidad para afrontar y aceptar las cosas tal como son de hecho, tomando decisiones basadas en lo más probable y no en lo improbable. Esta definición es con la que reflexionará y trabajará Lucky.

Cuando el protagonista comprende que la aceptación le permite vivir esa etapa de la vida sin sufrimiento (aunque pueda haber dolor o tristeza), entonces se permite liberar y superar el miedo, así como la frustración y el enfado. Eso le lleva a seguir su vida cotidiana siendo capaz de sonreír mientras toma decisiones que le provocan bienestar y satisfacción, acercándole a un grado máximo de libertad y fidelidad a sus principios, en equilibrio con el respeto y afecto por los demás. Esa aceptación le aleja del conflicto interior y del malestar que las contrariedades le generaban.

La aceptación no es conformidad, si por conformidad entendemos dejar nuestra responsabilidad en manos del destino o de otros. La aceptación incluye seguir activos en construir nuestro presente de forma sana y coherente con nuestros principios y valores. La conformidad podría significar que nos sumamos a una propuesta, principio o situación, mientras que la aceptación  implica realismo y también activar todos los recursos y habilidades para afrontar esa realidad que nos ha tocado vivir. La aceptación de la realidad puede conducir a la revolución,  puede llevarnos a la meditación, a convertirnos en eremitas o a implicarnos de lleno en un sistema para cambiarlo desde dentro. La conformidad, es la aprobación o consentimiento, entendida como acto que da su permiso para que sucedan cosas. La aceptación por sí misma no implica aprobación ni desaprobación, no da ningún consentimiento. La aceptación es afrontar las cosas tal cual son, adoptando la mejor actitud para recibirlas.

Volviendo al desierto. Lo que para unos es un desierto, para otros es un hábitat. De nuevo otra metáfora del guionista y del cineasta porque el desierto de Nuevo México es el lugar donde reside nuestro protagonista. En la primera imagen de ese desierto, aparece un galápago cruzando lenta y parsimoniosamente un camino. Otra excelente metáfora que iremos descubriendo a lo largo de la película.

En nuestra vida real, conviene saber cuál es nuestro hábitat, aprender a aceptarlo y convivir con él para afrontar lo que nos depara y también para cambiar lo que no nos guste o queramos mejorar.

¿Cuál es tu hábitat?

Si ves espejismos, trata de identificar qué parte de tu realidad es para ti un desierto

Si has visto muchos espejismos en tu vida, quizás sea el momento de cambiar tu ruta y tu destino

Si has vivido soñando con espejismos, pregúntate si entre sueño y decepción no te has olvidado de regar tu tierra y la has convertido en un desierto.

Soñar y no construir para que se produzca el sueño es tanto como sentarse a esperar que el río cambie su curso para que su caudal riegue nuestra tierra.

Soñar que seremos altos y deshacernos de nuestra ropa, no nos hará altos, nos dejará desnudos

Soñar que seremos atletas y ponernos un dorsal, no nos hará ser más veloces, nos dejará frustrados

Soñar que seremos felices y probar en otros brazos, no nos hará felices, nos dejará insatisfechos

Soñar es sano siempre que al despertar construyamos para lograr ese sueño. Soñar es sano siempre que no sustituyamos la realidad por el sueño. Soñar es sano siempre que sepamos diferenciar entre lo real y lo soñado. Soñar es sano siempre que sepamos ser felices con la realidad que ya tenemos.

No conviene confundir los espejismos con los sueños, las fantasías, la imaginación ni con las utopías.

Un sueño (en el sentido metafórico) es una idea de algo que nos gustaría que sucediera en el futuro y que podemos convertir en un  proyecto. Para hacerlo realidad, hemos de conocer los hechos y recursos, trazar un plan eficaz, trabajar duro y ser muy disciplinados, entre otras cosas. Un sueño no es sentarse a soñar, esperando que las cosas cambian para nosotros.

La utopía es la capacidad de visualizar una realidad mejor, más justa, más equilibrada… Una utopía puede nacer respecto a una idea, una situación, un sistema, una sociedad, etc. Una utopía, por definición, es inalcanzable porque una vez alcanzada deja de ser utopía. Las utopías son muy útiles para evolucionar hacia un mundo mejor.

La fantasía es la recreación de otra realidad con elementos improbables o imposibles. Tiene como función la evasión de la realidad. Puede servir como metáfora y puede servir para diversión o distracción. Sin duda, una de las películas más hermosas, en las que la utilización de la fantasía tiene plena justificación es “La vida es Bella”. El derroche de fantasía del protagonista tiene por objetivo evitar el horror y la crueldad a un menor para impedir que crezca con un trauma emocional  gravísimo, evitándole el sufrimiento del presente y las secuelas del futuro.  El protagonista sabe perfectamente donde está y qué sucede, será su profunda bondad,  dignidad, generosidad  y responsabilidad las que le lleven a construir las fantasías en las que envuelve la realidad a su hijo. Es decir, no vive un espejismo. Es realista, acepta y construye la fantasía para que su hijo afronte la situación con menos secuelas.

La imaginación es la capacidad para visualizar un escenario distinto, que puede ser la misma realidad en la que se han introducido cambios, innovaciones o mejoras. También podemos imaginar escenarios nuevos. La imaginación es una gran herramienta para crear, construir, concebir, mejorar, aprender, innovar… Es la gran compañera de la utopía y de los proyectos basados en sueños.

Los sueños y las utopías son posibles cuando aceptamos y comprendemos la realidad en la que vivimos. Son posibles cuando somos capaces de extraer el máximo de posibilidades de esa realidad. Si en ocasiones no somos capaces (somos humanos y no héroes) de aceptar y afrontar esa realidad, no confundamos las fantasías y los sueños con la realidad, aunque los utilicemos ‘ocasionalmente’ como evasión.

El mejor modo de superar esa incapacidad para aceptar la realidad es con creatividad y confianza. A veces el miedo a no ser capaces de afrontar la realidad nos lleva a anticipar el fracaso y a incrementar ese miedo, dificultando nuestros recursos reales para poder abordar la situación satisfactoriamente. La confianza en nuestros recursos y en la capacidad para aprender habilidades o para desarrollar más las que tenemos es fundamental. Esta confianza nos dará cierta tranquilidad, sosiego y nos ayudará a relativizar. Desde esta actitud podemos concebir escenarios con cambios en donde mejore nuestra posición. La creatividad nos llevará a potenciar y extraer el máximo rendimiento a nuestras capacidades y habilidades.

A veces, el cambio consiste en modificar nuestras expectativas, haciéndolas más posibles, más accesibles o asequibles, o equilibrando nuestra realidad entre el disfrute de lo que tenemos y los sueños y proyectos que nos planteamos. Apostar todo el presente a la felicidad y bienestar de un proyecto futuro es tanto como dejar de vivir ese presente. Parece difícil que escoger esa alternativa , hipotecando  el presente, nos genere la actitud y estado de ánimo necesarios para conseguir bienestar en el futuro.

Los ladrillos del presente son el edificio del futuro. Las emociones y sentimientos de hoy, constituirán la estructura emocional de mañana. Difícil será que la tristeza, la frustración, la envidia, el enfado, la añoranza, el irrealismo, la subjetividad… de hoy, nos conduzcan a una estructura de bienestar mañana.

[1] Fecha de estreno 4 de mayo de 2018 (1h 28min) ; Dirigida por John Carroll Lynch

Reparto Harry Dean Stanton, David Lynch, Ron Livingston más

País EE.UU.

 

La metáfora como terapia, y la utopía como meta.

Este tema de reflexión me ha surgido después de leer por segunda vez un excelente libro que Celín Cebrián, su autor,  tuvo la amabilidad de obsequiarme hace algunos años. Su título es “Viñetas Cloaquenses” (2011).

Me parece muy interesante porque el autor utiliza la metáfora como el principal recurso del protagonista para sobrevivir, caminar, avanzar y poder alcanzar su personal utopía.  Una metáfora en la que cabe todo el realismo social  y que el protagonista quiere (necesita) dejar atrás y superar,  aunque para ello tenga que transitar o andar de puntillas por el rincón más ingrato de esa realidad.

La metáfora es un recurso plenamente establecido en la terapia psicológica, más concretamente en las humanistas de tercera generación (aceptación y compromiso, sistémica, cognitivo-conductual, etc.) y psicodinámicas. La utilización de las metáforas como recurso eficaz en terapia se debe a la fuerza que tienen las historias para trasladarnos al escenario que nos sirva de mejor ejemplo en la visualización de nuestra propia situación, problema y solución.

“Viñetas Cloaquenses” es una gran metáfora y más, bastante más. Desde su primera lectura me produjo sorpresa, curiosidad, interés y admiración. Tiene muchas cualidades que la convierten en una lectura atractiva, creativa, sugerente y singular.

Sintetizando, diría que reúne varias características que provocan al lector -a mí como psicóloga y socióloga, sin duda-y resultan estimulantes, convergiendo en un planteamiento original, ameno e interesante. Desde mi perspectiva,  estas serían las más reseñables:

1) La utilización de la metáfora con ingenio, humor, ironía e imaginación (metáfora terapeútica);

2) Su estilo literario guarda mucha similitud con el diálogo interior de las personas, ese discurso íntimo en el que fluyen los pensamientos aún no expresados o compartidos. Este personal estilo literario es muy interesante porque permite tomar conciencia de cuál es el discurso que producimos cuando nadie nos oye. Todo un ejercicio de autoconciencia;

3) Logra una difícil y atractiva combinación entre la espontaneidad y la depuración. Por un lado, preservando un lenguaje muy personal, libre, franco, directo, fresco, ágil y cultísimo; donde aparece jerga con vocablos de ‘última generación’ , o donde juega (entre la correcta dicción o la españolización) con una expresión en latín, francés o inglés. Por otra parte, su logro radica en una prosa depurada, correctísima y constantemente sugerente y atractiva, creando en conjunto una estructura coherente, estable y congruente, que permiten al lector comprender y seguir el hilo narrativo y los planteamientos nucleares (metáfora, viaje vital, utopía…)

4) El hilo conductor es una especie de tour  metafórico e ingenioso, perspicaz y veloz, por las paradojas,  contradicciones, demandas, incertidumbres y caos relativamente organizado de la vida contemporánea. Un tour amenizado con comentarios, frases, hechos históricos, anécdotas, personajes conocidos y reflexiones muy acertadas, tanto en el significado como en la pertinencia. Es, salvando las distancias,  como si un narrador nos leyera las ‘viñetas’ de un cómic o nos comentara con cierto detenimiento cada imagen de una pantalla. Creo que en este estilo de estructurar la narración se pone de manifiesto un particular modo de aproximarse a la realidad, producto o causa (o ambas) de la pasión de Celín Cebrián  por los ‘enfoques’ en su faceta de cineasta.

5) Como he mencionado al comienzo, interesa la construcción del personaje protagonista, que sabiamente combina la inocencia y el realismo. Un realismo del que se quiere alejar para mantener la ilusión, caminando hacia la utopía, saltando de una viñeta a la siguiente. Un realismo del que se vacuna viviendo la realidad como si de una metáfora se tratara.

6) Una personal visión de la utopía que no es otra cosa que el amor, el amor compartido, presente de forma constante en el principal objetivo de nuestro protagonista y en el motor que le impulsa a través del tiempo y de la ruta. El protagonista realiza el peregrinaje como un recorrido necesario, ineludible, al parecer el único posible para alcanzar su utopía. No es fruto de la casualidad que ese recorrido lo realice el protagonista sin implicarse, sin apenas detenerse, como un viajero en la máquina del tiempo que se sabe (siente) ajeno a ese tiempo y lugares.

7) De nuevo, otra metáfora para hablarnos de una vida que tiene la meta como objetivo y no el propio camino. Su camino no es su vida pero se le presenta como opción imprescindible para lograr alcanzar su meta, esa ilusión, su propia utopía de amor. Una utopía que el autor nos dibuja como alcanzable, humana, accesible. No es una idealización absoluta pero un poco sí porque para lograrla la aísla de la realidad, la convierte en una experiencia fuera del camino, al final de ese camino, al principio de otro camino. De nuevo la metáfora, dentro de la metáfora, Celín Cebrián, utiliza el vagón de un tren abandonado en vía muerta, como destino de su viaje y como punto de partida de la utopía.

Volvamos a la utilización terapéutica de la metáfora.  Una metáfora aplicada en terapia psicológica es una narración (cuento, historia, parábola, anécdota, ejemplo…) que bien estructurada nos presenta una alternativa a la labor directiva del terapeuta (cuando esta última se pretende evitar). Mediante la metáfora la labor del terapeuta pasa a ser la del acompañante que ilustra e ilumina el trayecto para que sea el propio cliente/paciente el que vea con sus ojos, identifique y elija. Con la metáfora planteamos sugerencias, situaciones, tareas y objetivos,  dejando que sea el propio cliente/paciente quién identifique a lo largo de la narración su problema y las opciones de solución. Logramos una mayor implicación y una comprensión mucho más profunda de la situación.

La metáfora terapéutica tiene como objetivo lograr que el cliente/paciente visualice, comprenda, se responsabilice y dirija su propio cambio. Para que esto suceda es necesario que la metáfora reúna algunos requisitos. Estos son los más importantes: 1) Reflejar  muy bien el escenario problema en el que la persona pueda identificar el suyo propio; 2) Presentar con claridad las posibles acciones a tomar, opciones, soluciones y consecuencias. 3) Que forme parte de la vida cotidiana de la persona y por lo tanto sea accesible y comprensible de forma inmediata.

La metáfora utilizada en “Viñetas Cloaquenses” reúne de forma muy eficaz esas características, aunque su objetivo no sea el terapeútico (no lo sabemos, nos lo tendría que aclarar el propio autor). Nos presenta un escenario cuasi universal para los ciudadanos de occidente. Nos presenta una sociedad con características similares para casi todos. Nos muestra el desencanto y desilusión que aqueja a muchas personas que se sienten esclavas, presas o cautivas de una sociedad que no admiran, que les provoca enfado, frustración, tristeza, añoranza o melancolía. Una sociedad que no les ofrece futuro.

La metáfora de Viñetas Cloaquenses también nos muestra un camino posible, la utopía. La utopía como cura para la enfermedad del siglo: la decepción del humanismo en la era del pos modernismo. Superadas las esperanzas puestas en El Renacimiento, en el Romanticismo, la Ilustración y por último, en el Modernismo, ¿qué utopía le queda al individuo? ¿qué le salvará de la total desilusión? Celín Cebrián nos propone el amor.

Nos propone un amor ‘aislado’, que se aleja de la realidad, que construye nuevas vías y nuevas rutas, que se construye a sí mismo. La utopía del amor, que nos propone el autor no está explícitamente descrita ni dibujada, ni siquiera perfilada. Es un concepto que nace del propio empeño que pone el protagonista. Se define a lo largo del camino que recorre Jonás, es decir, se define por descarte con lo que el protagonista va abandonando y dejando atrás. Es un amor que se perfila por el esfuerzo y confianza que ambos invierten. El autor no nos dice cómo ha de ser ese amor, solo nos dice que es casual, espontáneo, aleatorio,  no nos dirige ni nos orienta con consejos, reflexiones o sugerencias. Deja a nuestro propio entender que cada cual encuentre su propia utopía amorosa, o no.

Para terminar, una metáfora:

Una risueña anciana descansa bajo la sombra de un hermoso ciprés. Un joven sediento y sudoroso se para a preguntarla por una fuente. La anciana le invita a sentarse. El joven rehusa por la prisa que tiene.

La anciana le dice que el camino a la fuente se desvela en una historia que le va a contar.

«En este pueblo vivía un joven muy ambicioso que se había marcado un objetivo y un plan para lograrlo. Mientras caminaba siguiendo la ruta trazada, quizás pensaba que lo más importante era ser muy pragmático, eficaz y rápido en pro de su meta o destino. Se decía, «Así llegarás antes y ahorraras tiempo y dinero». Para ello, se propuso seguir las indicaciones del mapa y no desviarse de su rumbo porque lo importante era llegar cuanto antes a su destino. El camino le iba presentando opciones, alternativas, sorpresas, contratiempos, atractivos… que no venían en el mapa, ni estaban contemplados en la ruta trazada. ¿Qué hacer? Todo le entretenía y no tenía tiempo ni interés por explorar esas opciones. Sintió temor, incertidumbre y un poco de ansiedad.

Su decisión podía ser replantearse el camino, con sus opciones y escenarios, como su propia vida o, por el contrario, seguir con su plan y contemplar el destino como su proyecto vital, como el verdadero inicio de su vida, y el camino como un lapsus inevitable».

En este punto, la anciana hizo una pausa y con una sonrisa le dijo al joven: ¿Ves este cementerio detrás de mí? Este es el final del camino para todos. Al final del camino, en ambas opciones nos espera un epitafio en el que se indica todo lo que hemos disfrutado de nuestra vida en tiempo presente. En esa contabilidad no entra el tiempo dedicado a pensar en el futuro ni el dedicado a recordar el pasado; el tiempo dedicado a soñar contabiliza al diez por ciento; el tiempo dedicado a criticar a los demás resta en la contabilidad; el tiempo de arrepentimientos contabiliza solo si aprendemos; el tiempo dedicado a amar contabiliza al cien por cien.

Autonomía emocional

La autonomía emocional se logra cuando nuestro bienestar lo obtenemos fundamentalmente de la propia aprobación y no dependemos de la aprobación de otras personas. Esta aprobación propia no implica que rechacemos la aceptación y aprecio de los demás pero significa que para cada persona solo es imprescindible su propia aprobación o aceptación.

La autonomía emocional es perfectamente compatible con las relaciones sociales, el afecto,  el amor, trabajar en equipo, la amistad, la familia y cualquier relación con los demás. Es más, es la mejor actitud para relacionarnos con los demás. No tiene que ver con el individualismo, tiene que ver con evitar que nos convirtamos en personas dependientes del criterio ajeno y que nuestra conducta y decisiones dependan de la opinión y aceptación de los demás.

La autonomía emocional es la capacidad de sentirnos bien emocionalmente, al tiempo que construimos nuestras decisiones y conductas en función de nuestros propios criterios, objetivos, valores y creencias, sin necesidad de tener que agradar o satisfacer las de otras personas. Se trata, por lo tanto, de identificar aquello que es coherente con mi forma de ver la vida y desarrollar conductas que traten de ser fieles a ese principio de coherencia. La aprobación propia requiere tomar conciencia de cuáles son los criterios que estoy utilizando (propios o ajenos) y definir muy bien si mis decisiones y conductas nacen de mis propios criterios o son el producto de querer agradar a los demás para recibir su aprobación y/o aceptación. Cuando construyo la autonomía emocional también construyo mis propios criterios, consolidar la autonomía emocional me llevará a consolidar los criterios y también a la inversa. Ese proceso me llevará a una conciencia mucho más sólida y coherente.

No se trata de una actitud egoísta y de aislamiento, se trata de una actitud en la que nos hacemos responsables de nuestros sentimientos y de nuestras conductas. La autonomía emocional  nos hace responsables de lo que hacemos, y también nos ayuda a apreciarnos y respetarnos. El hecho de no necesitar la aprobación o aceptación de otras personas no implica que dejemos de ser agradables, educados, considerados o atentos con los demás; tampoco implica que no les escuchemos o tomemos en consideración sus puntos de vista o criterios. Nuestra autonomía emocional nos permite escuchar y considerar a los demás con el máximo respeto, el mismo respeto que aplicamos a nuestro propio criterio.

Desde la autonomía emocional, escuchar y tomar en consideración a los demás  significa que estoy abierto/a a ver otras alternativas y puntos de vista, incluso algunas me pueden interesar y convencerme, cambiando o enriqueciendo alguna idea mía. Sin embargo, esta apertura conviene que esté basada en el deseo de ampliar mi conocimiento, ver otras opciones, mejorar el proceso para tomar decisiones pero no en la necesidad de agradar a otra persona ni de sentirme aprobado por ella.

La autonomía emocional me conduce al bienestar porque me genera la certeza de que mis errores y aciertos son el producto de lo que yo he decidido, no de los criterios ajenos a mí ni de mi dependencia emocional hacia la aprobación de otros. Saber que mis errores y aciertos son mi responsabilidad y el producto de mis propios criterios, me ayudan a madurar y mejorar esos criterios con una base sólida. La dependencia emocional hacia otras personas me conduce a la incertidumbre porque mis decisiones van a variar en función de los criterios de las distintas personas a quienes desee agradar. Esa disparidad de criterios y la sensación de dependencia va a erosionar la confianza en mis propios criterios que siempre se quedarán relegados a un segundo plano.

La autonomía emocional, me llevará a construir un sistema cognitivo, emocional y conductual coherente y sólido que me permita utilizar la asertividad como forma respetuosa y eficaz de relacionarme con los demás sin hacer dejación de mis propios derechos (opinión, espacio, ritmos, creencias, objetivos…).

Desde la autonomía emocional aprenderé a negociar cuando existan discrepancias,  y poder llegar a acuerdos que sean realistas y que satisfagan a ambas partes. La autonomía emocional impedirá que me enfade si la otra persona no acepta mis condiciones, y me ayudará a elaborar argumentos y estrategias eficaces y sanas para lograr mis objetivos de negociación. También impedirá que ceda más allá de los límites que de forma sana y autónoma me he puesto. No cederé debido a las presiones, chantaje emocional, culpabilización, etc.  Solo cederé lo que razonablemente me parezca oportuno y coherente con los principios de la negociación.

La autonomía emocional me conducirá a un camino coherente en el que cada nuevo tramo del mismo será más cómodo, confortable y fácil. Puede que haya situaciones que requieran de un gran esfuerzo, compromiso y dedicación pero el convencimiento de estar haciendo lo más coherente con los propios objetivos y principios, genera una confianza no comparable con ninguna otra fuente de motivación. La estimulación y energía que se produce con la autonomía emocional es suficiente para superar las dificultades o esfuerzos que conllevan a veces determinadas decisiones. Decisiones que quizás no son del agrado de otras personas, decisiones que pueden suponernos una incomodidad a nosotros mismos.

La autonomía emocional es una fuente de salud debido a que nos ahorra muchos esfuerzos y desgaste tratando de que los demás nos quieran. También nos ayuda a querernos más a nosotros mismos. Es decir, contribuye a la propia auto estima.

Enamorarse no es amar

 

Existe una gran confusión entre ambos conceptos y también entre las experiencias que dan lugar a su formulación.

Existe el enamoramiento sin amor y el amor sin enamoramiento. También es bueno saber que hay muchas formas de expresar tanto el enamoramiento como el amor, en función de la personalidad, edad, cultura, tipo de relación…

La mayor diferencia que podemos señalar es que el enamoramiento puede tener bastantes más ingredientes proyectivos, mientras que el amor tiene más dinámicas compartidas o interactivas. Pero hay más diferencias.

En ambos casos puede existir un sano egoísmo. Sin embargo, el egoísmo más insano no se puede dar cuando se ama profundamente pero sí se puede dar durante el enamoramiento.

De hecho, durante el enamoramiento se pueden dar la posesividad, los celos, la desconfianza, la mentira, el rencor…  Cuando se ama profundamente, todos estos sentimientos quedan al margen porque el amor se fundamenta en sentimientos de generosidad, bondad y confianza.

Durante la fase de enamoramiento, por regla general, aún no conocemos lo suficiente a la persona elegida, por lo que nuestro deseo de estar con esa persona y nuestro interés están basados en muchas suposiciones que todavía hay que confirmar. Solo el trato a través del tiempo nos dirá si nuestro interés y afinidad con esa persona estaban fundamentados en la realidad o por el contrario, eran solo ilusiones e imaginación nuestra, llevados por la grata sensación de la atracción, deseo, seducción, curiosidad… El tiempo nos dirá si hemos sido capaces de construir algo con esa ilusión inicial y los mimbres que tenemos.

A pesar de que en la fase de enamoramiento se pueden generar unos sentimientos muy intensos y eso nos hace creer que estamos amando sin embargo, la realidad nos demuestra que, solo cuando hemos avanzado en esa primera etapa del enamoramiento, entonces podemos empezar a amar y profundizar en el amor. En las primeras etapas del enamoramiento, no amamos con profundidad, claridad y amplitud a esa persona porque sin conocer a alguien ampliamente es muy difícil amarla de forma realista.

El enamoramiento es un proceso que tiene principio y por regla general tiene fin. El amor tiene principio pero si es un amor sólido no tiene por qué tener fin aunque cambie su orientación, escenario y contenidos.

El principio del enamoramiento es un estado de activación y reorientación emocional de cierta intensidad, donde la ilusión y expectativas juegan un papel fundamental. Entre el principio y el fin del enamoramiento transcurren fases en las que vamos consolidando o desestimando esos cambios emocionales. El enamoramiento incluye fundamentalmente:

  • ilusión, expectativas, interés, curiosidad,
  • atracción, afinidad, deseo
  •  emotividad, ternura, empatia
  • dudas, incertidumbre, inseguridad, descubrimiento, sorpresa
  • juego, seducción, negociación, adaptación
  • vulnerabilidad, tanteo, exploración, prevención, observación
  • intercambio información, acceso al conocimiento, aprendizaje de significados, interpretación
  • imaginación, proyección, fantasía
  • esperanza, sueño,
  • marketing  para mostrar lo mejor de sí mismos. Esta dinámica puede llegar a la ocultación, mentira y engaño

Quiere esto decir que no se pueda amar desde el primer momento de enamoramiento, no, pero el hecho de estar en un proceso de conocimiento y adaptación mientras se sienten emociones muy intensas -despertadas por el interés, la afinidad, la atracción y la curiosidad- hacen muy difícil que despleguemos simultáneamente nuestra capacidad de amar, con el realismo, el sosiego y la generosidad necesarias.

El fin del enamoramiento puede incluir desde la desilusión total hasta un amor que se va consolidando con más o menos profundidad, compromiso y pasión; entre medias caben muchas fórmulas. Es difícil que una relación mantenga el estado de enamoramiento inicial, por lo general,  las emociones pasan a ser de carácter más profundo y estable (sentimientos sólidos); hay menos factores de ilusión y expectativas y más factores de compromiso y lealtad.

El amor incluye conocimiento, aceptación, reconocimiento y respeto por lo que es cada persona. Sin un conocimiento amplio, es difícil que se dé la aceptación real y profunda de esa persona. Amar incluye, sobre todo, los siguientes factores:

  • aceptar, apreciar, estimar, querer
  • confiar, admirar, creer, disfrutar
  • desear, satisfacer, jugar, seducir, explorar
  • atender, cuidar, ocuparse, dedicarse… a la otra persona
  • comunicarse, compartir, proyectar, construir
  • compromiso, lealtad, honestidad, respeto, tolerancia
  •  apoyo, generosidad, bondad, flexibilidad, negociación, cesión
  •  aprender, crecer, acompañar, observar, escuchar
  • potenciar, reconocer, ayudar, implicarse

Amar es la capacidad de tratar bien a las personas a quienes tratamos. La profundidad y amplitud del amor estarán en consonancia con los contenidos de la relación que mantengamos. Podemos tratar bien (amar) de un modo ocasional a personas con las que apenas tenemos trato, relación o compromiso y podemos tratar bien a personas con las que hemos creado un vínculo muy estrecho de convivencia, afecto, interés y proyecto de vida.  Es decir, ser honestos, respetar, atender o escuchar a un compañero del trabajo, son dinámicas amables que pueden ser el resultado de un afecto, aprecio y actitud hacia el buen trato, aunque no mantengamos ninguna relación amorosa.

El amor, el arte de amar, no es un reducto que solo se exprese en nuestras relaciones más íntimas y comprometidas. De hecho, el respeto y consideración hacia otros semejantes, hace recomendable que practiquemos el arte de cuidar bien a los demás, en cualquier ocasión y circunstancia. Cuanto más lo practiquemos más fácil nos resultará que se manifieste de forma espontánea.

El trato incorrecto o el mal trato hacia los demás, es un síntoma de algún tipo de disfuncionalidad socio-emocional. Es un síntoma de desamor, ya sea por un problema personal puntual o por una trayectoria emocional poco sana. El mal trato indica nuestro propio malestar o nuestra falta de empatía y consideración hacia el otro.

Tratar bien a los demás (amar) nos produce sensación de libertad y de bienestar; nos genera alegría y energía, nos da optimismo y esperanza. Tratar bien a los demás es hacer un ejercicio por el bienestar común, es cuidar el entorno, es cuidarnos a nosotros mismos.

Por lo tanto, cuando nos enamoramos también podemos tratar bien a la persona a quien van destinados nuestros sentimientos, es decir, podemos amarla, pero lo estaremos haciendo sin la amplitud y contenidos del amor profundo que ancla en el conocimiento, la realidad y el compromiso.

De nuevo, menciono la idea inicial que señalaba la posibilidad del enamoramiento sin amor y el amor sin enamoramiento. Creo que es una distinción muy útil cuando iniciamos relaciones ‘amorosas’. También cuando las terminamos!!!

Muchas relaciones terminan con malos sentimientos, discusiones, enfrentamientos, conflictos, desamor, distanciamiento, frialdad, rencor… Muchas personas creen que esto es lo ‘normal’ y que es lógico terminar ‘mal’ una relación porque hay razones para acabarla. Nada más lejos de la realidad. Si aplicamos la idea que venimos trabajando en esta reflexión sobre el buen trato hacia los demás, una separación puede realizarse bajo el paraguas del buen trato, es decir, del amor. Se puede terminar una relación y permitir que el amor continúe presente, de otra forma pero presente. Si esto no es posible, habrá que cuestionarse si de verdad existía amor.

Si el amor ha estado presente en una relación de amor (por algo se llamará así), ¿por qué razón tendría que desaparecer al separarse las personas? Puede que una pareja ya no esté en condiciones de convivir porque sus vidas hayan tomado caminos divergentes; puede que se separen porque alguno de los dos se ha enamorado de otra persona; puede que se separen por muchos otros motivos. Ninguno de estos motivos –si existe el amor- debería implicar el desamor, es decir, el mal trato hacia alguien a quien hemos amado. Implicará un cambio de relación y un cambio de contenidos (convivencia, relaciones sexuales, compartir proyectos, vivienda, etc.); puede implicar distancia durante un tiempo para curar heridas y cicatrizar o para evitar herir sensibilidades (buen trato);  puede implicar divorcio y abogados que lleven las causas; puede implicar separación de bienes; puede implicar negociaciones, etc. Todo ello será mucho más sano si se hace con un trato exquisito, es decir tratando bien a la persona de la que nos separamos.

Una buena relación de amor, después de una separación y sus tiempos razonables de duelo y reajuste, puede derivar en una excelente relación de amigos, ex, familia… o como se quiera etiquetar. Que exista buena relación entre parejas ya separadas es un buen síntoma de que esas dos personas saben quererse, se respetan, tienen cierta madurez y dan prioridad a los buenos sentimientos. Es un excelente indicador para futuras parejas, o debería serlo. Sin embargo, el tipo de creencias  que hemos mencionado antes, llevan a muchas personas a sentir celos o inseguridad y desconfianza cuando se encuentran con personas que mantienen estas excelentes relaciones. Creo que ese error en la interpretación es muy común. La mayor parte de la gente se asombra de que pueda haber cariño después de la separación (¡!!)

La vida, al final, es el resultado de cómo la vivimos tanto o más que el resultado de lo que vivimos. De una vida de respeto, cariño y apoyo a familia, amigos, parejas, compañeros, clientes… obtendremos un saldo emocional y social muy positivo.