Este tema de reflexión me ha surgido después de leer por segunda vez un excelente libro que Celín Cebrián, su autor, tuvo la amabilidad de obsequiarme hace algunos años. Su título es “Viñetas Cloaquenses” (2011).
Me parece muy interesante porque el autor utiliza la metáfora como el principal recurso del protagonista para sobrevivir, caminar, avanzar y poder alcanzar su personal utopía. Una metáfora en la que cabe todo el realismo social y que el protagonista quiere (necesita) dejar atrás y superar, aunque para ello tenga que transitar o andar de puntillas por el rincón más ingrato de esa realidad.
La metáfora es un recurso plenamente establecido en la terapia psicológica, más concretamente en las humanistas de tercera generación (aceptación y compromiso, sistémica, cognitivo-conductual, etc.) y psicodinámicas. La utilización de las metáforas como recurso eficaz en terapia se debe a la fuerza que tienen las historias para trasladarnos al escenario que nos sirva de mejor ejemplo en la visualización de nuestra propia situación, problema y solución.
“Viñetas Cloaquenses” es una gran metáfora y más, bastante más. Desde su primera lectura me produjo sorpresa, curiosidad, interés y admiración. Tiene muchas cualidades que la convierten en una lectura atractiva, creativa, sugerente y singular.
Sintetizando, diría que reúne varias características que provocan al lector -a mí como psicóloga y socióloga, sin duda-y resultan estimulantes, convergiendo en un planteamiento original, ameno e interesante. Desde mi perspectiva, estas serían las más reseñables:
1) La utilización de la metáfora con ingenio, humor, ironía e imaginación (metáfora terapeútica);
2) Su estilo literario guarda mucha similitud con el diálogo interior de las personas, ese discurso íntimo en el que fluyen los pensamientos aún no expresados o compartidos. Este personal estilo literario es muy interesante porque permite tomar conciencia de cuál es el discurso que producimos cuando nadie nos oye. Todo un ejercicio de autoconciencia;
3) Logra una difícil y atractiva combinación entre la espontaneidad y la depuración. Por un lado, preservando un lenguaje muy personal, libre, franco, directo, fresco, ágil y cultísimo; donde aparece jerga con vocablos de ‘última generación’ , o donde juega (entre la correcta dicción o la españolización) con una expresión en latín, francés o inglés. Por otra parte, su logro radica en una prosa depurada, correctísima y constantemente sugerente y atractiva, creando en conjunto una estructura coherente, estable y congruente, que permiten al lector comprender y seguir el hilo narrativo y los planteamientos nucleares (metáfora, viaje vital, utopía…)
4) El hilo conductor es una especie de tour metafórico e ingenioso, perspicaz y veloz, por las paradojas, contradicciones, demandas, incertidumbres y caos relativamente organizado de la vida contemporánea. Un tour amenizado con comentarios, frases, hechos históricos, anécdotas, personajes conocidos y reflexiones muy acertadas, tanto en el significado como en la pertinencia. Es, salvando las distancias, como si un narrador nos leyera las ‘viñetas’ de un cómic o nos comentara con cierto detenimiento cada imagen de una pantalla. Creo que en este estilo de estructurar la narración se pone de manifiesto un particular modo de aproximarse a la realidad, producto o causa (o ambas) de la pasión de Celín Cebrián por los ‘enfoques’ en su faceta de cineasta.
5) Como he mencionado al comienzo, interesa la construcción del personaje protagonista, que sabiamente combina la inocencia y el realismo. Un realismo del que se quiere alejar para mantener la ilusión, caminando hacia la utopía, saltando de una viñeta a la siguiente. Un realismo del que se vacuna viviendo la realidad como si de una metáfora se tratara.
6) Una personal visión de la utopía que no es otra cosa que el amor, el amor compartido, presente de forma constante en el principal objetivo de nuestro protagonista y en el motor que le impulsa a través del tiempo y de la ruta. El protagonista realiza el peregrinaje como un recorrido necesario, ineludible, al parecer el único posible para alcanzar su utopía. No es fruto de la casualidad que ese recorrido lo realice el protagonista sin implicarse, sin apenas detenerse, como un viajero en la máquina del tiempo que se sabe (siente) ajeno a ese tiempo y lugares.
7) De nuevo, otra metáfora para hablarnos de una vida que tiene la meta como objetivo y no el propio camino. Su camino no es su vida pero se le presenta como opción imprescindible para lograr alcanzar su meta, esa ilusión, su propia utopía de amor. Una utopía que el autor nos dibuja como alcanzable, humana, accesible. No es una idealización absoluta pero un poco sí porque para lograrla la aísla de la realidad, la convierte en una experiencia fuera del camino, al final de ese camino, al principio de otro camino. De nuevo la metáfora, dentro de la metáfora, Celín Cebrián, utiliza el vagón de un tren abandonado en vía muerta, como destino de su viaje y como punto de partida de la utopía.
Volvamos a la utilización terapéutica de la metáfora. Una metáfora aplicada en terapia psicológica es una narración (cuento, historia, parábola, anécdota, ejemplo…) que bien estructurada nos presenta una alternativa a la labor directiva del terapeuta (cuando esta última se pretende evitar). Mediante la metáfora la labor del terapeuta pasa a ser la del acompañante que ilustra e ilumina el trayecto para que sea el propio cliente/paciente el que vea con sus ojos, identifique y elija. Con la metáfora planteamos sugerencias, situaciones, tareas y objetivos, dejando que sea el propio cliente/paciente quién identifique a lo largo de la narración su problema y las opciones de solución. Logramos una mayor implicación y una comprensión mucho más profunda de la situación.
La metáfora terapéutica tiene como objetivo lograr que el cliente/paciente visualice, comprenda, se responsabilice y dirija su propio cambio. Para que esto suceda es necesario que la metáfora reúna algunos requisitos. Estos son los más importantes: 1) Reflejar muy bien el escenario problema en el que la persona pueda identificar el suyo propio; 2) Presentar con claridad las posibles acciones a tomar, opciones, soluciones y consecuencias. 3) Que forme parte de la vida cotidiana de la persona y por lo tanto sea accesible y comprensible de forma inmediata.
La metáfora utilizada en “Viñetas Cloaquenses” reúne de forma muy eficaz esas características, aunque su objetivo no sea el terapeútico (no lo sabemos, nos lo tendría que aclarar el propio autor). Nos presenta un escenario cuasi universal para los ciudadanos de occidente. Nos presenta una sociedad con características similares para casi todos. Nos muestra el desencanto y desilusión que aqueja a muchas personas que se sienten esclavas, presas o cautivas de una sociedad que no admiran, que les provoca enfado, frustración, tristeza, añoranza o melancolía. Una sociedad que no les ofrece futuro.
La metáfora de Viñetas Cloaquenses también nos muestra un camino posible, la utopía. La utopía como cura para la enfermedad del siglo: la decepción del humanismo en la era del pos modernismo. Superadas las esperanzas puestas en El Renacimiento, en el Romanticismo, la Ilustración y por último, en el Modernismo, ¿qué utopía le queda al individuo? ¿qué le salvará de la total desilusión? Celín Cebrián nos propone el amor.
Nos propone un amor ‘aislado’, que se aleja de la realidad, que construye nuevas vías y nuevas rutas, que se construye a sí mismo. La utopía del amor, que nos propone el autor no está explícitamente descrita ni dibujada, ni siquiera perfilada. Es un concepto que nace del propio empeño que pone el protagonista. Se define a lo largo del camino que recorre Jonás, es decir, se define por descarte con lo que el protagonista va abandonando y dejando atrás. Es un amor que se perfila por el esfuerzo y confianza que ambos invierten. El autor no nos dice cómo ha de ser ese amor, solo nos dice que es casual, espontáneo, aleatorio, no nos dirige ni nos orienta con consejos, reflexiones o sugerencias. Deja a nuestro propio entender que cada cual encuentre su propia utopía amorosa, o no.
Para terminar, una metáfora:
Una risueña anciana descansa bajo la sombra de un hermoso ciprés. Un joven sediento y sudoroso se para a preguntarla por una fuente. La anciana le invita a sentarse. El joven rehusa por la prisa que tiene.
La anciana le dice que el camino a la fuente se desvela en una historia que le va a contar.
«En este pueblo vivía un joven muy ambicioso que se había marcado un objetivo y un plan para lograrlo. Mientras caminaba siguiendo la ruta trazada, quizás pensaba que lo más importante era ser muy pragmático, eficaz y rápido en pro de su meta o destino. Se decía, «Así llegarás antes y ahorraras tiempo y dinero». Para ello, se propuso seguir las indicaciones del mapa y no desviarse de su rumbo porque lo importante era llegar cuanto antes a su destino. El camino le iba presentando opciones, alternativas, sorpresas, contratiempos, atractivos… que no venían en el mapa, ni estaban contemplados en la ruta trazada. ¿Qué hacer? Todo le entretenía y no tenía tiempo ni interés por explorar esas opciones. Sintió temor, incertidumbre y un poco de ansiedad.
Su decisión podía ser replantearse el camino, con sus opciones y escenarios, como su propia vida o, por el contrario, seguir con su plan y contemplar el destino como su proyecto vital, como el verdadero inicio de su vida, y el camino como un lapsus inevitable».
En este punto, la anciana hizo una pausa y con una sonrisa le dijo al joven: ¿Ves este cementerio detrás de mí? Este es el final del camino para todos. Al final del camino, en ambas opciones nos espera un epitafio en el que se indica todo lo que hemos disfrutado de nuestra vida en tiempo presente. En esa contabilidad no entra el tiempo dedicado a pensar en el futuro ni el dedicado a recordar el pasado; el tiempo dedicado a soñar contabiliza al diez por ciento; el tiempo dedicado a criticar a los demás resta en la contabilidad; el tiempo de arrepentimientos contabiliza solo si aprendemos; el tiempo dedicado a amar contabiliza al cien por cien.