Cuando nos lleva la corriente

Vivir de cara al escaparate

Vivir conforme a lo establecido, sin pararse a pensar qué necesitamos para vivir en plenitud, es tanto como interpretar el papel que nos han asignado en una obra. Obra que ni hemos escrito ni dirigimos y de la que, aunque nos sintamos protagonistas, somos meros personajes prisioneros.

Hay muchos aspectos de la vida que están pautados ordenados y guiados por normas, costumbres y expectativas sociales: estudiar, trabajar, pagar impuestos, votar, tener un teléfono, utilizar el transporte, usar la electricidad… y un larguísimo etcétera. Son parte de un guion social preestablecido.

Para integrarnos en la sociedad, conviene seguir muchos de estos patrones establecidos. Seguir esas pautas puede facilitarnos mucho la convivencia, la vida profesional y familiar y las relaciones sociales en general.

Sin embargo, muchas otras pautas y reglas no son necesarias para nuestra satisfacción, bienestar y plenitud. No nos ayudan a ser los protagonistas y directores de nuestro propio guion.

Por ejemplo, la posibilidad de viajar es una realidad al alcance de la gran mayoría de personas de Occidente. Sin embargo, esa posibilidad se ha convertido en una especie de ‘regla’ social de modo que las personas que no viajan o no pueden viajar, por la razón que sea, se pueden sentir presionadas a hacerlo o se sienten mal por no hacerlo, teniendo que dar todo tipo de explicaciones y excusas a quienes preguntan.

Otro ejemplo parecido podría ser la utilización de las redes sociales. Lo que puede ser entretenido, útil y placentero como opción libre, puede convertirse en motivo de discriminación, crítica o marginación si la sociedad lo establece como ‘norma’ y las personas se sienten presionadas a utilizarlo.

Hay muchos ejemplos de este tipo: Instagram; blogs; famoseo; los cuidados físicos; la delgadez; las modas en general; la tecnología último modelo; las despedidas de solteros/as; las grandes celebraciones; estar informado; …

Cuando entramos por el ‘aro’ y utilizamos o practicamos este tipo de actividades sin analizar cómo nos relacionamos con ellas, qué nos van a aportar, qué significado tienen para nosotros, qué consecuencias va a tener, etc., estamos cayendo en una trampa. Generalmente es una trampa que beneficia a un sector (mercado, instituciones, grupos sociales…) pero no nos beneficia a nosotros pese a que podría parecernos lo contrario. Quizás, sintamos muy superficialmente que esa actividad nos produce cierto placer y sensación de bienestar. Probablemente, esa sensación dure muy poco, sea poco profunda y nos haga repetir la acción para volver a sentir otra vez lo mismo. Puede incluso generarnos adicción.

Muchas veces lo que nos va a producir a medio plazo -a veces incluso a corto plazo- es una sensación de decepción porque esperábamos mucho más de esa actividad (un viaje, una boda, una compra, un título universitario…). Cuando las expectativas forman parte de un guion que nos han escrito y que nosotros seguimos ingenuamente, esas expectativas no necesariamente coinciden con la realidad que vamos a vivir y/o esa realidad no se ajusta a nuestras necesidades.

Un ejemplo muy típico de este tipo de casos son las vacaciones. Las vacaciones tienen un efecto paradójico si no las abordamos sabiamente. Ese efecto paradójico consiste en que lo que pensamos que nos va a producir bienestar puede ser la causa de nuestra ansiedad, estrés, desasosiego, decepción o frustración. Con esto no quiero decir que las vacaciones sean malas. No creo que en sí mismas sean buenas o malas, todo depende de cómo las abordemos.

Muchas veces, uno empieza a pensar que está cansado cuando sabe que se acercan las vacaciones. ¿En qué medida se debe a que llevamos meses trabajando y estamos cansados y/o en qué medida es debido a que pensar en las vacaciones nos hace sentir que las necesitamos y eso nos conduce a sentir que ya no queremos seguir haciendo lo que nos ocupaba. Cuanto más pensamos que no deseamos continuar aquí trabajando y más ansiamos empezar las vacaciones, nos generamos más inquietud, menos disfrute por lo que hacemos y nos restamos energía y motivación, lo que puede producir sensación de cansancio: nos falta motor y gasolina.

Por otra parte, una vez que cogemos las tan deseadas vacaciones, algunas veces no son como las habíamos imaginado. Hemos anticipado lo bien que estaríamos, que todo nuestro cansancio iba a desaparecer, que nuestro aburrimiento o malestar -incluidos problemas- se iban a disipar. Sin embargo, nos encontramos con unas vacaciones planificadas en donde los aviones fallan, los retrasos nos cansan, el hotel no es lo silencioso que nos gustaría, la playa está más lejos de lo que nos esperábamos, los restaurantes están a tope…Pero, además y más importante, estamos irritables, todo nos molesta, no acabamos de llegar a acuerdos con nuestra pareja o nuestros compañeros de viaje, sentimos que no acabamos de asentarnos…

No queremos que todo eso nos pase y nos sentimos frustrados o decepcionados porque no somos felices y en vacaciones ‘deberíamos’ serlo. Pero no nos permitimos aceptarlo y mucho menos reconocerlo y abordarlo abiertamente. No lo reconocemos porque cuando se está de vacaciones uno está obligado a pasárselo bien, aunque uno no sepa muy cómo lograrlo. Esa decepción soterrada, silenciosa y ocultada, nos hace sentirnos peor porque creemos que no podemos compartirla, que no nos iban a entender. Empezamos a sentir que somos unos bichos raros porque creemos que el resto del mundo se lo está pasando muy bien. Esa sensación incide y aumenta nuestro malestar.

En estos casos, lo mejor que podemos hacer es escucharnos, aceptar nuestra frustración y decepción; analizar la causa; aprender qué factores nos llevan a la incomodidad y procurar adaptarnos a la realidad, sin esperar que la realidad se adapte a nosotros. Desmontamos ideas preconcebidas, desmontamos esquemas poco realistas…y para las siguientes vacaciones, tomaremos buena nota de qué es lo que de verdad necesitamos en cada momento. De ese modo, planificaremos de forma más realist

Vivir conforme a lo establecido, sin pararse a pensar qué necesitamos para vivir en plenitud, es tanto como interpretar el papel que nos han asignado en una obra, que ni hemos escrito ni dirigimos y, de la que, aunque nos sintamos protagonistas, somos meros personajes unidos por hilos que otros manejan.

Por otra parte, ser un rebelde permanente, contestando y retando al sistema de forma continua puede ser agotador y tener un saldo final con un coste personal muy elevado. Sin duda, tanto la opción del conformismo y plena adaptación, como la opción de la rebeldía permanente, son los dos extremos entre los que se haya un sutil equilibrio, que también requiere de gran habilidad y esfuerzo, quizás con menos costes personales y también con más satisfacciones.

Hay muchos aspectos de la vida que están pautados ordenados y guiados por normas, costumbres y expectativas sociales: hablar un idioma, ser cortés, vestir, estudiar, trabajar, pagar impuestos, votar, tener un teléfono, utilizar el transporte, usar la electricidad… y un larguísimo etcétera.

Para integrarnos en la sociedad, conviene satisfacer muchos de estos patrones establecidos. Seguir esas pautas, puede facilitarnos mucho la convivencia, la vida profesional y familiar y las relaciones sociales en general.

Aunque satisfagamos ciertos requisitos, tenemos opciones: cómo lo hacemos; dentro de esas pautas o requisitos, qué alternativas elegimos; a qué damos prioridad; qué equilibrio creamos entre requisitos y actividades de elección absolutamente personal, etc. El grado de libertad con el que evaluemos y hagamos la elección de estas opciones va a depender de nuestra autonomía personal, nuestra capacidad de ser creativos, la confianza en nuestros recursos y habilidades, el respeto por nuestras propias necesidades y darnos el derecho a modelar nuestro presente y su futuro, al tiempo que desarrollamos habilidades en los requisitos sociales.

Además de los requisitos para la integración social, muchas otras pautas y reglas no son requisitos ni son necesarios para el desarrollo de nuestra personalidad, más bien al contrario, nos alejan de convertirnos en personas con criterio, autónomas, responsables y conscientes de tomar decisiones sanas y convenientes para nuestro bienestar. Suelen ser opciones creadas por el mercado para generar demanda entre la población, quien compra sus ideas, productos o servicios y los acaba convirtiendo en sus ‘necesidades’ personales, para las que dedica gran parte de su esfuerzo, economía y tiempo.

Por ejemplo, el placer de viajar es una actividad muy lúdica y satisfactoria para muchas personas. Viajar puede aportar infinidad de experiencias positivas: amplía nuestra cultura, nos proporciona libertad, nos amplía la apertura mental, practicamos la orientación, y un largo etc. Esa oportunidad que hoy es una realidad al alcance de muchas personas de Occidente, no lo es de igual manera para todos, no todos la aprovechan del mismo modo y no tiene el mismo sentido y resultado para todos.

¿Por qué estas diferencias? Obviamente, la personalidad de cada individuo influye en cómo vivimos las experiencias, qué significado tienen para nosotros, qué objetivo pretendemos lograr y cómo las encajamos y combinamos con el resto de actividades de nuestra vida. Hay otros factores que también influyen en este diferente modo de influir o afectar a cada persona. Uno de ellos es el nivel de autonomía con el que hacemos las cosas. ¿Las hacemos para satisfacer una necesidad o las hacemos para dar una imagen? ¿Las hacemos para obtener un gran placer o las hacemos para no sentirnos marginados? ¿Las hacemos porque sabemos que nos van a reportar experiencias interesantes y las viviremos con plenitud, o creemos que lo pueden hacer porque otras personas así nos lo transmiten?

Viajar es tan solo un ejemplo de muchas otras actividades y elecciones que realizamos en nuestra vida cotidiana.

Siguiendo con el mismo ejemplo, esa opción que debe ser personal y meditada se ha convertido en una especie de ‘regla’ social, de modo que muchas personas que no viajan o no pueden viajar, por la razón que sea, se pueden sentir presionadas a hacerlo, o se sienten mal por no hacerlo, teniendo que dar todo tipo de explicaciones y excusas a quienes preguntan. Como quién no se compra un piso en la era de las hipotecas, o no bebe una copa de alcohol en una reunión social.

Hay formas muy sutiles de calar en la psicología de las necesidades personales, también hay formas menos sutiles pero tan persistentes que calan igualmente. Aprender a identificar lo que nos aportará satisfacción, placer, crecimiento personal y estabilidad, convendría que fuera una asignatura de habilidad social en nuestro currículum desde la infancia.

Otro ejemplo parecido podría ser la utilización de las redes sociales. Lo que puede ser entretenido, útil y placentero como opción libre, puede convertirse en motivo de discriminación, crítica o marginación si la sociedad lo establece como ‘norma’ y las personas se sienten presionadas a utilizarlo.

Hay muchos ejemplos de este tipo: Instagram; blogs; famoseo; los cuidados físicos; la delgadez; las modas en general; la tecnología último modelo; las despedidas de solteros/as; las grandes celebraciones; estar informado; …

Cuando entramos por el ‘aro’ y utilizamos o practicamos este tipo de actividades sin analizar cómo nos relacionamos con ellas, qué nos van a aportar, qué significado tienen para nosotros, qué consecuencias va a tener, etc., estamos cayendo en una trampa. Generalmente es una trampa que beneficia a un sector (mercado, instituciones, grupos sociales…) pero no nos beneficia a nosotros pese a que podría parecernos lo contrario. Quizás, sintamos muy superficialmente que esa actividad nos produce cierto placer y sensación de bienestar. Probablemente, esa sensación dure muy poco, sea poco profunda y nos haga repetir la acción para volver a sentir otra vez lo mismo. Puede incluso generarnos adicción. También puede generarnos insatisfacción, conflicto interior, desasosiego, inquietud, ansiedad…temor… porque no nos aporta lo que esperábamos.

Muchas veces lo que nos va a producir a medio plazo -a veces incluso a corto plazo- es una sensación de decepción porque esperábamos mucho más de esa actividad (un viaje, una boda, una compra, un título universitario…). Cuando las expectativas forman parte de un guion que nos han escrito y que nosotros seguimos ingenuamente, esas expectativas no necesariamente coinciden con la realidad que vamos a vivir.

Un ejemplo muy típico de este tipo de casos son las vacaciones. Las vacaciones tienen un efecto paradójico si no las abordamos sabiamente. Ese efecto paradójico consiste en que lo que pensamos que nos va a producir bienestar puede ser la causa de nuestra ansiedad, estrés, desasosiego, decepción o frustración. Con esto no quiero decir que las vacaciones sean malas. No creo que en sí mismas sean buenas o malas, todo depende de cómo las abordemos.

Muchas veces, uno empieza a pensar que está cansado cuando sabe que se acercan las vacaciones. En qué medida se debe a que llevamos meses trabajando y estamos cansados y/o en qué medida es debido a que pensar en las vacaciones nos hace sentir que las necesitamos y eso nos conduce a sentir que ya no queremos seguir haciendo lo que nos ocupaba. Quizás nos sentimos mal en nuestro trabajo y pensamos que las vacaciones son la salvación. Quizás no sentimos que tenemos capacidad para solucionar nuestros problemas o dificultades laborales y pensamos que las vacaciones nos alejan y podemos ‘respirar’ un tiempo. Cuanto más pensamos que no deseamos continuar aquí trabajando y más ansiamos empezar las vacaciones, nos generamos más inquietud, menos disfrute por lo que hacemos y nos restamos energía y motivación, lo que puede producir sensación de cansancio: nos falta motor y gasolina.

Por otra parte, una vez que cogemos las tan deseadas vacaciones, algunas veces no son como las habíamos imaginado. Hemos anticipado lo bien que estaríamos, que todo nuestro cansancio iba a desaparecer, que nuestro aburrimiento o malestar -incluidos problemas- se iban a disipar. Sin embargo, nos encontramos con unas vacaciones planificadas en donde los aviones fallan, hay huelgas, los retrasos nos cansan, el hotel no es lo silencioso que nos gustaría, la playa está más lejos de lo que nos esperábamos, los restaurantes están a tope…Pero, además y más importante, estamos irritables, hace calor, la gente habla muy algo, todo el mundo parece feliz, pero todo nos molesta, no acabamos de llegar a acuerdos con nuestra pareja o nuestros compañeros de viaje, sentimos que no acabamos de asentarnos…

No queremos que todo eso nos pase y nos sentimos frustrados o decepcionados porque no somos felices y en vacaciones ‘deberíamos’ serlo. Pero no nos permitimos aceptarlo y mucho menos reconocerlo y abordarlo abiertamente. No lo reconocemos porque cuando se está de vacaciones uno está ‘obligado a pasárselo bien’, aunque uno no sepa muy bien cómo lograrlo.

Esa decepción soterrada, silenciosa y ocultada, nos hace sentirnos peor porque creemos que no podemos compartirla, que no nos iban a entender porque los demás son muy felices. Empezamos a sentir que somos unos bichos raros porque creemos que el resto del mundo se lo está pasando muy bien. Esa sensación incide y aumenta nuestro malestar.

En estos casos, lo mejor que podemos hacer es escucharnos, aceptar nuestra frustración y decepción; analizar la causa; aprender qué factores nos llevan a la incomodidad y procurar adaptarnos a la realidad, sin esperar que la realidad se adapte a nosotros. Desmontamos ideas preconcebidas, desmontamos esquemas poco realistas…y para las siguientes vacaciones, tomaremos buena nota de qué es lo que de verdad necesitamos en cada momento. De ese modo, planificaremos de forma más realista y también, nos alejaremos del guion que han escrito para nosotros, mientras vivimos y escribimos nuestro propio guion.

Si tomamos conciencia de que nuestro bienestar depende de satisfacer nuestras ‘verdaderas’ necesidades y que esas necesidades no son las que tratan de venderme las compañías de viaje, los comercios, los fabricantes de coches, etc., habremos aprendido algo muy importante. Ahora nos queda escucharnos, identificar esas necesidades y elegir el modo de cubrirlas de forma sana.

Es solo uno de tantos ejemplos de lo que puede decepcionarnos y frustrarnos cuando creemos estar viviendo nuestra vida con nuestras necesidades y en realidad estamos experimentando distanciamiento de de ellas. Lo que satisface a otros no tiene por qué satisfacernos a nosotros. Lo que pensamos que satisface a otros, quizás es solo producto de una imagen que nos tratan de trasladar.