Altibajos

Los altibajos son las consecuencias de buscar  atajos emocionales hacia el bienestar. El más significativo y pernicioso de los atajos es la huída del malestar.

El término altibajo es un modo de referirse a la excesiva frecuencia de cambios en nuestro estado de ánimo, pasando de la alegría, vitalidad y entusiasmo a la decepción, decaimiento y falta de energía.

Si el cuadro de altibajos es de mucha intensidad y los picos y valles son de gran altura o profundidad, existiendo entre ellos una gran diferencia y produciéndonos estados de excesiva euforia o excesivo decaimiento con consecuencias muy negativas para nosotros (trabajo, salud, relaciones…), podemos estar hablando de bipolaridad u otros trastornos del ánimo.

Sin necesidad de que se produzca un trastorno, los cambios frecuentes del estado de ánimo, es decir, los altibajos anímicos, producen malestar, inestabilidad, desasosiego…  Por ello conviene conocer cuál es el mecanismo más frecuente para que se produzcan y cómo podemos entrenar nuestras emociones para combatirlo y superarlo.

Esta dinámica de altibajos suele tener su origen en la infancia, es raro que se origine a otras edades. La causa más frecuente es la adquisición de un hábito de respuesta de ‘huida hacia la alegría’ para contrarrestar situaciones negativas,  tristes, violentas o problemáticas que el niño/a no sabe cómo afrontar de modo funcional o eficaz.

La búsqueda de ‘alegría’ es una actitud que se adquiere como respuesta compensatoria a los ‘malos’ momentos. Esa búsqueda de estímulos o escenarios ‘positivos’, que nos reportan alegría o ilusión, se realiza de forma inconsciente cuando los sujetos quieren salir, escapar o huir de las sensaciones o emociones desagradables en las que se encuentran y no disponen o no creen disponer de otras estrategias más eficaces.

Las estrategias de huída o escape, no suelen ser de superación. Cuando se es pequeño, no se tienen las habilidades cognitivas necesarias para evaluar muchas situaciones desestabilizadoras y adoptar la mejor de las estrategias de afrontamiento. Si los adultos no saben enseñarnos a desarrollarlas o bien no están atentos a nuestras necesidades de aprendizaje, lo más probable es que adoptemos las estrategias disfuncionales (huída, escape, inhibición, problema…). Esas estrategias se arraigan en cada individuo y acaban conformando un modo de respuesta automatizado.

Estas conductas de escape son variadas, una de ellas es la búsqueda de placer, satisfacciones, diversiones, distracciones, fantasías… Si se logra escapar de lo que nos produce malestar y conseguimos disfrutar de lo que nos produce placer o bienestar, aunque sea efímero y no hayamos solucionado lo que nos provoca el malestar, lo más probable es que de niños, adoptemos esta conducta evasiva como mecanismo de defensa. No deja de ser una estrategia para lograr el bienestar.

El problema es que esta estrategia genera dos consecuencias negativas.

  • Altibajos
  • Falta de habilidad funcional para afrontar el malestar y/o solucionar su causa.

La búsqueda de placer como evasión o compensación se puede convertir en un hábito y transformarse en una pulsión emocional automática que nos empuja a experimentar ese placer y sensación de liberación (positivo) con frecuencia. Es decir, identificamos la alegría intensa con un estado deseable y lo buscamos, lo echamos de menos cuando no lo sentimos.

Parte del problema es que cada vez que dejamos de sentir esa alegría, euforia, ilusión o sensación intensa de bienestar, creemos que algo malo pasa, nos asustamos, interpretamos que algo malo está pasando y empezamos a buscar las causas de ese ‘sentido’ subjetivo malestar. Inmediatamente, también, de forma casi simultánea e inconsciente, empezamos a buscar de nuevo el bienestar (evasivo o compensatorio), tratando de huir del malestar.

En resumidas cuentas, somos incapaces de sentirnos ‘regular’, ‘normal’ o ‘mal’, hemos de sentir bienestar, alegría, ilusión, emoción, intensidad… de forma constante para creer (sentir) que todo va bien y que no nos pasa nada malo.

Por resumir, sea porque haya causas reales para sentirnos mal (tenemos un profundo dolor de cabeza; nos ha dejado nuestra novia…) o bien porque la ausencia de euforia nos haga sentirnos mal, aunque no haya ninguna causa ‘real’, el hecho es que tenemos incapacidad y temor a sentirnos ‘mal’; convertimos lo normal (sentirnos mal a veces) en algo a evitar a toda costa. En vez de aprender a aceptar y afrontar con confianza el malestar y los sentimientos asociados (tristeza, aburrimiento, cansancio, desánimo, frustración….) lo que aprendemos es a idealizar el bienestar intenso (euforia) y los sentimientos asociados.

La idealización del bienestar y la demonización de la normalidad emocional nos lleva a creer que cualquier otro estado es malo, evitable, inapropiado, intolerable… y además no es propio de personas que tienen éxito en la vida. El engaño al que nos sometemos, implica que parece imprescindible estar siempre riéndonos, alegres o contentos.

Nada más lejos de la salud y el bienestar sólido.

El equilibrio, la serenidad y la estabilidad producen un bienestar mucho más sólido, duradero y saludable que la búsqueda incesante de la alegría evasiva o compensatoria. Afrontar el estado de ánimo ‘plano’ es el primer paso para eliminar esas conductas de búsqueda y evasión que producen los altibajos emocionales.

Para afrontar la relativa ‘platitud’ del ánimo sin alarmarnos y sin temor necesitamos identificar esos momentos en que una decepción, una frustración o un problema activan emociones de inquietud, intranquilidad, tristeza, decepción…, en las que inmediatamente ponemos en marcha el mecanismo de huída y búsqueda de la alegría y evasión.

Aprender a identificar ese mecanismo de cambio emocional evasivo es todo un logro.

Cuando lo tengamos identificado, hemos de reorientar nuestra estrategia por una actitud de confianza en que lograremos experimentar el malestar sin huir de él, acostumbrándonos a sentirlo y a no darle una interpretación negativa. Podemos decirnos algo así: “Si estoy con desánimo es porque las cosas no están yendo todo lo bien que me gustaría; puedo transitar por este malestar y al mismo tiempo tratar de poner soluciones al problema o la situación, si las hay, si no, aprenderé a vivir con esto hasta que lo supere”

La confianza en nuestra capacidad para asumir y transitar por las emociones ‘desagradables’ es la clave para aceptar nuestras emociones, comprender la función que tienen y cómo desarrollar estrategias sanas y de aprendizaje funcional.

Todo esto no quiere decir, en absoluto, que hay que recrearse en lo malo, victimizarse, regodearse y sucumbir a las emociones desagradables. No, esa no es la propuesta. Se trata más bien de afrontar las situaciones buscando soluciones realistas y que den respuesta a los problemas y dificultades, en lugar de huir, evadirse o distraerse.

Muchas de las adicciones de la población en sociedades actuales son debidas a este mecanismo de altibajos. La adicción a la comida, al juego, a las drogas, al trabajo, al reconocimiento, al halago, al éxito, al sexo… etc, podemos explicarla desde este sistema disfuncional de compensar la dificultad para experimentar malestar.

Ni recrearse en la desdicha ni huir de ella son afrontamientos sanos y funcionales. El primero generará inacción y quizás depresión; el segundo genera altibajos, ambos generan  falta de madurez para afrontar la realidad.

La aceptación del malestar, produce en cierto modo, bienestar. Sin embargo, eso no debe confundirnos y, de nuevo, saltar los pasos necesarios para ir en busca del ‘bienestar’.

Será la serenidad la que nos produzca una sensación de paz, confianza y bienestar continuado. La serenidad es la capacidad para afrontar las situaciones y las emociones con realismo, ecuanimidad, relativización, amplitud y objetividad.

No hay atajos para el bienestar.

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