La madurez no tiene por qué llegar con la vejez, ni la juventud es necesariamente incompatible con ella. La madurez no es vejez, es plenitud. La plenitud no significa ‘terminado’, significa capacidad plena, plenas habilidades, plenas oportunidades, pleno disfrute, plena conciencia… La madurez nos regala con una ‘segunda’ juventud mucho más sabia.
La madurez es la habilidad para aceptar la realidad tal como es, no como nos gustaría; y responder a ella con la mejor de nuestras actitudes. La madurez es aprender a gestionar con buen ánimo, confianza y esperanza las contrariedades, desafíos o la frustración de nuestros deseos, expectativas u objetivos más inmediatos.
La madurez es la habilidad para conjugar la honestidad, la sinceridad, la vitalidad y entusiasmo por la vida con la sensatez, el equilibrio, el bienestar y nuestras metas a medio y largo plazo.
La madurez es la capacidad para dejarnos sorprender por la vida, la belleza, la bondad, el juego, la atracción, el deseo, el amor… y estar abiertos a lo que pueda suceder, sin prejuicios, corsés, miedos o represiones.
La madurez es saber amar en cualquier circunstancia, es tratar bien a las personas que estimamos, con independencia del grado de implicación que tengamos con ellas, el tipo de expectativas que generamos hacia ellas y con independencia de si éstas se cumplen o no.
La madurez es disfrutar de la soledad y la autonomía emocional, no depender de nadie para experimentar la paz, el sosiego y la plenitud. Es también, saber compartir esa autonomía sin renunciar a sus fundamentos y respetando el espacio y tiempos de los que nos comparten las suyas.
La madurez es conocernos sin engañarnos, sin falsos estereotipos, sin miedos, sin exigencias paralizantes, sin idealización, sin dejar de querernos, sin esperar nada que no seamos ya, sin compararnos con nuestras pretensiones, sin humillarnos o acomplejarnos por lo que no hemos logrado.
La madurez es domar la sobervia, la ira, la impaciencia, la intolerancia, el rencor, la frustración, la desconfianza, la envidia, el miedo, la exigencia, la temeridad, la imprudencia, el egoísmo insano…
La madurez es disfrutar de las más pequeñas cosas: el olor del pan, descubrir un nuevo vegetal comestible, ser capaces de interesarnos por una canción, bailar a solas, mirar la luz a través de la ventana, pasear sobre la hojarasca en otoño, sentir la brisa con los primeros rayos templados de la primavera, escuchar algo gracioso, reírnos de nuestras tonterías…
La madurez es no victimizarnos, no culpabilizarnos … La madurez es coger las riendas, responsabilizarnos de la vida que nos queda por vivir. La madurez es no recrearnos en el fracaso y ver lo que podemos hacer con los pedazos de lo que se rompió o dejamos caer. La madurez es comprender el mundo, nuestro entorno y saber qué papel queremos y podemos tener en ello.
La madurez es aprovechar cualquier situación para aprender a ser. Aprender a navegar por nuestra vida; aprender a a respirar, escuchar y utilizar nuestro cuerpo; aprender a vivir; aprender a amar, a aceptar, a tolerar, a comprender a otros; aprender a empatizar; aprender a afrontar; aprender a esperar; aprender a valorar; aprender a aprender….
La madurez es responsabilizarnos de obtener bienestar en la incertidumbre, la contrariedad, el problema y el duelo. La madurez es tomar conciencia de que estás vivo, no caer en la desesperanza ni esperar que nadie nos salve de la desilusión, la tristeza, el decaimiento, el sufrimiento o la desorientación.
La madurez es la integridad, lograr que convivan en paz todos nuestros rasgos, habilidades, vivencias, errores, aciertos y esperanzas.
La madurez es darte derecho a disfrutar, buscar lo que te complace y hacerte responsable de intentar conseguirlo. La madurez es aceptar un no o un basta por respuesta, es respetar los límites que otras personas te ponen cuando tus objetivos se internan en su camino.
La madurez es aprender a decir no y basta, es saber poner límites sin herir los sentimientos ni menospreciar a aquellos con quién interactuamos. La madurez es ser honestos y no confundir, engañar o hacer perder el tiempo a los demás.
La madurez es aprender a valorar lo que otras personas ofrecen, con independencia de si nos sentimos afines o no, de si es o no beneficioso para nosotros, de si va acompañado de otras cosas que no nos placen.
La madurez nos sirve para aprovechar el tiempo, para lograr el equilibrio y el bienestar, para crear lazos sólidos, para rendir cuentas a la vida y saber que no la hemos desperdiciado, para ser eficaces satisfaciendo nuestras necesidades, para desarrollar todo nuestro potencial, para que nuestra felicidad sea sólida y solo dependa de nosotros.
Podemos alcanzar la madurez en muchos aspectos o en unos pocos. De esa amplitud va a depender nuestro bienestar global.