El afrontamiento de la pérdida y el duelo desde la psicología positiva se podría describir en un proceso de cuatro fases: 1) aceptación de la realidad: comprender las consecuencias de esa pérdida y aceptarlas; 2) afrontar el duelo: aceptar el dolor y otros sentimientos ; 3) buscar el placer y el afecto: 4) realizar actividad satisfactoria : tratar de mantener las actividades satisfactorias habituales y crear nuevas .
Para explicar estos pasos, empecemos con un ejemplo menos grave como puede ser una desilusión amorosa. Esos cuatro pasos se traducen en afrontar la pérdida o desilusión en una dimensión equilibrada en el conjunto de mi vida y de otras ilusiones, proyectos y objetivos que ya existían o que puedo generar desde hoy. Se trata de vivir conscientemente la sensación de dolor, decepción e insatisfacción que me genera la pérdida de una ilusión y todas las vivencias que la acompañan, comprendiendo el significado que tiene en mi vida y dándole una importancia relativa, realista, racional y saludable. El análisis de la situación ha de ser objetivo, sólido y racional. Eso incluye comprender mis propias emociones -las ilusionantes y las decepcionantes- y vivirlas de forma sana. Por ejemplo, razonar que «si antes de conocer a esta persona era razonablemente feliz, también puedo serlo ahora», o bien, «yo soy la única responsable de mi bienestar, las riendas de mi bienestar están en mis manos, no pueden estar en una relación ni en manos de la suerte».
Afrontar el duelo (toda pérdida en el terreno emocional supone un duelo de mayor o menor intensidad y alcance) supone aceptar el dolor que me produce lo que no voy a poder disfrutar; requiere aceptar la pérdida del placer que me generaba; conlleva comprender cómo esa desilusión va a modificar mi situación y supone aprender a conocerme mejor y tratar de identificar que otras actividades pueden compensarme esa pérdida.
Aceptar, abordar y transitar por el duelo, significa vivir mi tristeza, dolor, desengaño o frustración pero sin dramatizar ni exagerar, hacerlo de un modo responsable. Es decir, tampoco negándolo ni huyendo. Significa afrontar y superar mis propios miedos, utilizar esa experiencia de duelo para seguir madurando y responsabilizandome de mi felicidad.
Aceptar el duelo supone perder el miedo a atravesar ese dolor y esa pérdida de ilusión o placer, supone tener confianza en mi capacidad para seguir creciendo y construir mi presente de forma autónoma. Muchas personas se bloquean ante el miedo que les produce sentir dolor. Es necesario afrontarlo para descubrir que es menos doloroso transitar por el dolor que intentar rechazarlo. Tenemos capacidad para atravesar el dolor. El dolor es algo natural cuando perdemos lo que nos hacía sentir bienestar. Huir del dolor no elimina el dolor y prolonga el sufrimiento innecesariamente, provocando otras disfunciones emocionales y/o cognitivascognitivos.
El duelo también requiere un compromiso personal para no dramatizar y no caer en el victimismo, la pasividad, inacción o el dramatismo. Significa que me esfuerzo por ver el presente y el futuro con una visión más esperanzada, confiando en mis recursos para hacer que lo malo o lo peor pase a un segundo plano, dejando espacio a otros sentimientos y aspectos alegres y estimulantes de mi vida. El compromiso personal es una suerte de disciplina diaria para mantener otras ilusiones, proyectos y placeres, mediante la objetividad, la coherencia, el esfuerzo y el trabajo mental.
Aunque de modo muy resumido, he tratado de reflejar el enfoque que la psicología positiva daría a una situación de pérdida no muy grave.
Como vemos, la psicología positiva es todo menos una receta simplona de felicidad.
La psicología positiva nos propone responsabilizarnos de nuestro bienestar en todo aquello que sí depende de nosotros. Hay cosas que aunque no sean graves no dependen directa o únicamente de nosotros pero aquellas que si dependen de mí (amarme yo, cuidarme, disfrutar, hacer cosas satisfactorias, comprometerme con mi bienestar, enfocar de modo objetivo, no victimizarme, aceptar la realidad y aprender a convivir con ella obteniendo placer), son mi responsabilidad y la clave de mi bienestar, estabilidad y crecimiento personal.
Para responsabilizarme de ellas he de evitar caer en las excusas y justificaciones. No conviene que me justifique en esa desilusión para andar triste por las esquinas, llorando mi mala suerte. No hay excusa para dejar de quererme, no cuidarme o no hacer aquello que me conviene.
Sin duda hay situaciones de pérdida mucho más graves como una guerra, la necesidad de asilo, un crimen, la muerte de un niño, un deshaucio… En todas ellas hay un alto porcentaje de algún condicionante o causante externo, que no depende de mí.
En estos casos, el duelo y la aceptación de la realidad van a suponer un esfuerzo y compromiso exponencialmente mayores. Mi desgaste va a ser muchísimo mayor y la experiencia me va a marcar para siempre con una huella profunda. En estas situaciones, realmente dramáticas, voy a necesitar de un trabajo emocional profundo, intenso y prolongado para aceptar la realidad. También voy a necesitar un fuerte y sólido compromiso para construir una cotidianidad con actividades que me reporten pequeños placeres y satisfacciones. Necesitaré reforzar mi memoria para recordar todos los recursos que tengo y puedo utilizar para construir bienestar en esa nueva realidad hostil y difícil.
Requeriré de grandes dosis de esperanza, confianza y paciencia para visualizar las cosas gratas del presente y lo que puedo esperar del futuro. En estas circunstancias de pérdida dramática, he de convertir cada gesto del presente en algo vital y necesario para superar la gravedad adversa de la realidad, al tiempo que he de confiar en un futuro mejor. La creatividad, el humor, el cariño, la fantasía, los recuerdos… son en estos casos estrategias muy útiles para sobrellevar esa penosa realidad. La vida es bella, es una película que refleja con gran acierto y ternura la sabiduría de una persona ante la situación más dramática que puede vivir un ser humano.
Hay quien entiende mal el concepto y la práctica de la psicología positiva, sobre todo ante situaciones emocionales de dolor, pérdida y tristeza. A menudo simplificando, se ha interpretado erróneamente como una ‘filosofía’ de vida en la que no se permiten las emociones llamadas ‘negativas’, y se reprimen o niegan para experimentar sólo aquellas emociones que nos producen placer. También se ha dicho que la psicología positiva no tiene en consideración el papel de la cultura y la sociedad en el malestar del individuo.
La simplificación lleva a etiquetar esta orientación psicológica como superficial e inmadura ante los verdaderos problemas de las personas y la sociedad. Nada más lejos de la realidad.
La psicología positiva en ningún caso nos recomienda la negación de la realidad, el despecho, el rencor, la agresividad, el decaimiento o cualquier otra forma de huida del dolor. La gravedad de la pérdida y la intensidad del dolor varían y por lo tanto las estrategias de afrontamiento también van a requerir esfuerzos diferenciados. No obstante, los fundamentos de afrontamiento son similares.
La psicología positiva no simplifica o reduce la gravedad de ciertos hechos, pero nos ayuda a sacar nuestras mejores herramientas para afrontar las adversidades de la vida, sean estás muy livianas o sean muy dramáticas.