No presumir de nuestros logros puede ser un acto útil para otras personas. Ser tolerantes con las limitaciones de los demás también es un acto útil para otras personas. No aconsejar a quién no nos pide consejo, es un acto útil hacia esa persona. No ayudar a quién no lo necesita también es un acto útil para esa persona. Manifestar el cariño por encima de las diferencias con otras personas, es un acto útil para la convivencia. No focalizar en los errores de los demás, es un acto útil para las relaciones. No imponer nuestra visión de las cosas es un acto útil para los demás.
Aceptar y respetar las decisiones de otras personas, aunque no coincidan con nuestro criterio, es un acto de utilidad. Compartir, disfrutar y alegrarnos de los logros y el bienestar de los demás, es un acto de utilidad. Promover el bienestar de otros, atendiendo a sus necesidades, respetando sus objetivos, valores y principios, es un acto de utilidad. Escuchar los errores de otros, empatizar con ellos y apoyarles en los momentos difíciles, también es un acto de utilidad.
Hay un larguísimo etcétera de actos útiles que podemos practicar a lo largo del día. Un acto útil puede requerir poco o mucho esfuerzo, depende de nuestra personalidad. Para algunas personas, frenar sus impulsos de aconsejar a alguien indicando lo que debería hacer , es un acto de gran auto regulación porque de forma casi automática tienden a pensar que sus consejos son ‘ideales’ para resolver o ayudar a la persona que (generalmente con paciencia) los escucha. En este caso, para esta persona esta utilidad requerirá de un notable esfuerzo. Primero para tomar conciencia de que sus consejos quizás no son requeridos; segundo para ‘morderse la lengua’ y respetar el modo de proceder de la otra/s personas, por más que piense que están equivocados.
Nos podemos marcar objetivos y proyectos para llevar a cabo estos actos de utilidad ‘social’. Tener proyectos: imaginarlos, diseñarlos, planificarlos y ponerlos en práctica es una actividad muy estimulante, gratificante y satisfactoria.
Si, además, tienen utilidad para otras personas, mucho más satisfactorios. Un proyecto no necesita ser ni complejo ni difícil, puede ser desde una pequeña actividad para una situación concreta, hasta una tarea más compleja y de larga duración. Un proyecto puede ser algo personal o algo colectivo. En ambos casos, será satisfactorio y, en ambos casos podrá tener repercusiones positivas en el entorno.
Un proyecto con utilidad personal como aprender inglés, windsurf o encaje de bolillos, nos puede favorecer personalmente y, de paso, puede contribuir a mantener el trabajo de otras personas.
Un proyecto con utilidad para otros (individuos o colectivos), tiene por objetivo mejorar algún aspecto -por pequeño que sea- de la vida de otras personas. Lograrlo, significa que somos solidarios, tomando conciencia de las necesidades de otros individuos y poniendo nuestros recursos y habilidades al servicio de un mundo más justo y equitativo.
Utilizar nuestros recursos (intelectuales, emocionales, sociales, técnicos…) para equilibrar los desajustes sociales (económicos, educativos, de alimentación, de vivienda, etc.) supone un acto de generosidad y de empatía. También de inteligencia social.
Ambas cualidades, generosidad y empatía, son habilidades que nos acercan más a la sabiduría; favorecen nuestra integración en la sociedad; nos hace sentirnos más plenos; contribuyen a un estado de bienestar y satisfacción; nos concilian con el entorno; dan sentido a nuestra vida.
La inteligencia social contribuye a un mundo más equitativo, más saludable, con más oportunidades para todos. Lograr esa equidad es trabajar para que existan menos injusticias, menos desigualdades y menos problemas sociales.
Por otra parte, el desarrollo y puesta en práctica de un proyecto, estimula nuestra creatividad, activa nuestra capacidad intelectual, nos provoca el interés por estar informados, demanda compromiso y da sentido a nuestra vida cotidiana. La satisfacción personal de contribuir al bienestar social es muy saludable.
El bienestar social facilita el desarrollo de todos los individuos, mejora el nivel de vida de un país, una población o un grupo social. La calidad de vida o el índice de bienestar no se mide solo ni principalmente por el producto interior bruto, aunque éste forme parte de un conjunto de indicadores. El índice de bienestar está relacionado con la huella ecológica (calidad del medio ambiente), la salud, el acceso a la educación, las oportunidades de trabajo, el nivel de ingresos, la calidad de la alimentación y vivienda, el entorno inmediato…
Si nuestro proyecto personal incluye la contribución a la mejora de cualquiera de estos factores, estaremos favoreciendo una sociedad más equitativa, más digna, más desarrollada, más feliz. Las diferencias sociales y las desigualdades que conllevan no favorecen el desarrollo sostenible de una sociedad.
La existencia de injusticias, la falta de oportunidades, los entornos hostiles, los déficits de afecto o atención, las dificultades educativas, los abusos, la explotación, la falta de conocimientos, la falta de recursos o habilidades sociales, etc., favorece la existencia de tensiones, conflictos, irregularidades, marginalidad y problemas sociales. Nuestra contribución puede estar dirigida a cualquiera de estos aspectos. Cuantas más personas dediquen sus proyectos personales (aunque sea una mínima parte) al bienestar social, más logros obtendremos en conjunto.
La integración de todos los ciudadanos, facilitándoles el acceso a todas las oportunidades de desarrollo humano que nuestra cultura oferta a los más privilegiados, creará una sociedad enriquecida, madura, libre, equitativa, justa, responsable y solidaria. La creencia que justifica la desigualdad en las diferencias genéticas es una creencia errónea, irracional, acientífica, sesgada y quizás -desgraciadamente- interesada.
Es triste que ese tipo de creencias puedan justificar la existencia de desigualdad e injusticia. La herencia (no la genética) no puede nunca justificar las diferencias sociales por más que haya sido y sea uno de los grandes condicionantes de la desigualdad en el acceso a las oportunidades. Las desigualdades sociales solo están basadas en dinámicas y estructuras sociales perversas que hemos de reajustar para lograr su equilibrio.
Las deficiencias en la educación del entorno familiar se han de compensar con una educación más profunda, sólida y amplia en la organización social (escuela, instituciones deportivas, campamentos…). Las deficiencias en el acceso a las oportunidades debidas a la posición social (ingresos, educación, trabajo), hemos de limarlas, mejorando la equidad, el proceso de integración y la extensión de las oportunidades.
Nuestro proyecto personal puede incluir acciones cotidianas que contemplen una actividad solidaria para lograr ese bienestar social.
Un cambio de creencias y de actitudes, puede ser nuestro primer paso.
Quitarnos la venda que nos hace ciegos frente a la realidad, es un paso importante.
Tomar conciencia de nuestra responsabilidad como ciudadanos privilegiados es otro acto para contribuir al bienestar social. Nuestros privilegios, en gran parte, son el resultado de haber nacido en un entorno con oportunidades.
Somos responsables de compartir con los menos privilegiados.