Confundimos lo esencial con lo accesorio
La vida social puede ser tomada como un juego o puede convertirse en una trampa de gran efecto negativo para nuestro bienestar.
Sin querer o queriendo nos educan para lograr estudios, posición, poder, influencia, relaciones, éxito, ingresos, habilidades, conocimientos, pericia, destreza… Todas, absolutamente todas esas aptitudes o condiciones, son accesorias, son parte de las herramientas e ingredientes que nos van a servir para jugar el juego social.
El juego social cambia de una cultura a otra, cambia también de una época a otra. El juego social, y sus reglas y condiciones, son escenarios que nos orientan y configuran nuestro medio ambiente. En ese sentido, es conveniente que aprendamos el juego y desarrollemos las aptitudes más funcionales para sobrevivir en ese medio con sus escenarios correspondientes.
Cuantas más aptitudes y más recursos sociales tengamos, mayor será nuestra capacidad de adaptación al medio. También podremos utilizar mejor los recursos y movernos con más eficacia en el entorno. En este sentido, podremos evaluarnos y decidir qué nivel de destrezas hemos alcanzado en el juego social. Nada de esto tiene que ver con la autoestima. Todo esto tiene que ver con las habilidades sociales, cognitivas, emocionales o físicas. Pero las habilidades no tienen que ver con la autoestima.
Sin embargo, debido a los mensajes ambiguos y erróneos de nuestra socialización, muchas personas se confunden y creen que el juego es, en realidad, su identidad y que son lo que logran, las habilidades que desarrollan, los recursos que tienen o consiguen, los éxitos que alcanzan o lo que poseen. De ahí que su autoestima esté en función de la imagen que de sí mismo tienen respecto a sus logros. De ahí que esté dañada, desorientada y mal fundamentada.
La autoestima no pude basarse en lo que logramos, que al fin y al cabo es accesorio. Lo que logramos es externo a nosotros aunque dependa de lo que somos. La autoestima es la capacidad de amarnos, de aceptarnos tal y como somos, sin necesidad de adornos, logros o accesorios.
Sé que este concepto de autoestima es muy difícil de aceptar, sobre todo en una sociedad que está tan influida por los valores de la competitividad y el éxito social.
En realidad, si tuviéramos una sana autoestima, esta sería absolutamente independiente de todo lo accesorio, sería la capacidad de estimarnos, respetarnos, cuidarnos, protegernos y tenernos cariño y consideración por el mero hecho de estar vivos, respirar, sentir, pensar, amar y compartir. Esa es la verdadera autoestima, la que se centra y alimenta de la esencia del ser, sin más.
La sana autoestima es el afecto por uno mismo en la más absoluta desnudez, aceptando todo lo que somos y lo que no somos y no tenemos, porque la verdadera estima es aquella que no se queda en la imagen, lo accesorio, lo superficial o lo pasajero. La verdadera estima o afecto consiste en desplegar el cariño y el respeto por el ser vivo que soy.
Estimar es distinto de gustar, atraer, admirar… Podemos estimar a alguien sin necesidad de que nos parezca admirable o de que nos resulte atractivo o interesante. La estima es un sentimiento propio, por uno mismo o por los demás, que no tiene tanto que ver con lo accesorio sino con la capacidad de desarrollar y manifestar afecto por lo más sustantivo.
Podemos estimar a un sin techo a pesar de que no reúna ninguno de los requisitos sociales para encajar o resultar atractivo. Esa estima nace de la consideración y del afecto. Nace de saberlo humano/vivo y de comprender inmediatamente que su capacidad para ser respetado no depende de su posición social, sino de tener igual derecho que yo o cualquiera a vivir o sobrevivir.
Sé de sobra que muchísimas personas no comparten esta forma de entender la autoestima y la estima por otra persona. Es por lo que muchas personas, hoy en día, padecen problemas serios de autoestima. Esa confusión entre el afecto y la admiración es notable en los problemas de autoestima.
La autoestima es la base del bienestar y del respeto hacia uno mismo. La autoestima es la clave de la autonomía emocional y de la libertad para elegir, decidir y construir alrededor de ese bienestar. La autoestima nos protege de las demandas externas, nos protege de las dependencias emocionales y nos sitúa en una posición muy sana para comprender qué es lo que necesitamos y cómo lo podemos conseguir o con quién lo podemos compartir.
Las necesidades no forman parte de la autoestima, forman parte de la construcción del bienestar desde la autoestima: me doy derecho a necesitar esto o lo otro y voy a tratar de conseguirlo. Me doy derecho porque me quiero (me estimo) y respeto mis necesidades.
La sana autoestima vigila por nuestra salud psicológica, social y física. Lo hace porque permite que desde ese respeto nos escuchemos, miremos sin prejuicios y sin clichés en nuestro interior y descubramos lo que realmente nos interesa o conviene, sin importar qué es lo que se espera de mi, qué debo hacer o qué se supone que tendría que hacer en estas circunstancias. Una sana autoestima es una forma de preservar lo más esencial de mi ser y de cuidar mi derecho a vivir sin más.
El resto, es todo accesorio. Me diréis que son accesorios muy necesarios. Sí, lo son para jugar el juego social, para divertirnos, para entretenernos, para lograr cosas y disfrutarlas, para relacionarnos, para obtener cosas materiales… Pero no lo son para tener bienestar sólido y profundo. El bienestar sólido y profundo radica en amar y respetar lo más esencial, que es mi vida, mi existencia como ser vivo, nada más. Ese bienestar es sólido porque no depende de las circunstancias, porque es ajeno a los vaivenes de la vida y a los adornos que cuelgan de ella en depende qué circunstancias.
Desde esta sana autoestima, podrán venir bien o mal dadas, podré ser mejor o peor persona, más o menos aceptado, podré tener mejores o peores condiciones sociales (profesionales, económicas…), podré lograr o no lo que me proponga, podré sentir más o menos frustración, podré sentir dolor porque no me quieran, podré estar más o menos triste porque algo no funciona como me gustaría… Pero, lo más importante, que está por encima de todo eso, seguiré queriéndome, seguiré prestando atención a cuidarme e interesarme por mí; seguiré disfrutando de estar vivo, de pensar, de sentir, de reírme…