La capacidad de disfrutar
«Mis manos recorrían despacio el perfil de su cuerpo que, tumbado de costado, exponía su cadera formando casi un ángulo con la cintura. Me recreaba viendo cómo mis dedos morenos se deslizaban por su piel blanca. Podía sentir cómo su piel entendía mi lenguaje y respondía cálida, amable y gratificada; percibía cómo su cuerpo se adaptaba al paso de mi mano, atrayéndola hacia él. Si paraba, oía una suave y apenas perceptible queja. Jugaba a darle y quitarle el placer. Me entretenía en el arte de entender su sensibilidad, tratando de descubrir y conocer cómo despertaba al placer cada rincón de su piel. Así pasábamos largos ratos, en los que hablábamos y susurrábamos palabras tiernas. A veces, el estado de bienestar y la embriaguez de la cálida tarde nos llevaban a dormirnos. Otras veces, el juego se intensificaba y el deseo de fundirnos nos inundaba como una ola de erotización que nacía dentro de nuestra piel y en el más profundo rincón de nuestro cuerpo. Entonces, nos entregábamos con pasión a los sentidos, a la invasión del placer y la fiesta de las sensaciones. Más tarde, entrelazados y extenuados, nos quedábamos dormidos… Aún hoy, al recordar esas tardes de verano, tumbados sobre la yerba, puedo sentir el placer de aquellos días.»
El placer es la conciencia de una sensación de bienestar físico y/o psicológico que nos invade a través de la sensibilidad y las emociones, y crece con la experiencia y la vivencia de algo que gratifica cualquiera de nuestros sentidos, nuestros estados afectivos, nuestras motivaciones y la propia conciencia, por lo tanto me permito la licencia de incluir el «sentido» de la inteligencia.
La visión de un paisaje bello, una obra de arte, la lectura de algo bien escrito, una conversación interesante o una mirada dulce nos despiertan la sensibilidad, nos abren los sentidos para captar mejor el momento, la imagen, la sensación. Esa experiencia nos produce bienestar. Cuando concienciamos ese bienestar, sentimos placer.
No siempre estamos en la actitud adecuada para experimentar placer aunque las circunstancias puedan ser placenteras. El placer es una impresión subjetiva, igual que el dolor. La intensidad con que vivamos el placer depende de nuestra actitud, disposición, capacidad y preparación para percibirlo, para relajarnos ante su vivencia, para dejar que nos penetre, para tratar de concienciar toda su intensidad y amplitud.
Cuando las personas nos ‘obsesionamos’ con disfrutar, y para ello buscamos situaciones y experiencias que objetivamente podrían ser placenteras y, sin embargo, nos olvidamos de lo más importante, nuestra actitud para el placer, el juego, la sensualidad y las emociones agradables… lo que generamos es una experiencia frustrante, de la que solo obtenemos insatisfacción y malestar. En definitiva, una actitud adecuada para el placer requiere una actitud lúdica. Los temores, inseguridades, exigencias, esquemas rígidos, expectativas, creencias irracionales…y un largo etcétera, impide colocarnos en una actitud de percepción plena y por lo tanto de placer.
El placer es una experiencia en la que se combina la capacidad para disfrutar de lo que tenemos y la capacidad para lograr lo que nos gusta. En el placer sano hay mucho de equilibrio; tan importante es ser capaces de disfrutar con lo más insignificante, en cualquier momento y circunstancia, como importante es saber crear las situaciones en las que más placer obtenemos. En cualquiera de las dos situaciones, el placer va a ser el resultado de nuestra actitud para disfrutar.
La experiencia del placer hace que deseemos reencontrarnos de nuevo con él, que busquemos otra situación similar para recrear nuestros sentidos, para tener ocasión de sentir el mismo bienestar, disfrutando de la sensación de placidez que produce en nuestro estado psíquico y en nuestro cuerpo. De la información e interpretación que hayamos realizado de experiencias anteriores, derivará nuestra capacidad para identificar nuevas situaciones e intuirlas como placenteras.
Si después de tener una relación sexual placentera con otra persona, integramos en nuestra memoria y conciencia qué aspectos, gestos, palabras, comportamientos, circunstancias y contenidos han provocado ese bienestar, estaremos en mejores condiciones de evaluar y seleccionar ocasiones y personas en las que esos elementos puedan estar presentes, y de ese modo, favorecer y contribuir a nuestro placer.
La experiencia, en este sentido, debe ser una actitud voluntaria, motivada, generadora de conocimiento, no un simple acto instintivo. Del mismo modo, las experiencias negativas, dolorosas en las que hemos sentido rechazo, también deben disponernos para no repetir esa situación, tratando de identificar aquello que no nos ha gustado.
El placer que produce la sexualidad se nutre de cualquiera de nuestros sentidos, si los educamos para ello. La vista, el olfato, el tacto, la palabra y el oído, todos ellos pueden participar activamente en la creación de situaciones placenteras en el ámbito erótico.
El placer también se nutre de otro tipo de factores como la afinidad cultural y estética, la comunicación, la similitud intelectual, los contenidos ideológicos, las actitudes relacionales, la admiración, etc. Una experiencia de comunicación, de entendimiento, de sintonía, de empatía cultural, puede hacer emerger el deseo con una intensidad comparable a una caricia o un beso, puede ser incluso mayor afrodisiaco y más duradero. Para poder experimentarlo es necesario ‘abrir’ la capacidad de experimentar en esa línea.
La capacidad de placer, por lo tanto, se educa, se desarrolla, se prepara, se nutre, se mejora, se perfecciona. Es necesario entrenarnos, conocer y aprender los rituales de comportamiento que nos preparan para percibir más allá de lo evidente. La experiencia placentera de un beso puede incrementarse hasta el éxtasis si en el acto de besar aprendemos a percibir por separado, en una especie de cámara lenta, cada sensación física y psicológica que interviene.
Aumentará nuestra percepción del placer si cada gesto mental y físico que acompaña al beso se hace en un ritual que concede la mayor importancia a lo que hacemos. Será mayor nuestro placer si al besar conjugamos nuestro deseo de obtener placer con el deseo de que la persona a quién besamos también sienta placer. Potenciaremos más nuestra capacidad de placer, si cuando besamos estamos ahí al cien por cien, aceptando y comprendiendo cuales son nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestras expectativas, nuestros errores, nuestras inseguridades y nuestra humanidad, permitiéndonos ser nosotros mismos, sin miedo al error.
El placer, no solo es una sensación física, también es una vivencia mental. Nuestra inteligencia se puede ver gratificada por una conversación interesante, escuchando a alguien que nos transmite algo muy bien elaborado, o una idea muy original y atractiva; también ante una buena película o un buen libro. Nuestro cuerpo puede en esos casos reaccionar con una predisposición positiva hacia esa persona, o con un estado de empatía hacia el director de la película, etc. de la misma forma que una vivencia placentera de nuestro cuerpo puede predisponer positivamente a nuestra actitud mental.
Como vemos, la relación entre placer corporal y placer psicológico es muy estrecha, existe un vínculo muy sutil y muy interesante, porque a veces es difícil saber dónde empieza y termina uno u otro. No obstante, en la medida en que nuestra capacidad física para el placer está más desarrollada, también lo está, generalmente la complejidad de nuestra estructura mental para percibir y vivenciar experiencias placenteras.
La fuente de placer es inagotable para aquellas personas que toman conciencia de la ilimitada amplitud y variedad de experiencias en las que pueden explorar, descubrir y colonizar las dimensiones de su sensibilidad, de su comunicación, de su perceptibilidad, de su entendimiento, de su conciencia, de su valoración, de su reflexión, de su retroalimentación, etc. Todo esto se multiplica exponencialmente cuando es compartido con otra persona con la misma actitud.
Cuanto más abierta y curiosa es la actitud a experimentar, mayores las posibilidades de disfrutar, enriquecer y ampliar el escenario, contenidos e intensidad de las experiencias. También son mayores las posibilidades de no caer en la rutina y hacer de cada encuentro una fiesta de los sentidos. El placer puede convertirse en un territorio de inmensas dimensiones que nos gratifique sin límites.