Huída

Quiero hablar de la tendencia a huir de uno mismo. En nuestras vidas, la huída se puede convertir en un viaje circular donde la madurez queda siempre pendiente.

Hay personas que confunden la madurez con ‘ser viejos’. Para nada es esto cierto. Se puede ser un anciano inmaduro, lo que puede dar lugar a situaciones muy molestas, incómodas, difíciles y disfuncionales para el propio y ajenos. Al contrario, se puede ser anciano y tener un espíritu muy joven siendo maduro (realista, responsable, comprometido, coherente, disciplinado, proactivo, funcional…).

La madurez produce energía, alegría, equilibrio y bienestar  a corto, medio y largo plazo. La inmadurez es disfuncional siendo joven o siendo mayor.

La madurez pasa por conocerme, aceptarme y responsabilizarme de mis conductas. Esa responsabilidad consiste también en tratar de mejorarlas. Tenemos toda una vida para entrenar una conducta funcional. Es responsabilidad de cada uno hacer el trabajo necesario para ello.

Cuando cometemos el mismo error una y otra vez, lo más probable es que no nos hayamos parado a identificar con realismo la causa de ese error, nuestra responsabilidad en el proceso ni el modo de entrenar una conducta más eficaz para evitarlo. Quizás no somos conscientes del error, quizás echamos balones fuera, quizás no somos capaces de mirar en nuestro interior.

La ausencia de realismo y de valentía a la hora de señalar con claridad nuestros errores y la responsabilidad que tenemos en ellos, puede causar la repetición de los mismos errores y la perpetuación de esa conducta disfuncional.

Por otra parte, si no abordamos con honestidad esa responsabilidad en las conductas erróneas, el resultado suele ser que experimentemos un malestar más continuo o que desarrollamos una actitud muy poco adaptada a la vida social.

El afrontamiento consiste en dos acciones: Introspección (insight) y cambio.

  • La primera consiste en tomar conciencia de que tenemos un papel en el error que hemos cometido y que nuestro trabajo es tratar de identificar cómo provocamos ese error. Este trabajo es una evaluación sincera y a veces dolorosa pero liberadora y que nos hace crecer (madurar).
  • La segunda acción es elaborar un plan de entrenamiento para poner en práctica conductas que combatan ese tipo de hábitos o acciones erróneas. Se trata de diseñar el procedimiento sano y llevarlo a cabo diariamente si es posible. Es un trabajo cognitivo y conductual.

El afrontamiento no consiste en culpabilizarnos, consiste en responsabilizarnos y rectificar. La culpabilidad (ética o moral), distinta de la legal, solo es aplicable cuando estamos realizando un acto a sabiendas de que lo que hacemos es erróneo y podríamos haberlo evitarlo. Muchos de nuestros actos erróneos en la vida cotidiana no son punibles legalmente porque  socialmente no se consideran trascendentes o perjudiciales (eso cambia con los tiempos y las sociedades)  ni tampoco son producto de la culpabilidad porque no los realizamos de forma consciente.

Hay varios ejemplos de conductas que pueden ser erróneas, sobre todo para uno mismo, sin ser ni culpables ni punibles. Claro que pueden afectar también al entorno. La procastinación; el negativismo; la crítica hacia los demás; exceso de auto exigencia; actitud excesivamente lúdica; la baja autoestima; irrealismo o fantaseo; incoherencia; necesidad de reconocimiento; impulsividad; distracción; hipocondría; desidia; pueden ser algunos ejemplos.

Estas actitudes y conductas nos llevan a situaciones problemáticas que podríamos evitar si tomamos cartas en el asunto, es decir si afrontamos nuestra responsabilidad en ellas. La variedad de consecuencias que provocan estas actitudes es amplia: desde no lograr objetivos importantes para nuestra satisfacción y bienestar; problemas en las relaciones con otros; pasando por el consumo excesivo y/o la adicción; hasta provocarnos ansiedad, depresión o enfermedades psicosomáticas (úlceras, sobrepeso, sedentarismo, neuropatías, desequilibrios hormonales…) Estos serían algunos ejemplos.

Muchas veces creemos que huir de nosotros mismos, evitando mirar en nuestro interior, nos ayudará a escapar de la situación y no sentir el malestar que produce tomar conciencia de que cometemos errores y que tenemos una responsabilidad en la conducta que originamos.

Lo que origina esta falta de realismo y afrontamiento suele estar anclado en una educación muy poco funcional. Por un lado la educación en culpabilidad en vez de en responsabilidad. Por otro lado, asociar la toma de conciencia de nuestro papel en el error con un sentimiento de malestar y de rechazo hacia uno mismo. Por último la práctica del castigo.

Estas prácticas educativas, son también erróneas desde mi punto de vista. Si queremos que nuestros niños/as aprendan a ser responsables y a mirar en su interior sin miedo o sin vergüenza y rechazo, es conveniente que les entrenemos a ver los errores como algo humano y reparable a lo que hay que asignar un peso proporcionado de responsabilidad, utilizando una escala sana.

También conviene que aprendamos a valorar como algo muy positivo, conveniente y funcional el acto de reconocer un error y de analizarlo y evaluar la responsabilidad de uno mismo. Desde luego, conviene valorar esta actitud responsable diez veces más que lo que valoramos el error en el sentido negativo.

Por lo tanto, una vez que somos adultos, para lograr afrontar los errores propios es importante dar prioridad al sentimiento de responsabilidad por encima de cualquier otro (culpa, vergüenza, rechazo, pudor..). Responsabilidad con los compromisos, responsabilidad con el entorno, responsabilidad con los valores y principios sociales/culturales, responsabilidad con el propio bienestar….

Por otra parte, en un segundo plano de prioridad, también es conveniente dimensionar el sentimiento de arrepentimiento, vergüenza y/o rechazo que suele asociarse. Insisto en que es más importante tomar conciencia de la responsabilidad y el compromiso pero aún así, también pueden aparecer otros sentimientos como la vergüenza o el rechazo… Para dimensionar estos sentimientos, es importante que utilicemos una escala equilibrada, funcional y proporcionada. No conviene poner el grito en el cielo por la mínima distracción ni tampoco dejar pasar permisivamente una conducta muy disfuncional o inaceptable. La escala debe ser ajustada. Dicho de otro modo, no puedo colocar en el mismo nivel de la escala mi manía de criticar a las personas y tocar el timbre de un vecino por confusión.

Así que el primer paso es dimensionar. El segundo paso es aceptarme como soy. Quizás eso implica eliminar mi miedo a no quererme porque el hecho de verme tal como soy me conduce a un juicio exagerado y negativo de mi persona. Quizás implica no verme perfecto y ser un poco más humilde. Quizás implica que me importe menos el juicio de los demás sobre mi persona y desarrolle mi autonomía emocional.

En cualquiera de estos casos, la introspección, esa mirada a mi interior, es necesaria y conviene que la hagamos con las herramientas emocionales y cognitivas adecuadas. Es decir, por un lado aplicando el afecto hacia nosotros mismos y por otro lado con racionalidad para evaluar de un modo objetivo y funcional. De modo que al final nos trataremos de forma considerada y tolerante pero responsable y eficaz.

El camino del afrontamiento no tiene límites, no tiene caducidad pero reporta mucho bienestar, confianza en uno mismo y serenidad. Aprender a afrontar nuestros rasgos de personalidad, aceptarlos y al mismo tiempo trabajar todo aquello que nos está resultando inapropiado o inadaptado a nuestras necesidades o a las relaciones con los demás, es un proceso inagotable. Yo diría que es parte del sentido que tiene nuestra vida.

Podemos quedarnos quietos, inmóviles, pensando que todo está hecho y que ‘somos así’ aunque con ello no  logremos el bienestar que deseamos, o bien podemos aceptarnos y querernos tal como somos, al tiempo que ponemos manos a la obra para dotar de vitalidad y compromiso nuestra existencia.