El conocido refrán nos recomienda lo contrario: “Piensa mal y acertarás” pero no puedo estar más en desacuerdo. Sé que se utiliza en dos acepciones, una es la de desconfiar y otra es la de elaborar un pensamiento objetivo y realista, funcional y eficaz. En cualquier caso, creo que conviene pensar bien. Pensar mal nos conduce a desconfiar (muchas veces de forma irracional y paranoica), nos puede conducir a una evaluación sesgada y al miedo, la preocupación y la ansiedad injustificadas.
Pensar bien es contemplar todas las opciones y evaluar racionalmente las que pueden ser más plausibles. Pensar bien no es ser ingenuos o engañarnos, muy al contrario, es hacer un esfuerzo para ser objetivos, ecuánimes, realistas y lógicos. Pensar bien nos facilita el desarrollo de las siguientes actitudes o conductas:
- Apertura de mente. Comprendemos que hay más de una posible explicación para el mismo hecho. Nos abrimos a la diversidad y variedad de situaciones/opciones.
- Criterios sólidos. A través del entrenamiento en un pensamiento racional, construiremos criterios propios y útiles, que nos valgan para muchas otras situaciones.
- Decisiones acertadas. Pensar bien, nos hace ser mucho más objetivos con nuestras necesidades y con lo que el exterior nos ofrece. Esa objetividad nos facilita tomar decisiones coherentes y satisfactorias.
- Emociones sanas. Un pensamiento objetivo, abierto y lógico nos produce serenidad, confianza en nuestros recursos, solidez, paz interior, equilibrio… En definitiva nos produce emociones de bienestar.
- Conductas justas. Un buen criterio unido a la objetividad de los hechos y a la ecuanimidad en la evaluación, hará que no seamos injustos con los demás.
- Relaciones satisfactorias. Pensar bien nos lleva a sentir y actuar en consonancia. Nuestras conductas sanas provocan que las personas de nuestro entorno quieran estar cerca nuestro, creando vínculos afectivos sólidos y constructivos.
- Confianza en nuestros recursos para evaluar. En oposición a la desconfianza como forma de relación para defendernos de los peligros o engaños potenciales, la confianza basada en una valoración racional y realista de las situaciones, nos lleva a confiar en nosotros mismos para afrontar muchas situaciones diferentes.
- Liberación y energía. La confianza en nuestras capacidades nos libera de muchos pensamientos negativos que restan energía a nuestra vida cotidiana. Nos deja espacio para la creatividad, los afectos, el aprendizaje y el placer.
- Autonomía. Un pensamiento racional facilita que nos sintamos capaces de afrontar cualquier situación sin depender de decisiones o criterios ajenos.
- Confianza. Pensar bien, nos provoca confianza en nuestra capacidad para evaluar y explorar opciones, lo que nos lleva a movilizarnos con sensatez y emprender proyectos que pueden ser satisfactorios.
- Coherencia cognitiva. Un pensamiento racional y por lo tanto objetivo, basado en hecho, abierto y lógico, nos produce coherencia cognitiva, esa coherencia cognitiva nos produce endorfinas (serotonina, dopamina, norepinefrina) que se liberan en nuestro cerebro inundándonos de una placentera sensación de bienestar. Las endorfinas son saludables y benefician el funcionamiento de todo el organismo.
Muy al contrario, pensar mal nos va a producir malestar.
- Pensar mal es desconfiar y/o ver solo las opciones negativas de todas las posibles. La desconfianza, basada en la información parcial o sin hechos demostrables que la sustenten, es una actitud que nos perjudica. Nos perjudica porque en vez de utilizar criterios racionales (pensar con lógica) nos dejamos llevar solo por sospechas y criterios muy poco sólidos. Si ese estilo de pensamiento irracional se constituye en un rasgo de personalidad, nos convertiremos en personas poco racionales y desconfiadas. Desarrollaremos ansiedad y otros problemas.
- Pensar mal nos lleva a comportarnos con recelo y temor a ser engañados. Estas conductas nos separan de las personas, no nos dejan compartir aspectos que podrían ser muy satisfactorios a nivel emocional, social o intelectual.
- Pensar mal es sacar conclusiones negativas de un hecho que puede tener otras explicaciones alternativas mucho más realistas y de carácter neutro (ni positivas ni negativas). Estas conclusiones negativas nos pueden confundir y orientar a decisiones erróneas. Si no disponemos de toda la información, es conveniente que pensemos en varias opciones explicativas, no sólo en una, no sólo en la peor posible o la más negativa.
- Pensar mal es, por lo tanto, sesgar la información. Si sesgamos la información, también sesgamos nuestros sentimientos y nos comportamos injustamente: criticando, juzgando, distanciándonos, evitando…
- Pensar mal nos convierte en personas sin criterio fiable para tomar decisiones.
- Pensar mal es el germen de sentimientos muy negativos: rencor, ira, desprecio, odio, humillación, complejo, inseguridad, desorientación, baja autoestima… Todos ellos afectan, sobre todo, a quien los siente, aunque también puede afectar al entorno a través de las conductas que promueven.
Pensar bien es un hábito que se aprende, como aprendemos a leer, escribir, hablar, calcular, conducir o cocinar.
A diferencia de los hábitos que aprendemos cuando somos bebés o niños, establecer un nuevo hábito cuando somos adultos conlleva mayor toma de conciencia y más esfuerzo. Muchas personas se echan para atrás cuando comprenden que los nuevos hábitos requieren esfuerzo, disciplina y tesón.
Sin embargo, tenemos toda la vida por delante, cuanto antes empecemos antes habremos avanzado hacia una vida más satisfactoria, equilibrada y autónoma.