Un sentimiento que nos impide avanzar
El deseo de venganza nos debería servir como un termómetro emocional para saber que no estamos gestionando el dolor, la humillación o alguna afrenta personal de la manera más sana.
La venganza es un sistema para resarcir o compensar los daños que hemos recibido o hemos creído recibir de otra persona, de nuestro entorno o de la sociedad. Sin embargo, no es un sistema saludable de compensación o resarcimiento. No lo es por varias razones que trataré de explicar.
- El deseo de venganza genera malestar en quién lo experimenta
- El deseo de venganza nos impide avanzar, nos centra en el daño y gasta nuestra energía en destruir, no en construir bienestar.
- El deseo de venganza indica que damos un exceso de importancia y autoridad a quién/es nos han causado el daño, humillación, etc.
- El deseo de venganza nos indica nuestra dificultad para aceptar la realidad, aprender de la situación y crecer en autonomía y bienestar.
- La venganza, aunque logremos materializarla, no diluye ni soluciona nuestro daño.
- La venganza, si logramos llevarla a cabo, genera más daño…
- La compensación de los daños se debe llevar a cabo por un mecanismo de justicia, no de venganza.
- El resarcimiento de los daños se debe realizar por un procedimiento que cause el menor daño posible.
- La herida emocional causada por el daño se sana mediante la ecuanimidad, la comprensión, la aceptación (que no conformidad) de la injusticia, la actividad constructiva, los afectos positivos y placenteros.
Los sentimientos negativos hacia una persona o un colectivo son procesos internos que generan toxinas en nuestro cuerpo. El deseo de venganza está anclado en este tipo de sentimientos corrosivos. El cerebro es una ‘fábrica’ química, donde ponemos en circulación diversos transmisores y receptores químicos como resultado de la activación o desactivación de ciertas funciones y circuitos neuronales. Simplificando, un pensamiento de odio y rencor y su correlativa emoción altera la producción de neurotransmisores (serotonina, dopamina, noradrenalina, histamina, acetilcolina, etc.) produciendo un desajuste hormonal y químico, así como un estado de ánimo, afectando a la memoria, la concentración, la capacidad de análisis, la relajación, la voluntad…etc. Cuantos más deseos de venganza, significa que más rencor u odio sentimos, por lo tanto, más desajustes provocamos en nuestro organismo.
Pensar en la venganza significa que nos centrarnos en el daño que nos han hecho (o creemos que nos han hecho) lo que conlleva que gran parte de nuestro pensamiento y nuestra energía la dediquemos a recrearnos en el dolor, el malestar, la humillación, el enfado… en vez de disfrutar de todo lo bueno que tenemos en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Pensar en la venganza es optar por permanecer en el daño, en vez de optar por disfrutar del placer.
El deseo de venganza nos está señalando la importancia que concedemos en nuestra vida a esa persona o grupo de personas. Cuanto más pensemos en ellas, más cabida les damos en nuestra vida, más tiempo les dedicamos, más energía destinamos a su existencia. Esa dedicación es una decisión personal, que podemos cambiar cuando queramos. Nuestra voluntad decide a qué actividad o a qué personas queremos dedicar nuestro tiempo. La voluntad de dedicar tiempo a cosas constructivas, placenteras y sanas es un acto de responsabilidad y equilibrio.
Podemos aprender de todo tipo de situaciones. Cada ocasión es una oportunidad que podemos aprovechar para entrenar habilidades: la tolerancia, la comprensión, el hedonismo, la ecuanimidad, la creatividad, la planificación, la prevención… Todas estas habilidades nos facilitan la vida y con ellas podemos obtener cotas de bienestar más elevadas. Cuando sentimos dolor por alguna ‘afrenta’, el dolor también es una fuente de aprendizaje. Podemos entrenar nuestra capacidad para transitar por el dolor y superarlo. Podemos entrenar nuestra confianza en que seremos capaces de afrontarlo sin que el miedo al dolor nos paralice. Podemos entrenar la bondad para comprender y compadecer a otras personas que tienen rencor o maldad en sus conductas. Este aprendizaje nos dará autonomía y nos hará crecer como personas. Nos dará solidez, resiliencia y bienestar.
Por otra parte, vengarnos de alguien no soluciona nuestro daño. Añadiremos a nuestro daño el convencimiento íntimo (aunque tratemos de engañarnos) de haber actuado mal, o el convencimiento íntimo de que seguimos teniendo malestar y que no hemos logrado superar nuestro dolor por el daño que nos causaron. La venganza solo genera más daño.
Es lógico que una sociedad civilizada y regida por normas y reglas de conducta, proceda a resarcir o compensar un daño. Esto se hace mediante acuerdos o bien mediante la intervención de la Justicia. El ideal sería que no se produjeran daños pero eso es utopía. Queramos o no los daños se producen de forma voluntaria o involuntaria. Si somos capaces de hablar, expresar nuestra queja, negociar y llegar a un acuerdo, mucho mejor.
La aceptación de que se nos puede infringir algún tipo de afrenta, injusticia, maltrato o desconsideración, es un primer paso para adoptar la mejor actitud y conducta para afrontarla o incluso para prevenirla si es posible. Si pensamos que es imposible o que eso no debería sucedernos a nosotros, cuando suceda probablemente nos pillará por sorpresa, nos indignaremos más y tendremos menos recursos disponibles para afrontarlo de forma funcional y sana.
Sucede que en la mayoría de los casos el daño se produce en el contexto emocional, no en el contexto material, ni siquiera en un contexto que sea objeto de las normas o leyes escritas. En estos casos, dependiendo de nuestra relación con el/los causantes, conviene que evaluemos de forma objetiva y ecuánime la situación, quizás convenga que nos tomemos un tiempo para pensar, digerir y elaborar la mejor respuesta. Trataremos de resolver cualquier sentimiento de rencor u odio hacia esa persona/s, nos centraremos en buscar soluciones positivas al conflicto o al dolor. Trabajaremos la confianza en nuestros recursos. Consultaremos a alguien cuya conducta e ideas nos merezcan respeto. No permitiremos que nuestra respuesta sea el resultado de la venganza.
La mayoría de las veces, basta con decir a esa persona “lo que has hecho me ha dolido” o “lo que has hecho me ha afectado negativamente”, etc.
Otras veces, si consideramos que la conducta de la otra persona es persistente y no sabe/quiere cambiar, deberemos optar bien por reducir nuestra relación y evitar esas situaciones en las que esa conducta tiene lugar, bien por tomar otras medidas. En cualquier caso, como adultos, será responsabilidad nuestra poner límites a esa persona, bien directamente o bien a través de otras personas/recursos. Cuando la conducta es persistente, en tales circunstancias no debemos esperar que sea la otra persona la que cambie por voluntad propia. Debemos tomar las riendas por completo.
Si no es posible poner esa distancia porque estamos ante una situación laboral o personal que nos vincula necesariamente, entonces nos conviene desarrollar estrategias que nos coloquen en una posición menos permeable, menos vulnerable y que nos afecte menos dicha conducta. En caso de que esto no de resultado, lo mejor será consultar con algún profesional, bien psicólogo, bien abogado. También podemos exponer la situación ante superiores (trabajo) o personas con autoridad (familia) para que intervengan.
Sea cual fuere el motivo, la conducta o el escenario donde se produce el daño, la venganza nunca es una compañera ecuánime y certera. Podemos cometer muchos errores si nos dejamos guiar por ese tipo de sentimientos. Como vemos, existen otros recursos que nos hacen más fuertes, resilientes y autónomos, es nuestra decisión optar por ellos.