Un entrenamiento para la salud
¿Qué es el respeto y qué relación tiene con la salud?
¿Qué ventajas personales y sociales tiene respetar?
¿Qué relación tiene la auto estima con el respeto hacia uno mismo?
¿Cómo me hago respetar y al mismo tiempo respeto a los demás?
¿Cómo defiendo mi ideología al tiempo que respeto la de otros?
¿Cómo entreno la habilidad del respeto?
El respeto es precursor del bienestar.
El respeto hacia uno mismo y hacia los demás es un principio de convivencia social. Pero, además, es un precursor de nuestro bienestar y nuestra salud.
El respeto hacia los demás nos lleva a valorar y reconocer el derecho de otras personas a pensar y actuar de forma diferente. El respeto hacia uno mismo nos lleva a reconocer y valorar nuestro propio derecho a obrar y pensar como consideremos oportuno. La existencia de respeto mutuo nos lleva a negociar, lograr acuerdos, ceder, poner límites (reglas, leyes) y convivir.
La actitud y conducta respetuosas generan asertividad, paz interior, bondad, tolerancia, objetividad, racionalidad y equilibrio. La actitud y conducta respetuosas evitan la ira, el estrés, la ansiedad, la cólera, la irritación, la humillación, el rencor, la reactividad, la impulsividad… En definitiva, nos ahorran grandes dosis de adrenalina, cortisol, tensión, neuralgias, desajustes hormonales… Por otra parte, contribuyen a generar un clima de lealtad, honestidad, negociación, creatividad, constructivo y de progreso.
Ventajas personales y sociales del respeto
El respeto hacia mí mismo es idéntica actitud que el respeto hacia los demás. Si valido mis emociones y pensamientos y me doy el derecho a ser, pensar y actuar como lo hago, estaré respetando lo que soy y, por lo tanto, tendré buena auto estima. Ese respeto por mí puede entrar en conflicto con los intereses de otras personas. El respeto por los derechos de otros me hará negociar, ceder algo y buscar soluciones que hagan posible el respeto mutuo.
El respeto hacia uno mismo pasa por aceptar nuestras limitaciones, dificultades y errores, al tiempo que nos comprometernos con nuestro crecimiento y mejora como proyecto de vida. El respeto es bondad, pero también es rigor; es tolerancia, pero también es firmeza; el respeto es paciencia y flexibilidad, pero también es tenacidad y disciplina. El respeto es lucidez y racionalidad.
El respeto es una habilidad social que ha emergido a lo largo de la evolución humana. El respeto ha demostrado ser un recurso de excepcional valor para el mantenimiento de la vida. El individuo que se respeta cuida de su vida y la protege. El individuo que respeta a los demás, cuida y protege la convivencia, debido a que la convivencia pacífica y constructiva en la diversidad (objetivos, conductas, culturas, etnias…) ha demostrado ser muchísimo más eficaz que la lucha, la colonización y el sometimiento al poder. La convivencia sin respeto genera enemigos y es un lastre para el progreso humano, que se cobra vidas, salud, energía, recursos y deteriora el entorno natural.
Desgraciadamente, el respeto está lejos de ser un principio interiorizado universalmente como habilidad, aunque esté en boca de la gran mayoría (no la totalidad, ya que aún hoy hay personas que desprecian este principio). Nos queda mucho trabajo aún y conviene que seamos conscientes de que nuestro esfuerzo por aprender a respetar/nos y desarrollar la habilidad del respeto, es un proyecto vital que nos conducirá a grandes dosis de bienestar.
El respeto nos facilita la tolerancia a la diferencia, la discrepancia y la variedad. El respeto nos compromete a elaborar y establecer reglas de convivencia que contribuyan a construir las relaciones, las instituciones y el progreso.
El respeto nos permite establecer límites, defender derechos y libertades fundamentales, impedir conflictos y utilizar los recursos disponibles (individuales y colectivos).
El respeto nos compromete. Nos compromete a defender nuestras posturas, pero también a ceder en parte a su satisfacción, para permitir que otros logren en parte las suyas. Si no estamos dispuestos a ceder en una negociación, no estamos dispuestos a solucionar diferencias o problemas, por lo tanto, no estamos dispuestos a una convivencia en paz.
Una negociación, necesita del respeto. Sin respeto hacia posturas o ideas divergentes no puede haber acuerdo, no puede existir la convivencia pacífica ni el progreso.
Ideología y Principios
La ideología está formada por mis creencias, mis esquemas de cómo quiero que sea el mundo y la sociedad. Mi ideología no puede estar aislada de mis principios porque, entonces, estaré siendo desleal a la cultura en la que vivo y desleal a mi ética personal. Es decir, no puedo defender el derecho a la propiedad al mismo tiempo que robo; no puedo defender el derecho a expresarme al mismo tiempo que legislo en contra de esa libertad de expresión…
Si mi comportamiento es contradictorio y permito que mi ideología dirija mis principios, estaré anulando estos principios; estaré creando un cierto caos, donde todo es válido. Aunque pretenda engañar a otros, maquillando mis conductas, estaré creando una cultura de deshonestidad y de falta de respeto hacia los demás. Esto genera graves consecuencias en una sociedad. Genera, desde luego, una cultura de engaño.
Este tipo de conductas contradictorias, ponen de manifiesto mi falta de habilidad y recursos para la convivencia y para lograr mis objetivos respetando los de otros. Provocaran rechazo, disgusto y necesidad de que los demás defiendan sus derechos y me pongan límites. A veces se manifestarán a través de demandas, a través de las urnas, a través de los juzgados o -en el peor de los casos- a través de vendettas.
Conviene, también, que mi ideología contenga dosis de utopía y dosis de realismo y pragmatismo. La utopía refleja el mundo como me gustaría que fuera, pero a sabiendas de que es un sueño al que tiendo. La realidad refleja el mundo como hoy es posible que pueda ser. Este pragmatismo permite que mi ideología contemple otras ‘ideologías’ existentes y su derecho a querer materializarse, al igual que la mía, y la necesidad de negociar.
De este modo, siempre, mis principios han de estar por encima de mi ideología. Habrá veces que ambos coincidan y se satisfagan mutuamente. Otras veces, habrá que ceder en los objetivos ideológicos para dar prioridad, siempre, a los principios y valores que rigen mi conducta.
Por esta razón, se pueden defender ideologías ‘radicales’ siempre que al mismo tiempo se defienda a ultranza la negociación para ceder y lograr un término medio, común, que respete una gran parte de las ideas de cualquier postura. Imponer no es una opción compatible con los principios aceptados por nuestra sociedad, aunque sea teóricamente, y reflejados en la Carta de Derechos Humanos. Negociar es utilizar la flexibilidad, la creatividad, el arte de buscar soluciones, la capacidad de elaborar estrategias. Negociar nunca puede ser imponer.
Gobernar cualquier organización social (familia, Educación, Gobierno, Parlamento…) requiere negociación, requiere respeto, requiere honestidad… En definitiva, requiere lealtad y compromiso con los principios y valores fundamentales. Conviene, en todo momento, que estos principios estén por encima de cualquier ideología.
Responder de forma respetuosa en cualquier circunstancia requiere de una gran disciplina, conciencia y auto regulación emocional. Requiere de una gran Inteligencia Social. El ejercicio del respeto indica una gran madurez, un gran sentido cívico, un profundo trabajo personal de auto regulación; en resumen: una gran conciencia y compromiso personal y social.
El respeto es una meta difícil
El respeto es un principio que ha de aplicarse a cualquier circunstancia, sin excepción. Por esa razón es una tarea ardua: en nuestra sociedad y cultura no estamos acostumbrados.
La actitud de respeto es previa a la conducta manifiesta respetuosa. Lograr esa actitud conlleva un ejercicio de reflexión y quizás un cambio profundo en nuestros esquemas arraigados y, por lo tanto, en nuestros hábitos de pensamiento.
A veces, totalmente convencidos de nuestras razones, pensamos que una afrenta, una discrepancia que consideramos intolerable, una postura que nos provoca rechazo, una humillación o crítica, merecen que actuemos desde la falta de respeto hacia quién ha generado tales conductas. De este modo, entramos en una pelea dialéctica (o más grave aún, física), donde echamos mano del insulto, la descalificación, las malas formas (mentira, tergiversación, sesgos). Esta conducta refleja que nos hemos dejado influir por el talante de nuestro entorno (interlocutor/es) y/o por nuestra interpretación de la situación y, en respuesta a ellas, hemos reaccionado con lo que hemos considerado más adecuado a la situación.
Resumiendo, tenemos:
- Una situación que nos desagrada;
- Una interpretación negativa de la misma (entre otras posibles);
- Una conducta irrespetuosa de respuesta, escogida (de forma reactiva o pensada) entre las posibles;
En este ejemplo, parece que no hemos considerado el respeto como un principio inamovible desde el que es posible actuar, defendernos, posicionarnos y poner límites al entorno si pensamos que está trasgrediendo este mismo principio. Quizás pensamos que ese tipo de conductas de los otros, que interpretamos como irrespetuosas o desconsideradas, se merecen el mismo tipo de respuesta por nuestra parte.
¿Nos hemos parado a pensar que quizás los otros actúan desde ese mismo criterio o creencia de reciprocidad y que eso les lleva a actuar de ese modo?
Cualquier conducta está motivada por estímulos íntimos, ya sea como respuesta a un acontecimiento externo (social o natural), ya sea como respuesta a un cambio fisiológico o mental (un sueño mientras duermo). Entre el estímulo que la motiva y la propia conducta de respuesta, existe un sistema mental -esquema- de ‘interpretación’ o dotación de significado que nos permite emitir la respuesta que consideramos más eficaz en función de nuestros objetivos.
Un esquema mental es un marco ideológico desde el que doy significado a las cosas que suceden a mi alrededor y a mi mismo/a. Por ejemplo, si alguien critica mis preferencias políticas o al partido al que suelo votar, inmediatamente mis esquemas mentales se activaran para dar significado a la conducta de quien realiza esa crítica. Esta activación es una conducta automatizada, que he aprendido (construido) a lo largo de mi vida. Puede estar muy arraigada y darme la sensación de ‘natural’ ‘genética’ e ‘inamovible’. No lo es, puede ser entrenada una respuesta alternativa.
Como consecuencia de activar ese esquema, también se activará -de forma automática- la respuesta emocional correspondiente al significado asignado a la situación. Si mi esquema interpreta que la persona que realiza esa crítica no tiene derecho a realizarla o que su crítica es algo negativo, que trata de herirme, que no me da el reconocimiento que merezco, que me cuestiona globalmente o que trata de humillarme, etc., entonces, probablemente, mi reacción emocional contenga sentimientos de tristeza, rencor, humillación, ira, deseos de venganza…
Un esquema mental es el fundamento de una actitud. Si mi esquema es tolerante, flexible, amplio, objetivo y respetuoso con los demás, mi actitud también lo será y, por ende, lo será mi conducta externa, la que muestro ante los demás.
Para un entrenamiento en actitudes y conductas de respeto, es necesario:
- Proponernos el objetivo de cambio. Lograr el convencimiento necesario para estar motivados y mantener esa motivación. Razones de peso, creencias y fundamentos que nos ayudarán a invertir esfuerzo y sostener nuestros objetivos.
- Tomar conciencia de nuestras conductas no respetuosas. Identificar en qué situaciones y escenarios se suelen producir. Identificar los esquemas que se activan en esas situaciones.
- Tomar conciencia de nuestras actitudes y conductas respetuosas. Identificar qué esquemas mentales las originan y tomarlas como ejemplos para el cambio de las no respetuosas.
- Establecer plan de acción: las pautas y los escenarios donde empezaremos nuestro cambio. Empezamos por las situaciones más fáciles, accesibles, frecuentes y sencillas. Iremos incrementando la dificultad de las situaciones.
- Tomaremos conciencia de los efectos que produce en nuestro bienestar y también en el entorno. Tomaremos conciencia de las dificultades que se producen, de los automatismos y hábitos y del esfuerzo que supone ser conscientes en cada momento y cambiar la respuesta irrespetuosa por una de respeto.
- Recordaremos que, como todo aprendizaje y cambio, al principio es más costoso, requiere más esfuerzo, vemos menos resultados y podemos decaer en nuestro entusiasmo y objetivos.
- El refuerzo constante nos dará la confianza en que lo lograremos y que nuestra tenacidad y compromiso van a salir reforzados de este proyecto.
- El proceso de aprendizaje, en sí mismo, tiene un gran valor para nuestro bienestar si sabemos valorar lo que tiene de positivo: nuestro compromiso, nuestro crecimiento, el desarrollo de habilidades, la esperanza, la satisfacción por cada paso que damos y cada obstáculo que encontramos y transitamos -unas veces superándolo, otras aprendiendo de él-, etc.
Una sociedad es un proyecto en construcción, una persona también. Cada persona, cada ciudadano es responsable de crear un entorno de respeto y dignidad, donde seamos capaces de convivir y obtener bienestar para nosotros mismos y para los demás. Respeto, equilibrio, equidad, solidaridad, justicia… y, por lo tanto, Democracia, son -entre otros- las bases para el verdadero progreso de la humanidad. Quizás otras generaciones descubran más principios útiles para la convivencia, pero hasta el momento, estos parecen ser los más útiles. Aún nos queda recorrido para que toda la humanidad los interiorice y los practique.
La práctica del respeto me ayudará a trabajar la asertividad. La asertividad es la habilidad para defender mis posiciones respetando las posiciones de los demás. La asertividad es la habilidad para darme el derecho a sentir como siento y a pensar del modo que pienso, expresándolo de un modo cordial, sin estridencias y sin imposiciones, a través del dialogo, y aceptando que por principio no todo el mundo va a estar de acuerdo.
La asertividad es la capacidad de disfrutar de algo aunque otros no compartan mi modo de disfrutar. La asertividad respeta los límites de la libertad y derechos de los demás. Desde una actitud asertiva soy plenamente consciente de cuales son los límites a mi libertad y no sobrepasaré los mismos. Desde una actitud asertiva, buscaré mi bienestar teniendo en consideración el bienestar de los demás. La asertividad es un equilibrio entre la búsqueda de satisfacción de mis necesidades, derechos y libertades y las de los demás.
La mentira, la descalificación, la humillación, la imposición, la tergiversación, el engaño, la estafa, la burla, la descortesía, etc., son síntoma de un déficit de asertividad.
La sociedad, las personas podemos equivocarnos y confundir la sociopatía o psicopatía con la asertividad. Cuando vemos personajes públicos que son inmunes o impermeables a las situaciones que generan (malestar social, injusticias, división social, rencores…) creemos erróneamente que se trata de personas muy asertivas (autónomas, independientes…). Es una falsa evaluación. En realidad, hay una diferencia muy notable entre las personas engreídas y las personas asertivas.
Una persona engreída es ególatra, solo piensa en lograr sus objetivos, aunque para ello tenga que someter las necesidades de los demás. No son respetuosos: mienten, tergiversan, manipulan… Ponen los fines por encima de los medios, sin importar que por el camino se lleven por delante a la mitad de la población. La psicopatía y la sociopatía tienen mucho de egolatría, un déficit enorme de consideración por los demás, un déficit grande de empatía por otras personas que no sienten o piensan como ellos. Suelen reaccionar muy mal ante las discrepancias y las diferencias de criterio. No aceptan la negociación en términos de cesión y respeto. En realidad no negocian, solo imponen condiciones.
Una persona asertiva se aleja totalmente de este modelo. Una persona asertiva, será una persona socialmente comprometida. Será una persona considerada, respetuosa y consciente de que su interlocutor también tiene derechos. Por encima de sus intereses concretos y puntuales, pondrá los intereses colectivos generales, porque en todo momento será consciente de que su bienestar, depende del bienestar común. Su ideología política o sus objetivos empresariales o económicos estarán sometidos a sus principios (solidaridad, paz, justicia…).
El miedo, la miseria, los complejos personales, los desequilibrios sociales, la injusticia, la desestructuración familiar, la ideología (religiosa, política), las envidias, la soberbia, la ignorancia, el egoísmo, etc., pueden llevar a una persona a un comportamiento poco asertivo, ya sea impositivo o sea sumiso. Ninguno de estos extremos es saludable para una convivencia hacia el progreso.
Por esta razón es tan importante dotar a la sociedad de una Educación rigurosa, sólida, rica en valores y principios. Pero igualmente importante es dotar a la sociedad de igualdad de oportunidades para todos sus individuos. El respeto hacia los derechos de los demás, necesita comprender que una sociedad injusta no es respetuosa con el principio de igualdad y con el principio de progreso para la sociedad. El respeto pasa por el compromiso con estos valores. El compromiso es un ejercicio diario, en todos los ámbitos de actuación, no valen gestos puntuales.
Una vivienda digna; un entorno amable y habitable; un salario que permita acceder a los servicios y oportunidades de nuestro entorno social (colegios, cultura, formación); una contraprestación justa para los impuestos cotizados; una distribución equitativa de los recursos, etc. Son síntomas de una sociedad que progresa y respeta a sus ciudadanos.
Los elementos que difieran de ese modelo, serán síntomas de los déficits y desviaciones de los principios que decimos abrazar. Esas desviaciones generan otras desviaciones. Somos responsables del bienestar común y de nuestro propio bienestar.