Hacen falta dosis elevadas de sensatez y madurez para no dejarse socializar por millones de imágenes (fotos, revistas, cómics) y secuencias (pantalla grande y pequeña) que nos muestran una humanidad idealizada o brutalizada. Ambos extremos están presentes en un siglo de ‘personajes’ casi perfectos, idolatrados, que gracias a su belleza física, a su espontánea inteligencia o a sus poderes físicos extraordinarios son héroes del escenario en que se mueven.
Ambas fantasías han calado hondo en las mentes infantiles y poco formadas de millones de personas, creando ilusiones que han interiorizado como realidad. En muchísimos casos esa ilusión les ha alejado de la posibilidad de integrarse y encontrar satisfacción en el mundo real que les rodea: nada se parece a sus ilusiones, sueños y fantasías, tan fáciles, tan agradables, tan prometedores… Todo es frustrante. Sus fantasías, germinadas y reforzadas en el mundo de los cuentos, les impiden relacionarse con personajes de carne y hueso o gestionar los problemas cotidianos con habilidades ‘normales’.
La fantasía puede constituir un ámbito de bienestar siempre que no suplante el mundo de la realidad. Es saludable si está contextualizada como tal fantasía y no permitimos que inunde y sustituya la realidad.
Fantasías y sueños, no son la misma cosa. Los sueños son saludables si desde el realismo somos capaces de lograr ilusiones con las que habíamos soñado. No son saludables si los sueños nos adormecen y gratifican emocionalmente a través de la ilusión de estar haciendo algo, cuando en realidad nos entretienen y alejan de los pasos y conductas que hay que dar para lograr nuestros sueños. Soñar con una casa mientras no ponemos los ladrillos es construir una frustración, nunca tendremos la casa pero tendremos una sensación muy grande de decepción.
La sociedad de la imagen ha provocado estragos en el imaginario de millones de personas prácticamente indefensas ante el aluvión de ‘alpiste’ emocional y mental con que la industria ha inundado el mercado. Ese imaginario conforma el marco de valores, expectativas y sueños de muchas personas que vivirán frustradas porque la realidad no es como se la pintan.
La función de la fantasía es que la persona pueda evadirse de la realidad, pueda olvidarse por momentos de sus problemas y viajar por un mundo ajeno. Esta función es terapéutica siempre que: 1) La persona vuelva a su realidad y la comprenda; 2) Aprenda a identificar y disfrutar de las cosas sanas, reales y satisfactorias; 3) Practique una actitud crítica y constructiva para promover cambios; 4) Encuentre las vías reales para gestionarla y encontrar el modo de satisfacer sus necesidades; 5) Realice el esfuerzo para desarrollar las habilidades necesarias para afrontar esa realidad.
Por esa razón, es de agradecer un buen cine, realista y humano. La película ‘Una casa junto al mar’ es un buen ejemplo de ese cine. Hay miles de excelentes películas ‘humanas’ que reflejan la realidad, pero son minoría respecto de las otras.